41. Cómo tratar los intereses y las aficiones de los hijos

Por Wen Nuan, China

Desde que mi hijo era pequeño, había sido bastante débil y crecía despacio. Vivíamos cerca del colegio, así que solía llevarlo al campo de deportes para que corriera y se hiciera más fuerte. Por aquel entonces, un entrenador se fijó en él. En 2020, mi hijo entró a tercer grado de la escuela primaria, y el entrenador lo eligió para formar parte del equipo de fútbol del colegio. Todas las tardes, después de clase, mi hijo iba al campo de juego a entrenar y, cuando yo veía cómo le subía el color en las mejillas y su cuerpo se hacía más fuerte, me sentía satisfecha. Cada noche, lo escuchaba contarme anécdotas de fútbol. Mientras veía a mi hijo entrenar en el campo de juego, me di cuenta de que varios entrenadores le prestaban una atención especial y le enseñaban movimientos adicionales. Los entrenadores me hablaban con mucha cortesía y alaban la rapidez con la que mi hijo entendía las cosas, lo obediente y resistente que era, y solían dejarlo jugar con chicos más grandes, ya que querían formarlo para que se convirtiera en un jugador clave. Yo estaba muy contenta y pensaba: “Me está haciendo sentir muy orgullosa. ¿Será que realmente tiene futuro como futbolista?”. A partir de entonces, empecé a prestar mucha atención a la trayectoria futbolística de mi hijo y, siempre que no estaba demasiado ocupada con mis deberes, iba a ver todos sus partidos, tanto los que eran muy importantes como los que no tanto. El entrenador me avisaba con antelación de cualquier decisión del equipo y yo me sentía muy orgullosa. No podía sino empezar a soñar despierta: “Parece que realmente tiene un don para esto. En nuestra sociedad tan competitiva de hoy en día, es difícil prevalecer sin especializarse en una habilidad. Tengo que cultivarlo de forma adecuada y convertirlo en un jugador estelar. Así, cuando tenga fama y éxito, no solo me sentiré orgullosa de él, sino que también podré compartir su riqueza y su gloria”. El día de Año Nuevo de 2021, el equipo de mi hijo ganó el campeonato del distrito. Con la mirada en el reluciente trofeo dorado, mi hijo me abrazó y rio feliz. Llena de alegría, ya estaba planeando en secreto el futuro de mi hijo como futbolista y pensé: “A partir de ahora, prepárate para la adversidad. No me culpes si soy dura, lo hago por tu propio bien. Cuando triunfes en el futuro, entenderás mis intenciones meticulosas. Esto ya es una afición tuya y, si no te cultivo como es debido, estaría fracasando como madre”.

A partir de entonces, A partir de entonces, solía poner a mi hijo videos de las mejores jugadas de las estrellas de fútbol de todo el mundo y le decía: “¿Ves lo impresionante que es ese jugador? ¿Cómo crees que te sentirías si llegaras a ser como él?”. A mi hijo ya le gustaba de por sí ver partidos, por lo que se volvió aún más entusiasta con mi ayuda. Después de hacer los deberes, veía partidos y entrevistas de jugadores famosos. En poco tiempo, llegó a conocer muy bien los torneos de fútbol importantes y a las estrellas de distintos países, y solía explicarme todo eso. Al ver que mi hijo ya iba por buen camino, empecé a enseñarle más cosas: “Nadie triunfa sin esfuerzo. Para que tus sueños se hagan realidad, tienes que superar las adversidades”. Mi hijo estaba totalmente de acuerdo y rara vez se quejaba de las tediosas prácticas de habilidades básicas. Durante todo el verano de 2021, mi hijo iba al campo de juego a entrenar cada mañana a las 5 y no paraba hasta pasadas las 9 de la mañana. Aun así, no se perdía ni una sola práctica. Un día, mi hijo tuvo fiebre. Se me partió un poco el corazón verlo tan débil, pero, para que siguiera trabajando para alcanzar sus objetivos, lo llevé al campo de juego de todas maneras. Los fines de semana, cuando iba al club a entrenar, a veces estaba tan cansado que quería tomarse el día libre, pero yo nunca se lo permitía. A veces, se ponía bastante reacio, y yo no paraba de hablarle para intentar cambiar su mentalidad: “Tienes que seguir esforzándote para que el entrenador vea lo duro que trabajas. Tienes que mejorar tu técnica para que el entrenador te lleve a más partidos. Cuando tu reputación crezca, habrá un entrenador mejor que se fijará en ti y te llevará a un equipo aún mejor, entonces, ¿no estarás un paso más cerca de convertirte en un jugador estelar?”. Mi hijo no podía discutir conmigo, así que se obligaba a seguir entrenando.

