94. Las lecciones que aprendí al ser reasignada en mi deber
En abril de 2023, me reasignaron porque durante varios meses no había obtenido ningún resultado en mi deber relacionado con textos. El líder dijo que tenía poca aptitud y que no era apta para el deber relacionado con textos, por lo que me asignarían a entregar cartas a los hermanos y hermanas. Cuando lo oí, me empezó a palpitar el corazón y pensé: “Al decir esto, el líder básicamente me ha catalogado como alguien que tiene poca aptitud. ¡Nunca tendré la oportunidad de volver a hacer un deber como el deber relacionado con textos!”. Luego, pensé en que tenía que entregar cartas a los hermanos y hermanas y se me encogió aún más el corazón. Sentí que eso era solo un trabajo servil y que no tenía ninguna importancia. Pensé: “Solo las personas con buena educación y capacidad intelectual pueden hacer el deber relacionado con textos, que es un deber que también implica la entrada en la vida y requiere tener una buena comprensión de la verdad. Es un deber relativamente digno. Ahora que me han reasignado a los deberes de asuntos generales, ¿qué pensarán de mí los hermanos y hermanas que me rodean? Seguro que no ocuparé el mismo lugar que antes en sus corazones. Tengo poca aptitud, así que no puedo cumplir el deber de líder o de obrero, y tampoco soy elocuente, así que tampoco soy apta para el trabajo evangélico ni para regar a los nuevos fieles. Así que, a partir de ahora, parece que me quedaré estancada haciendo deberes de asuntos generales”. Estos pensamientos fueron como una puñalada en mi corazón. Sentí que mi estatus había caído y que mi valor había disminuido, como si pasara de ser alguien respetado a una doña nadie. No podía aceptarlo y estaba muy negativa y decaída. El líder me preguntó qué pensaba y, la verdad, yo le hubiera dicno que no quería hacer ese deber pero pensé que no sería razonable decir tal cosa. Después de todo, ¿no sería rechazar mi deber y traicionar a Dios? Al final, no expresé mi opinión. Esa noche, simplemente no podía calmar mi corazón y seguía dándole vueltas a las palabras del líder de que no era apta para el deber relacionado con textos debido a que tenía poca aptitud. Me di cuenta de que mi estado no era bueno, así que oré a Dios y le pedí que me esclareciera y me guiara para cambiar mi estado.
Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios sobre que te reasignen el deber. Dios dice: “En estos asuntos en los que la gente no ha permanecido en el lugar que le corresponde ni ha logrado lo que debería; es decir, cuando fracasa en su deber, se convertirá en un nudo en su interior. Este es un problema sumamente práctico y que ha de resolverse. Entonces, ¿cómo se resuelve? ¿Qué clase de actitud debería adoptar la gente? Antes de nada, deben estar dispuestos a dar un giro. ¿Y cómo debería ponerse en práctica tal disposición? Por ejemplo, una persona que es líder durante un par de años, pero por su bajo calibre no hace bien su trabajo, no es capaz de ver ninguna situación con claridad, no sabe cómo usar la verdad para resolver los problemas ni realizar ninguna obra real, por lo que es relevada. Si después de que se la releven es capaz de someterse, continúa cumpliendo su deber y está dispuesta a dar un giro, ¿qué debería hacer? Para empezar, ha de entender lo siguiente: ‘Dios tenía razón al hacer lo que hizo. Mi calibre es demasiado pobre, durante mucho tiempo no he hecho obra real y, en su lugar, solo he demorado la obra de la iglesia y la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Tengo suerte de que la casa de Dios no me expulsara enseguida. He sido bastante desvergonzado por haberme aferrado a mi puesto todo este tiempo e incluso creer que había hecho un gran trabajo. ¡Qué poco razonable por mi parte!’