30. Cuando escuché la noticia de que mi mamá estaba gravemente enferma
Nací en una familia campesina común; mi papá trabajaba fuera todo el año y casi nunca volvía a casa. Mi mamá nos crio a mi hermana y a mí ella sola, y aunque no éramos ricas, mi mamá siempre hacía lo posible por darnos una buena vida, y hacía lo posible por darme los gustos. De niña era débil y enfermiza, y a menudo tenía resfriados y fiebre, además, al dar el estirón, a menudo me dolían las rodillas. No podíamos permitirnos comprar carne, pero mi mamá a menudo me preparaba sopa de costillas de cerdo, porque temía que la falta de nutrición afectara mi crecimiento. Cada vez que me enfermaba, mi mamá me cuidaba sin descanso. A veces tenía fiebres altas que no bajaban, y mi mamá se preocupaba mucho, así que por la noche, no paraba de frotarme el cuerpo con alcohol para bajarme la temperatura. No solo me cuidaba con esmero, sino que también hacía lo posible por honrar a mis abuelos. Cada vez que me llevaba a casa de mi abuela, mi mamá compraba cosas que normalmente no se permitía comprar, como frutas, leche o postres, y a menudo me repetía que tratara bien a mis abuelos. A veces, cuando oía que algún niño no honraba a sus padres, mi mamá lo llamaba ingrato y decía que sus padres lo habían criado en vano. Sin darme cuenta, a través de las enseñanzas y el ejemplo de mi mamá, llegué a creer que honrar a los padres era lo que hacía a una buena persona, que solo entonces una podía mantener la cabeza alta y ganarse los elogios, y que si una era mala hija, la gente criticaría su falta de conciencia a sus espaldas y no podría vivir con la frente en alto. Cuando tenía 14 años, mi padre falleció trágicamente en un accidente de coche. Empecé a valorar aún más el tiempo con mi mamá, y me prometí que cuando creciera, haría todo lo posible por darle una buena vida a mi mamá, y que la cuidaría con tanto esmero como ella me había cuidado de niña, permitiéndole ser feliz en su vejez. Creía que, si no podía hacer esto, carecería de conciencia, y que ni siquiera sería digna de ser considerada una persona.
En 2011, tuve la fortuna de aceptar la obra de Dios de los últimos días. En 2012, la policía me arrestó mientras predicaba el evangelio. Después de ser liberada, como no era seguro estar en casa, tuve que marcharme a otro lugar a cumplir mi deber. Aunque en los años siguientes no estuve al lado de mi mamá, siempre esperé que algún día pudiera reunirme con ella, cuidarla y honrarla, y cumplir el deseo que había tenido desde hacía tanto tiempo.
Alrededor de marzo de 2023, de repente recibí una carta de mi hermana, en la que me contaba que, dos años antes, mi mamá había tenido una hemorragia cerebral súbita y un infarto cerebral, y que, desde entonces, había estado postrada en cama con parálisis e incapaz de cuidarse sola. También sufría de diabetes grave, cuya evolución derivó en pie diabético, lo que le había provocado úlceras en los dedos de los pies. Su condición había empeorado recientemente, y podría no quedarle mucho tiempo, y mi hermana esperaba que pudiera volver a casa pronto para ver a mi mamá por última vez. Al leer la carta, sentí que el cielo se me venía encima. Simplemente no podía creerlo. No pude controlar mis emociones y rompí a llorar, pensando: “¿Cómo pudo pasarle esto a mi mamá? ¿Es esto real?. Durante estos últimos años que he estado lejos de casa, siempre esperé que algún día pudiera reunirme con mi mamá, cuidarla y honrarla, y permitirle vivir feliz sus últimos años”. Esta noticia repentina fue como un jarro de agua fría, y destrozó todas mis esperanzas y expectativas. Por un momento, no pude aceptarlo, y, en mi interior, no pude evitar quejarme de Dios: “¿Por qué no dejaste que mi mamá viviera unos años más con salud?”