2. Las lecciones que aprendí después de que reasignaran mi deber
A finales de 2018, la iglesia me puso a cargo del trabajo de diseño gráfico. Siempre que revisaba imágenes y sugería correcciones a los hermanos y hermanas, me escuchaban con paciencia y, de vez en cuando, alguien decía: “Tengo muy mal sentido de la estética. Ni siquiera me doy cuenta de estos problemas. Ahora que lo mencionas, lo entiendo”. A veces, había diferencias de opinión y se estancaban los proyectos, pero, en cuanto expresaba mi opinión, todos estaban de acuerdo conmigo. Estaba encantada de ver todo esto: “Parece que tengo bastante buena aptitud, de lo contrario, no estaría haciendo un deber tan importante. ¿Por qué otra razón estarían todos los hermanos y hermanas de acuerdo conmigo?”. A veces no podía participar en los debates de trabajo por ciertos motivos, y la líder del equipo hasta cambiaba el horario solo para que yo pudiera estar. Al ver cuánto me valoraban, me empecé a sentir aún más satisfecha conmigo misma y pensaba: “Este deber realmente me hace quedar bien. Si me esfuerzo más por estudiar y mejorar mis habilidades, ¿no podré ganarme la admiración de aún más hermanos y hermanas?”. A partir de entonces, me sentí aún más motivada para cumplir mis deberes. Aunque el deber era estresante, nunca me echaba atrás, por mucho que sufriera o por difíciles que se pusieran las cosas.
En 2022, como había más nuevos fieles en Filipinas que habían aceptado el camino verdadero, se necesitaban con urgencia más regadores. Por lo tanto, como la carga de trabajo del equipo artístico había disminuido, los líderes decidieron que no hacían falta dos supervisores, así que organizaron que yo regara a los nuevos fieles por Internet. Sabía que lo que habían dispuesto era razonable, pero tenía ciertas inquietudes y pensaba: “Llevo años sin regar a ningún nuevo fiel. Si el riego no da buenos resultados, ¿seguirán teniéndome en buena estima los hermanos y hermanas?”. Estos pensamientos me hicieron sentir un poco abatida. Pero luego pensé: “Mi aptitud no es tan mala. Mientras me esfuerce más en equiparme con la verdad, seguro que también podré destacar en este deber”. Tras pensar esto, me sentí un poco mejor. No mucho después, el supervisor del trabajo de riego habló conmigo sobre mi trabajo y me dijo que no había identificado ni resuelto los problemas de los nuevos fieles a tiempo y que no estaba consiguiendo comunicarme con ellos ni ayudarlos con sus dificultades. Luego, el supervisor me leyó algunos principios relevantes y me di cuenta de que los problemas que señalaba realmente existían. Al principio, pude aceptarlo, pero, a medida que iba señalando cada vez más problemas, empecé a sentir cierto dolor por dentro. Mientras escuchaba la enseñanza y la guía del supervisor, no podía dejar de pensar en mi pasado como supervisora artística. Siempre era yo la que orientaba el trabajo de los demás y señalaba los problemas con sus deberes, y los hermanos y hermanas siempre me valoraban mucho y me apoyaban. Pero ahora, habían puesto al descubierto muchos de mis problemas en mi deber y hasta necesitaba que otros compartieron conmigo y me guiaran. ¡Me sentía tan avergonzada! ¿Qué pensaría el supervisor de mí tras darse de cuenta de cuántos problemas tenía en mis deberes? ¿Qué pensarían los hermanos y hermanas de mí? ¿Pensarían que tenía poca aptitud y que no me dedicaba de corazón a mis deberes? Sentía que realmente había caído en desgracia. Sin embargo, después no examiné mi estado. En cambio, me limité a consolarme a mí misma y a pensar: “Esto es solo un revés temporal. Mientras esté dispuesta a esforzarme, estos problemas pueden resolverse”.
