100. Cuando el deseo de bendiciones se hace añicos
En 2011, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días y, menos de dos años más tarde, mi esposo murió por una enfermedad. Aunque mi hijo aún era pequeño y la familia tenía dificultades financieras, persistí en mis deberes. Luego, me eligieron líder de iglesia y pensé: “Ser capaz de cumplir el deber de un líder es una exaltación de Dios. Solo haciendo mis deberes puedo preparar más buenas obras y, únicamente de esta forma lograré la aprobación de Dios y entraré en Su reino”. Entonces, confié mi hijo a mis familiares políticos y me dediqué a tiempo completo a mis deberes. Esforzarme en mis deberes me entusiasmaba y, sin importar qué arreglos hiciera para mí la iglesia, nunca me negaba. Llueva o truene, persistía en mis deberes. Después de un tiempo, el trabajo a mi cargo comenzó a dar algunos resultados. Luego, me eligieron como predicadora y el abanico de mis responsabilidades se amplió más y más; esto me llenaba de satisfacción. Como pensaba que podía soportar sufrimientos, pagar un precio, hacer sacrificios y esforzarme, y que estaba consiguiendo algunos resultados en mis deberes, creía que Dios de seguro me bendeciría. Con esto en mente, estuve aún motivada en mis deberes. Luego, comencé a tener algunos leves dolores de estómago ocasionales, pero no les presté mucha atención y continué haciendo mis deberes.
Una mañana después del desayuno, fui en bicicleta hasta un lugar de reunión y, mientras subía las escaleras, sentí que oleadas de dolor me recorrían el estómago. Sin embargo, apuré las cosas y pude completar la reunión. Más tarde, fui al hospital para una revisión y el médico me dijo con gravedad: “Tienes una gastritis erosiva con hemorragia gástrica y esta condición necesita ser tratada a tiempo. Si no se trata adecuadamente, hay riesgo de que se convierta en cáncer de estómago”. Cuando oí al médico decir esto, me sentí un poco asustada y me preocupaba que, si no trataba a tiempo mi condición y de veras llegaba a ser cáncer de estómago y moría, me perdería la salvación de Dios y todos mis esfuerzos y mis entregas habrían sido en vano. Me sentí un poco débil en mi interior, pero luego recordé las palabras de Dios: “Cuando la enfermedad llega, esto es el amor de Dios, y ciertamente alberga dentro Su buena intención. Aunque tu cuerpo padezca un poco de sufrimiento, no albergues las ideas de Satanás. Alaba a Dios en medio de la enfermedad y disfruta a Dios en medio de tu alabanza. No flaquees ante la enfermedad, sigue buscando una y otra vez y nunca te rindas, y Dios te iluminará y te esclarecerá. ¿Cómo era la fe de Job? ¡Dios Todopoderoso es un médico omnipotente! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano. Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me pareció vislumbrar un brillo de esperanza y comprendí que en esta enfermedad estaba la intención de Dios. No podía quejarme. Primero debía someterme y tener fe en Dios y creer que, mientras tuviera aliento, Dios no me dejaría morir. Pensé en cómo siempre había hecho sacrificios y me había esforzado en mis deberes durante los últimos años; cuando mi hijo aún era muy pequeño y la familia tenía dificultades, e incluso cuando murió mi esposo, no abandoné mis deberes; entonces, creía que Dios consideraría los esfuerzos y las entregas que había hecho en mis deberes y que me protegería y sanaría mi enfermedad.
