36. Lo que gané tras quedarme ciego
En 2010, mi esposa me predicó el evangelio del reino de Dios. Al leer las palabras de Dios, supe que Dios Todopoderoso es el Señor Jesús que ha regresado y que Él expresa la verdad para purificar y salvar a la humanidad. Me puse muy contento y pensé para mis adentros: “De ahora en adelante, debo creer en Dios y seguirlo de verdad. ¡Qué bendición sería recibir las bendiciones y la salvación de Dios en el futuro!”. Al poco tiempo, empecé a regar a los recién llegados en la iglesia y, más tarde, me convertí en líder de la iglesia. Estaba ocupado todos los días con los distintos asuntos de la iglesia y me sentía muy feliz, pues pensaba que, mientras siguiera cumpliendo mi deber de esa manera, seguro que alcanzaría la salvación. Para entregarme a tiempo completo a mi deber, le traspasé a un familiar el lucrativo negocio maderero que tenía.
En enero de 2017, me operaron el ojo izquierdo por un desprendimiento de retina, pero la operación no salió bien y la visión me quedó en solo 0,1. No podía ni ver bien las letras y solo podía usar el ojo derecho para ver. En un principio, pensaba operarme otra vez un tiempo después, pero en junio, por la traición de un Judas, la policía del PCCh empezó a arrestarnos por todas partes. Así que mi esposa y yo huimos a otra zona y no me atreví a ir al hospital para recibir tratamiento. En ese tiempo, lo único que podía hacer era esconderme en casa y cumplir deberes relacionados con textos. Pero cuando miraba la computadora por mucho tiempo, se me nublaba la vista y me costaba mucho cumplir mi deber. Al ver que los hermanos y hermanas que me rodeaban tenían muy buena vista, pensé para mis adentros: “En estos últimos años, dejé mi negocio y he estado cumpliendo mi deber en la iglesia, así que, ¿por qué tenía que darme a mí una enfermedad en los ojos? Si también le pasa algo a mi ojo derecho, ¿qué deber voy a poder cumplir? Y si no cumplo mi deber, ¿cómo voy a poder alcanzar la salvación?”. Quería arriesgarme a ir a tratarme, pero tenía miedo de que el PCCh me arrestara, así que no me atreví a ir al hospital. Pensé en que a algunos hermanos y hermanas también les habían dado distintas enfermedades, pero se recuperaron por completo al persistir en su deber. Si yo persistía en mi deber, ¿acaso Dios no tendría misericordia de mí y me sanaría también? ¿A lo mejor mi ojo se curaba? Así que seguí cumpliendo mi deber de esa manera.
El 1 de mayo de 2024, mi ojo derecho de repente se hinchó mucho y me empezó a doler, y me sentí mareado y con náuseas. Se me inyectó en sangre y, en un instante, no pude ver nada. Después de un rato, pude ver borrosamente unas siluetas que se balanceaban delante de mí, pero no veía bien por dónde caminaba. De pronto, no supe qué hacer y pensé: “¿Qué está pasando? Hace más de veinte años, me operaron de un desprendimiento de retina en el ojo derecho. ¿Será una recaída de la antigua enfermedad? Esto es terrible. Mi ojo izquierdo todavía no se ha curado y ahora no veo con el derecho. Si me quedo ciego de los dos ojos, no podré cumplir ningún deber. La obra de Dios está a punto de terminar, y en este momento crítico, si no puedo ver, ¿no me convertiré en un inútil? ¿Acaso seré descartado?”. Estaba muy preocupado y no sabía qué hacer. Entonces, mi ojo derecho me ardía con oleadas de un dolor agudo, la cabeza me dolía muchísimo y no paraba de tener ganas de vomitar. Sin más remedio, me arriesgué a ir al hospital para una revisión. El médico dijo que tenía un glaucoma agudo de ángulo cerrado, lo que me causaba presión ocular alta, pupilas dilatadas y una congestión ocular grave. Además, dijo que quizás la visión borrosa se debía a una opacidad vítrea o a un desplazamiento del cristalino. Me dijo que era necesario hospitalizarme de inmediato, o de lo contrario perdería toda la visión del ojo derecho. Cuando oí esto, pensé: “Estoy acabado. Tengo poca visión en el ojo izquierdo, y si no puedo ver con el derecho, ¿no voy a terminar quedándome ciego de verdad? Olvídate de cumplir deberes, si hasta valerme por mí mismo sería un problema. ¿Qué voy a hacer entonces? He estado cumpliendo mi deber a tiempo completo en la iglesia estos últimos años, entonces, ¿cómo es que me ha tocado una enfermedad así? Si al menos fuera un dolor de espalda o de piernas, vaya y pase; por lo menos eso no retrasaría mi deber. Pero si no veo y no puedo cumplir un deber, ¿no me convertiré en un inútil? ¿Cómo voy a poder alcanzar la salvación así?”