. ¿Sentir odio por uno mismo y una sensación de remordimiento es una expresión de la voluntad de dar un giro? Si es capaz de decirlo, significa que está dispuesto. Puede que diga en su interior: ‘Durante mucho tiempo, siempre me he esforzado desde mi posición de líder para obtener los beneficios del estatus; siempre predicaba doctrina y me equipaba con ella; no me esforzaba por entrar en la vida. Solo ahora que me han sustituido me doy cuenta de lo inadecuado que soy y de mis carencias. Dios hizo lo correcto y he de someterme. Antes tenía estatus y los hermanos y hermanas me trataban bien; me rodeaban allá donde iba. Ahora nadie me presta atención y me han abandonado; esto es lo que me toca, es la retribución que merezco. Además, ¿cómo iba un ser creado a tener estatus alguno ante Dios? Por muy alto que sea el estatus de alguien, no es ni el desenlace ni el destino; Dios me encomienda una comisión no para que pueda mandonear ni disfrutar de mi estatus, sino para que cumpla mi deber, y debería hacer todo lo que me sea posible. He de tener una actitud de sumisión ante la soberanía de Dios y las disposiciones de la casa de Dios. Aunque la sumisión pueda ser ardua, debo someterme; Dios tiene razón al hacer lo que hace e, incluso suponiendo que yo tuviera miles o decenas de miles de excusas, ninguna de ellas sería la verdad. ¡Someterse a Dios es la verdad!’. Esas son expresiones exactas de la voluntad de dar un giro. Y, si alguien las poseyera todas, ¿cómo calificaría Dios a tal persona? Diría que se trata de alguien con conciencia y razón. ¿Se trata de una valoración elevada? No demasiado; solo con tener conciencia y razón no se llega a los estándares para ser hecho perfecto por Dios, pero, en lo que concierne a este tipo de persona, no es un logro pequeño. Ser capaz de someterse es valioso. Después de esto, la manera en que la persona busca hacer que Dios cambie Su punto de vista sobre ella depende del camino que elija” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo si se resuelven las propias nociones es posible emprender el camino correcto de la fe en Dios (3)). Después de leer las palabras de Dios, me di cuenta de que debía tener una actitud arrepentida respecto a la reasignación de mi deber. Sin importar la razón o las cosas que no era capaz de comprender, tenía que hacerme a un lado, aceptar y someterme primero, reconocer mis problemas y sentirme arrepentida y culpable por no haber hecho bien mi deber. No había logrado ningún resultado en mi deber relacionado con textos y había retrasado el trabajo durante mucho tiempo, así que debía aceptar la reasignación correspondiente. Independientemente de lo que la iglesia dispusiera para mí o de cómo me tratara, no debía tener mis propias preferencias, sino aceptar y obedecer. Eso es lo que significa ser razonable. Pero no solo no me sentí arrepentida ni en deuda por no hacer bien mi deber y retrasar el trabajo de la iglesia, sino que también me hundí en el abatimiento y el rechazo, porque sentía que había perdido mi reputación y estatus. ¡Realmente carecía de razón! Después de reconocer estas cosas, aunque pude ajustar un poco mi mentalidad, a veces todavía me preocupaba cómo me verían los hermanos y hermanas. Cada vez que pensaba en eso, me disgustaba mucho. Todavía albergaba una pequeña esperanza en mi corazón y pensé: “¿Quizás el líder me dará otra oportunidad para volver a hacer el deber relacionado con textos? Así podría recuperar mi orgullo”. Pero luego pensé: “Todos pueden ver con claridad los resultados de mi deber. Si me permiten volver a hacer el deber relacionado con textos, ¿no seguiré retrasando el trabajo de la iglesia?”. Al darme cuenta de que mi estado no había cambiado realmente, oré a Dios: “Dios mío, sé que es justo que me hayan reasignado el deber, pero sigo muy molesta. Continúo pensando que hacer deberes de asuntos generales es inferior y todavía me importa mucho lo que los demás piensan de mí. Dios mío, simplemente no puedo someterme y sigo centrada en mi reputación y estatus. Este es mi carácter corrupto, pero estoy dispuesta a buscar la verdad para resolverlo. Te ruego que me guíes para cambiar mi estado incorrecto”.