Más tarde, debido a la grave pandemia, se suspendieron durante dos años consecutivos las competiciones más grandes. Mi hijo no ganó ningún trofeo, y los dos nos sentimos decepcionados, pero él nunca dejó de entrenar. Incluso en pleno invierno, cuando apenas había gente en el campo de juego, aún se podía divisar su figura en el terreno. Pero no supe exactamente cuándo empezó a cambiar mi relación con mi hijo. Debido a mis ansias por ver que mi hijo obtuviera resultados, cada vez que él quería contarme momentos interesantes del entrenamiento tras volver a casa, yo lo interrumpía con impaciencia: “No me interesan esas cosas. Lo único que quiero saber es si ganaste. ¿Cuántos goles metiste? ¿Te elogió el entrenador? ¿Eres el mejor jugador del equipo?”. Mi hijo se quedaba sin palabras ante mis preguntas y dejó de sentirse tan unido a mí como antes. Si su equipo ganaba, alardeaba de ello conmigo, pero, si perdía, agachaba la cabeza, como si hubiera hecho algo mal.

En 2023, se levantaron las restricciones por la pandemia y se volvieron a celebrar torneos con normalidad. Los fines de semana, el entrenador solía llevar a los niños a jugar partidos en otras ciudades y, en vacaciones, iban a ciudades más lejanas a participar en grandes torneos. Hasta entrenaban con equipos de su misma edad de Corea del Sur. Por mucho que costara, yo siempre me aseguraba de inscribirlo y me consideraba una madre previsora y responsable. Cuantos más trofeos ganaba mi hijo, más orgullosa me sentía y mi vanidad estaba muy satisfecha ante todos los entrenadores, el resto de los padres y nuestros amigos y familiares. Ese año, estuve muy ocupada con mis deberes, pero, para poder acompañar a mi hijo a los entrenamientos, solía estacionar al lado del campo de juego y trabajaba con el portátil en el coche, mientras lo esperaba. Como tenía que salir del coche a menudo para ver entrenar a mi hijo, perdía bastante tiempo que podría haber dedicado a mi deber, por lo que bajó la eficacia de mi deber. Una vez, mi hijo participó en un torneo de la ciudad que coincidió con una reunión con un nuevo fiel. Aunque tenía muchas ganas de estar en el partido de mi hijo, no podía descuidar mis deberes, así que tuve que ir a la reunión. Pero, durante todo el camino, tenía la cabeza en el partido. Me preguntaba si mi hijo podría jugar todo el partido o si su equipo ganaría. Cuando llegué a la casa de acogida, vi que el nuevo fiel aún no había llegado. Generalmente, me habría inquietado y habría intentado ponerme en contacto con el nuevo fiel, pero, ese día, me pareció perfecto que no hubiera aparecido, ya que eso significaba que podía ir al partido a ver jugar a mi hijo. Esperé un rato y, como el nuevo fiel seguía sin aparecer, salí con ansias y a las apuradas al partido. Llegué justo a tiempo para ver la segunda parte y estaba tan emocionada de ver ganar al equipo de mi hijo que me olvidé por completo de contactar con el nuevo fiel.

