9. El dolor que provoca perseguir la felicidad conyugal
Desde que tengo memoria, solía ver a mi padre perder los estribos y agredir a mi madre. A medida que fui creciendo, mi madre solía quejarse conmigo de que no tenía un matrimonio feliz. Decía que le había faltado ropa y comida durante todo el tiempo que había estado con mi padre, que nunca había sido feliz con él y que él solía perder los estribos con ella. A menudo me decía: “Una mujer solo será feliz en la vida si se casa con alguien que la trate bien”. Pensé: “Mi madre ha pasado por esto, así que lo que dice es cierto. Pase lo que pase, no puedo terminar como ella. Tengo que encontrar un esposo que me trate bien”. Más tarde, logré lo que deseaba y encontré un marido que tenía buen carácter y me trataba bien. Después de casarnos, mi esposo siempre estaba de acuerdo con todo lo que yo decía y nunca me alzaba la voz. Siempre que volvía del trabajo y veía que no estaba en casa, me llamaba para preguntarme dónde estaba e iba de inmediato a recogerme en su bicicleta. También cuidaba mucho de mí en la vida cotidiana y, siempre que me veía descontenta, me preguntaba: “¿Estás bien? ¿Te preocupa algo?”. Haber encontrado un esposo tan cariñoso y atento me hacía muy feliz, y me sentía satisfecha con mi vida.
En 2004, acepté la nueva obra de Dios y le prediqué el evangelio a mi esposo. Él no lo aceptó, pero tampoco se opuso a mi fe. Pero más tarde, mi esposo empezó a creer en los rumores infundados que el PCCh había difundido sobre la Iglesia de Dios Todopoderoso. A partir de entonces, comenzó a impedirme que creyera en Dios. También solía quejarse de que asistiera a reuniones. Un día, al volver del trabajo, me dijo con un tono serio: “En Internet dice que creer en Dios va en contra del PCCh y que el gobierno no lo permite. ¡No puedes seguir creyendo en Dios!”. Al ver su expresión de disgusto, supe que los rumores infundados que difundía el PCCh lo habían engañado. Le dije que todo eso no eran más que mentiras y calumnias, pero no quiso oír ni una palabra. Una noche, en cuanto mi esposo llegó a casa, me preguntó: “¿Hoy fuiste de nuevo a una reunión?”. Le respondí: “Sí”. Entonces me gritó: “¡Te dije que no creyeras en Dios, pero no me has hecho caso! Hoy, de camino a casa, vi que arrestaban a una maestra por creer en Dios. ¿Quién sabe cuántos años le darán? Si sigues con esa fe tuya, tarde o temprano te arrestarán a ti también. ¡Entonces los niños y yo nos veremos involucrados en todo eso y habrás arruinado a nuestra familia!”. Tras decir esto, blandió su zapato y, sin mediar palabra, comenzó a golpearme la cabeza y a maldecirme mientras lo hacía: “¡Te dije que me escucharas, pero no me has hecho caso! ¡Te voy a matar!”. Pensé que solo me golpearía un par de veces para descargar su ira, pero realmente me golpeó con mucha fuerza. La cabeza me daba vueltas por sus golpes y no parecía que fuera a detenerse. ¡Jamás habría pensado que después de tantos años juntos pudiera ser tan implacable! Entonces, mi esposo les dijo a los niños: “Hablen con su madre y convénzanla para que diga que nunca más va a creer en Dios. Si no lo hace, ¡hoy mismo la mataré a golpes!”. Mi hija comenzó a llorar y a suplicarme. Me sentí débil al ver a mis hijos llorar. Pensé: “Quizás, por el momento, debería decirle a mi esposo que ya no creeré más. Si sigo aguantando así y él se sigue enfadando y se divorcia de mí, esta familia está perdida”. Pero luego pensé: “Pase lo que pase, no puedo negar el nombre de Dios. Decir que no voy a creer más en Dios sería traicionarlo. No puedo decir eso”. Así que seguí orando a Dios para pedirle que me diera sabiduría y fe. Entonces, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos. Detrás de cada paso de la obra que Dios hace en vosotros está la apuesta de Satanás con Él, detrás de todo ello hay una batalla” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). El esclarecimiento de las palabras de Dios me ayudó a entender que, aunque parecía que mi esposo me estaba persiguiendo, en realidad, detrás de su comportamiento estaban las tramas de Satanás. Satanás quería que negara a Dios y lo traicionara. No podía decir que dejaría de creer en Dios solo por miedo a la furia de mi marido; tenía que mantenerme firme en mi testimonio. Tras eso, por mucho que me suplicaran mis hijos, permanecí en silencio. Totalmente exasperado, mi esposo gritó: “Como su madre no quiere decirlo, me voy a divorciar de ella esta noche y haré que se vaya de casa. ¡No pasará ni un día más en nuestra casa!”