5. Días de amnesia

Por Chen Jing, China

Eran las 5 de la tarde pasadas del 1 de mayo de 2003. Caminaba de regreso a casa cuando vi a la hermana Li Nan parada junto al teléfono público. Me saludó con la mano y me hizo señas para que me acercara. Se la veía ansiosa, como si tuviera algo que decirme, así que me apresuré. Con un susurro contenido me dijo que había enviado un mensaje por bíper a otra hermana, pero que aún no se había contactado. Mientras hablábamos, sonó el teléfono público. Pensé que sería la hermana devolviendo el llamado, así que contesté. Para mi sorpresa, oí la voz de un hombre. Me di cuenta de que algo no andaba bien, así que colgué rápido. Li Nan y yo apenas habíamos dicho nada más cuando vimos que un jeep verde se detenía con un crujido cerca de donde estábamos. De él saltaron cuatro o cinco policías de civil y corrieron hacia donde estábamos, mientras gritaban: “¡Aquí están! ¡Rápido! ¡Son ellas! ¡Las creyentes en Dios Todopoderoso!”. Al enfrentar una detención inminente, sentí el corazón en la garganta y, en silencio, oré a Dios sin parar: “Querido Dios, por favor, protege mi corazón y no permitas que sea una judas”. Cuando terminé de orar, me di cuenta de que aún tenía mi bíper y mi tarjeta con chip, así que, mientras nadie miraba, los dejé caer en la zanja que tenía al lado. Luego, recordé que también tenía los registros de la reunión, y rápidamente los saqué, los rompí y los arrojé al suelo. Uno de los policías me vio y gritó: “¿Qué está rompiendo esa mujer?”. Otro agente tomó con furia los trozos de papel y nos empujó a Li Nan y a mí dentro del jeep, maldiciéndonos sin cesar.

En la estación de policía, nos interrogaron por separado. Cuando entré en la sala, vi a tres policías de pie detrás de una mesa. Me miraron como si fuera el enemigo y rechinaron fuerte los dientes. Me puse un poco nerviosa pero no dejé de orar a Dios: “Querido Dios, por favor, no permitas que me convierta en una judas. Sin importar cómo me interroguen, no debo vender a mis hermanos y hermanas”. Después de orar, mi corazón se fue calmando de a poco. Un policía comenzó a ladrarme preguntas: “¿Cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿Cuántos años tienes? ¿Hace cuánto crees en Dios? ¿Quiénes son tus líderes? ¿Cuántas personas hay en la iglesia?…”. Solo les di mi nombre y dirección reales, pero no dije nada sobre la iglesia. Uno de los policías golpeó la mesa con furia y dijo: “¡Habla! ¡O te daremos una paliza!”. No dije nada, y los tres se turnaron para interrogarme sin parar durante varias horas. Pensé: “Parece que no se detendrán hasta que les dé algo. ¿Tal vez podría nombrar a alguien que haya sido expulsado? Esa persona no pertenece a la iglesia”. Pero luego, me vinieron a la mente las palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). El carácter de Dios es inofendible. Dios desdeña a quienes lo traicionan más que a nadie. La policía no dejaba de interrogarme para que vendiera a la iglesia. Si decía una sola cosa, seguramente seguirían presionándome para obtener más información. Era impensable que yo hiciera algo para traicionar a Dios. Pensando en esto, no dije nada. Como vio que seguía sin hablar, un policía de mediana edad se me acercó con una mueca lasciva y me tomó por la barbilla. Dijo: “¿Tal vez hablarás después de que te dé un beso? ¿O qué te parece si pasamos la noche juntos?”. Me disgustaba especialmente lo perversos que eran y le dije con verdadero enojo: “Eres un oficial de policía. ¿Cómo puedes hablar así? ¡Así hablan los rufianes!”. Uno de los otros se acercó, estirando el cuello y jadeando, y gritó: “¿Vas a hablar o no? Si no, ¡te mataremos a golpes! ¡Te daremos a probar nuestras porras!”. Y fue a buscar la porra. Entonces me asusté y, en mi corazón, me apresuré a pedir a Dios que me diera valor y fe y que evitara que me convirtiera en una judas. Uno de los policías me miró furioso y se abalanzó sobre mí. Me cubrí el pecho con los brazos por instinto, pero aún así me dio un golpe violento que me dejó tambaleante. Dijo, feroz: “¡Te daré una lección por no hablar! ¡Ahora verás lo que te puedo hacer!”. Sujetando su porra, otro de los policías gritó: “Te enseñaré qué pasa cuando no confiesas. ¡A ver si te gusta!”. Mientras decía esto, levantó la porra y me golpeó violentamente con ella. Me giré instintivamente a la derecha y la porra me golpeó con fuerza el lado izquierdo de la cabeza. Después del golpe, la cabeza me quedó zumbando, me desplomé en el suelo y perdí el conocimiento. No supe cuánto tiempo había estado inconsciente. Tenía la mente completamente en blanco y no recordaba nada. Pensé: “¿Cómo llegué aquí?”. Sentía la cabeza adormecida y algo dolorida a la vez. Me quedé en el piso sin poder moverme. Lo único que percibía era que se me había dormido la mano. No podía sentír el lado derecho del cuerpo ni controlarlo, como si tuviera paralizada esa mitad. Después de bastante tiempo, finalmente recordé que me habían detenido por creer en Dios. Al ver mi estado, la policía había dejado de interrogarme. Me levantaron, me llevaron a la cárcel de detención y me arrojaron al piso.

