38. Ahora sé cómo tratar mi transgresión
En 2012, cuando era líder de la iglesia, la policía local me arrestó debido a la traición de un judas. La policía me torturó durante cuatro días y tres noches seguidas, y se turnaban para vigilarme. Cada vez que empezaba a quedarme dormida, me golpeaban la cabeza con un cuenco de cerámica y me gritaban e insultaban. Me presionaron para que revelara quiénes eran los líderes superiores y, cuando veían que no les decía nada, tiraban de mis esposas hacia atrás con todas sus fuerzas y me amenazaban con expulsar a mis dos hijos de la universidad si no hablaba. No caí en sus trucos y no dije nada. Más tarde, estaba tan agotada que no podía soportarlo más. Me zumbaban los oídos y la cabeza. Oí que un agente me decía: “Vamos a ver si aguantas una semana más. Tenemos todo el tiempo del mundo. Te mantendremos así hasta que pierdas el control de tu cerebro y nos digas lo que queremos saber”. Yo estaba muy aturdida y trataba de despejarme un poco. Un agente me dijo con vehemencia: “Si no confiesas, te enviaremos a otra provincia en secreto y tu familia no sabrá dónde estás”. Al oír esto, sentí mucho miedo. Pensé que, si me enviaban a otra provincia, seguro que me seguirían torturando y que, si moría a causa de la tortura, no tendría ninguna posibilidad de obtener la salvación. En ese momento, los agentes exigieron que les diera los nombres de al menos siete personas. Estaba tan atormentada que apenas podía mantenerme en pie y temía que, si perdía el control de mi cerebro y revelaba información importante sobre la iglesia, me convertiría en un judas que traicionó a Dios, lo que conllevaría un castigo aún más severo. Pensé: “Ya han multado y liberado a los cuatro hermanos y hermanas que arrestaron hace unos días. Si doy sus nombres, la policía no irá tras ellos por el momento. También hay otra persona que arrestaron y me delató en el pasado, pero ya la han expulsado de la iglesia. Aunque la policía lo atrape, como no tiene ninguna información sobre la iglesia, la iglesia no sufrirá pérdidas”. Así que di los nombres de esas cinco personas. Para mi sorpresa, un jefe de policía estampó con fuerza un cuaderno frente a mí, mientras me señalaba y gritaba: “¡No me vengas con tonterías! ¡Ya hemos ‘educado’ a esas personas!”. Cuando vieron que su jefe se había enojado, algunos de los subordinados me envolvieron la cabeza con una manta eléctrica y me pisotearon las rodillas. Luego me quitaron los zapatos y los calcetines y me azotaron las plantas de los pies con un cinturón de cuero. Uno de ellos dijo: “Si no hablas, te clavaremos palillos de bambú bajo las uñas”. Tras decir esto, se fue al coche a buscar el bambú. Yo estaba aterrada y pensaba: “Si me clavan bambú bajo las uñas, ¿cómo podré soportarlo? Parece que están decididos a torturarme hasta la muerte”. Me sentía muy débil. Pensé en un hermano que a menudo me acogía. Era un señor mayor que se limitaba a acoger reuniones en su casa, así que pensé que delatarlo no acarrearía grandes pérdidas a la iglesia. Escribí su nombre real y su dirección. Vieron que todavía no había nombrado a muchas personas, así que me siguieron interrogando. En ese momento, recuperé la lucidez y sentí un gran vacío en el corazón, como si hubiera perdido mi alma. Me dio mucho miedo. Había delatado a mis hermanos y hermanas, como Judas, y Dios no me perdonaría. Mi vida como creyente en Dios estaba a punto de llegar a su fin. Odiaba a esos demonios y me odiaba a mí misma por haber caído en sus trampas. Tras eso, cuando intentaron hacerme hablar de nuevo, me negué con firmeza y, al final, me dejaron ir.
