98. Cómo debo responder a la bondad de mi madre
Nací en una familia de agricultores y no estábamos muy bien económicamente. Cuando tenía 5 años, mi papá nos abandonó para formar una nueva familia. Mi mamá nos crió sola, a mis dos hermanos, a mi hermana y a mí. Dependíamos unos de otros y la vida era muy difícil. En ese entonces, mis hermanos y yo no teníamos muy buena salud y nos enfermábamos a menudo, especialmente yo, que era la más débil. Incluso el frío menos intenso me causaba un resfriado, tos y fiebre alta, y mi mamá me llevaba al médico con frecuencia. A veces, tosía tanto por la noche que no podía dormir. Mi mamá se quedaba a mi lado hasta que me dormía, y solo entonces se acostaba para descansar. En caso de que tuviéramos una comida buena, ella no la comía, sino que la guardaba para mí. Además, trabajaba incansablemente todos los días y conseguía empleos ocasionales a fin de reunir dinero para nuestra educación. Al ver cuánto se había sacrificado por nosotros, pensé: “No puedo carecer de conciencia. Cuando sea grande, debo honrar a mi mamá y recompensar su bondad”. Cuando crecí y gané algo de dinero, a menudo le compraba ropa y otros artículos para honrarla. Sentía que para ella no había sido fácil criarnos, así que debía recompensarla como correspondía. Un día, en 2008, mi hermano me llamó y me dijo que mi mamá estaba internada debido a un accidente automovilístico. Inmediatamente, le pedí permiso a mi jefe para cuidarla en el hospital y no regresé hasta que estuvo prácticamente recuperada.
Unos años después, mi mamá y yo aceptamos la obra de Dios de los últimos días. Seis meses después, me arrestaron por predicar el evangelio. Cuando me liberaron, me fui de casa para cumplir con mi deber y evitar así la vigilancia y persecución policial. Una vez, recibí una carta de una hermana, donde me decía que mi hermano mayor había estado discutiendo todos los días con mi mamá porque yo no había vuelto a casa. Incluso había hecho publicaciones en línea acerca de que mi mamá y yo creíamos en Dios, y la policía había ido varias veces a mi casa para arrestarme. Después de leer la carta, me sentí muy mal. Desde que era niña, mi mamá me había brindado mucho de sí, pero yo no la estaba honrando y, además, la había obligado a soportar la ira de mi hermano para protegerme. Me sentí profundamente en deuda con mi mamá y rompí en llanto. A veces pensaba: “Con cada año que pasa, mi mamá se va haciendo mayor y mi hermano sigue discutiendo con ella y haciéndola enojar. ¿Qué pasará si un día mi mamá se enferma de gravedad y queda postrada en cama?”. Pensar en estas cosas me afectaba durante un rato, y me hacía sentir que carecía de conciencia y que era una mala hija. A menudo me sentía perturbada, y no lograba calmarme para cumplir con mi deber. Me di cuenta de que me regodeaba en los afectos, así que comí y bebí algunas de las palabras de Dios y mi estado, de alguna manera, mejoró.