Luego, fui al hospital en busca de medicina tradicional china y también me pusieron goteos intravenosos, y continué cumpliendo mis deberes con normalidad. Sin embargo, el estómago me seguía doliendo a menudo y tenía mala digestión, así que solo podía ingerir avena cocida y a veces tenía reflujo ácido. Después de tomar la medicina por un tiempo, mi condición no solo no mejoró, sino que empeoró. Sufría indigestión después de comer, siempre sentía como si me hubiera quedado comida atragantada y a menudo tenía náuseas. Incluso durante la noche, mientras dormía, sentía una quemazón en el estómago. Al enfrentar el tormento de la enfermedad, me sentía muy débil y pensaba: “Dediqué todo mi tiempo a mis deberes; todos los días estaba ocupada y no los descuidaba ni siquiera cuando me sentía mal. Entonces, ¿por qué, a pesar de mis esfuerzos y mi entrega, Dios no me ha protegido ni ha sanado mi enfermedad?”. Vivía con un entendimiento equivocado sobre Dios y con quejas hacia Él y me sentía muy negativa. No tenía motivación para hacer nada, no quería comer ni beber las palabras de Dios ni acercarme a Él. Ya no tenía un sentido de carga por mis deberes y eso afectaba todos los aspectos del trabajo. La hermana que me hospedaba se percató de mi mal estado y me invitó a ir con ella a una lectura de las palabras de Dios. Dios dice: “Dios puede perfeccionar al hombre tanto en los aspectos positivos como en los negativos. Depende de si puedes experimentar y de si buscas que Dios te perfeccione. Si verdaderamente buscas que Dios te perfeccione, entonces lo negativo no te puede quitar nada, sino que te puede traer cosas que son más reales y te puede hacer más capaz para saber qué es lo que falta dentro de ti y más capaz de comprender tus estados reales y ver que el hombre no tiene nada y no es nada; si no experimentas pruebas, no sabes esto, y siempre vas a sentir que estás por encima de los demás y que eres mejor que todos los demás. A través de todo esto vas a ver que todo lo que pasó antes, Dios lo hizo y Dios lo protegió. La entrada a las pruebas te deja sin amor ni fe, te falta oración y no puedes cantar himnos; y, sin darte cuenta, en medio de esto llegas a conocerte. Dios tiene muchos medios para perfeccionar al hombre. Emplea toda clase de ambientes para podar el carácter corrupto del hombre y usa varias cosas para poner al hombre al descubierto; en un sentido poda al hombre, en otro pone al hombre al descubierto y en otro revela al hombre, escarbando y revelando los ‘misterios’ en las profundidades del corazón del hombre, y mostrándole al hombre su naturaleza revelando muchos de sus estados. Dios perfecciona al hombre a través de muchos métodos —por medio de la revelación, por medio de la poda, por medio del refinamiento y el castigo— para que el hombre pueda saber que Dios es práctico” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Sólo los que se enfocan en la práctica pueden ser perfeccionados). Mientras escuchaba y reflexionaba, me sentí profundamente conmovida. Las palabras de Dios reflejaban directamente mi estado. Cuando no sufría ninguna enfermedad, era entusiasta y activa en mis deberes, pero, ahora que estaba enferma y mi condición no había mejorado en el último tiempo, había perdido la fe y el sentido de la carga en mis deberes. También había perdido mi motivación para orar. Antes, pensaba que amaba mucho a Dios y que, como fui capaz de hacer a un lado a mi familia para cumplir mis deberes, era una persona que perseguía y practicaba la verdad. Ahora, veía que mi estatura era bastante baja y que carecía de una fe y un amor genuinos por Dios. Dios estaba usando esta enfermedad para refinarme y revelarme, y de esa forma ayudarme a conocer mi corrupción y mis defectos y a perfeccionar mi sinceridad y mi sumisión ante Él. No podía seguir malinterpretando a Dios y siendo negativa por más tiempo, así que me dispuse a encomendar mi enfermedad a Dios y hacer mis deberes de corazón. Al darme cuenta de esto, mi estado en cierto modo mejoró.