. Incluso consideré pedirle a Dios que acortara mi vida para alargar la de mi mamá, solo para que ella pudiera disfrutar unos días de tranquila felicidad. Por eso, no me habría importado vivir unos años menos. En la carta de mi hermana, también decía que mi padrastro había pedido el divorcio solo unos días después de que mi madre enfermara, que su actitud hacia mi mamá era terrible y que la golpeaba y la regañaba. Mi mamá ya estaba sufriendo por su enfermedad, y, al tener que soportar además el tormento de mi padrastro todos los días, acabó desarrollando una depresión severa. Sin otras opciones, mi hermana no tuvo más remedio que aceptar que mi padrastro se divorciara de mi mamá. Pensé en que mi mamá necesitaba que alguien la cuidara para todo. Pero como mi hermana tenía que ir a trabajar, mi mamá estaba completamente sola en casa. ¿Y si tenía sed o hambre? ¿Quién la cuidaría? Habiendo contraído enfermedades tan graves de repente, mi mamá, de carácter fuerte, debió sentirse muy frustrada e impotente, y cuando se sentía mal, ¿quién la consolaría y animaría? Cuanto más lo pensaba, más sentía un dolor desgarrador dentro de mí. Deseaba poder volar de regreso al lado de mi mamá de inmediato para poder estar con ella, hablarle, consolarla, animarla, y ocuparme de sus necesidades diarias. Pero la policía ya me había arrestado antes, y si volvía ahora, seguramente estaría cayendo en una trampa. Volver a casa para cuidar a mi mamá y verla por última vez se convirtió en una vana ilusión para mí. Me sentía completamente abatida, simplemente no podía reunir ninguna motivación, y no tenía ánimos para cumplir mis deberes. Por la noche, no podía dormir, y seguía pensando: “¿Cómo estará mamá ahora? ¿Estará descansando ya? ¿O estará todavía revolviéndose de dolor, sin poder dormir?”. Al pensarlo, no pude evitar llorar, y me ahogaron las lágrimas. Una noche, incluso soñé con mi mamá, viéndola como cuando era más joven, con dos largas trenzas, afanada alegremente en alguna tarea. Yo estaba no muy lejos, mirándola, pero por más que la llamaba, no respondía. Parecía que no podía verme ni oír mi voz. Cuando desperté, me di cuenta de que solo era un sueño, pero cuanto más lo pensaba, más triste me sentía, y no pude evitar volver a llorar amargamente.
Esos días estuvieron llenos de dolor, así que oré para que Dios me guiara a entender Su intención. Durante ese tiempo, unas pocas palabras de Dios seguían viniendo a mi mente: “Nacer, envejecer, enfermar y morir son cosas que cualquiera debe aceptar, ¿en qué te fundamentas para no ser capaz de soportarlo? Esta es la ley que Dios ha ordenado para el nacimiento y la muerte del hombre, ¿por qué quieres infringirla? ¿Por qué no la aceptas? ¿Qué intención tienes?”. Encontré el pasaje de las palabras de Dios que contenía estas frases y lo leí. Dios Todopoderoso dice: “Hay quien dice: ‘Sé que no debería analizar ni investigar la cuestión de que mis padres caigan enfermos o les suceda un gran infortunio, que hacerlo no vale de nada y que debería abordarlo conforme a los principios-verdad, pero no puedo contenerme y lo analizo e investigo’. Por tanto, resolvamos el problema de la contención, de modo que ya no tengas que refrenarte. ¿Cómo se consigue esto? En esta vida, aquellos que tienen un cuerpo saludable comienzan a experimentar síntomas de la vejez al llegar a los cincuenta o sesenta años. Sus huesos y músculos se deterioran, pierden fortaleza, no pueden dormir bien ni comer mucho, tampoco tienen energía suficiente para trabajar, leer o realizar cualquier tipo de tarea. En ellos afloran dolencias de todo tipo, como hipertensión, diabetes, enfermedades cardíacas, cardiovasculares, cerebrovasculares, etcétera. […] Todo el mundo va a tener que afrontar estas enfermedades carnales. Hoy son ellos, mañana seréis vosotros y nosotros. Conforme a la edad y en orden secuencial, todo el mundo nace, envejece, cae enfermo y muere; de la juventud pasa a la vejez, de la vejez a la enfermedad, y de esta a la muerte. Es la ley. Es solo que cuando te enteras de que tus padres se han puesto enfermos, al tratarse de las personas más cercanas a ti, por las que más te preocupas y las que te criaron, serás incapaz de superar el obstáculo de tus sentimientos, y pensarás: ‘No siento nada cuando mueren los padres de los demás, pero los míos no pueden ponerse enfermos porque eso me entristecería. Soy incapaz de soportarlo, me duele en el corazón, ¡no puedo sobrellevar mis sentimientos!’