20. Cuando me desprendí de las preocupaciones e inquietudes sobre la enfermedad

Por Zi Cheng, China

En abril de 2024, mis dolores de cabeza empeoraron y, cuando me despertaba por la mañana, sentía que se me empezaba a hinchar la cabeza y me dolía, lo que me hacía sentir obnubilada y un poco mareada. Por la noche, a menudo sentía que se me entumecían los brazos y las manos, y el cuello también me dolía tanto que no podía girar la cabeza. Pensé: “He tenido dolores de cabeza antes, pero lo habitual es que me sienta mejor por la mañana. ¿Por qué últimamente siento que tengo la cabeza tan hinchada y pesada cuando me despierto?”. Fui al hospital para hacerme un chequeo y el médico dijo que no me llegaba suficiente sangre al cerebro y que también tenía hipertensión. Esta es una enfermedad común y que puede ser mortal en las personas mayores. Si no se trata, puede causar la muerte. El médico me entregó de inmediato un líquido para tomar por vía oral. Al tomar el medicamento, me sentía un poco nerviosa, y pensé: “¿De verdad es tan grave? ¿Cómo puede ser? ¿Este médico estará dándome un susto? Además, creo en Dios. ¡Él me cuida y me protege!”. Así que solo tomé un poco del medicamento.

Pasado un tiempo, mi dolor de cabeza aún no había mejorado. Busqué información en línea y descubrí que, si la hipertensión empeora, puede provocar una hemorragia cerebral y que, si no llega suficiente sangre al cerebro, hasta puede derivar en un ictus isquémico. Esta enfermedad tiene una tasa de mortalidad muy alta. Al ver esto, sentí que una ola de inquietud invadía mi corazón. En esa época, seguía sintiéndome mareada y obnubilada. También estaba siempre con sueño y nunca tenía energía. Hasta mi velocidad para escribir en el teclado disminuyó mucho y mis reacciones eran más lentas. Recordé que, cuando tenía ocho años, mi padre sufrió una hemorragia cerebral. Cuando se enfermó, primero tuvo un dolor de cabeza y, unos días después, empezó a mostrar signos de demencia y se le entumecieron los brazos y las piernas. Unos días más tarde, quedó paralizado de un lado del cuerpo debido a un ictus. Tras varios meses de tratamiento, finalmente falleció. Mis preocupaciones e inquietudes afloraron de repente y me pregunté: “¿Voy a tener un ictus, como mi padre? Si tengo un ictus, ¿no será mi fin? ¿Cómo podré entonces perseguir la verdad y cumplir mi deber? Si termino medio paralizada, como mi padre, no solo no podré cumplir con mi deber, sino que hasta podría perder la vida en cualquier momento. Después de creer en Dios durante tantos años, ¿acabaré perdiéndome la salvación? Tengo casi sesenta años y padezco enfermedades crónicas, como artritis reumatoide, y problemas en la columna lumbar y la cervical. Estoy a cargo del trabajo evangélico en varias iglesias, pero hay tantas cosas que hacer que, si sigo estresándome, ¿no empeorará mi condición?”. Entonces, recordé a alguien con quien había trabajado cuando era joven y que leía la suerte. Me leyó la palma de la mano y dijo que moriría de una enfermedad a los sesenta años. En ese momento, no me lo tomé en serio, pero al acercarme a esa edad, ¿podría ser cierto que solo viviría hasta los sesenta? Sentí que, si realmente moría, no podría presenciar la belleza del reino de Dios. Durante esos días, estos pensamientos me perturbaban e inquietaban, y hasta me quejé: “He estado cumpliendo mi deber todos estos años, incluso con mis dolencias; ¿por qué Dios no me ha curado de mi enfermedad?”