En mayo de 2021, un día recibí una carta de casa. Decía que mi mamá tenía cáncer de mama y necesitaba dinero con urgencia para la hospitalización y la cirugía, y que después de la cirugía también necesitaría 4 ciclos de quimioterapia y 17 sesiones de radioterapia. Mis cuñadas dijeron que si no volvía a casa, no aportarían ni un solo centavo ni cuidarían de mi mamá. Después de leer la carta, las lágrimas comenzaron a correr por mi rostro y pensé: “¿Cómo es posible que mi mamá haya contraído una enfermedad tan grave? ¿Será por haber trabajado tanto en casa? Si no vuelvo, no la tratan a tiempo y pasa algo malo, ¿acaso no será mi culpa?”. Pensé en lo mucho que mi mamá había trabajado para cuidarme y criarme hasta la adultez. Ahora que tenía cáncer, si no iba a casa a cuidarla en este momento tan crítico, ¿no sería una vergonzosa mala hija y haría notar que realmente carezco de conciencia? Además, si no volvía a casa, ¿qué dirían mis familiares y vecinos de mí? Seguro dirán que soy una desgraciada ingrata y cosas como: “Tu mamá te crió, ¿y ahora ni siquiera te preocupas por ella? ¿No tienes conciencia?”. También pensé en el grave estado en el que se encontraba mi mamá. ¿Qué pasaría si no volviera a casa, su enfermedad no se tratara a tiempo y ella muriera? Nunca más volvería a verla. Me sentí extremadamente triste y deseé poder volar a su lado de inmediato. Pero en una oportunidad la policía me había arrestado y mi hermano me había vendido, así que, ¿qué haría si volvía a casa y me arrestaban? Además, ¡no podía abandonar mi deber para ir a casa! A veces, cuando veía a los hermanos y hermanas a mi alrededor que podían ir a su casa a visitar a sus padres, en mi interior no podía evitar quejarme: “¿Por qué Dios permitió que el PCCh me arrestara? Si no existiera ningún peligro, ¿acaso no podría ir también a casa a cuidar a mi mamá? Si no hubiera dejado mi casa para cumplir con mi deber, el PCCh no me estaría persiguiendo, y podría volver de inmediato”. Me sentía tan perturbada por esta situación que no podía concentrarme en mi deber. Sabía que, si mi estado no cambiaba, no sería capaz de cumplir bien con mi deber, así que desahogué mi estado ante Dios, y oré para que Él me guiara para apartarme de mis afectos. Pensé en un pasaje de las palabras de Dios: “La cantidad de sufrimiento que una persona debe soportar y la distancia debe recorrer en su senda están ordenadas por Dios, y que, en realidad, nadie puede ayudar a alguien más” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La senda… (6)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, mi corazón se sintió un poco más optimista. Dios había permitido la grave enfermedad de mi mamá y ella debía soportar ese sufrimiento. Aunque fuera a casa, no podría asumir su sufrimiento en su lugar, y debía ver la enfermedad de mi mamá de la manera correcta. Si Dios había predestinado que la vida de mi mamá había llegado a su fin, ir a casa no cambiaría nada. Si Dios no permitía que ella muriera, no importaba cuán grave se tornara su enfermedad, ella no moriría. Pensé en un artículo de un testimonio vivencial que había leído. En él, a una hermana anciana le habían diagnosticado un cáncer. Recibió todos los tratamientos, pero su estado de salud no mejoró en absoluto, e incluso el hospital emitió un aviso de estado crítico. Sus hijos y familiares pensaban que no saldría adelante, pero, de manera inesperada, después de que la hermana oró, confió en Dios y le encomendó su vida y su muerte, al final sobrevivió. La experiencia de esta hermana me inspiró, y vi que debía encomendar a mi mamá a las manos de Dios. Al darme cuenta de esto, me sentí un poco más tranquila por dentro. Poco tiempo después, recibí una carta de mi mamá, en la que me decía que, mientras ella estaba enferma, mis dos primas políticas mayores y mi cuñada se habían turnado para cuidarla en el hospital. También decía que se había sometido a una cirugía y que se estaba recuperando bien. Me pidió que no me preocupara por ella y que cumpliera con mi deber adecuadamente. Cuando lo supe, me sentí profundamente conmovida y los ojos se me inundaron de lágrimas. Mi corazón se llenó de gratitud hacia Dios.
