34. Los mayores deberían perseguir la verdad aún más
Cuando tenía cincuenta años, acepté la obra de Dios de los últimos días. Jamás soñé que en vida llegaría a escuchar las declaraciones personales de Dios y a recibir el regreso del Señor Jesús. Ver la esperanza de entrar en el reino de los cielos me dio un verdadero propósito. Todos los días me levantaba temprano y me acostaba tarde para leer las palabras de Dios, y aceptaba y me sometía a cualquier deber que la iglesia me asignara. Pensaba: “Mientras persevere en mi deber, seré salva y entraré en el reino de los cielos”. Para el 2023, ya había cumplido 75 años. Era vieja, tenía mala memoria, me costaba oír, veía mal y ya no tenía mucha estabilidad cuando estaba de pie. Según mi condición, la iglesia me asignó el deber de acogida. Me puse a pensar en que cada vez era más vieja y que mi salud estaba empeorando. Se me olvidaban las cosas por mi mala memoria y a veces mis recuerdos se mezclaban. Si en unos años más me volvía senil y ya no podía cumplir con mi deber, ¿no me convertiría en una persona inútil? ¿Aún podría ser salva? Una vez, justo me había mudado de casa y me perdí tratando de volver. Una hermana se enteró y me dijo como si nada: “¿Te estás confundiendo?”. Rápidamente respondí: “No, no estoy confundida”. Pensé: “Espero que no piensen que me estoy confundiendo y me quiten mi deber. Si no tengo ningún deber que hacer, ¿no sería mi fin? ¿Cómo podría salvarme entonces?”. Pero, pensándolo después, me di cuenta de que a menudo se me olvidaba ponerle sal o cebollín a la comida y que a veces me desorientaba en la calle y no sabía cómo volver a casa. Empecé a asustarme. Pensé: “¿De verdad me estaré confundiendo? ¿Podrá la iglesia seguir contando conmigo para un deber? Si no puedo cumplir un deber, ¿aún podré salvarme?”. Empecé a vivir sumida en la preocupación y la ansiedad.
En junio de 2023, acogí una reunión de hermanos y hermanas. En ese tiempo, el departamento de arriba estaba en remodelación y todos los días había golpes constantes. Después de eso, no vi a los hermanos y hermanas venir a las reuniones durante un buen tiempo, y yo estaba extrañada: “¿Por qué no han venido últimamente? ¿Será que ya no me necesitan como anfitriona? A mi edad, lo único que puedo hacer es el deber de acogida. Si ni siquiera puedo hacer los deberes de acogida, ¿no perderé mi oportunidad de ser salva?”. Estaba muy ansiosa y esperaba con muchas ganas que volvieran. Una noche, una hermana vino a tocar la puerta y mi nuera le abrió. La hermana dijo que habían venido tres o cuatro veces, pero que nadie había respondido. Me sentí fatal. Pensé: “¿No será que no los oí porque estoy vieja y me cuesta oír? No he cumplido bien con mi deber. Ahora me cuesta oír, no veo bien, reacciono lento y me falta estabilidad al estar de pie. ¡De verdad que no sirvo para nada! ¡Ni siquiera puedo hacer bien los deberes de acogida! ¡Hacerse mayor de verdad te vuelve inútil!”. Envidiaba profundamente a los jóvenes por lo rápido que aprendían y porque podían cumplir cualquier deber. Sentía que a Dios le gustan los jóvenes y que ellos seguro se salvarían al final. Pensaba que si tan solo pudiera retroceder aunque sea diez años, con sesenta y tantos todavía podría hacer algún deber. Poco a poco, mi estado empeoró, y todos los días vivía sumida en la angustia y la ansiedad. Mis oraciones ya no eran normales y leer las palabras de Dios no me traía ni luz ni esclarecimiento. Mi corazón se alejaba cada vez más de Dios. Un día, mientras caminaba, me tropecé y me lastimé un tendón de la pierna. Aunque eso no demoró las reuniones, me preocupé todavía más. Si bien esta vez la caída no había demorado las reuniones, si un día me enfermaba, quizá no podría ni reunirme ni cumplir un deber. Más tarde, de verdad me enfermé y tuvieron que internarme. En ese momento estaba muy negativa. Pensaba: “Esta vez sí que se acabó para mí: ni siquiera puedo asistir a las reuniones, y mucho menos cumplir ningún deber. ¿Acaso eso no me convierte en una persona totalmente inútil?”. Después de que me dieron de alta, mi estado siguió siendo malo. Me preocupaba si podría ser salva si ni siquiera podía hacer el deber de acogida. ¿No significaría eso que todos mis años de fe habrían sido en vano? Cuanto más lo pensaba, más desconsolada y angustiada me sentía. Así que le oré a Dios, pidiéndole que me esclareciera e iluminara para poder salir de mi estado negativo.
