97. Ya no me preocupa el trabajo de mi hijo

Por Wang Han, China

Tengo tres hermanas mayores. Tanto ellas como sus maridos trabajan en ministerios del gobierno. Algunos son presidentes de la Conferencia Consultiva Política del Pueblo Chino, mientras que otros son líderes o los número uno en agencias gubernamentales. La gente los envidia y les tiene estima. Las personas que no son de mi familia siempre dicen: “Mira a tus hermanas mayores. ¡Cada una es mejor que la anterior!”. Siempre que oía cosas así, mi corazón se entristecía un poco. Todas mis hermanas mayores eran muy excepcionales, pero mi marido y yo éramos solo personal de gestión general en una empresa y no teníamos poder ni influencia. Esto me hacía sentir realmente avergonzada y no podía mantener la cabeza en alto delante de los demás. Empecé a pensar: “Nunca llegaré a nada en la vida. Tengo que depositar mis esperanzas en mi hijo, con la esperanza de que consiga un buen trabajo cuando crezca. Aunque no se convierta en funcionario público, como mínimo, debe entrar en una agencia gubernamental o una institución pública. Si mi hijo pudiera destacar entre la multitud y encontrar un trabajo respetable, yo podría disfrutar de su prestigio”. Mi hijo acababa de empezar la escuela primaria cuando empecé a hacer planes para su futuro. En ese momento, había una escuela privada que ofrecía una mejor educación. Moví hilos y gasté dinero para que mi hijo pudiera ir allí. Quería que le fuera bien en los estudios para que pudiera entrar en la universidad en el futuro. Por desgracia, mi hijo fue una pequeña decepción. No solo no se esforzaba en sus estudios, sino que también solía faltar a clase. Siempre se peleaba con los profesores y, luego, ni siquiera quería ir a la escuela. Empecé a preocuparme de que estaría destinado al fracaso si no iba a la escuela. ¿Sería capaz de tener buenas expectativas de futuro tras eso? A menudo le decía: “Tienes que estudiar mucho. Luego, en el futuro, cuando entres en una buena universidad y consigas un buen trabajo, serás una persona muy respetable. Tus primos mayores están todos en la universidad. Si no estudias mucho, en el futuro tendrás que hacer duros trabajos físicos, y la gente te menospreciará toda tu vida”. Pero mi hijo no quería escuchar y solía esconderse de mí. Cuando llegaba a casa después de la escuela, comía algo y luego se iba a su habitación, con la excusa de que tenía que hacer los deberes. Quería hablar con él sobre sus estudios, pero no me hacía caso. Pensé: “Si, como madre, te dejo actuar así y no me hago cargo de ti, ¿podrás tener éxito en el futuro?”. Escribí en un papel mis preocupaciones e inquietudes y le di consejos sinceros y bien intencionados. Pero mi hijo simplemente no me escuchaba y seguía faltando a clase a menudo. Empecé a tener miedo de que pudiera ir por mal camino en la sociedad, así que le pedí a alguien que lo hiciera entrar en el ejército. Esperaba que pudiera ingresar en una escuela militar. Sería maravilloso si se convirtiera en oficial del ejército en el futuro. De ese modo, si alguien me preguntara más tarde, “¿A qué se dedica tu hijo?”, podría decir con confianza: “Mi hijo es oficial del ejército”. Por lo tanto, lo envié al ejército cuando tenía quince años. Cuando terminó su servicio de tres años, quise aprovechar un contacto que tenía para enviarlo a la escuela militar y que se siguiera formando, pero él no estaba de acuerdo y estaba decidido a desmovilizarse. Intenté convencerlo de todas las maneras posibles y le hablé hasta el hartazgo, pero, aun así, eligió desmovilizarse. Cuando volvió, lo asignaron al departamento de ferrocarriles como trabajador común y corriente. Ese trabajo me hizo sentir completamente insatisfecha. Todos los hijos de mis hermanas mayores habían recorrido la senda de los funcionarios del gobierno. Tenían trabajos respetables y prestigiosos, ganaban mucho dinero y la gente les tenía estima dondequiera que iban. Pero cuando yo me fijaba en