29. Cómo salí del hospital psiquiátrico

Por Chenxiao, China

En la segunda mitad de 2006, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Al asistir a reuniones y leer las palabras de Dios, llegué a entender que Dios creó a los seres humanos y que de Él vino nuestro aliento de vida. También entendí que Dios predestina el matrimonio y la familia, así que me dispuse a aceptar mi matrimonio insatisfactorio y me libré del sufrimiento. Después, empecé a cumplir mis deberes en la iglesia lo mejor que podía y mi vida se volvió mucho más plena. Al principio, mi esposo sabía que creía en Dios, pero no me perseguía y decía que cada uno tiene sus propias creencias. Más tarde, vio cómo el PCCh calumniaba y difamaba en Internet a la Iglesia de Dios Todopoderoso y empezó a obstaculizar mi fe.

En la segunda mitad de 2009, al volver de una reunión, vi que mi abuelo, mi tío y mi tía estaban en casa. Con solo verles la cara, supe que estaban allí por mi fe en Dios. Mi tío mayor me lanzó una acusación: “¿No sabes que creer en Dios está prohibido por el gobierno y que te pueden arrestar? ¡Si te arrestan, te condenan a prisión y te torturan, tú misma te lo habrás buscado!”. Mis otros familiares se sumaron a la conversación y le dieron la razón a mi tío. Entonces, mi tío me amenazó: “No nos vas a hacer caso, ¿verdad? ¡Muy bien! Si no podemos detenerte, ¡dejaremos que la ley se encargue de ti y haremos que te lleven a la comisaría!”. Al ver cómo me perseguían y me amenazaban con entregarme a la policía, me preocupé muchísimo. Pensé: “¿Y si de verdad me mandan a la cárcel? Mi hijo todavía es muy pequeño, ¿quién cuidará de él? Si viene la policía y lo ven los vecinos, ¿pensarán que me he vuelto loca por creer en Dios? Tal vez debería decir a mis familiares que ya no creeré más en Dios para que se vayan de una vez”. Así que les dije que ya no creería más en Dios. En cuanto lo dije, dejaron de atosigarme. En ese momento, me arrepentí de haberles dicho eso. Pero, al pensar en lo dura que es la senda de la fe y en la persecución y los insultos que sufría por parte de mi familia, me sentí débil por dentro, así que oré a Dios y le pedí que me diera fortaleza y fe para seguir adelante. Después, leí las palabras de Dios: “No hay ni una sola persona entre vosotros que esté protegida por la ley; por el contrario, sois sancionados por ella. Incluso más problemático es que la gente no os entienda. Ya sean vuestros familiares, vuestros padres, amigos o colegas, nadie os comprende. Cuando sois abandonados por Dios os es imposible seguir viviendo en la tierra pero, aun así, las personas no pueden soportar estar lejos de Dios, lo cual es el significado de Su conquista sobre las personas y es la gloria de Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Es la obra de Dios tan sencilla como el hombre imagina?). Las palabras de Dios me conmovieron profundamente y me empezaron a correr las lágrimas por las mejillas. Sentí que Dios estaba justo a mi lado, consolándome. Dios no se estaba fijando en mi debilidad ni mi necedad. Además, Él sabe que la ley permite que creamos en Él, pero que nuestra familia la malinterpreta y que sufriremos estas cosas. Dios nos entiende de verdad. Tras leer las palabras de Dios, recuperé la fe y decidí que, no importa lo que pasara, nunca negaría a Dios ni lo traicionaría y que lo seguiría de todo corazón y cumpliría mi deber. Pero mi esposo no paraba de perseguirme.

