90. Nunca más me quejaré de mi porvenir
Nací en una familia normal de granjeros, mis padres confiaban en los cultivos para subsistir. Había una familia pudiente en nuestro pueblo, con una casa grande y bonita. Los niños solían tener buena ropa y buena comida. Yo les tenía bastante envidia. Pensaba que debía estudiar mucho, ir a una buena universidad en el futuro y encontrar un buen trabajo. Así destacaría de la mayoría y los demás me estimarían y me envidiarían. Sin embargo, en mi primer año de instituto me diagnosticaron lupus eritematoso sistémico. Es una enfermedad reumática autoinmune incurable que requiere un tratamiento de por vida. En aquel momento me sentí muy abatida, no sabía por qué había contraído esta enfermedad. Puse toda mi energía en estudiar. Mis notas solían ser de las mejores de clase, y pensé que si podía ir a la universidad perfecta sería capaz de reescribir mi porvenir. Pero de improviso, veintitantos días antes del examen de acceso a la universidad, tuve fiebres altas que no remitían y tuve que ingresar en el hospital, lo que afectó mi rendimiento en el examen. Al final, no fui a la universidad perfecta sino solo a una escuela superior de formación profesional. Pero no estaba dispuesta a rendirme ante mi porvenir y tras entrar en la escuela me apunté a clases preparatorias para ir a la universidad. Pero tras solo medio año de clases mi enfermedad fue a peor. Tenía fiebre baja a menudo, las articulaciones de las manos y las piernas se me hinchaban y me dolían, y hasta subir escaleras me costaba. A veces ni siquiera podía mover una botella. Al final no tuve elección, dejé la escuela y volví a casa. Los amigos de mi edad estaban sanos y se esforzaban por perseguir sus sueños. No podía evitar mirar al cielo suspirando y pensar: “¿Por qué el destino es tan injusto conmigo? ¿Por qué me han venido tan mal las cosas?”. A menudo culpaba al Cielo y a los demás, y a veces hasta pensé en la muerte. Pero viendo a mis padres ocuparse de mí, no tuve valor para concretar esas ideas. Lo único que podía hacer era ver pasar los días en vano.
Más tarde acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Me recuperé bastante de salud y pude llevar una vida normal. El líder dispuso que me pusiera a producir vídeos. En ese momento estaba entusiasmada y estudié seriamente producción audiovisual. Después me ascendieron a supervisora y me puse extremadamente contenta. Me volví todavía más activa cumpliendo con mi deber. A veces tenía fiebre baja, pero seguía cumpliendo con mi deber. Más tarde, teniendo en cuenta mi estado de salud, el líder decidió que volviera a casa e hiciese allí los deberes que pudiese. Me sentí un poco perdida. Parecía que jamás tendría la oportunidad de ser cultivada, y pensé: “¿No es todo por esta horrible enfermedad? Realmente tuve un porvenir desafortunado”. Después de eso realicé deberes relacionados con textos en la iglesia. Pensaba a menudo: “Solo hago deberes relacionados con textos; no puedo destacar ni estar en el candelero”. Estaba muy abatida. Viendo que los líderes a menudo iban a distintos lugares de reunión para hablar sobre las palabras de Dios y resolver problemas, y lo impresionantes que se veían al poder estar en el foco de atención, pensé: “Si pudiera entender un poco más de la verdad y resolver cuestiones sobre el estado de los hermanos y las hermanas, tal vez también podrían elegirme a mí como líder”. Así, siempre que iba a una reunión prestaba atención al estado de los hermanos y las hermanas. Al volver a casa hallaba algunas palabras de Dios y luego compartía estas palabras con los hermanos y las hermanas en la siguiente reunión. No hace falta decir que me hacía muy feliz ver a todos escuchando mi enseñanza. Y, cuando estaba cumpliendo mi deber con mucho fervor, me caí de la bici mientras iba a una reunión. Me hice tanto daño en la pierna que no podía andar y tuve que quedarme en casa recuperándome. Estaba muy confusa, pensando: “He sido muy activa en mi deber últimamente; ¿por qué me ha pasado esto de repente? ¿Por qué soy tan desafortunada?”. Todavía me molestaba más que la iglesia fuera a celebrar elecciones pronto, y había pensado que tenía una oportunidad de ser elegida como líder de la iglesia, pero el líder me dijo: “Los líderes se encargan de todo el trabajo de la iglesia. Teniendo en cuenta tu salud, me temo que te agotarías. Es mejor para ti que sigas con tus deberes relacionados con textos”. Al oír al líder fue como si me hubiesen echado un cubo de agua fría por encima y mi corazón se enfrió. Parecía que ser líder no era parte de mi porvenir. Después, en las siguientes reuniones me faltaba el vigor de antes. No quería hacer el esfuerzo de considerar los problemas de los hermanos y las hermanas. La líder recién elegida, Chen Fang, era de mi edad y realmente la envidiaba. Tenía buena salud y podía ser elegida como líder, mientras yo solo podía hacer deberes relacionados con textos. Me quejé para mí misma, pensando: “Quiero esforzarme por Dios con diligencia; ¿por qué tengo un cuerpo tan débil? Tengo el corazón, pero no tengo la fuerza. Realmente me tocó un mal porvenir”. Me sentía perdida, y pensaba: “Aunque no pueda ser líder, si lo hago bien con mis deberes relacionados con textos, ¿no me tendrán los hermanos y las hermanas en alta estima?”. Con esta idea, examinaba los manuscritos con entusiasmo. Pero al final del año la pierna me dolía tanto que no podía caminar. Resultó ser una osteonecrosis. Poco después hubo detenciones en la iglesia y no podía salir a contactar con los hermanos y las hermanas por riesgos de seguridad. Estaba muy abatida, pensando: “¿Cómo puedo haber tenido tan mala suerte? En el pasado quise confiar en los estudios para cambiar mi porvenir, pero aquello no salió como esperaba. Pensé que tras creer en Dios sería capaz de tener un buen porvenir, pero las cosas tampoco me salieron bien. Ahora mi enfermedad es grave, y no puedo cumplir mi deber por riesgos de seguridad. Nunca llegará el día en que pueda florecer. ¡Mi porvenir es sufrir!”. Me pasaba el día llorando, y no sabía cómo se suponía que iba a seguir viviendo. En ese momento, se me ocurrió que podía escribir artículos, pero en cuanto pensaba en mi porvenir y en que todos mis esfuerzos serían inútiles, ya no tenía ganas de escribir, y pasaba todo el día abatida.