Unos días más tarde, compartimos juntos y el supervisor me pidió que explicara cómo resolver el problema de que los nuevos fieles estuvieran demasiado ocupados con su trabajo como para asistir a las reuniones. Cuando terminé de hablar, algunos hermanos y hermanas dijeron que no había preguntado realmente a los nuevos fieles por sus dificultades, si tenían problemas reales en su vida u opiniones equivocadas. Algunos dijeron que había empezado directamente a compartir, sin hacer preguntas claras, y que eso no resolvería realmente los problemas de los nuevos fieles. Al oír el consejo de los hermanos y hermanas, sentí que la cara me ardía de vergüenza y solo quería que me tragara la tierra. ¡Sentía que este deber era realmente humillante! Antes me encargaba del trabajo del equipo artístico y los hermanos y hermanas se agrupaban a mi alrededor y me elogiaban a menudo. Pero, ahora que regaba a los nuevos fieles, no paraban de corregirme y criticarme. ¡Era muy frustrante! Pensé en hablar con la líder y pedirle que me volviera a asignar mi antiguo deber de diseño gráfico. Sentía que regar a los nuevos fieles no era mi punto fuerte y que, si seguía con este deber, no haría más que pasar vergüenza. Si pudiera volver a mi deber original, podría seguir disfrutando de la admiración y el apoyo de los hermanos y hermanas. Pero también me preocupaba que, si pedía que me cambiaran el deber, los hermanos y hermanas pensaran que era demasiado frágil, que quería cambiar de deber en cuanto me señalaban unos pocos problemas y que, por tanto, tenía una estatura muy pequeña. Así que me obligué a mí misma a aguantar. Me consolaba a mí misma y pensaba: “Si me esfuerzo más e intensifico mi formación, quizá las cosas mejoren con el tiempo”.
Después, me esforcé aún más en mi deber, me equipaba cada día con la verdad en función de los problemas de los nuevos fieles y hasta me quedaba despierta hasta las tres de la madrugada. Lo único en lo que pensaba era darle la vuelta a la situación lo antes posible. Sin embargo, cuando llegó la hora de hacer los resúmenes de fin de mes, los resultados de mi deber seguían siendo los peores del equipo. En ese momento, sentí que mi única esperanza se había hecho añicos. Esa noche, daba vueltas en la cama sin poder dormir. Volvía a pensar, una y otra vez, en mi época como supervisora artística y lo gloriosa que había sido. En cambio, ahora había pasado a ser la última del equipo de riego de nuevos fieles. ¡Sentía que cumplir este deber era muy humillante! Cuanto más lo pensaba, más agraviada me sentía y no podía contener las lágrimas. Pensé en hablar con el líder al día siguiente para cambiar de deber. Pero, cuando pensaba en cambiarlo, tenía sentimientos de culpa y angustia indescriptibles en el corazón. Antes, había orado a Dios y le había prometido mantenerme firme en mi deber. Ahora, si cambiaba de deber, ¿no estaría abandonando mi puesto? ¿Realmente iba a rendirme así, sin más? Pero, si seguía cumpliendo este deber, no sabía cómo haría para afrontarlo. En mi dolor, clamé a Dios una y otra vez: “Dios, me siento tan débil que no sé cómo seguir adelante. Te ruego que me guíes”. Entonces, recordé un pasaje de las palabras de Dios y lo busqué para leerlo. Dios Todopoderoso dice: “Si el deber con el que cumples es algo en lo que eres bueno y te gusta, entonces sientes que es tu responsabilidad y tu obligación, y que hacerlo es algo perfectamente natural y justificado. Te sientes alegre, feliz y a gusto. Es algo que estás dispuesto a hacer, algo en lo que puedes poner toda tu lealtad, y sientes que estás satisfaciendo a Dios. Pero si un día te enfrentas a un deber que no te gusta o que nunca antes has hecho, ¿serás capaz de dedicarle toda tu lealtad? Esto pondrá a prueba si practicas la verdad. Por ejemplo, si tu deber está en el grupo de himnos, y si sabes cantar y es algo que te gusta hacer, entonces estás dispuesto a cumplir con ese deber. Si se te asignara otro deber en el que tuvieras que difundir el evangelio y la tarea fuera un poco difícil, ¿serías capaz de obedecer? Lo consideras y dices: ‘Me gusta cantar’. ¿Qué significa esto? Significa que no deseas difundir el evangelio. Eso es claramente lo que quiere decir. Te limitas a repetir ‘Me gusta cantar’. Si un líder u obrero razona contigo: ‘¿Por qué no te capacitas para