34. Después de enterarme de que mi madre estaba enferma
En mayo de 2023, cumplía mis deberes lejos de casa. Un día, recibí una carta de mi ciudad natal, que decía que mi madre había sufrido un derrame cerebral unos años antes y que su movilidad era limitada. No me lo podía creer. Cuando pensé en la imagen de mi madre después de sufrir un derrame cerebral, empecé a llorar a lágrima viva. Pensé: “La persecución y la caza del PCCh que he sufrido han hecho que no pueda volver a casa desde hace casi nueve años. Seguro que mis familiares y parientes no creyentes me deben haber estado buscando. ¿Será que la interrogaron de forma reiterada y que sufrió el derrame cerebral porque estaba bajo demasiada presión? Ninguno de mis familiares cree en Dios y hasta persiguen a mi madre. ¿La cuidarán bien realmente? Sobre todo, mi hermano y mi cuñada: ahora que mamá ha tenido un derrame cerebral, no solo no puede hacer negocios ni ganar dinero, sino que tampoco puede ayudarlos a cuidar de sus hijos. En cambio, necesita que la cuiden a ella. Hay un dicho: ‘Cuando los padres tienen una enfermedad crónica, no existen los buenos hijos’. A medida que pase el tiempo, ¿seguirán teniendo la paciencia para cuidarla? ¿Sus familiares, amigos y vecinos le harán comentarios hirientes? Si esto sucede, entonces mi madre no solo sufrirá el tormento de la enfermedad, sino que también tendrá que soportar sufrimiento mental. ¿Será capaz de superar esa situación?”. En ese momento, realmente quería regresar a casa de inmediato para cuidar de mi madre, pero no podía volver porque el PCCh me estaba persiguiendo e intentaba arrestarme. Pensé en que ella me había dado a luz, me había criado y me había apoyado para que estudie. La vida en casa era difícil, y mi madre ahorró hasta el último centavo y soportó la presión de sacar un préstamo con altos intereses para enviarme a la universidad. No había podido cuidar de mi madre en estos últimos nueve años y, ahora que ella había sufrido un derrame cerebral, ni siquiera podía regresar a casa para cuidarla. Mi madre había pagado un precio muy alto por mí, pero, como su hija, no había cumplido con ninguno de mis deberes filiales. Sentía que realmente estaba en deuda con ella. Todos estos años, siempre había tenido la ilusión de volver a ver a mi madre algún día y tener una larga conversación franca con ella. Pero ahora, ese sueño se había hecho añicos por completo. Después del derrame cerebral, mi madre ni siquiera podía hablar con normalidad, y mucho menos tener una conversación larga e íntima. Cuanto más lo pensaba, más angustiada me sentía. Ni siquiera podía calmar mi corazón cuando cumplía mi deber. La imagen de mi madre siendo atormentada por la enfermedad se me pasaba por la cabeza, una y otra vez, y no paraba de llorar desconsoladamente.
Por la noche, daba vueltas en la cama, sin poder dormir. Tenía la imagen de mi madre después del derrame cerebral grabada en la cabeza y vivía completamente sumida en mis sentimientos por ella. Me di cuenta de que mi estado no era el correcto y que, si seguía así, seguro que no podría cumplir bien con mi deber. Estábamos en un momento crucial de la difusión del evangelio. Debía cambiar mi estado lo más rápido posible y volver a dedicarme de corazón a mi deber. En ese momento, recordé la experiencia de Job. De la noche a la mañana, Job perdió todo su ganado y ovejas, que cubrían las laderas de las colinas, sus hijos murieron, y su cuerpo se llenó de llagas purulentas. Ante una prueba de semejante enormidad y un dolor tan grande, Job nunca pronunció una sola palabra para quejarse contra Dios. Incluso dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* Ahora que mi madre había sufrido un derrame cerebral, aunque no entendía del todo la intención de Dios, sabía que lo que me había acontecido era que Él me estaba poniendo a prueba y verificándome. Debía imitar a Job. No importa lo que pasara, no podía pecar con mis labios y pronunciar ninguna palabra para quejarme de Dios, ni tampoco abandonar mi deber ni traicionar a Dios. Cuando pensé en esto, mi corazón se calmó de a poco.