. Cuanto más lo pensaba, más abatida me sentía. Así que cambié mi horario de sueño e intenté descansar tanto como pude. También hice ejercicio y busqué remedios caseros para complementar mi tratamiento. Sin darme cuenta, mis pensamientos se centraron exclusivamente en cuidar de mi cuerpo y dejé de tener un sentido de carga por mis deberes. Solo me preocupaba que el exceso de trabajo realmente me causara la muerte. Como era muy lenta en dar seguimiento al trabajo, la eficacia del trabajo evangélico disminuyó de a poco; sin embargo, no sentía ninguna urgencia por resolver los problemas, lo que llevó a que el trabajo evangélico en varias iglesias casi se detuviera por completo. Incluso pensé: “Estoy poniéndome mayor y tengo muchísimas enfermedades. Tal vez debería decirles a los líderes que me voy a casa a cumplir mis deberes para tener a mi familia para cuidarme si mi afección empeora”. Sucedió luego que el estado de varios trabajadores evangélicos bajo mi supervisión no era bueno y la eficacia del trabajo evangélico seguía disminuyendo. Me sentí un poco asustada y me di cuenta de que mi estado no era el correcto, así que, de inmediato, acudí a Dios en oración: “Dios, como me han diagnosticado que no me llega suficiente sangre al cerebro y tengo hipertensión, tengo miedo de sufrir un ictus, quedar paralizada y morir, como le pasó a mi padre. Por esta razón, no he querido esforzarme ni estresarme por mis deberes, lo que causó una disminución grave en la eficacia del trabajo evangélico. Dios, estoy dispuesta a arrepentirme y a buscar la verdad para resolver mis preocupaciones e inquietudes sobre la enfermedad. Te ruego que me guíes”.

Luego, busqué a conciencia las palabras de Dios sobre la enfermedad para leerlas. Leí las palabras de Dios: “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? ¿Aportará alguien una forma concreta de hacer frente a esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “Aunque el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son constantes entre la humanidad y son inevitables en la vida, hay quienes tienen una cierta constitución física o una enfermedad especial que, ya estén o no cumpliendo con sus deberes, les precipita a la angustia, la ansiedad y la preocupación a causa de las dificultades y dolencias de la carne. Se preocupan por su enfermedad, por las muchas penurias que esta puede causarles, por si dicha enfermedad se agravará, cuáles serán las consecuencias si llegara a empeorar y si morirán a causa de ella. En situaciones especiales y en determinados contextos, esta serie de preguntas les hace sumirse en la angustia, la ansiedad y la preocupación y ser incapaces de salir de ellas. Algunas personas incluso viven en un estado de angustia, ansiedad y preocupación debido a la enfermedad grave que ya saben que tienen o a una enfermedad latente que no pueden hacer nada por evitar, y se ven influidas, afectadas y controladas por estas emociones negativas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Lo que Dios puso al descubierto era exactamente mi estado. Vi que tenía muchas enfermedades, y el médico también dijo que tenía una enfermedad que podía ser mortal y descubrí que la medicación no ayudaba. Como consecuencia, vivía en un estado constante de preocupación e inquietud, y centraba todos mis pensamientos en cuidar de mi cuerpo. Ya no tenía un sentido de carga por mis deberes y no estaba dispuesta a esforzarme ni a hacer sacrificios. Temía que, mientras más me esforzara, peor estaría de mis afecciones de hipertensión e insuficiencia de flujo sanguíneo en el cerebro, y que, si sufría un ictus isquémico, no podría cumplir con mis deberes. Durante esa época, sentía todos los días que se me entumecían los brazos y las manos, y me preocupaba que, si estos síntomas empeoraban, quedaría con la mitad del cuerpo paralizado, como mi padre, y hasta podría terminar muriendo. Incluso si no moría y quedaba en estado vegetativo, ¿cómo podría cumplir mis deberes y preparar buenas obras para obtener la salvación y entrar en el reino de los cielos? También recordé que, cuando era joven, alguien me leyó la suerte y dijo que moriría de una enfermedad a los sesenta años. Ahora que me acercaba a los sesenta, me preocupaba más todavía que realmente me fuera a morir. Vivía en un estado de preocupación e inquietud, y no me centraba en mis deberes. Cuando surgían problemas en mi trabajo, no sentía ninguna urgencia por resolverlos, lo que hizo que la eficacia del trabajo evangélico disminuyera gravemente. De inmediato, acudí a Dios para buscar la verdad y resolver mis preocupaciones e inquietudes.