. Por el mero hecho de ser tus padres, crees que no deberían envejecer ni ponerse enfermos, y que sin duda no deberían morir; ¿tiene eso algún sentido? Ninguno, y no es una verdad. ¿Lo entendéis? (Sí). Todo el mundo va a enfrentarse al envejecimiento y la enfermedad de sus padres y, en algunos casos graves, incluso a padres inmovilizados en la cama o a otros que se han sumido en estados vegetativos. Los padres de algunos tienen hipertensión, una parálisis parcial, ataques cerebrales o hasta contraen una enfermedad grave y mueren. Todo el mundo será testigo en persona o se enterará del proceso de envejecimiento de sus padres, de cómo se ponen enfermos y luego mueren, o verá cómo sucede todo esto. Es solo que alguna gente se entera antes, cuando sus padres andan por la cincuentena. Otros conocen esta noticia cuando sus padres tienen más de sesenta años, y en otros casos sucede cuando rondan los ochenta, noventa o cien. Sin embargo, no importa cuándo te enteres de esto, como hijo o hija, tarde o temprano aceptarás este hecho. Si eres adulto, deberías demostrar madurez de pensamiento y la actitud correcta respecto al hecho de que las personas nacen, envejecen, se ponen enfermas y mueren, y no ser impulsivo. No deberías ser incapaz de soportar el descubrir que tus padres están enfermos o que han recibido el aviso del hospital de que están en estado crítico. Nacer, envejecer, enfermar y morir son cosas que cualquiera debe aceptar, ¿en qué te fundamentas para no ser capaz de soportarlo? Esta es la ley que Dios ha ordenado para el nacimiento y la muerte del hombre, ¿por qué quieres infringirla? ¿Por qué no la aceptas? ¿Qué intención tienes? No quieres dejar morir a tus padres, no quieres que vivan según la ley de nacer, envejecer, enfermar y morir que ha establecido Dios, quieres impedir que enfermen y mueran, ¿en qué los convertiría eso? ¿No serían como de plástico? ¿Serían todavía personas? Por tanto, has de aceptar este hecho. Antes de oír la noticia de que tus padres están envejeciendo, que se han puesto enfermos y han muerto, debes prepararte para ello en tu corazón. Un día, tarde o temprano, toda persona se hace mayor, se debilita y muere. Dado que tus padres son gente normal, ¿por qué no van a experimentar esta etapa? Han de hacerlo, y tú debes abordarlo correctamente” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Las palabras de Dios poco a poco me calmaron. El nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte son la ley de la vida que Dios ha ordenado para la humanidad. Mi mamá, con sus sesenta y tantos años, tenía órganos y funciones corporales que se estaban deteriorando lentamente, y era normal que su cuerpo desarrollara enfermedades. No debería discutir con Dios, tratando de intercambiar años de mi propia vida para concederle a mi mamá salud y longevidad. Esto no es someterse a la soberanía y los arreglos de Dios. Soy un insignificante ser creado, y Dios es el Creador. Debería aceptar la ley de la vida que Dios ha ordenado para la humanidad y experimentar las cosas tal como vienen. Ni siquiera puedo controlar o cambiar las cosas que experimento cada día, sin embargo, albergaba la vana esperanza de cambiar el sino de mi mamá. ¡Eso era verdaderamente ilusorio e irracional! Lloré y oré a Dios: “Dios, no puedo aceptar este cambio repentino en mis circunstancias. Por favor, guíame para poder someterme y aprender lecciones en esta situación”. Más tarde, busqué conscientemente las palabras de Dios relacionadas con mi estado.