Un día, una hermana que vivía cerca me trajo algunas palabras de Dios. Me sentí muy agradecida a Dios y oré: “Dios, gracias por Tu misericordia. En este tiempo he vivido en un estado de abatimiento. Siempre he pensado que tengo mala suerte, y nunca he buscado la verdad ni aprendido la lección. ¡Dios, soy tan rebelde!”. Después leí dos pasajes de las palabras de Dios y entendí mejor mi estado. Dios Todopoderoso dice: “La causa fundamental para el surgimiento de la emoción negativa del abatimiento es diferente en cada uno. El abatimiento de un tipo de persona puede surgir de su constante creencia en su propio terrible sino. ¿No es esta una causa? (Sí). Cuando era joven, vivía en el campo o en una región pobre, su familia no era próspera y, aparte del simple mobiliario, no poseían nada de mucho valor. Tal vez tenían una muda o dos de ropa que debían llevar a pesar de tener agujeros, y por lo general no podían consumir comida de buena calidad, sino que en vez de eso tenían que esperar a Año Nuevo o días festivos para comer carne. A veces pasaban hambre, les faltaba ropa de abrigo y tener un gran plato lleno de carne que llevarse a la boca era un sueño, e incluso una pieza de fruta era difícil de conseguir. Al vivir en ese entorno se sentía diferente a otras personas que residían en la gran ciudad, aquellos cuyos padres eran acomodados, que podían comer cualquier cosa que les apeteciera y ponerse cualquier prenda de ropa, que tenían al momento lo que quisieran y poseían conocimiento sobre todo. Pensaba: ‘Su sino es tan bueno. ¿Por qué el mío es tan malo?’. Siempre quiere destacar entre la multitud y cambiar su sino. Sin embargo, no es tan fácil cambiar el propio sino. Cuando uno nace en esa situación, aunque lo intente, ¿cuánto puede cambiar y mejorar su sino? Después de convertirse en adulto, se ve frenado por obstáculos allá donde va en la sociedad, lo acosan dondequiera que va, así que se siente lleno de infortunio. Piensa: ‘¿Por qué soy tan desafortunado? ¿Por qué siempre conozco a personas malas? Tuve una vida dura de niño, y así eran las cosas. Ahora que soy grande, sigue siendo muy mala. Siempre quiero mostrar lo que puedo hacer, pero nunca tengo oportunidad. Si nunca la tengo, que así sea. Solo quiero trabajar duro y ganar suficiente dinero para tener una buena vida. ¿Por qué ni siquiera puedo hacer eso? ¿Por qué es tan difícil tener una buena vida? No hace falta tener una vida superior a la de los demás. Al menos quiero vivir la vida de alguien de ciudad, que nadie me menosprecie, no ser un ciudadano de segunda o tercera clase. Como poco, que cuando la gente me llame no me grite: “¡Eh, tú, ven aquí!”. Por lo menos que me llamen por mi nombre y se dirijan a mí con respeto. Sin embargo, no puedo disfrutar siquiera de que se dirijan a mí con respeto. ¿Por qué es tan cruel mi sino? ¿Cuándo terminará?’. Cuando una persona así no cree en Dios, considera cruel su sino. Tras empezar a creer en Dios y darse cuenta de que este es el camino verdadero, piensa: ‘Todo ese sufrimiento merecía la pena. Todo lo orquestó y lo hizo Dios, y lo hizo bien. Si no hubiera sufrido así, no habría llegado a creer en Dios. Ahora que creo en Él, si puedo aceptar la verdad, mi sino debería cambiar a mejor. Ahora puedo llevar una vida en igualdad de condiciones en la iglesia con mis hermanos y hermanas, y la gente me llama “hermano” o “hermana”, y se dirigen a mí con respeto. Ahora disfruto de la sensación de contar con el respeto de los demás’. Parece como si su sino hubiera cambiado, y como si ya no sufrieran ni tuvieran un mal sino. Una vez que han empezado a creer en Dios, se proponen cumplir bien con su deber en la casa de Dios, se vuelven capaces de soportar adversidades y trabajar duro, capaces de aguantar más que nadie en cualquier asunto, y se esfuerzan por ganarse la aprobación y la estima de la mayoría de la gente. Les parece que incluso pueden llegar a ser elegidos líderes de la iglesia, supervisores o líderes de equipo, y ¿no estarán entonces honrando a sus antepasados y a su familia? ¿No habrán cambiado su sino? Sin embargo, la realidad no está a la altura de sus deseos y se sienten abatidos y piensan: ‘Llevo años creyendo en Dios y me relaciono muy bien con mis hermanos y hermanas, pero ¿cómo es posible que cada vez que llega el momento de elegir a un líder, a un supervisor o a un líder de equipo nunca me toca a mí? ¿Será porque mi aspecto es muy sencillo o porque no he rendido lo suficiente y nadie se ha fijado en mí? Cada vez que hay una votación, tengo una ligera esperanza, e incluso me alegraría que me eligiesen líder de equipo. Me entusiasma mucho retribuirle a Dios, pero acabo decepcionado cada vez que hay una votación y me dejan fuera de todo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Será que en realidad solo soy capaz de ser una persona mediocre, corriente, alguien anodino toda mi vida? Cuando recuerdo mi infancia, mi juventud y mis años de mediana edad, esta senda que he recorrido siempre ha sido muy mediocre y no he hecho nada digno de mención. No