100. El refinamiento por medio de la enfermedad: una necesidad para mi vida
En 1999, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Por las palabras de Dios, aprendí que esta es la etapa final de Su obra de salvación para la humanidad, y que solo aceptando Su obra de los últimos días, persiguiendo la verdad y preparando suficientes buenas obras podemos tener la oportunidad de sobrevivir a las grandes catástrofes. Me sentía realmente bendecido y creía que debía aprovechar esta oportunidad única en la vida para cumplir bien mi deber y entregarme por Dios. Entonces, me fui de casa, prediqué activamente el evangelio y trabajé sin descanso en la iglesia, de sol a sol. Aunque el mundo me difamara y mi familia me rechazara, no lo consideraba un sufrimiento. Luego, cuando la policía me detuvo por predicar el evangelio, no traicioné a Dios y, cuando me liberaron, seguí cumpliendo mi deber como antes. Sentía que había preparado muchas buenas obras a lo largo de los años y que, en el futuro, aunque otros no se salvaran, yo sí me salvaría.
Casi sin darme cuenta, llegó el fin de 2015. Me empezó a doler mucho la cintura, apenas podía levantarme a la mañana sin sostenerme de algo y no tenía fuerzas ni siquiera para caminar. Al principio no le di mucha importancia, pero después de un tiempo, el dolor fue cada vez peor y comencé a cojear. Una mañana, el dolor se agravó tanto que no pude levantarme. Pensé: “Ya está. Si ni siquiera puedo levantarme, ¿cómo puedo cumplir mis deberes? Si no puedo cumplirlos ni preparar buenas obras, ¿Dios aún puede salvarme?”. Pero luego pensé: “Puede que Dios me esté poniendo a prueba. Mientras no me queje de Él y continúe con mis deberes, tal vez me bendiga y me conceda gracia, y mi enfermedad se curará”. Pero las cosas no resultaron como esperaba. Mi enfermedad empeoraba cada día. A la noche, no podía darme vuelta en la cama y, a veces, el dolor de cintura era tan fuerte que no podía moverme para nada. Ni siquiera los remedios hacían efecto. Después, fui al hospital para hacerme una radiografía y, para mi sorpresa, me diagnosticaron espondilitis anquilosante. El médico dijo: “A esta condición también se la conoce como ‘el cáncer que nunca muere’. Es una enfermedad crónica, de por vida y, si empeora, puede provocar una parálisis permanente”. Cuando el médico dijo esto, todas las fuerzas abandonaron mi cuerpo y pensé: “¿Cómo pude enfermar tan gravemente? Desde que encontré a Dios, me he sacrificado y entregado con entusiasmo. ¿Por qué Dios no me ha protegido? Si quedo paralizado y no puedo cumplir mis deberes, ¿no me volveré un inútil?”. Mi corazón se agitaba con pena y no era capaz de comprender por qué me tocaba una enfermedad tan grave. Me sentía como un globo desinflado y estaba muy abatido. Luego, volví a casa para recuperarme.
Tras regresar, mi estado cayó en picada y ya no tuve la fe que solía tener. Sentía que ya no había esperanza en la vida. Pensé: “Otros hermanos y hermanas están sanos y cumplen activamente sus deberes, mientras que yo tengo una cojera terrible cuando camino y no puedo realizar mis deberes. Puede que un día mi enfermedad empeore y muera, y ya no tendré lugar en la salvación de Dios”. Cuanto más pensaba en esto, más abandonado por Dios me sentía. Ya no quería perseguir la verdad y no podía concentrarme en las palabras de Dios cuando las leía. Vivía sumido en la confusión y comencé a regodearme en mi carne. Pensé: “Si aún puedo vivir, haré que mi hijo me compre un apartamento donde vivir y cuidar de mi enfermedad. Trataré de vivir todo lo que pueda”. Vi que amigos y familiares no creyentes gozaban de buena salud y tenían autos y casas, mientras que yo había creído en Dios y me había sacrificado y entregado durante muchos años, solo para acabar enfermándome. Entonces, comencé a arrepentirme de todos los sacrificios y esfuerzos que había hecho. Mi esposa vió que mi estado era incorrecto y habló conmigo: “Detrás de esta enfermedad repentina está la intención de Dios. Satanás nos ha corrompido muy profundamente y nuestras actitudes corruptas están muy arraigadas en nosotros. Leer las palabras de Dios no es suficiente para resolver y cambiar estas cosas por completo. Debemos atravesar varias pruebas y refinamientos. Tenemos que buscar más para comprender qué aspecto de nuestras actitudes corruptas es el que Dios planea resolver con la aparición de una enfermedad tan grave. ¡Debes arrepentirte y cambiar cuanto antes! ¡No puedes quejarte de Dios!”. Después de oír las palabras de mi esposa, mi corazón se apaciguó y oré a Dios: “Dios, me encuentro con mucho dolor. No comprendo Tu intención. Esclaréceme por favor”.