Después de orar, recordé un pasaje de las palabras de Dios y lo busqué para leerlo. Dios dice: “El aprecio de los anticristos por su reputación y estatus va más allá del de la gente normal y forma parte de su esencia-carácter; no es un interés temporal ni un efecto transitorio de su entorno, sino algo que está dentro de su vida, de sus huesos y, por lo tanto, es su esencia. Es decir, en todo lo que hacen los anticristos, lo primero en lo que piensan es en su reputación y su estatus, nada más. Para los anticristos, la reputación y el estatus son su vida y su objetivo durante toda su existencia. En todo lo que hacen, su primera consideración es: ‘¿Qué pasará con mi estatus? ¿Y con mi reputación? ¿Me dará una buena reputación hacer esto? ¿Elevará mi estatus en la opinión de la gente?’. Eso es lo primero que piensan, lo cual es prueba fehaciente de que tienen el carácter y la esencia de los anticristos; por eso consideran las cosas de esta manera. Se puede decir que, para los anticristos, la reputación y el estatus no son un requisito añadido y, ni mucho menos cosas que son externas a ellos de las que podrían prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en los huesos, en la sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de reputación y estatus; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? La reputación y el estatus están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello que buscan día tras día. Por eso, para los anticristos el estatus y la reputación son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, lo que busquen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un estatus alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Este es el verdadero rostro de los anticristos, su esencia. Podrías dejarlos en un bosque primitivo en las profundidades de las montañas y seguirían sin dejar de lado su búsqueda de reputación y estatus. Puedes colocarlos en medio de cualquier grupo de gente e, igualmente, no pueden pensar más que en reputación y estatus. Si bien los anticristos también creen en Dios, consideran que la búsqueda de reputación y estatus es equivalente a la fe en Dios y le asignan la misma importancia. Es decir, a medida que recorren la senda de la fe en Dios, también persiguen la reputación y el estatus. Se puede decir que los anticristos creen de corazón que la búsqueda de la verdad en su fe en Dios es la búsqueda de reputación y estatus; que la búsqueda de reputación y estatus es también la búsqueda de la verdad, y que adquirir reputación y estatus supone adquirir la verdad y la vida” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Dios expone que un anticristo siempre pone su reputación y estatus en primer lugar en todo lo que hace, y que la reputación y el estatus dominan su corazón. Independientemente de sus circunstancias o de lo que haga, nunca cambiará su objetivo de perseguir la reputación y el estatus. Esto se debe a que lo lleva en la sangre y en su vida. Es su esencia-naturaleza. Me estaba comportando exactamente como un anticristo. Cuando el líder dijo que no tenía la aptitud necesaria para el deber relacionado con textos y me asignó a los deberes de asuntos generales, no pude abordar mis problemas de forma correcta ni someterme de manera razonable. En cambio, sentí que mi valor había disminuido. Seguía pensando en cómo me verían los demás y me aterrorizaba que mi posición en el corazón de los hermanos y hermanas fuera a menos, ya que temía que me vieran solo como una insignificante trabajadora de asuntos generales. Tenía poca aptitud y no era buena en el deber relacionado con textos, así que el líder me reasignó a un deber diferente. Lo hizo teniendo en consideración el trabajo de la iglesia, por lo que era completamente apropiado. Una persona racional aceptaría y abordaría este asunto de forma correcta, pero yo daba demasiada importancia a la reputación y al estatus. Me preocupaba constantemente que los demás me menospreciaran por hacer los deberes de asuntos generales, así que simplemente no podía someterme, hasta el punto de que, cuando sentía que mi deseo de reputación y estatus no se satisfacía, ya no encontraba el sentido a mis deberes. Incluso tuve pensamientos de rechazar mi deber y traicionar a Dios. Vivía según filosofías satánicas, como “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela” y “El hombre siempre debe esforzarse por ser mejor que sus coetáneos”. Creía que, en la vida, una persona debía superar a los demás y hacer que la admiraran. Solo entonces la vida tendría gloria y valor. Desde que encontré a Dios, siempre había querido conseguir un puesto importante en la iglesia y que mis hermanos y hermanas me tuvieran en alta estima. En mis deberes, solía revelar el carácter corrupto de perseguir la reputación y el estatus y, aunque había leído muchas palabras de Dios al respecto, los seguía persiguiendo con obstinación. ¡Estos venenos satánicos habían arraigado profundamente en mí! Si no cambiaba y seguía persiguiendo la reputación y el estatus, permanecería en este estado de abatimiento y, al final, no cabía duda de que abandonaría a Dios, ya que mis deseos de reputación y estatus no se satisfacían. Debía rebelarme contra mí misma y dejar de perseguir la reputación y el estatus.