mi hijo, no tenía una buena educación ni un buen trabajo. ¿Cómo podía ser tan decepcionante? ¿Acaso no había hecho todo por su bien? ¿Cómo no podía entenderlo? Por aquel entonces, solía llorar sola y me sentía demasiado avergonzada para ver a nadie. ¿Sería la vida de mi hijo tan mediocre y patética como la mía? Si la gente que me conocía se enteraba, ¡quién sabe lo que dirían o cómo se burlarían de mí a mis espaldas! No. Sentía que eso no podía seguir así. Tenía que encontrar la manera de que reasignaran a mi hijo a un buen trabajo. ¡No podía permitir que fuera un trabajador común y corriente toda su vida! Empecé a buscar contactos por todas partes. Mis hermanas mayores también ayudaron para contactar con varios empleadores, pero, al final, todo quedó en la nada debido a la falta de educación de mi hijo. Me devanaba los sesos por el trabajo de mi hijo, hasta el punto de sentirme muy afligida. Toda mi familia me aconsejaba que dejara que las cosas siguieran su curso, pero no estaba dispuesta a resignarme. Entonces, obligué a mi marido a pedir a alguien que buscara un contacto para reasignar el trabajo de nuestro hijo. Nos costó muchas preocupaciones y mucho dinero, pero, al final, aun así, no pudimos conseguirle un nuevo trabajo a mi hijo. Como no le había encontrado un trabajo respetable, no le permití trabajar durante tres años. Simplemente lo obligué a quedarse en casa. Entonces, mi hijo se volvió cada vez más decadente. Cada día, si no estaba jugando, estaba fuera comiendo, bebiendo y divirtiéndose. En aquellos días, lo único en lo que podía pensar era en cómo conseguirle un trabajo respetable a mi hijo. Esto no me dejaba comer ni dormir bien y mi vida era dura y agotadora. Justo cuando estaba tan preocupada que sentía que no tenía salida, recibí el evangelio de Dios Todopoderoso. Después de aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, solía reunirme y hacer deberes con mis hermanos y hermanas. Al hacerlo, me sentía feliz y liberada. Sin embargo, en mi tiempo libre, no podía sino sentirme angustiada por el trabajo de mi hijo.

Un día, leí estas palabras de Dios: “Cuando uno deja a sus padres y pasa a ser independiente, las condiciones sociales a las que se enfrenta y el tipo de trabajo y profesión disponibles para él son decretados por el sino y no tienen nada que ver con sus progenitores. Algunas personas eligen una buena especialidad en la universidad y acaban encontrando un trabajo satisfactorio después de la graduación, dando una primera zancada triunfante en el viaje de su vida. Algunas personas aprenden y dominan muchas habilidades distintas, pero nunca encuentran un trabajo adecuado para ellas o nunca encuentran su posición, y mucho menos tienen una carrera; al principio del viaje de su vida se ven frustradas a cada paso, asediadas por los problemas, con sus perspectivas ensombrecidas y la vida incierta. Algunas personas se aplican diligentemente en sus estudios, pero se pierden por poco todas las oportunidades de recibir una educación superior; parecen destinadas a no conseguir nunca el éxito y su primera aspiración en el viaje de la vida se esfuma. Sin saber si el camino por delante es liso o pedregoso, sienten por primera vez lo lleno de variables que está el porvenir humano, y contemplan la vida con expectación y temor. A pesar de no tener una educación demasiado buena, algunos escriben libros y consiguen algo de fama; algunos, aunque casi analfabetos, hacen dinero en los negocios y son por tanto capaces de sustentarse por sí solos… Qué ocupación elegir, cómo ganarse la vida: ¿tienen las personas algún control sobre la toma de buenas o malas decisiones en estas cosas? ¿Son estas cosas acordes con sus deseos y decisiones de las personas? La mayoría de las personas tienen los siguientes deseos: trabajar menos y ganar más, no trabajar al sol ni bajo la lluvia, vestir bien, resplandecer y brillar en todas partes, estar por encima de los demás y honrar a sus ancestros. La