. Eso me tomó totalmente por sorpresa. Nunca pensé que realmente quisiera divorciarse. Había estado con él, en cuerpo y alma, durante muchos años. Sin embargo, él quería divorciarse de mí solo por mi fe y hasta quería que me fuera de casa de inmediato. ¿Cómo podía ser ese el esposo con el que había vivido durante más de una década? Me sentí completamente desconsolada. Me preguntaba: “Si nos divorciamos, ¿cómo sobreviviré por mi cuenta, desamparada y sola?”. Sentía como si me estuvieran desgarrando el corazón y me corrían las lágrimas por el rostro. Pensé que los seres humanos somos creados por Dios, que Él nos ha dado el aliento de vida y nos ha provisto de todo lo que necesitamos, así que es perfectamente natural y justificado que las personas lo adoren. Sentí que no podía dejar de creer en Dios, pasara lo que pasara. Entonces, mi hija le dijo a su padre: “Si se divorcian, mi hermano y yo queremos quedarnos con mamá, no contigo”. Solo entonces mi esposo cedió y dejó el tema del divorcio. Más tarde, la persecución del PCCh se intensificó y aparecieron en las calles todo tipo de herejías y falacias que calumniaban y desacreditaban a la Iglesia de Dios Todopoderoso. La persecución de mi esposo también empeoró. Todos los días, después del trabajo, me interrogaba para preguntarme si seguía creyendo en Dios y se enfadaba conmigo por cualquier cosa, por mínima que fuera. Verlo así me ponía muy triste. Aunque creía en Dios y cumplía con mi deber, seguía ocupándome de todas las tareas domésticas y del huerto, y también cuidaba de los niños. No debería perseguirme de esa manera. Pero luego pensé: “Si no fuera por la persecución del PCCh y sus rumores infundados, probablemente no me trataría así. El PCCh lo ha engañado. Si no soy capaz de aguantarlo, es inevitable que acabemos divorciándonos”. Por mucho que me persiguiera mi esposo, lo soportaba en silencio y hasta tomaba la iniciativa de cuidar de él y prepararle buena comida para mantener a nuestra familia unida y preservar nuestro matrimonio. A veces, esto retrasaba mi deber.
Más tarde, me eligieron predicadora y fui responsable de varias iglesias. Algunas quedaban lejos de mi hogar, así que no podría volver a casa todos los días, lo que me preocupaba un poco. Mi esposo estaba teniendo una aventura en ese momento y me dijo varias veces, después de volver a casa borracho, que una mujer le había confesado su amor y quería formar una familia con él. Tenía miedo de que estar lejos de casa y no poder regresar con facilidad me distanciara de mi esposo y que él acabara divorciándose de mí. Si eso sucedía, nuestra familia se haría trizas. Pero luego pensé en que mi deber provenía de Dios y que no podía rechazarlo solo para mantener la armonía familiar. Así que lo acepté. Por ese entonces, volvía a casa por un par de días cada dos semanas aproximadamente y hacía todas las tareas domésticas y de la granja, con la esperanza de ganarme el corazón de mi esposo mediante esos esfuerzos. Aunque sabía que él estaba teniendo una aventura, nunca lo confronté porque tenía pánico de que eso realmente nos llevara al divorcio. Ese asunto solía angustiarme y estaba distraída hasta cuando cumplía mi deber. A menudo, lo hacía por inercia. En una de las iglesias había un falso líder que debería haber destituido de inmediato, pero pensé que elegir un reemplazo tras la destitución llevaría tiempo, así que la pospuse para tener tiempo libre para poder ir a casa. Esto causó retrasos en el trabajo de la iglesia. En otra ocasión, el líder superior me pidió que ayudara a una iglesia a lidiar con un anticristo. En ese momento, algunos hermanos y hermanas no podían discernir a ese anticristo, así que era necesario compartirles a tiempo verdades sobre el discernimiento. Pensé: “Para que los hermanos y hermanas adquieran discernimiento sobre este anticristo, puede que necesiten unos quince días de plática e, incluso así, no hay garantías de éxito. Entonces, ¿cuándo podré volver a casa?”