Cuando llegué a casa, ya no tenía más fuerzas en el cuerpo. Recordé un pasaje de las palabras de Dios que había leído antes: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona. Debo deciros esto: cualquiera que quebrante Mi corazón no volverá a recibir clemencia, y cualquiera que me haya sido fiel permanecerá por siempre en Mi corazón” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Dios es justo y santo. Delaté a mis hermanos y hermanas, como Judas, y ofendí el carácter de Dios. Sentí que seguramente Él no querría a alguien como yo. Cada vez que pensaba en que había delatado a mis hermanos y hermanas, oleadas de dolor me inundaban el corazón. El hermano, que era un señor mayor, me había acogido, pero yo lo había delatado. Me odiaba a mí misma por devolver su amabilidad con vileza, por ser peor que un animal y, aún más, me arrepentía de haber traicionado a Dios. Durante esa época, lloraba casi todos los días. Recordé lo feliz que había sido yendo a reuniones y cumpliendo deberes con mis hermanos y hermanas, pero esos días se habían acabado para siempre. Me había convertido en un judas que Dios desdeñaba. Había cometido un pecado imperdonable y sentía que, incluso si seguía teniendo fe, Dios no salvaría a alguien como yo. Ni siquiera quería leer los libros de las palabras de Dios ni orar y, cada vez que pensaba en que mi vida como creyente en Dios llegaba a su fin, me sentía muy triste y abatida. Pensaba que cuando muriera, la muerte podría traerme alivio. Tras haber caído tan bajo, oí una voz muy suave que me susurraba al oído: “Siempre que tengas un hilo de esperanza, Dios te ofrecerá salvación”. Busqué de inmediato las palabras de Dios para leerlas. Dios dice: “Mientras tengáis una brizna de esperanza, independientemente de que Dios recuerde o no vuestras transgresiones pasadas, ¿qué mentalidad deberíais mantener? ‘Debo procurar un cambio en mi carácter, buscar el conocimiento de Dios, no permitir que Satanás me vuelva a engañar y no volver a hacer jamás nada que avergüence el nombre de Dios’” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Al leer las palabras de ánimo de Dios, me conmoví tanto que rompí en llanto. Me sentí muy avergonzada. Dios no me estaba tratando según mi transgresión, sino que me daba la oportunidad de arrepentirme. Tenía que seguir adelante con mi búsqueda. Si no podía cumplir mis deberes, podía leer las palabras de Dios en casa y no debía seguir hundiéndome en la desesperación. Más tarde, me enteré por medio de los hermanos y hermanas que la policía no había ido tras las personas que yo había delatado. En cuanto al hermano que me había acogido, cuando la policía fue a su casa a arrestarlo, oyó que se acercaban y se escondió, por lo que no lo capturaron. Como no causé una pérdida importante a la iglesia, no me expulsaron. Sabía que eso era por la misericordia y la tolerancia que Dios me había mostrado y me sentí muy agradecida y en deuda con Él. Estaba llena de remordimiento y culpa. Durante el interrogatorio policial, si hubiera podido desentrañar sus trucos y confiar en Dios para resistir un poco más, habría terminado mucho mejor, no me habría convertido en un judas y no habría dejado una mancha tan grande a mi paso. En el futuro, si la policía volvía a arrestarme, me mantendría firme en mi testimonio e, incluso si me mataban a golpes, no me rendiría ante Satanás ni traicionaría a mis hermanos y hermanas.
A finales de otoño de 2013, la Brigada Nacional de Seguridad del condado ordenó a la policía local que me llevara por la fuerza a la Oficina de Seguridad Pública. En el camino, pensé: “No importan los trucos que la policía use esta vez, incluso si me torturan hasta la muerte, no delataré a mis hermanos y hermanas ni les daré información sobre la iglesia”. Cuando llegué a la Oficina de Seguridad Pública, el capitán de la Brigada Nacional de Seguridad me interrogó sobre el paradero de las ofrendas de la iglesia y dijo que, si no respondía, me enviarían al centro municipal de detención de mujeres. Vi que iban tras el dinero de la iglesia. Eran totalmente despreciables y sinvergüenzas. Por mucho que me amenazaron, permanecí en silencio. Al final, me dejaron ir. Después de regresar a casa, me pusieron bajo vigilancia constante y también dijeron a mi familia que me vigilara. Durante casi dos años, no pude asistir a reuniones ni cumplir mis deberes con normalidad. Me sentía algo desanimada y, cada vez que pensaba en que una vez había traicionado a Dios y había actuado como un judas, que ya no podía cumplir con ninguno de mis deberes, que no tenía oportunidad de expiar lo que había hecho y que, en última instancia, estaría entre las personas descartadas, me dolía el corazón como si me apuñalaran con un cuchillo. Lloraba mientras oraba a Dios y le pedía que me guiara. Más tarde, recordé el himno de las palabras de Dios que yo solía cantar antes “Las pruebas exigen fe”: “Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en general, debes tener fe en la obra de Dios y, como Job, no debes negarlo” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Llegué a entender la intención de Dios. Lo que uno debe poseer a través del sufrimiento y la refinación es una fe verdadera en Dios. Tenía que someterme y no podía perder la fe en Dios. Incluso si no podía salir a cumplir mi deber, podía escribir artículos de testimonios vivenciales en casa. Al pensar en esto, mi dolor se alivió un poco.