En marzo de 2013, una noche, alrededor de las nueve, volví a casa después de predicar el evangelio. Cuando mi esposo me vio regresar, dijo que iba a comprar cigarrillos. De forma inesperada, volvió con cuatro policías. El oficial al mando me interrogó sobre dónde había estado últimamente, pero no dije nada. Me acusaron de “participar en una organización sectaria y obstaculizar la aplicación de la ley”, y me esposaron. Después, me llevaron a la comisaría. En la sala de interrogatorios, empezaron a preguntarme sobre mi fe en Dios. Como no consiguieron la información que querían, intentaron engatusarme: “¿Dónde estudia tu hijo? ¿Cómo le va en la escuela? El gobierno se opone a tu fe, así que, si sigues empeñada en creer, ¡arruinarás el futuro de tu hijo!”. Al oír esas palabras, pensé: “Satanás sabe que lo que más me preocupa es mi hijo, así que está usando su futuro para amenazarme. Satanás quiere que niegue y traicione a Dios. ¡No puedo caer en su trampa!”. Me dije por dentro: “Bajo ningún concepto debo caer en su trampa”. Al verme impasible, la policía trajo a mi tía más cercana para intentar persuadirme. Ver a mi tía ponerse del lado de la policía me llenó de rabia. Pensé: “Antes, ¿no hemos leído juntas las palabras de Dios? Sabes que los creyentes no son como dice la policía. Ahora que me han arrestado, ¡no solo no defiendes lo que es justo, sino que además te pones del lado de ellos!”. Antes de que ella terminara de hablar, le dije enfadada que se marchara. Después, la policía habló unos minutos con mi esposo, que estaba fuera, y luego me obligaron a subir a un patrullero.

Hacia las 10 de la noche, me llevaron a un hospital psiquiátrico. En cuanto bajé del coche, dos policías de unos treinta años me agarraron de los brazos, me obligaron a entrar en la oficina del hospital y me entregaron al director. No me dijeron nada ni me hicieron ninguna revisión; simplemente me ataron ambas manos con una cuerda y me metieron de un empujón en una habitación con una puerta de hierro. Sentí como si me hubieran arrojado en una jaula y que estaba completamente a su merced. No sabía lo que iban a hacer conmigo. Estaba nerviosa y asustada, así que oré en silencio a Dios y le pedí que me guiara. Nada más entrar en la habitación, sentí un hedor nauseabundo y me dieron ganas de vomitar. Pensé: “¿Cómo alguien puede vivir en un sitio así?”. Me llevaron a una sala donde había mujeres con trastornos mentales. Luego, dos personas me ataron con agresividad a una cama, con las muñecas sujetas a las esquinas del cabecero y las piernas atadas juntas del otro lado. Seis o siete pacientes se colocaron alrededor de la cama, de pie y observándome, algunas con el pelo enmarañado y otras con la mirada perdida. Pensé: “¿No es este un lugar para los locos? ¿Qué hago yo aquí?”. Antes de que pudiera pensar nada más, el director levantó una jeringa y se preparó para inyectarme. Al ver el líquido rojo en la jeringa, me invadió el miedo. No tenía ni idea de qué tipo de medicamento me estaban inyectando. ¿Me haría perder la razón? Dije: “No estoy enferma ni estoy loca. ¿Por qué me están poniendo una inyección?”. Intenté resistirme, pero no podía moverme porque estaba atada. El director me puso la inyección a la fuerza en las nalgas y gritó: “¡Cállate! Si no estás loca, ¿entonces cómo estás?”. Me vinieron a la mente los métodos que usa el PCCh para destrozar al pueblo escogido de Dios. A algunos hasta les inyectan drogas para provocarles un colapso mental y que no puedan seguir creyendo en Dios. Me sentía muy nerviosa y asustada. ¿Me haría perder la cabeza esa inyección? Si me volvía loca, no podría seguir creyendo en Dios. En mi impotencia, no pude sino romper a llorar descontroladamente. En mi corazón, oré en silencio a Dios: “Dios, ahora mismo me siento muy débil. No sé qué me habrán inyectado y tengo miedo de volverme loca. Te ruego que me protejas”. Después de orar, entendí que estaba en manos de Dios que perdiera o no la razón, y mi corazón se calmó un poco. Alrededor de la una de la madrugada, una enfermera finalmente me aflojó las ataduras y caí en un sueño confuso.