es que no posea ninguna ambición o mi calibre sea demasiado escaso, y no es que no me esfuerce lo suficiente o que no pueda soportar las adversidades. Tengo determinación y metas, e incluso puede decirse que también ambición. Entonces, ¿por qué nunca puedo destacar entre la multitud? A fin de cuentas, simplemente tengo un mal sino y estoy condenado a sufrir, y así es como Dios ha dispuesto las cosas para mí’. Cuanto más piensan en ello, peor creen que es su sino. […] Da igual lo que les ocurra, siempre lo atribuyen a que tienen un mal sino; le dedican un esfuerzo constante a esta idea de tener un mal sino, se esfuerzan por tener una comprensión y una apreciación más profundas de ella y, a medida que le dan vueltas en su mente, sus emociones se vuelven más abatidas. Cuando cometen un pequeño error en el cumplimiento de su deber, piensan: ‘Oh, ¿cómo voy a cumplir bien con mi deber si tengo un sino tan malo?’. En las reuniones, sus hermanos y hermanas comunican mientras ellos meditan las cosas una y otra vez, pero no entienden, y piensan: ‘Oh, ¿cómo voy a entender las cosas si tengo un sino tan malo?’. Cuando ven a alguien que habla mejor que ellos, que debate sobre su comprensión de una manera más clara e iluminada, se sienten aún más abatidos. Cuando ven a alguien que puede soportar penurias y pagar el precio, que muestra resultados en el cumplimiento de su deber, que recibe la aprobación de sus hermanos y hermanas y consigue ascensos, sienten infelicidad en su corazón. Cuando ven a alguien convertirse en líder u obrero, se sienten aún más abatidos, e incluso al ver que alguien canta y baila mejor que ellos, se sienten inferiores a esa persona y se sienten abatidos. No importa con qué personas, acontecimientos o cosas se encuentren, o cualquier situación con la que se topen, siempre responden a ellos con esta emoción de abatimiento. Incluso cuando ven a alguien que lleva ropa un poco más bonita que la suya o cuyo peinado es un poco mejor, siempre se sienten tristes, y los celos y la envidia surgen en su corazón hasta que, finalmente, regresan al abatimiento” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). “Las personas así, que siempre piensan que tienen un mal sino, albergan la constante sensación de que una roca gigante les está aplastando el corazón. Dado que siempre creen que todo lo que les sucede es a causa de su mal sino, sienten que no pueden cambiar nada de ello, pase lo que pase. Entonces, ¿qué hacen? Simplemente se sienten negativos, holgazanean y se resignan a sus desgracias. […] Al final, al creerse siempre con un mal sino, caen en la desolación, viven sin un propósito real y solo comen y duermen, esperando la muerte. De este modo, pierden cada vez más interés en la búsqueda de la verdad, en cumplir bien con su deber, en alcanzar la salvación y en otros requerimientos similares de Dios, e incluso repelen y rechazan cada vez más estas cosas. Toman su mal sino como su razón y fundamento para no perseguir la verdad, y el no poder alcanzar la salvación como algo natural. No diseccionan sus propias actitudes corruptas o emociones negativas en las situaciones con las que se encuentran, para de ese modo llegar a conocer y resolver sus actitudes corruptas, sino que utilizan su punto de vista de que tienen un mal sino como modo de responder a toda persona, acontecimiento y cosa con los que se encuentran y que experimentan, con lo cual caen aún más profundamente en su abatimiento” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Lo que Dios puso al descubierto era exactamente mi estado. Siempre había pensado que tenía un porvenir malo y cruel y por ello había tenido a menudo sentimientos de abatimiento. Cuando era joven vi que había nacido en una familia corriente y quería confiar en los estudios para cambiar mi porvenir, pero por desgracia, en mi primer año de secundaria me diagnosticaron lupus eritematoso sistémico. Cuando se recrudeció mi enfermedad justo antes del examen de acceso a la universidad, no fui capaz de entrar en la universidad perfecta. Más tarde tuve que dejar la escuela e irme a casa debido a mi grave estado de salud. Al ver que no podía confiar en el conocimiento para cambiar mi porvenir, sentía un gran dolor en el corazón y me quejaba a menudo de lo injusto que era el porvenir conmigo. Después de empezar a creer en Dios, estaba todo el tiempo en segundo plano haciendo de mala gana tareas con textos, y quería resolver activamente los estados de los hermanos y las hermanas para que me eligieran como líder. No obstante, teniendo en cuenta mi estado de salud, los hermanos y hermanas no me eligieron. Sentía todavía más que realmente no tenía buena suerte, y ya no era tan activa como antes en las reuniones. De acuerdo con mi situación, la iglesia decidió que permaneciera en la casa de mi familia de acogida y analizase manuscritos. Todavía quería alcanzar algunos logros y que la gente me tuviera en alta estima, pero mi estado de salud fue a peor de manera inesperada, y la osteonecrosis me impedía salir a cumplir con mi deber. Me