Hacia fines de 2014, la enfermedad de mi estómago se agravó mucho y comer apenas un poco ya me hinchaba y me provocaba oleadas de dolor. Me sentía muy débil y me preocupaba qué pasaría si la enfermedad continuaba, empeoraba hasta convertirse en cáncer de estómago y moría. Si moría y Dios no podía salvarme, ¿no habrían sido en vano todos mis esfuerzos y entregas? Siempre había cumplido mis deberes, soportado sufrimientos y pagado un precio, e incluso había cumplido mis deberes mientras estuve enferma. Entonces, ¿por qué no había visto las bendiciones y la protección de Dios? Vivía en la oscuridad y no quería hacer mis deberes, así que le dije al líder superior que quería irme a casa para tratarme. El líder compartió conmigo la intención de Dios y sugirió que debía tratar mi enfermedad y cuidar mi cuerpo mientras cumplía mis deberes. Pensé en que mi enfermedad no era lo suficientemente grave como para impedirme hacer ni la más mínima parte de mis deberes y también que, como era líder de iglesia, sería difícil encontrar una persona adecuada a quien pasarle mi trabajo. Si abandonaba mis deberes, eso demostraría que carecía de conciencia; pero, si continuaba con mis deberes, mi enfermedad me limitaría. En mi sufrimiento, clamé a Dios: “Dios: No sé cómo experimentar esta enfermedad. Por favor, guíame para aprender una lección de esta situación y comprender Tu intención”. Esa noche, hablé sobre mi estado con los hermanos y hermanas. Ellos me leyeron las palabras de Dios y dos pasajes me conmovieron mucho. Dios dice: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño y una indignación reprimida e inútil. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Después de leer las palabras de Dios, una hermana habló mucho conmigo. Me recordó que no estaba comportándome racionalmente al pedirle siempre a Dios que se llevara mi enfermedad. Gracias a la lectura de las palabras de Dios y a escuchar su plática, me sentí animada de repente. Comprendí que creía en Dios solamente para recibir bendiciones. Al principio, fui capaz de hacer a un lado a mi familia y a mi hijo para cumplir mis deberes, pero todo esto lo hice para recibir la protección y las bendiciones de Dios, y para que Él me salvara, y así entrar en el reino de los cielos. Al enfrentar la enfermedad, esperaba que Dios considerara el esfuerzo y la entrega que había dedicado a mis deberes y me sanara. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo y mi condición no solo no mejoraba, sino que más bien empeoraba, me volví negativa, me quejé y cuestioné a Dios por qué no me había sanado. Cuando mi condición se volvió grave, incluso empecé a buscar una forma de renunciar y quise dejar de hacer mis deberes y volver a casa para recuperarme. Comprendí que mis objetivos a la hora de esforzarme por Dios en mis deberes no eran los correctos y que, a través de mi esfuerzo y mi entrega, lo que quería era recibir bendiciones de Dios; cuando no pude obtener esos objetivos, pensé en dar la espalda a Dios. ¿De qué manera cumplía mis deberes? ¿En qué forma era leal o sumisa a Dios? Trataba de engañar a Dios y de hacer tratos con Él. No trataba a Dios como Dios; en cambio, lo trataba como una cornucopia, como una navaja suiza. ¡Era verdaderamente egoísta y despreciable! Fue entonces cuando comprendí que enfrentar mi enfermedad verdaderamente representaba la intención de Dios y que todo esto revelaba mis opiniones, motivos y deseos incorrectos. Si no fuera por eso, aún pensaría que al abandonar a mi familia y mi carrera para hacer mis deberes estaba demostrado un gran amor por Dios. La verdad era que no estaba cumpliendo mi deber para satisfacer a Dios, sino que lo hacía con intenciones impuras y fines transaccionales. Si continuaba creyendo en Dios y cumpliendo mis deberes desde este punto de vista, ¡Dios acabaría desdeñándome!
