4. Cómo desprenderse y permitir que los hijos aprendan a ser independientes

Por Qin Yue, China

Pasé mi infancia y crecí al lado de mi madre. Vi cómo ella se esforzaba por los trabajos, matrimonios y las vidas de mis hermanos y la mía. Aunque nos hemos casado y tenemos hijos, ella sigue dedicando mucho tiempo y energía a ayudarnos a cuidar de nuestros hijos. Mi suegra es igual, no solo crio a sus propios hijos, sino que también ayudó a criar a cada uno de sus nietos y se ganó el respeto de la familia y el elogio de quienes la rodeaban. Pensé que esa era la responsabilidad de una madre y algo que debía imitar. De a poco, ser una buena esposa y una madre amorosa se convirtió en mi meta.

En 2005, acepté el evangelio de Dios de los últimos días y, a través de Sus palabras, aprendí que Dios se ha encarnado y que está expresando la verdad para juzgar y purificar a las personas, lo que les permite conocer la raíz del pecado, despojarse de sus actitudes corruptas y alcanzar la salvación de Dios. Me sentí muy emocionada. Vi que había muchas personas que aún no habían oído la voz de Dios ni habían acudido a Él, así que también empecé a trabajar para predicar el evangelio. En 2013, una persona malvada me denunció cuando estaba predicando el evangelio, por lo que me vi obligada a dejar mi hogar e ir a cumplir mi deber a otro lugar.

Casi sin darme cuenta, una década entera pasó volando. En abril de 2023, volví a casa y mi madre me contó que mi hija ya se había casado y que el bebé tenía entonces unos dos meses. Fui a la ciudad donde vivía mi hija y finalmente me reuní con ella. Mi hija me dijo que, una vez, cuando dormía en la misma habitación que su cuñada, en sueños, no paraba de llamarme: “Mamá… Mamá…”. Oír esto me partió el corazón. Cuando mi hija estaba embarazada y dio a luz, yo no estuve a su lado y no cumplí mi responsabilidad como madre. Realmente quería quedarme y ayudar a mi hija, darle más cariño y cuidados, y compensar la deuda que tenía con ella. Mi esposo también me instó a quedarme. Pensé: “Si asumo un deber diferente y regreso con ellos, podría ayudar a mi hija. Mi hija tiene la salud delicada y no puede cuidar del bebé, y este es el momento exacto en que necesita mi ayuda”. Así que acepté considerar la posibilidad de quedarme. Pero, después, me di cuenta de lo crítico que era este momento para la difusión del evangelio. Yo era líder de la iglesia y había mucho trabajo del que encargarse. Por el momento, no encontraba a nadie que pudiera asumir mis deberes, así que, si abandonaba y desatendía el trabajo de la iglesia para cuidar de mi familia, eso no estaría de acuerdo con la intención de Dios. Por un lado, estaba el trabajo de la iglesia y, por el otro, las dificultades de mi hija. No sabía cómo elegir. Tenía sentimientos muy encontrados, así que decidí ayudarlos lo más posible mientras estuviera con ellos. Busqué pasajes de las palabras de Dios para compartir con mi hija mientras hacía las tareas del hogar y cuidaba del bebé y, por las noches, me despertaba para calentar la leche y dar de comer a mi nieta. Aunque no podía descansar bien por las noches y a veces estaba tan agotada que terminaba empapada en sudor y con dolor en la espalda y la cintura, me sentía satisfecha y pensaba que eso era lo que debía hacer. El tiempo pasó volando y, sin darme cuenta, llegó el momento de partir. Aunque quería quedarme, me fui de todos modos porque pensaba en mi deber. Más tarde, aunque estaba cumpliendo mi deber, no paraba de pensar en regresar para cuidar de mi hija. Ya no tenía demasiado sentido de carga por mi deber y, cuando veía trabajo al que debía dar seguimiento o los problemas que tenían los hermanos y hermanas, solo daba pláticas sencillas y no me esmeraba de verdad por resolver sus problemas. Hasta quería encontrar cuanto antes a alguien adecuado para reemplazarme en mi deber y así tener la oportunidad de regresar y cuidar de mi hija. Como estaba en un estado de indiferencia respecto a mi deber, no daba seguimiento a tiempo al trabajo evangélico ni al de riego, lo que retrasaba el trabajo. Los líderes superiores señalaron mis problemas y dijeron que no tenía sentido de carga por mi deber. Reflexioné sobre cómo, últimamente, había estado sintiéndome culpable con mi hija y sobre cómo no tenía motivación para dar seguimiento al trabajo, y que ambas cosas estaban afectando el trabajo. Me sentí realmente angustiada. Me di cuenta de que mi estado no era del todo correcto, así que acudí de inmediato a Dios en oración. Oré para que Dios me guiara para desprenderme de mis afectos y poder cumplir bien con mi deber.

