8. Cuando se hicieron añicos mis esperanzas de que mi hijo cuidara de mí en mi vejez
Desde que tengo memoria, solía escuchar a los mayores hablar de lo afortunada que era tal o cual persona porque tenía buenos hijos. Cuando enfermaban, sus hijos estaban a su lado para cuidar de ellos y, en su vejez, les daban un sepelio digno. Parecía que habían vivido una vida que había valido la pena. Esta creencia de “Cría hijos para que cuiden de ti en la vejez” se arraigó profundamente en mi corazón. Cuando mis padres enfermaron, mis hermanos y yo nos turnamos para cuidar de ellos y, cuando fallecieron, les dimos un sepelio digno. Creí que nuestros padres no nos habían criado en vano y pensé: “¿Acaso no es el propósito de criar hijos tener a alguien que cuide de uno hasta la muerte y organice su funeral?”. En nuestro pueblo, había una anciana solitaria. Su esposo y su hijo habían fallecido y la habían dejado viviendo sola y desamparada. En su vejez, nadie cuidó de ella cuando enfermó ni organizó su funeral cuando murió. Su vida me pareció miserable. Después de casarme, tuve un hijo. Cuando mi hijo tenía quince años, mi esposo falleció. La muerte de mi esposo fue un golpe enorme para mí. Todas las dificultades de la vida, el acoso de la gente y los rumores casi me hicieron perder el valor para seguir adelante. Pero entonces pensaba en mi hijo y me decidí a criarlo, sin importar lo difícil que fuera la vida y con la esperanza de que, en el futuro, él cuidara de mí hasta mi muerte y organizara mi funeral. Más tarde, me enfermé del corazón y me sentía mal cada vez que trabajaba. Mi hijo sabía que tenía que cuidar de mí y, cuando estaba enferma, mostraba su preocupación, lo que me reconfortaba. Sentí que no lo había criado en vano. Más adelante, conocí a mi actual esposo.
En 2008, acepté la obra de Dios de los últimos días. Un año después, empecé a cumplir mi deber en la iglesia. De vez en cuando, volvía a casa para cuidar de mi hijo. Le cocinaba su comida favorita, ayudaba con las tareas del hogar y le daba algo de dinero. Intentaba satisfacer sus necesidades lo mejor que podía. En 2012, como mi hijo necesitaba una verificación de antecedentes políticos para alistarse en el ejército, la policía de nuestro pueblo vino a investigar mi fe, así que dejé mi hogar para esconderme en otro lugar. Dos meses después, me enteré de que habían arrestado a mi esposo por predicar el evangelio. Luego, no me atreví a volver a casa ni a contactar con mi hijo.
En 2017, me sentía débil y tenía palpitaciones a menudo, así que quería volver a casa para recibir tratamiento médico. Pero regresar no era seguro, así que me quedé en casa de mi hermana mayor y le pedí que contactara con mi hijo. Habían pasado cinco años desde la última vez que lo había visto, así que me emocioné mucho cuando nos volvimos a ver. Hablamos sobre lo que había sucedido en esos años. Mi hijo me contó que se había casado. Quería llevarme a casa y que su esposa me acompañara al médico. También dijo que tenían una casa reservada para que yo viviera cuando fuera mayor. Me alegré mucho al oír eso. Pensé en cómo no había visto a mi hijo durante años y no había podido cuidar de él, pero él todavía pensaba en mi futuro cuando fuera mayor y sentí que todavía podía contar con él. Pero, a la noche siguiente, mi hijo vino a verme con el rostro alicaído después del trabajo y me dijo: “Mamá, mi esposa no te reconoce como parte de la familia. Se siente incómoda por el hecho de que no hayas estado en casa todos estos años. Discutimos mucho, y me dijo que tenía que elegir entre ella y tú. Como ella ha cuidado de mí en momentos difíciles, la elegí a ella”. Sentí como si me hubiera caído un rayo. Durante todos esos años, había pensado que mi hijo era mi tabla de salvación. Había trabajado duro para criarlo, con la esperanza de que cuidara de mí hasta mi muerte y que organizara mi funeral. Pero, ahora, él había elegido a su esposa en lugar de a mí y no me permitiría entrar en su hogar. ¿Acaso todos mis esfuerzos para criarlo habían sido en vano? No pude aceptar esta realidad por mucho tiempo y derramé muchas lágrimas.