Un día, durante mis devociones espirituales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Sea cual sea la enfermedad que contraigan, no será porque estaban agotados de criarte ni porque te extrañaban; en especial, no contraerán ninguna enfermedad importante, grave y posiblemente mortal por tu causa. Ese es su sino, y no tiene nada que ver contigo. Por muy buen hijo que seas, lo que puedes lograr, a lo sumo, es reducir un poco su sufrimiento carnal y sus cargas, pero en cuanto a en qué momento enfermen, qué enfermedad contraigan, cuándo y dónde mueran: ¿tienen estas cosas algo que ver contigo? No. Si eres un buen hijo, si no eres un ingrato indiferente y te pasas todo el día con ellos, cuidándolos, ¿acaso no se enfermarán? ¿No morirán? Si se van a enfermar, ¿no se enfermarán de todos modos? Si van a morir, ¿no morirán igualmente? ¿No es así?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). A partir de las palabras de Dios, entendí que si los padres se enferman, la gravedad de la enfermedad, o si morirán, todo está predestinado y dispuesto por Dios, y no tiene nada que ver con los hijos. Estén o no los hijos al lado de sus padres, las dificultades, contratiempos y tribulaciones que estos enfrentan en la vida son inevitables, y sus hijos no pueden cambiar nada. Pensé en mi abuelo. Sus hijos estaban todos a su lado y él parecía sano, pero cuando tenía unos 60 años, sufrió una enfermedad grave que lo dejó postrado en cama, paralizado y en estado vegetativo, y necesitaba que lo cuidaran para todas sus funciones corporales. Mi mamá, mi tío y mi tía se turnaban, cuidándolo día y noche, masajeándolo todos los días, hablándole, y atendiéndolo con esmero durante años, pero él nunca despertó. Ahora mi madre se había enfermado gravemente y estaba paralizada en cama. Incluso si yo estuviera a su lado cuidando de sus necesidades diarias, solo haría que su cuerpo estuviera un poco más cómodo, pero yo no podría soportar por ella el sufrimiento de su enfermedad. Si se recuperaba o moría era algo que yo no podía cambiar. Mi presencia o ausencia a su lado para cuidarla no cambiaría su enfermedad. Al darme cuenta de esto, me desprendí de algunas de mis preocupaciones por mi madre.
Más tarde, cuando recordé esto y lo que mi hermana me dijo en su carta, todavía me sentía desconsolada y angustiada. Mi hermana escribió: “‘Los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres’. Hasta los animales saben honrar a sus padres. Si un humano no sabe esto, es peor que un animal”. Pensé en los años que había estado lejos de casa. Habían pasado cosas tan importantes en casa, pero yo seguía sin aparecer. No tenía idea de lo que nuestros vecinos, parientes y amigos decían de mí, pero sin duda estarían hablando de mí a mis espaldas, diciendo que era una mala hija, que ni siquiera volvía a casa cuando mi madre estaba gravemente enferma y cercana a la muerte. Mi madre me había criado desde pequeña, y esta deuda de gratitud era algo que nunca podría pagar, así que debería hacer todo lo posible por darle la mejor vida, para que no tuviera que preocuparse por la comida o la ropa, y pudiera disfrutar de una vejez feliz y tranquila. Pero ahora que estaba enferma, ni siquiera podía cuidarla. Sentía que realmente era peor que un animal. Pensar en esto me dolía como un cuchillo en el corazón, y a menudo lloraba en secreto, sintiéndome culpable por no poder retribuir el favor de mi madre al criarme. Más tarde, leí las palabras de Dios: “Analicemos el asunto de que tus padres te trajeran al mundo. ¿Quién eligió que te trajeran al mundo, tú o tus padres? ¿Quién eligió a quién? […] Desde tu punto de vista, naciste pasivamente de tus padres, sin tener otra opción al respecto. Desde la perspectiva de tus padres, te trajeron al mundo por su propia voluntad independiente, ¿verdad? En otras palabras, dejando de lado la disposición de Dios, en lo relativo a tu nacimiento, fueron tus padres quienes detentaron todo el poder. Eligieron traerte al mundo y lo decidieron todo. Tú no elegiste que ellos te dieran la vida, naciste de ellos pasivamente y no tuviste elección alguna al respecto. Así pues, dado que tus padres tuvieron todo el poder y optaron por hacer que nacieras, tienen la obligación y la responsabilidad de educarte, criarte hasta la vida adulta, proveerte de educación, alimento, vestimenta y dinero; esta es su responsabilidad y obligación, y es lo que les corresponde hacer. En tanto que tu postura fue siempre pasiva durante el tiempo que te criaron, no tuviste derecho a elegir: debían criarte ellos. Como eras pequeño, no tenías la capacidad de criarte solo, no