Después de orar, busqué las palabras de Dios relacionadas con cómo Él pone a prueba y refina a las personas. Uno de los pasajes de las palabras de Dios realmente me animó: Dios Todopoderoso dice: “Si siempre has sido muy leal y amoroso conmigo, pero sufres el tormento de la enfermedad, las penurias económicas y el abandono de tus amigos y parientes, o soportas cualquier otra desgracia en la vida, ¿aun así continuarán tu lealtad y amor por Mí?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (2)). Al leer las palabras de Dios, sentí como si Él me interrogara cara a cara. Me sentí profundamente avergonzado. En el pasado, cuando Dios me había bendecido y todo iba sobre ruedas sin desastres ni infortunios, había estado dispuesto a cumplir mi deber para satisfacerlo. Había tenido la disposición de comer y beber las palabras de Dios y de perseguir la verdad para avanzar. Ni siquiera retrocedí ni me volví negativo cuando me capturó el PCCh y, cuando me liberaron, continué cumpliendo mi deber. Sentía que tenía energía ilimitada. Pero ahora, al enfrentar esta enfermedad y la posibilidad de quedar paralizado y ver destrozadas mis esperanzas de ser bendecido, había perdido la fe en Dios; todas mis quejas y malentendidos sobre Dios habían aflorado. Pensaba que, después de tantos sacrificios y entrega, Dios no debía permitir que experimentara la enfermedad o la desgracia y que debía bendecirme y otorgarme buena salud. Cuando mis deseos no se cumplieron, me encontré regodéandome en un estado de oposición silenciosa a Dios. Ya no quise leer Sus palabras ni tuve ganas de reflexionar para aprender lecciones. En cambio, me volví negativo, me quejé y me rendí ante la desesperanza absoluta. A través de la revelación de los hechos, finalmente vi que mi amor y lealtad de antes habían sido falsos. Dios no había permitido que contrajera esta enfermedad para descartarme, sino que usó la situación para purificar mi corrupción. No debía malinterpretar a Dios. Después de comprender la intención de Dios, me sentí profundamente en deuda con Él. Ya no podía seguir siendo tan negativo. Primero, debía someterme y aprender lecciones de mi sufrimiento, sin importar si mi enfermedad mejoraba o no.