. Cuanto más lo pensaba, más negativo me ponía. Estuve hospitalizado tres días. El médico probó varios tratamientos, pero la presión ocular me subía y bajaba sin parar. Mis pupilas no volvían a la normalidad y veía doble, como si llevara unos lentes bifocales de dos mil grados. Mi visión era de solo 0,04. El médico dijo que por el momento no había un tratamiento eficaz y que la única opción era una cirugía de punción. Así vería si la presión ocular bajaba y, luego, revisaría el estado del cristalino antes de decidir si hacía una segunda operación. Cuando oí esto, se me vino el mundo abajo y, acostado en la cama, no paraba de darle vueltas a la cabeza: “El PCCh nos ha estado persiguiendo por tantos años, y yo dejé mi negocio para cumplir mi deber. Incluso con un solo ojo funcional, seguí cumpliendo mi deber, y mi deber dio algunos frutos, entonces, ¿por qué Dios no me protege? ¿Será que no he pagado un precio suficiente o que no me he entregado lo bastante?”. En teoría, sabía que en esta situación debía someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios, pero en mi corazón, todavía esperaba que Dios sanara mis ojos. ¡Qué maravilloso sería si ocurriera un milagro! Más tarde, vi al paciente de la cama de al lado, que, después de una operación por desprendimiento de retina, seguía con la presión ocular alta. Casi había perdido la vista en ambos ojos, necesitaba agarrarse del hombro de su esposa solo para caminar despacio y para él ya no había esperanza de cura. Esto me hizo volver a preocuparme: “¿Acabaré yo como él?”. Mi hijo también vio en internet que el glaucoma es irreversible y no tiene un tratamiento eficaz. Oír esto me entristeció y angustió todavía más, y empecé a quejarme de Dios y a malinterpretarlo: “Tantos hermanos y hermanas fueron sanados por Dios tras enfermarse, entonces, ¿por qué Dios no me muestra Su gracia a mí?”. Sencillamente, no lograba someterme en mi corazón, y ya no quería ni orar. Me pasaba los días suspirando. No quería comer y no podía dormir bien. En pocos días, adelgacé varios kilos. Sentía un dolor insoportable por dentro. Después de la segunda operación, el médico me implantó un lente artificial en el ojo y, cuando salí del quirófano, el ojo me ardía con un dolor agudo, y la cabeza también me dolía muchísimo. Tenía la presión ocular tan alta que ni siquiera se podía medir. El médico solo podía liberar humor acuoso a través de la incisión quirúrgica cada media hora y usar medicamentos para bajar la presión ocular. Pero pasaron seis horas y la presión ocular seguía sin bajar. El médico dijo que la situación era muy peligrosa, que la operación podría haber sido en vano y que podía perder la visión. Al pensar que quizás no podría salvar la visión de mi ojo derecho y que me quedaría completamente ciego, sin ver nada con claridad, sentí un profundo dolor por dentro. Fue entonces cuando por fin empecé a reflexionar. Desde que me enfermé de los ojos hasta ese momento, no había tenido ninguna actitud de sumisión, solo quejas y malentendidos hacia Dios, y me había faltado por completo la razón que debería tener una persona que cree en Dios. Al darme cuenta de que mi estado estaba mal, oré y le enconmendé a Dios mi enfermedad ocular, dispuesto a someterme a Sus orquestaciones y arreglos, pasara lo que pasara con mis ojos. Para mi sorpresa, al poco rato, mis ojos podían ver un poquito, de forma borrosa, y mi presión ocular poco a poco volvió a la normalidad. Al día siguiente, aunque mi visión todavía era borrosa, había mejorado a 0,2. De repente, me llené de alegría y, sabiendo que esto era la misericordia de Dios y Su comprensión de mi debilidad, no paraba de darle gracias a Dios en mi corazón.
