48. Mi personalidad introvertida ya no me hace sentir negativa

Por Song Yuan, China

Desde pequeña, he sido introvertida. Ni siquiera sabía quiénes eran todos mis compañeros en la escuela. No tenía muchos amigos y no me gustaba socializar demasiado con los demás, ya que sentía que no había nada de lo que hablar. De a poco, empecé a tener mucho miedo de hablar con desconocidos y, cuando había mucha gente, me ponía muy nerviosa y tenía aún menos ganas de hablar, pues temía hacer el ridículo delante de los demás si decía algo incorrecto.

Cuando estaba en la escuela secundaria, mi familia y yo aceptamos la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Más tarde, empecé a practicar diseño gráfico en la iglesia, que era un deber que consistía principalmente en estar sentada frente a una computadora. Como mucho, hablaba sobre mi propio estado durante las reuniones, pero no tenía que interactuar demasiado con los demás, así que mi personalidad introvertida no me suponía una gran limitación. En 2022, asumí el deber de riego. Al principio, la hermana Jiayin y yo nos reuníamos con los nuevos fieles. Jiayin no era para nada tímida. Al contrario, se le daba muy bien charlar con los nuevos fieles y, al hacerlo, lograba entender sus estados y problemas para luego encontrar los pasajes pertinentes de las palabras de Dios y compartirlos con ellos. A los nuevos fieles les agradaba mucho y estaban dispuestos a hablar con ella. Cada vez que veía esto, me daba mucha envidia. Deseaba ser igual de extrovertida que ella y poder hablar con la gente con la misma facilidad. Esto a mí me parecía muy difícil, y me preguntaba cómo mi hermana podía hacerlo tan fácilmente. Los observaba charlar desde fuera y siempre sentía que no encajaba con ellos, lo que me hacía sentir mal. A veces, Jiayin me pedía que hablara. Yo podía hablar un poco sobre las preguntas que tenían los nuevos fieles, pero, en cuanto empezaba a hablar, tartamudeaba y repetía las cosas todo el tiempo. Nunca lograba expresar bien lo que quería decir. Sentía que tenía tan poca aptitud que ni siquiera podía hablar correctamente y, cuando mi hermana me encargaba a los nuevos fieles, nunca estaba segura de lo que debía decirles. Me ponía nerviosa solo con pensar en reunirme por mi cuenta con los nuevos fieles, pues temía que, si no me expresaba bien, no les agradaría y ya no querrían volver a reunirse. Me preocupaba aún más que mis dificultades para comunicarme me impidieran cumplir mi deber. Dado que regar a los nuevos fieles y predicar el evangelio requieren hablar con la gente y que yo carecía precisamente de esta habilidad, sentía que, si no podía regar a los nuevos fieles, tampoco podría cumplir bien con ningún otro deber, lo que me hacía preguntar: “Si no tengo ningún deber que cumplir, ¿cómo podré ser salva? ¿Qué futuro o destino tendré?”. Como había asumido este deber, tenía que encontrar la manera de superar esta dificultad. Más adelante, empecé a escuchar con atención cómo mi hermana charlaba con los demás, qué decía como introducción, cómo lograba entender las dificultades de los nuevos fieles, etc. Memoricé estas cosas y las tuve presentes para saber qué decir cuando me reuniera con los nuevos fieles. Pero, cuando finalmente fui a reunirme por mi cuenta con ellos, me puse muy nerviosa. La mente no me respondía y olvidé la mayor parte de lo que había memorizado. Reuní algo de valor y me obligué a hablar siguiendo el ejemplo de lo que mi hermana había dicho, pero lo que decía sonaba muy soso. Incluso preguntar algo tan simple como “¿Cómo has estado últimamente?” no me salía con la misma naturalidad que cuando lo decía mi hermana, y, tras decir unas pocas palabras, se generaba un silencio incómodo. Me desdeñaba a mí misma y pensé: “¿Por qué me cuesta tanto expresarme? ¡Ni siquiera puedo decir bien unas pocas frases básicas!”