Me desperté sobre las cinco de la mañana del día siguiente y vi a varias pacientes reunidas en torno a mi cama. Una de ellas estiró la mano para intentar pellizcarme la oreja. La imagen me llenó de terror, así que me tapé de inmediato con la manta y me acurruqué. Sentí un escalofrío que me recorrió el cuero cabelludo y pensé: “Yo solía evitar a los enfermos mentales por la calle, pero ahora vivo con ellos. ¿Cómo voy a hacer para superar esto? No tengo ni idea de cuánto tiempo estaré atrapada en este lugar infernal”. Entonces, oré a Dios. Pensé en Daniel, a quien arrojaron al foso de los leones. Oró a Dios, y Dios lo acompañó. Los leones no se atrevieron a hacerle daño, sino que le hicieron compañía. Al final, Daniel salió completamente ileso del foso. Oró a Dios y vio Sus obras. Yo también debía orar a Dios y confiar en Él para experimentar esta situación. Al pensar en eso, ya no sentí tanto miedo. Después del desayuno, oí que el enfermero nos llamaba para darnos la medicación y volví a ponerme muy nerviosa: “No estoy enferma. ¿Me volverá loca o me dejará atontada el medicamento que me dan? ¿Acabaré haciendo el completo ridículo, como esos locos que hay por la calle?”. Vi cómo obligaban a tomar un medicamento a una niña de unos doce o trece años y me sentí totalmente aterrada. Me escondí de inmediato en la última habitación, pero el enfermero vino de todas maneras a decirme que tomara el medicamento. Me habló con severidad: “Ahora que estás aquí, te trataremos como a una paciente, estés enferma o no”. Aun así, me negué a tomar el medicamento. Al cabo de un rato, vino una persona dispuesta a atarme con una cuerda y me amenazó: “¿No quieres tomarte el medicamento? Si no lo haces, ¡te ataremos y te lo haremos tragar a fuerza! Entonces, ¿lo vas a tomar por las buenas o por las malas?”. Llena de impotencia e indefensión, oré a Dios. Recordé Sus palabras: “Regresa ahora a la presencia de Dios Todopoderoso con tanta frecuencia como puedas. Pídele todo. Con toda seguridad Él te esclarecerá por dentro y, en los momentos cruciales, te protegerá. ¡No tengas miedo! Él ya posee todo tu ser. Con Su protección y Su cuidado, ¿qué has de temer? […] El cielo puede cambiar en un instante, pero ¿qué has de temer? Con el más leve movimiento de Su mano, el cielo y la tierra son aniquilados de inmediato. Así pues, ¿qué gana el hombre con preocuparse? ¿No están todas las cosas en las manos de Dios?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 42). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza. ¿Acaso no está todo en manos de Dios? Mi vida también está en Sus manos, y también dependía de Dios si perdía la cabeza después de tomar ese medicamento. Sin Su permiso, no me volvería loca. Al pensar en esto, mi corazón se calmó. El enfermero me dio seis o siete pastillas y me las tomé a regañadientes. Más tarde, el enfermero nos dijo que nos pusiéramos en fila para volver a tomar la medicación. Yo quería tirar las pastillas cuando no estuvieran prestando atención; sin embargo, nos vigilaban muy de cerca. Una persona repartía la medicina y otra supervisaba que nos la tomáramos. Una paciente no tomó el medicamento como le habían ordenado, y le dieron un golpe en la cabeza con un gran manojo de llaves. Luego, le dieron puñetazos y patadas con crueldad. Sabía que, si no hacía lo que me decían, me harían tragar el medicamento a la fuerza o me darían una paliza. Me sentí impotente y no tuve más opción que tomar el medicamento. Pensé que lo único que hacía era creer en Dios y seguirlo, pero la policía me había enviado a un hospital psiquiátrico en el que me trataban como a una loca, aunque no lo estuviera, y me torturaban con inyecciones y medicamentos. ¡Esa gente era verdaderamente cruel! Tenía que tomar los medicamentos dos veces al día, todos los días. Me sentía fatal y no tenía ni idea de lo que me pasaría después de tomar tantos medicamentos. Cuando me sentía sola e impotente, recordaba algunos himnos que había aprendido antes y me ponía a tararearlos sin darme cuenta. Cantaba: “Aunque la senda de amar a Dios está llena de obstáculos, obtendré la fe actuando según Sus palabras. Por grandes que sean las tribulaciones, seré leal hasta la muerte, y amaré a Dios y daré testimonio de Él para siempre” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Dios ha estado con nosotros hasta el día de hoy). “Las palabras de Dios tienen gran autoridad, nos guían para superar la tribulación. Sus palabras nos guían y protegen en cada momento, nos hacen sentir incluso más la ternura y hermosura de Dios. Nuestra fe se perfecciona en la tribulación, llegamos a ver la sabiduría y la omnipotencia de Dios. No importan las pruebas que nos sobrevengan, nuestro corazón amante de Dios nunca cambiará” (Seguir al Cordero y cantar nuevos cánticos, Las palabras de Dios nos han conquistado el corazón). Cuanto más cantaba, más fuerte me sentía por dentro y tenía la fe que necesitaba para enfrentar esa situación. Aunque estaba en un hospital psiquiátrico bajo su control, me habían privado de mi libertad, me obligaban a tomar medicamentos todos los días y me torturaban con drogas, seguía sintiendo que Dios no me había abandonado. Independientemente de lo que pasara después, confiaría en Dios para experimentarlo y jamás lo abandonaría ni lo traicionaría.