Después de que mi hijo se fuera, seguí viviendo en casa de mi hermana y mi salud empeoró debido al impacto emocional. Mi esposo no estaba a mi lado y ahora tampoco podía contar con mi hijo. La gente dice que los padres crían a sus hijos para que los cuiden en la vejez, pero yo no tenía a nadie en quien apoyarme. Me sentía muy triste y angustiada. Veía a la familia de mi hermana reunirse con alegría, reírse y conversar afectuosamente, y sentía que tener un hijo era igual que no tenerlo, que me había convertido en una anciana solitaria. Nadie cuidaría de mí cuando enfermara y nadie organizaría mi funeral cuando muriera. Sentía que mi vida había sido un completo fracaso. Yo creía en Dios, así que ¿cómo podía ser que los no creyentes tenían mejores vidas que yo? Cuanto más lo pensaba, más triste me ponía y me pasaba los días deprimida y sin ganas de hacer nada. Un día, tiempo después, mi hijo vino a verme de repente. Dijo que estaba involucrado en un litigio y quería pedirnos dinero prestado. Pensé en que no había podido cuidar bien de él durante esos años y que, como madre, debía ayudarlo en ese momento difícil, ahora que tenía problemas. Así que le pedí a mi esposo que le diera algo de dinero. Mi hijo dijo que, más adelante, traería a su esposa e hija a conocernos. Después del festival de primavera, mi hijo realmente trajo a su pequeña hija a verme. Pensé que, aunque mi nuera aún no me aceptara, al menos mi hijo y mi nieta estarían conmigo para encargarse de mí en la vejez y que cuidarían de mí hasta mi muerte y organizarían mi funeral. Me sentí muy feliz y llena de esperanza de tener a alguien con quien contar en mis últimos años de vida.
Justo antes del festival de primavera de 2024, arrestaron a mi primo, y este me delató. Para evitar que la policía me vigilara y arrestara, fui a otro lugar a cumplir mi deber y no me atreví a volver a casa para el festival de primavera. Cuando llegó el día en que mi hijo debía visitarme, no podía calmar mi corazón. Pensé en que apenas habíamos restaurado nuestra relación en los últimos dos años, y ahora yo me había vuelto a ir. ¿Se enojaría conmigo y nunca volvería a hablarme? ¿No perdería otra vez a mi hijo? Cuando pensaba en enfrentar el futuro sola, me sentía desconsolada e inquieta, y no podía comer ni dormir bien. Aunque seguía cumpliendo mi deber, no me dedicaba de corazón. Tampoco tenía ganas de dar seguimiento al trabajo de la iglesia. Oré muchas veces a Dios y le pedí que me guiara para salir de mi estado negativo.