Leí las palabras de Dios: “Cuando enfermas, esto ocurre para que se revelen todas tus exigencias irrazonables y tus figuraciones y nociones poco realistas sobre Dios, y también para poner a prueba tu fe en Dios y tu sumisión a Él. Si superas la prueba con estas cosas, entonces tendrás un testimonio verdadero y una prueba real de tu fe en Dios, de tu lealtad y de tu sumisión a Él. Esto es lo que Dios quiere, y es lo que un ser creado debe poseer y vivir. ¿Acaso no son todas estas cosas positivas? (Lo son). Todas ellas son cosas que la gente debería buscar. Además, si Dios permite que te pongas enfermo, ¿no puede también quitarte la enfermedad en cualquier momento y lugar? (Sí). Dios puede quitarte la enfermedad en cualquier momento y lugar, así que ¿acaso no puede también hacer que tu enfermedad perdure y nunca te abandone? (Sí). Y si Dios hace que esta misma enfermedad nunca te abandone, ¿puedes seguir cumpliendo con tu deber? ¿Puedes mantener tu fe en Dios? ¿Acaso no es esto una prueba? (Lo es). Si enfermas y luego te recuperas a los pocos meses, entonces tu fe en Dios y tu lealtad y sumisión a Él no se ponen a prueba, y careces de testimonio. Resulta fácil soportar la enfermedad durante unos meses, pero si esta perdura durante dos o tres años, y no cambian ni tu fe ni tu deseo de ser sumiso y leal a Dios, sino que se tornan más auténticos, ¿no demuestra esto que has crecido en la vida? ¿Acaso no recoges lo que has sembrado? (Sí). Por tanto, mientras alguien que realmente persigue la verdad está enfermo, sufre y experimenta en primera persona los innumerables beneficios que conlleva su enfermedad. No trata ansiosamente de escapar de ella ni se preocupa por el desenlace de su enfermedad si esta se prolonga, ni por los problemas que le causará, ni por si va a empeorar o va a acabar muriendo; nada de eso le preocupa. Además de no preocuparse por tales cosas, es capaz de entrar con positividad, de tener verdadera fe en Dios y de serle realmente sumiso y leal. Practicando de esta manera, llega a dar testimonio, y esto también beneficia enormemente su entrada en la vida y su cambio de carácter, y construye una base sólida para alcanzar la salvación. Esto es maravilloso(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). “Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me permitieron entender Su intención. Dios me hacía padecer la enfermedad, ya fuera que tardara mucho o poco en recuperarme de mi afección, e independientemente de que Dios me sanara o no, porque quería ver si realmente era sumisa al pasar por la enfermedad. Dios quería examinar si yo era leal al hacer mis deberes, y, lo que es más importante, purificar y cambiar mi carácter corrupto. Pero cuando oí al médico decir que tenía una enfermedad que podía ser mortal, caí de inmediato en un estado de preocupación e inquietud. Temía que mi enfermedad empeorara o que incluso me dejara parcialmente paralizada, y tenía miedo de que, si mi afección empeoraba y moría, no obtendría la salvación ni entraría en el reino de los cielos. No solo carecía de fe y sumisión a Dios, sino que también usaba el hecho de haber dejado mi hogar para cumplir mis deberes como moneda de cambio para tratar de razonar con Dios. Me quejé de que Dios no me curara de mi enfermedad y hasta pensé en abandonar el trabajo de la iglesia que debía hacer para irme a casa a cumplir mis deberes allí. ¿De qué manera tenía sumisión o lealtad a Dios? Cuando antes tenía dolores de cabeza leves y pasajeros, aún era capaz de persistir en mis deberes y sentía que le era bastante leal a Dios, pero, cuando me hicieron un chequeo este año y descubrí que podía ser fatal si no me trataba, ya no quise hacer sacrificios en mis deberes y me volví lenta y negligente al hacerlos, lo que retrasó gravemente el trabajo evangélico en varias iglesias. Vi lo increíblemente egoísta y despreciable que había sido y cómo carecía de verdadera sumisión a Dios. Esta enfermedad me reveló por completo y, si no me hubiera sucedido, habría seguido, con descaro, poniéndome una corona de lealtad y sumisión a Dios en la cabeza. Dios estaba usando mi enfermedad para purificarme y salvarme. ¡Esta enfermedad era un banquete abundante que Dios me había preparado! Al entender la intención de Dios, mi corazón se sintió mucho más tranquilo. Así que oré a Dios: “Dios, aunque mi enfermedad mejore o empeore, estoy dispuesta a dejar de lado mis preocupaciones e inquietudes, someterme a Tus orquestaciones y arreglos y dedicarme de corazón a mi deber, sin demoras. Te ruego que me guíes para seguir reflexionando sobre mí misma y aprendiendo lecciones”.