sentí todavía más abatida. Pensaba que nada de lo que hacía iba bien, que mi porvenir era sufrir. Tenía sentimientos de abatimiento y perdí la esperanza en mí misma, ya no quería perseguir la verdad, ni siquiera escribir más artículos. Creía que me había tocado tener mala suerte y que no tenía sentido seguir intentándolo. Mi forma de ver las cosas era la de esa gente que no cree en Dios: cuando me enfrentaba a la adversidad, llegaba a la conclusión de que tenía mala suerte y quería luchar contra mi porvenir, hiciera lo que hiciera. Al perder la lucha, me quejaba de que no tenía buena suerte. Había creído en Dios durante años pero no me había sometido de verdad a Él. No sabía buscar la verdad para resolver mis propios problemas, solo vivía en un estado de abatimiento y culpaba a Dios. ¿Cómo podía considerarme a mí misma una creyente?
Más tarde leí dos pasajes más de las palabras de Dios y aprendí que no hay cosas tales como la buena o la mala suerte. Dios Todopoderoso dice: “El arreglo de Dios sobre cuál va a ser el sino de una persona, ya sea bueno o malo, no es algo que se deba contemplar o medir con los ojos de un hombre o de un adivino, ni tampoco que se deba medir en función de cuánta riqueza y gloria esa persona disfruta en su tiempo de vida, del sufrimiento que experimenta o el éxito que tenga en su búsqueda de perspectivas, fama y ganancia. Sin embargo, este es precisamente el grave error que cometen quienes dicen tener un mal sino, así como una forma de medir el propio sino que usa la mayoría de la gente. ¿Cómo mide la mayoría de la gente su propio sino? ¿Cómo mide la gente mundana si el sino de una persona es bueno o malo? Principalmente, se basan en si a esa persona le va bien en la vida o no, si puede disfrutar o no de la riqueza y la gloria, en si puede vivir con un estilo de vida superior al de los demás, cuánto sufre y cuánto disfruta durante su vida, cuánto vive, qué carrera tiene, si se trata de una vida esforzada o si es cómoda y fácil. Estas y otras cosas son las que usan para medir si el sino de una persona es bueno o malo. ¿No lo medís vosotros así también? (Sí). Entonces, cuando la mayoría de vosotros os topáis con algo que no es de vuestro gusto, cuando los tiempos son duros o no sois capaces de disfrutar de un estilo de vida superior, pensaréis que también tenéis un mal sino y os hundiréis en el abatimiento” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). “Hace mucho que Dios predestinó los sinos de las personas, y son inmutables. Este ‘buen sino’ y este ‘mal sino’ difieren de una persona a otra, y dependen del entorno, de cómo se sienten las personas y de lo que buscan. Por eso el sino no es ni bueno ni malo. Puede que vivas una vida muy dura, pero tal vez pienses: ‘No busco vivir una vida de lujo. Me contento con solo tener ropa y comida. Todo el mundo sufre a lo largo de su vida. La gente mundana dice: “No puedes ver un arcoíris a menos que esté lloviendo”, así que el sufrimiento tiene su valor. Esto no es tan malo, y mi sino no es malo. El cielo me ha dado algo de dolor, algunas pruebas y tribulaciones. Eso es porque Él me tiene en alta estima. Este es un buen sino’. Algunas personas piensan que el sufrimiento es algo malo, que implica que tienen un mal sino, y que solo una vida sin sufrimiento, con comodidad y tranquilidad, significa que tienen un buen sino. Los no creyentes llaman a esto ‘una cuestión de opinión’. ¿Cómo consideran los creyentes en Dios esta cuestión del ‘sino’? ¿Hablamos de tener un ‘buen sino’ o un ‘mal sino’? (No). No decimos cosas así. Digamos que tienes un buen sino porque crees en Dios, entonces si no sigues la senda correcta en tu fe, si eres castigado, revelado y descartado, ¿significa eso que tienes un buen o un mal sino? Si no crees en Dios, es imposible que se te revele o descarte. Los no creyentes y la gente religiosa no hablan de revelar o discernir a la gente, y tampoco de echarla o descartarla. Debería significar que las personas tienen un buen sino cuando son capaces de creer en Dios, pero si al final son castigadas, ¿significa entonces que tienen un mal sino? Su sino es bueno en un momento y malo al siguiente, así que ¿cuál de los dos es? Si alguien tiene un buen sino o no, no es algo que se pueda juzgar, la gente no puede juzgar este asunto. Todo lo hace Dios y todo lo que Él dispone es bueno. Lo único que ocurre es que la trayectoria del sino de cada individuo, o su entorno, y las personas, los acontecimientos y las cosas con las que se encuentra, y la senda vital que experimenta a lo largo de su vida son todos diferentes; estas cosas difieren de una persona a otra. El entorno vital y en el que crece cada persona, ambos dispuestos para ella por Dios, son todos diferentes. Las cosas que cada individuo experimenta durante su vida son todas diferentes. No existe un supuesto sino bueno o sino malo: Dios lo arregla y lo hace todo. Si consideramos el asunto desde la perspectiva de que todo lo hace Dios, todo es bueno y correcto. Lo que ocurre es que, desde la perspectiva de las