En octubre de 2023, el equipo de mi hijo participó en un torneo de la ciudad, pero no ganó ningún trofeo. Me puse furiosa. En especial, cuando vi que el equipo de una categoría menor que la suya había ganado un trofeo y que esos padres y sus hijos lo celebraban en el grupo de WeChat, sentí que estaba a punto de tener un ataque de nervios. Antes nos tenían pura envidia, pero ahora eran ellos quienes habían ganado. Mi hijo volvió a casa con las manos vacías y yo no sabía qué hacer de la vergüenza. Cuando llegué a casa, ni siquiera cené. No paraba de desahogarme con mi hijo: “La pandemia retrasó las competiciones durante dos años, pero no esperaba que, aun así, esta vez no ganaras nada. Todo es culpa de tu entrenador, que no los entrenó bien antes del torneo. Uno de tus compañeros perdió el balón en un momento crítico y frenó a todo el equipo. Y creo que tú tampoco tuviste un gran partido. De haber jugado bien, ¡seguro que habrías liderado al equipo hasta el final!”. Él ya estaba muy triste por haber perdido el partido, pero, al verme perder los estribos, intentó consolarme: “Mamá, no te enojes. En todos los torneos hay ganadores y perdedores. Simplemente no fuimos tan buenos como ellos”. Al ver el rostro inocente de mi hijo, me emocioné: “Es solo un deporte; ¿por qué me enojo tanto?”. Me obligué a mí misma a decir unas palabras de ánimo a mi hijo. Pero, en el fondo, yo seguía estando destrozada y, a la una de la madrugada, todavía no podía dormir. Sentí que mi estado no era el correcto, así que oré en mi corazón: “Dios, no consigo controlar mis emociones. Tú nos pides que veamos a las personas y las cosas y que nos comportemos y actuemos según Tu palabra, con la verdad como criterio. ¿En qué aspecto de la verdad debo entrar para cultivar a mi hijo? Te ruego que me esclarezcas y me guíes”. Después de orar, recordé que Dios nos ha hablado de cuáles son las responsabilidades que los padres deben cumplir respecto a sus hijos, y se me vino a la cabeza un pasaje de las palabras de Dios: “Cumplir con las responsabilidades implica, por un lado, cuidar de sus hijos y, por otro, aconsejarlos, corregirlos y guiarlos hacia los pensamientos y puntos de vista correctos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Dios pide que, como padres, cuando nuestros hijos pequeños tengan pensamientos u opiniones extremos, les orientemos sin demora sobre lo que piensan. Esa es la responsabilidad que tiene un padre. Ese día, mi hijo había perdido el torneo, así que, en realidad, ese debería haber sido el momento para que desahogara sus emociones y expresara lo que pensaba, y yo debería haberlo escuchado, orientado y ayudado a corregir sus opiniones equivocadas. Pero no solo no lo orienté en absoluto, sino que, encima, le empeoré las cosas. ¡Fui totalmente irracional! Ni siquiera cumplí con el estándar de una madre. ¡Fui horrible! Al pensar en todo esto, me fui calmando de a poco y dejé de obsesionarme con el resultado del torneo.

Más tarde, reflexioné sobre por qué exigía tanto a mi hijo. Leí las palabras de Dios: “En la conciencia subjetiva de los padres, se prevén, planifican y determinan distintos asuntos relativos al futuro de los hijos que finalmente generan dichas expectativas. Alentados por ellas, los padres exigen a sus hijos que se formen para desarrollar ciertas habilidades, que aprendan teatro, danza, arte, etcétera. Les demandan que se conviertan en personas talentosas y que a partir de entonces sean los superiores, no los subordinados. Les exigen que sean funcionarios de alto rango y no meros reclutas; los obligan a que se conviertan en los gerentes, directores generales y ejecutivos que trabajen para una de las 500 empresas más importantes del mundo, y demás. Estas son las ideas subjetivas de los padres. […] ¿En qué se basan las expectativas de sus padres? ¿De dónde provienen? De la sociedad y del mundo. La finalidad de todas estas expectativas de los padres es permitir a los hijos adaptarse a este mundo y a esta sociedad, impedir que sean descartados de ambos y posibilitar su consolidación en la sociedad y el acceso a un empleo seguro, a una familia y a un futuro estables y, de este modo, los padres ostentan diversas expectativas subjetivas para su descendencia. Por ejemplo, ahora mismo está bastante de moda ser ingeniero informático. Se dice: ‘Mi hijo va a ser ingeniero informático. En ese campo se gana mucho dinero, van de un lado a otro con una computadora ejerciendo la ingeniería informática. ¡Y de paso yo también quedo bien como padre!’