. Realmente quería cambiar mi personalidad introvertida, ya que sentía que solo haciéndolo podría estar más a la altura del deber de riego y solo entonces mi futuro y mi destino estarían asegurados. Pensé que tal vez no había practicado lo suficiente, así que, a partir de entonces, cada vez que había una reunión, intentaba hablar más con los nuevos fieles, pero simplemente no lograba mejorar. Entonces, pensé en orar más a Dios y que quizás, si Él me guiaba, me volvería más extrovertida y capacitada para comunicarme. Pero, después de orar varias veces, no podía sino seguir poniéndome nerviosa cuando conocía gente y, de a poco, me desanimé y pensé: “¿Por qué no he visto ningún cambio después de tanto practicar? Quiero cumplir bien con este deber, pero mi personalidad no sirve para esto. ¿Por qué Dios no me hizo un poco más extrovertida? Si pudiera hablar como Jiayin, sería capaz de cumplir con este deber, ¿verdad? Si sigo teniendo dificultades para comunicarme, ¿pensarán los nuevos fieles que soy una torpe? ¿Seguirán estando dispuestos a reunirse conmigo en el futuro? ¿Qué pasará si me despiden por no cumplir con mi deber?”.

Una vez, una nueva fiel tenía algunas nociones, y los líderes de la iglesia me pidieron que la apoyara. Cuando llegué a casa, me apresuré a buscar las verdades pertinentes. Las repasé varias veces y hasta las memoricé, pero, cuando llegué a la casa de la nueva fiel, seguía tan nerviosa que el corazón me latía con fuerza y tenía las manos sudorosas de apretarlas con tanta fuerza. La nueva fiel también mencionó otras nociones y, aunque tenía algunas ideas sobre cómo resolverlas, estaba tan nerviosa que se me quedó la mente en blanco y, después de unas pocas frases, olvidé lo que iba a decir. Las respuestas de la nueva fiel fueron muy indiferentes. Cuando me fui, pensé: “¡Soy un espanto de mala en esto! Sin dudas, me había preparado bien con antelación, pero, en el momento crucial, simplemente no pude expresarme con claridad. Este deber realmente no es para alguien como yo, que no es elocuente”. Cuanto más lo pensaba, más negativa me sentía.

Después de un tiempo, los líderes enviaron una carta que decía que tenía una personalidad introvertida, que no sabía comunicarme con los demás y que me faltaba sentido de carga en mi deber, por lo que, tras evaluar la situación, decidieron asignarme otro deber. Tuve sentimientos encontrados: “Alguien como yo, que no es elocuente, ni siquiera puede regar a los nuevos fieles y mucho menos predicar el evangelio. No tengo otros talentos, así que, ¿qué otro deber puedo cumplir? La obra de Dios está a punto de terminar y yo no tengo ningún deber; ¿no significa esto que me descartarán?”. Cuanto más lo pensaba, más triste me sentía y me volví tan negativa que hasta empecé a quejarme de Dios. Pensé: “He hecho todo lo posible por cambiar, pero sigo sin poder comunicarme bien. ¿Por qué Dios me dio esta personalidad? Debería haberme hecho más extrovertida y capaz de comunicarme con los demás. Entonces, podría cumplir bien con mi deber”. Mientras tenía estos pensamientos, de repente, me asusté un poco. “¿Acaso no me estoy quejando de Dios?”