Un día, leí que las palabras de Dios dicen: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para, en su lugar, buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño, indignación reprimida e impotencia. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar. Ahora que las cosas han llegado a este punto, ¿quién puede cambiar ese rumbo? ¿Y cuántas personas son capaces de entender realmente lo grave que se ha vuelto esta relación? Considero que, cuando las personas se sumergen en el gozo de ser bendecidas, nadie puede imaginar lo embarazosa y desagradable que es una relación así con Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). El desenmascaramiento de Dios apuntaba directamente a mi estado. Yo creía en Dios y cumplía mis deberes solo para recibir Su gracia, evitar las grandes catástrofes y disfrutar las bendiciones del cielo. Cuando recién había aceptado esta etapa de la obra, había pensado que, mientras pudiera cumplir mis deberes, hacer sacrificios y entregarme por Dios, sufrir y pagar un precio, obtendría un hermoso destino. Luego, para recibir las bendiciones de Dios, hice sacrificios, me entregué y cumplí mis deberes; nada podía detenerme, sin importar cuánto me calumniara el mundo ni cómo me rechazara mi familia. No había abandonado mis deberes ni siquiera cuando la policía me había detenido. Había pensado que, al haber pagado semejante precio, sin duda recibiría las bendiciones de Dios y sobreviviría las grandes catástrofes. Pero cuando me había atacado la enfermedad y había corrido el riesgo de quedar paralizado y no ser capaz de cumplir mis deberes, sentí que había perdido toda esperanza de salvación. No había dejado de quejarme y de discutir con Dios en mi corazón; sentía que, como había entregado tanto por Dios, Él debía protegerme y no dejarme sufrir el tormento de una enfermedad dolorosa. Cuando se destrozó mi deseo de bendiciones, comencé a sentir resistencia hacia la situación que Dios había dispuesto para mí. Me volví negativo y me opuse a ella, al punto de arrepentirme de los sacrificios que había hecho. Recién entonces comprendí que había estado viendo mi fe en Dios con una mentalidad transaccional; quería sacar ventaja de mis sacrificios y esfuerzos superficiales para tratar de negociar con Dios a cambio de Sus bendiciones. Había estado actuando como mano de obra contratada y pensaba que, después de trabajar duro, debía recibir las recompensas correspondientes por parte de Dios. No tenía nada de sinceridad hacia Él. Solo había estado tratando de engañarlo y usarlo. Pensé en estas palabras de Dios: “Si tu lealtad viene acompañada de intenciones y condiciones, entonces preferiría no tener tu supuesta lealtad, porque Yo aborrezco a los que me engañan por medio de sus intenciones y me chantajean con condiciones. Solo deseo que el hombre me sea absolutamente leal y que haga todas las cosas en aras de una sola palabra: fe, y para demostrar esa fe” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). El carácter de Dios es justo y santo. Dios es sincero con las personas y no pide nada a cambio. Él también espera que las personas sean decididas en la devoción que le demuestran y no quiere que crean en Él con falsedad o impureza. Sin embargo, al pagar un precio y entregarme, yo había estado intentando negociar con Dios a cambio de gracia y bendiciones. Había querido usar a Dios para alcanzar mis propias metas y, cuando no recibí bendiciones, me quejé de Él. Dios no podía más que aborrecer y odiar a una persona tan egoísta como yo. Si no hubiera sido por la revelación de Dios, no habría reconocido las intenciones despreciables detrás de mi fe en Él. Habría continuado recorriendo una senda incorrecta y, al final, Dios me habría descartado. Al darme cuenta de esto, me sentí muy en deuda con Él y le oré: “Dios, he creído en Ti durante muchos años, pero no he sido sincero. Intenté negociar contigo y engañarte. Esta fe que tengo te resulta repugnante y detestable. Dios, estoy dispuesto a arrepentirme ante Ti. Por favor, esclaréceme, ilumíname y guíame para salir de mi estado incorrecto”.