. Así que le dije al líder: “Este anticristo es muy astuto y los métodos que usa para desorientar a la gente son sofisticados. No será fácil que los hermanos y hermanas aprendan a discernirlo, y yo tampoco puedo encargarme. ¿Qué te parece si buscas a otra persona para que se ocupe de esto?”. El líder vio que no estaba dispuesta a colaborar y tuvo que buscar a otra hermana para que se encargue. Pero, debido a la falta de discernimiento de esa hermana, tardaron mucho tiempo en tratar con ese anticristo, lo que causó que permaneciera en la iglesia y desorientara y controlara al pueblo escogido de Dios durante más de dos meses. Todo el trabajo de la iglesia se paralizó. Más tarde, me destituyeron debido a mi falta de responsabilidad en mi deber y a que había retrasado gravemente el trabajo de la iglesia. Durante una reunión, una hermana me dijo: “Según tu comportamiento, deberían aislarte para que reflexiones”. Sus palabras me atravesaron profundamente el corazón. Solía volver a casa para mantener mi matrimonio, lo que retrasaba el trabajo de la iglesia. Realmente cometí una acción malvada y debían aislarme para reflexionar. Recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Cómo consideras las comisiones de Dios es de extrema importancia y un asunto muy serio. Si no puedes llevar a cabo lo que Dios les ha confiado a las personas, no eres apto para vivir en Su presencia y deberías ser castigado. Es perfectamente natural y está justificado que los seres humanos deban completar cualquier comisión que Dios les confíe. Esa es la responsabilidad suprema del hombre, y es tan importante como sus propias vidas. Si no te tomas en serio las comisiones de Dios, lo estás traicionando de la forma más grave. En esto eres más lamentable que Judas y debes ser maldecido” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Las palabras de Dios me hicieron temblar de miedo. Sentí la furia de Dios, como si Él me estuviera condenando. Los hermanos y hermanas me habían elegido predicadora. La intención de Dios era que yo los guiara a comer y beber Sus palabras y a entrar en la verdad, y que también los protegiera de que los falsos líderes y anticristos los trastornaran y desorientaran. Pero no tenía el corazón puesto en mi deber en absoluto. Puse a mi matrimonio y a mi familia por encima de todo y a menudo iba a casa para mantener la relación con mi esposo. Sabía que había un falso líder en la iglesia, pero no lo destituí a tiempo. En cuanto al anticristo que habían revelado, tampoco estuve dispuesta a dedicar tiempo para hablar sobre el discernimiento con los hermanos y hermanas. Hasta puse excusas y dije que ese anticristo era demasiado astuto como para que yo me encargara de él, y eludí mi deber. Esto permitió que el anticristo desorientara a los hermanos y hermanas en la iglesia. Por el bien de mi matrimonio y mi familia, traté con irreverencia e indiferencia trabajos de tanta importancia como la selección de líderes y obreros, la destitución de falsos líderes, y la labor de encargarme de un anticristo. Esto perjudicó el trabajo de la iglesia y causó pérdidas a la vida de los hermanos y hermanas. ¡Qué egoísta y despreciable había sido! ¿De qué manera me estaba comportando como una persona con humanidad? Así que me presenté ante Dios y oré para confesar mis pecados: “Dios mío, en mi búsqueda de la felicidad conyugal, no he cumplido bien con mi deber y he cometido transgresiones. De acuerdo con Tu carácter justo, merezco que me castiguen. Sin embargo, no me has tratado basándote en mis transgresiones e incluso me has dado una oportunidad para que cumpla mi deber. A partir de ahora, estoy dispuesta a abordar mi deber con un corazón que te teme”.