predilecciones, los sentimientos y las elecciones de las personas, algunas eligen vivir una vida cómoda, tener fama, ganancia, una buena reputación y tener prosperidad en el mundo y llegar a lo más alto. Creen que eso significa que tienen un buen sino, y que una vida de mediocridad y de no tener éxito, viviendo siempre en lo más bajo de la sociedad, es un mal sino. Así es como se ven las cosas desde la perspectiva de los no creyentes y de la gente mundana que busca cosas mundanas y vivir en el mundo, y así es como surge la idea del buen sino y del mal sino. Esta idea solo surge de la estrecha comprensión de los seres humanos y de su percepción superficial del sino y, entre otras cosas, de los juicios de la gente sobre cuánto sufrimiento físico soportan, cuánto disfrute tienen, y cuánta fama y ganancia obtienen. De hecho, si lo miramos desde la perspectiva de los arreglos y la soberanía de Dios sobre el sino del hombre, no existen tales interpretaciones de buen o mal sino. ¿Acaso esto no es exacto? (Sí). Si consideras el sino del hombre desde la perspectiva de la soberanía de Dios, entonces todo lo que Él hace es bueno, y es lo que cada individuo necesita. Esto se debe a que la causa y el efecto desempeñan un papel en las vidas pasadas y presentes, están predestinados por Dios, Él tiene soberanía sobre ellos y los planifica y arregla: la humanidad no tiene elección. Si lo consideramos desde este planteamiento, la gente no debería juzgar su propio sino como bueno o malo, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Tras leer las palabras de Dios me di cuenta por fin de que, desde la perspectiva de Dios, no hay cosas tales como la buena o la mala suerte. Todo lo que hace Dios es bueno. Dios tiene soberanía sobre el porvenir de cada persona y Él lo dispone. El estándar de la gente para juzgar si su suerte es buena o mala se basa en cuánto sufren en su vida, en cuánto prestigio y riqueza pueden disfrutar, y cuánto éxito tienen en su búsqueda de fama y provecho y de sus expectativas de futuro. Esto es desde la perspectiva de las preferencias carnales del hombre y no está en absoluto de acuerdo con la intención de Dios. Esto es lo que yo había creído; pensaba que quienes tenían buena salud, quienes alcanzaban fama y provecho y disfrutaban de prestigio y riquezas eran gente con buena suerte, mientras que quienes tenían enfermedades, vivían en la pobreza y pasaban sus vidas en la mediocridad sin que nadie les tuviese en alta estima eran gente con mala suerte. Así que, como yo estaba siempre acosada por la enfermedad y como quería alcanzar fama, ganancias y mis expectativas de futuro, pero nunca tenía éxito, pensaba que tenía mala suerte. Mi forma de ver las cosas era la de los no creyentes; era el punto de vista de los incrédulos. Alguna gente tiene buena salud y pasa su vida luchando constantemente por dinero, fama, provecho y estatus. Incluso si sus deseos se han cumplido, no conocen el valor ni el sentido de la vida. Alguna gente pasa sus días sintiéndose vacía, mientras otra busca todo tipo de estimulaciones. Algunos se hunden en la autocomplacencia mientras que otros incluso eligen acabar con su vida suicidándose. ¿Tiene esta gente un buen porvenir? ¿Son de verdad felices y gozosos? Pensé que, aunque algunos hermanos y hermanas vinieran de familias corrientes y no hubieran sido elegidos como líderes o supervisores en la casa de Dios, aun así cumplían con su deber y entendían algunas verdades. Algunos incluso escribían artículos que daban testimonio de Dios; no tenían un mal porvenir. Aunque me atormentaba la enfermedad, oraba a Dios a menudo por esto y mi corazón no se atrevía a apartarse de Él. Además, durante todos estos años llegué a entender algunas verdades a través de mis deberes relacionados con textos. Todo esto era bueno para mi entrada en la vida. Además, yo era muy arrogante por naturaleza y mi deseo de reputación y estatus era fuerte, de forma que no ser promocionada para aquellos deberes de perfil alto era la manera de Dios de protegerme. Lo que es más importante, si no tuviera esta enfermedad, me dedicaría por completo a alcanzar dinero, fama y provecho en el mundo, viviría bajo el poder de Satanás, sufriendo su daño y sus engaños y totalmente capturada por él, y no recibiría la salvación de Dios de los últimos días. De hecho, obtuve mucho de esa enfermedad, pero siempre me quejaba de que no tenía buena suerte. Había tenido la bendición a mi alrededor todo el tiempo, ¡y no tenía ni idea! Pensaba en las palabras de Dios, que decían: “Algunas personas empiezan a creer en Dios a causa de la enfermedad. Esta enfermedad es la gracia de Dios para ti; sin ella, no creerías en Dios, y si no creyeras en Dios entonces no habrías llegado hasta aquí, y, por eso, incluso esta gracia es el amor de Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo al experimentar pruebas dolorosas puedes conocer la hermosura de Dios). Ahora ya había experimentado en primera persona estas palabras de Dios. Ya no he vuelto a quejarme de tener mala suerte por mi enfermedad.