En cuanto llegué a la cárcel, me rodearon varias hermanas y, al ver cómo me habían golpeado, dijeron con enojo: “¿Cómo pueden ser tan crueles? ¿Cómo pueden golpear a una persona que estaba perfectamente bien y dejarla así? ¡No tienen humanidad para nada! ¡Son verdaderamente una pandilla de diablos!”. Las hermanas me frotaron las manos y las piernas para confortarme. Eso me conmovió tanto que comencé a llorar. Sabía que este era el amor de Dios y mi corazón se entibió. Encerradas conmigo había ocho hermanas. Xin Ming era una de ellas. Ambas estábamos en la misma celda. Cuando llegué a la cárcel de detención, aún tenía la mente relativamente despejada, y mi habla y mis reacciones eran normales; aunque no podía mover el lado derecho del cuerpo con facilidad. No podía estirar mi brazo derecho y tenía que mantenerlo como si estuviera llevando una canasta. No me podía lavar bien la cara y ni siquiera podía sacar la pasta de dientes del tubo. Durante las comidas, solo podía usar la cuchara con la mano izquierda. Al caminar, tenía que arrastrar el pie derecho como si la mitad de mi cuerpo estuviera paralizada. Mis hermanas temían que quedara así, por lo que me ayudaban a ejercitarme a diario durante el descanso de mediodía. Una hermana sostenía mi brazo en alto y otra lo frotaba para que circulara la sangre; mientras, otra de las hemanas me ayudaba a mover la pierna y me empujaba hacia adelante de a poco con el pie, o se ponía en cuclillas y me movía la pierna hacia adelante con las manos. Al ver el estado al que había llegado mi cuerpo, me sentía muy débil y pensaba: “Un lado de mi cuerpo está paralizado; no puedo cuidarme sola y soy una carga para las hermanas que tienen que cuidar de mí. ¿No me he convertido en una inútil?”. Pensar esto me hizo mucho daño. Como me sentía negativa y débil, pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “En esta etapa de la obra se nos exige la mayor fe y el amor más grande. Podemos tropezar por el más ligero descuido, pues esta etapa de la obra es diferente de todas las anteriores. Lo que Dios está perfeccionando es la fe de las personas, que es tanto invisible como intangible. Lo que Dios hace es convertir las palabras en fe, amor y vida(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (8)). Las palabras de Dios me dieron fe. Él había permitido que me sucediera esto para perfeccionar mi fe. A pesar de que la policía me había dejado incapacitada, como Dios usaba a las hermanas para cuidarme, atenderme y compartir Sus palabras conmigo, yo experimentaba Su amor. Aunque no sabía cuándo me recuperaría, ver que Dios me guiaba constantemente me daba fe para seguir.