Más tarde, reflexioné: “¿Por qué estaba tan angustiada y dolida por no ver a mi hijo? ¿Cuál era la raíz de esto?”. Un día, leí las palabras de Dios: “Además de estas expectativas hacia los hijos adultos, los padres les imponen también una exigencia que es común a todos los padres del mundo: esperan que sean capaces de ser buenos hijos y los traten bien. Por supuesto, en algunos grupos étnicos y regiones concretas se les plantean requisitos más específicos. Por ejemplo, además de ser buenos hijos, también han de cuidar de sus padres hasta que mueran y organizar sus funerales, vivir con ellos tras alcanzar la edad adulta y hacerse cargo de su sustento. Este es el último aspecto relacionado con las expectativas de los padres hacia su descendencia que vamos a tratar: exigir que sean buenos hijos y cuiden de ellos durante su vejez. ¿No es esta la intención original de todos los padres al tener hijos, así como el requisito básico que les plantean? (Sí). […] Cuando sus hijos son todavía muy jóvenes, los padres empiezan a hacerles exigencias y siempre los ponen a prueba, les preguntan: ‘Cuando seas mayor, ¿mantendrás a mami y papi?’. ‘Sí’. ‘¿Mantendrás a los padres de papi?’. ‘Sí’. ‘¿Mantendrás a los padres de mami?’. ‘Sí’. ‘¿Quién te gusta más?’. ‘Me gusta más mamá’. Entonces papá se pone celoso. ‘¿Y qué pasa con papá?’. ‘Me gusta más papá’. Mamá se pone celosa: ‘¿Quién te gusta más de verdad?’. ‘Mami y papi’. Entonces los dos se quedan satisfechos. Desde que apenas han empezado a hablar se empeñan en convertirlos en buenos hijos y esperan que cuando crezcan los traten bien. Aunque estos pequeños no pueden expresarse con claridad y no entienden gran cosa, los padres insisten en oír promesas en las respuestas de sus hijos. Al mismo tiempo, también quieren ver en ellos su propio futuro, y esperan que los hijos que están criando no sean desagradecidos, sino unos buenos hijos que los cuiden, e incluso más, que sean su apoyo y los mantengan cuando sean mayores. Aunque les hayan estado haciendo dichas preguntas desde que sus hijos eran pequeños, estas no tienen nada de simple. Se trata por entero de requerimientos y esperanzas que surgen del fondo del corazón de estos padres, de exigencias y esperanzas muy reales. Por tanto, en cuanto los hijos empiezan a obtener entendimiento de las cosas, los padres esperan que muestren preocupación por ellos cuando se pongan enfermos, que sus hijos los acompañen junto a la cama y los cuiden, aunque sea solo para darles un vaso de agua. Si no pueden hacer mucho, si no les es posible aportar ayuda financiera u otra más práctica, al menos deberían exhibir esa piedad filial. Los padres desean ver que sus hijos jóvenes sienten esa piedad filial y, de vez en cuando, se ocupan de confirmarlo. Por ejemplo, cuando no se sienten bien o están cansados del trabajo, se fijan en si a sus hijos se les ocurre traerles algo de beber o los zapatos, lavarles la ropa o prepararles una comida sencilla, aunque sean unos huevos revueltos con arroz, o en si les preguntan a sus padres: ‘¿Estás cansado? Si es así, deja que te haga algo de comer’. Algunos padres, de manera deliberada, salen durante su día libre y no vuelven a la hora de comer para preparar la comida, con el único fin de comprobar si sus hijos han madurado y se han vuelto sensatos, si saben prepararse algo en la cocina, ser buenos hijos y considerados, si pueden compartir sus penurias, o si son unos ingratos desalmados y los criaron para nada. A medida que los hijos se hacen mayores, e incluso durante la edad adulta, sus padres los ponen a prueba constantemente y se muestran curiosos acerca de esta cuestión, mientras que al mismo tiempo no paran de hacerles exigencias a sus hijos: ‘No deberías ser un ingrato desalmado. ¿Para qué te hemos criado nosotros, tus padres? Lo hicimos para que nos cuidaras cuando fuéramos mayores. ¿Te hemos criado para nada? No deberías desafiarnos. No nos resultó fácil. Fue un trabajo arduo. Deberías ser considerado y saber estas cosas’. En especial durante la supuesta fase rebelde, es decir, la transición de la adolescencia a la edad adulta, algunos hijos no son sensatos ni tienen criterio, y suelen desafiar a sus padres y causar problemas. Los padres lloran, montan una escena y los atosigan, dicen: ‘¡No sabes lo mucho que sufrimos para cuidarte cuando eras pequeño! No esperábamos que fueras así al crecer, tan mal hijo, que supieras tan poco acerca de compartir la carga de las tareas de casa o de nuestras penurias. No sabes lo difícil que es todo esto para nosotros. ¡No eres un buen hijo, eres un insolente, no eres una buena persona!’