Después de que me dieran el alta, me quedé un tiempo en casa de unos familiares para descansar y recuperarme. Durante ese tiempo, también me escribieron líderes, supervisores y otros hermanos y hermanas para mostrar su interés por mí, me preguntaron por mi estado y buscaron palabras de Dios para ayudarme y apoyarme. Mi esposa también me leía las palabras de Dios en voz alta, y, entre ellas, hubo dos pasajes que me ayudaron mucho. Dios Todopoderoso dice: “¿Oras a Dios y lo buscas cuando se te presentan la enfermedad y el sufrimiento? ¿Cómo te guía y conduce la obra del Espíritu Santo? ¿Te da nada más que esclarecimiento e iluminación? Ese no es Su único método; también te prueba y refina. ¿Cómo prueba Dios a las personas? ¿No las prueba haciéndoles sufrir? El sufrimiento va paralelo a las pruebas. De no ser por las pruebas, ¿cómo puede sufrir la gente? Y sin el sufrimiento, ¿cómo puede cambiar? El sufrimiento va paralelo a las pruebas, esa es la obra del Espíritu Santo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Al creer en Dios, lo más crucial es recibir la verdad). “Cuando la enfermedad llega, ¿qué senda han de seguir las personas? ¿Cómo deben elegir? No deben sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación, y contemplar sus propias perspectivas y sendas de futuro. En cambio, cuanto más se encuentren en momentos como estos y en situaciones y contextos tan especiales, y cuanto más se vean en dificultades tan inmediatas, más deben buscar la verdad y perseguirla. Solo así los sermones que has oído en el pasado y las verdades que has comprendido no serán en vano y surtirán efecto. Cuanto más te encuentres en dificultades como estas, más deberás renunciar a tus propios deseos y someterte a las instrumentaciones de Dios. El propósito de Dios al establecer este tipo de situaciones y arreglar estas condiciones para ti no es que te sumas en las emociones de angustia, ansiedad y preocupación, y tampoco tiene como fin que verifiques a Dios para ver si te va a curar cuando te sobrevenga la enfermedad, tanteando así la verdad del asunto. Dios establece para ti estas situaciones y condiciones especiales para que puedas aprender las lecciones prácticas en tales situaciones y condiciones, lograr una entrada más profunda en la verdad y en la sumisión a Dios, y para que sepas con mayor claridad y precisión cómo Dios orquesta todas las personas, acontecimientos y cosas. El sino de los hombres está en manos de Dios y, tanto si pueden percibirlo como si no, tanto si son realmente conscientes de ello como si no, deben someterse y no resistirse, no rechazar y, desde luego, no poner a prueba a Dios. En cualquier caso, puedes morir, y si te resistes, rechazas y verificas a Dios, no hace falta decir cuál será tu final. Por el contrario, si en las mismas situaciones y condiciones eres capaz de buscar cómo debe un ser creado someterse a las instrumentaciones del Creador, buscar qué lecciones debes aprender, qué actitudes corruptas debes conocer en las situaciones que Dios te presenta, comprender Sus intenciones en tales situaciones, y dar bien tu testimonio para cumplir las exigencias de Dios, entonces esto es lo que debes hacer” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, sentí Su meticulosa intención. Que Dios permitiera que me llegara la enfermedad era Su amor por mí. La intención de Dios no era que yo viviera sumido en emociones negativas de ansiedad y angustia, sino que pudiera orar, confiar en Él y someterme a Sus orquestaciones y arreglos, para que, a partir de esta situación, pudiera buscar la verdad, reflexionar y llegar a conocerme. Dios estaba usando la prueba de la enfermedad para purificar mi corrupción. Una vez que entendí la intención de Dios, empecé a orar todos los días, pidiéndole a Dios que me guiara para aprender una lección. Mi esposa también me leía a menudo las palabras de Dios. Poco a poco, dejé de sentirme tan abatido y mi estado mejoró mucho. Un tiempo después, volví al hospital para otra revisión y, sorprendentemente, mi visión había llegado a 0,3. El médico me dio otros lentes, y ya podía ver las palabras en la computadora un poco más claras, y el tecleo ya no se veía tan afectado.