Un mes después, empecé a padecer de insomnio grave. No podía dormir ni de día ni de noche, estaba irritable e inquieta, y sentía que el corazón se me estaba por salir del pecho. Durante el día, me sentaba unos minutos y enseguida sentía la necesidad de levantarme y caminar, pero, después de andar unos minutos, quería volver a sentarme. Por la noche era igual; después de dormir unos minutos, quería volver a levantarme y, mientras los demás dormían, yo caminaba sola de un lado a otro por el pasillo frente a la habitación. Apenas podía respirar, tenía la mente confusa y sentía que estaba al borde de un colapso mental. Cuando veía a los pacientes locos que no dormían ni de día ni de noche y gritaban sin parar cuando les daba un ataque, pensaba: “¿Acaso no puedo dormir porque me estaré volviendo loca? Si realmente me vuelvo loca, ya no podré creer en Dios. Entonces, ¿qué sentido tendría seguir viviendo? Quizá debería morirme de una vez; al menos así ya no tendría que padecer esta tortura”. En mi dolor, acudí a Dios y me desahogué: “Dios, siento que estoy al borde de un colapso mental y me duele mucho el corazón. Te ruego que me protejas el corazón, ya que no puedo abandonarte”. Después de orar, recordé algunas de las palabras de Dios: “Si no puedes dar testimonio ante Satanás, este se reirá de ti, se burlará de ti, te tratará como un juguete, te pondrá frecuentemente en ridículo, y te volverá loco(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Si decidía morir porque no podía soportar semejante tortura mental y perdía la fe en Dios, las artimañas de Satanás darían resultado. Satanás anhelaba que me volviera negativa, débil y me alejara de Dios, pero yo no podía caer en sus trampas ni sus artimañas. Independientemente de que me volviera loca o no, no debía buscar la muerte. Tenía que seguir viviendo como debía y creer que todo está en las manos de Dios. De a poco, empecé a poder dormir y ya no me sentí tan inquieta.