gente anhela la perfección, pero cuando dan sus primeros pasos en el viaje de su vida, llegan a darse cuenta poco a poco de lo imperfecto que es el porvenir humano, y por primera vez comprenden realmente la realidad de que, aunque uno pueda hacer planes atrevidos para su futuro y, aunque pueda albergar audaces fantasías, nadie tiene la capacidad ni el poder para materializar sus propios sueños y nadie está en posición de controlar su propio futuro. Siempre habrá alguna distancia entre los sueños y las realidades a las que se debe hacer frente; las cosas nunca son como a uno le gustaría que fuesen, y frente a tales realidades las personas no pueden conseguir satisfacción ni contentamiento. Algunas personas llegarán hasta un punto inimaginable, realizarán grandes esfuerzos y sacrificios por el bien de su sustento y futuro, intentando cambiar su propio porvenir. Pero al final, aunque puedan materializar sus sueños y sus deseos a través de su propio trabajo duro, nunca pueden cambiar su suerte. Por muy obstinadamente que lo intenten nunca podrán superar lo que la suerte les ha asignado. Independientemente de las diferencias de capacidades, inteligencia y la fuerza de voluntad, las personas son todas iguales ante la suerte, que no hace distinción entre grandes y pequeños, altos y bajos, eminentes y humildes. A qué ocupación se dedica uno, qué se hace para vivir y cuánta riqueza se amasa en la vida es algo que no deciden los padres, los talentos, los esfuerzos ni las ambiciones de uno: es el Creador quien lo predestina(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Leí este pasaje varias veces. Cuanto más lo leía, más sentía que lo que Dios decía era absolutamente cierto. Tal como dicen las palabras de Dios, siempre tuve mis propias ideas y planes y esperaba que mi hijo pudiera conseguir un buen trabajo que le diera respeto y prestigio. Sin embargo, la planificación humana no puede lograr nada de esto, ya que Dios es soberano sobre todos nuestros destinos y los dispone. No podemos hacer realidad nuestros deseos confiando en nuestros propios esfuerzos y luchas. Había pagado muchísimo dinero para enviar a mi hijo a una escuela privada cuando era joven. Todo era para que estudiara mucho y tuviera un buen trabajo y buenas perspectivas de futuro. Pero él simplemente se negaba a escuchar y solía faltar a clase. Intenté enseñarle de manera sincera y bien intencionada, pero no solo no me escuchó, sino que hasta seguía evitándome. Más tarde, lo envié al ejército con la esperanza de que, en el futuro, entrara en la escuela militar y se convirtiera en oficial. Sin embargo, tampoco me escuchó, insistió en que lo desmovilizaran y, como consecuencia, se convirtió en un trabajador ferroviario común y corriente. Como el trabajo de mi hijo estaba muy por debajo de mis expectativas, no estaba dispuesta a dejar las cosas así. Busqué por todas partes, usé mis contactos y traté de mover los hilos. Estaba dispuesta a pagar cualquier precio para conseguirle el trabajo ideal a mi hijo. Pero, después de varios años de tormento y de haber gastado una enorme cantidad de dinero y esfuerzo, en última instancia, mis deseos no se hicieron realidad. Las palabras de Dios me permitieron entender que los trabajos que una persona hará a lo largo de su vida no los determina lo arduo que trabajen, su ambición o deseo. Dios dispuso hace mucho tiempo los trabajos que hará una persona en la vida y cuál será su porvenir. No me corresponde a mí decidir qué trabajo puede hacer mi hijo y cuáles serán sus expectativas. Eso lo predestina Dios. Por mucho que hiciera planes o pidiera a la gente que usara sus contactos, no servía de nada; todo fue en vano. No solo era agotador vivir así, sino que también había criado a mi hijo para que se volviera decadente. Cuando entendí esto, oré a Dios. Estaba dispuesta a confiarle el destino de mi hijo y someterme a las orquestaciones y arreglos de Dios. Después de orar, me sentí mucho más relajada.