A partir de entonces, reflexioné a menudo. Sabía que debía cumplir bien con el deber de un ser creado, pero ¿por qué no podía desprenderme del asunto de no poder honrar a mi mamá y siempre me sentía culpable con respecto a ella? Incluso me planteé abandonar mi deber y traicionar a Dios. No fue hasta más tarde, cuando leí un pasaje de las palabras de Dios, que logré comprender mi problema en cierta medida. Dios Todopoderoso dice: “Debido al condicionamiento de la cultura tradicional china, según sus nociones tradicionales, el pueblo chino cree que se debe observar una devoción filial hacia los padres. Aquel que no cumple con la devoción filial es mal hijo. Al pueblo le han inculcado estas ideas desde la infancia y se enseñan en prácticamente todos los hogares, así como en todas las escuelas y en la sociedad en general. Cuando a una persona le han llenado la cabeza de esas cosas, piensa: ‘La devoción filial es más importante que nada. Si no cumpliera con ella, no sería buena persona; sería mal hijo y la sociedad me criticaría. Sería una persona carente de conciencia’. ¿Es correcto este punto de vista? La gente ha visto muchas verdades expresadas por Dios; ¿acaso Él ha exigido que uno demuestre devoción filial hacia sus padres? ¿Es esta una de las verdades que los creyentes en Dios deben comprender? No, no lo es. Dios solo ha hablado sobre ciertos principios. ¿Según qué principio piden las palabras de Dios que la gente trate a los demás? Ama lo que Dios ama y odia lo que Dios odia. Ese es el principio al que hay que atenerse. […] Satanás usa ese tipo de cultura tradicional y esas nociones de moralidad para atar tus pensamientos, tu mente y tu corazón, lo que te vuelve incapaz de aceptar las palabras de Dios; tales cosas de Satanás te han poseído y te han hecho incapaz de aceptar Sus palabras. Cuando quieres practicar las palabras de Dios, estas cosas te perturban en tu interior, hacen que te opongas a la verdad y a Sus requisitos, y te vuelven impotente para librarte del yugo de la cultura tradicional. Tras luchar durante un tiempo, cedes: prefieres creer que las nociones tradicionales de moralidad son correctas y conformes a la verdad, así que rechazas o abandonas las palabras de Dios. No aceptas Sus palabras como la verdad y no piensas en absoluto en ser salvado, pues sientes que aún vives en este mundo, y solo puedes sobrevivir apoyándote en estas cosas. Incapaz de soportar el rechazo social, preferirías renunciar a la verdad y a las palabras de Dios, abandonarte a las nociones tradicionales de moralidad y a la influencia de Satanás, y optarías por ofender a Dios en lugar de practicar la verdad. Decidme, ¿acaso no es el hombre digno de pena? ¿No tiene necesidad de la salvación de Dios? Algunos han creído en Dios durante muchos años, pero aún no comprenden el tema de la devoción filial. Realmente no entienden la verdad. Nunca logran romper esta barrera de las relaciones mundanas; no tienen la valentía, ni la fe, ni mucho menos la determinación, de modo que no pueden amar y obedecer a Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que Satanás usa la educación que recibimos en la escuela y la influencia de nuestra familia para inculcar profundamente dentro de nosotros algunas ideas tradicionales como “De bien nacidos es ser agradecidos”, “La devoción filial es la principal virtud” y “No viajes muy lejos mientras aún vivan tus padres”. Yo creía que mostrar devoción filial a los padres era de suma importancia, y que no ser una buena hija significaba ser una persona ingrata, carecer de humanidad y que mi propia conciencia me condenaría. Vivía de acuerdo con estas ideas tradicionales y pensaba que, a medida que crecía, mi mamá había hecho más sacrificios por mi bien que los demás, que debía recompensarle sus cuidados de crianza, y que si no lo hacía, sería una mala hija carente de conciencia y humanidad. Sobre todo, después de que le diagnosticaron el cáncer, en mi corazón no podía simplemente dejarla de lado. Sentía que, dado que mi mamá me había cuidado con esmero cuando era niña y me enfermaba, ahora que ella estaba enferma, debía quedarme a su lado y cuidarla con el mismo nivel de atención; de lo contrario, me habría criado en vano. Entonces, quise correr a su lado y llevarla al hospital para que la trataran. Como no podía ir a casa a cuidarla porque me perseguía la policía, comencé a quejarme de las razones por las que me perseguían e incluso lamenté haber partido para cumplir con mi deber. Estos estados incorrectos surgieron porque estaba atada a las ideas y puntos de vista de Satanás, y si no los resolvía, corría el riesgo de traicionar a Dios en cualquier momento.