. Además de enfadarse con ellos por ser desobedientes o exhibir una conducta extrema en sus estudios o en su vida diaria, otra razón de su enojo es que no pueden ver en sus hijos su propio futuro, o que se dan cuenta de que no van a ser filiales, que no son considerados ni les dan pena sus padres, que no los llevan en el corazón o, para ser más concretos, que no saben ser buenos hijos con ellos. Así que, a los padres les parece que no pueden depositar sus esperanzas en tales hijos y es probable que sean desagradecidos o insolentes. Entonces, a sus padres se les parte el corazón, les parece que las inversiones y los gastos que hicieron por sus hijos fueron en vano, que no hicieron un buen negocio, que no merecía la pena, y se arrepienten de ello, se sienten tristes, afligidos y angustiados” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Dios pone al descubierto que los padres tienen expectativas sobre sus hijos, en especial, que esperan que cuiden de ellos hasta su muerte y organicen sus funerales. Cuando sus hijos no cumplen con estas expectativas, están dolidos, decepcionados y piensan que los han criado en vano. Ese era exactamente mi estado. Tenía estas expectativas sobre mi hijo desde que era muy pequeño. Esperaba que se ocupara de mí cuando me enfermara y que, cuando envejeciera y ya no pudiera movilizarme, esperaba que me apoyara, se encargara de mi vida cotidiana y que, después de mi muerte, organizara mi funeral. Cuando mi hijo creció, no me atreví a regresar a casa durante varios años debido a la persecución del PCCh. Cuando volví, me enteré de que mi hijo había reservado una casa para mí y que podría regresar para vivir mi vejez allí. Estaba muy feliz y pensé que mi hijo seguía siendo de confianza y un buen hijo. Pero, cuando eligió a su esposa en lugar de a mí, me sentí desconsolada y decepcionada. Pensé que mi hijo no era de confianza y que lo había criado en vano. Cuando mi hijo trajo a mi nieta a visitarme, me sentí reconfortada. Pero, cuando no pude volver a verlo porque tenía que evitar que el PCCh me arrestara, me preocupaba que mi hijo ya no me reconociera, y se hicieron añicos mis esperanzas de depender de él para que me cuidara durante la vejez. Volví a hundirme en el dolor y no era capaz de centrarme en dar seguimiento al trabajo de la iglesia. Pero ahora entendí que la raíz de mi sufrimiento era que me había controlado la idea de “Cría hijos para que cuiden de ti en la vejez”, y no podía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios.
Entonces, leí más de las palabras de Dios: “En cuanto al asunto de que los padres esperen que sus hijos manifiesten respeto por los lazos filiales que los unen, por una parte, deben saber que todo está instrumentado por Dios y depende de Su ordenación. Por otra, la gente tiene que ser razonable. Dar a luz a sus hijos es una experiencia que, por su naturaleza, resulta especial en la vida de los padres. Ya se han beneficiado en gran medida de sus hijos y han llegado a apreciar las penas y las alegrías de ser padres. Para sus vidas, este proceso es rico en experiencias y, además, memorable. Compensa los defectos y la ignorancia que existen en su humanidad. Como padres, ya han obtenido lo que les correspondía ganar por criar a sus hijos. Si no están contentos con esto, exigen que les sirvan como cuidadores o esclavos y esperan que les muestren piedad filial como retribución por haberlos criado, que cuiden de ellos en su vejez, los despidan con un entierro, los metan en un ataúd, impidan que su cuerpo se pudra en su casa, derramen lágrimas amargas cuando fallezcan, estén de luto y los lloren durante tres años, etcétera. Permitir que sus hijos se sirvan de esto para devolver su deuda se vuelve entonces irracional e inhumano. Mira, en cuanto a las enseñanzas de Dios referidas a la manera en la que los hijos deben tratar a sus padres, Él solo les pide que sean buenos, pero de ningún modo les exige que los mantengan hasta su muerte. Dios no le encomienda a nadie esa responsabilidad y obligación, nunca dijo nada semejante. Dios solo les aconseja a los hijos que sean buenos con sus padres. Mostrar piedad filial a los padres es una declaración general de amplio alcance. En concreto, ahora significa cumplir con tus responsabilidades en la medida de tus capacidades y condiciones, con eso