54. Heridas imborrables

Por Li Chen, China

En 2008, el PCCh llevó a cabo una campaña masiva de represión y arrestos en todo el país contra la Iglesia de Dios Todopoderoso. Durante ese tiempo, casi todos los días arrestaban a hermanos y hermanas. A algunos los arrestaron mientras estaban en reuniones y a otros se los llevó la policía cuando irrumpió en sus casas por la noche. Vivía con miedo todos los días, sin saber cuándo la policía irrumpiría en mi hogar. En ese momento, acogía a dos hermanas. Una noche, alrededor de las 11 p. m., estábamos durmiendo, cuando me despertaron unos golpes en la puerta. Pensé: “¿Será la policía quien llama a la puerta a estas horas?”. Me separé rápidamente de las dos hermanas para esconder los libros de las palabras de Dios y los objetos de la iglesia. Afuera, un grupo de personas llamaban a la puerta e intentaban abrirla con una llave. Después de un rato, se escucharon ruidos de que estaban intentando forzar la puerta. Estaba muy nerviosa, caminaba de un lado a otro y oraba sin cesar a Dios: “Dios, parece que la policía está abriendo la puerta a la fuerza. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo proteger a las dos hermanas? Dios, te pido que me ayudes a calmar mi corazón…”. Después de orar, mi corazón se calmó un poco. El grupo que estaba fuera siguió intentando forzar la puerta por un tiempo y, luego, comenzaron a llamar a golpes. El sonido era especialmente aterrador en medio de la noche, pero, después de un buen rato, aún no habían conseguido abrir la puerta.

Justo cuando empezaba a amanecer, de repente, oí que alguien gritaba afuera: “Por aquí, un poco más de este lado”. Espié por la cortina y vi abajo a un hombre que miraba hacia arriba y dirigía a unas personas que estaban en el tejado. Entonces, me di cuenta de que estaban intentando meterse en mi casa por la ventana. Nuestro edificio tenía seis pisos y yo vivía en el quinto. No sabía cuándo irrumpirían por la ventana. Estaba muy asustada, el corazón me latía con fuerza. Volví a mirar por la cortina y vi un coche de policía y un sedán blanco estacionados en la entrada del edificio, lo que me confirmó que el grupo que estaba intentando abrir la puerta era de la policía. Volví a pegar el oído a la puerta, pero no se oía nada afuera y tampoco vi a nadie por la mirilla, así que supuse que habrían subido al tejado. Pensé: “Las dos hermanas aún son jóvenes. No puedo dejar que caigan en manos de la policía y que las torturen”. Así que las insté de inmediato a que se fueran primero. Abrí la puerta, pero estaba bloqueada por una enorme piedra y una gran mesa de madera; aun así, logré abrirla sin mucho esfuerzo, ¡y agradecí a Dios en mi corazón! Después de que las hermanas se fueron, actué con naturalidad y también salí de casa. Mientras iba caminando, me di cuenta de que me seguía un hombre de unos cuarenta años, y no paré de orar en mi corazón para pedirle a Dios que me diera sabiduría y valor. Recordé algunas de las palabras de Dios: “No tengas miedo de esto y aquello, el Dios Todopoderoso de los ejércitos sin duda estará contigo; Él es vuestra fuerza de respaldo y es vuestro escudo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 26). Con las palabras de Dios como guía, me sentí un poco más tranquila. Tomé dos taxis distintos y fui al centro comercial a comprar un nuevo bolso y ropa para cambiarme inmediatamente. Al final, conseguí despistar a la persona que me estaba siguiendo. Luego, fui a casa de un familiar y me escondí allí durante tres días. Finalmente, regresé a una casa que tenía en otra ciudad. Ese día, después de llegar a casa, me sentía intranquila. No paraba de pensar: “¿Me encontrará la policía aquí y me arrestará?”. Por la noche, no podía dormir y no paraba de pensar que tenía que encontrar otro lugar para esconderme. De forma inesperada, a la mañana siguiente, alrededor de las 8 a. m., cuatro agentes de policía irrumpieron de súbito en mi casa. Me mostraron mi foto del documento de identidad y dijeron: “Tú crees en Dios Todopoderoso. ¡Vamos a registrar tu casa!”. Después de eso, se dividieron y comenzaron a registrar la casa. Dejaron todo patas para arriba. Encontraron 5900 yuanes en efectivo, un teléfono móvil y una Biblia, y se llevaron todo con la excusa de que era un procedimiento de rutina. Tras eso, me esposaron y me llevaron al Departamento de Seguridad Pública de la ciudad.