Más tarde, leí las palabras de Dios: “Supongamos que uno de vosotros dijera: ‘Nunca podré desprenderme de mis hijos. Han tenido una salud delicada desde su nacimiento y son cobardes y tímidos por naturaleza. Además, tampoco tienen buen calibre y los demás siempre los acosan en la sociedad. No puedo desprenderme de ellos’. Que no seas capaz de hacerlo no significa que no hayas terminado de cumplir con tus responsabilidades hacia ellos, esto es solo producto de tu afecto. Puede que digas: ‘Siempre estoy preocupado y me pregunto si mis hijos han estado comiendo bien o si tienen problemas estomacales. Si no mantienen horarios regulares de comidas y se alimentan a base de comida chatarra durante mucho tiempo, ¿desarrollarán problemas estomacales? ¿Contraerán algún tipo de enfermedad? Y si están enfermos, ¿habrá alguien que los cuide, que les muestre amor? ¿Se preocupan sus cónyuges por ellos? ¿Los cuidan?’. Tus preocupaciones son simplemente el fruto de tu afecto y el lazo de sangre que tienes con tus hijos, pero no son tus responsabilidades. La única responsabilidad que Dios les ha impuesto a los padres es la de criar y cuidar de los hijos hasta que llegan a adultos. Después de eso, ya no tienen ninguna más hacia ellos. En esto consiste observar la responsabilidad de los padres desde la perspectiva de la ordenación de Dios. ¿Lo entiendes? (Sí). No importa que tan intensos sean tus sentimientos ni el momento en el que tus instintos paternales comienzan a hacer efecto, eso no es cumplir con tus responsabilidades, es solo el resultado de tus sentimientos hacia ellos. Sus consecuencias no provienen de la razón humana ni de los principios que Dios le ha enseñado al hombre, tampoco de la sumisión de este a la verdad y, desde luego, no derivan de sus responsabilidades. En cambio, surgen de los sentimientos del hombre y así se los llama, sentimientos. […] En lugar de vivir de acuerdo con las normas dictadas por Dios referidas a las responsabilidades parentales, experimentas estas emociones de manera muy profunda y te ocupas de tus hijos conforme a ellas. No vives según las palabras de Dios, solo sientes, contemplas y lidias con este asunto en función de tus sentimientos. Es decir, no sigues el camino de Dios. Resulta obvio. Tus responsabilidades parentales, de acuerdo con la enseñanza de Dios, concluyeron en el momento en que tus hijos llegaron a la edad adulta. ¿Acaso no es este método de práctica que te enseñó Dios fácil y simple? (Lo es). Si practicas conforme a las palabras de Dios, no realizarás esfuerzos inútiles y les concederás a tus hijos cierta libertad y la oportunidad para desarrollarse, sin causarles problemas ni molestias adicionales ni imponerles cargas extra. Y, dado que son adultos, hacerlo de esta manera les permitirá afrontar el mundo, sus vidas y los diversos problemas que encuentren en su día a día y en su existencia desde una perspectiva madura, utilizando métodos para el abordaje y la observación de situaciones autónomos y una visión del mundo independiente propia de un adulto. Estas son las libertades y los derechos de tus hijos, y más aún, son acciones que deben llevar a cabo como adultos y que no tienen nada que ver contigo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). “Los padres no son sus niñeras gratuitas ni tampoco sus esclavos. Por mucho que los padres esperen de sus hijos, no es necesario que consientan que les den órdenes arbitrarias a cambio de nada, ni que se conviertan en sus sirvientes, criadas o esclavos. Más allá de los sentimientos que albergues por tus hijos, tú sigues siendo una persona independiente. No deberías hacerte responsable de sus vidas adultas solo porque sean tu descendencia, como si eso fuera lo más correcto. No hace ninguna falta. Son adultos, ya has cumplido con tu responsabilidad de criarlos. En cuanto a si van a pasarla bien o mal en el futuro, si van a ser ricos o pobres y si van a experimentar una existencia plena o desdichada, es asunto suyo. Son cosas que a ti no te atañen. Como padre o madre, tu obligación no es cambiar esas circunstancias. […] una vez que los hijos se hacen mayores, los padres no tendrían que responsabilizarse de cómo les va en el trabajo, la carrera, la familia o el matrimonio. Puedes preocuparte por esos temas e interesarte por ellos, pero no hace falta que te los eches por completo a la espalda, que los encadenes a tu lado, que los lleves contigo a todas partes, que los vigiles vayan donde vayan y pienses: ‘¿Han comido bien hoy? ¿Son felices? ¿Les va bien en el trabajo? ¿Los aprecia su jefe? ¿Lo ama su cónyuge? ¿Son obedientes sus hijos? ¿Sacan buenas notas?’