. Ya no me atreví a seguir pensando así, pero no me sentía motivada en mi deber. En ese momento, el estado de una nueva fiel no era bueno, pero yo no quería ir a compartir con ella para resolverlo. Pensé que, dado que pronto pasaría la nueva fiel a otra hermana para que la regara, podía dejar que la hermana se encargara de sus problemas. Cuando pensé en esto, me sentí algo culpable y me di cuenta de que no era lo correcto. Pensé en las palabras de Dios: “Dios nos da la vida, así que debemos cumplir bien nuestro deber; pues cada día que vivimos, debemos cumplir bien el deber de ese día. Debemos convertir lo que Dios nos ha confiado en nuestra misión principal, hacer de nuestro deber lo primordial en nuestra vida para así completarlo bien. Aunque no busquemos la perfección, podemos esforzarnos por la verdad y actuar basándonos en las palabras de Dios y en los principios-verdad, de modo que podamos satisfacer a Dios, avergonzar a Satanás y no tener remordimientos. Esta es la actitud que los creyentes en Dios deben tener hacia su deber(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Las cinco condiciones que hay que cumplir para emprender el camino correcto de la fe en Dios). Las palabras de Dios me hicieron entender que Él observa la actitud de una persona hacia su deber y si es dedicada y se esfuerza al máximo. Esto es lo más importante. Pensaba que, como era introvertida y no sabía comunicarme bien, no me estaba dedicando a mi deber y no quería esforzarme en buscar la verdad para resolver los problemas de la nueva fiel. No tenía ninguna consideración con su vida. Con esta actitud, no tenía sentido de responsabilidad, así que, ¿cómo podría Dios darme Su aprobación? Aunque me habían reasignado a un nuevo deber, aún quedaban algunas tareas por hacer durante el período de transición. No podía hacerlo por inercia. Tenía que resolver los problemas de la nueva fiel de inmediato y mantenerme firme hasta la última charla. Después, busqué maneras de resolver los problemas de la nueva fiel y, para mi sorpresa, encontré un artículo vivencial muy útil que abordaba exactamente sus problemas. Entonces, compartí las experiencias del autor del artículo con la nueva fiel y, aunque no me expresé con mucha elocuencia, al final, los problemas de la nueva fiel se resolvieron.

Más adelante, los líderes vieron que había escrito algunos artículos de testimonios vivenciales y me asignaron a cumplir deberes relacionados con textos. Tres meses después, los líderes me pidieron que compartiera con algunos hermanos y hermanas los principios para escribir sermones. Cuando pensé en mi personalidad y en mi incapacidad para comunicarme, ni que decir para hablar sobre los principios, me pregunté cómo podría compartir estas cosas con claridad con los demás. Así que dije en un tono severo: “¡Me están obligando a hacer algo que no puedo hacer! ¡Podría obstaculizar el progreso de los demás!”. Por más que los líderes compartieron conmigo, yo me sentía incapaz y me resistía. Cuando los líderes se marcharon, me calmé y me sentí un poco arrepentida y con remordimiento. Me di cuenta de que los deberes que me habían asignado formaban parte de la soberanía y los arreglos de Dios, y que rechazar mi deber de esa manera no estaba de acuerdo con la intención de Dios. Luego, acepté asumir este deber. Sin embargo, mi personalidad introvertida me seguía limitando y me sentía abatida respecto a todo lo que hacía. Pensaba: “De todas formas, no puedo tener éxito en mi búsqueda, así que simplemente seré mano de obra. Con eso bastará”. Aunque sabía que esta mentalidad era errónea, no sabía cómo cambiarla.