basta. Es así de simple, es lo único que les pide. Por tanto, ¿cómo deben entender esto los padres? Dios no exige ‘Los hijos deben ser buenos con sus padres, cuidarlos en la vejez y despedirlos’. Por tanto, los padres deberían desprenderse de su egoísmo y no esperar que toda la existencia de sus hijos gire en torno a ellos solo porque les dieron la vida. Si los hijos no giran alrededor de los padres y no los consideran el centro de sus vidas, no está bien que los padres los regañen constantemente, les minen la conciencia y les digan cosas como: ‘No eres buen hijo, eres desagradecido y desobediente, e incluso después de haberte criado durante tanto tiempo no he logrado confiar en ti’. Siempre regañan a sus hijos así y les imponen cargas. Les exigen que sean buenos hijos y los acompañen, que los cuiden en la vejez y los entierren, y que piensen constantemente en ellos, vayan donde vayan; es un modo de proceder inherentemente erróneo y corresponde a un pensamiento y una idea inhumanos. Este tipo de pensamiento puede existir en mayor o menor medida en distintos países o entre diferentes etnias, pero si analizamos la cultura china tradicional, encontramos que los chinos hacen particular hincapié en la piedad filial. Desde tiempos pasados hasta el presente, ha sido motivo de discusión y se la ha destacado como parte de la humanidad de las personas y como estándar que permite medir su calidad moral. Por supuesto, en la sociedad existe, además, una práctica común y una opinión generalizada que indica que, si los hijos no se comprometen con el vínculo familiar, sus padres también se sentirán avergonzados y los hijos serán incapaces de soportar esta marca en su reputación. Debido a la influencia de varios factores, los padres han sido profundamente influenciados por este pensamiento tradicional y les exigen que sean buenos hijos, sin pensarlo ni discernirlo” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Al leer las palabras de Dios, entendí que la idea de “Cría hijos para que cuiden de ti en la vejez” es errónea. Como padres, criar a nuestros hijos es nuestra responsabilidad y obligación. No deberíamos tratarlo como una transacción con ellos. Dado que decidimos traerlos al mundo, tenemos la responsabilidad de cuidar de ellos. Es como los animales que cuidan de sus crías. Cuidan con esmero de ellas hasta que pueden sobrevivir por su cuenta. Todo esto es parte del instinto que Dios les ha dado. Todos los animales siguen esta ley para que los seres vivos puedan reproducirse y existir. Los seres humanos no son la excepción. Pensé en cómo había criado a mi hijo y vi que fue un proceso que había enriquecido mi experiencia de vida. Desde sus primeras palabras y sus primeros pasos, hasta que empezó la escuela y me ayudaba con las tareas del hogar, todo ello me dio un sentido de responsabilidad como madre. También permitió que mi humanidad madurara. Criar a nuestros hijos es nuestra responsabilidad y obligación como padres, no un acto de bondad. Pero, como había adoptado la noción tradicional de “Cría hijos para que cuiden de ti en la vejez”, usé la crianza que le había dado como moneda de cambio para intentar hacer una transacción con él al pensar que, como lo había criado, él debía ir de aquí para allá y ocuparse de mí cuando envejeciera o enfermara y que debía darme un funeral grandioso cuando muriera. Lo había criado para satisfacer mis propios intereses carnales. Dios solo exige que las personas cumplan con sus responsabilidades hacia sus padres en función de su situación real. No exige que los hijos cuiden de sus padres en la vejez ni que organicen sus funerales. Pero yo me aferré a las nociones tradicionales de “Cría hijos para que cuiden de ti en la vejez” y “Yo crío a mi hijo en su juventud, y él cuida de mí en mi vejez”, por lo que exigí que mi hijo asumiera toda la responsabilidad sobre mi vida. ¿No era esto completamente irracional y totalmente egoísta y despreciable? Cada vez que veía que no podía depender de mi hijo, me sentía desconsolada, decepcionada y que no tenía esperanzas en la vida. Hasta me quejaba de Dios y pensaba que, a pesar de creer en Él, mi vida era peor que la de los no creyentes. Me preocupaba constantemente mi futuro y no podía centrarme en mis deberes. Vi que la idea cultural tradicional de “Cría hijos para que cuiden de ti en la vejez” había estado perjudicándome y atándome, lo que me impedía discernir lo correcto de lo incorrecto. ¡Esta idea es totalmente absurda!