En mi búsqueda, también vi que no conocía la omnipotencia ni la soberanía de Dios. Al enfrentar mi enfermedad, me preocupaba constantemente que mi condición empeorara y que fuera a morir. Mi fe era demasiado insignificante. Dios dice: “Dios controla la totalidad del hombre y decide si este vive o muere” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). “¿Quién en toda la humanidad no recibe cuidados a los ojos del Todopoderoso? ¿Quién no vive en medio de la predestinación del Todopoderoso? ¿Acaso la vida y la muerte del hombre ocurren por su propia elección? ¿Controla el hombre su propio porvenir? Muchas personas piden la muerte a gritos, pero esta está lejos de ellas; muchas personas quieren ser fuertes en la vida y temen a la muerte, pero sin saberlo, el día de su fin se acerca, sumergiéndolas en el abismo de la muerte; muchas personas miran al cielo y suspiran profundamente; muchas personas lloran a mares, con lamentos y sollozos; muchas personas caen en medio de las pruebas y otras muchas son capturadas en medio de la tentación” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 11). Las palabras de Dios me hicieron comprender que Dios controla y tiene soberanía sobre todo, y que la vida y la muerte de las personas están en Sus manos. Que mi enfermedad mejorara o no, también lo estaba. Durante este tiempo, mi enfermedad me limitaba constantemente, y temía que mi condición se convirtiera en cáncer y pusiera en riesgo mi vida. Entonces, pensé en abandonar mis deberes para centrarme en mi salud. De la boca para afuera afirmaba que Dios tiene soberanía sobre todo pero, en la vida real, no tenía una fe verdadera en Él. Cuando enfrentaba dificultades, no confiaba en Dios ni me volvía a Él, sino que vivía preocupada y ansiosa y evaluaba formas de renunciar. No creía que mi posibilidad de mejoría estuviera en manos de Dios; en cambio, pensaba que únicamente me curaría si confiaba en mí misma para buscar tratamiento y me centraba en mi recuperación. ¿Acaso esta no era la perspectiva de un incrédulo? Cuando mi esposo estuvo enfermo, lo llevé a tratarse a todos lados, y los médicos dijeron que su condición no tenía tratamiento. Tanto amigos como familiares me aconsejaron que no siguiera haciendo esfuerzos inútiles, pero aún así me negaba a aceptar esa suerte. A fin de tratar su enfermedad, gasté todos nuestros ahorros e incluso me endeudé. Aunque me dediqué a cuidarlo y permanecí a su lado, al final, no pude salvar su vida. A partir de eso, comprendí que la vida y la muerte están predestinadas por Dios. Las personas no pueden controlar su porvenir ni pueden cambiar la suerte de los demás. De hecho, aunque cumpliera mis deberes en la iglesia o me fuera a casa, aún podía buscar tratamiento médico y cuidar mi cuerpo normalmente, pero, que mi enfermedad mejorara o empeorara ya estaba determinado por Dios. Cuánto dura la vida de una persona también es decisión de Dios. Si había llegado mi hora, aunque abandonara mis deberes y me quedara en casa para recuperarme, mi condición de todas formas empeoraría como debía y yo moriría cuando fuera mi hora. En cambio, si aún no era hora y mi misión no estaba terminada, entonces Dios no me dejaría morir antes de tiempo. Vi que no había reconocido la omnipotencia y la soberanía de Dios y que había pasado mis días sumida en la preocupación y la ansiedad, pensando si mi enfermedad empeoraría o si moriría. ¡Había sido verdaderamente tonta e ignorante! En realidad, estas preocupaciones fueron innecesarias y no cambiaron nada. Lo único que podía hacer era encomendar todo a Dios y comprometerme con Su soberanía y Sus arreglos. Al mismo tiempo, podría buscar atención médica, recuperarme con normalidad y cumplir mis deberes lo mejor que pudiera. Sin importar cuánto viviría o si mi enfermedad mejoraría, debía someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios.