Volví a hacer introspección. Me pregunté por qué después de tantos años de creer en Dios, cuando mi enfermedad no mejoró, empecé a perder la fe en Dios y no tener motivación en mis deberes. Durante mi reflexión, pensé en las palabras de Dios: “Vuestra lealtad es solo de palabra, vuestro conocimiento consiste en pensamiento y nociones, vuestros esfuerzos son para obtener las bendiciones del cielo y, por tanto, ¿cómo debe ser vuestra fe? Incluso hoy, seguís haciendo oídos sordos a todas y cada una de las palabras de la verdad(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. En el momento que contemples el cuerpo espiritual de Jesús, Dios ya habrá vuelto a crear el cielo y la tierra). Las palabras de Dios dieron justo en el blanco en cuanto a mis despreciables intenciones. Parecía que había estado cumpliendo mis deberes, haciendo sacrificios y esforzándome durante muchos años, pero, por dentro, mi intención era recibir bendiciones. Pensaba que, dado que había persistido en mis deberes pese a estar enferma todos esos años, entonces, aunque no tuviera méritos, al menos habría trabajado duro, y trataba de usar estas cosas como capital para negociar con Dios por las bendiciones del reino de los cielos. Cuando vi que mi afección podía derivar en una parálisis o incluso la muerte y que mis esperanzas de entrar en el reino de los cielos estaban a punto de hacerse añicos, mi naturaleza de traicionar a Dios quedó completamente al descubierto. Empecé a perder mi sentido de carga por mis deberes, y mi mente se centró en buscar remedios caseros para mi enfermedad. No quería molestarme en resolver que la eficacia del trabajo evangélico hubiese disminuido, y solo tenía miedo de que, si trabajaba demasiado y me moría, no recibiría las bendiciones del reino de los cielos. Incluso consideré ejecutar mi plan b y abandonar las tareas que tenía a cargo para irme a casa. Vi que realmente no tenía lealtad y que cumplía mis deberes solo para obtener bendiciones. Si esta enfermedad no me hubiera revelado, no habría tomado conciencia de mis despreciables intenciones de buscar bendiciones en mi fe ni de las exigencias irracionales que le hacía a Dios. Para alguien como yo, llena de actitudes corruptas, seguir pretendiendo entrar en el reino y disfrutar de las bendiciones de Dios ¡era realmente vergonzoso! Me sentí en deuda y culpable. Soy un ser creado, y cumplir con mis deberes es algo completamente natural y está justificado. He disfrutado mucho de la provisión de la verdad de Dios, así que debería cumplir mis deberes de forma incondicional para retribuir el amor de Dios.