Un día, el líder me pidió que entregara algunas cartas a los hermanos y hermanas. En mi corazón, volví a pensar: “Este deber es solo hacer recados”. No pude sino soltar un profundo suspiro para liberar mis sentimientos de represión. Al reconocer mi estado incorrecto, oré de inmediato a Dios, dispuesta a rebelarme contra mi carácter corrupto y a no fijarme en el orgullo o el estatus. Pensar de esta manera finalmente me dio un poco de paz. Recordé un pasaje de las palabras de Dios, que había leído antes: “En la casa de Dios se hace referencia constante a aceptar la comisión de Dios y cumplir con el deber propio adecuadamente. ¿Cómo surge el deber? En términos generales, surge como resultado de la obra de gestión de Dios de traer la salvación a la humanidad; hablando de manera más concreta, a medida que la obra de gestión de Dios se desarrolla entre la humanidad, surgen diversos trabajos que requieren de la gente que colabore para completarlos. Esto ha hecho que surjan responsabilidades y misiones que las personas tienen que cumplir y estas responsabilidades y misiones son los deberes que Dios confiere a la humanidad. En la casa de Dios, las diversas tareas que requieren la cooperación de las personas son los deberes que han de cumplir. Entonces, ¿se diferencian los deberes entre mejores y peores, nobles y humildes o grandes y pequeños? No existen tales diferencias; todo aquello que guarde relación con la obra de gestión de Dios, sea requisito de la obra de Su casa y sea un requerimiento para la difusión del evangelio de Dios, entonces es el deber de una persona. Este es el origen y la definición del deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). “Por tanto, cuando comparas este deber con tu misión mundana, ¿cuál es más importante? (Mi deber). ¿Por qué? El deber es lo que Dios te exige que hagas, es lo que Él te ha encomendado; esa es una de las razones. La otra razón, la principal, es que, cuando asumes el deber en la casa de Dios y aceptas Su comisión, te vuelves relevante para la obra de gestión de Dios. En la casa de Dios, cuando se dispone que hagas algo, ya sea que implique alguna penuria o trabajo extenuante, y sea que te agrade o no, es tu deber. Si puedes considerarlo una comisión y responsabilidad que Dios te ha dado, entonces eres relevante en Su obra de salvar al hombre. Y si lo que haces y el deber que cumples son relevantes para la obra de Dios de salvar al hombre, y puedes aceptar seria y sinceramente la comisión que Dios te ha dado, ¿cómo te considerará Él? Te considerará un miembro de Su familia. ¿Es eso una bendición o una maldición? (Una bendición). Es una gran bendición” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es el adecuado cumplimiento del deber?). Las palabras de Dios me permitieron entender que la naturaleza de un mismo trabajo o tarea difiere en el mundo de los no creyentes y en la casa de Dios. Cada deber en la casa de Dios surge del plan de gestión de Dios para salvar a la humanidad y de las necesidades del trabajo de la iglesia, por lo que no hay distinción de categorías ni diferencia en términos de mejor o peor, noble o humilde. No importa lo insignificante que pueda parecer una tarea, sigue siendo un deber que uno debe cumplir. Sin embargo, yo dividía los deberes en categorías y usaba los deberes para clasificar el estatus y la posición de las personas. Pensaba que ser líder u obrero o realizar un deber relacionado con textos eran tareas intelectuales relacionadas con la entrada en la vida, y que realizar estos deberes era algo digno, glorioso, de alta categoría y que daba prestigio a una persona. En cambio, veía los deberes de asuntos generales como un trabajo secundario de la iglesia, pensaba que estos deberes solo implicaban trabajo manual y tenían poca importancia, y que quienes los realizaban eran inferiores y estaban en un nivel más bajo que aquellos que hacían otros deberes. Juzgar las cosas de esta manera no estaba de acuerdo con la verdad. En la casa de Dios, todos cumplen sus deberes para contribuir con sus esfuerzos a difundir el trabajo evangélico. Como las distintas partes de una máquina, cada componente desempeña su propio papel y es indispensable para el conjunto. Los deberes de asuntos generales que yo realizaba también eran necesarios para el trabajo de la iglesia. Trabajos como entregar cartas y libros de las palabras de Dios a los hermanos y hermanas pueden parecer solo tareas de asuntos generales, pero, al estar conectados con el trabajo de la iglesia, estos deberes no se hacen para una persona, sino que son una responsabilidad que se cumple ante Dios. Además, que reasignaran mi deber reveló que recorría la senda equivocada de perseguir la reputación y el estatus, así como mis opiniones falaces sobre los deberes. ¡Esa fue la salvación que Dios me había dado!