Después de eso, empecé a meditar: “A través de esta enfermedad, revelé tantas quejas y malentendidos… ¿qué aspecto de mi carácter corrupto debo llegar a conocer?”. Un día, leí estas palabras de Dios: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué conocimiento vivencial tenga, qué deber pueda hacer, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente al servicio de esta. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud haríais el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). “El propósito de estas personas al seguir a Dios es muy simple y tiene un único objetivo: ser bendecidas. Estas personas no se molestan en prestar atención a nada que no tenga nada que ver con este objetivo. Para ellas, no hay meta más legítima que creer en Dios para obtener bendiciones; es la esencia del valor de su fe. Si algo no contribuye a este objetivo, no las conmueve en absoluto. Esto es lo que ocurre con la mayoría de las personas que creen en Dios actualmente. Su objetivo y su intención parecen legítimos porque, al mismo tiempo que creen en Dios, también se esfuerzan por Él, se dedican a Él, y cumplen su deber. Entregan su juventud, renuncian a su familia y su profesión e, incluso, pasan años ocupados lejos de casa. En aras de su meta máxima, cambian sus intereses, su perspectiva de la vida e, incluso, la dirección que siguen, pero no pueden cambiar el objetivo de su creencia en Dios. […] Aparte de los beneficios tan estrechamente asociados con ellos, ¿podría existir alguna otra razón para que las personas, que nunca entienden a Dios, den tanto por Él? En esto descubrimos un problema no identificado previamente: la relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto familiar, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño, indignación reprimida e impotencia. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar. Ahora que las cosas han llegado a este punto, ¿quién puede cambiar ese rumbo? ¿Y cuántas personas son capaces de entender realmente lo grave que se ha vuelto esta relación? Considero que, cuando las personas se sumergen en el gozo de ser bendecidas, nadie puede imaginar lo embarazosa y desagradable que es una relación así con Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Dios desenmascaró mi estado exacto. Después de encontrar a Dios, renuncié a mi hogar y a mi carrera, soporté dificultades y me entregué para cumplir mi deber durante muchos años, y todo esto fue para poder obtener bendiciones, ser salvado y entrar en el reino de los cielos. Al recordar cuando encontré a Dios por primera vez, yo creía que, mientras cumpliera mi deber, renunciara a las cosas y me entregara, seguro que recibiría las bendiciones de Dios. Impulsado por esta intención incorrecta, cumplí mi deber activamente y, para no retrasarlo, hasta dejé mi negocio. Sentía que tenía una energía inagotable, y mi único objetivo era buscar bendiciones. Más tarde, cuando mi ojo izquierdo se enfermó y mi visión empeoró, usé mi ojo derecho para persistir en mi deber. Pensé que Dios tomaría en cuenta mi perseverancia en el deber y mi sumisión a Él, y que por eso sanaría mi ojo, y creía que seguro tendría un buen destino en el futuro. Pero luego, no solo mi ojo izquierdo no mejoró, sino que en el derecho me dio glaucoma. No podía ver absolutamente nada y no podía cumplir ningún deber. Cuando vi que no había esperanza de obtener bendiciones, me sentí extremadamente dolido y angustiado, y me llené de malentendidos y quejas hacia Dios. No paraba de discutir con Él en mi corazón y de exigirle que me sanara. A través del juicio y el desenmascaramiento de las palabras de Dios, por fin vi que había estado intentando usar mi deber para negociar las bendiciones del reino de los cielos, y que mi relación con Dios era simplemente de puro interés personal. En todos mis años de cumplir mi deber, no había perseguido la verdad y mi carácter corrupto no había cambiado mucho. Detrás de mi sufrimiento y de pagar un precio, se escondían intentos de negociar con Dios. Estaba lleno de exigencias y engaños hacia Dios y no tenía ni un poco de sinceridad.