En 2015, la iglesia dispuso que realizara deberes relacionados con textos. Una vez, escuché al hermano Zhang Ming hablar sobre su experiencia de cuando lo arrestaron por su fe. Dijo: “Aunque me delaten y encarcelen, no venderé a los demás. ¡Si lo hiciera, carecería por completo de humanidad!”. Al escuchar al hermano decir esto, ni siquiera me atreví a levantar la cabeza. Sentí que el corazón me dolía como si me apuñalaran con un cuchillo. Ese hermano prefería que lo encarcelaran antes que no mantenerse firme en su testimonio, pero, por miedo a la muerte, yo había vendido a mis hermanos y hermanas. Era una transgresión imperdonable. Pensar que Dios no salvaría a alguien como yo me sumió en el abatimiento. Más tarde, leí artículos de testimonios vivenciales de los hermanos y hermanas que se comprometían a dar la vida por permanecer firmes en su testimonio de Dios y se negaban a ser un judas. Aunque estaban maltrechos y llenos de moretones, su fortaleza al dar testimonio de Dios y glorificarlo con la cabeza en alto era realmente impresionante. Entonces reflexioné sobre mí misma. Me había convertido en un judas vergonzoso por el bien de mi comodidad física y había delatado a mis hermanos y hermanas y deshonrado el nombre de Dios. Había sido verdaderamente egoísta y despreciable, peor que un animal, e indigna de vivir. Sentía mucho dolor y pensé que, el día en que muriera, sería libre y ya no padecería el tormento que sentía en el alma. Poco después, mi afección estomacal crónica empeoró y también se agravó el reumatismo de las piernas. El dolor era tan intenso que no podía dormir por las noches. Durante esa época, las hermanas con las que colaboraba me recordaron que debía buscar la verdad y reflexionar sobre mí misma. Me dije a mí misma: “¿Sobre qué tengo que reflexionar? Este dolor es el castigo de Dios y la retribución que me merezco. ¿Quién me mandó temer a la muerte y convertirme en un judas en aquel momento? Esta mancha nunca se borrará. Por mucho que busque, no tendré la oportunidad de obtener la salvación como otros hermanos y hermanas. Me limitaré a hacer lo que la iglesia me diga. Si puedo trabajar, lo haré y, cuando mi trabajo termine, simplemente moriré”. Como no buscaba la verdad, había estado sumida en mi transgresión durante años sin sentirme liberada. Este asunto era una espina que tenía clavada en el corazón y solo mencionarlo me producía un profundo dolor.
En diciembre de 2023, vi un video de un testimonio vivencial. El video contenía un pasaje de las palabras de Dios que era muy relevante para mi estado. Dios Todopoderoso dice: “También existe otra causa para que la gente se hunda en la emoción del abatimiento, que es que a la gente le ocurren algunas cosas concretas antes de llegar a la mayoría de edad o después de convertirse en adultos, es decir, cometen algunas transgresiones o hacen algunas cosas idiotas, necias e ignorantes. Se hunden en el abatimiento debido a estas transgresiones, debido a estas cosas idiotas e ignorantes que han hecho. Este tipo de abatimiento es una condena a uno mismo, y también es una especie de determinación del tipo de persona que son. […] las personas que han hecho estas cosas a menudo se sienten incómodas sin darse cuenta, cuando ocurre algo en particular o en algunos entornos y contextos determinados. Este sentimiento de malestar les hace caer, sin saberlo, en un profundo abatimiento, y quedan atados y restringidos por él. Cada vez que escuchan un sermón o una comunicación sobre la verdad, este abatimiento se cuela lentamente en su mente y en lo más profundo de su corazón, y se reprenden a sí mismos, preguntándose: ‘¿Puedo hacerlo? ¿Soy capaz de perseguir la verdad? ¿Soy capaz de alcanzar la salvación? ¿Qué clase de persona soy? Antes hacía eso, antes era esa clase de persona. ¿Ya no hay salvación posible para mí? ¿Me salvará Dios?’