75. Lo que intentaba proteger con mis mentiras
Soy líder de un equipo de riego en la iglesia. Debido a que todos los días se unen nuevos fieles a la iglesia, el supervisor nos pidió que informáramos puntualmente de sus reuniones. Un día, mientras escribía un informe, descubrí que no se habían organizado reuniones para algunos de los nuevos fieles. Me quedé sorprendida y pensé: “¿Cómo se me ha podido pasar esto?”. No me podía creer que hubiera cometido un error tan básico. Hacía mis deberes con mucho cuidado todos los días, ¿cómo pudo surgir tal problema? Al evaluarme en el pasado, el supervisor había considerado que era responsable, tenía sentido de la carga en mis deberes y hacía mi trabajo cuidando los detalles. Sin embargo, esta vez había cometido un error muy básico. Me pregunté: “Si escribo sobre esto con sinceridad, ¿pensará peor de mí el supervisor? Es más, soy líder del equipo y todos los días les recuerdo a mis hermanos y hermanas que tengan cuidado en sus deberes, pero hoy he sido yo la descuidada. ¿Pensarán que solo grito consignas y repito palabras y doctrinas?”. Estaba como una gata sobre un tejado de zinc y no paraban de rondarme la cabeza pensamientos sobre lo que debería hacer. Después de pensarlo un poco, decidí que no podía permitir de ninguna manera que lo supieran. Por tanto, en el informe para el supervisor expliqué que había avisado a estos nuevos fieles, pero que habían dicho que su conexión a internet era mala y no pudieron asistir a la reunión ese día. Después de escribir esto, pensé: “He esquivado al supervisor, pero ¿y si la hermana que está regando a estos nuevos fieles les pregunta la auténtica razón de que no asistieran a la reunión y luego informa sobre la verdad al supervisor? ¿No dejaría eso en evidencia mi mentira? Si el supervisor averigua que he mentido e intentado engañarle, ¿qué pensaría de mí? ¿Qué pensarían los hermanos y hermanas de mí? ¿Pensarían que soy sumamente falsa por hacer una cosa tan despreciable y vergonzosa? Si eso ocurriera, mi reputación quedaría hecha pedazos. ¿Cómo puedo lidiar con este asunto sin dejar cabos sueltos? Siempre y cuando la hermana que riega a estos nuevos fieles no hable con el supervisor, este asunto no saldrá a la luz”. Así que busqué a la hermana a toda prisa para explicarle la situación con sinceridad y me dijo que no había problema en hacer los arreglos al día siguiente. Al oír esto, por fin solté un suspiro de alivio tras una noche de trabajo atareada. Sin embargo, más tarde me sentí realmente intranquila, pensé: “Está claro que no hice arreglos y, en cambio, dije que los nuevos fieles no asistieron a la reunión. ¿Acaso no trataba claramente de engañar a los demás con esto? Sin embargo, si admito mi error ante el supervisor, dejará de tener una buena impresión de mí”. Durante un momento, me sumí en un torbellino de emociones y no supe qué hacer. Le oré a Dios enseguida: “Dios, ahora mismo me siento muy mal. Sé que he intentado engañarte a Ti y al supervisor, pero, en realidad, no tengo valor para admitir mi error ante este, pues me da miedo que, si lo hago, eso dañe la buena imagen que tienen de mí. Por favor, Dios, guíame para que pueda aprender una lección de esto y practicar la verdad”.