En la cárcel de detención, las hermanas me ayudaban a ejercitarme todos los días. Me vestían por la mañana, me daban pan de maíz al vapor en las comidas y me ayudaban a preparar la cama por la noche. A menudo, también compartían conmigo las palabras de Dios y cantaban himnos para mí. Me conmovía ver que me cuidaban así. Y odiaba mucho a la policía por dejarme inválida de una forma que me dificultaba hacer hasta las cosas más normales. A pesar de esto, todos los días me hacían permanecer sentada desde la mañana temprano hasta las 7 de la tarde como al resto, y tenía frío todo el día. Incluso me ponían de guardia durante una hora a la noche, pero las hermanas se turnaban para ocupar mi lugar y ayudarme. Un més después, el Comité Central del PCCh me sentenció a dos años de reeducación a través del trabajo por “perturbar el orden social”. Me sentía muy mal. Tenía medio cuerpo paralizado y no podía cuidarme sola; estaba inútil. ¿Cómo podría soportar esos dos largos años? Las hermanas me reconfortaban diciendo: “Tenemos que confiar en Dios y Él nos ayudará. ¡Debemos tener fe en Él!”. Mientras nos transportaban a prisión, las hermanas cantaron muchos himnos. Uno de ellos era “Deseo ver el día en que Dios gane la gloria”, y me conmovió mucho: “Llevo la encomienda de Dios en el corazón y nunca me arrodillaré ante Satanás. Aunque nos corten la cabeza y corra la sangre, el pueblo de Dios no perderá el coraje. Daré un rotundo testimonio de Dios y humillaré a los diablos y a Satanás. Dios predestina el dolor y las adversidades. Le seré fiel y me someteré a Él hasta la muerte. Nunca más haré que Dios llore ni se preocupe. Ofrendaré mi amor y lealtad a Dios y completaré mi misión para glorificarlo(Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos). Mientras escuchaba, me sentí muy animada y comencé a cantar con ellas; cuanto más cantaba, mayor se volvía mi fe. Aunque me habían incapacitado y enviado a prisión, este sufrimiento tenía un significado. Gracias a él podía dar testimonio de Dios y humillar al diablo Satanás. Esto era algo glorioso. Al pensar en esto, ya no me sentí negativa y estuve dispuesta a someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios. Cuanto más cantábamos, más emocionadas nos sentíamos. Algunas lloraban cuando cantaban, no porque extrañaran su hogar o por angustia debido a la condena, sino porque sentían felicidad y alegría en sus corazones. ¡Se sentía tan glorioso poder dar testimonio de Dios!

Los guardias de la prisión vieron que yo no podía hacer trabajo manual y no querían aceptarme. Discutieron largo rato antes de aceptarme a regañadientes. Me enviaron a trabajar en el taller. Cuando el supervisor vio que no podía hacer nada, me envió a limpiar los baños. Como no tenía sensibilidad en el lado derecho del cuerpo, caminaba con dificultad, apoyándome totalmente en la pierna izquierda y arrastrando la derecha. Para fregar el suelo, me agachaba sobre la pierna izquierda y arrastraba la derecha, y limpiaba con dificultad usando solo la mano izquierda. Cuando terminaba de fregar una zona, me costaba mucho ponerme de pie. Limpiaba todos los días desde la mañana temprano hasta las 10 de la noche. Me sentía agraviada y pensaba: “Me hacen trabajar con el cuerpo en este estado. ¡Verdaderamente no tratan a las personas como seres humanos!”. Lo que me enojaba aún más era que, todos los días, los guardias de la prisión también me obligaban a hacer ejercicios matutinos con los prisioneros del equipo de entrenamiento. Teníamos que correr y, cuando estaba de pie en medio del equipo y todos comenzaban a correr, me tiraban al suelo. A pesar de esto, no me permitían detenerme. Nunca podía seguir el ritmo de los ejercicios, así que el jefe de departamento me castigaba haciéndome caminar alrededor del patio. No podía levantar la pierna derecha, por lo que la arrastraba cuando caminaba. Después de una larga vuelta al patio, ya estaba demasiado cansada como para seguir y los costados de mi zapato estaban agujereados. Con el pasar del tiempo, ya no podía soportarlo y me sentía muy débil por dentro. Xin Ming compartió conmigo, me dio aliento y consuelo, y me recitó un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Debes sufrir adversidades por la verdad, debes sacrificarte por la verdad, debes soportar humillación por la verdad y, para obtener más de la verdad, debes padecer más sufrimiento. Esto es lo que debes hacer. […] Debes buscar todo lo que es hermoso y bueno, y debes buscar un camino en la vida que sea de mayor significado(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Al oír las palabras de Dios, comprendí que, a través de este sufrimiento, Dios quería inculcarme la verdad. Soportar este sufrimiento tenía sentido y debía experimentarlo con fe. Aunque estaba incapacitada y aún debía trabajar, Dios estaba conmigo, al igual que las hermanas, quienes compartían conmigo Sus palabras. Sentía que Dios nunca me había dejado. Sentía Su amor.