Luego, leí otro pasaje de las palabras de Dios y aprendí cómo ver con claridad los cuidados de crianza de mi mamá. Dios Todopoderoso dice: “Hablemos de cómo debe interpretarse ‘Tus padres no son tus acreedores’. ¿Acaso no es un hecho que tus padres no son tus acreedores? (Sí). Dado que es un hecho, nos corresponde explicar las cuestiones que abarca. Analicemos el asunto de que tus padres te trajeran al mundo. ¿Quién eligió que te trajeran al mundo, tú o tus padres? ¿Quién eligió a quién? Si lo analizas desde la perspectiva de Dios, la respuesta es: ninguno de los dos. Ni tú ni tus padres elegisteis que ellos te trajeran al mundo. Si analizas de raíz esta cuestión, esto lo dispuso Dios. Dejaremos este tema de lado por ahora, ya que es algo fácil de entender. Desde tu punto de vista, naciste pasivamente de tus padres, sin tener otra opción al respecto. Desde la perspectiva de tus padres, te trajeron al mundo por su propia voluntad independiente, ¿verdad? En otras palabras, dejando de lado la disposición de Dios, en lo relativo a tu nacimiento, fueron tus padres quienes detentaron todo el poder. Eligieron traerte al mundo y lo decidieron todo. Tú no elegiste que ellos te dieran la vida, naciste de ellos pasivamente y no tuviste elección alguna al respecto. Así pues, dado que tus padres tuvieron todo el poder y optaron por hacer que nacieras, tienen la obligación y la responsabilidad de educarte, criarte hasta la vida adulta, proveerte de educación, alimento, vestimenta y dinero; esta es su responsabilidad y obligación, y es lo que les corresponde hacer. En tanto que tu postura fue siempre pasiva durante el tiempo que te criaron, no tuviste derecho a elegir: debían criarte ellos. Como eras pequeño, no tenías la capacidad de criarte solo, no te quedó más alternativa que recibir pasivamente la crianza de tus padres. Ellos te criaron tal como quisieron; si te daban buena comida y bebida, tú comías y bebías bien. Si te ofrecían un entorno vital en el que sobrevivías alimentándote de cizaña y plantas silvestres, así es como sobrevivías. En cualquier caso, durante tu crianza, tú eras pasivo y tus padres cumplían con su responsabilidad. Es igual que si tus padres cuidaran una flor. Si quieren cuidarla, deben fertilizarla, regarla y asegurarse de que reciba la luz del sol. Así pues, en cuanto a la gente, no importa si tus padres te cuidaron de manera meticulosa o si te dispensaron mucha atención, de todos modos, solo cumplían con su responsabilidad y obligación. Independientemente de la razón por la cual te criaron, era su responsabilidad; como te trajeron al mundo, debían hacerse responsables de ti. Sobre esta base, ¿se puede considerar como amabilidad todo lo que tus padres hicieron por ti? No, ¿verdad? (Así es). […] En cualquier caso, al criarte, tus padres cumplen con una responsabilidad y una obligación. Criarte hasta la vida adulta es su obligación y responsabilidad, y eso no se puede considerar amabilidad. Siendo así, ¿no se trata de algo que deberías disfrutar? (Sí). Es una especie de derecho del que deberías gozar. Te deben criar tus padres porque, hasta alcanzar la vida adulta, el papel que desempeñas es el de un niño que está siendo educado. Por lo tanto, ellos no hacen más que cumplir con una clase de responsabilidad contigo y tú solo la recibes, pero sin duda no recibes favores ni amabilidad de su parte. Para cualquier criatura viviente, tener hijos y cuidarlos, reproducirse y criar a la siguiente generación es un tipo de responsabilidad. Por ejemplo, las aves, las vacas, las ovejas e incluso los tigres tienen que cuidar de sus crías tras reproducirse. No hay criaturas vivientes que no críen a sus cachorros. Tal vez existan ciertas excepciones, pero no muchas. Es un fenómeno natural de la existencia de las criaturas vivientes, es su instinto, y no se puede atribuir a la amabilidad. Lo único que hacen es respetar una ley que el Creador dispuso para los animales y para la humanidad. En consecuencia, que tus padres te críen no es una especie de amabilidad. En función de esto, puede afirmarse que tus padres no son tus acreedores. Cumplen con su responsabilidad frente a