Después de orar, busqué pasajes relevantes de las palabras de Dios acordes a mi estado. Leí las palabras de Dios: “La gente suelta a menudo tonterías en su vida cotidiana, cuenta mentiras, dice cosas ignorantes y necias, y se pone a la defensiva. La mayoría de estas cosas se dicen en aras de la vanidad y el orgullo, para satisfacer sus propios egos. Decir tales falsedades revela sus actitudes corruptas. Si resolvieras estos elementos corruptos, se purificaría tu corazón y poco a poco te convertirías en alguien más puro y honesto. En realidad, todo el mundo sabe por qué miente. En aras de la ganancia y el orgullo personal, o por vanidad y estatus, tratan de competir con otros y se hacen pasar por algo que no son. Sin embargo, sus mentiras se acaban revelando y los demás las sacan a relucir, y acaban por perder su prestigio, además de su dignidad y su talante. Todo esto viene causado por una excesiva cantidad de mentiras. Estas se han vuelto demasiado numerosas. Cada palabra que dices está adulterada y no es sincera, ni una sola se puede considerar veraz u honesta. Aunque cuando dices mentiras no te parezca que has perdido prestigio, en el fondo, te sientes desgraciado. Tienes cargo de conciencia y una mala opinión de ti mismo, piensas: ‘¿Por qué llevo una vida tan penosa? ¿Tan difícil es decir la verdad? ¿He de recurrir a las mentiras en aras de mi orgullo? ¿Por qué es tan agotadora mi vida?’. No tienes que vivir una vida tan agotadora. Si puedes practicar ser una persona honesta, podrás llevar una vida relajada, libre y liberada. Sin embargo, has escogido defender tu orgullo y vanidad contando mentiras. En consecuencia, vives una existencia agotadora y desdichada, es algo que te causas a ti mismo. Uno puede obtener un sentimiento de orgullo al contar mentiras, pero ¿en qué consiste eso? Solo es algo vacío y completamente inútil. Contar mentiras significa vender el propio talante y la propia dignidad. Te despoja de tu propia dignidad y de tu talante, desagrada a Dios y Él lo detesta. ¿Merece la pena? No. ¿Es esta la senda correcta? No, no lo es. Aquellos que mienten con frecuencia viven según sus actitudes satánicas, bajo el poder de Satanás. No viven en la luz, no viven en presencia de Dios. Piensas constantemente en cómo mentir y, después de hacerlo, tienes que pensar en cómo tapar esa mentira. Y cuando no la tapas lo bastante bien y queda en evidencia, tienes que devanarte los sesos e intentar aclarar las contradicciones para que sea plausible. ¿Acaso no es agotador vivir de este modo? Es extenuante. ¿Merece la pena? No. Devanarse los sesos para contar mentiras y luego taparlas, todo en aras del orgullo, la vanidad y el estatus, ¿qué sentido tiene nada de eso? Al final, reflexionas y piensas para tus adentros: ‘¿Qué sentido tiene? Es demasiado agotador contar mentiras y tener que taparlas. Comportarme de este modo no sirve de nada; sería más fácil convertirme en una persona honesta’. Deseas convertirte en una persona honesta, pero no puedes desprenderte de tu orgullo, tu vanidad y tus intereses personales. Por tanto, solo puedes recurrir a decir mentiras para conservar esas cosas. Si eres alguien que ama la verdad, sufrirás distintas adversidades para poder practicarla. Aunque signifique sacrificar tu reputación, tu estatus y aguantar que te ridiculicen y humillen, nada de eso te va a importar; mientras seas capaz de practicar la verdad y satisfacer a Dios, con eso basta. Aquellos que aman la verdad eligen practicarla y ser honestos. Esa es la senda correcta y Dios la bendice. Si una persona no ama la verdad, ¿qué elige? Elige servirse de mentiras para mantener su reputación, su estatus, su dignidad y su talante. Prefieren ser falsos y que Dios los deteste y rechace. Tales personas rechazan la verdad y a Dios. Eligen su propia reputación y estatus; quieren ser taimados. No les importa si Dios está complacido o si los va a salvar. ¿Acaso pueden salvarse aún? Desde luego que no, porque han escogido la senda equivocada. Solo pueden vivir por la mentira y el engaño; solo pueden llevar vidas penosas basadas en decir mentiras, taparlas y devanarse los sesos para protegerse día tras