Una mañana, vi un video de un testimonio vivencial titulado “Después de que a mamá le diagnosticaran cáncer”. Un pasaje de las palabras de Dios que citaba me conmovió profundamente. Dios Todopoderoso dice: “No hace falta que analices o investigues más de lo necesario el asunto de que tus padres se pongan gravemente enfermos o sufran un serio infortunio, y desde luego no deberías dedicarle tus energías, pues no serviría de nada. Que la gente nazca, se haga mayor, enferme, muera y se encuentre con diversos asuntos grandes y pequeños en la vida es de lo más normal. Si eres adulto, tu manera de pensar ha de ser madura, y deberías abordar este tema con calma y corrección. ‘Mis padres están enfermos. Algunos dicen que es porque me echaban mucho de menos, ¿es eso posible? Desde luego que me han echado de menos, ¿cómo iba una persona a no echar de menos a su propio hijo? Yo también a ellos, ¿por qué no me he puesto enfermo entonces?’. ¿Enferma la gente por echar de menos a sus hijos? No. Entonces, ¿qué sucede cuando tus padres se encuentran con estas cuestiones tan significativas? Lo único que se puede decir es que Dios ha instrumentado esto en sus vidas. Ha sido la mano de Dios; no te puedes centrar en razones ni causas objetivas, tus padres se iban a encontrar con esta situación cuando llegaran a esta edad, la enfermedad iba a afectarles, así estaba previsto. ¿Lo habrían evitado si hubieras estado allí? Si Dios no hubiera dispuesto que enfermar fuera parte de su porvenir, entonces nada les habría ocurrido, aunque no hubieras estado con ellos. Si su sino era verse en esta clase de gran infortunio en sus vidas, ¿qué efecto habría tenido tu presencia junto a ellos? No hubieran podido evitarlo de todos modos, ¿verdad? (Cierto). Piensa en aquellos que no creen en Dios, ¿acaso no están esas familias siempre juntas, año tras año? Cuando los padres se topan con un gran infortunio, los miembros de su extensa familia y sus hijos están todos junto a ellos, ¿verdad? Cuando enferman o empeoran de sus dolencias, ¿se debe a que sus hijos los han abandonado? No, es algo que está destinado a ocurrir. Lo que sucede es que, al ser tú su hijo y tener este lazo sanguíneo con tus padres, te afecta enterarte de que están enfermos, mientras que a los demás no les afecta en absoluto. Todo esto es muy normal. Sin embargo, que tus padres se hayan topado con una gran desgracia de este tipo no significa que te haga falta analizar e investigar cómo deshacerte de ella o resolverla, ni que lo consideres. Tus padres son adultos, se han encontrado con esto unas cuantas veces en la sociedad. Si Dios dispone un entorno para que se deshagan de este asunto, tarde o temprano, desaparecerá por completo. Si supone un obstáculo para ellos en la vida y deben experimentarlo, entonces Dios decide cuánto tiempo deberán hacerlo. Es algo que deben experimentar y no pueden evitar. Si deseas resolver este asunto sin que nadie te ayude, si pretendes analizarlo e investigar su origen, sus causas y consecuencias, pensar de esa manera es una necedad. No sirve de nada y es superfluo. No deberías hacer cosas como analizar, investigar y pensar en llamar a tus compañeros de clase y amigos para que te ayuden, contactar con un hospital para tus padres, conseguirles los mejores médicos o la mejor cama posible en el hospital; no hace falta que te devanes los sesos en nada de eso. Si de verdad te sobra algo de energía, deberías aplicarla en hacer un buen trabajo en el deber que se prevé que ahora has de cumplir. Tus padres tienen su propio porvenir. Nadie puede escapar de la edad a la que se supone que debe morir. Tus padres no son los amos de tu porvenir, y del mismo modo tú no eres el amo del porvenir de tus padres. Si algo está destinado a ocurrirles, ¿qué puedes hacer tú al respecto? ¿Qué consigues poniéndote nervioso y buscando soluciones? Nada en absoluto, pues depende de las intenciones de Dios. Si Él quiere llevarse a tus padres y permitirte así cumplir con tu deber sin molestias, ¿puedes interferir en ello? ¿Puedes discutir las condiciones con Dios? ¿Qué debes hacer en ese momento? Devanarte los sesos para encontrar soluciones, investigar, analizar, culparte a ti mismo y avergonzarte a la hora de enfrentarte a tus padres: ¿son estos los pensamientos y las acciones que debe tener una persona? Todas ellas son manifestaciones de una falta de sumisión a Dios y a la verdad; son irracionales, imprudentes y una muestra de rebeldía contra Él. La gente no debería expresar tales manifestaciones. ¿Lo entendéis? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él ha predestinado desde hace mucho tiempo todo lo que una persona sufre en su vida, las enfermedades graves que padece y los contratiempos que experimenta, y que no tienen nada que ver con factores objetivos. Estaba escrito en el porvenir de mi madre que tendría una enfermedad. Con respecto a cuántos años tendría que padecer esa enfermedad, si se curara por completo o no y si finalmente quedara con secuelas, Dios había predestinado todo esto desde hace mucho tiempo. Sin embargo, yo no entendía la soberanía de Dios y seguía analizando e investigando, ya que creía que, como no había regresado a casa en todos esos años y mis familiares y parientes no creyentes habían perseguido a mi madre, ella no había podido soportar la presión a la que la habían sometido, lo que la había hecho sufrir el derrame cerebral. También me preocupaba que mi familia no cuidara de mi madre después de su derrame cerebral y que sus familiares, amigos y vecinos le hicieran comentarios hirientes, lo que le causaría una doble angustia en cuerpo y alma. No podía regresar a casa para cuidarla debido a que estaba bajo la amenaza de persecución y arresto por parte del PCCh, así que vivía sintiendo que estaba en deuda con ella y mi corazón estaba completamente preocupado por la enfermedad de mi madre. Ni siquiera podía calmarme cuando hacía mi deber. Entonces, me di cuenta de que el derrame cerebral de mi madre no estaba relacionado con que yo estuviera a su lado o no. No es que si hubiera estado con ella habría evitado esta enfermedad ni tampoco que paliaría su enfermedad o se curaría por completo si yo regresaba a casa para cuidarla. Era como cuando mi abuela tuvo cáncer de esófago y mi tía, cáncer de hígado. Por ese entonces, mi madre se devanó los sesos buscando tratamientos, gastó mucho dinero y las fue a visitar a menudo. Sin embargo, al final, ambas fallecieron. Esto demostraba que Dios ha predestinado desde hace mucho tiempo qué enfermedades padecerá una persona en su vida y cuándo morirá. Por mucho que se esfuercen las personas o cuiden a los enfermos, nunca podrán cambiar eso en lo más mínimo. Incluso si me hubiera quedado junto a mi madre y hubiera cuidado de ella, aun así, habría enfermado. A través de la revelación de estos hechos, vi que, aunque había creído en Dios durante muchos años, mi forma de ver las cosas seguía siendo la misma que la de un no creyente. No entendía la soberanía de Dios. Cuando lo pensé, sentí vergüenza en el corazón y estuve dispuesta a regresar a Dios, a encomendarle por completo la enfermedad de mi madre y a estar a la merced de Sus instrumentaciones en relación con que mejorara de la enfermedad o no, sin quejarme, independientemente de cuál fuera el resultado. De a poco, mi estado mejoró mucho. A veces, aún pensaba en la enfermedad de mi madre, pero me dolía menos el corazón y podía dedicarme a mis deberes de corazón.
Un día, estaba charlando con unas hermanas y mencioné sin querer el derrame cerebral de mi madre. Se me empezaron a llenar los ojos de lágrimas y me vinieron a la mente imágenes de mi madre cuando cuidaba de mí y apoyaba mi fe en Dios. Más tarde, busqué: ¿Por qué sentí tanto dolor cuando me enteré de que mi madre había tenido un derrame cerebral? ¿Cómo debía salir de este estado? En mi búsqueda, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “Dios creó este mundo y trajo a él al hombre, un ser vivo al que le otorgó la vida. Después, el hombre tuvo padres y parientes y ya no estuvo solo. Desde que el hombre puso los ojos por primera vez en este mundo material, estuvo destinado a existir dentro de la predestinación de Dios. El