36. Tener un negocio honesto ya no es difícil

Por An Xin, China

En 2011, mi marido y yo teníamos un negocio de carne en el mercado. Queríamos hacer dinero gestionándolo de manera honesta. Conducíamos nuestro negocio con integridad, nunca engañábamos y teníamos precios fijos para todos los clientes. Mientras nos sintiéramos tranquilos, no importaba cuánto vendiéramos. Cuando los clientes preguntaban si la mercancía era fresca o congelada, les decía la verdad, que era carne congelada acabada de descongelar. En cuanto los clientes oían esto, se daban la vuelta y se iban. Pasado un tiempo, nuestro negocio no mejoraba. Al ver que fracasaba, impotente, mi marido dijo: “Si no hacemos algo de dinero para finales de año, deberíamos vender la tienda”. Me alteró mucho oírle decir eso. “Pedimos un préstamo de 200 000 yuanes al banco para empezar el negocio y hay que pagarlo en tres años. A eso le sumamos el coste de la cámara frigorífica, las tasas del puesto y la gasolina del vehículo, y todos estos gastos suponen unos 200 yuanes al día. Tenemos niños en casa y hace falta dinero para cualquier cosa, ya sean los gastos diarios o las necesidades de los pequeños. ¿Qué vamos a hacer si el negocio no funciona?”. Los clientes preguntaban a veces por los productos de nuestro puesto y luego corrían a los de nuestros competidores para comprarles a ellos. Yo no entendía por qué: “La carne es descongelada en ambos sitios, ¿por qué se la compran a nuestros competidores entonces?”. A fin de hacer dinero, mi marido y yo quisimos aprender de nuestros competidores. Nos comentaron: “Yo les digo a mis clientes que nuestra carne es fresca. ¿Para qué decir la verdad? Eres tonto si lo haces. Estamos en el negocio para hacer dinero. De eso se trata. ¿Creéis que la gente os elogiará por vuestra honestidad? ¿Qué se puede comprar con cumplidos? El dinero en la mano y la comida en la mesa, eso es lo real”. Tras oír aquello, sentí incertidumbre: “¿De veras hacer esto es lo correcto? ¿Y si los clientes averiguaban que los habían engañado y volvían para causar problemas?”. Pero me daba cuenta de que la mercancía de nuestros competidores se vendía como rosquillas, hacían más dinero y sus vidas prosperaban. Si bien nosotros éramos honestos en los negocios, no vendíamos nada y no ganábamos dinero. Asimismo, nos quedaban aún muchas deudas que saldar, así que me pareció que ya no podíamos permitirnos ser honestos ni estrictos, y que para nosotros lo más importante era encontrar la manera de hacer dinero y vivir bien.

Un día, mientras mi marido y yo estábamos ocupados, una mujer elegante de cuarenta y tantos años y pelo rizado vino al puesto y preguntó: “¿Cuánto valen las costillas?”. Dije: “11 yuanes la libra”. La mujer hizo una breve pausa y dijo: “Las costillas tienen buena calidad; ¿las pueden vender algo más baratas? Compraré varios cientos de libras de una vez y, si están de acuerdo, ¿me las podrían cortar en pedazos pequeños? Si todo sale bien, les compraré en el futuro”. Mi marido dijo enseguida: “¡Claro! Si compra más, le haré un descuento de un yuan por libra”. Me impactaron las palabras de mi marido, pues el margen de ganancia de una libra de costillas ya era muy pequeño y, con un descuento de un yuan, apenas quedaba algo de beneficio. La mujer, un poco preocupada, dijo: “Quiero que la calidad de estas costillas sea buena. Si son malas, las devolveré”. Mi marido la tranquilizó, confiado. Después de que la clienta se marchara, le dije a mi marido, descontenta: “Con tan poca ganancia, da igual cuánto vendamos, ¡apenas haremos dinero!”. Mi marido se rio y me dijo: “Sé cómo podemos hacer dinero. El otro día vi a uno de nuestros competidores cortar costillas en pedazos pequeños, y luego mezclarlas con costillas de cerdas y cerdos viejos que habían muerto; una vez mezcladas no se nota la diferencia. Piénsalo, ¿por qué tienen todavía tantos clientes, aunque sus costillas sean de poca calidad? Es porque son baratas. ¿Estos días a cuántos clientes les importa en realidad la calidad? Si no le haces un descuento a esta señora, simplemente acudirá a otro vendedor”. Yo seguía preocupada y le dije a mi marido: “¿Qué pasa si procesas cientos de libras de costillas y luego ella las devuelve sin más en cuanto vea que no son buenas?”. Mi marido dijo confiado: “No te preocupes, procesaré algunas buenas y luego las mezclaré con otras baratas y nadie lo notará”. Después de oír a mi marido decir esto, pensé para mis adentros: “Nunca hemos tenido a un cliente tan grande, ¿acaso mezclar cosas falsas es solo para hacer algo de dinero?”. Por tanto, acepté la propuesta de mi marido. Después de procesar las costillas, la señora vino a recogerlas. El corazón se me iba a salir por la boca, la observaba con cautela y me sudaban las manos. Para mi sorpresa, cuando la señora las examinó con atención, no notó problema alguno. A partir de entonces, la señora nos siguió pidiendo costillas procesadas, continuamos empleando ese método y siguió entrando dinero. Pensé: “No es extraño que la gente diga que: ‘Vayas donde vayas, los compradores nunca son tan listos como los vendedores’. Hay que ser listo en los negocios, ¡cómo puede hacer la gente tanto dinero si no!”.