Como no me habían dado ningún tratamiento, mi salud empeoraba día a día. No me atrevía a mover el lado derecho de mi cuerpo ya que, cuando lo hacía, el dolor era insoportable. Cuando estaba acostada no podía levantarme y las hermanas me ayudaban a incorporarme. Mi mano derecha estaba muy rígida y ni siquiera podía enjuagarme la boca cuando me lavaba los dientes. Xin Ming suplicó al jefe de departamento y, finalmente, dejaron de hacerme limpiar los baños. Sin embargo, no me dejaban quedarme acostada. Tenía que permanecer sentada más de 10 horas todos los días antes de que me dejaran dormir. Yo soportaba el dolor y, muy débil, me recostaba en la pared sin osar moverme. Luego, mi estado empeoró más y más. La mano izquierda empezó a temblarme al sujetar la cuchara y, a la hora de comer, se me caía la comida por todas partes. Tenía la mente completamente en blanco, como si no tuviera pensamientos. Aparte de saber que creía en Dios y de querer oír a las hermanas compartir Sus palabras, no sabía nada más. Mis recuerdos siempre estaban fragmentados. Olvidaba cosas que acababan de suceder y otras solo las recordaba por un tiempo. Mi cerebro reaccionaba con lentitud y me quedaba mirando a las cosas inexpresivamente. A veces, me reía como una estúpida sin saber por qué. Solo me daba cuenta y dejaba de hacerlo cuando una hermana me decía que parara. En ese momento, tenía el coeficiente intelectual de un niño pequeño y hablaba entrecortado y muy despacio. A menudo me sentaba encorvada en la cama, mirándome las manos y los pies, y solía reírme nerviosamente sin darme cuenta. Una vez, Xin Ming regresó a la celda después de terminar el trabajo y yo comencé a sonreírle como si hubiera visto a un familiar. Ella me palmeó el hombro y preguntó: “¿Por qué sonríes? ¿Sabes cuál es mi nombre?”. Yo me limité a seguir sonriendo, sacudí la cabeza y dije: “No… lo… sé”. Poco después, recordé y dije: “Tu… nombre… es… Ming”. Pero, por mucho que pensara, no podía recordar su apellido. El jefe del campo de trabajo vio mi estado y temió que muriera alli y él tuviera que asumir la responsabilidad, así que permitió que el médico del campo me diera una infusión. Sin embargo, el médico me dio remedios al azar, sin revisarme primero. Como resultado, no solo no mejoré, sino que me puse peor. Se me comenzaron a hinchar las manos y los pies, no podía mover los dedos de las manos y los de los pies se enrojecieron e hincharon como si estuvieran congelados. No les quedó otra opción que llevarme al hospital provincial. Al examinarme descubrieron que tenía una acumulación subdural de líquido debido a un golpe en la cabeza, y eso me estaba comprimiendo los nervios y causando hemiplejia. El médico dijo que, si el fluido no se extraía a tiempo quirúrgicamente, podía morir. Pero mi familia no podía pagar la operación, así que me devolvieron al campo de trabajo. En el camino de vuelta, los oí decir por lo bajo: “Ella no puede pagar el tratamiendo, pero no podemos dejarla morir aquí. Deberíamos darle la libertad condicional médica”. Mi memoria era intermitente y no me precupaba demasiado por nada. Solo sabía que creía en Dios y le encomendaba a Él tanto mi vida como mi muerte.