Más tarde, al leer las palabras de Dios, llegué a entender la muerte con mayor claridad. Dios Todopoderoso dice: “El asunto de la muerte es de la misma naturaleza que otros. No depende de la gente elegir por sí mismos, y mucho menos se puede cambiar por la voluntad del hombre. La muerte es lo mismo que cualquier otro acontecimiento importante de la vida: se encuentra por entero bajo la predestinación y soberanía del Creador. Si alguien rogara por la muerte, no moriría necesariamente; si rogara por vivir, tampoco viviría necesariamente. Todo esto está bajo la soberanía y predestinación de Dios, y lo cambia y decide la autoridad de Dios, Su carácter justo y Su soberanía y arreglos. Por tanto, imagina que contraes una enfermedad grave, una potencialmente mortal, no morirás necesariamente: ¿quién decide si morirás o no? (Dios). Él lo decide. Y puesto que Dios decide y nadie puede decidir una cosa así, ¿por qué las personas se sienten ansiosas y angustiadas? Es lo mismo que quiénes son tus padres y cuándo y dónde naces: tampoco puedes elegir estas cosas. La elección más sabia en estos asuntos es dejar que todo siga su curso natural, someterse y no elegir, no gastar ningún pensamiento o energía en este asunto, y no sentirse angustiado, ansioso o preocupado por ello. Ya que la gente es incapaz de elegir por sí misma, gastar tanta energía y pensamientos en esta cuestión es algo insensato e imprudente. Lo que la gente debe hacer cuando se enfrenta al asunto de la muerte, que es sumamente importante, no es angustiarse, inquietarse ni temerla, pero ¿qué si no? La gente debe esperar, ¿verdad? (Sí). ¿Me equivoco? ¿Esperar significa aguardar la muerte? ¿Esperar a morir cuando nos enfrentamos a la muerte? ¿Es eso lo correcto? (No, la gente debe afrontarla con positividad y someterse). Así es, no significa esperar a la muerte. No te quedes petrificado ante la muerte y no emplees toda tu energía pensando en ella. No te pases el día pensando: ‘¿Moriré? ¿Cuándo moriré? ¿Qué haré después de morir?’. Limítate a no pensar en ello. Algunas personas dicen: ‘¿Por qué no pensar en ello? ¿Por qué no pensar en ello cuando estoy a punto de morir?’. Porque no se sabe si vas a morir o no, y no se sabe si Dios permitirá que mueras; se desconocen tales cosas. En concreto, no se sabe cuándo vas a morir, dónde morirás, a qué hora o cómo se sentirá tu cuerpo cuando eso suceda. ¿Acaso no te convierte en un necio devanarte los sesos pensando y reflexionando sobre cosas que desconoces y sintiéndote ansioso y preocupado por ellas? Puesto que te convierte en un necio, no deberías devanarte los sesos pensando en tales cosas(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). “Sigues a Dios y dices que crees en Él, pero al mismo tiempo te controlan y perturban las supersticiones. Incluso eres capaz de seguir los pensamientos que estas inculcan en la gente, y lo que es incluso más grave, algunos de vosotros les tenéis miedo a tales pensamientos y estos hechos relacionados con las supersticiones. Eso supone la mayor blasfemia contra Dios. No solo eres incapaz de dar testimonio de Él, sino que además sigues a Satanás al resistirte a la soberanía de Dios. Eso es una blasfemia contra Él(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (16)). El juicio de las palabras de Dios me asustó. Pensé en cómo mi afección había empeorado recientemente, que el médico había dicho que tenía una enfermedad que podía ser mortal, y recordé lo que una vez me había dicho un quiromante, que moriría de una enfermedad a los sesenta años. Empecé a vivir de inmediato en un estado de preocupación e inquietud. Tenía miedo de que realmente me fuera a morir, así que probé todo tipo de tratamientos, con la esperanza de librarme cuanto antes de esa enfermedad. Al echar la vista atrás, ¡veo que era verdaderamente ciega e ignorante! Mi vida y mi muerte están en manos de Dios, y el momento y la forma en que moriré están bajo Su predestinación y soberanía. Independientemente de la enfermedad, cuando llegue la hora predestinada para mí, moriré, incluso si no estoy enferma. Pero si aún no ha llegado mi hora predestinada, aunque contraiga una enfermedad grave, no moriré. Pero yo no entendía la autoridad ni la soberanía de Dios, las palabras del quiromante me habían influenciado y