Más tarde, encontré un pasaje de las palabras de Dios que realmente me ayudó. Dios Todopoderoso dice: “Las personas no son capaces de resolver algunos problemas. Por ejemplo, puede que seas propenso a ponerte nervioso al hablar con los demás; cuando afrontas situaciones, puede que cuentes con tus propias ideas y puntos de vista, si bien no eres capaz de formularlos con claridad. Te sientes especialmente nervioso cuando hay muchas personas presentes; hablas con incoherencia y te tiemblan los labios. Algunos llegan incluso a tartamudear; otros son si cabe menos capaces de expresarse si hay miembros del sexo opuesto presentes, simplemente no saben qué hacer ni qué decir. ¿Es fácil superar esa situación? (No). Al menos a corto plazo, no te resulta sencillo superar este defecto porque es parte de tus condiciones innatas. […] si puedes superar a corto plazo este defecto, este fallo, hazlo. Si es difícil de superar, no te preocupes por él, no luches contra él ni te desafíes a ti mismo. Por supuesto, si no puedes superarlo, no deberías ser negativo. Aunque no puedas superarlo nunca a lo largo de tu vida, Dios no te condenará, ya que no se trata de tu carácter corrupto. Tu miedo escénico, tu nerviosismo y tu temor, estas manifestaciones no reflejan tu carácter corrupto; ya sean innatos o producto del entorno posterior en la vida, como mucho, son un defecto, un fallo de tu humanidad. Si no puedes cambiarlo a largo plazo, o siquiera en toda tu vida, no te recrees en ello, no permitas que te limite, ni tampoco deberías volverte negativo por ese motivo, pues no se trata de tu carácter corrupto; no tiene sentido intentar cambiarlo o luchar contra él. Si no puedes cambiarlo, entonces acéptalo, deja que exista y trátalo con corrección, ya que puedes coexistir con ese defecto, ese fallo; el hecho de que lo tengas no afecta a que sigas a Dios y hagas tus deberes. Mientras puedas aceptar la verdad y hacer tus deberes lo mejor que te sea posible, todavía te puedes salvar; no afecta a tu aceptación de la verdad ni a tu salvación. Por tanto, no deberías verte limitado a menudo por cierto defecto o fallo en tu humanidad ni deberías volverte negativo o desalentarte con frecuencia, o siquiera renunciar a tu deber y a la búsqueda de la verdad, perdiendo así la ocasión de salvarte. No merece para nada la pena; eso es lo que haría una persona necia e ignorante(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios fueron como una lluvia oportuna que regó mi corazón reseco. Me dieron esperanza y la motivación que necesitaba para perseguir la verdad. Entendí que el problema que nunca había podido superar estaba relacionado con mis características humanas innatas. Eran cosas con las que había nacido, cosas que Dios había determinado. Aunque las personas tienen defectos, Dios no las condena por ellos, ya que no son actitudes corruptas. Pensé en cómo siempre había tenido miedo de socializar debido a mi personalidad introvertida. Me ponía nerviosa y hablaba de forma atropellada en presencia de desconocidos o en situaciones con mucha gente, y me sentía incómoda al hablar e incapaz de comunicarme con los demás. Creía que las personas introvertidas nunca podrían cumplir sus deberes con la misma eficacia que las extrovertidas, así que no paraba de intentar cambiar mi personalidad introvertida. Pensaba que, si cambiaba mi personalidad, podría cumplir bien con mis deberes y tener esperanza de alcanzar la salvación. Para lograrlo, trataba de aprender a hablar como los demás y hasta oraba a Dios para que me hiciera un poco más extrovertida. Cuando todos mis intentos de cambiar fracasaron, concluí que no era apta para este deber. Me hundí en emociones adversas de abatimiento y me volví cada vez más negativa. Después de cumplir deberes relacionados con textos, los líderes me pidieron que compartiera principios con los hermanos y hermanas, pero me resistí y no quise aceptarlo, ya que sentía que nunca podría compartir bien debido a mi personalidad. Me conformé con ser mano de obra y hacer lo que pudiera. Como no entendía la verdad, no podía lidiar de manera correcta con mis defectos y carencias. Me hundí en emociones adversas de abatimiento y emití veredictos sobre mí misma. Me sentí muy agradecida porque las palabras de Dios me ayudaron justo a tiempo. Me hicieron entender que ser introvertida no significa tener un carácter corrupto, sino que es un defecto en la humanidad de uno. Es una característica innata de los humanos, y Dios no me estaba exigiendo que la cambiara, sino que aprendiera a vivir con ella. Por lo tanto, no debía luchar contra ella ni dejar que me limitara. Aun con este defecto, mientras persiguiera la verdad y cambiara mi carácter corrupto, todavía podría ser salva. ¡Fui realmente estúpida por haber renunciado a perseguir la verdad solo por tener un defecto!