Un tiempo después, mi esposo se enteró de que habían arrestado a más creyentes, por lo que intensificó su persecución. En una ocasión, para impedir que creyera en Dios, quemó toda mi ropa. Estaba furiosa. Más tarde, la policía vino a mi casa para arrestarme bajo cargos de predicación ilegal, pero no estaba en casa en ese momento y logré evitar el desastre. Debido a esto, no me atreví a volver a casa durante cinco meses. Mi esposo llamó a mis familiares para tratar de encontrarme. Para presionarme con el fin de que volviera a casa, hasta denunció a mi prima, que también creía en Dios. Me quedé impactada al oír esto. Nunca pensé que mi esposo fuera capaz de hacer algo así. Sentí que era realmente terrorífico y malévolo. Si estaba dispuesto a denunciar a mi prima, ¿también me denunciaría a mí? Recordé los sacrificios que había hecho para mantener nuestro matrimonio y sentí que no habían valido la pena. Pero aún me entristecía mucho pensar en que no podía volver a casa, que nuestra familia se desmoronaría y que el matrimonio feliz que siempre había perseguido desaparecería. Me presenté ante Dios en oración, con la esperanza de que Él me guiara para salir de este estado equivocado.
Tras eso, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Las personas casadas siempre consideran que el matrimonio es un acontecimiento importante en la vida y le otorgan gran relevancia. Por consiguiente, confían la felicidad de toda su existencia a su vida marital y a su pareja, con la creencia de que la búsqueda de la felicidad conyugal es el único objetivo que perseguir en esta vida. Por eso muchos realizan grandes esfuerzos, pagan un alto precio y hacen enormes sacrificios en aras de garantizarla. […] Incluso hay algunos que, después de empezar a creer en Dios y de aceptar su deber y la comisión que les ha encomendado la casa de Dios, a fin de mantener la felicidad y satisfacción de su matrimonio, se quedan cortos en el desempeño de su deber. Se supone que en principio iban a ir a un lugar lejano a predicar el evangelio y que regresarían a casa una vez a la semana o muy de vez en cuando, o incluso que dejarían su hogar para realizar su deber a tiempo completo según sus diferentes calibres y condiciones. Sin embargo, temen que a su pareja le desagrade esa idea, que su matrimonio no sea feliz, o que lo pierdan por completo, así que, con el objetivo de mantener la felicidad conyugal, renuncian a una gran parte del tiempo que deberían invertir en el desempeño de su deber. En especial, cuando escuchan a su pareja quejarse o perciben que esta se disgusta o se lamenta de algo, se vuelven aún más cautos para conservar su matrimonio. Se empeñan todo lo posible por satisfacer a su pareja y trabajan duro para hacer que su matrimonio sea feliz, a fin de que no se desmorone. Por supuesto, aún más grave que esto es que algunas personas rechacen la llamada de la casa de Dios y se nieguen a llevar a cabo su deber para mantener su felicidad conyugal. Como les resulta insoportable la idea de separarse de su cónyuge, o debido a que sus suegros se oponen a su fe en Dios y a que abandonen su trabajo y su hogar para cumplir con su deber, cuando llega la hora de hacerlo, asumen compromisos y renuncian a su deber, y eligen en su lugar conservar la felicidad conyugal y la integridad de su matrimonio. Con este fin, y para evitar que su matrimonio se desmorone y se termine, eligen solo cumplir con sus responsabilidades y obligaciones en la vida marital y abandonar la misión de un ser creado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (10)). Las palabras de Dios pusieron al descubierto mi estado. Los valores familiares me habían influenciado desde la infancia y creía que la felicidad de una mujer en la vida dependía de tener un matrimonio feliz y un esposo que la amara. Pensaba que tener una familia feliz era el objetivo de mi vida. Vivía según los pensamientos satánicos de “La vida es valiosa; el amor lo es incluso más” y “Ojalá gane un corazón que me sea fiel y vivamos juntos hasta el final de nuestros días”. Hice de mi esposo la persona más importante para mí y le encomendé mi felicidad de toda la vida. Antes de encontrar a Dios, me dedicaba por completo a mi esposo y a mi familia para