73. Para vivir con dignidad, vive con honestidad

Por Meredith, Estados Unidos

En 2015, para evitar que el PCCh me persiguiera y me detuviera, huí al extranjero. Trabajaba y creía en Dios al mismo tiempo. Encontré trabajo como cajera en un gran supermercado, el primer trabajo de mi vida en el mundo. Apreciaba ese trabajo y quería hacerlo bien, pero, como me faltaba experiencia, y sumado al hecho de que el supermercado vendía muchos artículos diferentes y que se hablaba en otro idioma, no estaba para nada acostumbrada. El jefe se enfadaba y me metía prisa cuando era lenta, pero, si trabajaba rápido, me equivocaba con más facilidad y entonces me reñía por ser descuidada. Luego, cuando las cuentas no cuadraban, tenía que devolver el importe exacto. Trabajar así me tenía al límite todos los días. Incluso por las noches, soñaba que contaba dinero en la caja. En esa época, sentía una presión enorme cada día y realmente no quería seguir yendo a trabajar, pero luego pensaba en lo difícil que era encontrar un trabajo en el extranjero y en lo duro que sería buscar otro si dejaba este. En vista de la situación, tenía que hacer de tripas corazón. Un día, le pregunté a una cajera con experiencia: “¿Cómo puedo evitar cometer errores cuando hay tantos clientes y tanto pasando al mismo tiempo?”. Ella me sonrió y me contestó: “Los errores son inevitables. Después de todo, nadie es perfecto. La clave es averiguar cómo solucionar el problema. Piénsalo, la mujer del jefe está siempre ocupada, así que ¿cómo va a poder escrutar todas y cada una de las operaciones? Siempre y cuando el importe total encaje con el sistema, está bien. A veces, cuando los clientes compran artículos, simplemente tomo el dinero sin emitir recibo ni registrar la compra. Así, puedo solucionar las cuentas sin que nadie se entere y evito escuchar sermones o, si no, lo que hago es reducir un poco el descuadre de caja”. Me quedé impactada. Así que el truco para que no te riñeran era engañar y hacer jugadas, y era, simple y llanamente, una cuestión de tomarle el pelo a la esposa del jefe. En mi corazón, no podía aceptarlo. Creía en Dios y tenía que ser una persona honesta. Dios detesta la falsedad y los trucos, no podía hacer eso. Tenía que seguir siendo concienzuda y haciendo bien mi trabajo; de ese modo, tendría paz mental.

No obstante, aunque era cuidadosa y concienzuda, cuando había muchos clientes y mucho sucediendo al mismo tiempo, seguía siendo inevitable cometer errores. Un día, el jefe volvió a advertirme: “Si te equivocas una vez más, ¡devolverás el importe que falta multiplicado por tres o te irás a la calle!”. Cuando escuché al jefe pronunciar esas palabras tan duras sin la más mínima misericordia, me rompí de inmediato. Si no daba pronto con una solución, me iban a despedir. De modo que comencé a hacer las cosas que hacía la cajera más experimentada. Siempre que detectaba discrepancias en las cuentas, cuando los clientes compraban artículos pequeños, tomaba el dinero sin emitir recibo. Así, las cuentas se equilibraban y no había registro en el sistema informático y, en cuanto la diferencia se solucionaba, retomaba las prácticas habituales de caja. Al principio, estaba muy nerviosa y me daba miedo de que alguien se diese cuenta, ya que, después de todo, la caja estaba justo debajo de las cámaras de seguridad. Si alguien veía las grabaciones, podría ver claramente todos mis movimientos. En ocasiones, el jefe venía a preguntarme: “¿Por qué no emitiste recibo a ese cliente?”. Yo respondía rápidamente y con indiferencia: “Dijo que, como era un importe tan pequeño, no necesitaba recibo, así que me olvidé”. Tras escuchar eso, el jefe no decía nada más. Encubrir las discrepancias de esta manera funcionaba “perfectamente”. Pero daba igual, seguía sin sentirme contenta con ello. Cuando me iba a casa, me tiraba en la cama y pensaba en que creía en Dios y que debía decir la verdad y ser una persona honesta, pero nunca hubiera pensado que mi fundamento se desmoronase tan fácilmente por interés personal. Me sentía bastante culpable y mi conciencia no estaba tranquila, pero luego pensaba: “Solo lo hice porque no tenía alternativa; tenía que conservar mi empleo”. Así que utilicé eso como justificación para reconfortarme.