. A veces, algunas personas pueden desprenderse de su emoción de abatimiento y dejarla atrás. Toman su sinceridad y toda la energía que pueden reunir y las aplican al cumplimiento de su deber, sus obligaciones y sus responsabilidades, e incluso pueden dedicar todo su corazón y su mente a perseguir la verdad y contemplar las palabras de Dios, y a volcar sus esfuerzos en ellas. Sin embargo, en el momento en que se presenta alguna situación o circunstancia especial, la emoción del abatimiento se apodera de ellos una vez más y les hace sentirse incriminados de nuevo en lo profundo de su corazón. Piensan para sus adentros: ‘Ya hiciste eso antes, y eras de esa clase de persona. ¿Puedes alcanzar la salvación? ¿Tiene sentido practicar la verdad? ¿Qué piensa Dios de lo que has hecho? ¿Te perdonará por haberlo hecho? ¿Pagar el precio ahora de esta manera puede compensar esa transgresión?’. A menudo se reprochan a sí mismos y se sienten incriminados en lo más profundo de su ser, y siempre están dudando, siempre acribillándose a preguntas. Nunca pueden dejar atrás esta emoción de abatimiento ni desprenderse de ella, y tienen una perpetua sensación de malestar por esa cosa vergonzosa que hicieron. Así que, a pesar de haber creído en Dios durante tantos años, es como si nunca hubieran escuchado nada de lo que Dios ha dicho ni lo hubieran entendido. Es como si no supieran si alcanzar la salvación tiene algo que ver con ellos, si pueden ser absueltos y redimidos, o si están cualificados para recibir el juicio y el castigo de Dios y Su salvación. No tienen ni idea de todas estas cosas. Como no reciben ninguna respuesta, y tampoco ningún veredicto exacto, se sienten constantemente abatidos en lo más profundo de su ser. En el fondo de su corazón, recuerdan una y otra vez lo que hicieron, lo repiten en su mente sin cesar, rememorando cómo empezó todo y cómo terminó, reviviéndolo todo de principio a fin. Con independencia de cómo lo recuerden, siempre se sienten pecadores, y por eso se encuentran constantemente abatidos por este asunto a lo largo de los años. Incluso cuando cumplen con su deber, aunque se estén encargando de un determinado trabajo, les sigue pareciendo que no tienen esperanzas de salvarse” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Después de leer las palabras de Dios, me sentí un poco conmovida. Desde que había vendido a mis hermanos y hermanas, había cargado con un sentimiento de culpa en el corazón. Esta mancha de ser un judas era una espina clavada en mi corazón y sentía que Dios no perdonaría mi transgresión ni salvaría a alguien como yo. Me sentía muy angustiada. Aunque la iglesia no me había expulsado por mi transgresión y todavía me daba la oportunidad de cumplir mis deberes, cada vez que pensaba en mi transgresión, vivía en el abatimiento y concluía que no tenía esperanza de obtener la salvación. Vi a muchos hermanos y hermanas que pudieron dejar de lado su preocupación por la vida y la muerte después de que los arrestaran y vi cómo soportaron todo tipo de torturas sin traicionar a Dios y vivían con verdadera nobleza, lo que me hacía sentir avergonzada y humillada. Me odiaba a mí misma por ser peor que una bestia, por carecer de valor y por actuar como un judas despreciable. Aunque parecía que cumplía mis deberes, solía pensar: “Soy un judas que ha traicionado a Dios. ¿Salvará Dios a alguien como yo? ¿Puede Dios perdonar mis transgresiones? ¿Puedo compensar mi transgresión si cumplo mis deberes con diligencia?”. Sentía que era seguro que Dios aborrecería a alguien como yo. Cuando los hermanos y hermanas hablaban sobre la entrada en la vida y la búsqueda de un cambio de carácter, me sentía verdaderamente indigna. Mi transgresión me atormentó durante tanto tiempo que vivía en un estado de abatimiento, sin la determinación de perseguir la verdad. Me conformaba con trabajar un poco para compensar mi transgresión. La intención de Dios es que, independientemente de la situación que una persona enfrente o las transgresiones que cometa, pueda buscar cambiar su carácter. Sin embargo, yo malinterpreté a Dios y me distancié de Él. ¿Qué humanidad tenía yo?