. En estas circunstancias, en las que los niños no tienen idea de nada en absoluto, los padres disponen de su futuro. ¿Acaso no es una equivocación? (Lo es). Los padres depositan esperanzas en sus hijos sobre una base totalmente fundamentada en la forma de ver las cosas de los adultos, y también en las opiniones, perspectivas y preferencias de estos sobre las cuestiones del mundo. ¿No es eso subjetivo? (Sí). Para expresarlo con delicadeza, podría decirse que es subjetivo, pero ¿qué es en realidad? ¿Qué otra interpretación tiene esa subjetividad? ¿Acaso no es egoísmo? ¿No es coacción? (Sí). Te gusta cierta ocupación, te gustaría ser funcionario, hacerte rico, ser glamuroso y exitoso en la sociedad, así que obligas a tus hijos a buscar también ser esa clase de persona y caminar por esa senda. Pero ¿les gustará a tus hijos vivir en tal entorno y hacer ese trabajo en el futuro? ¿Son aptos para eso? ¿Cuál es su porvenir? ¿Cuáles son la soberanía y los arreglos de Dios para ellos? ¿Sabes algo de esto? Hay quien dice: ‘Todo eso me parece irrelevante, lo que importa es lo que me guste a mí como padre. Mis preferencias dictarán las esperanzas que deposite en mis hijos’. ¿No es una perspectiva muy egoísta? (Sí). ¡Es muy egoísta!(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Las palabras de Dios me mostraron que los padres exigen distintas cosas a sus hijos en función de sus propias preferencias y de lo que piensan de la sociedad; y luego, les piden que persigan y logren lo que les exigen. A la luz de esto, me miré al espejo y vi que me gustaba que me tuvieran en alta estima y no quería pasar desapercibida, así que esperaba que mi hijo buscara lo mismo que yo. Veía que la presión de competir en la sociedad era enorme y que mi hijo tenía un talento para el deporte, así que esperaba que destacara entre sus compañeros a través del fútbol para que acabara convirtiéndose en una celebridad, ganara mucho dinero y tuviera una vida mejor. De este modo, yo también me beneficiaría de su éxito. Para conseguir ese objetivo, privé a mi hijo de disfrutar de jugar al fútbol y lo obligué a perseguir el sueño de convertirse en una estrella, de acuerdo con mis deseos. Independientemente del calor o frío extremo que hiciera y de que su físico pudiera aguantarlo, yo lo obligaba a seguir entrenándose. De a poco, mi hijo empezó a centrarse demasiado en la victoria, la derrota y el honor, y hasta se volvió orgulloso y presumido de sus logros. A primera vista, parecía que yo actuaba por el bien de mi hijo, pero la realidad es que quería aprovechar su éxito en el fútbol para satisfacer mis deseos egoístas y cumplir mis propios sueños. Lo que es más importante, mis deseos personales y subjetivos eran lo único que impulsaba las expectativas que tenía de mi hijo y las exigencias que le hacía. Mi hijo aún era pequeño y ni siquiera entendía lo que significaba hacerse famoso o ganar mucho dinero, pero yo le había impuesto estas cosas y lo había obligado a cumplir mis planes. ¡Fui tan egoísta! Tanto el trabajo al que se dedique mi hijo como el tipo de persona que llegue a ser en el futuro, todo está bajo la soberanía y los arreglos de Dios. Si yo planeaba la vida de mi hijo conforme a mis propios deseos, ¿no estaría intentando librarme de la soberanía de Dios?

Más adelante, busqué: “¿Por qué siempre espero que mi hijo cumpla con mis exigencias?”. Cuando leí las palabras de Dios, se me alegró un poco el corazón. Dios Todopoderoso dice: “En realidad, independientemente de lo grandes que sean las aspiraciones del hombre, de lo realistas que sean sus deseos o de lo adecuados que puedan ser, todo lo que el hombre quiere lograr, todo lo que busca está inextricablemente vinculado a dos palabras. Ambas son de vital importancia para cada persona a lo largo de su vida y son cosas que Satanás pretende infundir en el hombre. ¿Qué dos palabras son? Son ‘fama’ y ‘provecho’. Satanás usa un método muy suave, un método muy de acuerdo con las nociones de las personas y que no es muy agresivo, para hacer que estas acepten sin darse cuenta sus medios y leyes de supervivencia, desarrollen objetivos y una dirección en la vida y lleguen a tener aspiraciones en ella. Por muy altisonantes que puedan ser las descripciones de sus aspiraciones en la vida, estas aspiraciones están inextricablemente vinculadas a la ‘fama’ y el ‘provecho’. Todo lo que persigue cualquier persona importante o famosa —o, de hecho, cualquier persona— a lo largo de su vida solo guarda relación con estas dos palabras: ‘fama’ y ‘provecho’. Las personas piensan que una vez que han obtenido fama y provecho, tienen capital que pueden usar para disfrutar de un estatus alto y de una gran riqueza, así como para disfrutar de la vida. Piensan que, una vez que tengan fama y provecho, tienen capital que pueden usar para buscar placer y participar en el disfrute excesivo de la carne. En nombre de esta fama y provecho que desean, de buena gana, aunque sin