Luego, reflexioné: había pensado que, al creer en Dios, hacer sacrificios y entregarme por Él, debía ganar Su protección y bendiciones y no debía enfrentar la enfermedad ni la desgracia. ¿Por qué era errado mi punto de vista? Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “Job había sufrido los estragos de Satanás, pero aun así no renegó del nombre de Jehová Dios. Su esposa fue la primera en salir a escena y desempeñar el papel de Satanás en una forma que es visible a los ojos del hombre, atacó a Job. El texto original lo describe así: ‘Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete’ (Job 2:9)”. “Ante el consejo de su esposa, Job no sólo no abandonó su integridad ni renunció a Dios, sino que también le dijo a su mujer: ‘¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?’. ¿Tienen mucho peso estas palabras? Aquí, sólo hay un hecho capaz de demostrar el peso de las mismas. Es su aprobación en el corazón de Dios, que Él las deseara, que eran lo que Él quería oír, y el desenlace que Él anhelaba ver; estas palabras son también la esencia del testimonio de Job” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Después de que Job perdiera a sus hijos y sus posesiones, y que tuviera llagas por todo el cuerpo, no solo no se quejó de Dios, sino que dijo a su esposa que debían aceptar de Su parte tanto las bendiciones como los infortunios. Job sabía que sus hijos y sus posesiones se los había dado Dios y que era Su derecho quitárselos. Sin importar cómo lo tratara Dios, él no tenía quejas, no hacía exigencias y no intentaba negociar con Él. Por la experiencia de Job, comprendí que creer en Dios no se trata solo de disfrutar de Su gracia y bendiciones, sino también de aceptar las pruebas y adversidades que vienen de Él. Que recibamos bendiciones o infortunios está en manos de Dios y debemos aceptarlo y someternos sin exigirle nada. También comprendí que era posible que me quejara al enfermarme por no comprender el carácter justo de Dios. Leí que las palabras de Dios dicen: “La justicia no es en modo alguno imparcial ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. Si Dios hubiera destruido a Job en aquel entonces, la gente no habría dicho que Él era justo. En realidad, no obstante, tanto si la gente ha sido corrompida como si no, y si lo ha sido profundamente, ¿tiene que justificarse Dios cuando la destruye? ¿Debe explicar a las personas en qué se basa para hacerlo? ¿Debe Dios decirle a la gente las reglas que Él ha ordenado? No hay necesidad de ello. A ojos de Dios, alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios no tiene ningún valor; cómo lo maneje Dios siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él. Si fueras desagradable a ojos de Dios, si dijera que no le resultas útil tras tu testimonio y, por consiguiente, te destruyera, ¿sería esta también Su justicia? Lo sería. Tal vez no sepas reconocerlo ahora mismo a partir de la realidad, pero debes entenderlo en doctrina. ¿Qué opináis? ¿Es la destrucción de Satanás a manos de Dios una expresión de Su justicia? (Sí). ¿Y si Él permitiera que Satanás perdurara? No os atrevéis a decir nada, ¿verdad? La esencia de Dios es la justicia. Aunque no es fácil comprender lo que hace, todo cuanto hace es justo, solo que la gente no lo entiende. Cuando Dios entregó a Pedro a Satanás, ¿cómo respondió Pedro? ‘La humanidad es incapaz de comprender lo que haces, pero todo cuanto haces tiene Tu benevolencia; en todo ello hay justicia. ¿Cómo sería posible que no alabara Tu sabiduría y Tus obras?’” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer las palabras de Dios, comprendí que mi punto de vista estaba distorsionado. En mi corazón, pensaba que la justicia implicaba imparcialidad y sensatez; que era igualitarismo y que la cantidad de trabajo que realizaba debía coincidir con el pago recibido. En mis años de fe, había renunciado a muchas cosas, como mi familia y mi carrera, y sentía que Dios debía bendecirme y resguardarme de la enfermedad y el desastre; pensaba que todo debía ir sobre ruedas y que, al final, debería ser capaz de entrar en el reino. Me parecía que eso era equitativo y razonable, y que Dios sería justo de esa forma. Cuando vi que otros hermanos y hermanas vivían en paz sin problemas, mientras yo sufría una enfermedad tan grave, me quejé de que Dios era injusto. Usaba opiniones humanas corruptas y la lógica del comercio y la transacción para medir la justicia de Dios. Este punto de vista distorsionado no estaba de acuerdo con la verdad. Dios es el Creador y todo lo que tengo proviene de Él, así que no debería hacerle estos reclamos irracionales. ¡Carecía totalmente de razón! Sin importar cómo Dios trate a las personas, si les envía bendiciones o infortunios, en todo están Sus buenas intenciones. Las personas deben aceptarlo, someterse y no exigir nada a Dios. Esta es la conciencia y la razón que deberían tener. Después de comprender esto, mi corazón se volvió más luminoso. Luego, comencé a corregir mi estado comiendo y bebiendo las palabras de Dios a diario. Después de un tiempo, mi enfermedad mejoró significativamente y la iglesia dispuso que cumpliera mi deber de nuevo. Me sentí a la vez feliz y agradecido, y daba las gracias a Dios constantemente. Estaba dispuesto a valorar mi deber y a dejar de entregarme y cumplir mi deber para ganar bendiciones como antes. Solo deseaba cumplir bien mi deber como ser creado para satisfacer a Dios.