te quedó más alternativa que recibir pasivamente la crianza de tus padres. Ellos te criaron tal como quisieron; si te daban buena comida y bebida, tú comías y bebías bien. Si te ofrecían un entorno vital en el que sobrevivías alimentándote de cizaña y plantas silvestres, así es como sobrevivías. En cualquier caso, durante tu crianza, tú eras pasivo y tus padres cumplían con su responsabilidad. Es igual que si tus padres cuidaran una flor. Si quieren cuidarla, deben fertilizarla, regarla y asegurarse de que reciba la luz del sol. Así pues, en cuanto a la gente, no importa si tus padres te cuidaron de manera meticulosa o si te dispensaron mucha atención, de todos modos, solo cumplían con su responsabilidad y obligación. Independientemente de la razón por la cual te criaron, era su responsabilidad; como te trajeron al mundo, debían hacerse responsables de ti. Sobre esta base, ¿se puede considerar como amabilidad todo lo que tus padres hicieron por ti? No, ¿verdad? (Así es). Que tus padres cumplieran con su responsabilidad contigo no constituye un acto de amabilidad. Si cumplen con su responsabilidad respecto a una flor o una planta, regándola y fertilizándola, ¿es eso amabilidad? (No). Eso dista aún más de ser amabilidad. Las flores y las plantas crecen mejor en el exterior; si se las planta en la tierra, con viento, sol y agua de lluvia, prosperan. No crecen tan bien cuando se las planta en macetas de interior, comparado con el exterior, pero, estén donde estén, igualmente viven, ¿no es así? Sin importar dónde estén, eso lo ha predestinado Dios. Eres una persona viva, y Dios se responsabiliza de cada vida, le permite sobrevivir y observar la ley que rige a todos los seres creados. Pero, como eres una persona, tú vives en el entorno en el que te crían tus padres, de manera que debes crecer y existir en él. Que vivas en ese entorno, en mayor medida, se debe a que Dios lo ha predestinado; en menor medida, se debe a la crianza de tus padres, ¿verdad? En cualquier caso, al criarte, tus padres cumplen con una responsabilidad y una obligación. Criarte hasta la vida adulta es su obligación y responsabilidad, y eso no se puede considerar amabilidad” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). “En el mundo no creyente existe este dicho: ‘Los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres’. También este otro: ‘Una persona no filial es peor que un animal’. ¡Qué grandilocuentes suenan estos dichos! En realidad, el fenómeno que se menciona en el primero se da en la realidad, es un hecho, los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres. Sin embargo, son simplemente fenómenos dentro del mundo de los seres vivos. Forman parte de una especie de ley que Dios ha establecido para las diversas criaturas vivientes. Toda clase de criaturas vivientes, incluidos los humanos, acatan esta ley, y esto demuestra aún más que Dios las creó. Ninguna puede infringir la ley ni tampoco trascenderla. Incluso carnívoros relativamente feroces como los leones y los tigres alimentan a sus crías y no las muerden antes de que alcancen la edad adulta. Es el instinto animal. Da igual la especie a la que pertenezcan, ya sean feroces o amables y mansos, todos los animales poseen este instinto. La única manera que tienen todas estas criaturas de multiplicarse y sobrevivir es acatar este instinto y esta ley, y eso incluye a los seres humanos. Si no acataran o no tuvieran esta ley y este instinto, se extinguirían. No existiría la cadena biológica ni tampoco este mundo. ¿No es así? (Sí). El hecho de que los cuervos retribuyan a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillen para recibir la leche de ellas, evidencia justamente que el mundo de los seres vivos acata esta clase de ley. Este instinto lo poseen todo tipo de criaturas vivientes. Una vez que nace su descendencia, las hembras o los machos de la especie la cuidan y alimentan hasta que se hace adulta. Todas estas criaturas son capaces de cumplir con sus responsabilidades y obligaciones hacia sus retoños, y crían de forma concienzuda y dedicada a la nueva generación. Esto debería ser más patente si cabe en los seres humanos. La humanidad los considera animales superiores, pero, si no pueden acatar esta ley y carecen de tal instinto, entonces son peores que los animales, ¿verdad? Por tanto, más allá de cuánto te cuidaron tus padres y cuánto cumplieron con sus responsabilidades hacia ti durante tu crianza, solo estaban haciendo lo que les correspondía en el ámbito de las capacidades de un ser humano creado: era por instinto” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)).