perturbado, y temía que realmente eso sucediera. ¿Qué lugar tenía Dios en mi corazón? ¿No era esto negar la predestinación y soberanía de Dios? ¡Esto era blasfemar contra Dios! Estaba realmente atolondrada y hasta quería darme una bofetada a mí misma. Pensé en mi padre, que gastó mucho dinero en tratamientos, pero no logró curar su enfermedad. Falleció a los cuarenta años. Ese era su destino. Cuando llegó su hora predestinada, nadie pudo mantenerlo con vida. Por el contrario, también vi que el abuelo de una hermana tuvo cáncer durante más de diez años. Los médicos dijeron que no le quedaba mucho tiempo de vida, pero vivió muchos años más después de su diagnóstico, sin recibir tratamiento. Incluso después de los setenta años, seguía yendo al mercado con frecuencia. Aunque yo tengo varias enfermedades, que mi condición empeore, que derive en un ictus o incluso una parálisis y la muerte son cosas que no puedo predecir ni controlar. Pero estaba sumida en la preocupación y la inquietud, y no tenía el corazón para cumplir mis deberes. ¿No era esto una estupidez de mi parte? Tanto si vivo como si muero, debo someterme a la predestinación y los arreglos de Dios y no debo preocuparme ni inquietarme por cosas que no puedo predecir ni controlar. Dado que mi mente aún funciona con normalidad y todavía tengo energía para cumplir mis deberes, tenía que cambiar mi estado de inmediato, modificar mi mentalidad, dedicarme de corazón a mis deberes, esforzarme al máximo para resolver los problemas en el trabajo evangélico, resolver los estados negativos de los hermanos y hermanas, motivarlos para que prediquen el evangelio y den testimonio de Dios, y llevar a más gente que ansía la aparición de Dios a Su casa para que reciban Su salvación. De esta manera, aunque muera, no tendré remordimientos.

Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “¿Qué valor tiene la vida de una persona? ¿Sirve meramente para disfrutar de placeres carnales como comer, beber y divertirse? (No es así). Entonces, ¿qué valor tiene? Compartid vuestros pensamientos. (Para cumplir con el deber de un ser creado, esto es al menos lo que una persona debe lograr en su vida). Así es. […] Por una parte, se trata de cumplir con el deber de un ser creado. Por otra, se trata de hacer lo mejor que puedas todo aquello que esté dentro de tus posibilidades y de tu capacidad, alcanzando al menos un punto en el que tu conciencia no te acuse, en el que puedas estar en paz con tu propia conciencia y resultes aceptable a ojos de los demás. Si lo llevamos un poco más lejos, a lo largo de tu vida, con independencia de la familia en la que hayas nacido, tu formación académica o tus aptitudes, debes entender los principios que las personas han de comprender en la vida. Por ejemplo, qué tipo de senda han de seguir, cómo deben vivir y la manera de tener una vida con sentido; al menos debes explorar un poco el verdadero valor de la vida. No puede vivirse en vano y uno no puede venir a esta tierra en balde. En otro sentido, durante tu vida, debes cumplir tu misión; esto es lo más importante. No hablamos de completar una gran misión, deber o responsabilidad; pero como mínimo, debes cumplir con algo. Por ejemplo, en la iglesia algunas personas ponen todo su empeño en la labor de difundir el evangelio, empleando la energía de toda su vida, pagando un precio enorme y ganando a mucha gente. Por eso, sienten que la vida no ha sido en vano y que tienen valor y consuelo. Cuando se enfrentan a la enfermedad o a la muerte, cuando hacen balance de toda su vida y recuerdan todo lo que han hecho, la senda que han recorrido, hallan consuelo en el corazón. No experimentan acusaciones ni remordimientos. […] El valor de la vida humana y la senda correcta a seguir implican lograr algo valioso y completar uno o varios trabajos de valor. A esto no se le llama carrera, sino que recibe el nombre de senda correcta, y también se la denomina la tarea adecuada. Dime, ¿vale la pena pagar el precio con el fin de completar algún trabajo valioso, tener una vida significativa y valiosa, y perseguir y alcanzar la verdad? Si realmente deseas perseguir un entendimiento de la verdad, emprender la senda correcta en la vida, cumplir bien con tu deber y tener una vida valiosa y significativa, entonces no dudarás