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios y aprendí cómo abordar de forma correcta la reasignación de los deberes. Dios dice: “Dios trata a todo el mundo de forma justa y equitativa. Ya que no puedes hacer nada, te pide que prediques el evangelio; esto se hace para permitirte cumplir con tu última función posible, en circunstancias en las que no eres capaz de asumir ningún otro deber. Por medio de esto, te da una oportunidad y un rayo de esperanza; no te priva del derecho de hacer tu deber. Dios sigue teniendo una comisión para ti y no tiene prejuicios en tu contra. Por tanto, a aquellos a los que han asignado a equipos evangélicos no los envían a un trastero olvidado ni los abandonan, sino que más bien hacen su deber en un sitio distinto. […] no importa dónde te coloquen, en qué momento o lugar estés, las personas con las que te pongas en contacto ni qué deber hagas. Dios siempre te verá y escrutará tu fuero más interno. No creas que por ser miembro de un equipo evangélico Dios no te presta atención ni puede verte, y por tanto puedes hacer lo que te dé la gana. Y no creas que, si te asignan a un equipo evangélico, ya no tienes esperanzas de salvarte y entonces lo abordas con negatividad. Ambas maneras de pensar son erróneas. No importa dónde te coloquen o qué deber dispongan que hagas, eso es lo que deberías hacer, y deberías hacerlo con diligencia y responsabilidad. Lo que Dios te exige no cambia, así que tu sumisión a las disposiciones de Dios tampoco debería cambiar. El estatus de los trabajadores evangélicos es el mismo que el de aquellos que hacen otros deberes; la valía de una persona no se mide según el deber que haga, sino más bien en si persigue la verdad y posee la realidad-verdad” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (9)). Tras leer este pasaje de las palabras de Dios, corregí mis opiniones falaces sobre la reasignación de los deberes. Al principio, siempre sentía que realizar deberes de asuntos generales significaba pasar de ser una persona respetada a ser una doña nadie. Incluso sentía que me habían relegado a un rincón para que pasara al olvido, desapercibida por toda la eternidad. Pero a la luz de las palabras de Dios, me di cuenta de que esta era una comprensión falaz. Como tenía poco calibre, no era apta para un deber relacionado con textos. La iglesia había dispuesto que hiciera deberes de asuntos generales en función de mi aptitud. Se me dio la oportunidad de hacer un deber lo mejor posible y de cumplir mi papel. Al darme cuenta de esto, me sentí realmente culpable. No tenía habilidades especiales y no podía hacer otros deberes. Aun así, la casa de Dios había dispuesto un deber para mí en la medida de lo posible y me había dado una oportunidad de obtener la salvación. ¿Pero cómo lo había percibido yo? Había visto que me reasignaran el deber como si me hubieran menospreciado y relegado. ¡Mi comprensión era muy absurda y no sabía lo que me convenía! Cuanto más lo pensaba, más en deuda me sentía con Dios. Pensé que debía cumplir bien con mi deber según los requisitos y principios del trabajo de asuntos generales, debía tratarlo como una comisión de Dios y hacer bien este deber para no defraudar las intenciones meticulosas de Dios. Pensé en las palabras de Dios: “Las funciones no son las mismas. Solo hay un cuerpo. Cada cual cumple con su obligación, cada uno en su lugar y haciendo su mejor esfuerzo, por cada chispa hay un destello de luz, y buscando la madurez en la vida. Así estaré satisfecho” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 21). Tenía que hacer lo que pudiera y aprovechar al máximo lo que tenía. Tenía que mantenerme en mi puesto y dar lo mejor de mí, sin considerar mi reputación o estatus. Mientras cumplía con mi deber, tenía que perseguir la verdad y la entrada en la vida y esforzarme al máximo por satistacer las intenciones y exigencias de Dios.