Más tarde, dos compañeros de trabajo de la empresa que contrataba a mi hijo vinieron a mi casa para averiguar lo que pasaba. Dijeron que mi hijo no había trabajado durante varios años y que, si seguía así, lo despedirían de forma automática. Cuando oí la noticia, me volví a sentir en conflicto. “¿Mi hijo solo será un trabajador común y corriente en el futuro?”. Todavía no estaba dispuesta a aceptarlo, así que le pregunté a mi hijo: “Si vuelves ahora al trabajo, entonces, solo serás un mero trabajador en el futuro. ¿Qué quieres hacer?”. No me lo esperaba, pero mi hijo accedió a ir a trabajar. En ese momento, pensé en estas palabras de Dios: “Ninguna otra condición objetiva puede influenciar la misión de una persona, que es predestinada por el Creador. Todas las personas maduran en el entorno particular en el que crecen, y después poco a poco, paso a paso, emprenden sus propios caminos en la vida y cumplen los sinos planeados para ellas por el Creador. De manera natural e involuntaria entran en el inmenso mar de la humanidad y asumen sus propios puestos en la vida, donde comienzan a cumplir con sus responsabilidades como seres creados en aras de la predestinación y la soberanía del Creador(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Dios ya ha dispuesto el porvenir de mi hijo y los trabajos que hará a lo largo de su vida. Ahora, mi hijo ya era adulto y yo debía dejar que se fuera. Dado que estaba dispuesto a ir a trabajar, debía dejarlo. Poco después, mi hijo fue a trabajar para la empresa que lo contrataba.

Pasaron varios años en un abrir y cerrar de ojos. Aunque había sido capaz de dejar atrás un poco el asunto del trabajo de mi hijo, durante el Año Nuevo Chino y en otras festividades, cuando se reunía toda la familia y oía a mis hermanas mayores hablar sobre el éxito de sus hijos, me sentía descorazonada. Siempre sentía que estaba por debajo de ellas y que no podía decir una palabra. En mi corazón había un sentimiento que no podía describir. Oré a Dios: “Querido Dios, Tus palabras me han permitido entender que Tú eres soberano sobre el porvenir de las personas. Pero ¿por qué me siento triste cuando escucho a mis hermanas mayores hablar sobre los éxitos de sus hijos, como si estuviera por debajo de ellas? Querido Dios, te ruego que me guíes para entender mis propios problemas”.

Un día, durante mi práctica devocional, leí estas palabras de Dios: “En realidad, independientemente de lo nobles que sean los ideales del hombre, de lo realistas que sean sus deseos o de lo adecuados que puedan ser, todo lo que el hombre quiere lograr, todo lo que busca está inextricablemente vinculado a dos palabras. Ambas son de vital importancia para la vida de cada persona y son cosas que Satanás pretende infundir en el hombre. ¿Qué dos palabras son? Son ‘fama’ y ‘ganancia’. Satanás usa un tipo de método muy suave, un método muy de acuerdo con las nociones de las personas, que no es radical en absoluto, a través del cual hace que las personas acepten sin querer su forma de vivir, sus normas de vida, y para que establezcan metas y una dirección en la vida y, sin saberlo, también llegan a tener ambiciones en la vida. Independientemente de lo grandes que estas ambiciones parezcan, están inextricablemente vinculadas a la ‘fama’ y la ‘ganancia’. Todo lo que cualquier persona importante o famosa y, en realidad, todas las personas, siguen en la vida solo se relaciona con estas dos palabras: ‘fama’ y ‘ganancia’. Las personas piensan que una vez que han obtenido la fama y la ganancia, pueden sacar provecho de ellas para disfrutar de un estatus alto y de una gran riqueza, y disfrutar de la vida. Piensan que la fama y ganancia son un tipo de capital que pueden usar para obtener una vida de búsqueda del placer y