tener un matrimonio feliz. Después de que encontré a Dios, mi esposo, influenciado por los rumores infundados que el PCCh difundía, comenzó a perseguirme, me prohibió creer en Dios y hasta me amenazó con divorciarse y recurrió a la violencia para agredirme. Para no perder nuestro matrimonio, sufría en silencio y hacía concesiones. Aun cuando me trataba con frialdad y se burlaba de mí, seguía intentando complacerlo de forma activa, dedicaba más tiempo al cuidado del hogar y descuidaba los deberes que debía cumplir. Especialmente cuando era predicadora, era plenamente consciente de que ese deber era crucial y de que implicaba el trabajo de varias iglesias, pero me preocupaba que nuestro matrimonio se rompiera, así que solía ir a casa para mantener la relación que tenía con mi esposo y no podía dedicarme de todo corazón a mis deberes. Cuando aparecieron anticristos y falsos líderes en las iglesias, no lidié con ellos a tiempo porque estaba intentando mantener unida a mi familia, lo que retrasó el trabajo de la iglesia. Para preservar mi relación con mi esposo y salvar nuestro matrimonio, descuidé por completo mis responsabilidades y deberes y cometí graves transgresiones. Vi lo intransigente y egoísta que había sido. Al reflexionar, llegué a odiarme de verdad.
Más tarde, leí algunas de las palabras de Dios: “Dios ha ordenado para ti el matrimonio con el único fin de que aprendas a cumplir con tus responsabilidades, a vivir apaciblemente junto a otra persona y a compartir la vida con esta, y de que experimentes cómo es compartir vida con tu pareja y aprendas a gestionar todo aquello que os vayáis encontrando juntos, de modo que tu vida crezca en riqueza y diversidad. Sin embargo, Él no te vende al matrimonio y, por supuesto, no te vende a tu pareja como si fueras su esclavo. No eres su esclavo, del mismo modo que tu pareja tampoco es tu amo. Sois iguales, solo tienes las responsabilidades de una mujer o un marido hacia tu pareja, y una vez que cumples con ellas, Dios considera que eres un cónyuge satisfactorio. No hay nada que tu pareja tenga y tú no, y no eres peor que ella. Si crees en Dios, persigues la verdad, eres capaz de cumplir con tu deber, a menudo asistes a las reuniones, oras-lees las palabras de Dios y acudes ante Él, estas son cosas que Dios acepta y que un ser creado debe llevar a cabo, y constituyen la vida normal que debe tener un ser creado. No hay nada vergonzoso en ello, ni tienes que sentirte en deuda con tu pareja porque vivas ese tipo de vida; no le debes nada. Si lo deseas, tienes la obligación de dar testimonio a tu pareja de la obra de Dios. Sin embargo, si no cree en Dios y no sigue la misma senda que tú, no hace falta ni tienes ninguna obligación de contarle o explicarle nada, ni de proporcionarle ninguna información sobre tu fe o la senda que sigues, y tampoco tiene ningún derecho a ese conocimiento. Su responsabilidad y obligación es apoyarte, animarte y defenderte. Si no puede hacerlo, carece de humanidad. ¿Por qué? Porque tú sigues la senda correcta, y por eso tu familia y tu pareja están bendecidos y disfrutan de la gracia de Dios junto a ti. Lo único justo es que tu cónyuge se sienta agradecido por ello, en lugar de discriminarte o acosarte a causa de tu fe o porque te estén persiguiendo, o de creer que deberías encargarte de más tareas del hogar y otras cosas, o que le debes algo. No le debes nada desde el punto de vista emocional ni espiritual, ni de ningún otro modo; te lo debe él a ti. Tu fe es el motivo de que disfrute de gracia y bendiciones adicionales por parte de Dios y de que obtenga tales cosas de manera excepcional. ¿Qué quiero decir con que ‘obtiene tales cosas de manera excepcional’? Alguien como él no merece tales cosas ni debería obtenerlas. ¿Por qué no? Como no sigue ni reconoce a Dios, recibe la gracia de la que disfruta a raíz de tu fe. Se beneficia a la vez que tú y disfruta contigo de las bendiciones, así que lo justo es que te lo agradezca. […] Aquellos que no creen siguen sin estar satisfechos, e incluso reprimen y acosan a los creyentes. La persecución a la que el país y la sociedad someten a los creyentes ya supone un desastre para estos, y sin embargo sus familiares van aún más lejos y ejercen mayor