Más tarde, reflexioné: “¿Por qué estoy tan abatida? ¿Cuál es realmente la raíz de mi problema?”. En mi búsqueda, leí un pasaje de las palabras de Dios: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué conocimiento vivencial tenga, qué deber pueda cumplir, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente a su servicio. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud cumpliríais con el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Dios ha puesto al descubierto las intenciones de las personas cuando creen en Él. Las personas padecen sufrimientos y se entregan a sus deberes para obtener bendiciones y por el bien de su futuro y porvenir. Una vez que no pueden recibir bendiciones y carecen de un buen futuro o porvenir, se desaniman, ya no persiguen la verdad ni se esfuerzan por practicarla y hasta sienten que creer en Dios ya no tiene ningún sentido. Reflexioné sobre cuando comencé a creer en Dios. Había hecho sacrificios, me había entregado y había predicado activamente el evangelio. Hasta había perseverado en mi deber cuando mi familia me persiguió, el mundo religioso me acosó y la gente me calumnió. Creía que hacerlo me traería bendiciones y un buen destino en el futuro. Tras mi arresto, delaté a mis hermanos y hermanas por temor a la muerte y me convertí en un judas. Cometí una grave transgresión y pensé que Dios ya no me salvaría. Cuando vi que no podía recibir bendiciones, perdí la fe para esforzarme con el fin de progresar y pasaba los días sintiéndome como un cadáver ambulante. Más tarde, retomé mi deber, pero no lo hice para complacer a Dios. Solo quería que Dios viera el precio que pagaba en mi deber, que perdonara mi transgresión y me absolviera de mi pecado, con la esperanza de poder recibir bendiciones en el futuro. Vi que algunos hermanos y hermanas a quienes habían arrestado padecían torturas y juraban por su vida que no traicionarían a Dios y se mantenían firmes en su testimonio. Mientras tanto, yo había traicionado a Dios como un judas y, cuando pensé que Dios detestaba mi transgresión y que no podía recibir bendiciones, dejé de perseguir la verdad y de esforzarme para progresar y me hundí en un estado de desesperanza y abatimiento. Pensé en cómo Pablo admitió que era el mayor pecador que se oponía a Dios después de que Él lo derribara; sin embargo, no comprendió la esencia de su oposición al Señor Jesús y usó su sufrimiento, encarcelamiento, esfuerzos y entrega como capital para exigir a Dios una corona y recompensas. Las intenciones de Pablo detrás de su sufrimiento y entrega eran buscar bendiciones y negociar con Dios. No era arrepentimiento verdadero. Yo cometí una maldad enorme al traicionar a mis hermanos y hermanas; sin embargo, aún albergaba la esperanza de que Dios me perdonara por mis pecados mediante mi deber y de conseguir una oportunidad de recibir bendiciones. ¡Era verdaderamente irrazonable! Dios me toleraba y me había dado la oportunidad de desempeñar mis deberes, por lo que yo debía tener conciencia y razón, cumplir mis deberes con diligencia e, independientemente de que pudiera recibir bendiciones en el futuro, someterme. Así que oré a Dios: “Dios, siempre he intentado negociar contigo para obtener bendiciones y he sido verdaderamente rebelde y carente de humanidad. Incluso si me destruyes después de que termine mi labor, aún debo alabar Tu justicia. Dios, estoy dispuesta a arrepentirme de verdad. Independientemente de cuál sea mi desenlace, estoy dispuesta a cumplir bien con mi deber como ser creado y a no perseguir más bendiciones”.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios y obtuve cierta comprensión sobre el carácter justo de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Algunas personas, tras transgredir un poco, conjeturan: ‘¿Me ha revelado y descartado Dios? ¿Me abatirá?’. Dios no ha venido a obrar en esta ocasión para abatir a las personas, sino para salvarlas en la mayor medida posible. Nadie está libre de error; si todos fueran abatidos, ¿sería eso salvación? Algunas transgresiones se cometen a propósito, mientras que otras son involuntarias. Si puedes cambiar después de reconocer las cosas que haces de manera involuntaria, ¿te abatiría Dios antes de que lo hagas? ¿Así salvaría Dios a las personas? ¡No es así cómo obra Dios! Independientemente de que tengas un carácter rebelde o que hayas actuado de manera involuntaria, recuerda esto: has de reflexionar y conocerte a ti mismo. Da un giro enseguida, y vuélvete hacia la verdad con todas tus fuerzas; y, sin importar las