Cerca de fin de año, nuestro puesto estaba abarrotado de gente que venía a comprar nuestra mercancía. Las manitas de cerdo tenían una alta demanda por Año Nuevo, pero como el precio de las manitas delanteras era demasiado alto, hicimos pasar las traseras por delanteras. Al principio, los clientes preguntaban: “¿Estas son manitas delanteras, señora?”. Me ponía muy nerviosa cuando los clientes preguntaban esto. Si decía que eran manitas delanteras, estaría mintiendo, pero si decía la verdad, no nos las comprarían. No tenía valor para mirar a los clientes a la cara y solo respondía: “Todas son manitas delanteras, puede comprarlas tranquilo”. Después de oírme decir aquello, los clientes compraban unas cuantas. Yo solo respiraba hondo y aliviada cuando se iban. Pero una vez, un cliente fue suspicaz y preguntó: “¿Cómo es que tienen tantas manitas delanteras? He oído que son difíciles de encontrar”. Me dio un vuelco el corazón y se lo expliqué a toda prisa: “Se matan más cerdos por Año Nuevo, así que hay más manitas delanteras disponibles”. El cliente siguió preguntando: “Dicen que las manitas delanteras tienen siete articulaciones, ¿por qué las suyas no?”. Cuando dijo eso, se me puso el corazón en la boca y pensé: “Esta persona sabe mucho sobre manitas de cerdo, tal vez debería decirle sin más que estas son manitas traseras. Pero, si digo la verdad, ¿no terminaré avergonzándome?”. Para cubrir la mentira, me forcé a decir: “Ahora usan sierras eléctricas para cortar las manitas y cercenan las articulaciones durante la matanza”. Me creyó de veras y compró algunas manitas. Aunque hacíamos dinero, para mí estaba claro que era inaceptable ganarlo mediante mentiras, y temía que, si seguía engañando de manera tan flagrante a los clientes, podrían volver y causar problemas si descubrían que se les engañaba. Sin embargo, después de un tiempo, cuando nadie vino a causar disturbios, respiré aliviada. También pensaba que no solo nosotros hacíamos esto y que nuestros competidores hacían lo mismo, y, poco a poco, me sentí más cómoda mintiendo.

En marzo de 2013, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Durante una reunión, vi a hermanos y hermanas reflexionar mediante la exposición a las palabras de Dios y compartir la corrupción que revelaban. Pensé para mis adentros: “¿Por qué siempre dejan al descubierto su lado feo y le dicen a todo el mundo las cosas que más les avergüenzan? ¿Acaso no es eso una necedad?”. En aquel momento, no entendía lo que estaban haciendo los hermanos y hermanas. Pero, después de creer en Dios durante más tiempo, al fin entendí que la obra de Dios de los últimos días consiste en purificar y cambiar a las personas mediante Sus palabras, y que Dios solo puede salvarnos si desechamos nuestras actitudes corruptas. Luego, leí las palabras de Dios: “Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Él requiere de las personas que sean honestas, puras en sus acciones y sus palabras, sin engaños, y que sean sinceras. Pero en mi corazón, los requerimientos de Dios chocaron con mi realidad. Sabía que debería ser una persona honesta, pero sentía que, si en mi negocio no engañaba a la gente, se marcharían todos mis clientes. ¿Cómo haría dinero entonces? Antes vendía mucho menos porque decía la verdad, y, si era igual de estricta que antes, nuestro negocio de seguro fracasaría. Pensé que simplemente estaría bien no mentir ni engañar en las reuniones o en la vida diaria. Con eso en mente, me comporté de manera acorde.