presión. Si, en tales circunstancias, sigues creyendo que los estás decepcionando y estás dispuesto a convertirte en un esclavo de tu matrimonio, has de saber que es algo que de ninguna manera deberías hacer. Que no apoyan tu creencia en Dios, de acuerdo; que no defienden tu creencia, de acuerdo también. Son libres de no hacerlo. Sin embargo, no deberían tratarte como a un esclavo por creer en Dios. No eres un esclavo, eres un ser humano, una persona digna y recta. Cuanto menos, eres un ser creado ante Dios, no el esclavo de nadie. Si has de ser esclavo de algo, que sea de la verdad, de Dios, no de una persona cualquiera, y ni mucho menos permitas que tu cónyuge sea tu amo. En lo que a relaciones mundanas se refiere, aparte de tus padres, tu cónyuge es lo más cercano que tienes en este mundo. No obstante, como crees en Dios, te trata como a un enemigo, te ataca y te hostiga. Se muestra contrario a que acudas a las reuniones y, en cuanto oye algún chisme, vuelve a casa para regañarte y tratarte mal. Incluso cuando estás orando o leyendo las palabras de Dios en casa sin que ello afecte para nada a su vida normal, te reprende y se enfrenta a ti igualmente, e incluso llega a golpearte. Decidme, ¿qué es eso? ¿Acaso no es un demonio? ¿Es esa la persona más cercana a ti? ¿Merece alguien semejante que cumplas ninguna responsabilidad hacia ella? (No). ¡Claro que no! Y, por tanto, algunas personas que permanecen en esa clase de matrimonio continúan a merced de su pareja, dispuestas a sacrificarlo todo, incluido el tiempo que deberían pasar cumpliendo con su deber, la oportunidad de llevar a cabo este e incluso la de obtener la salvación. No deberían hacer esas cosas, y como poco, deberían renunciar a tales ideas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (11)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él ha decretado el matrimonio para que las personas aprendan a cumplir con sus responsabilidades y tengan una vida de abundancia, pero no para que sean esclavas de su matrimonio. Se deben seguir principios cuando se cumplen las responsabilidades del matrimonio. Si la otra persona tiene buena humanidad y apoya nuestra fe en Dios, entonces podemos cumplir nuestras responsabilidades dentro del marco del matrimonio. Sin embargo, si la otra persona obstruye nuestra fe en Dios y hasta nos persigue o condena, entonces ese diablo está mostrando su verdadera apariencia y tiene una esencia que odia a Dios. En ese caso, no hace falta que cumplamos nuestras responsabilidades. Si una persona no puede distinguir el bien del mal y aún quiere aferrarse a un cónyuge así, ¡entonces es completamente estúpida e ignorante! Creer en Dios y cumplir el deber de un ser creado cuentan con Su aprobación y son lo más recto que podemos hacer, pero mi esposo no solo no me apoyó, sino que me trató como una enemiga, me golpeó, me insultó y amenazó con divorciarse a fin de presionarme para que abandonara mi fe en Dios. Los hechos revelaron con claridad que mi esposo odiaba a Dios y que tenía la esencia de un diablo. Él era muy consciente de que el PCCh me perseguía y que podía arrestarme en cualquier momento si regresaba a casa; sin embargo, denunció a mi prima para intentar presionarme para que regresara. ¡No le preocupó en absoluto mi vida o mi muerte! ¡Era realmente egoísta y malévolo! Más tarde, me di cuenta de que antes, cuando me trataba bien, era porque yo podía cuidar de nuestra familia y de su madre, lo que le beneficiaba; de lo contrario, ya se habría divorciado de mí hace tiempo. Él no me amaba de verdad y me veía como un mero medio para alcanzar sus objetivos. Pero siempre había creído que me apoyaba y le había encomendado toda mi felicidad. Hasta había dejado a un lado mis deberes para aferrarme a él y ganarme su favor. Al pensar en esto, ¡me di cuenta de que me había embaucado y vi lo ciega que había sido! Ahora tenía claro que la esencia de mi esposo era la de un diablo que odia a Dios. ¿Cómo podría encontrar la felicidad con alguien que odiaba a Dios? No solo no encontraría felicidad con él, sino que también me haría más daño. No podía seguir dejando que me limitara. Tenía que buscar la verdad con diligencia y esforzarme al máximo por cumplir bien con mis deberes.
Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios: “En lo que respecta al matrimonio, no importan las fisuras que aparezcan o qué consecuencias se produzcan, tanto si este continúa como si no, y ya te embarques en una nueva vida en tu relación o esta termine en ese preciso instante, tu matrimonio no es tu destino, como tampoco lo es tu esposo. Apareció en tu vida y tu existencia porque Dios lo ordenó y para desempeñar el rol de compañero en tu camino por la vida. Si te puede acompañar hasta el final del camino y llegar hasta allí contigo, entonces no existe nada mejor que eso, y deberías agradecerle a Dios por Su gracia. Si aparece un problema durante el matrimonio, si surgen fisuras o algo que no te guste y al final la relación llega a su fin, no significa que ya no tengas un destino, que tu vida se haya sumido en la oscuridad o que no haya luz ni tengas futuro. Puede que el fin del matrimonio suponga el comienzo de una vida más maravillosa. Todo está en manos de Dios, y Él se encarga de instrumentarlo y arreglarlo. Es posible que el fin de tu matrimonio te aporte una mayor comprensión y apreciación de este, un entendimiento más profundo. Desde luego, podría convertirse en un importante punto de inflexión para tus objetivos vitales, el rumbo de tu vida y la senda por la que caminas. No te aportará recuerdos sombríos y ni mucho menos dolorosos, así como tampoco experiencias y resultados negativos, sino más bien experiencias positivas y activas que no podrías haber tenido si siguieras casado. Si tu matrimonio continuara, tal vez vivirías para siempre esa vida vulgar, mediocre y deslucida hasta el fin de tus días. El hecho de que la relación se rompa y termine no es necesariamente algo malo. Antes te limitaban la felicidad y las responsabilidades de tu matrimonio, así como las emociones o la manera de vivir siempre pendiente de tu cónyuge, de atenderlo, tenerlo en consideración, cuidarlo y preocuparte por él. Sin embargo, a partir del día en que termina tu matrimonio, todas las circunstancias de tu vida, tus objetivos de supervivencia y tus búsquedas vitales experimentan una transformación profunda y completa, y hay que precisar que esta se produce a raíz del fin de tu relación. Es posible que Dios quiera que obtengas ese resultado, ese cambio y esa transición mediante el matrimonio que ha ordenado para ti, y tal es la intención de Dios al guiarte a poner fin a este. Aunque te hayan herido y hayas tomado una senda tortuosa, y a pesar de que hayas tenido que hacer algunos sacrificios y concesiones innecesarios dentro del marco del matrimonio, lo que al final recibes no se puede obtener en la vida conyugal” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (11)). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se iluminó. Dios ha decretado el matrimonio para las personas, pero el matrimonio no es el destino de los seres humanos. Tanto si el matrimonio de una persona es feliz y gratificante como si se ha roto y ha llegado a su fin, esto no afecta en absoluto que esa persona tenga un buen destino ni determina si tendrá una vida feliz. Sin embargo, yo había considerado el matrimonio como mi destino y a mi esposo como mi respaldo, así que, cuando vi que mi matrimonio se desmoronaba y existía solo de nombre, sentí que ya no tenía destino ni respaldo. Se me apesadumbró el corazón, me sentí sola, desamparada y no supe cómo enfrentar la vida que tenía por delante. Ahora, me di cuenta de que mis opiniones no estaban de acuerdo con la verdad. Las palabras de Dios me mostraron que la disolución del matrimonio de una persona no significa que no tenga futuro ni que su vida sea lúgubre; puede ser el comienzo de una vida más maravillosa. En el pasado, para mantener un matrimonio feliz, hacía todas las tareas dentro y fuera del hogar y me pasaba los días rompiéndome la espalda trabajando. Además, tenía que interpretar los estados de ánimo de mi esposo. Pero lo peor era que no podía dedicarme plenamente a mis