difundir el evangelio y te armas con más verdades? Será más beneficioso para tu crecimiento en la vida’, tú sigues insistiendo y dices: ‘Me gusta cantar, y me gusta bailar’. No deseas ir a difundir el evangelio, digan lo que digan. ¿Por qué no deseas ir? (Por falta de interés). Te falta interés, y por eso no quieres ir. ¿Cuál es el problema con esto? El problema es que eliges tu deber en función de tus preferencias y gustos personales, y no te sometes. Te falta sumisión, y ese es el problema. Si no buscas la verdad para resolver este problema, entonces no muestras realmente mucha sumisión verdadera. ¿Qué deberías hacer en esa situación para mostrar sumisión verdadera? ¿Qué puedes hacer para satisfacer las intenciones de Dios? Es en este momento que necesitas meditar y compartir sobre este aspecto de la verdad. Si deseas dedicar toda tu lealtad en todas las cosas para satisfacer las intenciones de Dios, no puedes hacerlo simplemente realizando un deber; debes aceptar toda comisión que Dios te encomiende. Ya sea que esta sea de tu agrado o concuerde con tus intereses, o que sea algo que no disfrutes, que nunca hayas hecho o sea difícil, aun así, debes aceptarla y someterte. No solo debes aceptarla, sino que además debes cooperar proactivamente y aprender de ella mientras que adquieres experiencia y ganas entrada. Incluso si sufres dificultades, estás cansado, eres humillado o excluido, igualmente debes dedicarle toda tu lealtad. Solo practicando de esta manera serás capaz de dedicar toda tu lealtad en todas las cosas y satisfarás las intenciones de Dios. Debes verlo como el deber que tienes que cumplir; no como un asunto personal” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron entender que, independientemente del deber que me dé la iglesia, tanto si es algo que se me dé bien y que me permita destacar como si es algo que no domine y en lo que no pueda brillar, todo forma parte de la soberanía y la predeterminación de Dios. Siempre debo esforzarme al máximo, ya que eso es someterse de verdad a Dios. Cuando estaba a cargo del trabajo del equipo artístico y los hermanos y hermanas me valoraban mucho, tenía una motivación interminable para cumplir mi deber y, por mucho que sufriera o por muy difíciles que se pusieran las cosas, nunca me rendía. Ahora que debía cumplir con el deber de riego, había muchos problemas en mi deber, lo que revelaba muchos de mis defectos y carencias, así que los hermanos y hermanas ya no me valoraban ni me adoraban. Esto solía angustiarme y, aunque era lo que necesitaba el trabajo de la iglesia, pensé varias veces en abandonar mi deber, y tenía el deseo constante de volver a mi antiguo deber y disfrutar del aprecio de los demás. ¿Qué forma de someterse realmente a Dios era aquella?
Durante mis prácticas devocionales, leí las palabras de Dios: “Que nadie se crea perfecto, distinguido, noble o diferente a los demás; todo eso lo genera el carácter arrogante del hombre y su ignorancia. Pensar siempre que uno es especial sucede a causa de tener un carácter arrogante; no ser nunca capaz de aceptar sus defectos ni enfrentar sus errores y fallas es a causa del carácter arrogante; no permitir nunca que otros estén más altos o sean mejores que ellos, eso lo causa el carácter arrogante; no permitir nunca que las fortalezas de otros superen o sobrepasen las suyas se debe a un carácter arrogante; no permitir nunca que otros tengan mejores ideas, sugerencias y puntos de vista que ellos y, cuando descubren que otros son mejores que ellos, volverse negativos, no querer hablar, sentirse afligidos, desalentados y molestos, todo eso lo causa el carácter arrogante. El carácter arrogante puede volverte protector respecto a tu reputación, volverte incapaz de aceptar las correcciones de los demás, incapaz de enfrentarte a tus defectos e incapaz de aceptar tus propias fallas y errores. Es más, cuando alguien es mejor que tú, esto puede provocar que surja odio y celos en tu corazón y te puedes sentir constreñido, tanto, que ni siquiera sientes ganas de cumplir con tu deber y te vuelves superficial al hacerlo. El carácter arrogante puede hacer que estas conductas y prácticas surjan en ti” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar la conducta propia de una persona). Al meditar en las palabras de Dios, me sentí