. ¿Qué tienen que ver contigo semejantes cosas? Tus hijos pueden resolver sus propios problemas, no hace falta que te involucres. ¿Por qué te pregunto qué tienen que ver estas cosas contigo? Porque con esto pretendo darte a entender que no tienen que ver contigo en absoluto. Has cumplido con tus responsabilidades hacia tus hijos, los has criado hasta la edad adulta, así que deberías dar un paso al costado. En cuanto lo des, no querrá decir que no te quede nada por hacer. Todavía quedan muchas cosas pendientes por hacer. En lo que se refiere a las misiones que tienes que completar en esta vida, aparte de criar a tus hijos hasta que se hacen adultos, también tienes otras. No solo eres padre o madre de tus hijos, eres un ser creado. Debes presentarte ante Dios y aceptar el deber que ha establecido para ti. ¿Cuál es tu deber? ¿Lo has llevado a cabo? ¿Te has dedicado a él? ¿Has tomado la senda de la salvación? Estos son los aspectos sobre los que debes reflexionar. En cuanto a dónde irán tus hijos al hacerse adultos, cómo serán sus vidas y sus circunstancias, si serán felices y estarán alegres, no tienen nada que ver contigo. Tus hijos ya se han emancipado, tanto en términos prácticos como mentalmente. Deberías dejarlos ser independientes, desprenderte, y no deberías intentar controlarlos. Ya sea en términos prácticos o en términos de afecto o parentesco carnal, has cumplido con tus responsabilidades y no existe ninguna relación entre tú y tus hijos. […] Si tu descendencia es autosuficiente, significa que has cumplido con todas tus responsabilidades hacia ella. Por tanto, hagas lo que hagas por tus hijos cuando las circunstancias lo permitan, que les muestres o no atención y cuidado no deja de ser solo afecto, y es superfluo. O si tus hijos te piden que hagas algo, eso también es superfluo, no estás obligado a ello. Debes comprenderlo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Hice introspección a la luz de las palabras de Dios. En lo que respecta a mis hijos, seguía confiando en mis propios sentimientos y no veía las cosas según las palabras de Dios. Dios dice que la responsabilidad de los padres solo es cumplir con su deber de criar a sus hijos y cuidar de ellos cuando todavía son menores de edad, pero que, una vez que crecen y se convierten en adultos, ya han cumplido con sus responsabilidades. Pero yo había pensado erróneamente que los padres siempre debían cuidar de sus hijos y que, cuando tuvieran dificultades, los padres siempre debían estar a su lado para ayudarlos a resolverlas y permitirles sentir afecto y felicidad. Pensaba que eso era lo que debía hacer una madre competente. Sobre todo, cuando pensaba en que no había estado presente cuando mi hija se casó o tuvo hijos y en que no había recibido los cuidados que yo había querido darle, me sentía culpable con ella y quería quedarme para cuidarla. Al vivir con esta perspectiva equivocada, no podía ver las cosas de forma racional. Mi hija ya era una adulta, pero yo aún quería cuidar de ella. Hasta había pensado en modificar mis deberes para poder quedarme con ella y cuidarla. Esto me llevó a cumplir mis deberes despistadamente y por inercia. Además, en algunos trabajos, los líderes tuvieron que darme recordatorios y estimularme todo el tiempo para que los hiciera, lo que afectó el trabajo. Siempre había querido encargarme de todo lo relacionado con mi hija y pensaba que no podría manejar su vida sin mi ayuda. Solo estaba siendo demasiado sentimental y no podía ver las cosas según las palabras de Dios. Ahora entendí que ya había cumplido con