A medida que pasaban los días, nadie me decía cuánto tiempo iba a quedarme allí. Vivía cada día entre esa gente loca y sentía que el tiempo transcurría a paso de tortuga. Cuando salía el sol, solo quería que llegara la noche y, cuando caía la noche, solo quería que llegara la mañana. En plena noche, pensaba en cuando me reunía y cumplía mis deberes con mis hermanos y hermanas. A veces, hasta soñaba que estaba con mis hermanos y hermanas, pero, al despertar, veía que seguía encerrada en el hospital psiquiátrico y deseaba no haberme despertado de esos sueños. Un día, el director estaba paseando por el patio y le pregunté: “¿Cuándo podré salir?”. El director me respondió con severidad: “¡Quién te mandó a creer en Dios! Crees en Dios, lo que va en contra del gobierno. ¡Te has vuelto loca!”. No le respondí directamente. Solo quería saber cuánto tiempo más tendría que estar encerrada, así que volví a preguntar. El director me señaló con furia y me amenazó: “¡Si vuelves a preguntar eso, te encierro dos años!”. Oírle decir que me había vuelto loca y que me dejaría encerrada durante dos años hizo que me sintiera aún más angustiada. No quería pasar ni un día más allí, ¿cómo iba a aguantar dos años? Si las cosas no cambiaban, aunque no me volviera loca, me torturarían hasta dejarme descerebrada y ya no sería capaz de creer en Dios. Entonces, ¿no sería ese mi fin? Estaba desesperada, así que clamé a Dios y le conté sobre mi situación y mis dificultades. Más tarde, pensé en cuando el profeta Jeremías transmitió la voluntad de Dios. ¿Acaso el rey no le dijo que se había vuelto loco? ¿No dijo la gente que Noé se había vuelto loco cuando construyó el arca? ¿Y no dijeron los diablos que muchos creyentes sinceros y devotos de Dios se habían vuelto locos por creer en Él? ¡Solo los diablos podrían decir algo tan diabólico! Entonces, pensé en Noé. Tras oír la palabra de Dios, pasó más de cien años construyendo el arca y soportando que todo el mundo lo calumniara y se burlara de él. Pero Noé nunca se quejó ni se dejó influenciar por la gente y terminó de construir el arca, tal y como Dios se lo había ordenado, y cumplió con la comisión de Dios. Pero, al oír al director que dijo que me había vuelto loca y que me encerraría durante dos años, me volví negativa y me angustié. ¿Acaso no estaba siendo una total pusilánime y cayendo en la trampa de Satanás? Al pensar en todo esto, ya no me sentí tan mal y dejé de pensar en escapar de esa situación. Independientemente de cuánto tiempo me mantuvieran encerrada o de lo que me pasara, me sometería y experimentaría esa situación sin quejarme.

Tres meses después, mi esposo vino a verme y me dijo: “La policía ha dicho que, mientras firmes una declaración afirmando que no crees en Dios, puedes salir cuando quieras”. Luego, me preguntó: “¿Vas a salir y vendrás a trabajar conmigo o vas a seguir creyendo en Dios?”. Le seguí la corriente y le dije: “Saldré e iré a trabajar contigo”. Pero tenía miedo de que me obligaran a firmar una declaración en la que renunciaba a Dios y que, si la firmaba y traicionaba a Dios, llevaría una mancha eterna y Dios me desdeñaría. No importaba lo que pasara, no podía firmar esa declaración. Pero realmente quería salir de ese lugar infernal, así que oré a Dios: “Dios, mi esposo me está obligando a firmar una declaración, y no quiero traicionarte. Pero soy débil e impotente, y realmente quiero salir de este lugar infernal. Me preocupa mucho que me mantengan encerrada. Dios, creo que todo está en Tus manos y que también está en Tus manos si puedo salir o no. Estoy dispuesta a buscarte y confiar en Ti, y te ruego que me guíes y me abras una salida”. Durante esa época, oré a Dios todos los días sobre este asunto. Unos días después, mientras comía, el director me dijo de repente: “Haz tu maleta y vete a casa”. No me pidió que firmara la declaración. Me sentí muy feliz y supe de que Dios había oído mi oración. Dios sabía que mi estatura era demasiado pequeña, se había apiadado de mí y me había abierto una salida. ¡Yo no paraba de darle gracias a Dios en mi corazón!