día. Si crees que las mentiras sirven para mantener la reputación, el estatus, la vanidad y el orgullo que anhelas, estás completamente equivocado. En realidad, al contar mentiras no solo no mantienes tu vanidad y orgullo, ni tu dignidad y tu talante sino, lo que es más grave, pierdes la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque te las arregles para proteger tu reputación, tu estatus, tu vanidad y tu orgullo en ese momento, has sacrificado la verdad y has traicionado a Dios. Esto significa que has perdido por completo la oportunidad de que Él te salve y te perfeccione, lo cual supone una enorme pérdida y un remordimiento de por vida. Aquellos que son taimados nunca entenderán esto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). A partir de las palabras de Dios, entendí que las personas falsas hablan y actúan para proteger su propia vanidad, orgullo e intereses. Son muy conscientes de que esto no le gusta a Dios, pero se siguen devanando los sesos para mentir, encubrirse a sí mismas y engañar. Puede parecer que protegen su orgullo y vanidad, pero pierden la oportunidad de practicar la verdad y, si no se arrepienten, Dios las acabará descartando y perderán por completo la oportunidad de que Él las salve. Al darme cuenta de esto, me quedé atónita. ¡Mi comportamiento era igual que los estados que Dios expone! En cuanto descubrí que no se habían organizado reuniones para varios de los nuevos fieles, me preocupó lo que pensaría de mí el supervisor si se enteraba y si empeoraría su opinión de mí. También me preocupaba que, cuando los hermanos y hermanas lo descubrieran, sacarían a relucir el hecho de que no paro de recordarles que sean más diligentes en sus deberes y, sin embargo, yo había cometido un error muy básico en los míos. Temía que pensaran que era alguien carente de realidades que solo repetía palabras y doctrinas. Para proteger la buena imagen que las personas tenían de mí, mentí y dije que los nuevos fieles no habían asistido a la reunión debido a una mala conexión a internet. Sin embargo, también me preocupaba que la hermana que regaba a los nuevos fieles descubriera la situación real y luego informara al supervisor, de modo que dejara en evidencia que lo que había dicho era incoherente. Debido a esto, acudí enseguida a la hermana de riego para explicarle activamente la situación. Para proteger mi vanidad y orgullo, me devané los sesos mientras mentía e intenté encubrir mi mentira. Era muy consciente de que esto iba en contra de la intención de Dios y me sentía culpable, pero seguía sin practicar la verdad. Mi carácter corrupto me atenazaba y me sentía tan dolorida como exhausta. Perdí mi dignidad como persona y mi integridad. Pensé que, al hacerlo así, no estaba dejando cabos sueltos, pero, en realidad, Dios lo escruta todo. Estaba actuando como una payasa. Mientras más reflexionaba, más me parecía que lo que había hecho era repugnante, despreciable y sórdido, así como que mis acciones habían provocado que Dios me detestara. Al mismo tiempo, tenía una sensación inexplicable de ansiedad y miedo, como si de veras estuviera en peligro. Es como dice Dios: “Si crees que las mentiras sirven para mantener la reputación, el estatus, la vanidad y el orgullo que anhelas, estás completamente equivocado. En realidad, al contar mentiras no solo no mantienes tu vanidad y orgullo, ni tu dignidad y tu talante sino, lo que es más grave, pierdes la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta. Aunque te las arregles para proteger tu reputación, tu estatus, tu vanidad y tu orgullo en ese momento, has sacrificado la verdad y has traicionado a Dios. Esto significa que has perdido por completo la oportunidad de que Él te salve y te perfeccione, lo cual supone una enorme pérdida y un remordimiento de por vida”. Aunque mentir me permitió proteger mi vanidad y orgullo ante los demás y conservar la buena impresión que tenían de mí, perdí la oportunidad de practicar la verdad y ser una persona honesta y cometí una transgresión eternamente indeleble ante Dios. Más tarde, me pregunté: “¿Por qué no puedo evitar mentir todo el tiempo? ¿Cuál es la causa raíz de esto?”.