Leí más palabras de Dios: “¿Son acertados o equivocados los pensamientos y puntos de vista de las personas que siempre aseguran tener un mal sino? (Son equivocados). Claramente, estas personas experimentan abatimiento al verse sumidas en el extremismo. […] Consideran los asuntos y a las personas desde este planteamiento extremo e incorrecto, así que viven, perciben a las personas y las cosas, y se comportan y actúan una y otra vez bajo el efecto y la influencia de esta emoción negativa. Al final, no importa cómo vivan, parecen tan cansados que no son capaces de reunir ningún entusiasmo por su fe en Dios y la búsqueda de la verdad. Con independencia de cómo elijan vivir su vida, no pueden cumplir positiva o activamente con su deber, y a pesar de llevar muchos años creyendo en Dios, nunca se concentran en entregarse al deber en cuerpo y alma o hacerlo de una manera acorde al estándar y, por supuesto, ni mucho menos persiguen la verdad o practican de acuerdo con los principios-verdad. ¿A qué es debido? En última instancia, a que siempre piensan que tienen un mal sino, y esto los lleva a tener un profundo abatimiento. Acaban totalmente desanimados, impotentes, como un cadáver andante, sin ninguna vitalidad, sin mostrar ningún comportamiento positivo u optimista, y mucho menos ninguna determinación o resistencia para dedicar la lealtad que deberían a su deber, a sus responsabilidades y a sus obligaciones. Más bien, luchan a regañadientes día a día con una actitud descuidada, sin rumbo y con la cabeza confundida, e incluso los días se les pasan sin que se den cuenta. No tienen ni idea de cuánto tiempo van a seguir así. Al final, no les queda más remedio que reprenderse a sí mismos y decirse: ‘Oh, seguiré saliendo del paso mientras pueda. Si un día no puedo más y la iglesia quiere expulsarme y descartarme, que me descarte y ya está. Es que tengo un mal sino’. Ya ves, incluso lo que dicen es muy derrotista. Este abatimiento no es un simple estado de ánimo, sino que, lo más importante, causa un impacto devastador en los pensamientos, en el corazón y en la búsqueda de las personas. Si no puedes dar un giro a tu abatimiento a tiempo y con rapidez, no solo afectará a toda tu vida, sino que también la destruirá y te conducirá a la muerte. Aunque creas en Dios, no podrás obtener la verdad y alcanzar la salvación y, al final, perecerás. Por eso, los que creen que su sino es malo deberían despertar ya; estar siempre investigando si su sino es bueno o malo, andar siempre detrás de algún tipo de sino, preocuparse siempre por este… eso no es bueno. Al tomarte siempre muy en serio tu sino, cuando te encuentras con una pequeña perturbación o decepción, o cuando te sobrevienen fracasos, reveses o situaciones embarazosas, llegas rápidamente a creer que se debe a tu propio mal sino y mala suerte. Así, te recuerdas repetidamente a ti mismo que eres alguien con un mal sino, que tu sino no es bueno como el de otras personas, y te sumerges una y otra vez en el abatimiento, rodeado, atado y atrapado por la emoción negativa de este, incapaz de escapar de ella. Que pase esto es algo muy aterrador y peligroso. Aunque esta emoción del abatimiento no provoque que te vuelvas más arrogante o taimado, o que reveles perversidad o intransigencia, u otras actitudes corruptas; aunque no se llegue al punto en el que reveles un carácter corrupto y desafíes a Dios, o reveles un carácter corrupto y vulneres los principios-verdad, o causes trastornos y perturbaciones, o realices actos malvados, sin embargo, en términos de esencia, esta emoción del abatimiento es una manifestación gravísima de la insatisfacción de la gente con la realidad. En esencia, esta manifestación de descontento con la realidad es también una muestra de insatisfacción hacia la soberanía y los arreglos de Dios. ¿Y cuáles son las consecuencias de estar insatisfecho con la soberanía y los arreglos de Dios? Sin duda, son muy graves y, como mínimo, harán que te rebeles y desafíes a Dios, y te llevarán a ser incapaz de aceptar Sus declaraciones y Su provisión, a que seas incapaz de entender y no estés dispuesto a escuchar las enseñanzas, exhortaciones, recordatorios y advertencias de Dios” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Las palabras de Dios me hicieron darme cuenta de que las consecuencias de permanecer siempre atrapados en esta emoción negativa de pesimismo y abatimiento son graves. No solo hace que la gente sea incapaz de considerar correctamente las cosas que le pasan, también hace que no se interese en cumplir su deber y perseguir la verdad y termina perdiendo su oportunidad de ser salvada. Lo que es todavía más serio es que este tipo de emoción de abatimiento es un descontento con la realidad y con la soberanía y las disposiciones de Dios. Su esencia es la de quejarse ante Dios y rebelarse silenciosamente contra Él. La naturaleza de esto es muy seria. Mi calificación en el examen de acceso a la universidad