Un día, leí un artículo de testimonio vivencial escrito por una hermana mayor, y reflejaba mi estado exacto. Un pasaje de las palabras de Dios citado allí me conmovió profundamente. Dios dice: “También hay gente anciana entre los hermanos y hermanas, de edades comprendidas entre los 60 y los 80 o 90 años, y que debido a su avanzada edad, también experimentan algunas dificultades. A pesar de su edad, su pensamiento no es necesariamente correcto o racional, y sus ideas y puntos de vista no tienen por qué conformarse a la verdad. Estas personas ancianas también tienen problemas, y siempre se preocupan: ‘Mi salud ya no es buena y los deberes que puedo cumplir son limitados. Si solo cumplo con ese pequeño deber, ¿me recordará Dios? A veces me pongo enfermo y necesito que alguien cuide de mí. Cuando no hay nadie que me cuide, no puedo desempeñar mi deber, entonces ¿qué puedo hacer? Soy viejo y no recuerdo las palabras de Dios cuando las leo, y me resulta difícil entender la verdad. Al compartir la verdad, hablo de un modo confuso e ilógico, y no tengo ninguna experiencia que merezca ser compartida. Soy viejo y no tengo suficiente energía, mi vista no es muy buena y ya no soy fuerte. Todo me resulta difícil. No solo no puedo cumplir con mi deber, sino que olvido fácilmente las cosas y hago las cosas mal. A veces me confundo y causo problemas para la iglesia y para mis hermanos y hermanas. Es muy duro para mí perseguir la verdad y lograr la salvación. ¿Qué puedo hacer?’. Cuando meditan sobre estas cosas, empiezan a inquietarse, pensando: ‘¿Por qué empecé a creer en Dios a esta edad? ¿Por qué no empecé a creer con 20 o 30 años como hizo esa otra gente? ¡Incluso hubiera estado bien haber empezado a creer a los 40 o los 50! ¿Por qué me he encontrado con la obra de Dios ahora que soy tan viejo? No es que mi sino sea malo, al menos ahora me he encontrado con la obra de Dios. Mi sino es bueno, y Dios ha sido bueno conmigo. Solo hay una cosa con la que no estoy contento, y es que soy demasiado viejo. Mi memoria no es muy buena, mi salud no anda muy allá, pero tengo mucha fuerza interior. Es solo que mi cuerpo no me obedece, y me entra sueño tras un rato de escucha en las reuniones. A veces cierro los ojos para orar y me quedo dormido. Mi mente vaga cuando leo las palabras de Dios y después, tras leer un poco, me entra sueño y me quedo traspuesto, y no asimilo las palabras. ¿Qué puedo hacer? Con esas dificultades prácticas, ¿sigo siendo capaz de perseguir y entender la verdad? Si no, y si no soy capaz de practicar conforme a los principios-verdad, entonces ¿no será toda mi fe en vano? ¿No fracasaré en obtener la salvación? ¿Qué puedo hacer? Estoy muy preocupado. A esta edad, ya nada es importante. Ahora que creo en Dios ya no tengo más preocupaciones ni nada que me haga sentir ansiedad, mis hijos han crecido y ya no necesitan que los cuide o los crie, mi mayor deseo en la vida es perseguir la verdad, cumplir con el deber de un ser creado y en última instancia lograr la salvación en los años que me quedan. Sin embargo, al fijarme en mi situación actual, con la vista nublada por la edad y la mente confusa, con mala salud, incapaz de cumplir bien con mi deber, y a veces creando problemas cuando intento hacer todo lo que está en mi mano, parece que alcanzar la salvación no me va a resultar fácil’. Reflexionan una y otra vez sobre estas cosas y se angustian, y entonces piensan: ‘Parece como si las cosas buenas solo les ocurrieran a los jóvenes y no a los viejos. Parece que por muy buenas que sean las cosas, ya no podré disfrutar de ellas’. Cuanto más piensan en esto, más se inquietan y más ansiosos se sienten. No solo se preocupan por sí mismos, sino que también se sienten heridos. Si lloran, sienten que en realidad no merece la pena llorar, y si no lloran, ese dolor, ese daño, los acompaña siempre. Entonces, ¿qué deben hacer? […] ¿Será que realmente no hallan una salida? ¿Existe alguna solución? (Las personas mayores también deben cumplir con su deber en la medida de sus posibilidades). Es aceptable que las personas mayores cumplan con sus deberes en la medida de sus posibilidades, ¿verdad? ¿Acaso los ancianos ya no pueden perseguir