saberlo, las personas entregan su cuerpo, su corazón e incluso todo lo que tienen, incluidas sus expectativas y su porvenir a Satanás. Lo hacen sin reservas, sin dudarlo ni un momento y sin saber jamás reclamar todo lo que una vez tuvieron. ¿Pueden las personas conservar algún control sobre sí mismas una vez que se han entregado a Satanás y se han vuelto leales a él de esta manera? Desde luego que no. Están total y completamente controladas por Satanás. Se han hundido de un modo completo y total en un cenagal y son incapaces de liberarse a sí mismas. Una vez que alguien está atascado en la fama y el provecho, deja de buscar lo que es brillante, lo recto o esas cosas que son hermosas y buenas. Esto se debe a que, para las personas, la seducción de la fama y el provecho es demasiado grande; son cosas que pueden buscar sin parar durante toda su vida e incluso durante toda la eternidad. ¿No es esta la situación real?(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Las palabras de Dios me mostraron que la razón por la que tenía esas expectativas sobre mi hijo era que había convertido la búsqueda de la fama y la ganancia en la meta de mi vida. Desde pequeña, había adoptado los dichos satánicos: “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo”, “Destácate del resto y honra a tus antepasados” y “Soporta las mayores adversidades para convertirte en el mejor” como máximas de la vida. Me centré por completo en estudiar, aprobar exámenes y conseguir trabajos bien pagados. Cada vez que alcanzaba una meta y recibía los elogios de los demás, mis logros también hacían que familiares, amigos y vecinos envidiaran a mis padres, y yo sentía que, por mucho sufrimiento que soportara, merecía la pena. Cuando empecé a trabajar, para ascender, conseguir aumentos de sueldo y destacar, les lamía las botas a mis superiores. Llevaba una máscara cuando trataba con mis compañeros y decía cosas que no sentía de verdad. Mi familia solo veía lo impresionante que era que trabajara en la gran ciudad y enviara dinero a casa todos los meses, pero, en realidad, hacía tiempo que me había hartado de esa vida. En el mundo de la fama y la ganancia, había perdido mi integridad y me sentía sola y vacía por dentro. Además, ni siquiera tenía a nadie con quien compartir mis verdaderos sentimientos. Después de dejar ese trabajo, no quise recordar esa etapa durante muchos años. Tras aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, empecé a cumplir mi deber en la iglesia, lo que me permitió sentir paz y tranquilidad en el corazón, así como apartarme del mundo conflictivo y traicionero de escalar para alcanzar la fama y la ganancia. Creía haber dejado atrás la búsqueda de la fama y la ganancia, pero, de forma inesperada, volví a perseguir la fama y la ganancia cuando mi hijo jugaba al fútbol. Quería cultivar a mi hijo para que se convirtiera en un jugador estelar y que yo pudiera disfrutar también de la gloria. La esencia de lo que yo esperaba era que mi hijo también persiguiera la fama, la ganancia y el estatus, al igual que yo. Dentro de la cancha, mi hijo competía con sus rivales; fuera de la cancha, yo competía con el resto de los padres. Competíamos por ver quién cultivaba mejor a su hijo y quién lograba que su hijo les diera más gloria. Hasta fantaseaba con que, cuando mi hijo se hiciera famoso, yo podría disfrutar de la riqueza, el estatus y la gloria a su lado. Vi que el objetivo que perseguía no había cambiado en absoluto. Durante todos estos años de acompañar a mi hijo a los partidos, vi que el deporte de competición gira en torno a la fama y la ganancia. Incluso si los jugadores talentosos logran buenos resultados a base de esfuerzo, el sufrimiento que soportan tanto a nivel físico como mental durante ese proceso es algo que una persona normal no puede resistir. Además, esos logros fugaces se esfuman con rapidez y no tienen sentido. Hasta los jugadores estelares que en su día disfrutaron de fama y ganancia no pueden escapar de la vejez, la enfermedad y la muerte, y aún así deben afrontar las adversidades de la vida. Aunque una persona alcance tanto la fama como la ganancia, eso no la libra de envejecer ni enfermar, y tampoco puede alargarle la vida. Aunque hubiera cultivado a mi hijo para que se convirtiera en un jugador estelar, ¿de qué habría servido? ¿No habría seguido sufriendo debido a los venenos de Satanás, al igual que yo? Solo entonces vi que llevar a mi hijo por la senda de perseguir la fama y la ganancia era como empujarlo a un abismo de fuego. Estaba claro que mi hijo era solo un niño común y corriente al que le gustaba jugar al fútbol, y que había sido yo la que había sido cegada por la fama y la ganancia. Yo le había puesto esos grilletes personalmente.