se resintió debido al recrudecimiento de mi enfermedad, y también abandoné la escuela superior y volví a casa debido a ella. Sufría mucho por esto, culpaba al Cielo y a los demás. Después de empezar a creer en Dios, mi enfermedad me impedía ascender y cultivarme, y siempre pensaba que no tenía buena suerte y culpaba a Dios por haberme dado este cuerpo. También cumplía con mi deber por inercia, sin un deseo de cooperar activamente. Estaba siempre atrapada en este punto de vista erróneo de que tenía mala suerte y me abatía cada vez más, me quejaba ante Dios y lo malinterpretaba constantemente. Si no cambiaba el rumbo, al final lo único que conseguiría sería perder mi oportunidad de ser salvada por oponerme a Dios. Este tipo de pensamiento y punto de vista erróneos son muy tóxicos. Hace que la gente encare las cosas que le ocurren sin una actitud de sumisión y al final solo pueden ser embaucados y dañados por Satanás. Al darme cuenta de esto, oré a Dios: “Dios, siempre me he quejado de que me tocó un mal porvenir y he vivido en esta emoción negativa de abatimiento. Esto era una rebelión silenciosa contra Ti; estaba oponiéndome a Ti. Dios, no quiero seguir así; por favor, guíame”.
Después de esto, leí las palabras de Dios y aprendí cómo considerar mi porvenir correctamente. Dios Todopoderoso dice: “¿Qué actitud debe tener la gente hacia el sino? Debes cumplir con los arreglos del Creador, buscar activa y enérgicamente el propósito y la intención del Creador en Su arreglo de todas estas cosas y lograr la comprensión de la verdad, desempeñar las mayores funciones en esta vida que Dios ha arreglado para ti, cumplir bien los deberes, responsabilidades y obligaciones de un ser creado, y volver tu vida más significativa y de mayor valor, hasta que finalmente el Creador te acepte y te recuerde. Por supuesto, lo que sería aún mejor sería alcanzar la salvación a través de tu búsqueda y denodado esfuerzo; ese sería el mejor resultado. En cualquier caso, con respecto al sino, la actitud más apropiada que debería tener la humanidad creada no es la de juzgar y definir sin sentido, ni la de utilizar métodos extremos para enfrentarse a dicho sino. Por supuesto, mucho menos deberían las personas intentar resistirse, elegir o cambiar su porvenir, sino que deberían usar su corazón para apreciarlo, buscarlo, explorarlo y cumplirlo, y luego afrontarlo positivamente. Por último, en el entorno vital y en el periplo que Dios te ha dispuesto en la vida, debes buscar la forma de conducta propia que Él te enseña, buscar la senda que Dios te exige que sigas, y experimentar el sino que Dios ha dispuesto para ti de esta forma, y al final, serás bendecido. Cuando experimentas el sino que el Creador ha dispuesto para ti de esta manera, lo que llegas a apreciar no es solo pena, tristeza, lágrimas, dolor, frustración y fracaso, sino, lo que es más importante, experimentarás alegría, paz y consuelo, así como el esclarecimiento y la iluminación de la verdad que el Creador te otorga. Es más, cuando te pierdas en la senda de la vida, cuando te enfrentes a la frustración y al fracaso, y tengas que tomar una decisión, experimentarás la guía del Creador, y al final alcanzarás la comprensión, la experiencia y la apreciación de cómo vivir la vida con mayor sentido. Entonces ya no volverás a perderte en la vida, ya no volverás a estar en un constante estado de ansiedad y, por supuesto, jamás volverás a quejarte sobre tener un mal sino, y mucho menos caerás en el abatimiento porque sientas que tu sino es malo. Si tienes esta actitud y usas este método para afrontar el sino que el Creador ha arreglado para ti, no solo sucederá que tu humanidad se volverá más normal, tendrás una humanidad normal y poseerás el pensamiento, los puntos de vista y los principios para ver las cosas que corresponden a la humanidad normal, sino que, aún más, llegarás, naturalmente, a poseer los puntos de vista y la comprensión respecto al significado de la vida que los no creyentes nunca tendrán” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). A partir de las palabras de Dios comprendí que no importa qué tipo de porvenir dispone Dios para nosotros, deberíamos someternos siempre a Sus instrumentaciones y arreglos. Esta es la razón que deberían tener los seres creados. Al margen de nuestro porvenir, lo más importante es que podamos perseguir la verdad, cumplir bien con nuestro deber como ser creado y vivir una vida valiosa y significativa. Con Job, cuando Dios lo bendijo por primera vez con un gran montón de ganado, enormes riquezas e hijos hermosos, la gente pensó que tenía buena suerte. Pero Job no veía estas cosas como goces, y se centraba solo en seguir la senda de temer a Dios y apartarse del mal. Más tarde enfrentó pruebas. Todas sus propiedades desaparecieron en una noche, sus hijos murieron y todo su cuerpo se cubrió de llagas. A ojos de la gente, había conocido un gran infortunio. Pero Job no veía lo que