39. Ya no me siento inferior

Por Debra, Estados Unidos

Desde que era niña, he sido tímida y de pocas luces. Toda mi familia decía que no era lista, sino que era lenta. Además, tengo malas capacidades lingüísticas, así que tendía a ponerme nerviosa cuando hablaba delante de mucha gente. En cuanto me ponía nerviosa, se me quedaba la mente en blanco, así que solía quedarme callada. Cuando estaba en la escuela y el profesor hacía una pregunta, todos mis compañeros respondían con entusiasmo, pero yo no me atrevía a ofrecerme para responder, incluso cuando sabía la respuesta. Solo esperaba con pasividad a que el profesor me llamara o respondía en silencio en mi cabeza. Mi familia y mis amigos decían que era de pocas luces y poco elocuente. Mi padre también me solía contar una historia sobre cómo los pájaros más lentos tienen que empezar a volar antes que el resto para compensar su falta de capacidad. Con el tiempo, yo también empecé a sentir que era un poco lenta y que nada de lo que hacía era lo suficientemente bueno como para mostrárselo a los demás. Por ello, me volví bastante cerrada. Después de empezar a creer en Dios, vi lo amables que eran mis hermanos y hermanas y sentí como si fueran mi familia. También me sinceré con ellos y les hablé de mi estado y mis dificultades. Todos me ayudaban y animaban, y me sentí menos limitada. Mi corazón se sintió liberado y lleno de gozo. Sin embargo, todavía me sentía muy limitada cuando hablaba delante de mucha gente. Hubo algunas reuniones con mucha gente en las que, cuando me tocaba compartir, me ponía tan nerviosa que empezaba a temblar. Se me hacía un lío la cabeza y tartamudeaba. Varias hermanas levantaban la cabeza para mirarme y yo sonreía avergonzada. En ese momento, me ardía la cara de vergüenza y deseaba con ansias que me tragara la tierra. Empecé a pensar: “¿Qué pensarán mis hermanos y hermanas de mí? ¿Creerán que soy demasiado inútil? Parece que debería hablar menos en el futuro y dejar que los hermanos y hermanas con buena aptitud compartan más”. En las reuniones siguientes, cuando había mucha gente, siempre era la última en compartir. A veces, no compartía en absoluto. Solo me atrevía a compartir en pocas palabras cuando había pocas personas o cuando estaba con hermanos y hermanas que conocía bien. A veces, obtenía algunos resultados al hacer mi deber y el supervisor me pedía que hablara sobre buenas formas y métodos para que todos pudieran aprender de ellos y usarlos como referencia. Sin embargo, en cuanto pensaba en hablar delante de muchos hermanos y hermanas, me asustaba mucho. Me preocupaba que, llegado el momento, me pondría nerviosa y diría incoherencias. ¡Qué vergüenza me daría! Una y otra vez decía que no, con la excusa de que no tenía ningún método especial. Más tarde, reflexioné: ¿por qué me asustaba y me echaba atrás cada vez que tenía que hablar delante de muchas personas?

Una vez, leí las palabras de Dios: “Hay algunas personas que han sido lentas, poco elocuentes y poco agraciadas desde que eran pequeñas, así que otros en su familia y en la sociedad hacen algunos comentarios negativos sobre ellas. Por ejemplo, la gente diría: ‘Este niño es imbécil, reacciona lento a las cosas y habla con torpeza. Mira a la hija de esa persona, habla de tal manera que encandila a los demás. Cuando este niño conoce a gente, no sabe qué decir o cómo complacerla, y cuando hace algo incorrecto, no sabe cómo explicarse ni justificarse. Este niño es un idiota’. Sus padres dicen esto y sus parientes, amigos y maestros también. Este entorno ejerce de manera imperceptible cierta presión en tales individuos, lo que provoca que desarrollen de forma inconsciente cierta clase de mentalidad. ¿Qué clase de mentalidad? Sienten que no son atractivos y que a nadie le gusta su aspecto, que no sacan buenas calificaciones en sus estudios y son lentos de reacción; siempre les avergüenza abrir la boca y hablar cuando ven a otros y están demasiado avergonzados de decir gracias cuando la gente les da cosas. Piensan para sí: ‘¿Por qué soy tan torpe al hablar? ¿Por qué otros tienen tanta labia? ¡No soy más que un estúpido!’