Entonces, leí más de las palabras de Dios. “Efectivamente, solo por el hecho de tener y criar hijos, ya has ganado mucho de ellos. En cuanto a si son buenos hijos, a si puedes contar con ellos antes de morir y a lo que puedes obtener de ellos, se trata de aspectos que dependen de si estáis destinados a vivir juntos y de la ordenación de Dios. Por otra parte, la clase de entorno en el que viven tus hijos, sus condiciones de vida y si estas le permiten cuidar de ti, si no tienen problemas económicos y si disponen de dinero extra para aportarte disfrute material y asistencia, también depende de la ordenación de Dios. Además, desde tu perspectiva subjetiva de padre, que tu porvenir sea disfrutar de las cosas materiales, el dinero o el consuelo emocional que te den tus hijos, también depende de la ordenación de Dios. ¿No es así? (Sí). No les corresponde a los humanos pedirlas. Como ves, a algunos padres no les gustan sus hijos y no están dispuestos a vivir con ellos, pero Dios ha ordenado que convivan, así que no pueden viajar lejos ni dejar a sus padres. Están atrapados con ellos para toda la vida, no podrías separarlos ni aunque lo intentaras. Algunos hijos, por otra parte, tienen padres que están muy dispuestos a estar con ellos, son inseparables, siempre se echan de menos, pero por diversas razones, no les resulta posible residir en la misma ciudad o incluso en el mismo país. Es difícil para ellos verse las caras y hablar. Aunque se hayan desarrollado tanto los métodos de comunicación y sea posible hacer videollamadas, sigue siendo diferente a vivir juntos un día sí y otro también. Por cualquier motivo, los hijos se van al extranjero, trabajan, viven en otro lugar después de casarse o cualquier otra cosa, y una larga, larga distancia los separa de sus padres. No es fácil coincidir ni una sola vez y hacer una llamada o una videollamada depende de la hora. Debido a las diferencias horarias o a otros inconvenientes, no tienen la posibilidad de comunicarse con sus padres muy a menudo. ¿Con qué se relacionan estos aspectos importantes? ¿No están todos relacionados con la ordenación de Dios? (Sí). No es algo que se pueda decidir a partir de los deseos subjetivos del padre o del hijo. La mayoría depende de la ordenación de Dios. En otro respecto, a los padres les preocupan la posibilidad de contar con sus hijos en el futuro. ¿Para qué quieres contar con ellos? ¿Para que te sirvan té o agua? ¿Qué clase de dependencia es esa? ¿No puedes hacerlo solo? Si estás sano y eres capaz de moverte y cuidar de ti mismo, de hacerlo todo por tu cuenta, ¿acaso no es maravilloso? ¿Por qué tienes que depender de otros para que te sirvan? ¿De veras la felicidad es disfrutar del cuidado y la compañía de tus hijos, además de que te sirvan tanto en la mesa como fuera de ella? No necesariamente. Si eres incapaz de moverte y es realmente necesario que