realmente avergonzada. Haciendo memoria de esos años, había estado a cargo del trabajo artístico, había acumulado cierta experiencia y había conseguido algunos resultados en mis deberes, así que empecé a ponerme en un pedestal y sentía en mi corazón que era diferente a la gente común y corriente. Pensaba que tenía mejor aptitud que los demás, así que, dondequiera que iba, quería estar al frente, que los demás se centraran en mí y se agruparan a mi alrededor, y sentía que me merecía por derecho disfrutar del aprecio de los demás. Cuando empecé a regar a los nuevos fieles, no obtenía resultados tan buenos como los de los demás y la supervisora señalaba mis problemas a menudo. En realidad, esto era algo perfectamente normal que una persona que fuera realmente razonable habría podido afrontar de forma correcta. No solo lo habría aceptado con calma, sino que también se habría equipado con la verdad para compensar sus defectos con los pies en la tierra y mejorar los resultados de su deber. Pero yo carecía totalmente de conciencia y razón y, cuando la supervisora y los hermanos y hermanas me señalaban los problemas en mi deber, no estaba dispuesta a afrontarlos, y mucho menos a resumir mis defectos. En su lugar, competía en secreto en mi corazón y quería obtener resultados rápidos a través de mis propios esfuerzos para que los hermanos y hermanas vieran que tenía buena aptitud. Como la senda y las perspectivas detrás de mi búsqueda eran erróneas, Dios me había ocultado Su rostro, mi deber no había progresado durante mucho tiempo y los resultados no habían mejorado. Sin embargo, no solo no reflexioné sobre mí misma, sino que me volví negativa, vaga, ya no quise regar a los nuevos fieles y hasta pensé en cambiar de deber. ¡Era tan arrogante y vanidosa, y carecía totalmente de razón!
Más adelante, leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Puede que la gente común carezca de tal poder y estatus, pero ellos también desean hacer que los demás tengan una visión favorable de ellos, que los tengan en alta estima y les otorguen un estatus elevado en su corazón. Eso es un carácter corrupto, y si las personas no entienden la verdad, son incapaces de reconocerlo. […] ¿Qué motivación tienen para hacer que la gente los tenga en alta estima? (Que se les otorgue estatus en la mente de esas personas). Si se te otorga estatus en la mente de alguien, cuando te encuentras en su compañía te trata con deferencia y es especialmente educado cuando habla contigo. Siempre te admira, siempre te deja ser el primero en todo, te cede el paso, te adula y te obedece. Te consulta y te deja decidir en todo. Y tú tienes una sensación de gozo con esto: te parece que eres más fuerte y mejor que los demás. A todo el mundo le gusta esta sensación. Es la sensación de tener estatus en el corazón de alguien; la gente desea disfrutar de esto. Por eso compite por el estatus y todo el mundo desea que se le otorgue estatus en el corazón de los demás, ser estimado e idolatrado por otros. Si no pudieran disfrutar de ello, no irían en pos del estatus. Por ejemplo, si no tienes estatus en la mente de alguien, se relacionará contigo en igualdad de condiciones, y te tratará como a un par. Te llevará la contraria cuando sea necesario, no será cortés ni respetuoso contigo e incluso puede que se marche antes de que termines de hablar. ¿Te sentirás excluido? No te gusta que te traten así; te gusta que te adulen, te admiren y te adoren en todo momento. Te gusta ser el centro de todo, que todo gire a tu alrededor y que todos te escuchen, te admiren y se sometan a tus directrices. ¿Acaso no es esto un deseo de mandar como un rey, de tener poder? Tus palabras y acciones están motivadas por la búsqueda y adquisición de estatus, y pugnas, te aferras y compites con otros por él. Tu meta es apoderarte de un puesto, y que el pueblo escogido por Dios te escuche, te apoye y te adore. Una vez que te has apoderado de ese puesto, has adquirido poder y puedes disfrutar de los beneficios del estatus, la admiración de los demás y el resto de ventajas que conlleva ese puesto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar la conducta propia de una persona). Las palabras de Dios describían mi estado. Siempre me resistía a cumplir el deber de riego y anhelaba hacer mi antiguo deber. Esto