ti. Independientemente de cuánta sangre del corazón y cuánto dinero te dediquen, no deben pedirte que los recompenses, porque esa es su responsabilidad como padres. Dado que es una responsabilidad y una obligación, debe ser libre y no deben pedir una retribución. Al criarte, tus padres solo cumplían con su responsabilidad y obligación, y no corresponde remunerarla, no debe ser una transacción. Así pues, no es necesario que abordes a tus padres ni que manejes tu relación con ellos con la idea de recompensarlos. Si efectivamente tratas a tus padres, les retribuyes y abordas tu vínculo con ellos en función de esta idea, eso es inhumano. A su vez, es probable que eso haga que tus sentimientos carnales te limiten y te aten, y te resultará dificultoso salir de ese enredo, hasta el punto de que incluso podrías perder el camino” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). A partir de las palabras de Dios, me di cuenta de que me sentía en deuda con mi mamá y era incapaz de cumplir con mi deber con tranquilidad porque la veía como mi acreedora. Creía que debía devolverle por completo todo lo que ella me había dado, así que siempre sentía esta deuda de gratitud, y cada vez que no me ocupaba de ella, consideraba que estaba en deuda con ella. Especialmente ahora que mi mamá tenía cáncer, pensaba que si ella fallecía, nunca podría devolverle plenamente su bondad en toda mi vida. En realidad, ella era bondadosa conmigo y me cuidaba porque cumplía con su responsabilidad y deber como madre. Al darme a luz, tenía la obligación de criarme hasta la adultez, y esto no contaba como bondad. Así como un animal debe cuidar a sus crías después de que nacen, se trata de su instinto y es parte de la predestinación de Dios. De igual manera, si tienes gatos o perros en casa, como su dueña, eres responsable de lo que comen, beben y necesitan a diario. No se trata de actos de bondad, sino del cumplimiento de una responsabilidad. Además, mi vida proviene de Dios, y es Él quien me dio este aliento de vida, quien vela por mí y me protege hasta el día de hoy. Recordé que un par de veces estuve a punto de que me atropellara un auto, pero bajo la protección de Dios, siempre salí ilesa. En otra ocasión, después de mi divorcio, mi novio no me dejaba cuidar de mi hija, y cuando me negué a hacerle caso, intentó estrangularme con la intención de matarme. Mientras lo hacía, no dejé de clamar a Dios, logré empujarlo y finalmente me puse a salvo. Pensé en las palabras de Dios: “Una vez que Dios ha escogido una familia para ti, también elige entonces la fecha en la que nacerás. Luego Dios te observa mientras naces y llegas al mundo llorando, contempla tu nacimiento, te ve cuando pronuncias tus primeras palabras, cuando tropiezas y das tus primeros pasos, cuando aprendes a caminar. Primero das un paso, y después otro; y ahora puedes correr, saltar, hablar y expresar tus sentimientos… A medida que las personas crecen, la mirada de Satanás está fija en cada una de ellas, como el tigre que observa detenidamente a su presa. Sin embargo, al hacer Su obra, Dios nunca ha estado sujeto a ninguna limitación procedente de personas, sucesos o cosas, de espacio ni de tiempo; hace lo que debería y lo que debe. Durante tu crecimiento, tal vez te encuentres con muchas cosas que no te gustan, así como enfermedades y frustración. Sin embargo, al caminar por esta senda, tu vida y tu futuro están estrictamente bajo el cuidado de Dios. Él te proporciona una garantía genuina que te durará toda la vida, porque está justo a tu lado, protegiéndote y cuidándote” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Mediante mis experiencias personales, he reafirmado las palabras de Dios en mi corazón. Desde mi nacimiento hasta el día de hoy, realmente ha sido Él quien me ha protegido en secreto. Él ha pagado el precio de la sangre de Su corazón por mí. Sin embargo, no supe agradecerle y, en su lugar, me regodeé en mis sentimientos de culpa con respecto a mi mamá, y no cumplí mi deber con lealtad, lo cual afectó el progreso del trabajo. Todo esto surgió de mi incapacidad para ver los cuidados de crianza de mi mamá de la forma correcta.