disfrute excesivo de la carne. En nombre de esta fama y ganancia que tanto codicia la humanidad, de buena gana, aunque sin saberlo, las personas entregan su cuerpo, su mente, todo lo que tienen, su futuro y su sino a Satanás. Lo hacen de manera sincera y sin dudarlo ni un momento, ignorando siempre la necesidad de recuperar todo lo que han entregado. ¿Pueden las personas conservar algún control sobre sí mismas una vez que se han refugiado en Satanás de esta manera y se vuelven leales a él? Desde luego que no. Están total y completamente controladas por Satanás. Se han hundido de un modo completo y total en un cenagal y son incapaces de liberarse a sí mismas(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Las palabras de Dios me permitieron entender que me sentía molesta cuando veía a mis hermanas mayores elogiar el éxito de sus hijos, porque le daba demasiada importancia a la fama y el beneficio. Vivía según pensamientos y opiniones erróneos que Satanás me había inculcado, como “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” e “Intenta destacar y sobresalir”. Creía que lo tendría todo si tenía fama y beneficios, que me envidiarían y estimarían dondequiera que fuera y que disfrutaría del prestigio. Pensaba que podría tener la cabeza en alto frente a los demás y hablar con confianza. Pensaba que solo tendría dignidad si vivía así. Cuando vi que todas mis hermanas mayores y sus maridos eran personas respetadas y que les tenían estima dondequiera que iban, sentía una envidia enorme y quería ser como ellos. Quería que me tuvieran estima y también disfrutar tanto de la fama como de los beneficios. Cuando no logré mis deseos, deposité mis esperanzas en mi hijo, con la esperanza de que consiguiera un trabajo respetable. De esta manera, podría tener la cabeza en alto y tener prestigio. Para conseguirlo, estaba dispuesta a pagar cualquier precio para cultivar a mi hijo. Sin embargo, las cosas no salieron como deseaba. Mi hijo simplemente no me escuchó y terminó convirtiéndose en un trabajador ordinario. Cuando vi que mis esperanzas se habían esfumado, sentí una gran angustia. Sentía constantemente que no podía asomar la cabeza frente a los demás y vivía sufriendo todos los días. No estaba dispuesta a ver a mi hijo vivir una vida mediocre y ordinaria, así que gasté dinero y llamé a mis contactos para conseguir que lo reasignaran a un nuevo trabajo. Al final, gasté mucho dinero, pero no logré conseguirle un nuevo trabajo. Mi hijo había estado en casa todos los días sin nada que hacer y se convirtió en un inútil. Sufrí por perseguir la fama y el beneficio y por solo preocuparme por mi propia imagen e intereses. No tuve en ninguna consideración los sentimientos de mi hijo y lo obligué a cargar con los sueños que yo no había podido hacer realidad. Ni que decir que obstaculicé a mi hijo y que yo también vivía en la miseria absoluta. Lo único que estos pensamientos y opiniones satánicos hacen es perjudicar a las personas. Son como grilletes invisibles que me atan con fuerza y me hacen estar dispuesta a dedicar tiempo y esfuerzo por ellos, incluso mientras me toman por tonta. ¡Fui una completa estúpida! Cuando entendí esto, fue como si, de repente, se hubiera desatado un nudo que había llevado en el corazón durante muchos años. Sin la guía de las palabras de Dios, me habría hundido en lo profundo del lodazal de buscar la fama y el beneficio, sin poder salir. ¡Di gracias por la guía de las palabras de Dios! Ahora tenía cierta comprensión de los errores que había cometido en el pasado y fui capaz de discernir un poco las maneras en que Satanás corrompe a las personas. No estaba dispuesta a seguir viviendo según los pensamientos y opiniones de Satanás y decidí dejar de interferir en el trabajo de mi hijo.