Entre los productos cárnicos que ofrecía, los codillos de ternera se vendían muy bien, pero su coste era muy alto, con una ganancia de solo uno o dos yuanes por libra. En comparación, el coste del codillo de cerda era mucho menor. Como a las cerdas se las cría más tiempo, en apariencia, el codillo de cerda, aparte del hecho de que es más pequeño que el de ternera, no difiere mucho en otros aspectos. Así que en el mercado había quienes pasaban el codillo de cerda como de ternera, y nosotros hacíamos lo mismo. Algunos compradores de restaurantes estaban desconcertados y preguntaban: “¿Por qué venden la ternera tan barata?”. Cuando preguntaban esto, adoptaba una expresión calmada y decía: “Es carne de ternero joven. Los crían muy poco tiempo y luego los matan, así que es más barata”. Al oír esto, los compradores de restaurantes adquirían una poca, en diferente medida. Después de hablar, me latía fuerte el corazón, pues temía que los compradores preguntaran algo más que no pudiera responder. Si averiguaban que los estaba engañando y me denunciaban, es probable que me retiraran la licencia del negocio. Si me sancionaban, todo el dinero que había ganado se perdería y no tenía claro si acabaría en la cárcel. Algunos restaurantes pedían recibos, así que, para cubrirme, solo escribía “codillo” en el recibo, nada de ternera. Cuando las autoridades de sanidad alimenticia venían a inspeccionar el mercado, recogía antes para evitar la inspección. Después de cada mentira que decía, me sentía intranquila, porque había oído que comer esta clase de carne de cerda podría ser dañina para la salud. Me vi atrapada en un dilema, pues sabía muy bien que mentir estaba mal y que hacer negocios de esta manera era reprobable, pero así lográbamos muchos beneficios y no quería renunciar a ellos. Recordé que antes solía mirar el precio cuando estaba por comprar algo, pero ahora directamente adquiría lo que fuera que necesitaba. Mis padres también se habían beneficiado mucho de esto, y mi suegro decía alegremente: “Os va muy bien a los dos, ¡parece que sois el verdadero sostén de nuestra familia!”. Al oír esto no podía evitar sonreír y pensar para mis adentros: “Tener dinero es genial, si quieres una cartera llena, necesitas una mente despierta”. Para seguir ganando dinero, continué engañando a la gente. Hasta que sucedió algo que me hizo cambiar mis costumbres.

Una mañana, un cliente habitual me preguntó con expresión hosca: “El intestino grueso que me diste ayer no era fresco, ¿verdad?”. Me latió fuerte el corazón. El intestino grueso que le había dado el día antes era un resto del día anterior y desde luego no era fresco, pero si decía la verdad, se pondría furioso. ¿Y si nunca volvía a comprar? Dije rápidamente: “Era fresco”. El cliente no dijo nada al oír eso y se limitó a darse la vuelta y marcharse. Me sentí culpable y triste al ver cómo se marchaba. Este cliente nos compraba desde hacía mucho, pero yo lo había engañado por los beneficios, ¡era realmente inmoral! No fui honesta y probablemente nunca más confiaría en mí. En efecto, al día siguiente, este cliente fue a otra tienda a comprar sus productos. Al ver esto, me llené de remordimientos y me di cuenta de que esta situación la había permitido Dios. Él escruta los recovecos más profundos del corazón de las personas. ¿Cómo iban a escapar a la vista de Dios mis pensamientos, intenciones y todas y cada una de mis acciones? Entonces, empecé a hacer introspección.

Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios: “En el pasado, las personas dirigían sus negocios de modo tal que no se engañaba a nadie, vendían los artículos al mismo precio, independientemente de quién comprara. ¿No se transmite aquí un indicio de buena conciencia y humanidad? Cuando las personas obraban así, de buena fe al dirigir su negocio, se puede ver que seguían teniendo cierta conciencia y humanidad en ese tiempo. Pero con la exigencia creciente del hombre de tener más dinero, sin darse cuenta, las personas llegaron a amar cada vez más el dinero, la ganancia y el placer. ¿Las personas no priorizan el dinero más que antes? Cuando ellas ven el dinero como algo muy importante, inconscientemente descuidan su reputación, su renombre, su prestigio y personalidad; ¿no es así? Cuando te metes en negocios, ves a otras personas enriquecerse a partir de embaucar a los demás. Aunque el dinero ganado es deshonesto, cada vez son más y más ricos. Ver todo de lo que disfruta su familia te molesta: ‘Ambos hacemos negocios, pero él se enriqueció. ¿Por qué yo no puedo hacer mucho dinero? Esto no puede ser, debo encontrar la manera de ganar más dinero’. Después de eso, no piensas más que en cómo hacer una fortuna. Una vez que has abandonado la idea de que ‘el dinero debe ganarse con conciencia, sin engañar a nadie’, entonces, impulsado por tus propios intereses, tu forma de pensar cambia gradualmente, al igual que los principios que rigen tus acciones. Cuando engañas a alguien por primera vez, sientes el reproche de tu conciencia y tu corazón te dice: ‘Hecho esto, esta es la última vez que engaño a alguien. ¡Engañar siempre a la gente tendrá su retribución!’. Esta es la función de la conciencia del hombre: hacer que tengas escrúpulos y te reproches, de manera que cuando obres así, lo sientas poco natural. Sin embargo, después de haber tenido éxito engañando a alguien, ves que ahora tienes más dinero que antes y crees que este método puede resultarte muy beneficioso. A pesar del apagado dolor en tu corazón, todavía te apetece felicitarte por tu éxito, y te sientes algo contento contigo mismo. Por primera vez apruebas tu propia conducta y tu propio engaño. Una vez que el hombre ha sido contaminado por este engaño, es lo mismo que aquel que se involucra en el juego y después se convierte en jugador. Sin darte cuenta, apruebas tu propia conducta engañosa y la aceptas. En tu inconciencia, consideras que el engaño es una conducta comercial legítima y el medio más útil para tu supervivencia y tu sustento; piensas que, al hacer esto, puedes hacer una fortuna rápidamente. Esto es un proceso: al principio, las personas no pueden aceptar este tipo de comportamiento y menosprecian esta conducta. Después empiezan a experimentar con esta conducta probándola a su manera, y su corazón empieza a transformarse poco a poco. ¿Qué tipo de transformación es esta? Es una aprobación y la admisión de esta tendencia, de esta idea infundida en ti por la tendencia social. Sin darte cuenta llegas a sentir que si no engañas a las personas al hacer negocios con ellas, estarás peor; sientes que, si no engañas a las personas, es como si hubieras perdido algo. Inconscientemente, este engaño se convierte en tu alma misma, en tu pilar, y en un tipo de comportamiento indispensable que es un principio en tu vida. Después de que el hombre ha aceptado esta conducta y este pensamiento, ¿no causa esto un cambio en su corazón? Tu corazón ha cambiado, ¿ha cambiado, pues, tu integridad también? ¿Ha cambiado tu humanidad? ¿Ha cambiado tu conciencia? Todo tu ser, desde tu corazón hasta tus pensamientos, desde el interior hasta el exterior, todo se ha transformado, y es un cambio cualitativo. Este cambio te lleva cada vez más y más lejos de Dios y te alineas más y más con Satanás, y eres más y más semejante a él, con lo cual la corrupción de Satanás te convierte en un demonio(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Las palabras de Dios son muy ciertas. En el pasado, la gente gestionaba sus negocios con honestidad y sin engaños, y los precios eran fijos. Hoy en día, la gente tiene una demanda creciente de dinero y beneficios para disfrutar de una vida mejor, y ya no les importa la integridad ni la reputación. En cambio, la avaricia de la gente se ha vuelto insaciable, se mueven por el beneficio y se atreven a cualquier cosa por dinero. Para mantener la comida fresca, la gente rocía conservantes en los plátanos, empapan los lichis de químicos y rocían o remojan en conservantes verduras como el apio, los brotes de ajo, los boniatos y las setas. Aunque estas frutas y verduras parecen resplandecientes por fuera, están llenas de químicos. Es asqueroso comerlas. Los negocios emplean esta clase de métodos solo para hacer dinero. No les importa en absoluto si estas cosas perjudican la salud de la gente. ¿Acaso tienen conciencia de algún tipo? En esta sociedad materialista, la gente idolatra el dinero y se mueve por los beneficios. Viven con el veneno satánico de: “El dinero mueve el mundo” y solo quieren ganar más, y hacen lo que haga falta para conseguir ganancias más altas. El deseo crece sin parar, como una bola de nieve y, al final, su avaricia es insaciable y ya no les importa la reputación, la credibilidad o la integridad. Tales personas han perdido la base para la conducta propia y ya no pueden siquiera llamarse humanos. ¡Simplemente son diablos vivientes! Rememoré cuando llevaba mi negocio con honestidad, nunca engañaba a nadie y tenía precios fijos; entonces podía decir que ganaba dinero apelando a mi conciencia. Pero hacer esto significaba que no podía retener a los clientes ni hacer dinero. Entonces, me fijé en mis competidores, que vendían los mismos productos que yo pero se limitaban a mentir para hacer dinero. Poco a poco, empecé a tener pensamientos deshonestos. Al principio, cuando mentía, sentía un malestar en mi conciencia. Tenía miedo de que la gente lo descubriera y me dejara en evidencia, y siempre estaba aterrada después de mentir. Luego, movida por el beneficio, mentir se convirtió en una costumbre habitual para mí. Pensaba que, por muchos métodos o medios que usara, la verdadera habilidad era ganar dinero haciendo que los clientes compraran mi mercancía. Dicen: “Gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones” y solo cuando tienes dinero en la mano puedes poner comida en la mesa. Hice pasar manitas traseras por delanteras para sacar beneficios, e hice pasar cerdo por ternera para engañar a los clientes. Incluso vendí restos de intestinos de cerdo del día anterior a un cliente habitual y, cuando me preguntó, seguí sin admitir lo que había hecho. En aras de mis propios intereses, engañaba a mis clientes una y otra vez. Dios requiere de nosotros que tengamos humanidad y conciencia, pero fui en contra de los requerimientos de Dios a los humanos. No tenía conciencia en absoluto, e incluso me resultaba dificil decir la verdad. La gente actúa y el Cielo observa. Dios determina nuestros desenlaces en función de nuestras acciones. Si siempre era astuta y falsa, solo lograría que Dios me detestara. Dios ama a la gente honesta y detesta a la falsa. Ya no podía vivir más según este falso proceder. Así que oré a Dios en mi corazón: “Dios, sé que quieres que seamos honestos, pero nunca logré practicar la verdad. Por favor, guíame para rebelarme contra mi carne y vivir conforme a Tus palabras”.