Durante mis prácticas devocionales, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “La mayoría de la gente elige irse de casa para cumplir con su deber, en parte por las circunstancias objetivas generales que les obligan a dejar a sus padres. No pueden permanecer a su lado para cuidarlos y hacerles compañía. No es que elijan dejarlos voluntariamente; esa es la razón objetiva. Por otra parte, en términos subjetivos, no sales a cumplir con tu deber porque quisieras dejar a tus padres y escapar de tus responsabilidades, sino por la llamada de Dios. Para cooperar con la obra de Dios, aceptar Su llamada y cumplir los deberes de un ser creado, no tuviste más remedio que dejar a tus padres; no podías quedarte a su lado para acompañarlos y cuidarlos. No los abandonaste con la intención de eludir tu responsabilidad, ¿verdad? Una cosa es eso y otra haberlo hecho para responder la llamada de Dios y cumplir con tu deber; ¿acaso la naturaleza de ambas cosas no es diferente? (Sí). En tu corazón guardas apego emocional y piensas en tus padres; tus sentimientos no son vacíos. Si las circunstancias objetivas lo permiten y puedes permanecer a su lado mientras cumples con tu deber, entonces estarías dispuesto a hacerlo, a cuidar de manera regular de ellos y cumplir con tus responsabilidades. Pero esas circunstancias no se dan y debes abandonarlos, no puedes seguir a su lado. No es que no quieras desempeñar tus responsabilidades como hijo, es que no puedes. ¿No es diferente la naturaleza de esto? (Sí). Si dejaste tu hogar para eludir el deber filial y tus responsabilidades, es que no eres buen hijo y careces de humanidad. Tus padres te educaron, pero tú estás deseando levantar el vuelo y marcharte rápido y por tu cuenta. No quieres verlos y, si te enteras de que se hallan en dificultades, no prestas atención alguna. Aunque tengas los medios para ayudarlos, no lo haces, finges no haber oído nada y dejas que los demás digan lo que quieran sobre ti. Simplemente no quieres desempeñar tus responsabilidades. Esto es no ser buen hijo. ¿Pero estamos hablando ahora de lo mismo? (No). Mucha gente ha dejado sus condados, ciudades, provincias o incluso sus países para cumplir con el deber; ya se encuentran lejos de donde se criaron. Por si fuera poco, no resulta conveniente que permanezcan en contacto con sus familias por diversas razones. A veces preguntan por la situación de sus padres a gente que viene de la misma ciudad y se sienten aliviados al oír que todavía gozan de buena salud y les va bien. De hecho, no es que no seas buen hijo, ya que no has llegado al punto de carecer de humanidad, en el que ni siquiera te importan tus padres ni desempeñas tus responsabilidades hacia ellos. Eliges esto por varias razones objetivas, así que no es que no seas buen hijo” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (16)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, llegué a comprender que nadie viene al mundo para vivir para sus padres, que cada quien tiene su propia misión que cumplir y que, como ser creado, tengo deberes que debo hacer. Los últimos años que llevé a cabo mi deber lejos de casa fueron la manera de cumplir con mis responsabilidades y deberes como ser creado, y fue perfectamente natural y justificado. Además, debido a las circunstancias, tuve que alejarme de mi casa y de mi mamá porque la policía me perseguía, y esto no significa que fuera una mala hija. Sin embargo, siempre creí que no poder cuidar a mi mamá mientras estaba enferma significaba que me faltaba humanidad y que era una mala hija. No obstante, mi enfoque no se ajustaba a la verdad. Una persona carece totalmente de humanidad y es mal hijo cuando tiene los medios para cuidar de sus padres, pero se niega a hacerlo, y los descuida por completo o incluso los considera una carga. Eso es eludir la responsabilidad y realmente carecer de humanidad y ser una vergonzosa mala hija. Al reflexionar sobre mi propio comportamiento, me di cuenta de que en el pasado, cuando las circunstancias lo permitieron, cuidé a mi mamá con esmero después de su accidente automovilístico. También fui atenta y cariñosa con ella cuando estaba en casa y cumplí con mis responsabilidades como hija. Ahora mi mamá tenía cáncer, y no podía regresar a casa porque la policía me seguía buscando. Si me arriesgaba a regresar, me exponía a que me arrestaran y, en ese caso, no solo no habría podido cuidarla, sino que también habría perdido la oportunidad de cumplir con mi deber. Cuando me di cuenta de eso, ya no me sentí culpable por no poder ocuparme de ella.