Alrededor de las 4 p. m., un agente me metió a empujones en un coche de policía y, apenas entré, me cubrió la cabeza con una prenda gruesa. Era tan sofocante que apenas podía respirar. No tenía idea de dónde me llevarían ni cómo me torturarían. Estaba muy asustada y oraba interiormente sin cesar para pedirle a Dios que protegiera mi corazón y para que, fueran cuales fueran las circunstancias, pudiera mantenerme firme en mi testimonio y no traicionarlo a Él. Después de poco más de una hora, el coche se detuvo. Cuando bajé del coche, me quitaron la prenda de la cabeza. Vi que el coche se había detenido en un patio grande. En el patio había un edificio de dos pisos, pero la zona era inhóspita y casi no había ninguna casa cerca, lo que daba una sensación espeluznante. Un agente me dijo: “¿Sabes dónde estamos? Este es un campo de concentración que se construyó especialmente para ustedes, los creyentes en Dios Todopoderoso”. Una vez dentro, me ataron a un banco de tortura y me rodearon ocho o nueve agentes de policía. Un agente alto, de unos treinta años, me preguntó: “¿Dónde está el dinero de tu iglesia? ¿Dónde están tus líderes? ¿Quién te predicó el evangelio? ¿Dónde asisten a las reuniones?”. Yo respondí con una pregunta: “El dinero de la iglesia es una ofrenda que el pueblo escogido de Dios le hace a Él. ¿Qué tiene que ver con ustedes?”. El agente se enfureció y me dio varias bofetadas. La cara me ardía por los golpes. En ese momento, oí varios ladridos de perros afuera. Un agente me amenazó: “Estamos en medio de la nada. Aquí es habitual que interroguemos a las personas hasta que mueran y, cuando mueren, simplemente los arrojamos al patio trasero y nadie se entera. Luego, los perros grandes se las comen, así que ni siquiera quedan los restos”. Oír eso me aterrorizó. Esos policías estaban dispuestos a cometer cualquier maldad y, si me mataban a golpes y daban mi cadáver como comida a los perros en esa área remota, ni siquiera quedarían mis restos. Cuanto más lo pensaba, peor me sentía. Entonces, de repente, recordé una frase de las palabras de Dios: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; más bien temed a aquel que puede hacer perecer tanto el alma como el cuerpo en el infierno(Mateo 10:28). Dios lo controla todo y tiene soberanía sobre todas las cosas. Mi vida también está en manos de Dios. La policía podía matar mi cuerpo, pero no podía destruir mi alma. No podía traicionar a Dios por miedo a la muerte. Las palabras de Dios me dieron fe y mi corazón se serenó. Entonces dije: “Si muero, muero. No tengo intención de sobrevivir ahora que me han atrapado”. La policía me presionó para que les diera los nombres y direcciones de los líderes, pero yo les pregunté: “¿Acaso la constitución no dice con claridad que hay libertad de credo? No hemos hecho nada ilegal, ¿por qué nos arrestan? Apenas dije esas palabras, un agente de policía se enfureció, tomó unos documentos de la mesa, los enrolló y me golpeó la cabeza con fuerza, mientras que otro agente se me acercaba por detrás y me daba un fuerte codazo entre las costillas. Sentí como si me las estuvieran rompiendo. Se me hinchó la cabeza por el dolor y me costaba respirar. No pude evitar gritar. Me siguieron golpeando las costillas mientras me exigían que confesara. Al ver que yo no hablaba, continuaron con el mismo castigo. Me torturaron hasta que no fui capaz de moverme, estaba completamente agotada. Oré a Dios: “Dios, temo que, como mi estatura es demasiado pequeña, no podré soportar la tortura de la policía y puede que me rinda ante Satanás, y que pierda así mi testimonio. Te ruego que me des la fe y fortaleza para superar la debilidad de mi carne”. Después de orar, recordé un himno de las palabras de Dios titulado “Debes renunciar a todo por la verdad”: “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes sacrificarte por la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Las palabras de Dios me inspiraron. Seguir hoy a Cristo significa padecer todo tipo de sufrimientos por la verdad. Gané la determinación y el valor para mantenerme firme en mi testimonio por Dios y no rendirme ante las fuerzas oscuras de Satanás.