la verdad debido a su edad? ¿No son capaces de comprenderla? (Sí, lo son). ¿Pueden los ancianos comprender la verdad? Pueden entender un poco, y ni siquiera los jóvenes pueden entenderla toda. Los ancianos siempre tienen una idea equivocada, creen que están confundidos, que su memoria es mala y que por eso no pueden entender la verdad. ¿Es esto así? (No). Aunque los jóvenes tienen mucha más energía que los ancianos y son más fuertes físicamente, en realidad su capacidad de entender, comprender y saber es la misma que la de los ancianos. ¿Acaso los ancianos no fueron jóvenes una vez? No nacieron viejos, y los jóvenes también envejecerán algún día. Los ancianos no deben pensar siempre que, por ser viejos, estar físicamente débiles, enfermos y tener mala memoria, son diferentes de los jóvenes. De hecho, no hay ninguna diferencia. ¿Qué quiero decir cuando digo que no hay diferencia? Tanto si alguien es viejo como joven, sus actitudes corruptas son las mismas, sus posturas y puntos de vista sobre todo tipo de cosas son los mismos, y sus perspectivas y posiciones respecto a todo tipo de cosas son idénticas. […] no es que los ancianos no tengan nada que hacer, ni que sean incapaces de cumplir con sus deberes, ni mucho menos que sean incapaces de perseguir la verdad; hay muchas cosas que pueden hacer. Las diversas herejías y falacias que has acumulado durante tu vida, así como las varias ideas y nociones tradicionales, las cosas ignorantes y obstinadas, las conservadoras, las irracionales y las distorsionadas que has acumulado se han amontonado en tu corazón, y debes dedicar aún más tiempo que los jóvenes a desenterrarlas, diseccionarlas y reconocerlas. No es el caso que no haya nada que puedas hacer o que debas sentirte angustiado, ansioso y preocupado constantemente; esa no es ni tu tarea ni tu responsabilidad. En primer lugar, las personas mayores deben tener la mentalidad correcta. Aunque te estés haciendo mayor y estés relativamente envejecido físicamente, debes tener una mentalidad joven. Aunque estés envejeciendo, tu pensamiento se haya ralentizado y tu memoria sea deficiente, si todavía puedes conocerte a ti mismo, aún entiendes las palabras que digo y todavía entiendes la verdad, eso demuestra que no eres viejo y que no te falta calibre. Si alguien tiene más de 70 años pero no es capaz de entender la verdad, entonces esto demuestra que su estatura es demasiado pequeña y no está a la altura. Por tanto, la edad es irrelevante cuando se trata de la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Leí este pasaje de las palabras de Dios varias veces, y cuanto más lo leía, más se iluminaba mi corazón. Dios de verdad observa lo más profundo del corazón de los hombres. ¿Acaso estas palabras no hablaban directamente de mí? Yo estaba preocupada porque era vieja, tenía mala salud, me costaba oír, no veía bien y mi memoria se había deteriorado. Temía que, a medida que envejeciera, no pudiera cumplir con mi deber y que perdiera la oportunidad de ser salva. Pasaba los días sumida en la angustia y la ansiedad. Después de leer ese pasaje de las palabras de Dios, mi corazón se sintió liberado de repente. Dios conoce las dificultades de la gente mayor, y ha expresado estas palabras para que los mayores puedan entender Su intención. Sean jóvenes o mayores, Dios les da a todos la oportunidad de perseguir la verdad y ser salvos, y vi que Dios es justo. De las palabras de Dios, encontré una senda de práctica. Aunque soy vieja, todavía puedo comprender las palabras de Dios, y debo buscar la verdad en las cosas que me suceden, y llegar a conocer mi propia corrupción y mis defectos. También debo perseguir la verdad y lograr el arrepentimiento y la transformación, porque la gente mayor no es menos corrupta en su carácter que los jóvenes. Por ejemplo, yo tenía un carácter gravemente arrogante, y a veces, cuando los hermanos y hermanas señalaban mis problemas, no quería aceptarlo. En la vida familiar cotidiana, cuando mi nuera no me hacía caso, me enojaba y le hablaba con aires de superioridad. Todas estas eran revelaciones de un carácter corrupto, y yo necesitaba buscar la verdad para resolverlas, así que no es que no pudiera hacer