en emplear toda tu energía, pagar cualquier precio y entregar todo tu tiempo y el alcance de tus días. Si durante este periodo sufres alguna enfermedad, no tendrá importancia, no te aplastará. ¿Acaso no es esto muy superior a toda una vida de bienestar, libertad y ociosidad, nutriendo el cuerpo físico hasta el punto en el que esté bien nutrido y sano, y logrando en última instancia la longevidad? (Sí). ¿Cuál de estas dos opciones es una vida valiosa? ¿Cuál de las dos puede aportar consuelo y ningún remordimiento a las personas cuando al final se enfrenten a la muerte? (Vivir una vida con sentido). Vivir una vida con sentido. Eso significa que, en tu corazón, habrás obtenido algo y estarás reconfortado(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (6)). Bajo la guía de las palabras de Dios, entendí cómo una persona puede vivir una vida con sentido y valor, y mi corazón se sintió profundamente alentado. Soy una persona que Satanás ha corrompido, pero hoy Dios me ha elevado y puedo cumplir el deber de un ser creado, vivir para predicar el evangelio, dar testimonio del Creador y guiar hacia Dios a quienes viven en el sufrimiento y la oscuridad para que reciban Su salvación. ¡Esto es algo tan valioso y significativo! Somos menos que el polvo y, aun así, Dios nos trata con gracia. Disfrutamos de la provisión de muchas de las palabras de Dios, entendemos muchas verdades y misterios, cumplimos el deber de un ser creado y podemos ser salvos por Dios y sobrevivir a las grandes catástrofes. ¡Qué gran bendición es esta! Si perdiéramos esta oportunidad de inimaginable singularidad, el arrepentimiento sería enorme. Si solo me preocupo por mi cuerpo y no quiero esforzarme ni hacer sacrificios por mi deber, entonces, aunque cuide de mi cuerpo hasta recuperar la salud, si no he cumplido bien con mi deber y he perdido la función de un ser creado, entonces, ¿no estaría muerta en vida? El dolor del alma es algo que no se puede compensar. A partir de entonces, compartí sin demora las intenciones de Dios con los trabajadores evangélicos y, cuando descubría problemas y desviaciones en su trabajo evangélico, compartía soluciones de inmediato. Así, el trabajo evangélico empezó a mejorar de a poco. Dos meses después, los resultados del trabajo evangélico en esas iglesias se duplicaron. Luego, dejé de tomar medicamentos, mi presión arterial volvió a la normalidad y me dejó de doler la cabeza y ya no la sentía hinchada. Cuando no había mucho trabajo, descansaba un poco más y, a veces, cuando había mucho trabajo y tenía que quedarme despierta hasta tarde, a la mañana siguiente, no me dolía tanto la cabeza ni la tenía tan hinchada como antes al despertar. También dejé de sentir el entumecimiento en los brazos y las manos por la noche. Le agradecí a Dios de verdad.

Más tarde, recibí una carta de los líderes superiores, en la que me pedían que me hiciera cargo de dar seguimiento al trabajo evangélico de más de una docena de iglesias. Cuando leí la carta, pensé: “Dar seguimiento al trabajo evangélico de tantas iglesias requerirá que pague un precio más grande y dedique más esfuerzos y energía mental. Si uso mi cerebro excesivamente, ¿no recaeré en mi enfermedad?”. Al pensar en esto, me di cuenta de que algo en mi estado no era correcto. ¿No acababa de librarme de las preocupaciones e inquietudes sobre mi enfermedad? ¿Por qué estaba volviéndome a preocupar? Así que oré a Dios, dispuesta a someterme. Después, leí las palabras de Dios: “Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes completar tu deber y cumplirlo bien(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. Mientras viva y pueda hablar y caminar, debo ser obediente y firme, y cumplir bien con el deber de un ser creado. Pensándolo bien, mis enfermedades ya estaban prácticamente curadas y, aunque la carga de trabajo fuera un poco más pesada, podía organizar de forma razonable mi horario. Además, independientemente de que recayera en mi enfermedad en el futuro, dejaría que Dios orquestara y dispusiera de mí como Él quisiera. Así que envié una respuesta a los líderes y les dije que estaba dispuesta a obedecer lo que la iglesia había dispuesto y a colaborar en armonía con todos para cumplir bien con el deber.

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