Durante el interrogatorio, me enteré a través de la policía de que las personas que habían intentado entrar en mi casa esa noche eran de la rama del Departamento de Seguridad Pública. Habían estado siguiendo durante meses a las líderes que yo acogía, también las habían capturado y, además, habían confiscado nueve millones de yuanes en ofrendas. Mientras me estaban interrogando, entró otro agente de policía y dijo con una sonrisa: “Hemos encontrado otros 500000 yuanes”. Me enfurecí al oír esto. Esa era la ofrenda que los hermanos y hermanas habían dedicado a Dios. ¿Cómo podían llevársela sin más? ¡Eran verdaderos diablos! Ese día, la policía me torturó con tácticas tanto suaves como duras hasta altas horas de la noche. Al ver que no hablaba, un agente de policía dijo entre dientes: “Ustedes, los que creen en Dios Todopoderoso, son duros como piedras. A no ser que te demos una lección hoy, no dirás nada. No creo que no vayamos a poder contigo”. Después de decir esto, me quitó las esposas y me esposó las manos a unos postes a ambos lados del banco de tortura. Luego, empujaron el banco hacia atrás y me quedó todo el cuerpo inclinado hacia atrás. Al poco tiempo, sentí como si los ojos se me fueran a salir de las órbitas. La cabeza me palpitaba, a punto de explotar. Tenía las muñecas atrapadas en las esposas, sentía como si me las fueran a amputar y un dolor punzante me atravesaba. Un bulto de hierro que sobresalía del banco de tortura me presionaba el coxis, y sentía como si me estuvieran cortando el corazón con un cuchillo. No sé cuánto tiempo estuve así. Un agente de policía volvió a amenazarme y dijo: “Antes de ti, estuvo una mujer de unos sesenta años que confesó después de solo una hora y media. Vamos a ver cuánto tiempo aguantas tú”. Después de un rato, se burló de mí diciendo: “¿No crees en Dios Todopoderoso? ¿Por qué no viene a salvarte? ¡Deberías pedirle que te salve!”. Me indigné profundamente al oír las burlas y blasfemias de los policías. Esos agentes atacaban a Dios y blasfemaban contra Él a su antojo. ¡Eran verdaderamente un grupo de diablos que odiaban la verdad y se oponían a Dios!