Un día, durante mis devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “En esta sociedad, los principios de las personas para enfrentarse al mundo, sus métodos para vivir y existir, e incluso sus actitudes y nociones con respecto a la religión y la creencia, así como sus diversas nociones y puntos de vista sobre las personas, los acontecimientos y las cosas, están condicionados inevitablemente por la familia. […] Cuando los ancianos de la familia te dicen que ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’, lo hacen para que otorgues importancia al hecho de tener una buena reputación, vivir con orgullo y no hacer nada que te haga caer en desgracia. Entonces, ¿guía este dicho a la gente de un modo positivo o negativo? ¿Puede conducirte a la verdad? ¿Puede llevarte a entenderla? (No). Te es posible aseverar con total certeza que no es así. Piénsalo, Dios dice que la gente debe ser honesta. Cuando has cometido una transgresión, has hecho algo malo o has llevado a cabo alguna acción que se rebela contra Dios y va en contra de la verdad, debes admitir tu error, lograr entenderte y diseccionarte a ti mismo para llegar al verdadero arrepentimiento, y de ahí en adelante actuar de acuerdo con las palabras de Dios. Así que, si las personas deben ser honestas, ¿se contradice eso con el dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’? (Sí). ¿De qué manera se contradice? El objetivo de ese dicho es que las personas concedan importancia al hecho de llevar una vida alegre y colorida y de hacer cosas que las dejen en buen lugar —en vez de otras que sean malas o deshonrosas o de poner al descubierto su lado más desagradable— e impedir que vivan sin orgullo o dignidad. Por el bien de su propia reputación, orgullo y honor, uno no puede tirarse piedras en su propio tejado, y menos aún hablarle a los demás sobre su lado oscuro o sus aspectos más vergonzosos, ya que una persona debe vivir con orgullo y dignidad. Para tener dignidad se necesita una buena reputación, y para tener una buena reputación hay que aparentar y engalanarse. ¿Acaso no se contradice eso con ser una persona honesta? (Sí). Cuando eres una persona honesta, contradices por completo al dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’. Si quieres ser una persona honesta, no le des importancia al orgullo; el orgullo de una persona no vale un céntimo. Ante la verdad, uno debe desenmascararse, no aparentar ni crear una imagen falsa. Uno debe revelar a Dios sus verdaderos pensamientos, los errores que ha cometido, los aspectos que vulneran los principios-verdad, etc., y también dejar al descubierto esas cosas ante sus hermanos y hermanas. No se trata de vivir por el bien de la propia reputación, sino más bien en aras de ser una persona honesta, perseguir la verdad, ser un verdadero ser creado, satisfacer a Dios y ser salvado. No obstante, cuando no entiendes esta verdad ni las intenciones de Dios, las cosas con las que tu familia te condiciona tienden a prevalecer. Así que cuando haces algo malo, lo encubres y finges, pensando, ‘No puedo decir nada acerca de esto, y tampoco permitiré que nadie que lo sepa diga nada. Si alguno de vosotros dice algo, no dejaré que se vaya de rositas. Mi reputación es lo primero. Vivir no sirve para nada si no es por el bien de la propia reputación, ya que esta es más importante que cualquier otra cosa. Si una persona pierde su reputación, se queda sin dignidad. Así que no puedes decir las cosas como son, has de fingir y encubrirlas, de lo contrario te quedarás sin reputación ni dignidad, y tu vida carecerá de cualquier valor. Si nadie te respeta, no vales nada; eres basura sin valor’. ¿Resulta posible lograr ser una persona honesta si se practica de esta manera? ¿Es posible ser completamente franco y diseccionarse a uno mismo? (No). Obviamente, al hacerlo estás acatando el dicho ‘El orgullo es tan necesario para la gente como respirar’ con el que tu familia te ha condicionado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Mediante la exposición de las palabras de Dios, por fin me di cuenta de que había estado viviendo conforme al veneno satánico que se expresa en “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar”. Esto se había convertido en mi pauta para actuar y comportarme. Desde la infancia, mi familia siempre me había enseñado que: “En esta vida, debes centrarte en tu reputación para que los demás te tengan en alta consideración y causarles buena impresión. Si