Más adelante, al comer y beber las palabras de Dios, conseguí entender este asunto con aún mayor claridad. Dios Todopoderoso dice: “Si los padres desean cumplir con sus responsabilidades, deberían intentar comprender la personalidad, las actitudes, los intereses y el calibre de sus hijos, además de las necesidades de su humanidad, en vez de convertir sus propias búsquedas mundanas de adulto, de fama y provecho en expectativas hacia sus hijos e imponerles todo esto que proviene de la sociedad. Los padres le ponen a esto un nombre que suena bien, ‘expectativas hacia sus hijos’, pero en realidad no se trata de eso. Está claro que pretenden empujar a sus hijos al pozo de fuego y echarlos en brazos de los diablos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). “En cuanto a la senda que van a tomar sus hijos en el futuro o las carreras profesionales que van a desarrollar, los padres no deberían inculcarles cosas como: ‘Mira a ese pianista, fulano de tal. Empezó a tocar el piano a los cuatro o cinco años. Nunca se dio el gusto de jugar, no tenía amigos, y solo practicaba e iba a clases de piano a diario. También consultó a varios maestros y se apuntó en diversas competiciones de piano. Mira lo famoso que es ahora, qué bien alimentado, qué bien vestido, rodeado por un aura de luz y respetado allá donde va’. ¿Es esta la clase de educación que promueve el desarrollo saludable de la mente de un niño? (No). ¿De qué clase de educación se trata entonces? De la del diablo. Este tipo de formación resulta dañino para cualquier mente joven. Los anima a aspirar a la fama, a codiciar diversas auras, honores, posiciones y disfrutes. Los hace anhelar y perseguir todo esto desde pequeños, los lleva a la ansiedad, a un intenso temor y a la preocupación. Incluso, provoca que paguen todo tipo de precios para conseguirlo, que se despierten pronto y trabajen hasta tarde para repasar los deberes y perfeccionar diferentes destrezas, que pierdan su infancia, que cambien todos esos preciados años a cambio de cosas semejantes(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Las palabras de Dios me permitieron ver que los padres persiguen la fama y la ganancia a través de sus hijos, lo que está presente a lo largo de todo el proceso de criar y educar a los niños. Esto daña el cuerpo y la mente de los niños, y los empuja a los brazos del diablo. Pensé en que mi hijo había tenido una infancia despreocupada, pero, desde los seis o siete años, yo lo había obligado a buscar convertirse en un jugador estelar y a perseguir la fama y la fortuna. Eso era algo que, a su edad, no podía soportar mentalmente. Pero, aun así, le inculqué esas ideas a la fuerza y le exigí que siguiera entrenándose, incluso cuando estaba agotado o enfermo. El fútbol había dejado de ser solo un interés o una afición para mi hijo, y yo le estaba metiendo demasiada presión. Obligué a mi hijo a que le importaran las victorias y las derrotas, el éxito y el fracaso, lo obligué a competir con sus compañeros y a entrenar duro para que más entrenadores se fijaran en él. Llegado a este punto, mi hijo se sentía superior cada vez que ganaba un partido o recibía algún reconocimiento, y se desanimaba y sentía celos cuando había otros niños que tenían un mejor rendimiento y recibían atención. Mi hijo perdió la inocencia que debería haber tenido a su edad, y todo se debió a que le impuse mis propios deseos. Le debía una disculpa a mi hijo. A pesar de llevar muchos años creyendo en Dios, seguía sin ver el daño que la fama y la ganancia causan a las personas. Hasta le enseñé a mi hijo a perseguir la fama y la ganancia y retrasé mis deberes en el proceso. Realmente había descuidado mis deberes reales y había decepcionado a Dios. Me sentí muy arrepentida y oré a Dios: “Dios, no entiendo la verdad. Tampoco cumplo con el estándar de una madre. ¿Cómo debería educar a mi hijo y tratar sus intereses y aficiones? Te ruego que me esclarezcas y me guíes”.