Luego, leí más de las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). De las palabras de Dios, comprendí que soy un ser creado y que cumplir mis deberes es perfectamente natural y está justificado. Entonces, no debía intentar hacer tratos con Dios ni exigirle recompensas. Sin importar cómo me tratara Dios en el futuro, ya fuera con bendiciones o desgracias, debía ubicarme correctamente en la posición de ser creado, someterme a la soberanía de Dios y Sus arreglos y cumplir bien mis deberes. Si una persona puede ser salvada por Dios depende, en última instancia, de que acepte Su juicio y purificación, se despoje de su carácter corrupto y logre una compatibilidad con Dios. Las bendiciones de Dios no se ganan por medio del trabajo duro, el sufrimiento o el sacrificio. Desde que encontré a Dios, solo me había conformado con un entusiasmo y ajetreo superficiales; no había perseguido la verdad ni me había centrado en mi entrada en la vida, y rara vez hacía introspección o me reconocía por medio de las palabras de Dios. Después de hacer sacrificios y entregas, creía que tenía derecho a disfrutar de las bendiciones de Dios. Cuando mis esperanzas de ser bendecida se hicieron añicos, comencé a malinterpretar a Dios y a quejarme de Él, e incluso me arrepentí de mis sacrificios anteriores y dejé de estar dispuesta a cumplir mis deberes. Dios es santo y justo, y alguien como yo, egoísta y despreciable, que estaba siempre buscando bendiciones e intentando hacer tratos con Dios, embaucarlo y engañarlo mientras espera recibir bendiciones y entrar en el reino de los cielos, ¡simplemente era delirante! Yo no perseguía la verdad y, después de años de creer en Dios, mis opiniones sobre las cosas y el carácter-vida no habían cambiado. Aunque sufriera en gran medida o pasara los días corriendo de un lado a otro, seguiría siendo alguien que se resiste a Dios y, al final, sería descartada y castigada. Soy un ser creado y es natural y correcto que me esfuerce por Dios. No tengo derecho a exigirle bendiciones. En cambio, debo someterme a Sus orquestaciones y arreglos, y cumplir bien mis deberes; y, lo que respecta a mi final y mi destino, depende de los arreglos de Dios. Al darme cuenta de esto, oré a Dios: “Dios, si no fuera por esta enfermedad, no conocería mi intención adulterada de buscar bendiciones en mi fe. Estoy dispuesta a despojarme de mi intención de buscar bendiciones y, sin importar si me recupero o no, mientras me quede aliento, me esforzaré por Ti y cumpliré mis deberes. Incluso si algún día la enfermedad empeora y muero, no me quejaré y me someteré a Tu soberanía y Tus arreglos”.
Un día, durante mis prácticas devocionales, leí que las palabras de Dios dicen: “De vez en cuando, Dios te dispondrá situaciones en las que te podará a través de la gente de tu entorno, te hará sufrir, te hará aprender lecciones y te permitirá comprender la verdad y ver cómo son las cosas. Dios está realizando esta obra ahora mismo, al acompañar tu carne del sufrimiento, para que aprendas la lección, corrijas tu carácter corrupto y cumplas satisfactoriamente con tu deber. Pablo solía afirmar que tenía una espina en la carne. ¿Qué era esta espina? Una enfermedad, y no podía librarse de ella. Sabía muy bien lo que era esa enfermedad y que estaba dirigida a su carácter y su naturaleza. Si no se le hubiera clavado esta espina, si no lo hubiera perseguido la enfermedad, en cualquier lugar y momento habría podido fundar su propio reino, pero con su enfermedad no tuvo la energía. Por consiguiente, la enfermedad es muchas veces una especie de ‘paraguas protector’ de las personas. Si no estás enfermo, sino saltando de energía, es muy posible que cometas algún tipo de maldad y provoques algún problema. Es fácil que la gente pierda la razón cuando es extremadamente arrogante y disoluta. Se arrepentirá cuando haya cometido el mal, pero para entonces no será capaz de controlarse. Por eso es bueno un poco de