mis responsabilidades. Mi hija tenía 32 años, ya era una adulta, una mujer madura con sus propios pensamientos y perfectamente capaz de vivir su propia vida. También tenía que experimentar las dificultades de criar hijos. Además, no soy su niñera no remunerada. Sería una tontería dedicar todo mi tiempo y energía a mi hija. De hecho, no es malo que los hijos pasen por algunas dificultades. Es bueno para ellos. Debía aprender a desprenderme y permitir que mi hija creciera libremente. Haciendo memoria, siempre me había preocupado demasiado por mi hija desde que era niña. No la dejaba hacer ninguna tarea del hogar para que pudiera centrarse en sus estudios y, cuando creció, aún no sabía cocinar bien. Cuando volví esa última vez, vi que mi hija había aprendido a hacer sopa de pollo y que había comenzado a encargarse de varias tareas cotidianas. Si yo hubiera estado en casa, me habría hecho cargo de todo y mi hija no habría podido desarrollarse de ninguna manera. Como madre, debía aprender a desprenderme y darle a mi hija la oportunidad de crecer y desarrollarse. Soy un ser creado, no la sirvienta de mi hija, y tengo mi propia misión que cumplir. Debo cumplir bien con el deber de un ser creado y perseguir la verdad para alcanzar la salvación.

Al ser consciente de mis pensamientos y opiniones erróneos, empecé a reflexionar: “¿De dónde proviene esta opinión equivocada de ‘ser una buena esposa y una madre amorosa’?”. Vi este pasaje de las palabras de Dios: “Satanás ha corrompido profundamente a las personas que viven en esta sociedad real. Independientemente de si han recibido formación o no, una gran parte de la cultura tradicional está arraigada en sus pensamientos e ideas. En particular, las mujeres deben atender a sus maridos y criar a sus hijos, ser buenas esposas y madres cariñosas, dedicar su vida entera a sus maridos e hijos y vivir para ellos, asegurarse de que la familia tome tres comidas completas al día, lavar la ropa, limpiar la casa y hacer bien todas las otras tareas domésticas. Este es el estándar aceptado para ser una buena esposa y una madre afectuosa. Las mujeres también piensan que las cosas deberían hacerse de esta manera; si las hacen de otro modo, no son buenas mujeres e infringen la conciencia y los criterios de moralidad. Infringir estos criterios morales pesará mucho en la conciencia de algunas; sentirán que han decepcionado a sus maridos e hijos y que no son buenas mujeres. Pero una vez que creas en Dios y hayas leído muchas de Sus palabras, entendido algunas verdades y calado algunos asuntos, pensarás: ‘Soy un ser creado y debería cumplir mi deber como tal y esforzarme por Dios’. En este momento, ¿hay algún conflicto entre ser una buena esposa y una madre amorosa y cumplir tu deber como ser creado? Si quieres ser una buena esposa y una madre cariñosa, no puedes dedicar todo tu tiempo a cumplir tu deber, pero si quieres dedicarte por completo a cumplir tu deber, no puedes ser una buena esposa y una madre afectuosa. ¿Qué haces en ese caso? Si eliges cumplir bien tu deber, encargarte del trabajo de la iglesia y ser leal a Dios, debes renunciar a ser una buena esposa y una madre amorosa. ¿Qué pensarías en esta situación? ¿Qué tipo de desacuerdo surgiría en tu mente? ¿Sentirías que has decepcionado a tus hijos y a tu marido? ¿De dónde proviene este sentimiento de culpa y desasosiego? Cuando no cumples bien el deber de un ser creado, ¿sientes que has decepcionado a Dios? No tienes ningún sentimiento de culpa o reproche porque no hay el más ligero indicio de la verdad en tu corazón y en tu mente. Por tanto, ¿qué es lo que entiendes? La cultura tradicional y ser una buena esposa y una madre cariñosa. De esta manera, surgirá en tu mente esta noción: ‘Si no soy una buena esposa y una madre afectuosa, no soy una mujer buena ni decente’. A partir de ese momento, esta noción te atará y te encadenará, y seguirá siendo así incluso después de que creas en Dios y cumplas tu deber. Cuando haya un conflicto entre cumplir tu deber y ser una buena esposa y una madre amorosa, aunque tal vez elijas de mala gana cumplir tu