adquieres mala fama, también tus padres quedarán mal”. Después de empezar la escuela, los profesores a menudo nos enseñaban: “Para que tu vida merezca la pena, necesitas ganarte el elogio de los demás”. Debido a la influencia de estas ideas falaces, lo hacía todo prestando especial atención a cómo me verían los demás. Después de encontrar a Dios y asumir mi deber en la iglesia, me seguí centrando mucho en la imagen que tenían los demás de mí y cada día cumplía mi deber con esmero. Me preocupaba que cualquier traspiés momentáneo causara problemas y dañara la buena impresión que había causado en el corazón de mis hermanos y hermanas. Hasta el menor de los problemas me hacía sentir como si estuviera en peligro mortal y llenaba mi corazón de una ansiedad abrumadora. Para preservar mi buena imagen, no me atreví a admitir mis errores al supervisor, así que recurrí a trucos y engaños y falseé los informes sobre las reuniones de los nuevos fieles. Al vivir según estos venenos satánicos, me volví realmente torcida y falsa, así que, para mantener mi orgullo y estatus, perdí los principios básicos del ser humano. ¡Llevaba una vida muy mísera e inútil! Cuando trataba de ser una persona honesta, si esto chocaba con la ley satánica de “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar”, me veía incapaz de practicar la verdad o de ponerme del lado de esta. ¿Cómo iba a salvarme si seguía así? Al darme cuenta de las graves consecuencias de vivir según mis venenos satánicos, lamenté profundamente no practicar la verdad, así que busqué una senda de práctica en las palabras de Dios.
Más tarde, leí Sus palabras: “Para ser una persona honesta, primero debes exponer tu corazón de modo que todos puedan mirarlo, ver todo lo que estás pensando y contemplar tu verdadero rostro. No debes tratar de disfrazarte ni encubrirte a ti mismo. Solo entonces confiarán los demás en ti y te considerarán una persona honesta. Esta es la práctica más fundamental y un prerrequisito para ser una persona honesta. Si siempre estás fingiendo, aparentando santidad, nobleza, grandeza y una gran calidad humana; si no permites que nadie vea tu corrupción y tus fallos; si presentas una falsa imagen de ti a las personas, para que crean que tienes integridad, que eres grande, abnegado, justo y desinteresado, ¿acaso no es esto engaño y falsedad? ¿No será capaz la gente de calarte, con el tiempo? Así que no te pongas un disfraz y no te encubras. En su lugar, ponte al descubierto y desnuda tu corazón para que los demás lo vean” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La práctica más fundamental de ser una persona honesta). “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y falsedades, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A partir de las palabras de Dios, entendí que, para evitar ser falsa o engañar, necesito practicar ser una persona honesta conforme a las palabras de Dios y debo practicar sincerarme y compartir con mis hermanos y hermanas, decir lo que de verdad tengo en mente. Al margen de las actitudes corruptas que tengo, los errores que cometo en mi deber o los defectos o deficiencias que tengo, debería aprender a sincerarme y abrirme, para hacerles ver a mis hermanos y hermanas que también tengo numerosas actitudes corruptas y no soy mejor que ellos. Mi corazón solo puede sentirse en calma y en paz si soy abierta y directa. Con esto en mente, quise sincerarme ante mis hermanos y hermanas sobre mi estado. Pero cuando pensaba en decir la verdad, me angustiaba mucho. Me daba miedo que el supervisor me podara y mis hermanos y hermanas me menospreciaran. Así que oré a Dios en mi corazón, le pedí que me guiara para practicar de acuerdo con Sus palabras y para ser una persona honesta. Después de orar, me sentí motivada y me armé de valor para escribirle al supervisor y decirle que no le había contado la verdad al informar sobre las reuniones de los nuevos fieles. Después de leer mi mensaje, el supervisor solo me preguntó por qué lo hice y no añadió mucho más. Más tarde, durante una reunión, también me sinceré y compartí con mis hermanos y hermanas, partiendo de las palabras de Dios respecto a ser una persona honesta. Hablé sobre cómo mentí y engañé para encubrir mis errores y compartí mis reflexiones y mi comprensión sobre este asunto, de modo que consideraran mi experiencia un relato con moraleja. Después de compartir, al final se aligeró la pesada carga en mi corazón y me calmé al instante.