Después de leer las palabras de Dios, sentí el corazón un poco más iluminado. El que los padres críen a sus hijos es un instinto natural y una ley de vida que Dios ha dado y establecido para todos los seres vivos, y es también la responsabilidad y obligación de los padres. Ya sean bestias salvajes o criaturas dóciles, todas siguen tales leyes. Los padres que eligen tener hijos deberían asumir la responsabilidad y obligación de criarlos y cuidarlos. Esta es una elección consciente hecha por los padres, no algo que otros les impongan. El dicho de que “Los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres” es simplemente una ley y un principio establecido por Dios para estas criaturas, un instinto natural, y no significa, como enseña la gente, que los animales sepan honrar a sus padres y devolver la bondad. Dios ha dotado a diversas criaturas con el instinto de criar y cuidar a sus hijos para que todas las criaturas, incluidos los humanos, puedan reproducirse y multiplicarse. A primera vista, parece que los padres están cuidando y criando a sus hijos, pero en realidad, es Dios quien es soberano y dispone el sino de cada persona. No puedo evitar recordar algo que mi madre me dijo una vez. Antes de que yo naciera, ella ya tenía dos hijas, pero la menor de ellas enfermó de repente y falleció cuando tenía 3 años, y solo años después, tras no poder superar el dolor de perder a su hija, fue que mi madre me tuvo a mí. Mi madre también cuidó con todo su corazón a mi hermana mayor, a quien nunca conocí, pero ella falleció trágicamente siendo niña, mientras que yo he podido crecer sana hasta el día de hoy. Aunque compartíamos la misma madre, nuestros sinos eran completamente diferentes. Esto me hizo ver aún más que la suerte humana está bajo la soberanía de Dios, y que los padres solo pueden ser responsables de criar y cuidar a sus hijos, pero no pueden controlar ni cambiar su sino. Se debe a que la suerte humana está enteramente bajo la soberanía y los arreglos de Dios. Pensé en cuántas dificultades y contratiempos había enfrentado en los años desde que dejé mi hogar. Hubo tantas veces en que sentí que no podía seguir adelante, y fue Dios quien siguió guiándome y ayudándome. Recuerdo una vez en que mi estado era realmente terrible, pero Dios, a través de los hermanos y hermanas, pacientemente compartió conmigo la verdad, me ayudó y me apoyó, y solo entonces mi corazón entumecido comenzó a despertar lentamente, y comencé a reflexionar sobre mí misma y a volverme hacia Dios. Dios dispuso cuidadosamente diversas personas, acontecimientos y cosas según mis necesidades, no solo proveyendo para mis necesidades materiales, sino además haciéndose responsable de mi vida. Al pensar en el amor de Dios, sentí el corazón conmovido de verdad. Pero había sido influenciada y engañada por falacias, atribuía todo lo que había recibido de Dios, desde la infancia, a los esfuerzos de mi madre, pensando que, sin su cuidado, no sería la que soy hoy. Incluso resolví devolverle a mi madre el favor de su crianza, e incluso quise renunciar a mis deberes para volver a casa a cuidarla. Esto no solo afectó mi propio estado, sino también los resultados de mi deber. Si no fuera por el desenmascaramiento de las palabras de Dios, seguiría creyendo esta idea equivocada, y para entonces, arruinaría mi oportunidad de ser salvada, y ya sería demasiado tarde para arrepentirme. Al darme cuenta de esto, me invadió una sensación de alivio.