se debía a que valoraba demasiado mi reputación y estatus y codiciaba sus beneficios. A menudo rememoraba mi época de supervisora. En aquel entonces, los hermanos y hermanas me tenían en gran estima, solían pedirme consejo cuando tenían dificultades y yo podía guiar a los demás, así que sentía que la gente se agrupaba a mi alrededor y que todos me admiraban y escuchaban. Disfrutaba mucho de esa sensación. Pero, después de cambiar al deber de riego, me di cuenta de que no estaba a la altura en ningún aspecto, comparada con los demás. Ya nadie me pedía mi opinión y eran los demás los que solían aconsejarme. Me sentía inferior y avergonzada. Para salvar mi orgullo y estatus, trabajaba hasta altas horas de la noche y me esforzaba en secreto, con la esperanza de que algún día pudiera destacar en el equipo. Pero, tras esforzarme durante un tiempo, vi que los resultados de mi deber seguían siendo los peores y sentí que me costaba mucho sobresalir en ese deber. Mi corazón se sentía incómodo y renuente, y pensé varias veces en pedir a la líder que me reasignara el deber, ya que quería volver a mi deber original y seguir disfrutando de los beneficios del estatus. Fue entonces cuando entendí que mis intenciones en mi deber no eran complacer a Dios, sino perseguir mi propia reputación y estatus y ganarme la admiración de los demás para poder ocupar un lugar en sus corazones y que se centraran en mí. ¿No estaba transitando exactamente la misma senda que un anticristo? Antes no había hecho el deber de riego y no entendía mucho de la verdad sobre las visiones, pero, ahora, la iglesia había dispuesto que hiciera este deber y me había dado la oportunidad de equiparme con la verdad y compensar mis defectos. ¡Esto era el amor de Dios! Pero yo no pensaba en retribuir el amor de Dios y, aunque sabía que hacían falta más regadores dado que había muchos nuevos fieles, yo quería abandonar mi deber de riego. Prefería que se perjudicara el trabajo antes que ver que mi reputación y estatus se vieran afectados, y les daba más importancia que a mi deber. ¡Realmente no era digna de vivir ante Dios! Durante esos días, solía orar a Dios y pedirle que me esclareciera para entender la raíz por la que perseguía la reputación y el estatus.
Un día, leí las palabras de Dios: “El hombre, que nació en una tierra tan inmunda, ha sido infectado de extrema gravedad por la sociedad, condicionado por la ética feudal y ha recibido la educación de los ‘institutos de educación superior’. Un pensamiento retrógrado, una moral corrupta, una perspectiva degradada de la vida, una filosofía despreciable para los asuntos mundanos, una existencia completamente inútil y costumbres y una vida cotidiana vulgares, todas estas cosas han estado penetrando fuertemente en el corazón del hombre y han estado dañando y atacando gravemente su conciencia. Como resultado, el hombre se distancia cada vez más de Dios y se opone cada vez más a Él” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Tener un carácter invariable es estar enemistado con Dios). “¿Qué usa Satanás para mantener al hombre firmemente bajo su control? (La fama y el provecho). De modo que Satanás usa la fama y el provecho para controlar los pensamientos del hombre, hace que no piensen en nada más que estas dos cosas. Por la fama y el provecho luchan, sufren dificultades, soportan humillación, soportan pesadas cargas y sacrifican todo lo que tienen, y hacen cualquier juicio o decisión en aras de la fama y el provecho. De esta forma, Satanás coloca cadenas invisibles en las personas y, al llevar estas cadenas, no tienen la fuerza ni el valor para liberarse. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siguen avanzando con gran dificultad. En aras de esta fama y provecho que la humanidad se aparta de Dios y lo traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y el provecho de Satanás” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Las palabras de Dios me permitieron entender que perseguía la reputación y el estatus sin cesar porque me controlaba el veneno de Satanás. Desde niña, mis padres y profesores me enseñaron que “Soporta las mayores adversidades para convertirte en el mejor”, “Mejor ser cabeza de ratón que cola de león” y “Vive como un héroe entre los hombres, y muere como un espíritu valiente entre los