Para mi sorpresa, durante los días siguientes, me ocurrieron algunas cosas inesperadas. Incluso, algunos clientes cambiaron precios de artículos y, ya que algunos no tenían código de barras y yo no conocía ciertas herramientas, terminé vendiendo un artículo de $55 por $5. También había un cheque por valor de más de $400 que acepté sin la firma del cliente. Mi jefe se enteró de estos incidentes. Yo estaba estupefacta y pensaba: “¿Cómo he podido cometer tantos errores con cantidades tan grandes?”. Tras oír todo esto, mi jefe dijo con aspereza: “Se acabó. Luego veré los videos de vigilancia para ver por qué has cometido estos errores. Si el dinero no aparece, ¡lo pagarás por triplicado!”. Sentí que todo había acabado, que podría perder el trabajo y que tendría que devolver el dinero que tanto me había costado ganar. Sentí que todo se estaba desmoronando. Cuando llegué a casa, no era capaz de tranquilizarme y me sentía desvalida. No sabía cómo compensar estas pérdidas, pero me di cuenta de que la intención de Dios estaba detrás de estas situaciones, así que me presenté ante Dios y oré. Le pedí que me guiase y me esclareciese para comprender Su intención, para saber cómo actuar correctamente. Tras orar, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Debéis saber que a Dios le gustan los que son honestos. En esencia, Dios es fiel, y por lo tanto siempre se puede confiar en Sus palabras. Más aún, Sus acciones son intachables e incuestionables, razón por la cual a Dios le gustan aquellos que son absolutamente honestos con Él. Honestidad significa dar tu corazón a Dios; ser auténtico y abierto con Dios en todas las cosas, nunca esconder los hechos, no tratar de engañar a aquellos por encima y por debajo de ti, y no hacer cosas solo para ganarte el favor de Dios. En pocas palabras, ser honesto es ser puro en tus acciones y palabras, y no engañar ni a Dios ni al hombre(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tres advertencias). Sí. La esencia de Dios es sagrada y leal y Él habla con sinceridad. Dios ama a las personas honestas. Nos dice que ser honestos es la única manera de ser salvos y de entrar en el reino de los cielos. Como cristiana, debía practicar ser una persona honesta según las palabras de Dios, aceptar Su escrutinio de todas las cosas, llamar a las cosas por su nombre y no ser falsa nunca. A la hora de interactuar y trabajar con otras personas, debo intentar ser confiable, hacer que los demás se sientan seguros y que puedan confiar en mí. Vivir así aporta dignidad y está de acuerdo con las intenciones de Dios. Pero, durante esa época, para evitar que mi jefe me riñera o que se descubrieran los errores que cometí, comencé a actuar de manera falsa, exactamente igual que los no creyentes. Vendía artículos, tomaba el dinero y no emitía recibos para compensar las discrepancias. Utilizaba estos medios despreciables para engañar a mi jefe y a las demás personas. Aunque me sentía culpable en mi conciencia, seguía utilizando algunas excusas dignas para reconfortarme. Quizás la gente no se diera cuenta de inmediato de lo que yo estaba haciendo, pero Dios lo escruta todo con claridad. En ese momento, comencé a comprender más de la intención y de las exigencias de Dios. Me di cuenta de que ser una persona honesta refleja una semejanza humana verdadera, y también reconocí que los últimos problemas y contratiempos sufridos eran la manera que tenía Dios de recordarme y advertirme de que no siguiese por la senda incorrecta.