le había pasado desde el punto de vista del hombre, y no se rebeló ni se resistió. Más bien, aceptó las cosas de parte de Dios, buscó la intención de Dios y ensalzó Su sagrado nombre, manteniéndose firme en su testimonio al final. Dios se reveló a Job, y Job lo vio. Su corazón obtuvo paz y gozo y, al final, murió lleno de días. No obstante, al considerar mi porvenir, siempre quería cambiarlo y librarme de él. No lo buscaba diligentemente ni lo enfrentaba con positividad, y por lo tanto vivía en un dolor insoportable. Pensé en las palabras de Dios, que decían: “¿Cuál es la causa de este dolor? ¿Es debido a la soberanía de Dios, o porque una persona nació sin suerte? Obviamente ninguna de las dos es cierta. En última instancia, es debido a las sendas que las personas toman, la forma en que eligen vivir su vida” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Reconocí que tenía tanto dolor porque había un problema con mi senda de búsqueda. Antes de creer en Dios quería confiar en el conocimiento para cambiar mi porvenir. Trataba de destacar entre la multitud y vivir una vida de comodidades y riquezas. Después de empezar a creer en Dios seguía buscando reputación y estatus en mi deber, quería cumplir deberes que me permitiesen destacar y ganarme el aprecio de los demás. Cuando la enfermedad impidió que mis deseos se cumpliesen, me quejaba de no haber tenido buena suerte y vivía sumida en el abatimiento. Mi deseo de reputación y estatus era muy fuerte. No podía evitar preguntarme: “¿Ganar reputación y estatus significa tener un buen porvenir y tener valor en la vida?”. Pensé en cuánta gente de la iglesia había sido puesta en evidencia y descartada. Aunque algunas personas hacían los deberes de líderes y obreros, algunas de ellas no perseguían la verdad, sino que buscaban reputación y estatus tercamente y se enaltecían y daban testimonio de sí mismas entre los hermanos y las hermanas. No aceptaban ser podadas, y al final las pusieron en evidencia y las descartaron. Vi que, si las personas no perseguían la verdad y no cumplían su deber con los pies en el suelo, entonces, aunque se las ascendiera y se las cultivara, y consiguieran que mucha gente las tuviera en alta estima, no obtendrían la aprobación de Dios y terminarían siendo puestas en evidencia y descartadas. Pensé en cómo, en un primer momento, empecé a creer en Dios por mi enfermedad. Disfrutaba la provisión de las palabras de Dios y llegué a comprender algunas verdades. Cuando caía enferma y vivía dentro de mi negatividad, Dios usaba Sus palabras para esclarecerme y guiarme, permitiéndome seguir viviendo. Realmente, Dios me había dado tanto. Sin embargo, no pensaba en devolver Su amor y ceñirme a mi deber con los pies en el suelo. Todo lo que deseaba era mi propia reputación y estatus, y no era sincera con respecto a Dios. ¡Realmente era tan rebelde! No podía hacer más que derramar lágrimas de remordimiento, y oré a Dios: “Dios, he sido tan rebelde. Siempre he buscado reputación y estatus y no he seguido la senda correcta; he sido indigna de Tu elección. Dios, todo lo que quiero es creer en Ti y someterme a Ti adecuadamente, cumplir con mi deber con los pies en el suelo”. Al entender todo esto dejé de sentirme abatida.
Durante ese tiempo no pude ponerme en contacto con mis hermanos y hermanas, así que seguí leyendo a diario las palabras de Dios, orando y acercándome a Él, y practicando la redacción de sermones. A veces mi salud empeoraba un poco y me dolían tanto las articulaciones que no podía moverme ni levantarme. Sin darme cuenta me sentía un poco afligida. En especial, cuando veía vídeos de los hermanos y las hermanas cantando, bailando y alabando a Dios, estaba muy celosa, y pensaba: “Esos hermanos y hermanas están sanos, pueden cantar, bailar y alabar a Dios. ¡Debe de ser muy bonito! Y yo ni siquiera puedo levantarme”. Me di cuenta de que mi estado era incorrecto y oré a Dios en silencio, pidiéndole que protegiese mi corazón. Pensé en las palabras de Dios, que decían: “Las funciones no son las mismas. Solo hay un cuerpo. Cada cual cumple con su deber, cada uno en su lugar y haciendo su mejor esfuerzo, por cada chispa hay un destello de luz, y buscando la madurez en la vida. Así estaré satisfecho” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 21). Dios dispone un deber diferente para cada persona. Aquellos hermanos y hermanas cantaban, bailaban y alababan a Dios, y yo hacía deberes relacionados con textos y daba testimonio de Él. Todos cumplíamos nuestras funciones. En la medida en que hiciéramos nuestro mejor esfuerzo, Dios nos aprobaría. Después de pensar esto sentí mucho más libre el corazón. Ahora ya no creo tener mala suerte. Solo quiero someterme a la soberanía y las disposiciones de Dios, perseguir la verdad adecuadamente y hacer bien mi deber. Que fuese capaz de salir de este punto de vista erróneo de que mi porvenir era malo es todo gracias a la guía de las palabras de Dios.