fantasmas”. Tomé estas filosofías y leyes satánicas como parámetros de conducta en la vida. Creía que solo al obtener reputación y estatus y al ganarse la admiración y la alabanza de los demás podía uno vivir con dignidad y valor. Además, creía que, si uno era una persona común y corriente a quien nadie admiraba o alababa, su vida era indigna, patética y sin sentido. Me puse a pensar en cuando iba a la escuela. En las asignaturas en las que destacaba, sacaba buenas notas y mis profesores y compañeros me admiraban, estaba dispuesta a esforzarme y estudiar mucho. Pero en las asignaturas que no se me daban bien y nadie me admiraba, no estaba dispuesta a esforzarme para estudiar. Todo lo que hacía se basaba en si beneficiaba a mi orgullo y estatus. Incluso después de que encontré a Dios, seguí aferrándome a esta opinión. Cuando cumplía el deber de supervisora del equipo artístico, como tenía ciertos conocimientos básicos de diseño gráfico y podía guiar a los hermanos y hermanas en sus deberes, todos me admiraban y yo disfrutaba mucho de esa sensación. Estaba llena de motivación en mi deber y, por mucho que sufriera y por muy difíciles que se pusieran las cosas, nunca retrocedía. Pero, después de comenzar a cumplir el deber de regar a los nuevos fieles, quedaron al descubierto muchos de mis problemas y defectos. Los hermanos y hermanas no solo dejaron de elogiarme, sino que no paraban de señalar mis problemas. Los resultados de mi deber pasaron a ser los peores del equipo y esta enorme caída en desgracia me hizo sentir avergonzada y llenó mi corazón de dolor y angustia. Perdí la motivación para cumplir mi deber y hasta pensé en abandonarlo. Veía la reputación y el estatus como si fueran tan importantes como la vida misma y vivía con una ansiedad constante por perderlos, como si vivir sin que me admiraran no tuviera sentido. ¡Satanás me había corrompido muy profundamente! Dios me había dado Su gracia y la oportunidad de cumplir mi deber, con la esperanza de que buscara cambiar mi carácter, entrara en la realidad-verdad en mi deber y fuera capaz de buscar la verdad para resolver los problemas y cumplir mi deber de acuerdo con los principios. Pero yo no paraba de perseguir la reputación y el estatus sin descanso e, incluso después de llevar mucho tiempo regando a los nuevos fieles, aún no sabía cómo compartir la verdad para resolver sus problemas y dificultades, y ni siquiera podía hablar con claridad sobre las verdades de las visiones. Si seguía obstinada en mi error y no paraba de perseguir la reputación y el estatus sin descanso, no solo no conseguiría cumplir bien mi deber, sino que tampoco obtendría ninguna verdad y, en última instancia, arruinaría mi oportunidad de ser salva. Pensé en una persona malvada que conocí una vez, que se llamaba Lester y perseguía con todas sus fuerzas la reputación y el estatus. Como no pudo convertirse en líder ni en obrero, se quejaba, se resistía y no cumplía su deber de manera correcta. Solía juzgar a los líderes y obreros delante de los hermanos y hermanas y trataba de formar facciones en la iglesia, lo que provocaba graves trastornos y perturbaciones en la vida de iglesia. A pesar de que los hermanos y hermanas le ofrecieron enseñanzas y ayuda de forma reiterada, nunca se rectificó y, al final, lo echaron de la iglesia. Aunque yo no había cometido actos tan malvados como él, de todas maneras, me le parecía al perseguir con todas mis fuerzas la reputación y el estatus. Si seguía sin arrepentirme, en última instancia, Dios me revelaría y descartaría, al igual que a una persona malvada. Antes, creía que buscar que los demás me admiraran demostraba tener aspiraciones y ambición, que significaba querer esmerarse por progresar y que esa búsqueda era algo positivo, pero ahora entendía que la búsqueda de la reputación y el estatus no es la senda correcta. Perseguir la reputación y el estatus me hizo muy frágil e incapaz de soportar siquiera el más mínimo fracaso o contratiempo. Me hizo alejarme cada vez más de Dios, traicionarlo y perder mi sentido de conciencia y razón. En última instancia, Dios me desdeñaría y descartaría. Por suerte, las palabras de Dios me despertaron y, a partir de entonces, decidí que ya no podía seguir viviendo por la reputación y el estatus y que debía cambiar mi forma de vivir.