Seis meses después, tuve una recaída de mi enfermedad y el dolor de cintura era peor que antes. Tenía que usar bastón para ir al baño y cada paso era agotador. El tratamiento no estaba haciendo efecto. El médico suspiró desesperanzado y dijo que mi enfermedad era difícil de tratar. Tras escucharlo, sentí un profundo dolor en el corazón. Pensé: “¿Mi enfermedad es verdaderamente intratable? ¿Terminaré paralizado? Si las cosas siguen así, ¿no seré un inútil al final?”. Luego, pensé: “No he retrasado mis deberes por mi enfermedad y lo he dado todo. Mi condición debería haber mejorado, ¿por qué estoy peor, entonces? ¿Dios me descartará?”. Cuanto más lo pensaba, más negativo me volvía y, por dentro, comenzaba a exigir a Dios que se llevara mi enfermedad. Toda mi atención estaba puesta en las esperanzas de que la enfermedad mejorara y mi humor cambiaba día a día según su avance. Si mi condición mejoraraba aunque fuera un poco, estaba feliz; pero, si empeoraba, el corazón se me iba al piso. Un día, pensé de repente en una línea de las palabras de Dios: “De todo lo que acontece en el universo, no hay nada en lo que Yo no tenga la última palabra. ¿Hay algo que no esté en Mis manos?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 1). Las palabras de Dios me dejaron todo claro. En el universo, todo está bajo el control de Dios, incluso el estado de mi enfermedad. No debería exigirle que se la llevara. Era algo irrazonable. Debía someterme.
Luego, leí estas palabras de Dios: “Para todas las personas, el refinamiento es penosísimo y muy difícil de aceptar, sin embargo, es durante el refinamiento cuando Dios revela el carácter justo que tiene hacia el hombre y hace público lo que le exige y le provee mayor esclarecimiento, además de una poda más práctica. Por medio de la comparación entre los hechos y la verdad, el hombre adquiere un mayor conocimiento de sí mismo y de la verdad y una mayor comprensión de las intenciones de Dios, permitiéndole así tener un amor más sincero y puro por Dios. Esas son las metas que tiene Dios cuando lleva a cabo la obra de refinamiento. Toda la obra que Dios realiza en el hombre tiene sus propias metas y significado; Él no obra sin sentido ni tampoco hace una obra que no sea beneficiosa para el hombre. El refinamiento no implica quitar a las personas de delante de Dios ni tampoco destruirlas en el infierno. En cambio, consiste en cambiar el carácter del hombre durante el refinamiento, cambiar sus intenciones y sus antiguos puntos de vista, cambiar su amor por Dios y toda su vida. El refinamiento es una prueba práctica del hombre y un tipo de formación práctica; solo durante el refinamiento puede el amor del hombre cumplir su función inherente” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo experimentando el refinamiento puede el hombre poseer el verdadero amor). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se iluminó de repente. Resultaba que la enfermedad no se debía a que Dios quisiera descartarme, sino a que mi deseo de bendiciones era muy grande y había que resolverlo mediante una situación así. Este era el amor de Dios para conmigo. Aunque tenía algo de entendimiento sobre mis intenciones y opiniones sobre ganar bendiciones, no las había resuelto por completo y, cuando tuve la recaída, comencé nuevamente a quejarme de Dios y a malinterpretarlo. Vi que mis intenciones de ganar bendiciones estaban profundamente arraigadas y que tenía que atravesar más dolor y más pruebas para purificarme. El carácter de Dios es justo y santo; entonces, ¿cómo podría permitir que una persona sucia y corrupta, que incluso se quejaba de Él y se le resistía, entrara en Su reino? Había pasado mis años de fe decidido a perseguir bendiciones y me centraba únicamente en sacrificios y entregas superficiales, pero no en perseguir la verdad. Mi carácter no había cambiado para nada, pero aun así quería entrar en el reino y recibir las bendiciones de Dios. ¿No eran meras ilusiones? Si continuaba buscando de esta forma, no solo Dios no me salvaría, sino que además me castigaría. En este punto, comprendí que, aunque por fuera la enfermedad pareciera algo malo, en realidad, Dios estaba purificando mi corrupción y salvándome; detrás de esto estaba la meticulosa intención de Dios. Darme cuenta de esto me conmovió mucho y me llenó de arrepentimiento, y sentí que no era digno para nada de la salvación de Dios. No había comprendido Su corazón y muchas veces había malinterpretado a Dios y me había quejado de Él. ¡Carecía por completo de conciencia y razón!