Más tarde, leí otro pasaje de las palabras de Dios, y me quedó más claro cómo tratar a los padres. Dios Todopoderoso dice: “Tus padres no son tus acreedores, es decir, no deberías andar siempre considerando cómo retribuirlos solo porque pasaran tanto tiempo criándote. Si no puedes retribuirles, si no te surge la oportunidad o las condiciones para hacerlo, siempre te sentirás triste y culpable, hasta tal punto que incluso te entristecerá ver a alguien que está con sus padres y los cuida y es buen hijo con ellos. Dios ordenó que tus padres te criaran, pero no para que tuvieras que pasarte la vida retribuyéndoles. En esta vida, cuentas con responsabilidades y obligaciones que debes cumplir y con una senda que debes tomar; tienes tu propia vida. En tu vida no deberías dedicar todas tus energías a ser buen hijo para tus padres y a retribuir su amabilidad. Ser buen hijo para tus padres solo es una cosa que te acompaña en la vida. Es algo que resulta inevitable en las relaciones humanas de afecto. Sin embargo, en cuanto a qué clase de conexión estáis destinados a tener tú y tus padres y a cuánto tiempo podréis vivir juntos, eso depende de las instrumentaciones y arreglos de Dios. Si Él ha instrumentado y arreglado que tú y tus padres estéis en lugares diferentes, que estés muy lejos de ellos y no podáis vivir juntos, entonces desempeñar esta responsabilidad es, para ti, una especie de anhelo. Si Dios ha dispuesto que tu residencia esté muy cerca de tus padres y que podrás permanecer a su lado, entonces te corresponde cumplir algunas de tus responsabilidades hacia ellos y mostrarles algo de devoción filial; nada de esto es criticable. Sin embargo, si te encuentras en un lugar diferente a tus padres y no se te presenta la oportunidad o las circunstancias adecuadas para mostrarles devoción filial, no debes considerarlo algo vergonzoso. No debes avergonzarte de enfrentarte a tus padres porque seas incapaz de mostrarles devoción filial, es solo que tus circunstancias no lo permiten. Como hijo, deberías entender que tus padres no son tus acreedores. Si solo prestas atención a retribuir la amabilidad de tus padres, esto se interpondrá en muchos deberes que deberías hacer. Hay muchas cosas que has de hacer en tu vida y estos deberes que has de cumplir son los que les corresponden a un ser creado y el Creador te los ha encomendado y no tienen nada que ver con retribuirles a tus padres su amabilidad. Mostrarles devoción filial, retribuirles y devolverles su amabilidad son cosas que no tienen nada que ver con tu misión en la vida. También se puede decir que no es necesario mostrarles devoción filial a tus padres, retribuirles o cumplir con ninguna de tus responsabilidades hacia ellos. En palabras sencillas, puedes dedicarte un poco a eso y al mismo tiempo desempeñar alguna de tus responsabilidades si las circunstancias lo permiten. Cuando no sea así, no hace falta que te fuerces a ti mismo a hacerlo. Si no puedes desempeñar tu responsabilidad de mostrarles devoción filial a tus padres, tampoco es un gran error, solo contradice un poco tu conciencia y tu rectitud moral y algunas personas te criticarán; eso es todo. Pero al menos no va en contra de la verdad. Si es en aras de hacer tu deber y seguir la voluntad de Dios, entonces incluso recibirás la aprobación de Dios. Por tanto, en cuanto a ser buen hijo para tus padres, mientras entiendas la verdad y entiendas los requerimientos de Dios para las personas, entonces, aunque tus condiciones no te permitan ser buen hijo para tus padres, tu conciencia no se sentirá reprendida” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). A partir de las palabras de Dios, entendí que cada persona viene a este mundo con su propia misión, y que ser buenos hijos con los padres y devolverles el favor de su crianza no tiene nada que ver con dicha misión. Si vivimos con nuestros padres, debemos cuidarlos y ser buenos hijos con ellos en la medida de nuestras posibilidades; pero si la situación no lo permite y no podemos vivir con nuestros padres, no deberíamos sentirnos culpables o en deuda con ellos por no poder cuidarlos, sino que deberíamos priorizar nuestros deberes. La policía me había arrestado por predicar el evangelio, y ahora tenía antecedentes policiales. Pensé: “Si volviera ahora, prácticamente estaría cayendo en una trampa. Por no hablar de cuidar a mi mamá, incluso mi seguridad personal podría estar en riesgo”. Dadas estas circunstancias, no podía volver a casa, así que debía calmar mi corazón y cumplir mis deberes adecuadamente. Esto es lo más importante. Al ir haciéndose mayor mi mamá, la enfermedad y la muerte eran una parte normal de la vida. No podía cuidarla ni ser buena hija con ella, y aunque sentía cierto pesar, estaba dispuesta a someterme a la soberanía y los arreglos de Dios. Dios ya ha ordenado el sino de todos; el nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte están también en Sus manos. Por mucho que me preocupara y angustiara por ella, incluso si la acompañaba y cuidaba, no podría cambiar la suerte de mi mamá. Después de entender esto, oré a Dios: “Dios, la enfermedad de mi madre está en Tus manos, y si vive o muere está en Tus manos. La cantidad de años que viva ya ha sido predestinada por Ti, y estoy dispuesta a encomendar a mi madre a Tus manos. Sin importar el resultado, estoy dispuesta a aceptar y someterme a Tus orquestaciones y arreglos”. Después de orar, sentí el corazón mucho más tranquilo y liberado, y ya no me preocupé más por este asunto. Pude calmar mi corazón y cumplir mis deberes. ¡Gracias a Dios!