Me torturaron hasta dejarme exhausta y quedé suspendida en esa postura durante más de dos horas. Mi cuerpo llegó a su límite y apenas podía respirar. Pensé: “Si esto sigue así, realmente voy a morir aquí. Mi marido y mi padre acaban de fallecer y todavía tengo en casa a mi madre, que tiene más de setenta años, y a mi hijo, que aún va a la escuela. Si muero, ¿quién cuidará de ellos? El niño ya ha perdido a su padre y mi madre también sufre por haber perdido a sus seres queridos. Si yo también muero, ¿serán capaces de soportarlo?”. Me vi ante un gran conflicto y pensé: “Tal vez, me dejarán ir si les doy solo un poco de información. Pero si les digo algo, ¿no traicionaré a Dios, como Judas?”. En ese momento, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “¿Por qué no las encomiendas a Mis manos? ¿No tienes suficiente fe en Mí? ¿O es que tienes miedo de que Yo haga disposiciones inapropiadas para ti?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 59). El cielo, la tierra y todas las cosas están bajo el control de Dios y todo lo relacionado con mi madre y mi hijo está en Sus manos. ¿De qué tenía que preocuparme? Al pensar en esto, oré a Dios: “Dios, el porvenir de mi madre y de mi hijo está en Tus manos. Estoy dispuesta a confiártelos a Ti y a acudir a Ti. Tanto si hoy vivo como si muero, estoy dispuesta a ponerme a merced de tus orquestaciones. ¡Prefiero morir antes que traicionarte!”. Después de la oración, mi corazón se calmó mucho y me sentí preparada para morir. Tras eso, sentí como si mi cuerpo comenzara a flotar lentamente y, de milagro, mi dolor se redujo mucho. Al ver que estaba a punto de desplomarme, los policías me sacaron del banco de tortura. Todo mi cuerpo estaba débil y empecé a tener convulsiones sin parar. Me hice un ovillo sin poder controlarme y sentí que se me agarrotaba todo el cuerpo. Los policías intentaron abrirme las manos a la fuerza, pero no lo consiguieron. No sé cuánto tiempo estuve así, pero al final, justo antes del amanecer, comencé a sentirme un poco mejor. Un agente me dijo: “Si ayer no hubieras forcejeado, ¡te habríamos colgado, atada de pies y manos!”. Al oír esto, agradecí en silencio a Dios por haberme protegido. Esa noche, los policías me llevaron al centro de detención local.

Al llegar, un agente me miró de arriba a abajo y dijo: “Esta persona está hecha un guiñapo. ¿De quién será la culpa si se muere aquí?”. Los dos agentes que me escoltaban negociaron con ellos durante un rato y solo entonces me aceptaron a regañadientes. Durante la revisión médica, el doctor dijo que tenía problemas cardíacos y que estaba en riesgo de morir en cualquier momento. Esa noche, hicieron que los reclusos revisaran mis fosas nasales de vez en cuando para ver si todavía respiraba. Medio mes después, mi familia invirtió un dinero y movió hilos para hacer que me liberaran por razones de salud. El día que salí del centro de detención, la policía me puso una multa de 10000 yuanes y me advirtió: “No puedes salir de la zona sin permiso, tu teléfono debe estar encendido las 24 horas del día y debes estar disponible en todo momento. Si te volvemos a atrapar, ¡no te dejaremos salir de la cárcel!”. Cuando regresé a casa, mi familia y mis colegas me dijeron que la policía había ido a mi lugar de trabajo y a las casas de mis familiares para investigarme, y que había difundido rumores infundados de que era la líder de una red de tráfico de órganos. Usaron este pretexto para revisar mis cuentas bancarias. Toda mi familia me criticó y se quejó de mí. Mis amigos y parientes se burlaron y se distanciaron de mí. Estaba muy enfadada, ya que pensaba que creer en Dios era algo bueno y que esta era la senda correcta. Sin embargo, esos policías habían difundido rumores infundados sobre mí y ahora no podía mantener la cabeza alta frente a mis familiares y colegas. Me sentía completamente humillada y algo débil en mi interior al pensar que, tal vez, ya no podría salir a cumplir mi deber y debería limitarme a creer en Dios en casa. Más tarde, pensé en algunas de las palabras de Dios: “Eres un ser creado, debes por supuesto adorar a Dios y buscar una vida con significado. Si no adoras a Dios, sino que vives en tu carne inmunda, ¿no eres solo una bestia, vestida de humano? Como eres un ser humano, ¡te debes gastar para Dios y soportar todo el sufrimiento! El pequeño sufrimiento que estás experimentando ahora, lo debes aceptar con alegría y con confianza y vivir una vida significativa como Job y Pedro. […] Vosotros sois personas que buscáis la senda correcta, los que buscáis mejorar. Sois personas que os levantáis en la nación del gran dragón rojo, aquellos a quienes Dios llama justos. ¿No es esa la vida con mayor sentido?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (2)). Gracias a las palabras de Dios entendí que creer en Dios y cumplir el deber es lo que debe hacer un ser creado y que solo vivir de esta manera tiene valor y sentido. ¿Cómo podía arrepentirme de cumplir mi deber solo porque me habían humillado? ¿Qué clase de conciencia y razón tenía yo hacia Dios? La policía había difundido rumores infundados y calumnias sobre mí para hacer que me alejara de Dios y lo traicionara, pero yo no podía caer en la trampa de Satanás. Los no creyentes se burlaban de mí y me calumniaban, pero a mí me perseguían por la justicia. ¡Ese sufrimiento tenía valor y sentido! Por mucho que la policía me difamara, insultara mi dignidad o dañara mi reputación, ¡nunca traicionaría a Dios! ¡Estaba decidida a recorrer la senda de la fe en Dios! Al pensar en esto, cambié de actitud y ya no tuve más miedo de que me humillaran. Más adelante, la policía venía con frecuencia a verme, trataba de extorsionarme y amenazarme diciendo: “Tu caso puede ser grande, pequeño o hasta inexistente, dependiendo del dinero que desembolses. Si no pagas, ¡podemos volver a enviarte a la cárcel cuando queramos y por el tiempo que queramos!”. Estaba furiosa. No había infringido ninguna ley, pero, aun así, la policía no paraba de extorsionarme, una y otra vez. ¡No eran más que una banda de ladrones!