Tras esta experiencia, empecé a reflexionar: “¿Por qué cuando otros afrontan dificultades o desviaciones en sus deberes los pueden tratar de la manera correcta pero, cuando me pasa a mí, mi corazón se atribula? ¿Por qué sigue inquieto mi corazón? Aparte de que me importe tener una buena imagen a ojos de los demás, ¿qué otro problema hay?”. Un día, durante las prácticas devocionales, encontré por casualidad una transcripción de un video de testimonio vivencial titulado “¿Por qué cuesta tanto admitir los errores?”. Citaba un pasaje de las palabras de Dios que me resultó de mucha ayuda. Dios Todopoderoso dice: “¿Cómo deberías practicar para ser una persona normal y corriente? ¿Cómo se puede lograr eso? […] En primer lugar, no te otorgues a ti mismo un título y que este te ate y digas: ‘Soy el líder, soy el jefe del equipo, soy el supervisor, nadie conoce este tema mejor que yo, nadie entiende las habilidades más que yo’. No te dejes llevar por tu autoproclamado título. En cuanto lo hagas, te atará de pies y manos, y lo que digas y hagas se verá afectado. Tu pensamiento y juicio normales también. Debes liberarte de las limitaciones de este estatus. Primero bájate de este título y esta posición oficial y ponte en el lugar de una persona corriente. Si lo haces, tu mentalidad se volverá más o menos normal. También debes admitirlo y decir: ‘No sé cómo hacer esto, y tampoco entiendo aquello; voy a tener que investigar y estudiar’, o ‘Nunca he experimentado esto, así que no sé qué hacer’. Cuando seas capaz de decir lo que realmente piensas y de hablar con honestidad, estarás en posesión de una razón normal. Los demás conocerán tu verdadero yo, y por tanto tendrán una visión normal de ti y no tendrás que fingir, ni existirá una gran presión sobre ti, por lo que podrás comunicarte con la gente con normalidad. Vivir así es libre y fácil; quien considera que vivir es agotador es porque lo ha provocado él mismo” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). Mediante la exposición de las palabras de Dios, comprendí claramente mis propios problemas. Al principio, cuando se me encargó el deber de líder del equipo, no me posicioné correctamente y me puse a mí misma ese título de líder del equipo. Me di cuenta de que todo lo que decía o hacía estaba condicionado por ese título. Consideraba que, desde que me había convertido en líder del equipo, mi habilidad profesional y mi capacidad de trabajo tenían que ser mayores que las de los demás hermanos y hermanas y mi conducta habitual debía ser mejor que la suya. Al haber asumido estas opiniones falaces, no me permitía a mí misma cometer errores o desviaciones en mi deber porque temía que otros pensaran mal de mí. Llevaba una carga muy pesada en mi deber y vivir de esa manera era muy agotador y doloroso. Todo se debía a que no entendía la verdad y no contemplaba las cosas de acuerdo con las palabras de Dios. En realidad, fue la gracia de Dios que la iglesia dispusiera para mí el deber de líder del equipo y supuso una oportunidad de formarme para compensar mis defectos. Aunque era la líder del equipo, los resultados de riego de mis hermanos y hermanas eran a veces mejores que los míos. Sin embargo, siempre pensaba que, como líder del equipo, tenía que ser mejor que los demás y no podía cometer errores. ¡Esto era realmente arrogante y falto de razón! No soy más que un ser humano corrupto, de modo que era normal tener desviaciones o revelar actitudes corruptas en mi deber. Debía tratar esto correctamente, sincerarme con mis hermanos y hermanas y abrirme, así como resumir los problemas a partir de mis desviaciones y errores y reflexionar sobre mí misma. Solo entonces podría hacer mejor mi deber.