Después de eso, comencé a reflexionar y a preguntarme: “¿Qué me predispuso a seguir el camino de la falsedad de quienes me rodean? ¿Qué me estaba controlando?”. Mientras buscaba, leí palabras de Dios que decían: “¿Por qué la gente juega a ser falsa? Para lograr sus propios objetivos, para alcanzar sus propias metas, y por eso utilizan métodos turbios. Cuando lo hacen, no son abiertos ni honrados, no son personas honestas. Es en esos momentos cuando las personas revelan su insidia y astucia, o su malicia y lo despreciables que son. Aquí es donde radica la dificultad de ser honesto: con estas actitudes corruptas en el corazón, en efecto parecerá especialmente difícil ser una persona honesta. Pero si eres alguien que ama la verdad y que es capaz de aceptarla, ser una persona honesta no será demasiado difícil. Te parecerá mucho más fácil. Aquellos con experiencia personal saben muy bien que las mayores barreras para ser una persona honesta son la insidia de la gente, su engaño, su malicia y sus intenciones despreciables. Mientras permanezcan estas actitudes corruptas, será muy difícil ser una persona honesta(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me puse a pensar profundamente. Resulta que actuaba de manera falsa para proteger mis intereses personales. Cuando tuve que enfrentarme a la posibilidad de perder dinero y orgullo, e incluso al riesgo de quedarme sin trabajo, comencé a actuar de modo engañoso y falso e incluso dañé los intereses de otras personas para encubrir mis errores. Y lo que es peor, ni siquiera la culpa que sentía en mi conciencia me hizo recapacitar. Pensaba que todo el mundo estaba engañando así, de modo que mis actos no estaban traspasando ninguna línea. Tras cometer errores, hacía trampas y actuaba con falsedad, y no me sentía avergonzada, sino que, en vez de eso, me buscaba justificaciones grandilocuentes. ¡Realmente carecía de humanidad! Estaba viviendo de acuerdo a mi corrupto carácter satánico, mintiendo y engañando. Esto hizo que Dios me detestara, cosa que me causó un gran dolor. Solo podía encontrar la paz y evitar el agotamiento arrepintiéndome ante Dios y centrándome en decir la verdad y en ser una persona honesta. Dios estaba utilizando estas situaciones para despertar mi insensible corazón y ya no podía seguir mintiendo ni engañando. Perder dinero y orgullo era una cosa, pero otra muy distinta era perder mi dignidad e integridad. Teniendo esto en mente, decidí aceptar la responsabilidad y utilizaría mi salario de ese mes para compensar las pérdidas. De manera inesperada, mediante las grabaciones de las cámaras de vigilancia, el resto del personal del supermercado reconoció al hombre que no había firmado el cheque y descubrieron un modo de dar con él. Con respecto a las herramientas que vendí por error, la mujer del jefe dijo que los clientes también tenían una responsabilidad y que, dado que yo era joven, realmente no cabía esperar que reconociese algunas herramientas. Así que solo tuve que abonar la mitad del dinero. Finalmente, estos problemas se resolvieron con facilidad. Sabía que Dios estaba orquestando y disponiendo a las personas, acontecimientos y cosas a mi alrededor para ayudarme. Agradecí a Dios y le alabé con sinceridad, y mi fe en ser una persona honesta se fortaleció.