Más tarde, empecé a buscar: “¿Cuál es la causa principal de mi constante deseo de bendiciones en mi fe?”. Un día, leí estas palabras de Dios: “En todo lo que hacen —ya sea que oren, compartan enseñanzas o prediquen—, sus búsquedas, pensamientos y aspiraciones son todas exigencias a Dios e intentos de ganar algo de Él; la gente hace todas estas cosas con la esperanza de obtener algo de Dios. Algunos dicen que ‘la naturaleza humana es así’, lo que es correcto. Además, que las personas le pongan demasiadas exigencias a Dios y tengan demasiados deseos extravagantes demuestra que son muy carentes de conciencia y razón. Todos exigen y solicitan cosas por su propio bien, o tratan de discutir y buscar excusas por su propio beneficio; hacen todo esto para sí mismos. En muchas cosas se puede ver que lo que hacen carece totalmente de razón, y esto es una prueba plena de que la lógica satánica de ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’ ya se ha convertido en la naturaleza humana. ¿Qué problema ilustra el hecho de que la gente formule exigencias excesivas hacia Dios? Que la gente ha sido corrompida por Satanás hasta cierto punto y que, en su fe en Dios, no lo tratan en absoluto como tal” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las personas le ponen demasiadas exigencias a Dios). “No importa cómo sean probados, la lealtad de los que tienen a Dios en su corazón se mantiene sin cambios; pero para los que no tienen a Dios en su corazón, una vez que la obra de Dios no es favorable para su carne, cambian su opinión de Dios y hasta se apartan de Dios. Así son los que no se mantendrán firmes al final, que solo buscan las bendiciones de Dios y no tienen el deseo de entregarse a Dios y dedicarse a Él. Todas estas personas tan viles serán expulsadas cuando la obra de Dios llegue a su fin y no son dignas de ninguna simpatía. Los que carecen de humanidad no pueden amar verdaderamente a Dios. Cuando el ambiente es seguro y fiable o hay ganancias que obtener, son completamente obedientes a Dios, pero cuando lo que desean está comprometido o finalmente se les niega, de inmediato se rebelan. Incluso, en el transcurso de una sola noche pueden pasar de ser una persona sonriente y ‘de buen corazón’ a un asesino de aspecto espantoso y feroz, tratando de repente a su benefactor de ayer como su enemigo mortal, sin ton ni son. Si estos demonios no son expulsados, estos demonios que matarían sin pensarlo dos veces, ¿no se convertirían en un peligro oculto?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de Dios y la práctica del hombre). Las palabras de Dios me hicieron darme cuenta de que mi búsqueda constante de bendiciones provenía de vivir según venenos satánicos como “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “El hombre muere por la riqueza como las aves por el alimento” y “No muevas un dedo si no hay recompensa”. Todo lo que hacía tenía como objetivo obtener beneficios para mí mismo, y mi naturaleza se volvió cada vez más codiciosa y egoísta. Después de encontrar a Dios, lo traté como si fuera mi jefe y, después de cumplir un poco con mi deber, le exigía bendiciones y promesas con descaro, pensando en cómo podía beneficiarme de Él. Cuando acepté por primera vez la obra de Dios, supe que Él estaba llevando a cabo Su última etapa de la obra para salvar a la humanidad, y que solo creyendo en Él y cumpliendo mi deber podría tener la oportunidad de ser salvado y de sobrevivir. Lo consideré una oportunidad única en la vida, así que dejé mi negocio sin dudarlo y elegí cumplir mi deber a tiempo completo. Si no hubiera sido por las bendiciones y el provecho, no habría tenido tanto entusiasmo en absoluto. A lo largo de los años, aunque solo veía con un ojo, aun así persistí en mi deber, pensando que, si seguía así, sería salvado y tendría un buen destino. Cuando se me enfermó el ojo derecho y me enfrenté a la posibilidad de quedarme ciego y no poder cumplir ningún deber, pensé que estaba a punto de convertirme en un inútil y de ser descartado. Sentí que todos mis años de esfuerzo y entrega podían haber sido en vano, y que mi esperanza de obtener bendiciones podía desvanecerse, así que sencillamente no podía aceptarlo, lleno de malentendidos y quejas hacia Dios. Incluso cuestioné por qué Dios había bendecido a otros y a mí no, y por qué había permitido que me sobreviniera una enfermedad así. Estas conductas