. Subconscientemente, piensan que no valen nada en absoluto, pero siguen sin estar dispuestos a reconocer lo poco que valen y lo estúpidos que son. En sus corazones suelen preguntarse: ‘¿De verdad soy tan estúpido? ¿De verdad soy tan antipático?’. No les caen bien a sus padres, a sus hermanos, a sus maestros ni a sus compañeros de clase. Y de vez en cuando sus familiares, sus parientes y sus amigos dicen de ellos: ‘Es bajito, tiene los ojos y la nariz pequeños, y con un aspecto así, no llegará muy lejos cuando sea mayor’. En esta clase de entorno, pasan de sentirse al principio reacios en su fuero interno a aceptar y reconocer poco a poco sus propias carencias y deficiencias, pero al mismo tiempo surge una emoción negativa en el fondo de su corazón. ¿Cómo se llama esta emoción? Inferioridad. Las personas que se sienten inferiores solo ven sus propios defectos y no sus puntos fuertes; siempre sienten que no son atractivas ni agradables, que su mente no es lúcida y sus reacciones son lentas, además de ser incapaces de leer a las personas. En resumen, se sienten totalmente inadecuadas. Esta mentalidad de inferioridad llega poco a poco a dominar el interior de tu corazón y se vuelve una emoción inquebrantable que lo enreda. Después de haber crecido y haberte adentrado en el mundo, o de haberte casado y afianzado tu carrera, con independencia de tu identidad y estatus sociales, esta emoción de inferioridad que se plantó en tu crianza desde que eras un niño todavía te afecta y controla, te hace sentir que eres peor que otras personas en todos los sentidos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). Las palabras de Dios eran muy relevantes para mi estado. Desde niña, la gente a mi alrededor decía que era poco elocuente y de pocas luces. Mi familia también solía decir: “Mira qué lista es tu hermana mayor. Pero, así como eres tú, nunca encajarás en ningún sitio…”. De a poco, iba estando más segura de que era menos inteligente que los demás, lo que me causó un complejo de inferioridad. Desde la infancia hasta la adultez, nunca pensé que tuviera ningún punto fuerte. Tenía mala capacidad de expresión y poca resiliencia psicológica, así que me ponía nerviosa cuando hablaba delante de mucha gente. Además de eso, no soy muy ingeniosa, por lo que no hablaba mucho ni participaba en muchas cosas. Después de que empecé a creer en Dios, solía temer que mis hermanos y hermanas me menospreciaran porque no tenía buena capacidad de expresión, así que intentaba hablar lo menos posible para evitar pasar vergüenza. Era muy pasiva al compartir durante las reuniones, me negaba a hablar sobre lo que había ganado al hacer mi deber y elegía echarme atrás constantemente. Afectada por mis sentimientos de inferioridad, perdí muchas oportunidades de obtener la verdad e, inclusive, no podía cumplir los deberes que era capaz de hacer. Sentía que mi vida era patética, así que quise buscar la verdad para resolver este problema.

Un día, leí las palabras de Dios: “Tu corazón está lleno de este sentimiento de inferioridad que existe desde hace mucho tiempo, no se trata de un sentimiento pasajero. Más bien, controla firmemente tus pensamientos desde lo más profundo de tu alma, sella herméticamente tus labios, y por eso, sin importar lo bien que entiendas las cosas, o qué puntos de vista y opiniones tengas sobre las personas, los acontecimientos y las cosas, solo te atreves a pensar y a darles vueltas a los asuntos en tu propio corazón, nunca te atreves a hablar en voz alta. Tanto si los demás aprueban lo que dices como si te corrigen o critican, no te atreverás a enfrentarte ni a contemplar ese resultado. ¿A qué se debe? A que tu sentimiento de inferioridad se halla dentro de ti y te dice: ‘No hagas eso, no estás a la altura. No tienes esa clase de calibre, no tienes esa clase de realidad, no deberías hacer eso, tú no eres así. No hagas nada ni