Luego, leí un pasaje de las palabras de Dios y aprendí cómo tratar el trabajo de mi hijo de manera correcta. Dios Todopoderoso dice: “Dios ordenó que un hombre fuera un trabajador corriente, y que en esta vida solo podría ganar un sueldo básico para alimentarse y vestirse, pero sus padres insisten en que se convierta en una celebridad, en alguien rico, en un funcionario superior. Hacen planes y arreglos para su futuro desde que es pequeño, pagan todo tipo de supuestos precios, tratan de controlar su vida y su futuro. ¿No es eso una necedad? (Sí). […] ningún padre desea que sus hijos acaben siendo mendigos. Es más, no hace falta que insistan en que sus hijos asciendan en el mundo, se conviertan en funcionarios superiores o personas prominentes de la clase alta de la sociedad. ¿Qué tiene de bueno pertenecer a la clase alta? ¿Y ascender en el mundo? Son unos lodazales, no son cosas buenas. ¿Es bueno convertirse en una celebridad, en una gran figura, en un superhombre o en alguien con posición y estatus? La vida es más cómoda cuando se es una persona corriente. ¿Qué tiene de malo llevar una vida un poco más pobre, más dura, más agotadora, con comida y ropa un poco peores? Al menos hay una cosa garantizada, y es que al no vivir entre las tendencias sociales de la clase alta de la sociedad pecarás menos y te resistirás en menor medida a Dios. Como persona corriente, no te enfrentarás a tentaciones tan grandes o frecuentes. Aunque la vida sea un poco más dura, al menos tu espíritu no estará cansado. Piénsalo, como trabajador, de lo único que tienes que preocuparte es de asegurarte tres comidas al día. Cuando eres funcionario es distinto. Hay que luchar, y nunca se sabe cuándo llegará el día en que tu puesto ya no esté asegurado. Y eso no es todo, pues la gente a la que has ofendido te buscará para ajustar cuentas, te castigará. La vida es muy agotadora para las celebridades, las personas notables y los ricos. Los ricos siempre temen no serlo tanto en el futuro y no poder seguir adelante si eso sucede. A las celebridades siempre les preocupa que sus halos desaparezcan y siempre quieren resguardarlos, pues temen que tanto esta época como las tendencias los descarten. ¡Llevan una vida muy agotadora! Los padres nunca se dan cuenta de tales cosas, y quieren siempre empujar a sus hijos al corazón de esta lucha, enviarlos a semejantes leoneras y lodazales(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Las palabras de Dios me hicieron entender que debía someterme a la soberanía y predestinación de Dios respecto al trabajo de mi hijo. No hay nada malo en ser un trabajador ordinario: puedes vestirte, alimentarte y llevar una vida normal. ¿No es esto algo muy bueno? Sin embargo, yo siempre quise que mi hijo tomara la senda de ser funcionario del gobierno o se convirtiera en oficial militar y entrara en un departamento gubernamental. Vi que yo estaba adorando el poder y el estatus. ¡Lo que hacía era empujar a mi hijo hacia el abismo! En apariencia, las agencias gubernamentales parecen respetables. Todas las personas que salen de allí llevan trajes y zapatos de cuero. Todos parecen muy prestigiosos. Pero, en realidad, es el lugar más oscuro que existe. Tomemos de ejemplo a los hijos de mis hermanas mayores. Aunque tienen altos cargos en sus respectivas empresas y tienen mucho poder e influencia, no llevan una vida feliz. Siempre hablan de cómo utilizar sus contactos para proteger su estatus. Temen que algún día perderán sus puestos y los demás los atormentarán. Realmente viven al filo de la navaja. Si trabajas en una agencia gubernamental, lo más probable es que te veas envuelto en distintos tipos de luchas de poder y, aunque quieras, no podrás escapar. Algunos dedican sus vidas a servir a estas agencias y se convierten en cómplices de Satanás. La conciencia, los límites morales, la conducta y la dignidad humana desaparecen por completo. Cometen toda clase de maldades y hacen el mal de muchas formas. Al final, terminan como sacrificios para Satanás. Pero yo no podía ver esto con claridad y hasta había empujado a mi hijo hacia esas agencias gubernamentales. ¡Realmente fui demasiado estúpida! El trabajo que Dios dispone para las personas basta para tener una vida normal. Justo como dice Dios: “Conténtate con la comida y la ropa(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (20)). Llevaba años creyendo en Dios, pero nunca había vivido la realidad de Sus palabras. Mi perspectiva sobre las cosas no había cambiado mucho, y mis opiniones sobre lo que debía perseguir eran las mismas que las de la gente mundana. Adoraba el poder y perseguía la fama, el beneficio y el estatus. Hasta empujé a mi hijo hacia el abismo y el lodazal, con tal de alcanzar mi objetivo. Si hubiera encaminado a mi hijo hacia una carrera política, se habría visto envuelto en conflictos y habría terminado luchando de forma abierta y encubierta con otras personas. Tendría que estar en guardia todo el día contra cierta persona o ser precavido con otra, urdir tramas y artimañas. ¡Quién sabe qué tipo de cosas habría terminado haciendo! Empujar a mi hijo hacia ese lugar para satisfacer mi orgullo y estatus, ¿no era eso perjudicarlo? Aunque, ahora, mi hijo es un trabajador común y corriente, sufre cierto desgaste físico y se cansa un poco, su vida no es tan agotadora como la de sus primos. Tampoco se ha visto envuelto en intrigas y luchas. No tiene que preocuparse por perder su posición y su vida es relajada y tranquila. También puede mantenerse a sí mismo. ¿No es esto maravilloso? Los arreglos de Dios siempre son adecuados.