Cuando regresé al campo, me ubicaron en una celda distinta y no pude contactar a las hermanas con las que había estado antes. Durante ese tiempo, tenía mucho dolor. Me sentaba en la cama de cara al pasillo, esperando ver a alguna hermana. Cuando estaba con ellas, a menudo compartían conmigo las palabras de Dios y me daban aliento, pero ahora me sentía muy sola y perdida. Mi cerebro no funcionaba muy bien y no podía recordar las palabras de Dios, ni tampoco escuchar a las hermanas compartiéndolas conmigo. ¿Dios ya no me quería? Sentía mucho dolor y me preguntaba qué sentido tenía mi vida sin Dios. Luego pensé en morir. Dejé de comer. Alguien de la celda salió a buscar a Xin Ming, y ella vino a verme cuando el supervisor no estaba por allí. Estaba muy feliz de verla. Se acercó a mi cama y me dio una palmadita. Mientras me ayudaba a frotarme la mano y el brazo, me preguntó, “¿Por qué no comes? ¿Eso le hace bien a tu salud?”. Entre lágrimas, dije: “Yo… te… extrañé. Ellos… me pusieron… aquí… donde no hay… nadie… para compartir… las palabras de Dios… conmigo. Estoy… tan… sola. ¿Dios… ya… no me quiere? Mi vida… ya no tiene… ningún sentido”. Xi Ming me consoló, diciendo: “Dios aún nos quiere. ¡Solo está esperando que demos testimonio de Él! ¡Tenemos que vivir bien!”. Luego, me recitó un himno de las palabras de Dios “Estoy decidido a amar a Dios”: “Todas las cosas, todo está en Tus manos; mi porvenir y mi propia vida están en Tus manos. Ahora, busco amarte e, independientemente de si me dejas amarte, de cómo perturbe Satanás, estoy decidido a amarte. Yo mismo estoy dispuesto a buscar a Dios y a seguirlo. Ahora, aunque Dios quiera abandonarme, yo no dejaré de seguirlo. Tanto si Él me quiere como si no, yo seguiré amándolo, y al final debo ganarlo. Yo le ofrezco mi corazón a Dios, e independientemente de lo que Él haga, lo seguiré durante toda mi vida. Pase lo que pase, debo amar a Dios y ganarlo; no descansaré hasta que lo haya ganado(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El amor genuino por Dios es espontáneo). Xin Ming me dijo: “¡Debemos tener fe verdadera en Dios! No importa qué nos suceda, debemos seguirlo hasta el final. La determinación que teníamos antes no debe flaquear. Solo eso es amar a Dios de verdad y tener fe verdadera. Ahora, la situación es diferente y las hermanas no están aquí, y por eso piensas que Dios no te quiere. ¿No estás malinterpretando a Dios? ¿Dónde está tu fe? Dios ha dispuesto esta situación con la esperanza de que nos mantengamos firmes en nuestro testimonio de Él. ¡Debemos mantener nuestra fe en Dios!”. Después de la plática de Xin Ming, supe que no era que Dios no me quisiera, y comprendí que tenía que vivir bien sin ser una cobarde. Tenía que seguir a Dios hasta el final, como fuera. Tenía esperanza una vez más, mi corazón se iluminó y fui feliz de nuevo. Cuando Xin Ming estaba a punto de irse, tomé su mano, reacia a dejarla ir, y dije: “Yo… quiero… oír… las palabras de Dios”. Ella dijo que regresaría y me exhortó a orar más a Dios cuando las cosas se pusieran difíciles, porque Dios me escucharía. Tras su partida, oré a Dios, diciendo: “Querido… Dios, me siento… tan… sola, sin… nadie… aquí, mi… cerebro… no funciona… bien, quiero… oír… Tus palabras, por favor… envíame… a alguien, quiero… oír… Tus palabras”.

Al día siguiente, el jefe de departamento dijo: “Chen, aquí tienes una compañera de celda. Ella te hará compañía”. ¡Cuando vi que era la hermana He Li me sentí eufórica! Sabía que Dios había escuchado mi plegaria. He Li también estaba feliz de verme. Abrazándome, me dijo: “Oí que estabas malherida por las golpizas y quería verte, ¡y por fin puedo verte!”. He Li me cuidó todos los días con esmero, me ayudó a ejercitarme, me hablaba y a menudo compartía conmigo las palabras de Dios. Eso me daba aliento y me reconfortaba. Con el tiempo, mi mente comenzó a responder y pude interactuar con ella. Un día, me miré las manos y dije a He Li: “¿Cuándo… mejorará… mi salud? ¿Mejorará…?”. Ella platicó conmigo: “¿Acaso Dios no dijo estas palabras? ‘¡Dios Todopoderoso es un médico omnipotente! Vivir en la enfermedad es estar enfermo, pero vivir en el espíritu es estar sano. Mientras tengas aliento, Dios no te dejará morir(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). ‘Cuando las personas atraviesan pruebas, es normal que sean débiles, internamente negativas o que carezcan de claridad sobre las intenciones de Dios o sobre la senda en la que practicar. Pero en general, debes tener fe en la obra de Dios y, como Job, no debes negarlo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Debemos vivir según las palabras de Dios y no desesperar. Dios es Todopoderoso y está en Sus manos que nos recuperemos de las enfermedades. ¡No debemos quejarnos para nada! Job nunca perdió su fe en Dios al atravesar sus tremendas pruebas, ¡así que tenemos que creer en Sus palabras y tener fe verdadera en Él!”. Me sentí muy feliz al oír eso. Pensé que las palabras de Dios eran grandiosas.