pienses nada ahora. Solo serás tú mismo si vives en la inferioridad. No estás capacitado para perseguir la verdad, ni para abrir tu corazón para decir lo que te apetezca y conectar con los demás, como hace otra gente. Y eso es porque no eres bueno, no tanto como ellos’. Este sentimiento de inferioridad guía el pensamiento que albergan las personas en sus mentes; los inhibe de cumplir con las obligaciones que una persona normal debería cumplir y de vivir la vida de humanidad normal que les corresponde, al tiempo que conduce las formas y los medios, y la dirección y las metas de cómo contemplan a las personas y las cosas, cómo se comportan y actúan. […] A partir de estas manifestaciones y revelaciones concretas podemos ver que una vez que esta emoción negativa, este sentimiento de inferioridad, comienza a surtir efecto y ha echado raíces en lo más íntimo del corazón de las personas, entonces, a menos que persigan la verdad, les resultará muy difícil desarraigarlo y liberarse de su limitación, y permanecerán constreñidas en cualquier cosa que hagan. Aunque no pueda decirse que este sentimiento sea un carácter corrupto, ya ha causado un grave efecto negativo; daña seriamente su humanidad, causa un gran impacto negativo en las diversas emociones y en el habla y las acciones de su humanidad normal y trae consecuencias muy graves. La influencia menos importante radica en influir en su personalidad, sus predilecciones y sus ambiciones; la mayor, en afectar a sus objetivos y rumbo en la vida. A partir de las causas de este sentimiento de inferioridad, de su proceso y de las consecuencias que le trae a una persona, de cualquier modo que se mire, ¿no es algo de lo que la gente debería desprenderse? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). Cuando me comparé con las palabras de Dios, me di cuenta del daño que me hacía vivir con sentimientos de inferioridad. La inferioridad no es una emoción simple, sino que afecta directamente tu conducta y tus actos; te ata y te encadena. Desde que era niña, todos a mi alrededor me decían que era de pocas luces y poco elocuente. Mi padre también me solía contar una historia sobre cómo los pájaros más lentos tienen que empezar a volar antes que el resto para compensar su falta de capacidad. De a poco, llegué a pensar que era más lenta que los demás por naturaleza, así que solía quedarme callada y hasta no me atrevía a tomar la iniciativa para hacer cosas que era capaz de hacer. Debería ser algo positivo que los hermanos y hermanas se reúnan para compartir lo que entienden y comprenden de las palabras de Dios, pero yo sentía siempre que se me daba mal hablar y tenía miedo de que mis hermanos y hermanas me menospreciaran si no me expresaba bien, así que no me atrevía a hablar y compartir sin reparos. A veces, ni siquiera me atrevía a compartir cuando podía arrojar cierta luz y tenía cierta comprensión sobre las palabras de Dios. En realidad, si obtienes algunos resultados al hacer tu deber, eso se debe al esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo y deberías comunicarlo para que más hermanos y hermanas puedan beneficiarse de ello. Sin embargo, me dejé afectar por mis sentimientos de inferioridad y me preocupaba pasar vergüenza si me ponía nerviosa y no me expresaba bien. En su lugar, elegía huir y me perdía una oportunidad de practicar. Mis sentimientos de inferioridad me ataban y me hacían sentir limitada en todo lo que hacía o decía; no podía ofrecerme proactivamente como voluntaria para asumir cargas y no avanzaba para nada en mi entrada en la vida. Cuando vi el daño que me causó vivir con esos sentimientos de inferioridad, oré a Dios: “Querido Dios, mis sentimientos de inferioridad me han atado desde que era niña. Después de que empecé a creer en Ti, me siguieron limitando y no pude cumplir bien con mi deber. No quiero seguir viviendo con sentimientos de inferioridad; quiero cambiar esta situación. Te ruego que me ayudes a despojarme de las ataduras de las emociones negativas”.