mías eran exactamente lo que Dios había desenmascarado: “Los que carecen de humanidad no pueden amar verdaderamente a Dios. Cuando el ambiente es seguro y fiable o hay ganancias que obtener, son completamente obedientes a Dios, pero cuando lo que desean está comprometido o finalmente se les niega, de inmediato se rebelan. Incluso, en el transcurso de una sola noche pueden pasar de ser una persona sonriente y ‘de buen corazón’ a un asesino de aspecto espantoso y feroz, tratando de repente a su benefactor de ayer como su enemigo mortal, sin ton ni son”. En mi fe, no trataba a Dios como tal en absoluto. Trataba mi deber como una moneda de cambio que podía intercambiar por bendiciones y la entrada al reino de los cielos. En esencia, estaba intentando usar a Dios y conspirar contra Él, pues pensaba que el hecho de pagar un precio y esforzarme podía intercambiarse por grandes bendiciones. ¿Acaso era eso tener algo de humanidad o razón? Cuando me falló la vista y no pude cumplir mi deber, no tuve una sensación de dolor ni de pérdida por no satisfacer a Dios, y lo único que me preocupaba era mi propio futuro y mi destino. ¡Era verdaderamente egoísta y despreciable! Desde que acepté por primera vez la obra de Dios de los últimos días, había estado recibiendo el riego y el sustento de Sus palabras, y Él también me dio oportunidades para cumplir mi deber, y en el transcurso de este, me permitió entender y ganar poco a poco diversos aspectos de la verdad. Todo esto era el amor y la salvación de Dios para mí, pero yo trataba mi deber como un trampolín para obtener bendiciones. ¡Esto era verdaderamente detestable y odioso para Dios! Pensé en lo que dijo Pablo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Pablo usó su duro trabajo y el precio que había pagado para exigirle a Dios una corona de justicia, y clamó abiertamente contra Dios y se le opuso. Esto ofendió el carácter de Dios, y por eso Él lo castigó. ¿Acaso no estaba yo andando por la misma senda que Pablo? Si no me arrepentía, ¡acabaría castigado en el infierno!
Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y debe cumplirlo sin buscar recompensa y sin condiciones ni razones. Solo esto se puede llamar cumplir con el propio deber. Recibir bendiciones se refiere a las bendiciones que disfruta una persona cuando es hecha perfecta después de experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere al escarmiento que recibe una persona cuando su carácter no cambia tras haber pasado por el castigo y el juicio; es decir, cuando no se le hace perfecta. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes cumplir tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a cumplirlo por temor a sufrir desgracias” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). ¡Las palabras de Dios son tan claras! El deber es la comisión de Dios al hombre, y es la responsabilidad ineludible de un ser creado. No debería haber intenciones ocultas ni impurezas en esto. Igual que es perfectamente natural y justificado que los hijos sean buenos con sus padres, no debería haber ninguna búsqueda de provecho en ello. Además, que alguien pueda ser salvado depende de si, en el transcurso de su deber, persigue la verdad, ve a las personas y las cosas según las palabras de Dios, y si su carácter corrupto puede ser purificado y transformado. Si alguien puede comportarse como es debido y llevar a cabo sus tareas con diligencia según los requisitos de Dios, ocupar el lugar de un ser creado y cumplir bien su deber, y sin importar qué grandes pruebas o refinamientos le sobrevengan, no alberga malentendidos ni quejas, y puede someterse incondicionalmente a las orquestaciones y arreglos de Dios, y al final alcanza la sumisión y el temor de Dios, entonces esa persona puede ser salvada y al final permanecerá. No es que, mientras alguien pueda cumplir su deber, será salvado aunque su carácter corrupto no haya cambiado en absoluto. Ese punto de vista era completamente una noción y una figuración mías, y totalmente absurdo. A partir de entonces, estuve dispuesto a buscar las intenciones de Dios y a perseguir la verdad en todo lo que me sucediera, y a cumplir bien mi deber para retribuir la salvación de Dios. Mi estado dio un giro después. A veces, se me seguía nublando la vista después de leer sermones por un rato y tenía que descansar, pero ya no sentía en mi corazón la angustia de antes.