deber, pues quizá tienes un poco de lealtad, seguirás sintiéndote desasosegada y culpable en el corazón. Por tanto, cuando tengas un poco de tiempo libre mientras cumplas tu deber, buscarás la oportunidad de cuidar de tus hijos y de tu marido, querrás compensarlos aún más y pensarás que eso está bien, aunque debas sufrir más, con tal de tener la conciencia tranquila. ¿Acaso no proviene todo esto de la influencia de las ideas y las teorías de la cultura tradicional sobre ser una buena esposa y una madre cariñosa? Ahora tienes un pie puesto en cada lado: quieres cumplir tu deber bien, pero también quieres ser una buena esposa y una madre afectuosa. Sin embargo, ante Dios solo tenemos una responsabilidad, una obligación, una misión: cumplir correctamente el deber de un ser creado. ¿Has cumplido bien este deber? ¿Por qué volviste a desviarte del camino? ¿Realmente no te sientes culpable ni te haces reproches en tu interior? Al cumplir tu deber, puedes alejarte del camino porque la verdad todavía no se ha asentado ni reina en tu corazón. Aunque ahora seas capaz de cumplir tu deber, en realidad aún no estás a la altura de los criterios de la verdad ni de los requisitos de Dios. ¿Puedes apreciar claramente este hecho ahora? ¿A qué se refiere Dios cuando dice que ‘Dios es la fuente de la vida del hombre’? El sentido de esta frase es que todo el mundo se dé cuenta de lo siguiente: la vida y el alma de todos provienen de Dios y Él las creó; no provienen de nuestros padres y, ciertamente, tampoco de la naturaleza, sino que Dios nos las ha dado. Solo nuestra carne nació de nuestros padres, del mismo modo que nuestros hijos nacen de nosotros, pero su porvenir está totalmente en manos de Dios. El hecho de que podamos creer en Dios es una oportunidad que Él ofrece; Él así lo decreta y es Su gracia. Por tanto, no es necesario que cumplas tus obligaciones o responsabilidades hacia nadie más; solo deberías cumplir tu deber hacia Dios como ser creado. Esto es lo que la gente debe hacer por encima de cualquier otra cosa, la acción principal que se debe llevar a cabo como asunto primordial de la vida de cada uno. Si no cumples bien tu deber, no eres un ser creado cualificado. A ojos de otros, es posible que seas una buena esposa y una madre cariñosa, una ama de casa excelente, una buena hija y un miembro destacado de la sociedad, pero ante Dios eres alguien que se rebela contra Él, que no ha cumplido en absoluto su obligación o deber, que aceptó Su comisión, pero no la completó, y que se rindió a mitad de camino. ¿Puede alguien así ganar la aprobación de Dios? Este tipo de personas no tiene ningún valor(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). La exposición de las palabras de Dios me permitió reflexionar sobre mis problemas. No había podido cuidar de mi hija debido a que el PCCh me perseguía, ya que tuve que dejar mi hogar para cumplir mi deber, por lo que había vivido sintiéndome culpable con ella. La verdad era que la cultura tradicional me había influenciado. Creía que una mujer debía orientar su vida en torno a su esposo e hijos y ocuparse bien de sus comidas diarias, su vida cotidiana y sus rutinas. Hasta había pensado en criar y cuidar bien de la generación siguiente de mis hijos y que esto era lo que significaba cumplir con mis responsabilidades; de lo contrario, me criticarían por no ser una buena mujer. “Ser una buena esposa y una madre amorosa” era el estándar con el que una generación tras otra había medido la conducta moral de una mujer. Así que, cuando mi hija se casó y tuvo hijos, naturalmente, pensé que debía criar a sus hijos y encargarme de su ropa, comida, vivienda y transporte para permitir que mi hija disfrutara del cuidado y el cariño de una madre y se sintiera feliz. Sentía que eso era lo que significaba cumplir con mi responsabilidad como madre. Cuando mi hija no pudo disfrutar de estas cosas, me sentí culpable con ella, así que quise que me reasignaran a otro deber para poder regresar con mi hija y cuidar más de ella. Hasta perdí la motivación para cumplir mi deber. Vi que no había sido leal ni sumisa