Más tarde, encontré otro pasaje de las palabras de Dios que corrigió mi punto de vista equivocado y me hizo entender que la personalidad de una persona no tiene nada que ver con su salvación. Dios Todopoderoso dice: “Sean cuales sean tus problemas, defectos o fallos, ninguno supone un inconveniente a ojos de Dios. Él solo se fija en cómo buscas la verdad, la practicas, actúas de acuerdo con los principios-verdad y sigues el camino de Dios bajo las condiciones inherentes de la humanidad normal; en esto se fija Él. Por tanto, en los asuntos relacionados con los principios-verdad, no permitas que te restrinjan condiciones básicas como el calibre, los instintos, la personalidad, los hábitos y los patrones de vida de la humanidad normal. Por supuesto, tampoco inviertas tiempo y energía en tratar de superar estas condiciones básicas ni trates de cambiarlas. […] Esto es algo con lo que ha nacido todo ser humano creado. No tiene nada que ver con las actitudes corruptas ni con la esencia de la propia humanidad; es simplemente un estado del ser que la gente puede ver desde fuera y una manera según la cual alguien aborda a las personas, los acontecimientos y las cosas. A algunas personas se les da bien expresarse, mientras que a otras no; a algunas les gusta describir cosas, mientras que a otras no; a algunas les gusta guardarse para sí sus pensamientos, mientras que a otras no les gusta guardárselos dentro, sino que quieren expresarlos en voz alta para que todo el mundo pueda oírlas; solo entonces se sienten felices. Estas son las maneras diferentes en las que las personas lidian con la vida y las personas, los acontecimientos y las cosas; estas son las personalidades de las personas. Tu personalidad es algo con lo que naciste. Si no has logrado cambiarla ni siquiera después de muchos intentos, entonces déjame que te diga que ahora puedes tomarte un descanso; no es necesario que te canses tanto. No se puede cambiar, así que no intentes hacerlo. Da igual cómo haya sido tu personalidad en su origen, sigue siendo la tuya. No trates de cambiarla para lograr la salvación; esa es una idea falaz; independientemente de la personalidad que tengas, es un hecho objetivo y no puedes cambiarlo. En términos de las razones objetivas de ello, el resultado que quiere lograr Dios en Su obra no tiene nada que ver con tu personalidad. Que puedas o no lograr la salvación tampoco guarda relación con tu personalidad. Además, el hecho de que seas o no una persona que practica la verdad y posee la realidad-verdad tampoco tiene nada que ver con tu personalidad. Por tanto, no trates de cambiar tu personalidad porque realices ciertos deberes o sirvas como supervisor de cierto aspecto del trabajo; esta es una idea errónea. ¿Qué deberías hacer entonces? Con independencia de tu personalidad o tus condiciones innatas, deberías atenerte a los principios-verdad y practicarlos. Al final, Dios no mide si sigues Su camino o puedes lograr la salvación sobre la base de tu personalidad o de qué calibre, habilidades, capacidades, dones o talentos innatos posees y, desde luego, Él tampoco se fija en cuánto has restringido tus instintos y necesidades corporales. En su lugar, Él se fija en si mientras sigues a Dios y ejecutas tus deberes, practicas y experimentas Sus palabras, si tienes la voluntad y la determinación de perseguir la verdad y, al final, si has logrado practicarla y seguir el camino de Dios. En esto se fija Dios(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Dios ha hablado con mucha claridad. La salvación de una persona no tiene nada que ver con su personalidad. Dios no juzga si alguien puede obtener la salvación en función de su personalidad innata o su aptitud, sus habilidades y talentos, sino en función de si puede practicar la verdad y seguir el camino de Dios. Yo había estado cumpliendo mi deber con un punto de vista equivocado. Siempre pensaba que, como regadora, no podría cumplir bien con mi deber si no sabía comunicarme con los demás y que era seguro que no sería salva en el futuro. Creía que solo cambiando mi personalidad y mis defectos podría cumplir con mi deber y ser salva en el futuro. Así que no paraba de intentar cambiar mi personalidad, pero, al final, no pude hacerlo y solo me volví negativa. Hasta me quejé de Dios por no haberme dado una personalidad extrovertida. No paraba de esforzarme en cambiar mi personalidad, pero esto era un error, porque los cambios en la personalidad son solo cambios superficiales. Aunque lograra cambiar mis defectos y me volviera extrovertida y pudiera comunicarme con los demás, si no resolviera mi carácter corrupto, siguiera haciendo mi deber por inercia sin esforzarme al máximo y en cuerpo y alma, no buscara la verdad cuando enfrentara dificultades y hasta discutiera con Dios o me quejara de Él, entonces, Dios no me daría Su aprobación y, al final, me descartaría.