Unos días después, la supervisora puso un video con los saludos que enviaron los nuevos fieles en Filipinas. Muchos de ellos expresaban su gratitud hacia los hermanos y hermanas de China y les daban las gracias por haber predicado el evangelio del reino de Dios Todopoderoso en Filipinas. Muchos nuevos fieles tomaron la decisión de esforzarse por predicar el evangelio y ser leales en sus deberes. Especialmente, cuando oí a un nuevo fiel decir que las palabras de Dios Todopoderoso eran la luz en su vida, me sentí muy conmovida y no pude contener las lágrimas. Pensé en cuántas personas siguen anhelando el regreso del Salvador, quieren encontrar la luz y a Dios, pero que, por razones distintas, aún no han venido ante Él. ¡Era un gran honor para mí poder cumplir el deber de riego de los nuevos fieles, llevar a más personas ante Dios y ayudarlas a dar sus primeros pasos en el camino verdadero! Pero, como este deber no era mi punto fuerte y no me permitía destacar, solo quería rehuirlo. ¿Qué humanidad era aquella? ¡No me merecía disfrutar del amor de Dios en lo más mínimo! Pensé en cómo algunos de esos nuevos fieles solo llevaban creyendo en Dios un año o unos pocos meses. Se enfrentaban a muchas dificultades al predicar el evangelio, pero tenían corazones puros y se negaban a abandonar sus deberes, independientemente de lo que pasara. En cambio, hacía diez años que yo creía en Dios, había recibido mucho de Él y, aun así, no era capaz de tener consideración con Sus intenciones. ¡Realmente no merecía que me llamaran un ser humano! En ese momento, me sentí abrumada por el remordimiento y la culpa. En mi corazón, le dije a Dios: “Dios, ¡he sido tan rebelde! De ahora en adelante, estoy dispuesta a someterme a Tus orquestaciones y arreglos e, independientemente de cómo me vean los demás, estoy dispuesta a cumplir bien con mi deber y con todo el corazón”. Desde ese momento, cuando la supervisora y los hermanos y hermanas señalaban mis problemas, ya no me sentía tan angustiada como antes ni quería huir. En cambio, era capaz de aceptar y reconocer esas cosas desde el corazón y, después, era capaz de equiparme con las verdades y los principios para compensar mis defectos. Al cabo de un tiempo, cada vez más nuevos fieles a los que regaba empezaron a asistir con frecuencia a las reuniones y algunos hasta comenzaron a predicar de forma activa el evangelio y llevaron a aún más personas ante Dios. El supervisor también me dijo que había progresado mucho. Estaba sinceramente agradecida por la guía de Dios.
En 2024, la iglesia me pidió que volviera al equipo artístico, de acuerdo con lo que necesitaba la obra. La líder del equipo me pidió que aprendiera a hacer videos mientras me dedicaba a crear imágenes. Como nunca había hecho videos antes, lo hacía muy lentamente. En el tiempo que otros tardaban en hacer tres videos, yo solo podía hacer uno. Trabajé duro durante más de un mes para aprender a hacerlo, pero todavía no iba a la misma velocidad que los demás hermanos y hermanas. Además, las ediciones finales carecían de atractivo estético y no cumplían con los estándares exigidos. La líder del equipo me mostró videos que habían hecho otros hermanos y hermanas y me instó a aprender de ellos. Me sentía realmente angustiada. Había trabajado muy duro, pero seguía siendo la peor en ese deber. Sentía que, en lugar de hacer semejante ridículo, sería mejor hablar con la líder y pedirle que me reasignara a mi deber de riego. Había estado en el equipo de riego durante más de un año y, de a poco, me había ido familiarizando con ese deber. Sentía que, si pudiera volver al deber de riego, no pasaría tanta vergüenza. En ese momento, de repente me di cuenta de que mi estado no era el correcto. ¿Cómo podía pensar así? Tenía algunas habilidades básicas de diseño gráfico, así que, mientras estudiara con los pies en la tierra, podría ir agarrándole la mano de a poco. Si dejaba el equipo artístico en ese momento por el bien de mi propia reputación y estatus, ¿no estaría abandonando mi deber? ¡Eso no sería someterse de verdad a Dios!