a Dios y que el lugar que mi familia y mi hija ocupaban en mi corazón había superado el de Dios. ¿Cómo podía llamarme una creyente? Al pensarlo ahora, aunque cuidara de mi hija, si no pudiera cumplir bien con mi deber, me faltara tiempo y energía para perseguir la verdad y me pasara los días ocupada viviendo sumida en los sentimientos de la carne, al final, al morir, dejaría una vida sin frutos. ¿Qué valor o sentido tenía una vida así? Fue Dios el que me dio la vida y me permitió tener una familia y una hija. También fue Dios quien, en Su gracia, me permitió oír Su voz y que entendiera la verdad, supiera cómo comportarme y discerniera a todo tipo de personas, acontecimientos y cosas, con la esperanza de que pronto pudiera liberarme de las ataduras y la corrupción de Satanás, obtener la verdad y, en última instancia, la salvación. Pero no entendí la meticulosa intención de Dios. Siempre estaba pensando en los intereses de mi hija y de mi familia y no consideraba el trabajo de la iglesia. Vivía sumida en mis propios afectos; no tenía sentido de carga por mi deber ni sentía que le debía algo a Dios. ¡Realmente no tenía conciencia ni razón alguna y no era digna de que me llamaran ser humano! Las ideas tradicionales de Satanás me habían envenenado muy en lo profundo. Sin la verdad, ¡era realmente patética!

Más tarde, encontré en las palabras de Dios la senda de práctica para tratar a los hijos adultos. Dios Todopoderoso dice: “Si siempre quieren hacerlo todo por sus hijos y asumir el coste de sus dificultades, y de buen grado se convierten en sus esclavos, ¿acaso no es demasiado? Es innecesario porque excede lo que se espera de los padres. […] Dios determina el porvenir de cada persona; por tanto, nadie puede por sí mismo predecir ni cambiar la cantidad de bendiciones o sufrimientos que experimenta en la vida, el tipo de familia, el matrimonio o los hijos que tenga, las experiencias que viva en la sociedad y los acontecimientos que vivencie en su existencia, y los padres tienen todavía menos capacidad para cambiarlos. Por consiguiente, si los hijos se encuentran con alguna dificultad, en caso de que los padres tengan la habilidad para hacerlo, deben ayudarlos de forma positiva y proactiva. Si no, mejor que se relajen y contemplen estos asuntos desde la perspectiva de seres creados y, de la misma manera, traten a sus hijos como seres creados. Ellos deben experimentar tu mismo sufrimiento, vivir tu vida, también atravesarán el mismo proceso que tú has vivenciado al criar a niños pequeños, así como los vericuetos, fraudes y engaños que experimentas en la sociedad y entre la gente, los enredos emocionales y los conflictos interpersonales, y cualquier cosa similar que hayas experimentado. Ellos, como tú, son todos seres humanos corruptos llevados por las corrientes de la maldad, los ha corrompido Satanás; no puedes escapar de tal cosa y ellos tampoco. Por tanto, pretender ayudarlos a evitar todo sufrimiento y disfrutar de todas las bendiciones del mundo es una ilusión tonta y una idea estúpida. Da igual lo amplias que puedan ser las alas de un águila, no pueden proteger a los jóvenes aguiluchos toda su vida. Llegarán a un punto en el que crezcan y vuelen solos. Cuando la joven ave elige volar sola, nadie sabe en qué tramo de cielo o dónde elegirá hacerlo. Por tanto, la actitud más racional para los padres después de que crezcan sus hijos es la de desprenderse, dejar que experimenten la vida por sí mismos, permitirles vivir de manera independiente y afrontar, manejar y resolver por su propia cuenta los diversos desafíos de la existencia. Si buscan tu ayuda, y tienes la capacidad y las condiciones para dársela, por supuesto, puedes echarles una mano y aportarles la ayuda necesaria. Sin embargo, el requisito previo es que, sin importar la ayuda que les proporciones, ya sea financiera o psicológica, solo puede ser temporal y no puede cambiar ningún problema sustancial. Deben transitar su propia senda en la vida y no tienes la obligación de cargar con ninguno de sus asuntos o sus consecuencias. Esta es la actitud que los padres deben