circunstancias que surjan, no caigas en la desesperación. La obra que está haciendo Dios es la de la salvación del hombre, y Él no abate de manera arbitraria a aquellos a los que quiere salvar. Eso es cierto. Aunque hubiera de verdad algún creyente en Dios al que Él abatiera al final, aquello que hace Dios aún estaría garantizado como justo. En su momento, te haría saber la razón por la que abatió a esa persona, para que quedes totalmente convencido. Por ahora, simplemente esfuérzate por la verdad, céntrate en la entrada en la vida y afánate por cumplir bien con el deber. ¡En esto no hay equivocación! Independientemente de cómo te trate Dios al final, la garantía es que será justo; no deberías poner esto en duda ni preocuparte. Aunque no puedas entender la justicia de Dios en este momento llegará un día en que quedarás convencido. Dios obra de manera justa y honorable; todo lo revela abiertamente. Si lo meditáis detenidamente, llegaréis a la conclusión sincera de que la obra de Dios consiste en salvar a las personas y transformar su carácter corrupto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él no castiga a las personas inmediatamente después de que cometan transgresiones. Dios trata a las personas según el contexto, sus intenciones y su esencia. Durante el período de salvación de la humanidad, Dios sigue dando otra oportunidad a las personas que transgreden, pero pueden arrepentirse y cambiar rápidamente, pueden buscar la verdad para resolver sus transgresiones y esforzarse de forma activa para cumplir con las exigencias de Dios. Este es el principio con el que Dios trata a las personas. La policía me torturó hasta dejarme semiinconsciente y, en ese contexto, tuve un momento de debilidad y delaté a mis hermanos y hermanas. Eso no causó grandes pérdidas a la iglesia ni a mis hermanos y hermanas. Después, me sentí llena de remordimientos y odio hacia mí misma. La iglesia no me expulsó y dispuso que siguiera realizando mis deberes. Eso fue por la misericordia y la tolerancia que Dios me había mostrado. Sin embargo, en nuestra iglesia, había dos personas que habían sido líderes durante muchos años y que, después de que los arrestaran, se convirtieron en judas y delataron a sus hermanos y hermanas. No solo no sintieron remordimientos, sino que también firmaron las “Tres cartas”, ayudaron a la policía a identificar y arrestar a hermanos y hermanas, y actuaron como cómplices y lacayos del gran dragón rojo. En esencia, eran diablos que, en última instancia, fueron expulsados de la iglesia. Estos hechos ponen en evidencia que Dios tiene principios para tratar a las personas. Si una persona da información poco importante en un momento de debilidad, y luego puede sentir remordimiento y arrepentirse de forma sincera, Dios sigue dando oportunidades a ese tipo de persona. Sin embargo, quienes traicionan a Dios y tienen la esencia de un judas son cizaña que se ha infiltrado, se los debe expulsar y, en última instancia, deben enfrentar el castigo de Dios. Yo no entendía la intención de Dios y vivía según mis propias nociones e imaginaciones, e incluso lo había malinterpretado y me había dado por vencida. Había sido verdaderamente atolondrada e incapaz de distinguir el bien del mal y de diferenciar lo bueno de lo malo.
Una vez, vi un video de un testimonio vivencial que realmente me conmovió. En el video, después de que lo arrestaron, el hermano delató a una hermana que lo había acogido, y se esforzaba por expresar con palabras el dolor que sentía en el corazón, así que reflexionaba sobre por qué había traicionado a Dios y se había convertido en un judas. Descubrió que había hecho esas cosas porque tenía miedo a la muerte. Al reflexionar, vi que la raíz de mi fracaso también era que temía a la muerte, que carecía de fe verdadera en Dios y que no creía en Su soberanía. Leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Quién en toda la humanidad no recibe cuidados a los ojos del Todopoderoso? ¿Quién no vive en medio de la predestinación del Todopoderoso? ¿Acaso la vida y la muerte del hombre ocurren por su propia elección? ¿Controla el hombre su propio porvenir? Muchas personas piden la muerte a gritos, pero esta está lejos de ellas; muchas personas quieren ser fuertes en la vida y temen a la muerte, pero sin saberlo, el día de su fin se acerca, sumergiéndolas en el abismo de la muerte” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 11). Llegué a entender que la vida y la muerte están en manos de Dios. Que la policía me matara a golpes dependía de Dios. Aunque