Más adelante, encontré una senda de práctica en las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Cuando les imponen diversas expectativas y exigencias a sus hijos, no están cumpliendo con dichas responsabilidades. Entonces, ¿cuáles son sus ‘responsabilidades’? Las más básicas consisten en enseñar a sus hijos a hablar, a ser bondadosos y a no ser malas personas, y guiarlos en una dirección positiva. Estos son sus deberes más elementales. Además, deben ayudarlos a adquirir cualquier clase de conocimiento, habilidad, y demás, que mejor les convenga en función de su edad, de lo que puedan abarcar y de su calibre e intereses. Unos padres un poco mejores ayudarán a sus hijos a entender que Dios creó a las personas y que Él existe en el universo, los guiarán para que oren y lean las palabras de Dios, y les compartirán algunos relatos bíblicos, con la esperanza de que al hacerse mayores sigan a Dios y cumplan el deber de un ser creado en lugar de perseguir las tendencias mundanas, quedar atrapados en complicadas relaciones interpersonales y ser devastados por las diversas tendencias de este mundo y de la sociedad. Las expectativas no tienen nada que ver con las responsabilidades que deben cumplir los padres. Al desempeñar este papel, son responsables de aportarles una guía positiva y una adecuada atención antes de alcanzar la edad adulta, así como de ocuparse debidamente de su vida carnal en cuanto a la comida, el vestido, la vivienda o en caso de enfermedad. Si sus hijos se enferman, los padres han de ocuparse de cualquier dolencia que sea necesario tratar, no deben descuidarlos ni decirles: ‘Sigue yendo a la escuela, no dejes de estudiar, no puedes quedarte atrás en las clases, si te atrasas mucho no vas a poder recuperarlas’. Cuando los hijos necesiten descanso, los padres deben dejar que lo tengan; cuando estén enfermos, deben ayudarlos a recuperarse. Estas son las responsabilidades de los padres. Por una parte, deben cuidar del bienestar físico de sus hijos, por otra, deben guiarlos, educarlos y auxiliarlos en lo relativo a su salud mental. Esto es lo que a los padres les corresponde hacer, en lugar de imponer a sus hijos ninguna expectativa o exigencia poco realista. Es su deber cumplir con las responsabilidades que incumben tanto a las necesidades emocionales de sus hijos como a las de su vida física. No pueden permitir que pasen frío en invierno, han de enseñarles una serie de conocimientos generales acerca de la vida, como en qué circunstancias es posible que pillen un resfriado, la necesidad de comer platos calientes, que les dolerá el estómago al comer cosas frías y que no deberían exponerse al viento a la ligera ni desvestirse en lugares con corrientes de aire cuando hace frío, para, de este modo, ayudarlos a aprender a ocuparse de su propia salud. Además, cuando en sus jóvenes mentes surjan ideas infantiles e inmaduras sobre su futuro o algún pensamiento extremo, los padres deben proporcionarles una guía correcta en cuanto se den cuenta de ello, en lugar de someterlos a una represión forzosa. Deben lograr que sus hijos expresen y expongan sus ideas, para que puedan efectivamente resolver el problema. En esto consiste cumplir con sus responsabilidades. Implica, por un lado, cuidar de sus hijos y, por otro, aconsejarlos, corregirlos y guiarlos hacia los pensamientos y puntos de vista correctos(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Las palabras de Dios me permitieron ver que la responsabilidad que tienen los padres con sus hijos pequeños consiste, por un lado, en encargarse de sus necesidades físicas y garantizar que crezcan sanos y, por otro, en hablar más con ellos, aconsejarlos y resolver sus problemas psicológicos a tiempo. Aún mejor es traer a los hijos ante Dios. Las palabras de Dios son lo que la gente realmente necesita. Él nos enseña de forma práctica cómo comportarnos y cómo tratar a nuestros hijos. Yo había sido madre durante muchos años y no tenía ni idea de lo que realmente significaba hacer lo mejor para mi hijo. En ese momento, vi que puedo cumplir realmente mis responsabilidades como madre solamente si sigo las palabras de Dios, y que eso también puede permitir que mi hijo crezca sano. Al entender todo esto, dejé de obligar a mi hijo a participar en entrenamientos o torneos y, en su lugar, respeté sus deseos. Al mismo tiempo, hablé con él y le dije: “No vamos a intentar que te conviertas en un jugador estelar. Ya que te gusta jugar al fútbol, céntrate solo en divertirte”. Él se sorprendió y se alegró mucho al oírme decir eso. Yo también me sentí mucho más tranquila y dejé de esperar que mi hijo se convirtiera en una estrella. A partir de entonces, prioricé mis deberes y dejé que mi hijo decidiera por sí mismo si quería entrenar o participar en torneos. Me calmé para centrarme en mis propios deberes y dejé de preocuparme por esas cosas. En mayo de 2024, a medida que se acercaba la fecha de graduación de la primaria, mi hijo tenía un partido. Al ver que los equipos rivales eran fuertes, me preocupó lo intensa que sería la competencia y no quería que mi hijo volviera a verse arrastrado por el torbellino de la fama y la ganancia, así que le sugerí que no participara. Pero mi hijo insistió en ir. Como consecuencia, les hicieron dos goles debido a los errores de sus compañeros y, en la tanda de penales, mi hijo falló el suyo por los nervios. Mi hijo estaba un poco triste y arrepentido, pero yo lo aconsejé con paciencia y lo animé a tomárselo con calma. Tras oírme, se sintió muy aliviado. Por lo general, encontraba el momento adecuado para dar testimonio de la creación de Dios a mi hijo. Le hablaba sobre cómo Dios creó al hombre y cómo Satanás corrompe a las personas. Mi hijo mostraba mucho interés y era capaz de entenderlo. Seguí enseñando a mi hijo a confiar en Dios cuando se enfrentara a dificultades, a que sus palabras y actos fueran honestos y a no hacer cosas malas.