tener hacia sus hijos adultos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). “Si dedicas todo tu tiempo, tu energía y tu mente a la verdad y los principios, y si te enfocas en los aspectos positivos como, por ejemplo, cómo cumplir correctamente con tu deber y cómo presentarte ante Dios, y si solo empleas tu energía y tu tiempo en estos aspectos positivos, las recompensas que obtendrás serán diferentes. Conseguirás beneficios de lo más sustanciosos. Sabrás cómo vivir, cómo comportarte, cómo enfrentarte a cualquier clase de persona, acontecimiento y asunto. Una vez que lo sepas, esto te permitirá en gran medida someterte con naturalidad a las instrumentaciones y arreglos de Dios. Cuando seas capaz de hacerlo, te convertirás sin darte cuenta en la clase de persona que Dios acepta y ama. Piénsalo, ¿no te parece bien? Tal vez todavía no lo sepas, pero a medida que vives y aceptas las palabras de Dios y los principios-verdad, llegarás de manera imperceptible a vivir, a contemplar a las personas y las cosas y a comportarte y actuar de acuerdo con las palabras de Dios. Eso significa que te someterás a Sus palabras inconscientemente, te someterás a Sus exigencias y las satisfarás. Te habrás convertido entonces, sin darte cuenta, en la clase de persona que Dios acepta, en quien confía y a quien ama. ¿No es maravilloso? (Sí). Por tanto, si gastas tu energía y tu tiempo en perseguir la verdad y en cumplir con tu deber de manera apropiada, al final, obtendrás beneficios de lo más valiosos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Las palabras de Dios me permitieron entender cómo tratar a los hijos adultos. La soberanía y predestinación de Dios decide el porvenir de cada persona, y Dios dispone todo el sufrimiento y las bendiciones que los hijos experimentarán en la vida. Esto no es algo que los padres puedan cambiar. Como padres, debemos tratar a nuestros hijos de acuerdo con las palabras de Dios. Así como Dios dijo, nacemos en un mundo que Satanás ha corrompido, enfrentamos el caos, los enredos y las complicaciones de vivir con los demás y experimentamos la vida en toda su amargura y dulzura. Los hijos también deben pasar por estas cosas y aprender a afrontar diversas dificultades. Si realmente necesitan nuestra ayuda, debemos ayudarlos en la medida de nuestras capacidades, ya sea guiando sus pensamientos o brindándoles ayuda económica. Si tenemos tiempo, podemos ayudar a cuidar de sus hijos, pero, si no, no deberíamos obligarnos a hacerlo. Aún tenemos nuestros propios deberes que cumplir y, como seres creados, debemos cumplir con nuestro deber del trabajo evangélico, que es lo más importante.

En junio de 2024, volví a casa para ocuparme de algunos asuntos. Me enteré de que a mi hija no le iba bien en el trabajo, que la familia tenía problemas financieros muy grandes y que ella quería empezar un negocio. Mi yerno había encontrado trabajo en otra ciudad, pero no tenía un lugar donde quedarse. Me preocupaba que sufrieran, así que intenté pensar en formas de resolver sus dificultades. Pero mi hija dijo: “No debes preocuparte por mí. Encontraré alguna manera de resolver mis propios problemas”. Al oír a mi hija decir esto, me sentí un poco avergonzada y pensé en lo que Dios dijo: “Ellos deben experimentar tu mismo sufrimiento, vivir tu vida, […] pretender ayudarlos a evitar todo sufrimiento y disfrutar de todas las bendiciones del mundo es una ilusión tonta y una idea estúpida(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Sí, ella ya había crecido y se había vuelto independiente, y yo ya no debía seguir involucrándome en su vida. Tenía que desprenderme y permitirle manejar las cosas por sí misma. Al pensar en todo esto, me sentí en paz. Debía cumplir bien con mi deber y dejar de preocuparme por ella. Aunque, a veces, todavía pienso en las dificultades de mi hija, sé en mi corazón que esto es algo que ella debe experimentar, y que yo debo dedicar mi corazón a mi deber. Cuando practiqué de esta manera, sentí una sensación de liberación y libertad en mi corazón.

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