aliento de vida proveniente de Dios sostiene a cada ser vivo hasta llegar a la adultez. Durante este proceso, nadie siente que el hombre esté creciendo bajo el cuidado de Dios. Más bien, la gente cree que lo hace bajo el amor y el cuidado de sus padres y que es su propio instinto de vida el que dirige este crecimiento. Esto se debe a que el hombre no sabe quién le otorgó la vida o de dónde viene esa vida, y, mucho menos, la manera en la que el instinto de la vida crea milagros. El hombre solo sabe que el alimento es la base para que su vida continúe, que la perseverancia es la fuente de la existencia de su vida y que las creencias de su mente son el capital del que depende su supervivencia. El hombre es totalmente ajeno a la gracia y la provisión de Dios, y es así como desperdicia la vida que Dios le otorgó…” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). “Hablemos de cómo debe interpretarse ‘Tus padres no son tus acreedores’. ¿Acaso no es un hecho que tus padres no son tus acreedores? (Sí). Dado que es un hecho, nos corresponde explicar las cuestiones que abarca. Analicemos el asunto de que tus padres te trajeran al mundo. ¿Quién eligió que te trajeran al mundo, tú o tus padres? ¿Quién eligió a quién? Si lo analizas desde la perspectiva de Dios, la respuesta es: ninguno de los dos. Ni tú ni tus padres elegisteis que ellos te trajeran al mundo. Si analizas de raíz esta cuestión, esto lo dispuso Dios. Dejaremos este tema de lado por ahora, ya que es algo fácil de entender. Desde tu punto de vista, naciste pasivamente de tus padres, sin tener otra opción al respecto. Desde la perspectiva de tus padres, te trajeron al mundo por su propia voluntad independiente, ¿verdad? En otras palabras, dejando de lado la disposición de Dios, en lo relativo a tu nacimiento, fueron tus padres quienes detentaron todo el poder. Eligieron traerte al mundo y lo decidieron todo. Tú no elegiste que ellos te dieran la vida, naciste de ellos pasivamente y no tuviste elección alguna al respecto. Así pues, dado que tus padres tuvieron todo el poder y optaron por hacer que nacieras, tienen la obligación y la responsabilidad de educarte, criarte hasta la vida adulta, proveerte de educación, alimento, vestimenta y dinero; esta es su responsabilidad y obligación, y es lo que les corresponde hacer. En tanto que tu postura fue siempre pasiva durante el tiempo que te criaron, no tuviste derecho a elegir: debían criarte ellos. Como eras pequeño, no tenías la capacidad de criarte solo, no te quedó más alternativa que recibir pasivamente la crianza de tus padres. Ellos te criaron tal como quisieron; si te daban buena comida y bebida, tú comías y bebías bien. Si te ofrecían un entorno vital en el que sobrevivías alimentándote de cizaña y plantas silvestres, así es como sobrevivías. En cualquier caso, durante tu crianza, tú eras pasivo y tus padres cumplían con su responsabilidad. Es igual que si tus padres cuidaran una flor. Si quieren cuidarla, deben fertilizarla, regarla y asegurarse de que reciba la luz del sol. Así pues, en cuanto a la gente, no importa si tus padres te cuidaron de manera meticulosa o si te dispensaron mucha atención, de todos modos, solo cumplían con su responsabilidad y obligación. Independientemente de la razón por la cual te criaron, era su responsabilidad; como te trajeron al mundo, debían hacerse responsables de ti. Sobre esta base, ¿se puede considerar como amabilidad todo lo que tus padres hicieron por ti? No, ¿verdad? (Así es). Que tus padres cumplieran con su responsabilidad contigo no constituye un acto de amabilidad. Si cumplen con su responsabilidad respecto a una flor o una planta, regándola y fertilizándola, ¿es eso amabilidad? (No). Eso dista aún más de ser amabilidad. Las flores y las plantas crecen mejor en el exterior; si se las planta en la tierra, con viento, sol y agua de lluvia, prosperan. No crecen tan bien cuando se las planta en macetas de interior, comparado con el exterior, pero, estén donde estén, igualmente viven, ¿no es así? Sin importar dónde estén, eso lo ha predestinado Dios. Eres una persona