Más tarde, leí las palabras de Dios: “Entonces, ¿cómo puedes evaluarte y conocerte con precisión, y escapar de la emoción de inferioridad? Debes tomar las palabras de Dios como base para obtener conocimiento sobre ti mismo, para averiguar cómo son tu humanidad, tu calibre y tu talento, y qué puntos fuertes tienes. Por ejemplo, supongamos que te gustaba cantar y lo hacías bien, pero algunas personas no dejaban de criticarte y menospreciarte, diciendo que no tenías oído y desafinabas, así que ahora te parece que no sabes cantar bien y ya no te atreves a hacerlo delante de los demás. Debido a que esas personas mundanas, esas personas atolondradas y mediocres, hicieron valoraciones y juicios inexactos sobre ti, los derechos que merece tu humanidad se vieron coartados y tu talento sofocado. En consecuencia, no te atreves ni a cantar una canción y solo te atreves a cantar en voz alta y soltarte cuando estás solo. Dado que por lo general te sientes tan terriblemente reprimido, no te atreves a cantar una canción a no ser que estés solo; es entonces cuando lo haces y disfrutas del momento en que puedes cantar alto y claro, ¡qué momento maravilloso y liberador! ¿Verdad que sí? Debido al daño que la gente te ha hecho, no sabes o no puedes ver con claridad qué es lo que realmente sabes hacer, en qué eres bueno y en qué no. En este tipo de situación, debes realizar una correcta evaluación y valorarte a ti mismo, de acuerdo con las palabras de Dios. Debes constatar lo que has aprendido y dónde están tus puntos fuertes, y lanzarte a hacer lo que sabes hacer. En cuanto a las cosas que no sabes hacer, tus carencias y deficiencias, debes reflexionar sobre ellas y conocerlas, y también debes evaluar con precisión y saber cómo es tu calibre, además de si es bueno o malo. Si no puedes comprender o lograr un conocimiento claro de tus propios problemas, entonces pídeles a las personas con entendimiento que te rodean que emitan una valoración sobre ti. Al margen de que lo que digan sea o no exacto, al menos te servirá de referencia y te permitirá tener un juicio o caracterización básica de ti mismo. Entonces podrás resolver el problema esencial de la emoción negativa de inferioridad y salir poco a poco de ella. La emoción de inferioridad se resuelve con facilidad si uno puede discernirla, abrir los ojos ante ella y buscar la verdad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (1)). Las palabras de Dios me permitieron encontrar una senda de práctica. Debo evaluarme y valorarme de acuerdo con las palabras de Dios y no dejarme afectar por las evaluaciones imprecisas de los demás ni permitir que influyan en cómo me percibo y me juzgo. Pensé en que Dios había dicho que podía preguntarles a los hermanos y hermanas que conozco bien su valoración de mí y, luego, evaluarme de manera objetiva según las palabras de Dios. Por lo tanto, le pregunté a algunas hermanas que me conocían bien. Ellas dijeron: “En realidad, no eres tan inútil como dices que eres. Normalmente, sí tienes tu propia comprensión de los principios relacionados con tu deber y puedes compartir algo de lo que entiendes sobre las palabras de Dios. A veces, también puedes ayudar a los hermanos y hermanas. Debes tratarte a tí misma como corresponde”. Cuando oí cómo me evaluaban mis hermanas, me di cuenta de que no era tan mala como pensaba. Las valoraciones equivocadas de las demás personas no podían seguir rigiendo mi vida ni causando que me juzgara a mí misma. En realidad, no es cierto que no tuviera ningún punto fuerte. Aunque mi personalidad es algo introvertida y tengo menos capacidad de expresión que otras personas, la mayoría de las veces soy capaz de explicar algunas cosas con claridad, puedo encontrar buenas sendas de práctica al hacer mi deber y puedo desempeñar un papel. Debo tratar mis deficiencias de forma racional. Después, cuando los pensamientos negativos sobre mí misma volvían, pensaba: “Dios decide las capacidades lingüísticas que tiene una persona. No puedo sentirme inferior a los demás por mis deficiencias en este aspecto y acabar viéndome limitada en todo momento. Debo adoptar la mentalidad correcta, afrontarlo de forma adecuada y esforzarme al máximo para hacer bien las cosas que puedo hacer”.