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios y mi corazón se esclareció aún más. Dios dice: “Si Dios hace que alguien padezca el dolor y la pobreza, ¿significa eso que esa persona no tiene esperanza de salvación? Si tiene una valía y una posición social bajas, ¿no la salvará Dios? Si tiene un estatus bajo en la sociedad, ¿lo tiene también ante los ojos de Dios? No necesariamente. ¿De qué depende esto? Depende de la senda que esa persona recorra, de su búsqueda y de su actitud hacia la verdad y hacia Dios. Si alguien tiene un estatus social muy bajo, una familia muy pobre y un bajo nivel de educación, pero cree en Dios de manera sensata, ama la verdad y las cosas positivas, a los ojos de Dios, ¿es su valor alto o bajo, es noble o humilde? Es valioso. Viéndolo desde esta perspectiva, ¿de qué depende el valor de alguien, independientemente de que este sea alto o bajo, noble o humilde? Depende de cómo te ve Dios. Si Dios te ve como alguien que persigue la verdad, entonces tienes valía y eres valioso: eres un recipiente valioso. Si Dios ve que no persigues la verdad y que no te entregas sinceramente a Él, eres despreciable y careces de valor: eres un recipiente insignificante. No importa cuán educado seas o cuán alto sea tu estatus en la sociedad, si no persigues ni entiendes la verdad, tu valía nunca podrá ser alta; incluso si muchas personas te apoyan, te exaltan y te adoran, sigues siendo un desgraciado deleznable. […] Viéndolo ahora, ¿cuál es la base para definir si el valor de alguien es noble o insignificante? (Es su actitud hacia Dios, la verdad y las cosas positivas). Así es. Primero, uno debe entender cuál es la actitud de Dios. Entender la actitud de Dios y comprender los principios y criterios según los cuales Él clasifica a las personas, y luego medirlas con base en los principios y criterios por los cuales Dios las trata: solo esto es lo más preciso, apropiado y justo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 7: Son perversos, insidiosos y falsos (I)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él no mide el valor de una persona por su aparente estatus social ni por el deber que realiza, sino por su actitud hacia la verdad y hacia Dios. Quienes aman y persiguen la verdad, independientemente del deber que realicen o la admiración que reciban de los demás, son valiosos a los ojos de Dios. Pero quienes no persiguen la verdad, incluso si sus deberes los hacen parecer gloriosos y prominentes y les proporcionan la admiración de muchos, seguirán siendo despreciables e indignos a los ojos de Dios. Dios no solo ignora a estas personas, sino que también las detesta y aborrece. Al darme cuenta de estas cosas, mi corazón se alegró y se sintió en paz. Solo tenía un pensamiento: “No importa el deber que haga, solo me centraré en perseguir la verdad”. En ese momento, pude aceptar verdaderamente el trabajo de asuntos generales como mi deber y comencé a pensar activamente en cómo hacerlo bien. Cuando el líder me volvió a asignar la tarea de entregar cartas y libros de las palabras de Dios a los hermanos y hermanas, ya no sentí rechazo. En cambio, lo vi como mi deber y como algo que debía hacer y me propuse cumplir bien con mi deber. Después de que mi estado cambió, mi corazón pudo sosegarse y logré hacer mi deber con tranquilidad. ¡Estoy verdaderamente agradecida por el esclarecimiento y la guía de las palabras de Dios, las cuales me permitieron obtener esta comprensión y transformación!