Luego, leí más palabras de Dios: “¿Cuál es el estándar a través del cual las acciones y el comportamiento de una persona se juzgan como buenos o malvados? Que en sus pensamientos, revelaciones y acciones posean o no el testimonio de poner la verdad en práctica y de vivir la realidad-verdad. Si no tienes esta realidad ni vives esto, sin duda, eres un malhechor. ¿Cómo considera Dios a los malhechores? Para Dios, tus pensamientos y tus acciones externas no dan testimonio para Él, no humillan a Satanás ni lo derrotan; en cambio, avergüenzan a Dios, están llenos de las marcas del deshonor que le has causado. No estás dando testimonio para Dios, no te estás gastando por Él y no estás cumpliendo tus responsabilidades y obligaciones hacia Dios, sino que más bien estás actuando para ti mismo. ¿Qué significa ‘para ti mismo’? Siendo precisos, significa ‘para Satanás’. Así que, al final, Dios dirá: ‘Apartaos de mí, los que practicáis la iniquidad’. A ojos de Dios tus acciones no se verán como buenas obras, se considerarán hechos malvados. No solo no obtendrán la aprobación de Dios, además serán condenadas. ¿Qué espera obtener alguien con una fe así en Dios? ¿Acaso esta fe no se quedaría en nada al final?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando el carácter corrupto). Por las palabras de Dios comprendí lo que son las verdaderas buenas obras. Si una persona cumple bien el deber de un ser creado para amar y satisfacer a Dios, sin sus propias intenciones ni propósitos y sin actuar por sus propios intereses o deseos egoístas, entonces esa práctica está aprobada por Dios y es una buena obra verdadera. En el pasado pensaba que, mientras pudiera hacer sacrificios, entregarme, hacer más en mi deber y sufrir más, todo eso contaría como preparar buenas obras y sin duda tendría un buen destino en el futuro. Ahora, basándome en las palabras de Dios, comprendí que mis puntos de vista a la hora de juzgar las buenas obras eran incorrectos. Cumplir el deber y preparar buenas obras están de acuerdo con las intenciones de Dios. Sin embargo, si una persona tiene intenciones contaminadas y quiere usar a Dios para alcanzar sus propias metas, estonces se trata de una acción malvada y, aunque la persona pague un precio alto, Dios no la aprobará y, en cambio, la considerará un malhechor. Si esta persona no se arrepiente y continúa persiguiendo ese camino, Dios de seguro la descartará, ya que Él dijo: “Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana Mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Bajo la exposición de las palabras de Dios, mi perspectiva incorrecta sobre las cosas de alguna forma se revirtió. Oré a Dios y le dije que, en adelante, deseaba cumplir mi deber con las intenciones correctas y que ya no intentaría negociar con Él. También que, sin importar que recibiera bendiciones o infortunios, estaría dispuesto a cumplir bien mi deber de ser creado y retribuir Su amor.