viva, y Dios se responsabiliza de cada vida, le permite sobrevivir y observar la ley que rige a todos los seres creados. Pero, como eres una persona, tú vives en el entorno en el que te crían tus padres, de manera que debes crecer y existir en él. Que vivas en ese entorno, en mayor medida, se debe a que Dios lo ha predestinado; en menor medida, se debe a la crianza de tus padres, ¿verdad? En cualquier caso, al criarte, tus padres cumplen con una responsabilidad y una obligación. Criarte hasta la vida adulta es su obligación y responsabilidad, y eso no se puede considerar amabilidad. Siendo así, ¿no se trata de algo que deberías disfrutar? (Sí). Es una especie de derecho del que deberías gozar. Te deben criar tus padres porque, hasta alcanzar la vida adulta, el papel que desempeñas es el de un niño que está siendo educado. Por lo tanto, ellos no hacen más que cumplir con una clase de responsabilidad contigo y tú solo la recibes, pero sin duda no recibes favores ni amabilidad de su parte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Dios es la fuente de la vida humana y que Él me ha dado el aliento de vida. Incluso antes de nacer, Dios ya había dispuesto que tendría una familia y unos padres, y siempre me había cuidado y protegido a medida que fui creciendo. También dispuso que los hermanos y hermanas me predicaran el evangelio para que tuviera la fortuna de oír la voz de Dios y recibir Su salvación. Desde entonces, dejé de perseguir la fama y el beneficio mundanos. Todo esto fue la soberanía y los arreglos de Dios. En apariencia, se veía como que mi madre me estaba criando, pero esto provenía de la soberanía y predestinación de Dios. Mi padre valoraba más a los varones que a las mujeres y nunca me quiso desde el día en que nací. Si cometía el más mínimo error, me atizaba y, cada vez que eso sucedía, mi madre se ponía a mi lado y me protegía. Mi padre no me dejó ir a la escuela secundaria, pero mi madre insistió en que fuera y hasta soportó la presión de sacar un préstamo con altos intereses para que pudiera ir a la universidad. Cuando me gradué y empecé a buscar trabajo, me encontré con obstáculos a cada paso y viví en la miseria y la desesperación. Una noche, mi madre consiguió que unas hermanas compartieran conmigo las palabras de Dios para ayudarme y apoyarme, y que pudiera salir de mi miseria y desesperación. Cuando me fui de casa para cumplir mi deberes, mi madre me brindó mucho apoyo financiero y también me ayudó a mantener la situación en casa para que mis familiares no me persiguieran ni obstaculizaran. Todo lo que mi madre hizo por mí durante mi crecimiento y mi camino como creyente en Dios fue cumplir sus responsabilidades y obligaciones. Estas eran las responsabilidades que debía asumir después de darme a luz; no contaban como una bondad ni eran algo que yo tuviera que retribuir. Sin embargo, siempre había considerado la forma en que mi madre me crio y el precio que pagó por mí como una especie de bondad. Sumado al hecho de que, desde pequeña, me habían envenenado profundamente los valores de la cultura tradicional, como “La devoción filial es la principal virtud” y “Una persona no filial es peor que un animal”, acabé sintiendo que debía retribuir la bondad de mi madre. Si no lo hacía, la estaría defraudando y mi conciencia me condenaría. Cuando me enteré de que mi madre había tenido un derrame cerebral, pero yo no podía volver a casa para cuidar de ella, mi corazón se llenó de sentimientos de deuda con ella y ni siquiera podía calmar mi corazón cuando cumplía mi deber. Ahora, las grandes catástrofes han sobrevenido sobre nosotros y la intención urgente de Dios es que más personas oigan Su voz, vuelvan ante Su trono y reciban Su salvación. En este momento crucial para la difusión del evangelio, si solo vivía sumida en el afecto que le tenía a mi madre y tomaba mi deber a la ligera y de manera superficial, esto sería una grave traición a Dios. Sería realmente una persona sin conciencia ni sentido de la gratitud. Dios me dio la vida y me concedió gracia al permitirme acudir a Él y darme las palabras de vida. También me protegió en dos accidentes de tráfico y me libró del peligro. Sin el cuidado y la protección de Dios, no sé cuántas veces habría muerto ya. Sin la salvación de Dios, todavía viviría como una no creyente, sumida en el vacío y el dolor. El amor que Dios me tiene es simplemente demasiado grande. Es a Dios a quien más debo agradecer, y lo que más debo hacer es cumplir bien con mi deber para retribuir Su amor.