Más adelante, busqué la verdad para abordar mi estado. Durante mis prácticas devocionales, leí las palabras de Dios: “Dado que deseas permanecer contento en la casa de Dios como miembro, primero deberías aprender a buscar la verdad en todas las cosas, cumplir bien con tus deberes lo mejor que puedas y ser capaz de entender y practicar la verdad; de esta manera, en la casa de Dios, serás un ser creado tanto de nombre como en realidad. La identidad de la especie humana es la de los seres creados; a ojos de Dios, eso es lo que son las personas. Por tanto, ¿cómo puedes ser acorde al estándar como ser creado? Para eso debes aprender a escuchar las palabras de Dios y comportarte de acuerdo con Sus requisitos. No es que, una vez que Dios te dé este título, ahí se acabe la cuestión, sino que, dado que eres un ser creado, deberías cumplir con los deberes de uno y, dado que eres un ser creado, deberías cumplir con las responsabilidades de uno. Entonces, ¿cuáles son los deberes y responsabilidades de un ser creado? La palabra de Dios establece claramente los deberes, obligaciones y responsabilidades de los seres creados, ¿no es así? Has asumido el deber de un ser creado. Entonces, a partir de este día eres un auténtico miembro de la casa de Dios; es decir, te reconoces como uno de los seres que Él creó. A partir de este día, deberías reformular tus planes de vida; no deberías buscar las aspiraciones, los deseos y objetivos que te habías fijado con anterioridad para tu vida. En cambio, deberías cambiar tu identidad y perspectiva, así como planificar los objetivos de vida y la dirección que debería tener un ser creado. Ante todo, tus objetivos y tu rumbo no deberían ser los de convertirte en líder ni dirigir o destacar en cualquier industria, así como tampoco convertirte en una figura de renombre que lleva a cabo una determinada tarea o domina una habilidad profesional en particular. En su lugar, deberías aceptar tu deber por parte de Dios, es decir, saber qué trabajo deberías estar haciendo y qué deber necesitas hacer ahora, en este momento. Debes buscar las intenciones de Dios. Sea lo que sea lo que Dios te requiera que hagas y qué deber haya dispuesto para ti en Su casa, debes comprender y tener claras las verdades que deberías entender y los principios que deberías seguir y captar para cumplir bien con ese deber. Si no eres capaz de recordarlos, puedes escribirlos y, cuando tengas tiempo, repásalos más y reflexiona más sobre ellos. Como uno de los seres creados de Dios, el principal objetivo de tu vida debería ser cumplir bien con tu deber como ser creado y convertirte en uno acorde al estándar. Este es el objetivo vital más fundamental que debes tener. El segundo y más específico es cómo cumplir adecuadamente con tu deber como ser creado y convertirte en uno acorde al estándar; esto es lo más importante. En cuanto al rumbo o el objetivo relacionado con la reputación, el estatus, la vanidad y las perspectivas personales —todas las cosas que busca la especie humana corrupta— estas son a las que deberías renunciar” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (7)). Las palabras de Dios me dieron una senda de práctica y me ayudaron a encontrar el objetivo correcto que debía perseguir. En el pasado, cuando cumplía el deber de riego, lo hacía bajo la soberanía y el permiso de Dios. Ahora, volver al equipo artístico y cumplir este deber también era algo que Dios había orquestado y arreglado, y era lo que se necesitaba en la obra de la casa de Dios. Lo que Dios valora no es lo grandes que sean mis logros ni cuánta gente me admire o me adore. En cambio, lo que Dios valora es mi corazón, mi actitud hacia mi deber, si realmente soy diligente y responsable, si realmente cumplo mi deber con lealtad y si me someto a Él. No puedo buscar hacer solo lo que se me da bien ni vivir buscando que los demás me admiren. Debo vivir para cumplir el deber de un ser creado, complacer a Dios y retribuir Su amor. Tenía que corregir mi actitud hacia mi deber. En ese momento, la calidad y eficacia de los videos que producía no eras tan buenas como la de los demás, así que tenía que resumir más mis desviaciones y problemas, centrarme más en aprender para compensar mis carencias y cumplir mi deber actual con los pies en la tierra. Esto es lo que estaría de acuerdo con las intenciones de Dios. Al darme cuenta de estas cosas, dejé de pensar en cómo huir de mi deber actual. En cambio, me centré en aprender técnicas con los pies en la tierra y, cuando me encontraba con cosas que no entendía, pedía ayuda activamente a mis hermanos y hermanas. Sin darme cuenta, pasó medio año, fui familiarizándome de a poco con las habilidades técnicas que requería mi deber y los resultados que conseguía fueron mejores que nunca.
Al reflexionar sobre esta experiencia, aunque revelé mucha corrupción cuando me reasignaron a diferentes deberes, compensé muchos de mis defectos al cumplir esos deberes. Lo más importante fue que llegué a ver con claridad las perspectivas erróneas que había detrás de mi búsqueda. Si no fuera porque Dios dispuso situaciones para revelar mi carácter corrupto, aún estaría persiguiendo la reputación y el estatus y no sabría cómo tratar mi deber de forma correcta. Ahora entiendo qué es lo más valioso que debo perseguir y cómo someterme a Dios y cumplir bien el deber de un ser creado. Además, también siento que todas las situaciones que Dios dispone son para salvarme. ¡Gracias a Dios!