Más tarde, encontré otro pasaje de las palabras de Dios: “Los atributos innatos con los que nacen y los instintos de su carne no son los objetivos de la obra de Dios y Su obra tiene como objetivo las actitudes corruptas de las personas, así como las cosas, dentro de las personas, que se rebelan contra Dios y no son compatibles con Él. Si la gente imagina que la obra de Dios tiene por objetivo cambiar su calibre, sus instintos e incluso su personalidad, sus hábitos, sus patrones de vida y demás, entonces, todos y cada uno de los aspectos de su práctica en la vida diaria se verán influidos y afectados por sus propias nociones e imaginaciones, así como habrá inevitablemente muchas partes distorsionadas o cosas extremas. Estas partes distorsionadas y cosas extremas no concuerdan con los principios-verdad y causarán que las personas se desvíen de la conciencia y la razón de la humanidad normal, que se separen de la trayectoria de la humanidad normal. Por ejemplo, digamos que, en tus nociones e imaginaciones, crees que Dios quiere cambiar el calibre, las capacidades e incluso los instintos de las personas; si crees que estas son las cosas que Dios quiere cambiar, ¿qué clase de búsquedas tendrás? Tendrás búsquedas distorsionadas y rígidas; querrás perseguir el calibre superior y te centrarás en aprender diversas clases de habilidades y en dominar diversas clases de conocimiento, de modo que llegues a tener calibre y capacidades superiores, así como una percepción y un autocultivo superiores, e incluso algunas capacidades que son superiores a las de las personas corrientes. De esta manera, prestarás atención a las capacidades y talentos externos. ¿Cuáles son, entonces, las consecuencias de tales búsquedas en las personas? No solo no lograrán embarcarse en la senda de perseguir la verdad, sino que, en su lugar, tomarán la senda de los fariseos. Competirán las unas con las otras para ver quién tiene un calibre superior, quién tiene dones superiores, quién tiene conocimiento superior, quién tiene mayores capacidades, quién tiene más puntos fuertes, quién tiene mayor prestigio entre las personas, así como la admiración y la estima de otros. De este modo, no solo serán incapaces de practicar la verdad y de actuar de acuerdo con los principios-verdad, sino que, en su lugar, emprenderán una senda que las aleje de la verdad(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, reflexioné y medité. La obra de Dios en los últimos días consiste en trabajar en nosotros los principios-verdad y en purificar y cambiar nuestras actitudes corruptas, junto con todas las cosas que tenemos dentro que se rebelan contra Dios y se le resisten, pero no consiste en cambiar cosas como ls aptitud innata, el instintos y la personalidad de cada uno. Yo no entendía la obra de Dios y vivía con una perspectiva equivocada. No paraba de pedirle a Dios que me hiciera extrovertida y elocuente y que me diera buena aptitud, pero esto iba en contra de lo que Dios exigía. Pensé en Pablo. En apariencia, estaba claro que tenía grandes dones, era elocuente y se ganaba a muchas personas al predicar el evangelio, pero nunca se esforzó en la verdad ni se centró en la entrada en la vida y su carácter corrupto nunca cambió. También se ensalzaba siempre a sí mismo por todo el trabajo que había hecho y, al final, pronunció palabras extremadamente arrogantes, como “Para mí el vivir es Cristo”. Esto ofendió el carácter de Dios y conllevó Su castigo. También conocí a alguien que era muy extrovertido y elocuente, pero solo se centraba en equiparse con palabras y doctrinas, y nunca practicaba la verdad ni llegaba a conocerse a sí mismo mediante la reflexión. Al final, quedó revelado como un incrédulo y lo descartaron. Vi que el no perseguir la verdad ni centrarse en cambiar el carácter que uno tiene en la fe es realmente peligroso y, al final, lo puede llevar a recorrer la senda equivocada y que Dios lo descarte.