Más tarde, regresé a la casa donde la policía había intentado irrumpir en medio de la noche. Cuando abrí la puerta, me quedé atónita y estaba tan furiosa que casi me desmayo. La casa estaba hecha un desastre; se habían llevado todas las cosas de valor e incluso la ropa, los edredones y los artículos de uso diario. Tenía cuatro portátiles, mi teléfono, que valía más de 3000 yuanes, un collar de oro que pesaba más de diez gramos, cuatro anillos y cuatro pares de pendientes de oro y un fajo de 10000 yuanes en efectivo. Se lo habían llevado todo. Habían destrozado o hecho jirones el resto de artículos. La cama de madera del dormitorio estaba rota y hasta habían arrancado el soporte de la cama y las puertas del armario. El cristal del cuadro del paisaje y el cristal del balcón estaban hechos añicos, habían destrozado el frigorífico y el lavamanos del baño y hasta habían esparcido el saco de harina por todas partes. Todo en la casa estaba destruido y tirado por el suelo. Cuando entré a la habitación, no había un hueco donde poder pisar. Al ver la casa hecha un caos, me sentí muy triste y enfadada. Pensé: ¿Cómo ha podido la policía devastar así un buen hogar? ¡Odiaba realmente al PCCh, ese diablo! Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar el pecado! […] ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar al pueblo de Dios? ¿Por qué usar la fuerza para reprimir la venida de Dios? ¿Por qué no permitir que Dios vague libremente por la tierra que creó? ¿Por qué acosar a Dios hasta que no tenga donde reposar Su cabeza? ¿Dónde está la calidez entre los hombres? ¿Dónde está la acogida entre la gente? ¿Por qué causar un ansia tan desesperada en Dios? ¿Por qué hacer que Dios llame una y otra vez? ¿Por qué obligar a Dios a que se preocupe por Su amado Hijo? En esta sociedad oscura, ¿por qué sus lamentables perros guardianes no permiten que Dios venga y vaya libremente por el mundo que Él creó?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, pude ver el verdadero rostro horrible del PCCh. Finge que defiende la rectitud y afirma que existe la “libertad de credo” y que la “ley se aplica para el pueblo”, pero, entre bastidores, usa todo tipo de artimañas para arrestar y perseguir a quienes creen en Dios. Los cristianos en China no tienen derechos humanos ni libertad alguna y el PCCh puede irrumpir en tu casa en cualquier momento, arrestarte, registrar la casa y confiscar tus bienes por la fuerza. Sus actos son peores que los de los bandidos y los tiranos. Antes, no discernía en absoluto al PCCh, pero, después de sufrir en persona que me arrestara y persiguiera, me di cuenta de que es un grupo de demonios que odian a Dios y se le resisten.