Durante mis prácticas devocionales, leí estos pasajes de las palabras de Dios: “Estamos hablando de la enfermedad; esto es algo que la mayoría de la gente experimentará durante su vida. Por consiguiente, el tipo de enfermedad que afligirá los cuerpos de las personas, en qué momento, a qué edad y cómo será su salud son todas cosas dispuestas por Dios y nadie puede decidir esto por su cuenta, del mismo modo que el momento en que alguien nace no es una decisión propia. Por tanto, ¿acaso no es una insensatez sentirse angustiado, ansioso y preocupado por cosas que uno no puede decidir por sí mismo? (Sí). La gente debe ocuparse de resolver las cosas que puede resolver por sí misma, y en cuanto a las que no, debe aguardar a Dios; debe someterse en silencio y pedirle a Dios que la proteja; esa es la mentalidad que debe tener la gente. Cuando la enfermedad golpea de verdad y la muerte está realmente cerca, entonces deben someterse y no quejarse ni rebelarse contra Dios o decir cosas que blasfemen contra Él o lo ataquen. En lugar de eso, las personas deben permanecer como seres creados y experimentar y apreciar todo lo que viene de Dios; no deben tratar de elegir las cosas por sí mismas. Esto podría ser una experiencia especial que enriquezca tu vida, y no es necesariamente algo malo, ¿verdad? Por tanto, cuando se trata de enfermedades, la gente debe resolver primero sus pensamientos y puntos de vista erróneos sobre el origen de estas, y entonces dejará de preocuparse del asunto. Además, la gente no tiene poder para controlar las cosas conocidas o desconocidas, ni tampoco es capaz de hacerlo, ya que todas están bajo la soberanía de Dios. La actitud y el principio de práctica que deben tener las personas son las de esperar y someterse. Desde la comprensión hasta la práctica, todo debe hacerse de acuerdo con los principios-verdad: esto es perseguir la verdad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). “Entonces, ¿cómo debes elegir y cómo debes abordar el asunto de enfermar? Resulta muy sencillo y existe una senda a seguir: persigue la verdad. Perseguir la verdad y considerar el asunto según las palabras de Dios y de acuerdo con los principios-verdad, tal es el entendimiento que debe tener la gente. ¿Y cómo se debe practicar? Pones en práctica la comprensión que has adquirido y los principios-verdad que has comprendido de acuerdo con la verdad y las palabras de Dios en las cosas que experimentas, y los conviertes en tu realidad y en tu vida; este es un aspecto. El otro es que no debes abandonar tu deber. Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes completar tu deber y cumplirlo bien. Algunos opinan: ‘Estas cosas que dices no son muy consideradas. Estoy enfermo y me cuesta soportarlo’. Cuando te resulte duro, puedes tomarte un descanso, y puedes cuidarte y recibir tratamiento. Si sigues queriendo continuar haciendo tu deber, puedes reducir tu carga de trabajo y realizar alguna tarea adecuada, una que no afecte a tu recuperación. Esto probará que en tu corazón no has abandonado tu deber, que tu corazón no se ha alejado de Dios, que no has negado el nombre de Dios en tu corazón, y que en este no has abandonado el deseo de convertirte en un auténtico ser creado. Algunas personas dicen: ‘Si he hecho todo eso, ¿me quitará Dios esta enfermedad?’. ¿Lo hará? (No necesariamente). Tanto si Dios te quita esa enfermedad como si no, tanto si te cura como si no, lo que haces es lo que debería hacer un ser creado. Tanto si tu condición física te hace capaz de asumir cualquier trabajo o permitirte hacer tu deber, tu corazón no debe alejarse de Dios, y no debes abandonar tu deber en tu corazón. De tal modo, cumplirás con tus responsabilidades, tus obligaciones y tu deber. Esta es la lealtad a la que debes aferrarte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). A través de las palabras de Dios, vi que no importa en qué etapa de