Después de salir del hospital psiquiátrico, como mi esposo temía que volviera a creer en Dios, me envió a casa de mis padres y les pidió a mi madre y a mi hermano que me vigilaran. Cuando vio que no podían impedir que creyera, mi esposo me obligó a irme a trabajar con él fuera de la ciudad y, como me negué a hacerlo, se enfadó y dijo: “No quieres venir conmigo porque quieres encontrar a otros creyentes, ¿verdad? ¿Ya se te ha pasado el efecto de la medicación? ¡Un día de estos te mandaré otra vez al hospital psiquiátrico para que te conviertas en una verdadera loca!”. Al oír a mi esposo decir eso, me sentí completamente desesperada y triste. Jamás imaginé que sería tan desalmado como para decir una cosa así. No pude sino pensar en las palabras de Dios: “Hoy en día, los que buscan y los que no buscan son dos clases completamente diferentes de personas cuyos destinos son también muy diferentes. Los que buscan el conocimiento de la verdad y practican la verdad son aquellos a los que Dios traerá la salvación. Los que no conocen el camino verdadero son demonios y enemigos; son los descendientes del arcángel y van a ser objeto de la destrucción. Incluso los que son creyentes piadosos de un Dios vago ¿no son también demonios? Las personas que tienen una buena conciencia, pero no aceptan el camino verdadero, son demonios; su esencia es de resistencia hacia Dios. Los que no aceptan el camino verdadero son los que se resisten a Dios; incluso si estas personas sufren muchas dificultades, aun así, van a ser destruidas. Todos los que no están dispuestos a abandonar el mundo, que no pueden soportar separarse de sus padres y que no pueden soportar deshacerse de sus propios deleites de la carne, son rebeldes contra Dios y todos van a ser objeto de la destrucción. Cualquiera que no crea en Dios encarnado es demoniaco y, es más, va a ser destruido(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Mi esposo se había creído los rumores infundados del PCCh y había incitado a los miembros de mi familia a atacarme y perseguirme. Hasta se había aliado con la policía para enviarme al hospital psiquiátrico y me había tratado como a una loca. No le importaba si vivía o moría. Ahora me estaba obligando a que fuera a trabajar con él para que me alejara de Dios y lo traicionara, de lo contrario, me enviaría de nuevo al hospital psiquiátrico y me convertiría en una loca de verdad. A mi esposo no le importaban nuestros años de matrimonio y pensó en todos los métodos imaginables para impedirme creer en Dios. Su esencia odia a Dios. Es un diablo y un enemigo de Dios. Había estado casada con mi esposo durante catorce años y, antes de encontrar a Dios, me rompía la espalda cuidando de la familia y de los niños y ganando dinero para mantenernos. En aquella época, mi esposo veía que yo desempeñaba un papel en la familia y cuidaba bien de mí, pero, ahora que había encontrado a Dios, tenía miedo de que me arrestaran y ya no pudiera ganar dinero y mantener a la familia, lo que afectaba sus intereses. Así que usó métodos malévolos, una y otra vez, para intentar perseguirme, lo que me causó un gran daño tanto físico como mental. Me quedó claro que, en realidad, nunca me había amado y solo me había estado utilizando. Mi esposo seguía al PCCh y se creía sus palabras diabólicas, mientras que yo creía en Dios y quería perseguir la verdad y cumplir mi deber. Nuestras sendas eran totalmente distintas. Éramos personas completamente diferentes y, aunque viviéramos juntos, no teníamos ningún idioma en común. Quería divorciarme de él, pero también pensaba: “Mi hijo aún es muy pequeño, ¿qué será de él si nos divorciamos y me voy? Mi esposo no me va a dar la casa, ¿cómo voy a vivir en el futuro? Si no nos divorciamos, simplemente me impedirá creer en Dios, así que, ¿debería irme a trabajar con él?”. Por ese entonces, oraba a Dios para contarle sobre esta dificultad. “Dios, no sé qué senda debo tomar ante esta situación. Te ruego que me guíes y me des la determinación para soportar el sufrimiento”.

Un día, escuché un himno de las palabras de Dios: “Este es el momento en el que Mi Espíritu lleva a cabo una gran obra y es el momento en el que comienzo Mi obra entre las naciones gentiles. Más aún, es el momento en el que clasifico a todos los seres creados, poniendo a cada uno en su categoría respectiva, para que Mi obra pueda proceder con mayor rapidez y efectividad. Y, así, lo que os pido sigue siendo que cada uno ofrezca todo su ser a toda Mi obra y, además, te pido que disciernas claramente y tengas la certeza de toda la obra que Yo he realizado en ti, y que pongas todas tus fuerzas en Mi obra para que esta pueda ser más efectiva. Esto es lo que debes entender. Desistid de pelear entre vosotros, de buscar una senda de retorno o las comodidades de la carne, las cuales retrasarían Mi obra y tu maravilloso futuro. Lejos de protegerte, hacer eso traería destrucción sobre ti. ¿No sería esto una necedad de tu parte? Aquello que hoy disfrutas con avidez es, precisamente, lo que está arruinando tu futuro, mientras que el dolor que hoy sufres es justamente lo que te protege. Debes ser claramente consciente de estas cosas a fin de evitar caer preso de las tentaciones de las que te será difícil liberarte y evitar tropezar en la densa niebla y ser incapaz de encontrar el sol. Cuando la densa niebla se disipe, te encontrarás en medio del juicio del gran día(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra de difundir el evangelio es también la obra de salvar al hombre). Las palabras de Dios me inspiraron y me dieron valor y una senda de práctica. No podía irme a trabajar con mi esposo a otro sitio solo porque me preocupaba mi hijo y deseaba la comodidad física. Si lo hacía, no podría reunirme ni cumplir mi deber y me alejaría de Dios y perdería la oportunidad de ser salva. Si lo hacía, me arrepentiría más tarde. Pensé en que el porvenir de cada persona, así como el de mi hijo, está bajo la soberanía de Dios. Dios ya ha predestinado la vida que mi hijo vivirá y el sufrimiento que padecerá, por lo que mis preocupaciones e inquietudes eran innecesarias. Aunque estuviera a su lado, no podría ayudarlo cuando sufriera. También pensé en que mi futuro estaba en manos de Dios. Al pensarlo, tuve la fe necesaria para enfrentar esta situación.