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Si no hubieras dejado el hogar para cumplir con el deber en otro lugar y te hubieras quedado al lado de tus padres, ¿podrías haber evitado que enfermaran? (No). ¿Puedes controlar si tus padres viven o mueren? ¿Si son ricos o pobres? (No). Sea cual sea la enfermedad que contraigan, no será porque estaban agotados de criarte ni porque te extrañaban; en especial, no contraerán ninguna enfermedad importante, grave y posiblemente mortal por tu causa. Ese es su sino, y no tiene nada que ver contigo. Por muy buen hijo que seas, lo que puedes lograr, a lo sumo, es reducir un poco su sufrimiento carnal y sus cargas, pero en cuanto a en qué momento enfermen, qué enfermedad contraigan, cuándo y dónde mueran: ¿tienen estas cosas algo que ver contigo? No” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, logré entender un poco Su soberanía. Aunque no hubiera abandonado mi hogar para cumplir con mi deber y me hubiera quedado con mi mamá para cuidarla, no habría podido garantizar que no se enfermara. La cantidad de sufrimiento o el tipo de contratiempos que debe experimentar cada persona están más allá del control del hombre, y la suerte de cada uno está completamente en manos de Dios. Por ejemplo, mi mamá ahora tiene más de 60 años, y tener problemas de salud a esa edad es normal. Aunque volviera a casa y la cuidara, la mimara y le preparara una buena comida, en el mejor de los casos, le brindaría algo de consuelo espiritual, pero no habría podido cargar con nada del sufrimiento de su enfermedad en su lugar. Pensé en que algunos hijos son particularmente devotos con sus padres, los llevan a vivir con ellos a su casa y los cuidan con esmero. Sin embargo, sus padres se enferman de todos modos. Esto demuestra que los padres no necesariamente permanecen sanos solo porque sus hijos están cerca, ni que tener a los hijos a su lado les asegura que se recuperarán de la enfermedad. Estas cuestiones dependen completamente de la soberanía y la predestinación de Dios. Por ejemplo, cuando en esa ocasión a mi mamá le diagnosticaron el cáncer, parecía grave y no había certeza de que pudiera curarse. Mis cuñadas incluso dijeron con dureza que, si no regresaba a casa, no pagarían el tratamiento de mi mamá. Aun así, a la larga, la esposa de mi hermano menor y mis dos primas políticas mayores aportaron dinero y se turnaron para cuidarla en el hospital. Su salud no solo no empeoró, sino que, además, se recuperó muy bien. Esto me demostró que las personas realmente no pueden controlar su propia suerte, y que todo está en manos de Dios. Tenía que desprenderme de mis preocupaciones acerca de mi mamá y encomendarla a Dios.
En noviembre de 2023, un día recibí una carta de mi mamá. Decía: “Tu hermano me compró una casa nueva, y estoy ayudando a cuidar a su hijo mientras cumplo con mi deber. También gozo de buena salud, así que deberías cumplir con tu deber con tranquilidad”. Solo leer estas pocas palabras de mi mamá me hizo llorar de alegría. Nunca creí que ella seguiría viviendo tan bien, incluso sin que yo estuviera a su lado cuidándola, y que además estuviera cumpliendo con su deber. Esto reforzó mi determinación, y supe que, independientemente de que pudiera regresar a casa o ver a mi mamá nuevamente, ya no podía seguir sintiéndome culpable por no poder cuidarla, y decidí calmar mi corazón para cumplir con mi deber. Este es el objetivo que debo perseguir a lo largo de mi vida.
A través de estas experiencias, vi lo profundamente atada que estaba a las ideas tradicionales sobre la devoción filial hacia mis padres, y que siempre que surgían circunstancias desfavorables, esas ideas me impedían practicar la verdad y cumplir con mi deber. Fue la guía de las palabras de Dios la que me permitió lograr discernimiento respecto a esas ideas tradicionales, dejar de permitir que influyeran en mí y me limitaran, y ser capaz de calmar mi corazón en mi deber. Tales resultados fueron producto de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!