enfermedad, es una protección para la gente” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Al creer en Dios, lo más crucial es recibir la verdad). Al considerar las palabras de Dios, me llené de gratitud hacia Dios. Si no me hubiera acontecido esta enfermedad, mi intención adulterada de buscar bendiciones en mi fe no habría quedado al descubierto, y habría continuado usando mi trabajo duro como capital para intentar hacer tratos con Dios. Si me hubiera hecho cargo de más responsabilidades y soportado más sufrimientos, me habría vuelto más arrogante y habría creído que poseía el capital para ganar la aprobación y las bendiciones de Dios. Si esta enfermedad no hubiera llegado para revelar mis opiniones erróneas sobre qué perseguir, no habría conocido mi intención adulterada al creer en Dios y habría continuado transitando la senda incorrecta. Como Pablo, quien exigió a Dios una corona de justicia, se resistió a Él y fue finalmente descartado y castigado por Dios. En retrospectiva, la enfermedad que me aconteció en realidad fue algo así como un paraguas de protección sobre mi cabeza. Era la forma que Dios tenía de protegerme y, aunque sufrí físicamente, corrigió mi perspectiva errónea sobre qué perseguir. No podría haber ganado estas cosas en un entorno confortable. Dios no me permitió experimentar la enfermedad para complicarme las cosas, sino que Su intención fue transformarme para permitirme buscar la verdad, hacer introspección y conocerme a través de la enfermedad y, así, arrepentirme ante Él. Gracias a mi enfermedad, llegué a comprender la meticulosa intención de Dios y que todo lo que Él le hace en las personas es siempre en pos de la salvación y el amor. ¡Estaba verdaderamente agradecida hacia Dios!
Después de esto, dediqué mi corazón a mis deberes. Aunque a veces pensaba: “Qué lindo sería tener un cuerpo saludable. Me pregunto cuándo mejorará mi enfermedad”, me daba cuenta rápidamente de que seguía exigiendo cosas a Dios sin someterme, así que oraba a Dios en silencio: “Dios, no importa cuánto tiempo me acompañe esta enfermedad, e incluso si no mejora, estoy dispuesta a someterme a Tus orquestaciones y arreglos y, mientras me dure el aliento, cumpliré con mis deberes”. Por medio de la oración, mi corazón se calmó mucho. Al reflexionar sobre cómo antes me había regodeado en mi enfermedad y retrasado la obra de la iglesia, y que aún así Dios me había dado la oportunidad de arrepentirme a través de mis deberes, estuve dispuesta a cambiar mi actitud previa hacia ellos y compensar la deuda que tenía con Dios. Luego, resumí las desviaciones y los problemas en el trabajo con la hermana con la que colaboraba, registré una por una las tareas que había que poner en práctica, compartí cómo hacerlo con los hermanos y hermanas y resolví realmente los problemas que ellos encontraban en sus deberes. Después de un tiempo, la obra de la iglesia mejoró un poco en todas las áreas, y los hermanos y hermanas estuvieron activos en sus deberes también. Además, me sentí muy incentivada y ya no me limitó mi enfermedad como antes. Un día, me topé con un remedio que podía tratar mis problemas estomacales y, después de tomarlo algunas veces, me dejó de doler el estómago y mi cuerpo se recuperó de a poco. Agradecí y alabé a Dios desde el fondo de mi corazón y vi cuán sabio y todopoderoso es. ¡Todo lo que Dios hace es para cambiarme y purificarme!
Al experimentar esta enfermedad, aunque sufrí físicamente, llegué a corregir mis opiniones equivocadas sobre creer en Dios y las impurezas en mi fe se purificaron de cierto modo. También llegué a comprender que es perfectamente natural y está justificado que un ser creado cumpla sus deberes y que, aunque encontremos bendiciones o sufrimientos, debemos someternos a las orquestaciones y arreglos de Dios y cumplir bien nuestros deberes. Todos estos entendimientos y cambios que logré fueron el resultado del juicio y el escarmiento de las palabras de Dios.