Una vez, le conté a una hermana sobre mi estado. Ella dijo que mi problema principal era que daba demasiada importancia a mi orgullo y me preocupaba demasiado por lo que los demás pensaban de mí. Busqué palabras de Dios que estaban relacionadas con resolver este tipo de estado para leerlas. Las palabras de Dios dicen: “Cuando los ancianos de la familia te dicen a menudo que ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’, es para que le des importancia a quedar bien, vivas una vida respetable y no hagas cosas que te causen deshonra. Entonces, ¿guía este dicho a la gente de un modo positivo o negativo? ¿Puede conducirte a la verdad? ¿Puede llevarte a entenderla? (No). ¡Desde luego que no puede! Lo que Dios requiere de las personas es que sean honestas. Cuando has cometido una transgresión, has hecho algo malo o has llevado a cabo alguna acción que se rebela contra Dios y va en contra de la verdad, debes reflexionar sobre ti mismo, conocer tu error y diseccionar tus actitudes corruptas; solo así puedes llegar al verdadero arrepentimiento, y de ahí en adelante actuar de acuerdo con las palabras de Dios. ¿Qué clase de mentalidad necesitan poseer las personas para practicar ser honestas? ¿Hay algún conflicto entre la mentalidad requerida y el punto de vista ejemplificado por el dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’? (Sí). ¿Qué conflicto hay? El objetivo de ese dicho es que las personas concedan importancia al hecho de vivir el lado alegre y colorido de la vida y de hacer cosas que las dejen en buen lugar —en vez de otras que sean malas o deshonrosas o de poner al descubierto su lado más desagradable— e impedir que vivan una vida que no es respetable ni digna. Por el bien de su propio orgullo, por pulir su propia imagen, uno no puede hablar de sí mismo como si fuera totalmente inútil, y menos aún hablarles a los demás sobre el lado oscuro y los aspectos más vergonzosos de uno, ya que una persona debe vivir una vida respetable y digna; para tener dignidad uno necesita orgullo y para tener orgullo uno necesita aparentar y levantar una fachada. ¿Acaso no se contradice eso con ser una persona honesta? (Sí). Cuando eres una persona honesta, ya has renunciado al dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’. Si quieres ser una persona honesta, no le des importancia a tu imagen; la imagen de una persona no vale un céntimo. Ante la verdad, uno debe desenmascararse, no aparentar ni levantar una fachada. Uno debe revelar a Dios sus verdaderos pensamientos, los errores que ha cometido, los aspectos que vulneran los principios-verdad, etc., y también dejar al descubierto esas cosas ante sus hermanos y hermanas. No se trata de vivir por el bien del propio orgullo, sino más bien en aras de ser una persona honesta, perseguir la verdad, ser un verdadero ser creado, satisfacer a Dios y ser salvado. No obstante, cuando no entiendes esta verdad ni las intenciones de Dios, las cosas con las que tu familia te condiciona tienden a ser predominantes en tu corazón. Así que cuando haces algo malo, lo encubres y finges, pensando, ‘No puedo contarle esto a nadie y tampoco permitiré que nadie que lo sepa se lo cuente a los demás. Si alguno de vosotros lo cuenta, no dejaré que se vaya de rositas. Mi orgullo es lo primero. Vivir no sirve para otra cosa que no sea el propio orgullo, que es más importante que cualquier otra cosa. Si una persona no tiene orgullo, pierde toda su dignidad. Así que no puedes hablar con sinceridad, has de fingir y encubrir las cosas, de lo contrario, ya no tendrás orgullo ni dignidad, y tu vida carecerá de cualquier valor. Si nadie te respeta, no vales nada; no eres más que basura sin valor’. ¿Resulta posible lograr ser una persona honesta si se practica de esta manera? ¿Es posible ser completamente franco y diseccionarse a uno mismo? (No). Obviamente, al hacerlo estás acatando el dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’ con el que tu familia te ha condicionado. Sin embargo, si te desprendes de ese dicho para perseguir y practicar la verdad, dejará de afectarte y ya no volverá a ser el lema o principio conforme al cual hagas las cosas, y en lugar de eso harás justo lo contrario al dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’. No vivirás por el bien de tu orgullo ni de tu dignidad, sino en aras de perseguir la verdad, ser una persona honesta, buscar satisfacer a Dios y vivir como un auténtico ser creado. Si te atienes a este principio, te habrás desprendido de los efectos condicionantes que tu familia ejerce sobre ti(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Cuando me comparé con las palabras de Dios, entendí por qué nunca me atrevía a sincerarme o a expresar mi propia opinión. El problema principal era que me habían afectado los venenos satánicos, como “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. Consideraba mi orgullo como lo más importante que hay y pensaba que, si una persona quedaba mal, también perdía su dignidad. Soy de pocas luces y no tengo buenas capacidades lingüísticas, así que sentía que valía la mitad que los demás: me sentía muy inferior. Tendía a ponerme nerviosa cuando hablaba delante de muchas personas y temía que mis hermanos y hermanas me despreciarían si no lograba expresarme bien, por lo que prefería permanecer en silencio. Cuando tenía buenos métodos y formas de hacer mi deber, debía comunicárselos a mis hermanos y hermanas, no solo para ayudarles, sino también para mejorar los resultados y la eficacia de sus deberes. Sin embargo, para preservar mi propio orgullo, me negaba y ponía excusas una y otra vez. Me di cuenta de que daba demasiada importancia a mi orgullo y pensaba en mí misma en todo momento. ¡Era realmente demasiado egoísta y vil! La voluntad de Dios es que las personas sean honestas, aprendan a sincerarse sobre sí mismas y hasta pongan de manifiesto sus propias deficiencias y defectos. No deben encubrir las cosas ni disfrazarse. Cuando entendí la voluntad y las exigencias de Dios, le oré: “Querido Dios, no quiero que mi orgullo me ate y limite todo el tiempo. Quiero dejar atrás mis emociones negativas de inferioridad. Te ruego que me guíes para que pueda practicar la verdad”.