Luego, cuando algunos compradores de restaurantes vinieron a por ternera, me mostré muy indecisa y pensé: “Si les digo que es carne de cerda, ¿dejarán de comprarnos? ¿Me culparán por haberles mentido antes?”. Seguía queriendo decir que era venado, pero me di cuenta de que sería un error seguir mintiendo. Así que dije: “En realidad, es carne de cerda, por eso se vende más barata”. Los compradores sonrieron, no dijeron nada y se marcharon: Cuando se fueron, mi marido se enfadó y me regañó: “¿Por qué has dicho la verdad? Ahora que saben que es ternera falsa, seguro que no nos compran más”. Para ser del todo honesta, también me asustaba que decir la verdad afectara al negocio, pero creía en Dios, así que no podía seguir engañando a la gente; que vendiéramos más o menos era cosa de Dios. Le dije a mi marido: “Nos compren o no, deberíamos decir la verdad. Siempre estamos engañando a la gente, pero, ¿cómo vas a explicarlo cuando descubran que es ternera falsa? Está mal engañar a la gente. En cualquier caso, voy a decir la verdad, ya no puedo mentir ni engañar más a la gente”. Mi marido me miró con desprecio, pero no dijo nada más. Sin embargo, lo que no esperaba era que luego, uno de los compradores de restaurantes me dijera: “En realidad estamos al tanto de que no es ternera real, ¿cómo iba a ser tan barata si no? Aunque la carne de cerda también es sabrosa, la carne picada es diferente a la de ternera. Para hacer dinero, tenemos que vender cerdo por ternera, pero no me esperaba que dijeras la verdad”. Tras oír esto, me quedé convencida de que practicar de acuerdo con las palabras de Dios era lo correcto, y probé la dulzura de ser una persona honesta. Más adelante, las manitas que vendía eran frescas y se las compraba al por mayor a la procesadora de carne. El paquete completo era una mezcla de manitas delanteras y traseras. Por Año Nuevo, los clientes vinieron al puesto y me preguntaron: “¿Todo esto son manitas delanteras?”. Dudé un momento y pensé: “Si solo compran manitas delanteras, las traseras serán difíciles de vender, así que me limitaré a decirles que son todas manitas delanteras frescas”, pero, de inmediato, rechacé este pensamiento y me amonesté en mis adentros: “Dios escruta todas mis palabras y acciones, debería decir la verdad”. Así que dije la verdad y además les mostré cómo identificar las manitas delanteras y, gracias a mi método, fueron capaces de reconocerlas. Sin embargo, algunos clientes no me creían y decían: “No nos estás engañando, ¿verdad?”. Con total sinceridad, les decía: “Si los estuviera engañando, no les diría cómo identificar las manitas delanteras y les diría sin más que todas lo son”. Después de oir esto, todos compraron un poco. Al ver marcharse a los clientes, sentía una gran sensación de calma en el corazón.