Aunque me habían dejado salir de la cárcel, no tenía ninguna libertad personal. La policía me vigilaba y seguía todo el tiempo, y no podía deshacerme de ellos. Una vez, salí a la calle y estaba a medio camino de mi destino, cuando recordé que había olvidado algo y quise regresar a buscarlo. Al darme la vuelta, vi que el policía que me había arrestado estaba siguiéndome. Cuando fui al mercado a hacer la compra, un agente de policía se me acercó y me preguntó: “¿Por qué compras tantos comestibles para ti sola?”. También me preguntó: “¿Por qué nunca enciendes las luces por la noche? ¿Dónde te estás quedando?”. Al escuchar las palabras del agente, me sentí completamente indignada y asqueada. Vivir bajo la vigilancia del PCCh era muy doloroso y estaba siempre con el alma en vilo, temerosa de que la policía viniera a acosarme en cualquier momento. Durante el día, en el trabajo, siempre mantenía la puerta de mi oficina bien cerrada y no me atrevía a abrirla sin tener cuidado. Por la noche, no me atrevía a estar sola en casa y mucho menos a encender las luces. La policía también llamaba con frecuencia para preguntar sobre mi paradero. Me sentía realmente reprimida y quería ver a mis hermanos y hermanas, pero temía ponerlos en peligro. Cumplir mi deber me parecía un lujo. Durante esos años, no podía concentrarme en nada y no sabía cuándo llegarían a su fin aquellos días. Llegué a sentir que vivir así era peor que la muerte. Después de que me torturaran, rastrearan, acosaran y de que asaltaran mi casa, no solo estaba débil físicamente, sino que también había sufrido un duro golpe psicológico. Tras salir del centro de detención, durante dos años tuve que tomar medicamentos y ponerme inyecciones para mantener una vida normal. Mi memoria se deterioró mucho y, a menudo, me olvidaba de las cosas. Antes de que me arrestaran, tenía muy buena salud, solía compartir las palabras de Dios y cumplía mi deber junto a mis hermanos y hermanas. Esas eran épocas verdaderamente felices. Pero desde que me arrestaron, no podía leer las palabras de Dios ni me atrevía a contactar con mis hermanos y hermanas. Mi cuerpo sufría y mi espíritu estaba atormentado. En mi dolor y debilidad, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Si estás seguro de que este camino es verdadero, debes seguirlo hasta el final; debes mantener tu lealtad a Dios. Dado que has visto que Dios mismo ha venido a la tierra a perfeccionarte, debes entregarle del todo tu corazón. Si todavía puedes seguir a Dios, haga lo que haga, aunque Él determine un desenlace desfavorable para ti al final, esto es mantener tu pureza ante Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). Las palabras de Dios me sacaron de mi dolor. Lo que Él desea es mi lealtad y testimonio, y Él estaba utilizando ese entorno para perfeccionar mi fe. Ya no podía seguir siendo negativa y, por mucho que sufriera, debía permanecer leal a Dios y mantenerme firme en mi testimonio para satisfacerlo. Así que oré a Dios: “Dios, estoy dispuesta a mantenerme firme en mi testimonio y cumplir mi deber. Te ruego que me guíes y me abras una senda”. Más tarde, encontré una forma de escapar de la vigilancia de la policía y fui a otro lugar para cumplir mi deber.

Aunque mi carne padeció algo de sufrimiento durante el arresto y la persecución que padecí a manos del PCCh, eso me permitió ver con claridad la esencia demoníaca del PCCh, que odia la verdad y se resiste y es hostil a Dios, por lo que lo rechacé por completo y me rebelé contra él con el corazón. A través de esta experiencia, probé de verdad el amor y la salvación de Dios y, cuando me torturaron y mi cuerpo no podía soportarlo, fueron las palabras de Dios las que me dieron fe y fortaleza y me guiaron para superar el tormento de esos demonios. Cada vez que me sentía negativa, débil, sombría y triste, fueron las palabras de Dios las que me esclarecieron, guiaron y dieron fortaleza. Experimenté la autoridad y el poder de Sus palabras, que fortalecieron mi fe en Él. No importa lo que haga el PCCh para perseguirme, ¡no dejaré de seguir a Dios hasta el final ni renunciaré a mi deber como ser creado!

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