De vez en cuando, el deseo de fama y ganancia volvía a despertar en mi corazón y me sentía algo intranquila, sobre todo cuando veía a hijos de otras personas que tenían éxito en ciertas aficiones o intereses. Sin embargo, ya no le imponía mis deseos a mi hijo. Una noche, encontré un pasaje de las palabras de Dios. Era algo que tanto mi hijo como yo necesitábamos, así que lo llamé para leerlo juntos. Dios Todopoderoso dice: “El hecho de que Dios te dé un determinado interés, afición o punto fuerte no significa que Él deba hacer que realices algún deber o trabajo relacionado con tu interés, afición o punto fuerte. Hay quien dice: ‘Ya que no se me pide que realice un deber en este ámbito ni que me dedique a un trabajo relacionado con esto, entonces, ¿por qué se me dio tal interés, afición o punto fuerte?’. Dios ha dado a la gran mayoría de las personas ciertos intereses y aficiones basándose en las diversas condiciones de cada una. Por supuesto, se toman en consideración varias cosas: por un lado, son para el sustento y la supervivencia de las personas; por otro, son para enriquecer sus vidas. A veces, la vida de una persona requiere ciertos intereses y aficiones, ya sea para el entretenimiento y la diversión o para que pueda dedicarse a algunas tareas apropiadas, de modo que su vida humana sea plena. Por supuesto, no importa desde qué aspecto se mire, hay una razón detrás de lo que Dios da, y Él también tiene Sus razones y fundamentos para no dar. Puede que tu vida humana o tu supervivencia no requieran que Dios te dé intereses, aficiones y puntos fuertes, y que puedas mantener tu sustento o enriquecer y hacer plena tu vida humana por otros medios. En resumen, independientemente de si Dios ha dado o no a las personas intereses, aficiones y puntos fuertes, esto no es un problema de las personas en sí mismas. Incluso si alguien no tiene puntos fuertes, esto no es un defecto de su humanidad. La gente debería comprender esto correctamente y tratarlo correctamente. Si uno posee ciertos intereses, aficiones y puntos fuertes, debería apreciarlos y aplicarlos correctamente; si no los tiene, no debería quejarse(La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Vi en las palabras de Dios que Él da a las personas intereses y aficiones para que, por un lado, enriquezcan su vida y, por otro, puedan ganarse la vida a través de ellos. Pero que uno pueda acabar trabajando en algo relacionado con sus intereses o aficiones depende de lo que Dios determina. Puede que solo sigan siendo aficiones. Compartí con mi hijo lo que había entendido sobre cómo abordar los intereses y las aficiones. Mi hijo dijo: “Gracias a Dios por permitirme amar jugar al fútbol. Me ha dado mucha alegría, pero, si algún día podré trabajar en algo relacionado con el fútbol o cómo me ganaré la vida en el futuro, eso depende de lo que Dios determina”. Yo le dije: “Así es. Solo las palabras de Dios son la verdad, y es así como debemos entender este asunto”. Siento que creer en Dios es tan maravilloso. Las palabras de Dios son la verdad, nos aportan principios de práctica en todas las cosas, nos dan una senda a seguir y también dan libertad y liberación a nuestro corazón.

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