Después, leí otro pasaje de las palabras de Dios y, en ellas, encontré los principios de práctica relacionados con cómo tratar a mis padres. Dios Todopoderoso dice: “Si, a tenor de tu entorno vital y del contexto en que te encuentras, honrar a tus padres no está reñido con el cumplimiento de la comisión de Dios y del deber —o sea, si el hecho de honrar a tus padres no afecta a tu leal cumplimiento del deber—, puedes practicar ambas cosas al mismo tiempo. No es necesario que en apariencia te separes de tus padres ni que muestres que renuncias a ellos o los rechaces. ¿Qué situación se rige por esto? (Cuando honrar a los padres no entra en conflicto con el cumplimiento del deber). Exactamente. Es decir, si tus padres no tratan de impedirte creer en Dios, también son creyentes y realmente te apoyan y animan a cumplir con tu deber lealmente y a llevar a cabo la comisión de Dios, entonces tu relación con ellos no es una relación carnal entre familiares en el sentido habitual del término, sino una relación entre hermanos y hermanas de la iglesia. En ese caso, aparte de relacionarte con ellos como hermanos y hermanas de la iglesia, también debes cumplir con algunas de tus responsabilidades filiales para con ellos. Debes demostrarles algo más de preocupación. Mientras eso no afecte a tu cumplimiento del deber —mientras tu corazón no esté atado a ellos—, puedes llamar a tus padres para preguntarles cómo están y demostrar algo de preocupación por ellos, puedes ayudarlos a resolver algunas dificultades y ocuparte de algunos de sus problemas en la vida, y hasta puedes ayudarlos a resolver algunas de sus dificultades en cuanto a su entrada en la vida; puedes hacer todas estas cosas. En otras palabras, si tus padres no te impiden creer en Dios, debes mantener la relación y cumplir con tus responsabilidades hacia ellos. ¿Y por qué deberías preocuparte por ellos, cuidarlos y preguntarles cómo están? Porque, ya que eres su hijo y tienes esta relación con ellos, tienes otro tipo de responsabilidad y, a raíz de esta, debes preguntar por ellos un poco más y brindarles una ayuda más sustancial. Mientras eso no afecte a tu cumplimiento del deber y tus padres no obstaculicen ni perturben tu fe en Dios y tu cumplimiento del deber ni te refrenen, es natural y adecuado que cumplas con tus responsabilidades para con ellos, y debes hacerlo hasta el extremo de que no te remuerda la conciencia; esta es la norma mínima que debes cumplir. Si no puedes honrar a tus padres en casa debido a que tus circunstancias lo afectan o lo impiden, no tienes que atenerte a este precepto. Debes ponerte a merced de las instrumentaciones de Dios y someterte a Sus disposiciones, y no es preciso que te empeñes en honrar a tus padres. ¿Condena Dios esto? Dios no lo condena ni obliga a nadie a hacerlo. […] Tú tienes la responsabilidad de honrar a tus padres y, si las circunstancias lo permiten, puedes cumplir con esta responsabilidad, pero no debes permitir que tus sentimientos te aten. Por ejemplo, si uno de tus padres enferma y tiene que ir al hospital, no hay nadie que cuide de él y tú estás demasiado ocupado en el deber como para volver a casa, ¿qué debes hacer? En momentos así, no puedes dejar que tus sentimientos te coarten. Debes entregar el asunto en oración, encomendárselo a Dios y ponerlo a merced de Sus instrumentaciones. Esa es la actitud que debes tener. Si Dios quiere quitarle la vida a tu padre o a tu madre y arrebatártelo, debes someterte igualmente. Algunos dicen: ‘Aunque me he sometido, aún me siento desdichado y llevo días llorando por ello; ¿esto no es un sentimiento carnal?’