nada. Ahora tenía mucho tiempo cada día para leer más palabras de Dios en casa, para buscar la verdad en las personas, cosas y acontecimientos que encontraba, y para resolver mi carácter corrupto. También podía ver videos de testimonios vivenciales y aprender lecciones de las experiencias de los hermanos y hermanas. También podía escribir artículos de testimonios vivenciales, escribiendo mis experiencias reales para dar testimonio de Dios. Todas estas eran cosas que yo debía hacer. Ahora que entendía la intención de Dios, ya no lo malinterpretaba ni me regodeaba en un estado negativo, y ya no me preocupaba si podría cumplir un deber o no. Decidí que, sin importar si la iglesia me asignaba un deber o no, me sometería a las orquestaciones y arreglos de Dios. Desde entonces, pude sentarme tranquilamente cada día a comer y beber las palabras de Dios, y cuando me sucedían cosas, podía orar y buscar las intenciones de Dios.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de lástima que provoca, sino con base en si posee la verdad. No hay otra opción que esta” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). “El deseo de Dios es que todas las personas sean hechas perfectas, en última instancia ganadas por Él, que sean completamente purificadas por Dios y que se conviertan en personas que Él ama. Sin importar que Yo diga que sois atrasados o de un bajo calibre, todo esto es un hecho. Esto que afirmo no demuestra que Yo pretenda abandonaros, que haya perdido la esperanza en vosotros, y mucho menos que no esté dispuesto a salvaros. Hoy he venido a hacer la obra de vuestra salvación, y esto quiere decir que la obra que hago es la continuación de la obra de salvación. Cada persona tiene la oportunidad de ser hecha perfecta: siempre y cuando estés dispuesto y busques, al final podrás alcanzar este resultado, y ninguno de vosotros será abandonado. Si eres de bajo calibre, Mis requisitos respecto a ti serán acordes con ese bajo calibre; si eres de alto calibre, Mis requisitos respecto a ti serán acordes a tu alto calibre; si eres ignorante y analfabeto, Mis requisitos estarán a la altura de tu nivel de analfabetismo; si eres letrado, Mis requisitos para ti serán acordes al hecho de que seas letrado; si eres anciano, Mis requisitos para ti serán según tu edad; si eres capaz de proveer hospitalidad, Mis requisitos para ti serán conforme a esta capacidad; si afirmas no poder ofrecer hospitalidad, y solo puedes realizar cierta función, ya sea difundir el evangelio, cuidar de la iglesia o atender a los demás asuntos generales, te perfeccionaré de acuerdo con la función que lleves a cabo. Ser leal, someterse hasta el final mismo y buscar tener un amor supremo a Dios, esto es lo que debes lograr y no hay mejores prácticas que estas tres cosas. En última instancia, se le requiere al hombre que las logre y, si puede lograrlas, entonces será hecho perfecto. Sin embargo, por encima de todo, debes buscar de verdad, seguir adelante activamente, y no ser pasivo en ese sentido” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). Después de leer las palabras de Dios, llegué a entender que Dios no determina el resultado de una persona basándose en su edad, antigüedad o cuánto ha sufrido, sino en si posee la verdad. Yo pensaba que era vieja y que ya no era útil, y por eso temía ser descartada por Dios. Esto demostraba que no entendía la intención de Dios al salvar a la gente ni Su estándar requerido para determinar el resultado de las personas. La salvación y el perfeccionamiento de Dios hacia la gente no se basa en su edad o su calibre, sino en si persiguen la verdad. Si alguien puede aceptar la verdad y es leal a Dios, y se somete a las orquestaciones y arreglos de Dios, Él no lo abandonará. Yo había visto la casa de Dios como si fuera el mundo no creyente. Allá afuera en la sociedad, a los mayores se los pasa por alto y se los ignora, y yo supuse que en la casa de Dios era igual: que una vez que eres viejo, Dios ya no te quiere. Esto era una mala interpretación de Dios y una blasfemia contra Él. Satanás gobierna el mundo, y el diablo Satanás usa a la gente para que le sirva. Una vez que la gente es vieja y ya no puede servirle, se