deberes. Hacía todo por inercia, lo que retrasaba el trabajo de la iglesia. A menudo me sentía intranquila, como si tuviera una roca pesada sobre el corazón, y vivía en un estado de dolor y agotamiento. La búsqueda de la felicidad conyugal solo me trajo más opresión espiritual y sufrimiento. En los últimos meses, no pude volver a casa debido a que el PCCh me perseguía y, cuando dediqué mi corazón a cumplir mis deberes, me sentí menos cansada y se me aligeró mucho el corazón. Cuando me sosegué para comer y beber las palabras de Dios y viví la vida de iglesia con los hermanos y hermanas, pude entender algunas verdades y se me llenó de alegría el corazón. Esto fue realmente beneficioso para mi vida. Entonces, aunque mi esposo no me acompañaba ni cuidaba de mí, oraba a Dios cuando enfrentaba dificultades y sufrimiento y, con la guía de Sus palabras, sentía que Dios estaba justo a mi lado y que era mi verdadero respaldo. Al comprender estas cosas, ya no me preocupé por mantener mi matrimonio. Mi corazón, que había estado reprimido durante tanto tiempo, comenzó a sentirse liberado. Más tarde, seguí cumpliendo mis deberes en otras regiones y no regresé a casa.
Un día, tres años después, quedé para verme con una hermana en el parque y, de camino, me vio el cuñado de mi esposo. Estaba muy sorprendido y me dijo que había estado buscándome. Su esposa tenía cáncer y podía morirse en cualquier momento. No paraba de instarme a que fuera a su casa. Pensé en cómo mi esposo solía llamar a nuestra hija para preguntarle donde me encontraba, también iba a la casa de mi madre a buscarme y no paraba de llamar a mis familiares para tratar de encontrarme. Si iba a la casa de su hermana, se enteraría casi de inmediato. ¿Qué pasaría si mi esposo me viera y me suplicara que me quedara en casa? Pensé en mi suegra, que ya estaba mayor, y en lo difícil que sería la vida de mi esposo si su hermana fallecía. Después de tantos años de matrimonio, y considerando que hace casi tres años que me había ido de casa, ¿seguiría persiguiéndome como antes? Después de pensarlo, seguía sintiéndome en conflicto, así que oré en silencio a Dios para pedirle que me guiara y orientara. Después de orar, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “¿Cómo pueden los diablos convertirse en humanos? Es imposible. Hacer que el gran dragón rojo suelte el cuchillo de carnicero es imposible; es su naturaleza. Los diablos y Satanás son de la misma cohorte, solo les diferencia su importancia. Tu manera de contemplar al gran dragón rojo es la misma con la que deberías contemplar a los diablos; esto es lo correcto. Si contemplas a los diablos de manera diferente a como contemplas a Satanás y al gran dragón rojo, eso demuestra que todavía no tienes un entendimiento profundo de los diablos; si todavía piensas que son humanos, si crees que tienen humanidad, que tienen algo digno de elogio, que se los puede redimir y sigues dándoles oportunidades, entonces eres un necio, has caído de nuevo en sus artimañas y tendrás que pagar el precio por ello” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (15)). Un diablo siempre será un diablo y nunca se convertirá en humano. Mi esposo odiaba a Dios y se le oponía. Tenía la esencia de un diablo. No podía compadecerme de mi esposo, de lo contrario, solo me haría daño. No importa lo que pasara, no podía regresar. Entonces pensé en las intenciones urgentes de Dios. Dios espera que más personas puedan presentarse ante Él y aceptar Su salvación lo antes posible, así que, en este momento crítico, tenía que hacer todo lo posible para colaborar con el trabajo evangélico. Me arrepentí de no haber cumplido bien con mis deberes en el pasado por perseguir la felicidad conyugal. Ahora, tenía que compensarlo y ser fiel en mis deberes para retribuir el amor de Dios. De ahí en adelante, me dediqué al trabajo de riego de los nuevos fieles y me sentí tranquila y en paz. Le agradezco sinceramente a Dios por rescatarme del sufrimiento del matrimonio.