tengan que servirte de esa manera, ¿es eso la felicidad para ti? Si te dieran a elegir, ¿elegirías estar sano y no necesitar del cuidado de tus hijos, o escogerías estar paralizado en la cama con ellos a tu lado? ¿Qué escogerías? (Estar sano). Es mucho mejor estar sano. Ya vivas hasta los 80, los 90 o incluso los 100 años, puedes seguir ocupándote de ti mismo. Es una buena calidad de vida. Aunque puede que te hagas mayor, tu ingenio se vuelva más lento, tengas mala memoria, comas menos, hagas las cosas más despacio y peor, y salir no resulte tan cómodo, no deja de ser estupendo que puedas ocuparte de tus necesidades básicas. Basta con recibir de vez en cuando una llamada de tus hijos para saludarte o que vengan a casa a quedarse contigo durante las vacaciones. ¿Para qué exigirles más? Dependes siempre de tus hijos; ¿solo serás feliz cuando se conviertan en tus esclavos? ¿No resulta egoísta pensar así?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Después de leer las palabras de Dios, vi la luz de repente. Que una persona pueda disfrutar del cuidado y la atención de sus hijos en la vida o que pueda recibir de ellos muchas comodidades materiales o apoyo emocional depende por completo de lo que Dios decida. No es algo que suceda solo porque lo deseemos. Tomemos de ejemplo a mi hermano mayor. Tiene cinco hijos, pero, cuando enfermó, ninguno de ellos estuvo ahí para cuidar de él. Al final, fue mi esposo el que lo cuidó hasta que falleció. Haciendo memoria, mi salud no había sido buena en los últimos años, mientras cumplía con mi deber. Tuve varios ataques al corazón y, en cada ocasión, fue Dios el que me protegió y me salvó del peligro. Una vez, sentí un dolor repentino en el pecho y parecía que mi corazón había dejado de latir. Me sentí mareada, no podía moverme en absoluto y pensé que estaba por morirme. Oré a Dios en mi corazón: “Dios, mi vida está en Tus manos. Incluso si muero hoy aquí, estoy dispuesta a someterme a Tu soberanía”. Justo en ese momento, el hermano menor de la familia de acogida regresó de viaje. Era médico y me hizo acupresión. Después de un rato, me sentí un poco mejor. Vi cómo Dios dispuso a las personas, los acontecimientos y las cosas a mi alrededor para ayudarme y supe que esto era la maravillosa protección de Dios. Pensándolo bien, incluso cuando mi hijo estaba a mi lado cuando estaba enferma, seguía sufriendo igual y, si Dios hubiera querido quitarme la vida, mi hijo no habría podido hacer nada para impedirlo, aunque hubiera estado allí. Mi porvenir está en manos de Dios y mi salud también está bajo Su soberanía y Sus arreglos. Además, debo asumir la responsabilidad de mi propia vida, no debería depender de mi hijo para todo y debo manejar mi vida independientemente de él. Ese es el sentido de la razón que los padres deberían tener. Tras darme cuenta de esto, mi corazón se sintió mucho más alegre.