la desecha. Pero en la casa de Dios, la verdad tiene el poder. Dios le da a la gente la oportunidad de cumplir su deber y perseguir la verdad; en el transcurso de cumplir su deber, la gente llega a conocerse a sí misma y a cambiar, y se despoja de su carácter satánico corrupto. Pensé en lo vieja que era, y aun así, Dios no me había quitado la oportunidad de comer y beber Sus palabras ni de perseguir la verdad. Dios expresa constantemente palabras para regarnos y sustentarnos. También usó Sus palabras para esclarecerme y guiarme cuando me sucedían cosas, y era yo la que no entendía la intención de Dios. Pensaba que, como era vieja y estaba confundida, Dios no me salvaría. Pero en realidad, mientras alguien crea sinceramente en Dios y esté dispuesto a perseguir la verdad, aunque un día no pueda cumplir un deber, la casa de Dios no lo echará ni lo descartará. Muchos hermanos y hermanas mayores a mi alrededor tienen más o menos mi edad. Aunque ahora no pueden cumplir muchos deberes, persisten en comer y beber las palabras de Dios y en vivir la vida de iglesia, y la iglesia no los ha echado. Sin embargo, hay algunos jóvenes que han cumplido deberes continuamente, pero como no persiguen la verdad y su carácter corrupto sigue siendo grave y sin cambios, al final cometen muchas maldades y se los echa de la iglesia. A partir de esto, vi el carácter justo de Dios. Dios no salva a la gente basándose en si es joven o vieja, sino que mira sus corazones y si persiguen la verdad. A partir de entonces, sin importar si tenía un deber o no, decidí comer y beber sinceramente las palabras de Dios, experimentar la obra de Dios, llegar a conocer mis defectos y deficiencias, comprender mi carácter corrupto, y no volver a malinterpretar ni a quejarme de Dios.
Durante una reunión, una hermana, al enterarse de mi estado, me hizo leer un pasaje de las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y debe cumplirlo sin buscar recompensa y sin condiciones ni razones. Solo esto se puede llamar cumplir con el propio deber. Recibir bendiciones se refiere a las bendiciones que disfruta una persona cuando es hecha perfecta después de experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere al escarmiento que recibe una persona cuando su carácter no cambia tras haber pasado por el castigo y el juicio; es decir, cuando no se le hace perfecta. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes cumplir tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a cumplirlo por temor a sufrir desgracias” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Dios es el Creador y el hombre es un ser creado; es perfectamente natural y justificado que el hombre cumpla su deber. Esta es la responsabilidad y obligación del hombre, y no tiene nada que ver con recibir bendiciones o sufrir desgracias. Una persona solo puede recibir las bendiciones de Dios al experimentar el juicio y el castigo de Sus palabras, mientras cumple el deber y logra un cambio de carácter. Pero yo creía que, mientras cumpliera mi deber, sería bendecida por Dios, y siempre pensé que cumplir un deber significaba que sería bendecida. Esto no era más que mis nociones y figuraciones. Recordando el pasado, había cumplido bastantes deberes, pero no perseguía la verdad en mi deber y siempre actuaba como yo quería, y rara vez oraba para buscar las intenciones de Dios o la verdad, así que, como resultado, hasta entonces, mi carácter apenas había cambiado. Por muchos deberes que hiciera de esa manera, seguiría sin obtener la aprobación de Dios. Había desperdiciado muchos años sin perseguir la verdad. A partir de ese momento, tenía que buscar las intenciones de Dios cuando me sucedieran cosas, aceptar el juicio y el castigo de las palabras de Dios, y perseguir la verdad para lograr un cambio de carácter. Incluso si al final no podía salvarme, sería porque mi carácter no había cambiado, y no porque fuera vieja y Dios no me quisiera. Le oré a Dios: “Oh, Dios, ahora entiendo Tu intención. Estoy dispuesta a someterme a Tus orquestaciones y arreglos y a no volver a malinterpretarte ni a quejarme de Ti. No importa qué deber cumpla, quiero hacerlo con todo mi corazón y mi mente para satisfacerte”.