me torturaran hasta matarme, mi muerte sería valiosa y tendría sentido si me mantenía firme en mi testimonio y daba gloria a Dios. El Señor Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno” (Mateo 10:28). Aunque el cuerpo físico de alguien pueda morir a causa de la persecución, si una persona puede sacrificar su vida para mantenerse firme en su testimonio, esto recibe la aprobación de Dios. Es como los discípulos que siguieron al Señor Jesús. Todos sufrieron la persecución por difundir el evangelio del Señor. Algunos fueron despedazados por caballos, otros decapitados, otros lapidados y Pedro fue crucificado cabeza abajo por su fe en Dios. Ellos usaron su valiosa vida para dar un rotundo testimonio de Dios y, aunque parecía que sus cuerpos habían muerto, sus almas regresaron a Dios y siguieron viviendo de una manera distinta. Humillaron a Satanás a costa de su vida. Si yo temía que la policía me torturara hasta matarme y delataba a mis hermanos y hermanas, revelaba información sobre la iglesia, traicionaba a Dios y me convertía en un judas, preservaría mi vida, pero no tendría ningún testimonio de practicar la verdad ni de someterme a Dios. También me convertiría en el hazmerreír de Satanás. Aunque mi cuerpo siguiera con vida, a los ojos de Dios, estaría entre los muertos y, al final, me castigarían en el infierno. No desentrañé el significado de la muerte y me comprometí con Satanás para alargar mi miserable existencia. El tormento de mi alma por la condena eterna es mucho más doloroso que el sufrimiento físico. Si pudiera sacrificar mi vida para mantenerme firme en mi testimonio y dar gloria a Dios, entonces viviría verdaderamente como un ser humano. En mi reflexión, descubrí que había otra razón por lo que había fracasado. Pensé que delatar a algunos hermanos y hermanas que realizaban deberes poco importantes o a aquellos que ya habían sido capturados y liberados no traería grandes pérdidas a los intereses de la iglesia, pero esa opinión no era correcta. Si mi traición hacía que arrestaran a hermanos y hermanas y luego ellos no podían soportar la tortura, entonces podrían delatar a otras personas, lo que haría que arrestaran a más hermanos y hermanas. Eso es exactamente lo que quiere Satanás. Satanás desea que más hermanos y hermanas se delaten entre sí por medio de amenazas y tentaciones para que más personas nieguen y rechacen a Dios. El resultado final es que hay gente que se ve frente a la destrucción de Dios por resistirse a Él y que pierde totalmente su oportunidad de salvación. En realidad, independientemente del hermano o hermana que haya sido delatado, este acto es, en esencia, convertirse en un judas, lo cual ofende el carácter de Dios y es una mancha imborrable a Sus ojos. Al darme cuenta de esto, llegué a odiar aún más al PCCh y también a odiarme mí misma por no entender la verdad y ser tan patética.
Más tarde, busqué cómo tratar mis transgresiones y cómo practicar de manera que pudiera recibir la tolerancia de Dios. Leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Cómo puede Dios absolverte y perdonarte? Eso depende de tu corazón. Si confiesas con sinceridad, reconoces realmente tu error y tu problema, reconoces lo que has hecho; ya sea una transgresión o un pecado, adoptas una actitud de sincera confesión, sientes un odio sincero hacia lo que has hecho y de verdad te transformas, si nunca vuelves a hacer ese mal, entonces, acabará por llegar un día en el que recibirás la absolución y el perdón de Dios. Es decir, Él ya no determinará tu desenlace en función de las cosas ignorantes, estúpidas e impuras que hayas hecho antes. Cuando alcances este nivel, Dios se olvidará por completo del asunto; serás igual que las demás personas normales, sin la menor diferencia. Sin embargo, la premisa para esto es que debes ser sincero y tener una sincera actitud de arrepentimiento, como David. ¿Cuántas lágrimas lloró David por la transgresión que había cometido? Innumerables. ¿Cuántas veces lloró? Incontables. Las lágrimas que lloró pueden describirse con estas palabras: ‘Todas las noches inundo de llanto mi lecho’. No sé lo grave que es tu transgresión. Si es realmente grave, es posible que tengas que llorar hasta que tu cama flote en el agua de tus lágrimas; es posible que tengas que confesarte y arrepentirte hasta ese nivel para poder recibir el perdón de Dios. Si no lo haces, me temo que tu transgresión se convertirá en un pecado a ojos de Dios, y no serás absuelto de ella. Entonces te hallarías en problemas y carecería de sentido decir