Luego, leí las palabras de Dios: “¿Cuál es el significado de que Dios requiera a las personas que sean honestas y que no tengan motivos egoístas ni intenciones, obstinación, adulteraciones ni ningún lado oscuro? Es permitirles purificar sus actitudes corruptas, alcanzar la santidad poco a poco, vivir en la luz, más libremente y liberadas, sentirse llenas de goce y rebosar de alegría y paz; esas son las personas más bendecidas de todas. El objetivo de Dios es perfeccionarlas y permitirles disfrutar de la mayor de todas las bendiciones. Si te conviertes en alguien así, ¿qué beneficios puede Dios obtener de ti? ¿Tiene Él algún motivo oculto? ¿Obtiene algún beneficio de todo esto? (No). Por tanto, si alguien es honesto, ¿quién es el mayor beneficiario de esto? (Esa persona en concreto). ¿Qué beneficios y ventajas puede alguien recibir de esto? (Su corazón será libre y estará liberado, y su vida será cada vez más sencilla; los demás confiarán cada vez más en él en sus interacciones y tendrá relaciones normales con otros). ¿Qué más? (Cuando la gente se comporta de acuerdo con las palabras y los requisitos de Dios, deja de estar dolorida; al contrario, tiene una vida relajada, tranquila y feliz). Este sentimiento es bastante real. Así pues, ¿cuál es el objetivo de la salvación del hombre por parte de Dios? (Transformar y purificar a las personas para que al final Él pueda ganarlas). ¿Cuál es la consecuencia de que Dios gane a alguien? Es obtener el destino maravilloso que Él ha prometido. Por tanto, ¿quién es el mayor beneficiario de esto? (El hombre). ¡El hombre es el mayor beneficiario!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El hombre es el mayor beneficiario del plan de gestión de Dios). Dios ha revelado en la charla el significado y el propósito de Su requerimiento de que las personas sean honestas. El propósito del requerimiento de Dios de que las personas sea honesta tiene como fin permitirles desechar su corrupción y que Dios las salve, y vivir conforme a los requerimientos del Creador, con rectitud y dignidad. Las palabras de Dios me hicieron sentir realmente culpable, y pensé en cómo había usado las mentiras y el engaño para hacer dinero en el pasado. Aunque había ganado algo de dinero, mi conciencia no estaba tranquila, y debía seguir encubriendo mentiras con otras mentiras, así que mi vida era agotadora. Tenía continuamente los nervios de punta, y siempre temía que un día se desmoronaran mis mentiras y los clientes causaran problemas. Una persona solo puede vivir de veras en la luz y tener paz y seguridad en su corazón si practica conforme a las palabras de Dios y es honesta. La mercancía que adquirimos ahora es ternera real de alta calidad. A veces, vienen clientes a nuestro puesto para comprar la ternera barata, y les digo que la que vendíamos antes era falsa y dañina para el cuerpo, así que ya no la vendemos. Además, si un producto no es fresco de ese mismo día, digo la verdad a los clientes y no les importa; dicen que si no está estropeado no pasa nada y lo compran igual. Al hacer negocios de esta manera, tengo el corazón tranquilo.

Después de experimentar esto, he logrado aprender que decir la verdad y practicar ser una persona honesta lleva tranquilidad y disfrute a nuestro corazón, y eso es algo que el dinero no puede comprar. Las palabras de Dios me transformaron: pasé de ser una persona de negocios motivada por los beneficios a alguien que obra con integridad. ¡Gracias a Dios!

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