Una vez, como había obtenido ciertos resultados al hacer mi deber, el supervisor me pidió que hablara al respecto cuando estábamos resumiendo el trabajo. Apenas pensé en compartir frente a tanta gente, sentí un poco de miedo. Estaba a punto de negarme, cuando me di cuenta de repente de que cada entorno que se presentaba en mi vida lo hacía con el permiso de Dios. Este era Dios, que me daba una oportunidad para practicar la verdad, y debía afrontarla. Recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Si permites que tus defectos y fallos coexistan contigo, entonces permite que existan y, aunque otros perciban tus defectos, esto puede incluso llegar a resultarte beneficioso, además de ser una protección, lo cual impedirá que te vuelvas arrogante y vanidoso. Por supuesto, para muchas personas requiere coraje revelar sus propios defectos y fallos. Algunas dicen: ‘Todo el mundo revela sus propios puntos fuertes y méritos. ¿Quién revelaría deliberadamente sus propios puntos débiles y defectos?’. No es que los reveles de manera deliberada, sino que permites que se revelen. Por ejemplo, si eres tímido y te sueles sentir nervioso al hablar cuando hay mucha gente alrededor, puedes tomar la iniciativa de decirles: ‘Me pongo nervioso con facilidad cuando hablo; lo único que os pido a todos es que mostréis comprensión y no me critiquéis’. Tomas la iniciativa de revelar tus defectos y fallos a todo el mundo, de modo que puedan ser comprensivos y tolerantes contigo y para que así te conozcan. Mientras más te conozcan todos, más tranquilo estará tu corazón y menos te constreñirán tus defectos y fallos. En realidad, esto te resultará beneficioso y te será de ayuda. Encubrir siempre tus defectos y fallos demuestra que no quieres coexistir con ellos. Si permites que coexistan contigo, tienes que revelarlos; no te sientas avergonzado o desalentado ni tampoco inferior a los demás, tampoco pienses que no eres bueno y no tienes esperanzas de salvarte. Mientras puedas perseguir la verdad y puedas hacer tu deber con todo tu corazón, toda tu fortaleza y toda tu mente, de acuerdo con los principios, y tu corazón sea sincero y no seas superficial respecto a Dios, entonces tienes esperanzas de salvarte(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me permitieron ver que, si una persona tiene algunas deficiencias y problemas, Dios no la condena y eso no significa que esa persona sea inferior a los demás. Dios espera que tratemos nuestras propias deficiencias de manera correcta y aprendamos a convivir con ellas. Si encubrimos nuestras deficiencias por miedo a que los demás nos menosprecien, esto es disfrazarse y usar artimañas, y estaremos limitados en todo momento, sin poder siquiera hacer en su plenitud lo que sí somos capaces de hacer. Soy introvertida por naturaleza y me pongo nerviosa cuando estoy con muchas personas; también tengo mala capacidad de expresión. Dios lo había decidido. No debía pensar constantemente en cómo evitar ponerme nerviosa al hablar o qué hacer con mi mala capacidad de expresión. Debo enfrentar a Dios y practicar ser una persona honesta, hablar exactamente de cómo he trabajado y cuál ha sido mi experiencia. Siempre que me esfuerce al máximo por hacerlo bien, será suficiente. Oré en silencio a Dios: “Querido Dios, no quiero pensar en mi orgullo. Solo quiero abordar esta conversación como una oportunidad para practicar la verdad y ser una persona honesta. ¡Te ruego que me guíes!”. Por lo tanto, compartí con todos mis experiencias durante ese período y los logros que había obtenido al hacer mi deber. Aunque a veces me ponía nerviosa y no hablaba con mucha elocuencia, esto no me limitó, y mi corazón se sintió liberado. Las palabras de Dios me hicieron reflexionar y entenderme a mí misma, y me despojé de a poco de las ataduras y limitaciones de los sentimientos de inferioridad para poder cumplir mi deber con una actitud proactiva y positiva. ¡Gracias a Dios!

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