. No es un sentimiento carnal, sino bondad humana, humanidad, y Dios no la condena. Puedes llorar, pero si lloras durante varios días, no puedes dormir ni comer y no estás de humor para cumplir con tu deber y hasta deseas irte a casa a visitar a tus padres, entonces no puedes cumplir bien con tu deber ni has puesto en práctica la verdad, lo que quiere decir que al honrar a tus padres no cumples con tus responsabilidades, que vives en medio de tus sentimientos. Si honras a tus padres mientras vives inmerso tus emociones, no estás cumpliendo con tus responsabilidades ni acatando las palabras de Dios, pues has abandonado Su comisión y no eres un seguidor del camino de Dios. Cuando te encuentres en este tipo de situación, si no demora tu deber ni afecta a tu leal cumplimiento de él, puedes hacer algunas cosas que seas capaz de hacer para demostrar piedad filial a tus padres y cumplir con las responsabilidades que seas capaz de cumplir. En resumen, esto es lo que la gente debe y puede hacer en el ámbito de la humanidad. Si te dejas atrapar por tus sentimientos y esto impide tu cumplimiento del deber, eso contraviene totalmente las intenciones de Dios. Dios nunca te exigió que hicieras eso, Dios solo te exige que cumplas con tus responsabilidades para con tus padres y nada más. Eso es lo que implica la piedad filial. Cuando Dios habla de ‘honrar a los padres’, lo hace en un contexto determinado. Solamente necesitas cumplir con algunas responsabilidades que se pueden lograr en todo tipo de condiciones, eso es todo. Si tus padres enferman de gravedad o mueren, ¿depende de ti decidirlo? Cómo es su vida, cuándo mueren, qué enfermedad los mata o cómo mueren, ¿tienen algo que ver estas cosas contigo? (No). Nada que ver contigo” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Qué significa perseguir la verdad (4)). Las palabras de Dios me permitieron entender que honrar a mis padres no es una comisión de Dios ni tampoco mi misión. Mi vocación providencial es únicamente cumplir bien con los deberes de un ser creado, porque Dios ha dicho: “¿No debes cumplir con tu deber de todos modos? Es una vocación caída del cielo, una responsabilidad de la que no es posible librarse. Debes cumplir con tu deber aunque nadie más lo haga. Esta es la determinación que has de tener” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Al creer en Dios, lo más crucial es recibir la verdad). Aunque los hijos tienen la responsabilidad de honrar a sus padres, este no es el deber de un ser creado. Debemos encontrar la senda de práctica correcta según las diferentes circunstancias y antecedentes, y todo lo que hagamos debe estar basado en la premisa de que no obstaculice nuestro deber. Si el entorno y las condiciones lo permiten, debo cumplir bien con mis responsabilidades como hija y cuidar de mi madre en la medida de lo posible. Sin embargo, no podía volver a casa debido a que el PCCh me perseguía e intentaba arrestarme, y no podía quedarme a su lado para cuidar de ella. El PCCh incluso me había arrebatado de forma despiadada mi derecho a verla o llamarla por teléfono para preguntar cómo estaba. Además, estaba ocupada con mi deber y no tenía tiempo para regresar y cuidar de mi madre. Si volvía a casa para cuidar de ella y retrasaba el trabajo de la iglesia, eso no estaría de acuerdo con la intención de Dios. Cuando pensé detenidamente sobre todo esto, mi corazón se sintió mucho más tranquilo y acudí a Dios en oración: “Querido Dios Todopoderoso, ahora sé cómo tratar el asunto de la enfermedad de mi madre. Estoy dispuesta a desprenderme de mi afecto por ella y a cumplir con mi deber. No puedo volver a casa para cuidar de ella, así que te la encomiendo en Tus manos. Pase lo que pase con ella en el futuro, estoy dispuesta a someterme”. Después de orar, mi corazón se sintió un poco más libre. Pude dedicarme de corazón a mi deber y ya no me sentí limitada ni preocupada por el asunto del derrame cerebral de mi madre. Doy gracias a Dios por haber dispuesto esta circunstancia para permitirme obtener cierto discernimiento sobre las ideas tradicionales que llevaba conmigo y aprender cómo tratar de manera correcta a mis padres.