Cerca de diciembre, mejoré un poco. Me estaba lavando los pies, cuando de repente noté que mi pierna y mi pie derechos estaban blancos. Las uñas de ese pie no me habían crecido durante seis meses. No me había dado cuenta antes. Pensé: “Mi brazo y mi pierna no muestran signos de recuperación. Por cómo se ven, seguro moriré. Solo tengo 41 años. ¿De verdad voy a morir así?”. Me sentí un poco afligida y oré a Dios: “Querido Dios, me han detenido por mi fe en Ti. Aunque muera, no lo lamentaré. Si puedo seguir viviendo, ¡entonces seguiré creyendo en Ti!”. Oré estas palabras de forma intermitente en mi corazón. Después de orar, sentí que la sangre recorría mi cuerpo y me acaloré un poco. No me había pasado antes. Al día siguiente, cuando He Li me estaba ayudando en el baño, me di cuenta de que podía levantar un poco la pierna derecha. Antes de eso, He Li siempre había tenido que jalar de mi pierna a través del umbral cuando iba al baño. Esta vez, ella estaba a punto de agacharse pero, antes de que pudiera jalarme la pierna, ¡logré hacerlo sola! Cuando vimos esto nos emocionamos mucho y me sentí muy agradecida a Dios. El 26 de diciembre, aprobaron mi libertad condicional médica. No esperaba que sucediera esto. En aquel momento, solo podían concederla a dos personas, pero éramos tres enfermos graves en la cárcel, así que me sorprendió que me la dieran. El supervisor dijo: “Chen, tu esposo está aquí para recogerte. Puedes irte a casa. Cumplirás una condena de un año en casa. No tienes permitido predicar el evangelio y notificaremos al gobierno local para que te vigile”. Estaba muy contenta. Xin Ming también estaba feliz por mí. Se apresuró a ayudarme a juntar mis cosas y me sirvió de sostén para salir de la celda. Mi esposo tuvo que pagar al campo de trabajo una fianza de 2000 yuanes, y recién entonces pude abandonar ese infierno en la tierra.

Una vez en casa, todo lo que podía hacer era estar acostada en la cama. No podía mover los brazos ni las piernas. Me sentía impotente. Ese año había sido realmente muy difícil en casa. Debíamos más de 10000 yuanes. Incluso tuvimos que pedir un préstamo para pagar mi libertad condicional. Como no teníamos dinero, no podía recibir ningún tratamiento. A veces sufría porque vivía en la enfermedad, pero sabía que estaba en manos de Dios y que dependía de Él si mejoraba o no. Dios es mi mayor sostén. Oraba a Dios a menudo y, de a poco, me fortalecí espiritualmente. En ese momento, moría de ganas por leer las palabras de Dios. Sin embargo, como el PCCh aún me vigilaba, los hermanos y hermanas no podían contactarse conmigo. Mi madre era creyente y me llevó una copia manuscrita de las palabras de Dios. Yo estaba emocionada y se la quité de las manos con prisa. Las leía una y otra vez. Aunque no podía recordarlas, las comprendía. Me sentía muy alegre y en calma, y no pensaba en si viviría o moriría. Mientras pudiera leer las palabras de Dios, estaría contenta. Después de dos o tres meses, podía caminar cojeando y con algún apoyo, sin tomar ningún remedio ni recibir inyecciones, y podía comer sola.