la vida alguien se encuentre con la enfermedad o la adversidad, todo está bajo la soberanía de Dios y dispuesto por Él, y todo tiene un significado. Si no hubiera pasado por esta enfermedad en los ojos, nunca habría conocido mi despreciable intención de intentar hacer tratos con Dios, y mucho menos que había estado andando todo el tiempo por la senda de Pablo. Al final, habría sido castigado por resistirme y rebelarme contra Dios sin saber por qué. Aunque durante ese tiempo estuve lleno de tristeza y dolor, eso me llevó a reflexionar y a conocerme, y crecí un poco en la vida. Todo esto fue la gracia de Dios. Nunca habría aprendido estas cosas en un entorno cómodo. También pensé en Job; él temía a Dios. Cuando se enfrentó a pruebas y refinamientos verdaderamente grandes, los bandidos le quitaron todas sus posesiones, sus hijos murieron y él quedó cubierto de dolorosas llagas. Se sentó en cenizas rascándose las llagas con un trozo de vasija para aliviar su dolor, pero no pecó con su boca. Incluso cuando su esposa le dijo que renunciara al nombre de Dios y sus tres amigos lo juzgaron, él no se quejó. Incluso dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (Job 2:10). Job prefirió maldecirse a sí mismo antes que dejar de someterse a Dios o de estar a merced de Sus orquestaciones, y así avergonzó a Satanás. Luego está Pedro: experimentó cientos de pruebas y refinamientos en solo siete años y anduvo todo el tiempo por la senda de la entrada en la vida. Se centró en reflexionar y conocerse a sí mismo, y en todo buscaba satisfacer las intenciones de Dios. Al final, llegó a amar a Dios al máximo y se sometió incluso hasta la muerte. Ni Job ni Pedro le hicieron ninguna exigencia o petición a Dios, y mucho menos se preocuparon por el tipo de desenlace que tendrían. En lo único que pensaban era en cómo someterse a Dios y satisfacerlo, y al final, se mantuvieron firmes en su testimonio para Dios y humillaron por completo a Satanás. Estos santos de diferentes épocas son todos ejemplos que debo imitar. Tomé una firme resolución: “Mientras todavía tenga la oportunidad de cumplir mi deber, y mientras todavía pueda ver las palabras en la computadora, mis manos todavía puedan teclear y mi mente esté clara, me esforzaré al máximo en mi deber. Incluso si un día pierdo la vista y ya no puedo cumplir mi deber, aun así estaré dispuesto a someterme. Aunque no vea, puedo meditar las palabras de Dios en mi corazón y puedo contarles de palabra mis experiencias a mi esposa y a mis hijos para que me ayuden a escribir artículos de testimonios vivenciales. También me centraré en guardar silencio ante Dios cada día para escuchar Su enseñanza, y me apoyaré en las palabras de Dios para reflexionar, conocerme y resolver mi carácter corrupto”. A partir de ese momento, usaba lentes de lectura para asistir a las reuniones y leer las palabras de Dios con mi esposa. Seguí escribiendo sermones a diario y, cuando tenía tiempo, también escribía artículos de testimonios vivenciales. Cuando se me nublaba la vista después de mirar la computadora por mucho tiempo, me ponía unas gotas en los ojos y los dejaba descansar un rato y, una vez que la molestia se aliviaba, seguía cumpliendo mi deber. Unos dos meses después de la operación, fui al hospital para una revisión y el médico me trató con terapia láser. Esto eliminó parte de la opacidad vítrea de mi ojo y pude ver los objetos cercanos mucho más claros que antes. Ya no necesitaba lentes de lectura para ver el texto en la computadora, e incluso podía ver con más claridad las letras más pequeñas. Me emocioné mucho y le di gracias a Dios de todo corazón por Su gracia.
A través de esta experiencia, me di cuenta de lo egoísta y despreciable que era por intentar hacer tratos con Dios en mi fe. Fueron las palabras de Dios las que me permitieron entenderme un poco y provocaron cierto cambio en mí. ¡Le doy gracias sinceras a Dios!