En febrero de 2014, ya había empezado a cumplir de nuevo mi deber en la iglesia. Un día, mi esposo me pidió que fuera de viaje con él, pero me negué, y él dijo: “Si no vienes conmigo, esta casa ya no será tuya y la mujer que estará conmigo en el coche tampoco serás tú”. Lo que quería era divorciarse de mí. Estaba tanto desconsolada como furiosa y supe que había llegado el momento de tomar una decisión. Pero, cuando pensaba en entregarle todo lo que había en nuestra casa, no podía soportarlo, así que oré a Dios para pedirle que me guiara. Justo en ese momento se publicaron las palabras más recientes de Dios. Leí estas palabras de Dios: “Si deseas creer en Dios, ganar a Dios y Su satisfacción, si no soportas un grado de dolor o pones cierta cantidad de esfuerzo, no serás capaz de conseguir estas cosas. Habéis oído mucha predicación, pero haberla oído no significa que sea vuestra; debes absorberla y transformarla en algo que te pertenezca, debes asimilarla en tu vida y traerla a tu existencia, permitiendo que estas palabras y esta predicación guíen tu forma de vivir y traigan valor existencial y sentido a tu vida. Entonces te habrá merecido la pena oírlas. Si las palabras que hablo no provocan ninguna mejora en tu vida, ningún valor a tu existencia, no tiene sentido escucharlas. Entendéis esto, ¿verdad? Una vez entendido esto, lo que queda está en vuestras manos. ¡Debéis poneros a trabajar! ¡Debéis ser serios en todas las cosas! No os hagáis un lío; ¡el tiempo vuela! La mayoría de vosotros ya ha creído en Dios durante más de diez años. Recuerda esos diez años: ¿cuánto habéis obtenido? ¿Y cuántas décadas de esta vida os quedan? No muchas. Olvídate de si la obra de Dios te espera, de si Él te ha dejado una oportunidad, de si Él realizará la misma obra otra vez; no hables sobre estas cosas. ¿Puedes retroceder tus últimos diez años? Con cada día que pasa y cada paso que das, los días que te quedan se reducen en uno. ¡El tiempo no espera a ningún hombre! Debes tratar la fe en Dios como la cuestión más significativa de tu vida, más importante incluso que la comida, la ropa o cualquier otra cosa, de ese modo, cosecharás resultados. Si sólo crees cuando tienes tiempo, y eres incapaz de dedicar toda tu atención a tu creencia, si siempre estás atolondrado en tu fe, entonces no obtendrás nada(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único X). A través de las palabras de Dios, sentí Su intención urgente. Dios espera que nos desprendamos de los placeres de la carne, que le entreguemos el corazón y que cumplamos nuestros deberes como seres creados. Solo entonces la vida tiene sentido. Haciendo memoria, aunque había creído en Dios durante muchos años, no había podido asistir a reuniones ni cumplir mis deberes con normalidad debido a que mi esposo me perseguía y, aunque comía y bebía las palabras de Dios, lo hacía por inercia y no era sincera en mi fe. Nunca había tratado mi fe en Dios como lo más importante en la vida y había perdido muchas oportunidades de obtener la verdad. Como todavía era joven, debía aprovechar el valioso tiempo que tenía para perseguir y obtener la verdad. Si seguía intentando complacer la carne y creía en Dios de la misma manera confusa que antes, al final, me quedaría sin nada. No podía seguir como hasta ahora, con el corazón dividido, intentando mantener a la familia y la carne, a la vez que quería obtener la verdad y la salvación. Tenía que tratar la fe en Dios como la búsqueda más importante, porque solo al obtener la verdad tiene sentido la vida. Un día, al volver de una reunión, mi esposo me preguntó: “¿Vas a seguir creyendo en Dios? En ese caso, ¡sal de esta casa y no vuelvas nunca más! ¡Y ni se te ocurra pensar que vas a quedarte con nuestro hijo o con la casa!”. Cuando oí a mi esposo decir que no me daría a mi hijo ni la casa, sentí como si me estuvieran despellejando; ¡fue tan doloroso! Oré en silencio a Dios y le pedí que me guiara para atravesar esa situación y no caer en los trucos de Satanás. Le dije con calma a mi esposo: “Si eso es lo que sientes, deberíamos divorciarnos y que cada uno siga su propio camino”. Al día siguiente, fuimos a la oficina del registro civil para tramitar el divorcio y, cuando salimos, me sentí verdaderamente liberada. Por fin era libre de creer en Dios y cumplir mis deberes.

Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “¿Antepasados de lo antiguo? ¿Amados líderes? ¡Todos ellos se oponen a Dios! ¡Su intromisión ha dejado todo lo que está bajo el cielo en un estado de oscuridad y caos! ¿Libertad religiosa? ¿Los derechos e intereses legítimos de los ciudadanos? ¡Todos son trucos para tapar la maldad! […] ¿Por qué levantar un obstáculo tan impenetrable a la obra de Dios? ¿Por qué emplear diversos trucos para engañar a la gente de Dios? ¿Dónde están la verdadera libertad y los derechos e intereses legítimos? ¿Dónde está la justicia? ¿Dónde está el consuelo? ¿Dónde está la cordialidad? ¿Por qué usar intrigas engañosas para embaucar a la gente de Dios? ¿Por qué usar la fuerza para reprimir la venida de Dios? ¿Por qué no permitir que Dios vague libremente por la tierra que creó? ¿Por qué acosar a Dios hasta que no tenga donde reposar Su cabeza?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La obra y la entrada (8)). La exposición de Dios da en el blanco. El PCCh es el demonio que se resiste a Dios. Dios creó el cielo, la tierra y todas las cosas, y es Él quien ha provisto y guiado a la humanidad hasta hoy. Pero el PCCh no solo no adora a Dios, sino que lo considera un enemigo, impide que la gente crea en Él y usa toda clase de rumores infundados y palabras diabólicas para engañar y desorientar a las masas ignorantes para que se pongan de su lado y obstaculicen la fe de las personas y se opongan a la obra de Dios. Mi esposo se creyó los rumores y las palabras diabólicas del PCCh y usó todos los medios posibles para perseguirme por mi fe. Se unió al PCCh para enviarme a un hospital psiquiátrico, donde me torturaron con medicamentos para que renunciara por completo a mi fe y me desviara del camino verdadero. Sin embargo, el plan del PCCh no solo fracasó, sino que también me permitió ver con claridad su rostro desagradable y su esencia perversa de resistirse a Dios y ser Su enemigo. Además, pude odiarlo y maldecirlo desde lo más profundo de mi corazón. Al mismo tiempo, al experimentar esas situaciones dolorosas, mi fe en Dios creció.

Al recordar cuando estaba sumida en el sufrimiento y la debilidad, oraba a Dios y Él me daba fe y Sus palabras me guiaban durante aquellos días de agonía, sentí que Dios siempre había estado a mi lado y que nunca me había abandonado. Aunque pasé por algunas dificultades al experimentar estas situaciones, fue gracias a ellas que pude ver con claridad la esencia de mi esposo y del PCCh, y ya no me sentí tan confundida, débil ni incapaz de discernir el bien del mal como antes. La tortura de estos demonios fortaleció aún más mi determinación de seguir a Dios y sentí que sufrir semejante dolor tenía sentido y que esas eran cosas que no podría haber conseguido en un entorno cómodo. ¡Gracias a Dios!

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