Un día de 2004, encontré un paquete envuelto en papel en mi cajón. Cuando lo abrí, vi un casete con la cinta enredada y pensé: “¿Es un casete de himnos?”. Le pedí a mi hijo que lo desenredara y lo pusiera en el reproductor y, para mi sorpresa, comenzó a sonar. ¡Estaba tan emocionada de escuchar himnos de las palabras de Dios! Después de eso, los escuchaba a diario, una y otra vez, y mi corazón se regocijaba cada vez más al hacerlo. Me sentía profundamente inspirada, sobre todo cuando escuchaba “Canción de los vencedores”: “¿Alguna vez habéis aceptado las bendiciones que os han preparado? ¿Alguna vez habéis perseguido las promesas que os hicieron? Bajo la guía de la luz, os abriréis paso entre el yugo de las fuerzas de la oscuridad. En medio de la oscuridad, no perderéis la guía de la luz. Seréis los amos de todas las cosas. Seréis vencedores delante de Satanás. Cuando caiga el reino del gran dragón rojo, os erguiréis entre la infinidad de personas como prueba de Mi victoria. Permaneceréis firmes e inquebrantables en la tierra de Sinim. A través de los sufrimientos que soportéis, heredaréis Mis bendiciones, e irradiaréis Mi luz de gloria por todo el universo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las palabras de Dios al universo entero, Capítulo 19). Comprendí que la obra de Dios en los últimos días es utilizar la persecución del gran dragón rojo para perfeccionar a un grupo de vencedores. Aunque había pasado algunas penurias y había quedado inválida, ese entorno había perfeccionado mi fe y era capaz de mantenerme firme gracias a la guía de las palabras de Dios. Después de quedar inválida, no solo perdí la memoria, sino que ni siquiera podía cuidarme sola. Me sentía negativa y débil, una y otra vez. Solo encontré la fe para superar esa difícil situación porque Dios me ayudó con la plática de las hermanas, que compartieron Sus palabras conmigo repetidamente. Esto me mostró que las palabras de Dios son la luz y que, en cualquier momento, pueden iluminar el camino para que las personas avancen y mostrarles una senda a seguir. Al atravesar esta situación, auque mi carne sufrió un poco, fui capaz de comprender la verdad, mi fe en Dios creció y gané algo de entendimiento sobre Su omnipotencia y soberanía. ¡Mi sufrimiento había sido tan significativo! Las palabras de Dios me motivaron y mi estado mejoraba día a día. Recuperé gran parte de mi memoria y podía hablar con coherencia. Para 2005, ya podía caminar con lentitud. A fines de ese año, tomé un tren sola para ir a otra ciudad a visitar a mi hermana menor y predicarle el evangelio de Dios Todopoderoso. Cuando mis familiares me vieron tan recuperada, algunos exclamaron: “¡Realmente hay un Dios!”. Otros dijeron: “¡Tu Dios es verdaderamente omnipotente!”. La suegra de mi hermana mayor también aceptó el evangelio de Dios de los últimos días después de escuchar mi experiencia. Más tarde me curé completamente. Mi pierna ya no estaba débil y volví a ser una persona normal. Los que me rodeaban estaban asombrados de cuán rápido me había recuperado. Una vez, me encontré con Xin Ming en la calle y no podía expresar la emoción que sentía. La abracé inmediatemente y estábamos tan conmovidas que lloramos. Cuando tuve un control de seguimiento en 2018, el médico miró soprendido mi radiografía durante largo rato y dijo que la tumefacción de sangre en mi cabeza ya se había calcificado. ¡Que la hinchazón se hubiera calcificado sin tratamiento después de que mi cerebro fuera gravemente dañado era un milagro! Cuando oí esto, ¡agradecí a Dios con todo mi corazón! De a a poco, me recuperé y pasé de ser una inválida moribunda a ser una persona normal; esto era algo que nadie se hubiera imaginado.

Al haber tenido esta experiencia, vi que Dios administra todas las cosas y que la vida y la muerte de las personas están en Sus manos. Como Dios dice: “El corazón y el espíritu de las personas están al alcance de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees en todo esto o no, todas las cosas y cualquiera de ellas, ya estén vivas o muertas, se moverán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Mi fe en Dios creció mucho gracias a esta experiencia especial. Él me dio una segunda oportunidad en la vida. Sin importar qué persecución o tribulación enfrente en el futuro, me mantendré siempre firme en mi fe para seguir a Dios y siempre cumpliré bien mi deber para retribuir Su amor.

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