Más tarde, la hermana encontró otro pasaje de las palabras de Dios que se relacionaba con mi estado. Dios dice: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué conocimiento vivencial tenga, qué deber pueda hacer, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente al servicio de esta. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud haríais el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas. Tal vez, al hacer el deber o vivir la vida de iglesia, se sienten capaces de abandonar a su familia y de esforzarse gustosamente por Dios, y ahora conocen su motivación por recibir bendiciones y la han dejado de lado, y ya no están gobernadas o limitadas por ella. Piensan entonces que ya no tienen la motivación de ser bendecidas, pero Dios cree lo contrario. La gente solo considera las cosas superficialmente. Sin pruebas, se siente bien consigo misma. Mientras no abandone la iglesia ni reniegue del nombre de Dios y persevere en esforzarse por Él, cree haberse transformado. Cree que ya no se deja llevar por el entusiasmo personal ni por los impulsos momentáneos en la ejecución del deber. En cambio, se cree capaz de perseguir la verdad, de buscarla y practicarla continuamente mientras hace tal deber, de modo que sus actitudes corruptas se purifican y la persona alcanza alguna transformación verdadera. Sin embargo, cuando suceden cosas directamente relacionadas con el destino y desenlace de las personas, ¿cómo se comportan? La verdad se revela en su totalidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Dios ha desenmascarado la intención oculta en las personas de obtener bendiciones. La gente cree en Dios no para satisfacerlo, sino para obtener bendiciones y beneficios. Incluso cuando parecen renunciar a sus familias y carreras para cumplir un deber, todo es solo para intentar hacer un trato con Dios. Recordando cuando empecé a creer en Dios, sentía que tenía la esperanza de entrar en el reino de los cielos y por eso me entregaba con entusiasmo. Me sometía a cualquier deber que la iglesia me asignara, y tenía una energía inagotable todos los días. Pero a medida que envejecía y podía asumir menos deberes, empecé a preocuparme por no recibir bendiciones, y así me volví negativa. También dejé de centrarme en comer y beber las palabras de Dios. Ya no buscaba las intenciones de Dios cuando me sucedían cosas, y pasaba los días sumida en la angustia y la ansiedad. Llegué a ver que todos estos años había estado cumpliendo mi deber en busca de bendiciones y de entrar en el reino de los cielos, no para satisfacer a Dios. Mi forma de creer en Dios y de cumplir mi deber era un intento de hacer tratos con Dios y de engañarlo. ¡Qué falta de humanidad la mía! Al reflexionar sobre estos años, llegué a entender algunas verdades leyendo las palabras de Dios, y logré comprender un poco mi naturaleza satánica. También llegué a entender un poco la intención meticulosa de Dios al salvar al hombre. Había recibido tanto de Dios, y aun así, seguía intentando hacer tratos con Él. Tan pronto como sentía que no recibiría bendiciones, me volvía negativa y ya no quería esforzarme. ¡De verdad que no tenía ni conciencia ni razón! ¡Qué egoísta y despreciable fui! Pensé en los de mi edad que no creen en Dios: pasan sus días comiendo, bebiendo y buscando placeres, y si no están chismorreando, están jugando a las cartas o al mahjong. No tienen ni idea de cuál es el sentido de la vida, y lo único que hacen cada día es sentarse a esperar la muerte. En mis años de creer en Dios, había llegado a entender lo que es una vida con sentido, y ya no perseguía los placeres mundanos, sino que quería perseguir la verdad, cumplir bien mi deber y satisfacer a Dios. Había encontrado el objetivo de la vida. Me sentía plena y en paz, e incluso si muriera en este momento, mi vida habría valido la pena. No debía intentar hacer más tratos con Dios ni perseguir solo ser bendecida.