Luego, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Como seres creados, las personas deben ejecutar su deber y, solo entonces, pueden recibir la aprobación del Creador. Los seres creados viven bajo el dominio del Creador y aceptan todo lo que Dios les proporciona, todo lo que viene de Él, así que deben cumplir con sus responsabilidades y obligaciones. Es perfectamente natural y está totalmente justificado y ha sido ordenado por Dios. Esto evidencia que, para la gente, cumplir el deber de un ser creado es más recto, hermoso y noble que ninguna otra cosa que se haga mientras se viva en la tierra; no hay nada en la humanidad más importante ni digno y nada aporta mayor sentido y valor a la vida de una persona creada que cumplir el deber de un ser creado. En la tierra, solo el grupo de personas que cumple verdadera y sinceramente el deber de un ser creado es el que se somete al Creador. Este grupo no sigue las tendencias mundanas; se somete al liderazgo y la guía de Dios, solo escucha las palabras del Creador, acepta las verdades expresadas por Él y vive según Sus palabras. Este es el testimonio más auténtico y rotundo y es el mejor testimonio de creencia en Dios. Para un ser creado, poder cumplir su deber como tal, poder satisfacer al Creador, es lo más hermoso entre la humanidad y algo que se debe difundir como una historia que todos elogien. Cualquier cosa que el Creador encomiende a los seres creados debe ser aceptada incondicionalmente por ellos; para la especie humana es una cuestión tanto de felicidad como de privilegio y, para todo aquel que cumpla el deber de un ser creado, nada es más hermoso ni digno de recordar; es algo positivo. En cuanto a cómo trata el Creador a aquellos que cumplen el deber de un ser creado y lo que Él les promete, esto es asunto del Creador; no es asunto de la humanidad creada. Dicho de forma un poco más clara y simple, es cosa de Dios y la gente no tiene derecho a interferir. Tú recibirás lo que Dios te dé y, si no te da nada, no tienes que protestar. Cuando un ser creado acepta la comisión de Dios y coopera con el Creador para cumplir el deber y hacer lo que puede, esto no es una transacción ni un trueque; las personas no deben intentar intercambiar expresiones de actitudes o acciones y comportamientos con la intención de ganar promesas o bendiciones de Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Después de leer las palabras de Dios compendí que, como Dios creó al hombre y le dio el aliento de la vida, y ahora me había dado la oportunidad de cumplir el deber de un ser creado, todo eso ya era Su gracia y una elevación excepcional. No debía exigir nada de Él. Soy un ser creado y siempre debo cumplir bien mi deber incondicionalmente y sin buscar negociar o hacer exigencias. Esta es la razón que debo tener. Es más, la intención de Dios no es que hagamos sacrificios y entregas superficiales para obtener Su gracia y bendiciones, sino que ganemos la verdad mediante el cumplimiento de nuestros deberes para resolver nuestras corrupciones, impurezas y actitudes satánicas y, al final, ser purificados y alcanzar la salvación. Esto es lo que Dios espera ver y es la meta que debo perseguir en mi deber. Tras comprender la intención de Dios, me sentí mucho más calmo y, aunque mi enfermedad no había mejorado, ya no me sentía tan limitado. Luego, reflexioné mientras recibía el tratamiento y decidí que, sin importar que la enfermedad mejorara o el desenlace que tuviera, encomendaría todo a Dios y ya no haría exigencias. Después de un tiempo, mi condición empezó a mejorar y pude caminar con normalidad. Poco después, pude cumplir de nuevo mi deber en la iglesia.
A través de esta experiencia, comprendí que el refinamiento doloroso es necesario para mi vida y que, sin él, aún estaría viviendo con mis propias nociones e imaginaciones y seguiría creyendo en Dios y cumpliendo mis deberes con la intención de ganar bendiciones. Si hubiera continuado mi búsqueda así, habría terminado siendo revelado y descartado por Dios. Agradezco a Dios por disponer situaciones reales para revelarme, cambiarme y purificarme. ¡Esta fue la salvación de Dios para mí!