Leí más de las palabras de Dios y obtuve cierta comprensión sobre lo absurdo que es exigir un funeral grandioso y tener hijos solo para que nos despidan. Dios Todopoderoso dice: “La gente piensa: ‘Tener hijos a tu lado para meterte en un ataúd, para que se pongan ropa acorde a la situación y se maquillen y organicen un gran funeral es algo maravilloso. Si mueres sin que nadie te organice un funeral o te despida, es como si tu vida no tuviera una conclusión adecuada’. ¿Es correcta esta idea? (No). Hoy en día, los jóvenes no le prestan mucha atención a estas cosas, pero sigue habiendo personas en zonas remotas y gente anciana algo ignorante que tienen el pensamiento y punto de vista plantado en lo más profundo de su corazón, de que los hijos deben cuidar de los padres en la vejez y despedirlos. Da igual cuánto compartas sobre la verdad, no la aceptan, ¿cuál es la consecuencia última de esto? Sufren mucho. Este tumor lleva mucho tiempo escondido dentro de ellos y los envenena. Cuando lo extraigan y lo eliminen, ya no los envenenará y sus vidas serán libres. Los pensamientos equivocados causan todo tipo de acciones erróneas. Si temen morir y pudrirse en su casa, siempre pensarán: ‘Tengo que criar a un hijo. No puedo permitir que se vaya muy lejos cuando crezca. ¿Qué pasa si no está a mi lado cuando me muera? ¡Si no tengo a nadie que cuide de mí en la vejez o que me despida, me arrepentiré toda la vida! Si cuento con alguien para que lo haga por mí, no habré vivido en vano. Sería una vida perfecta. Pase lo que pase, no quiero quedar en ridículo frente a mis vecinos’. ¿Acaso no es una ideología podrida? (Sí). Es estrecha de miras y degenerada, le da demasiada importancia al cuerpo físico. Este no tiene ningún valor en realidad. Tras experimentar el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, no queda nada. Solo si la gente ha ganado la verdad durante la vida, vivirá para siempre cuando se salve. Si no has obtenido la verdad, cuando tu cuerpo muera y se descomponga, no quedará nada. Da igual lo buenos que sean tus hijos contigo, no serás capaz de disfrutarlo. Cuando una persona muere y sus hijos la entierran en un ataúd, ¿puede sentir algo ese viejo cuerpo? ¿Es capaz de notar nada? (No). No percibe nada en absoluto. Pero en la vida, la gente le da mucha importancia a este asunto, impone muchas exigencias relacionadas con la posibilidad de que la despidan, lo cual es una necedad, ¿verdad? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Las palabras de Dios son muy claras. Cuando una persona muere, su alma la abandona. Su cuerpo deja de mostrar signos de vida y se descompone en solo unos días. Incluso si sus hijos y nietos se visten de luto y sin importar lo lujoso que sea el funeral, su cuerpo ya no puede percibir, y no se enterará de nada. ¡Es una estupidez exigir tener un funeral grandioso después de la muerte! Sin embargo, yo le daba mucha importancia a este asunto y, cuando mi hijo eligió a su esposa en vez de a mí, me preocupaba que, algún día, pudiera morir de una enfermedad grave y que mi vida terminaría de forma imperfecta y miserable si nadie me enterraba. ¡Estos pensamientos míos eran verdaderamente absurdos! De hecho, Dios expresa la verdad en los últimos días con el propósito de obrar la verdad en las personas. Solo al perseguir la verdad pueden las personas vivir una vida con sentido y valiosa. Dios determina el desenlace de una persona en función de si posee la verdad. Solo al obtener la verdad y vivir de acuerdo con las palabras de Dios puede uno recibir la vida eterna y ser llevado a un hermoso destino. Si una persona no ha perseguido la verdad ni ha hecho buenas obras durante su vida, entonces, por muy grandioso que sea su funeral, su alma se irá al infierno. En mi fe, debía pensar en cómo perseguir la verdad, lograr cambiar mi carácter y cumplir bien con el deber de un ser creado. Solo cuando una persona obtiene la aprobación de Dios puede vivir una vida llena de valor y sentido. Como dijo Dios: “Este no tiene ningún valor en realidad. Tras experimentar el nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte, no queda nada. Solo si la gente ha ganado la verdad durante la vida, vivirá para siempre cuando se salve”. Creo en Dios y, si persigo la gloria después de la muerte y dependo de estas cosas para vivir, eso me convertiría en una estúpida e incrédula. La forma en que mi hijo me trate está dentro de lo que Dios determina. Incluso si no cuida de mí hasta mi muerte ni organiza mi funeral, debo someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Esta es la razón que debo tener. Nos encontramos en un momento crítico para la expansión del evangelio de Dios y lo que debo hacer es valorar el tiempo que tengo ahora, cumplir mi deber con humildad, equiparme con más verdad, dar testimonio de Dios y aportar mi grano de arena para expandir el evangelio del reino. Ahora que he llegado a entender estas cosas, tengo la meta y el rumbo correctos en la vida, me siento libre y liberada en mi corazón, y mi deber ya no se ve afectado.