Poco después, la hermana vino a pedirme que reanudara mi deber de acogida. Me puse muy feliz. Dios me había dado otra oportunidad de cumplir un deber, y quería valorarla como se debe. Más tarde, leí estas palabras de Dios: “Además de cumplir bien con su deber en la medida de sus posibilidades, hay muchas cosas que los ancianos pueden hacer. A menos que seas estúpido, demente y no puedas entender la verdad, y a menos que seas incapaz de cuidar de ti mismo, hay muchas cosas que debes hacer. Al igual que los jóvenes, puedes perseguir la verdad, buscarla, y debes acudir a menudo ante Dios para orar, buscar los principios-verdad, esforzarte por contemplar a las personas y las cosas, comportarte y actuar en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio. Esta es la senda que debes seguir, y no debes sentirte angustiado, ansioso o preocupado porque seas viejo, porque tengas muchas dolencias o porque tu cuerpo esté envejeciendo. Sentir angustia, ansiedad y preocupación no es lo correcto: son manifestaciones irracionales. […] Puesto que los ancianos tienen actitudes corruptas, igual que los jóvenes, y a menudo las revelan en la vida y en el cumplimiento de sus deberes, igual que los jóvenes, ¿por qué entonces los ancianos no hacen lo apropiado y, en cambio, se sienten siempre angustiados, ansiosos y preocupados por su vejez y por lo que les sucederá después de la muerte? ¿Por qué no cumplen sus deberes como los jóvenes? ¿Por qué no persiguen la verdad como ellos? Se te ha presentado esta oportunidad, así que, si no la aprovechas, y de verdad llegas a ser tan viejo que pierdes el oído, la vista y no puedes cuidar de ti mismo, entonces te arrepentirás, y tu vida transcurrirá de esta manera” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que no debía sumirme en la angustia ni la ansiedad sobre si seré salva, ni debía seguir malinterpretando y quejándome de Dios como lo había hecho. Lo que tengo que hacer es perseguir la verdad para resolver mi carácter corrupto, y no debo esperar hasta estar verdaderamente atolondrada y sin poder moverme, ya que para entonces será demasiado tarde para arrepentirme de no haber perseguido la verdad. Quiero aprovechar este último tramo de tiempo para perseguir la verdad y lograr un cambio de carácter. Pensando en el pasado, siempre leía las palabras de Dios a la ligera, sin asimilarlas del todo, y no entendía las intenciones de Dios. Ahora que soy mayor, no tengo la memoria de una persona joven, pero puedo leer las palabras de Dios varias veces y reflexionar más sobre ellas, y cuando suceden cosas, puedo buscar las intenciones de Dios y encontrar una senda de práctica en Sus palabras. Tal como dice Dios: “[…] esforzarte por contemplar a las personas y las cosas, comportarte y actuar en todo de acuerdo con las palabras de Dios, con la verdad por criterio”. Debo esforzarme por alcanzar los requisitos de Dios y centrarme en mi entrada en la vida, y no puedo seguir descuidando la labor que me corresponde. ¡Doy gracias a Dios por sacarme de la angustia!
Después, ya fuera en mis deberes o al relacionarme con mi familia, cuando me sucedían cosas, aprendía a aceptarlas de parte de Dios, y buscaba las intenciones de Dios y practicaba según Sus palabras. Mi carácter arrogante comenzó a cambiar poco a poco, y mi hijo decía que ya no era tan autoritaria como antes. Sentí una gratitud sincera hacia Dios en mi corazón. Fue Dios quien me guio a este cambio, y a partir de ese momento, en mi vida diaria, estuve dispuesta a practicar y experimentar las palabras de Dios y a dar testimonio de Él para glorificarlo.