Una noche, mientras comprobaba las cuentas, me di cuenta de que me faltaban ocho dólares. Pensé: “¿Quizás anoche puse demasiado dinero de la caja de cambio? No. ¿Sería que no se contabilizaron algunos cupones? No. ¿Hay un error en las cuentas? No”. Analicé la situación desde todas las perspectivas posibles, pero seguía sin saber dónde estaba el error. Me inundó una oleada de ansiedad y pensaba en la bronca que me echaría la esposa del jefe al día siguiente, y me sentí angustiada y ansiosa. Mi jefe había dicho que, si cometía un solo error más, me despediría. Ahora, dado que ya había cometido otro, no estaba segura de poder conservar mi empleo. Pero luego pensé: “Normalmente, la esposa del jefe solo comprueba las cuentas cada dos o tres días, así que probablemente hoy no lo hará. Mañana encontraré la oportunidad de “compensar” ese dinero y así, no me reñirán ni me quedaré sin trabajo”. No obstante, cuando pensaba en la decisión que había tomado ante Dios de decir la verdad y ser honesta, me sentía un poco culpable. Cuando llegué a casa, oré de nuevo a Dios sobre mis dificultades y le pedí que me guiara de nuevo y me brindara una senda que seguir. Tras orar, leí que las palabras de Dios dicen: “Cuando las personas viven en este mundo, bajo la influencia de Satanás, gobernadas y controladas por su fuerza, es imposible que sean honestas. Solo pueden volverse cada vez más falsos. Al vivir en medio de una humanidad corrupta, ser una persona honesta conlleva ciertamente muchas dificultades. Es probable que los no creyentes, los reyes diablos y los demonios vivientes se burlen de nosotros, nos vilipendien, nos juzguen, incluso nos excluyan y nos expulsen. Entonces, ¿es posible sobrevivir en este mundo siendo una persona honesta? ¿Hay alguna posibilidad de sobrevivir en este mundo? Sí, la hay. No cabe duda de que es posible que sobrevivamos. Dios nos ha predestinado y escogido, y sin duda nos abre una salida. Creemos en Dios y lo seguimos de forma absoluta bajo Su guía, y vivimos por completo del aliento y la vida que Él nos otorga. Al haber aceptado la verdad de las palabras de Dios, tenemos nuevas reglas para vivir y nuevos objetivos para nuestras vidas. Los cimientos de estas han cambiado. Hemos adoptado una nueva manera de vivir, una nueva manera de comportarnos, con el único fin de obtener la verdad y ser salvados. Hemos adoptado un nuevo modo de vida: vivimos para cumplir con nuestros deberes y satisfacer a Dios. Esto no tiene absolutamente nada que ver con lo que comemos de manera física, lo que vestimos o dónde vivimos; se trata de nuestra necesidad espiritual(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). “Independientemente de las diferencias de capacidades, inteligencia y la fuerza de voluntad, las personas son todas iguales ante la suerte, que no hace distinción entre grandes y pequeños, altos y bajos, eminentes y humildes. A qué ocupación se dedica uno, qué se hace para vivir y cuánta riqueza se amasa en la vida es algo que no deciden los padres, los talentos, los esfuerzos ni las ambiciones de uno: es el Creador quien lo predestina(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Al leer estas palabras de Dios, me sentí muy en paz. En esta sociedad malvada, las personas sobreviven confiando en las filosofías satánicas para asuntos mundanos. Por nuestros propios intereses, nos engañamos unos a otros en una especie de toma y daca. Parece que, si no actuamos así, no hay forma de sobrevivir. Creo en Dios y sé que mi vida viene de Él, que Él es soberano de mi porvenir y que el hecho de estar viva y respirando es gracias a la soberanía y protección de Dios. El tipo de trabajo que yo tenga depende de las ordenaciones y los arreglos de Dios, no de ninguna otra persona. ¿Por qué debo seguir devanándome los sesos para intentar luchar por las cosas mediante el engaño? ¿No es mejor tener un corazón abierto, hacer lo que tengo que hacer y confiarle todo a Dios? Teniendo esto en mente, me sentí mucho más en paz y estaba decidida a ser una persona honesta y a aceptar el escrutinio de Dios en todo lo que yo hiciera. Dado que había cometido errores, tenía que asumir la responsabilidad y, en cuanto a cómo compensarlos y si podría conservar el trabajo, todo esto estaba en manos de Dios. Estaba dispuesta a someterme a Su soberanía y arreglos.