Unos días después, el supervisor me envió un mensaje. Decía que un nuevo fiel había asistido a una reunión, pero yo había informado que no fue así, así que me pidió que tuviera más cuidado al hacer seguimiento de las reuniones de los nuevos fieles y que comprobara mis informes con atención. Tras leer el mensaje, me dio un vuelco el corazón y pensé: “Había comprobado el informe, ¿cómo pude cometer tal error?”. Abrí rápidamente el documento. En ese momento recordé que, como tenía otros asuntos urgentes que atender, solo lo había hojeado y, en efecto, no había comprobado con cuidado la información. Por tanto, había cometido un error al informar sobre el estatus de reunión del nuevo fiel. Durante la reunión de la noche, quise compartir mi error con mis hermanos y hermanas para que aprendieran de ello. Sin embargo, me sentí conflictuada, pensé: “Si los hermanos y hermanas averiguan que he cometido otro error, ¿pensarán que estoy siendo negligente en mi deber? ¿Se preguntarán qué pasa conmigo últimamente y se extrañarán de que siga cometiendo errores? ¿Qué pensarán de mí? ¿Creerán que me ocurre algo malo?”. Durante un momento, sentí un conflicto interno. Me di cuenta entonces de que algo andaba mal en mi estado, así que oré a Dios, le pedí que me guiara para practicar la verdad y ser una persona honesta. Entonces, leí Sus palabras: “Si quieres ser una persona honesta, no le des importancia al orgullo; el orgullo de una persona no vale un céntimo. Ante la verdad, uno debe desenmascararse, no aparentar ni crear una imagen falsa. Uno debe revelar a Dios sus verdaderos pensamientos, los errores que ha cometido, los aspectos que vulneran los principios-verdad, etc., y también dejar al descubierto esas cosas ante sus hermanos y hermanas. No se trata de vivir por el bien de la propia reputación, sino más bien en aras de ser una persona honesta, perseguir la verdad, ser un verdadero ser creado, satisfacer a Dios y ser salvado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Las palabras de Dios aclararon mis ideas de repente y me motivaron a practicar la verdad y ser una persona honesta. Quería admitir mis errores ante mis hermanos y hermanas y, aunque hacerlo pudiera ser un poco incómodo, estaría practicando ser una persona honesta de acuerdo con los requerimientos de Dios y viviendo con semejanza humana. Además, me sentiría liberada y libre espiritualmente. Al darme cuenta de esto, oré a Dios en mi corazón, le pedí que me guiara a practicar de acuerdo con Sus palabras y decidí que me vieran como me vieran los demás, yo solo quería satisfacer a Dios. Durante la reunión de la noche, les conté a mis hermanos y hermanas los errores que había cometido en mi deber debido a mi desatención y les insistí en que no cayeran en los mismos errores básicos que yo. Después de decir estas cosas, me sentí en calma, liberada.
Gracias a esta experiencia, cuando seguí cumpliendo con mi deber ya no me preocupaba como antes lo que los demás pensaran de mí y podía afrontar mis errores con más calma. Me esfuerzo todos los días por hacer lo que me corresponde, me tomo las cosas en serio y, cuando surgen problemas en mi deber, si son a causa de mi carácter corrupto, acudo ante Dios para reflexionar y busco la verdad para resolver este carácter corrupto. Si tal error se ha debido a alguna razón en particular, entonces me sirvo de los errores cometidos en mi deber para sintetizar la desviación y corregirla la próxima vez. ¡Gracias a Dios por Su guía! Al practicar de esta manera, he llegado a saborear el goce de practicar la verdad y ser una persona honesta.