Leí otro pasaje de las palabras de Dios y encontré una senda de práctica. Dios Todopoderoso dice: “Al margen de lo perfecta o noble que pueda ser tu humanidad o de que puedas tener menos fallos y defectos y poseas más fortalezas que otros, eso no significa que entiendas la verdad ni puede reemplazar a tu búsqueda de esta. Al contrario, si persigues la verdad, entiendes mucho de ella y tu comprensión de ella es adecuadamente práctica y profunda, esto compensará los muchos defectos y problemas en tu humanidad. Por ejemplo, digamos que eres cohibido e introvertido, que tartamudeas y no eres muy instruido —es decir, tienes un montón de defectos y carencias—, pero tienes experiencia práctica y, aunque tartamudeas al hablar, eres capaz de compartir la verdad con claridad y esta enseñanza edifica a todo el mundo cuando la escucha, resuelve problemas, permite a la gente emerger de la negatividad y disipa sus quejas y malinterpretaciones sobre Dios. Ya ves, aunque balbucees tus palabras, pueden resolver problemas; ¡qué importantes son tales palabras! Cuando los legos las oyen, dicen que eres una persona sin cultura, que no sigues las reglas gramaticales cuando hablas y que a veces las palabras que usas tampoco son realmente adecuadas. Puede ser que uses regionalismos o un lenguaje cotidiano y que tus palabras carezcan de la clase y el estilo de las de aquellos con una educación superior que se expresan con mucha elocuencia. Sin embargo, tu charla contiene la realidad-verdad, puede resolver las dificultades de las personas y, después de oírla, desaparecen todas las nubes oscuras a su alrededor y se resuelven todos sus problemas. Como ves, ¿acaso no es importante entender la verdad? (Lo es)” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me dieron una clara senda de práctica. Tenía que centrarme en perseguir la verdad. Aunque mi personalidad tenía algunos defectos, mientras entendiera la verdad, podría compensar algunos de estos problemas. Haciendo memoria, desde que asumí el deber de riego, siempre pensé que estaba fracasando en mi deber debido a mi personalidad introvertida y mi incapacidad para comunicarme con los nuevos fieles, por lo que no paraba de intentar cambiar los defectos de mi personalidad. Nunca me esforcé en la verdad, sino que dediqué todo mi empeño a superar mis defectos. En realidad, esto era un error. Por ese entonces, mientras iba a apoyar a los nuevos fieles, aunque mi personalidad me limitaba y no sabía qué decir cuando me enfrentaba a las nociones de los nuevos fieles, el problema principal era que solo tenía una comprensión parcial de cómo abordar sus nociones. En realidad, que no cumpliera con mi deber no se debía únicamente a un problema de personalidad, sino que la cuestión principal era que no entendía la verdad. A partir de entonces, debía centrarme en esforzarme en los principios-verdad y, si entendía la verdad con claridad, finalmente podría hablar claro. Si en algún momento me ponía nerviosa y olvidaba lo que quería decir, podía orar más a Dios para calmar mi corazón y podía repasar varias veces por dentro lo que quería decir y hablar despacio. Si, aun así, no era capaz de explicar algo con claridad, entonces, más tarde, podría buscar pasajes relevantes de las palabras de Dios o pedir ayuda a los hermanos y hermanas. Así era como debía practicar.

Ahora, ya no me vuelvo negativa debido a mi personalidad introvertida y, cuando comparto en las reuniones, practico calmar mi corazón y soy capaz de comunicarme con los demás. Ya no me preocupa como antes el hablar con los demás y ya no siento que me asfixia la presión. Realmente siento que la verdad puede resolver todas las dificultades de una persona y que fueron las palabras de Dios las que me sacaron de la negatividad. Ya no estoy atada ni limitada por los defectos de mi personalidad.

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