nada más sobre esto. […] Si deseas recibir la absolución de Dios, primero has de ser sincero: por un lado, debes tener una sincera actitud de confesión y, por otro, debes ser sincero y hacer bien tu deber; de lo contrario, no hay nada de qué hablar. Si puedes hacer estas dos cosas, si puedes conmover a Dios con tu sinceridad y buena fe, de modo que Él te absuelva de tus pecados, entonces serás como los demás. Dios te contemplará de la misma manera que a las demás personas, te tratará igual que al resto, y te juzgará y castigará, te probará y refinará igual que a los demás; no te tratará de manera diferente. De este modo, no solo tendrás la determinación y el deseo de perseguir la verdad, sino que Dios también te esclarecerá, te guiará y te proveerá de la misma manera en tu búsqueda de la verdad. Por supuesto, ya que ahora tienes un deseo sincero y auténtico y una actitud honesta, Dios no te tratará de manera diferente a los demás y, al igual que el resto, tendrás la oportunidad de alcanzar la salvación” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Después de leer las palabras de Dios, entendí cómo Él trata las transgresiones de las personas. Dios observa si las personas pueden odiar realmente los pecados que han cometido, si pueden arrepentirse de forma sincera y desde el corazón ante Él, y si pueden buscar los principios-verdad para hacer bien sus deberes. Dios aborrece los actos malvados de las personas, pero también aprecia sus corazones arrepentidos. Es como Pedro, que negó al Señor tres veces durante el sufrimiento del Señor Jesús, y luego recordó las palabras del Señor Jesús y se arrepintió de sus actos, y lloró amargamente mientras se confesaba y se arrepentía ante Él. Tras eso, aceptó la gran comisión del Señor Jesús de asumir la carga de pastorear la iglesia y, al final, dio testimonio de su amor por Dios al ser crucificado cabeza abajo por Él. Pedro se arrepintió de forma sincera ante Dios y Él lo perfeccionó. También está el incidente de David, que cometió adulterio. El carácter justo de Dios descendió sobre él e hizo que su familia sufriera desastres constantes. Él no se quejó a Dios, sino que se arrepintió de las cosas que había hecho para ofenderlo y lloró tanto que sus lágrimas inundaron su lecho. En su vejez, una joven lo atendía para darle calor en su cama, pero ni siquiera la tocó. David se arrepintió de forma sincera ante Dios. Yo estaba dispuesta a seguir los ejemplos de Pedro y David y confesarme y arrepentirme de forma sincera ante Dios. Oré a Dios para arrepentirme: “Dios mío, he estado sumida en el abatimiento durante muchos años por no ser capaz de perseguir la verdad y por haberte malinterpretado tanto, así como por mi insensibilidad al no buscar la verdad. Ahora que he leído Tus palabras, entiendo Tu intención. Quiero actuar según Tus exigencias, ya no quiero malinterpretarte y deseo arrepentirme de forma sincera ante Ti”. Después, me sinceré con mis hermanos y hermanas y hablé sobre mi transgresión para diseccionar la raíz de mi fracaso. La iglesia me puso a regar a los nuevos fieles y me equipé diligentemente con la verdad. Cuando afrontaba dificultades al regar a los nuevos fieles, oraba a Dios, confiaba en Él y buscaba los principios-verdad. Presencié la guía de Dios una y otra vez. Me sentí muy conmovida. Aunque había cometido una transgresión grave, cuando confié en Dios durante mis dificultades, Él me siguió guiando y esclareciendo y me permitió experimentar la obra y guía del Espíritu Santo. Vi que, siempre y cuando me arrepintiera de forma sincera, Dios me ayudaría de verdad. Mi corazón se llenó de constante gratitud hacia Dios. Al buscar la verdad y leer las palabras de Dios, salí de a poco de mi estado de abatimiento y fui capaz de tratar mi transgresión de forma correcta.
Después de pasar por esto, me di cuenta de que Dios trata a las personas como los padres tratan a sus hijos. Cuando los hijos son rebeldes o cometen errores, los padres no los critican ni sermonean constantemente, sino que los guían con paciencia y esperan que puedan caminar por la senda correcta. Cuando Dios ve que las personas cometen transgresiones, aunque Sus palabras severas contienen juicio, exposición, condena y castigo, también señala cómo resolver las transgresiones para arrepentirse realmente, con la esperanza de que las personas puedan perseguir la verdad y alcanzar la salvación. ¡El amor de Dios por la humanidad es tan grande! ¡Gracias a Dios! Mi capacidad para obtener estos conocimientos se ha debido únicamente a la guía de Dios.