Al día siguiente, mientras estaba en mi turno en la caja, tuve la oportunidad de no emitir un recibo, lo que significaba que podría compensar ese desajuste de ocho dólares. De nuevo, mi corazón se agitó y, justo cuando estaba a punto de actuar, de pronto recordé estas palabras de Dios: “Debes ser una persona cándida; no intentes ser escurridizo ni seas una persona falsa. (Aquí os pido de nuevo que seáis personas honestas)(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las transgresiones conducirán al hombre al infierno). Me percaté de que Dios estaba recordándome que debía ser una persona honesta, no falsa. Es bochornoso ser una persona infame. Recordé la palabra de Dios que decía: “En todo lo que acontece a las personas, Dios necesita que se mantengan firmes en el testimonio que dan de Él. Aunque, de momento, no te está ocurriendo nada importante y no estás dando un gran testimonio, todos los detalles de tu vida diaria tienen relación con el testimonio de Dios. Si puedes obtener la admiración de los hermanos y hermanas, tus familiares y todos a tu alrededor; si un día llegan los no creyentes y admiran todo lo que haces y ven que todo lo que Dios hace es maravilloso, habrás dado testimonio. Aunque no tienes percepción y tu calibre es pobre, por medio de tu perfeccionamiento por parte de Dios puedes satisfacerlo y ser considerado con Sus intenciones, lo cual muestra a otros la gran obra que Él ha hecho en personas del calibre más pobre. Cuando las personas llegan a conocer a Dios y se vuelven vencedores delante de Satanás y leales a Dios en gran medida, nadie tiene más agallas que este grupo de personas, y este es el más grande testimonio(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Comprendí que, en este momento, Dios me estaba escrutando para ver si era capaz de practicar la verdad. Aunque esto no parecía algo muy serio, tomar esta decisión y realizar esta acción implicaban testimonio. Sabía bien que a Dios le gusta la gente honesta y, aun así, yo seguía viviendo según los principios satánicos de supervivencia, utilizando trampas y engaños. ¿Acaso no estaba avergonzando el nombre de Dios? Aunque no podía dar un gran testimonio, tenía que practicar la verdad en las pequeñas cosas que me llegaban en la vida diaria. Tras comprender la intención de Dios, tomé la resolución firme de que daba igual en qué situación estuviese, sería una persona honesta y satisfaría a Dios. Después de aquello, dejé de pensar en cómo compensar la diferencia de ocho dólares y comencé a trabajar diligentemente. El día transcurrió así y, cuando llegó la hora de hacer el recuento por la noche, oré a Dios en silencio y me preparé para la posibilidad de perder dinero. Tras orar, comencé a contar el dinero y, para mi sorpresa, ¡el importe era correcto! Me quedé perpleja. De seguro me faltaban ocho dólares la noche anterior, así que ¿cómo podía ser exacto el total ahora? Lo conté varias veces más y no había duda: ¡la cantidad era exacta! Me sentí muy agradecida a Dios y me alivió el no haber recurrido al engaño. Sentía paz en mi corazón por practicar la honestidad de acuerdo a las palabras de Dios.

Desde ese momento, daba igual qué problemas surgiesen en el trabajo o si tenía que asumir la responsabilidad de algo, me comunicaba de manera proactiva con mi jefe para solventarlo todo. Mi jefe y mis compañeros me alababan por ser diligente y responsable en el trabajo y, pocos meses más tarde, me dieron un aumento. Más tarde, le pregunté a mi jefe si podía reducir mi jornada laboral y, para mi asombro, ya que normalmente era estricto con los empleados, aceptó felizmente. Un día, escuché sin querer una conversación entre una cajera y otro miembro del personal. La cajera decía: “El jefe no es en absoluto imparcial. Es muy suave con Meredith, le da aumentos, reduce su jornada e incluso la deja adaptar su horario. Y todo lo que yo le pido, lo rechaza”. La compañera respondió: “Bueno, ¿quién no querría trabajar con una persona honesta, firme y que transmite tranquilidad a los demás?”. Al oír esto, agradecí y alabé a Dios desde lo más profundo de mi corazón porque sabía que las críticas de mi jefe hacia mí se habían convertido en respeto y atención, no porque yo fuera buena, sino porque las palabras de Dios me habían cambiado. Cuando practiqué ser una persona honesta según las palabras de Dios, recuperé mi dignidad como persona y me gané el respeto de los demás. Sentí en lo más profundo que las palabras de Dios son la verdad, y que son los criterios que rigen la conducta y el comportamiento humanos. ¡Es realmente maravilloso practicar según las palabras de Dios!

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