Más adelante, estaba buscando en las palabras de Dios. Como padres, no deberíamos esperar siempre que nuestros hijos destaquen entre la multitud. Entonces, ¿cuál es la manera correcta de tratar a nuestros hijos? Leí estas palabras de Dios: “Al analizar minuciosamente la esencia de las expectativas de los padres hacia sus hijos, nos damos cuenta de que todas ellas son egoístas, que van en contra de la humanidad y que, además, no tienen nada que ver con las responsabilidades propias de los padres. Cuando les imponen diversas expectativas y exigencias a sus hijos, no están cumpliendo con dichas responsabilidades. Entonces, ¿cuáles son sus ‘responsabilidades’? Las más básicas consisten en enseñar a sus hijos a hablar, a ser bondadosos y a no ser malas personas, y guiarlos en una dirección positiva. Estos son sus deberes más elementales(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). “Los padres solo han de cumplir con las responsabilidades hacia sus hijos, educarlos y criarlos hasta que lleguen a adultos. No es necesario que los críen para que se conviertan en personas talentosas. ¿Es fácil de conseguir? (Sí). Es muy sencillo: no tienes que responsabilizarte del futuro ni de la vida de tus hijos, ni hacer planes para ellos, ni suponer en qué tipo de personas se convertirán, qué tipo de vida llevarán, qué círculos sociales frecuentarán más adelante, cómo será su calidad de vida en este mundo en el futuro o qué estatus tendrán entre la gente. No tienes por qué presuponer ni controlar nada de esto; simplemente tienes que cumplir con tus responsabilidades como padre o madre. Es así de sencillo(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Las palabras de Dios me permitieron encontrar una senda de práctica. Las responsabilidades de los padres hacia sus hijos son criarlos y educarlos hasta que sean adultos y guiarlos para que recorran la senda correcta. Los padres deben desprenderse de sus hijos adultos y permitirles vivir sus propias vidas. Cuando sus hijos necesiten ayuda, los padres pueden ayudarlos según sus circunstancias reales. Ahora, mi hijo es un adulto. Tiene sus propios pensamientos y toma sus propias decisiones. No debería interferir en su vida ni orquestarla para satisfacer mis propios deseos. Lo que puedo hacer es aportar sugerencias y consejos cuando tenga dificultades y darle una orientación positiva. Pero lo que elija hacer es su decisión. Dios dispone todas las cuestiones, como si siempre seguirá siendo un trabajador normal, las personas y cosas que encontrará en su camino y el tipo de vida llevará en el futuro. Esas cosas no están bajo mi control. Lo que puedo hacer es someterme y cumplir con mis responsabilidades como madre. Ahora, ya no me preocupo ni me agoto por el trabajo de mi hijo y ya no me avergüenza ni me limita. Puedo sosegar mi corazón y dedicarme de lleno a mis deberes. Al vivir de esta manera, mi corazón se siente relajado y en paz.

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