43. Ya no dependo de mis hijos para que me cuiden en la vejez
En 2001, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. En 2020, me diagnosticaron un infarto cerebral y una cardiopatía. En ese momento, necesitaba dinero con urgencia para el tratamiento y, por casualidad, mi hijo me envió 5000 yuanes. Entonces pensé: “En mi hijo siempre puedo confiar. Cuando envejezca, tendré que seguir contando con él”. En 2022, mi hijo se casó y él mismo se compró la casa y el coche. Más tarde, mi nuera se gastó más de mil yuanes en un anillo de oro para mí. También me dijo: “No te pedimos nada más, solo que si en el futuro tenemos hijos, estaría muy bien que nos ayudaras a cuidarlos”. Al ver lo buenos que eran conmigo mi hijo y mi nuera, pensé: “Es mi único hijo. Tengo que llevarme bien con ellos, porque cuando envejezca, tendré que depender de ellos para que me cuiden. En estos últimos años mi salud no ha sido buena, y cada año empeora. Si les ayudo a cuidar de sus hijos mientras aún puedo, ellos me cuidarán cuando sea mayor”. Después de pensarlo, accedí y le dije: “De acuerdo. Cuando tengan hijos, yo se los cuidaré”. Más adelante, debido a los riesgos para mi seguridad, me fui de casa para cumplir con mi deber en otra zona y así evitar que el PCCh me arrestara.
En abril de 2024, un día me enteré de que mi nuera estaba embarazada y mi familia me pidió que volviera para cuidarla. Me fui para allá a toda prisa. Sin embargo, en cuanto llegué a casa, los funcionarios del pueblo vinieron a hacer una comprobación de mi domicilio. Al pensar que el PCCh tenía una foto mía y que llevaba todos estos años buscándome, no me atreví a quedarme en casa y me fui rápidamente. Pero, al volver, me sentí muy triste y pensé: “Mi hijo trabaja en otra ciudad y no tiene tiempo para cuidar de mi nuera. Si yo, que soy su suegra, no la cuido, ¿qué va a pensar su familia de mí? Ni siquiera sé cómo está mi nuera…”. Al pensar en esto, sentía constantemente que estaba en deuda con mi hijo. Debido al tormento que sentía en el corazón, el infarto cerebral también empeoró. Me preocupé todavía más y pensé: “Cada vez soy más mayor y mi salud no deja de empeorar. Si un día de verdad no puedo cumplir con mi deber, ¿no necesitaré que mi hijo y mi nuera me cuiden? No cuidé de mi nuera cuando más me necesitaba. Si un día ya no puedo cumplir con mi deber y tengo que volver con ellos, ¿me aceptarán y cuidarán en mi vejez?”. Cada vez que pensaba en esto, mi estado empeoraba. Pasaban los días y pronto llegó el momento de que naciera el bebé. Pero yo seguía sin poder volver para cuidar de mi nuera, y no podía evitar suspirar. En aquel tiempo, mi deber era regar a los nuevos fieles. Aunque cumplía con mi deber todos los días, mi corazón a menudo se veía perturbado por este asunto y no hacía un seguimiento del trabajo ni resolvía los problemas de los nuevos a tiempo. Como resultado, los problemas de algunos de ellos no se resolvían pronto y vivían en la negatividad y la debilidad. Al ver que no había cumplido bien con mi deber, no pensé en cómo resolver las cosas y darle la vuelta a la situación. Al contrario, hasta llegué a pensar: “Si no hay resultados, pues que no los haya. Si me destituyen, quizás pueda volver con mi hijo y ayudarle a cuidar del bebé”. Como vivía en un estado incorrecto, cumplía con mi deber sin la guía del Espíritu Santo, y me volví negativa y desdichada. Me presenté ante Dios para orar: “Dios mío, constantemente quiero ir a casa a cuidar de mi nuera y ayudarla a cuidar del bebé. Tengo miedo de que, si no vuelvo, nadie me cuide cuando sea mayor. Sé que está mal vivir en este estado, pero no puedo salir de él. Te ruego que me esclarezcas y me guíes para entender la verdad y conocer mis propios problemas”. Después de orar, recordé las palabras de Dios: “¿Por qué los hijos son buenos hijos con sus padres? ¿Y por qué los padres adoran a sus hijos? ¿Qué clase de intenciones realmente albergan las personas? ¿No es su intención satisfacer los planes propios y los deseos egoístas? ¿Realmente tienen la intención de actuar en pos del plan de gestión de Dios? ¿Están actuando por el bien de la obra de Dios realmente? ¿Es su intención cumplir con los deberes de un ser creado?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Dios pone al descubierto que no existe ningún amor o cuidado real entre las personas en absoluto. Todas albergan sus propias intenciones y buscan su propio beneficio. Yo era tal como Dios había dejado en evidencia. Siempre pensaba en el embarazo de mi nuera, no porque quisiera cuidarla sinceramente, sino por mis propias intenciones. Sentía que mi salud había empeorado en los últimos años y que, cuando de verdad ya no pudiera cumplir con mi deber, tendría que volver con mi hijo y depender de él para que me cuidara en la vejez. Por eso, quería ayudarlos a cuidar de su hijo mientras aún pudiera, para que a cambio él me cuidara a mí en mi vejez. Pero cuando no pude volver por mi deber y los riesgos para mi seguridad, el corazón se me llenó de angustia y ya no sentía responsabilidad alguna hacia mi deber. Vi que solo consideraba los intereses de la carne.
Más tarde, busqué la verdad para resolver mis problemas. Leí las palabras de Dios: “Cuando la gente no es capaz de desentrañar, comprender, aceptar o someterse a los entornos que Dios orquesta y a Su soberanía, y cuando la gente se enfrenta a diversas dificultades en su vida diaria, o cuando estas dificultades superan lo que la gente normal puede soportar, sienten de un modo subconsciente todo tipo de preocupación y ansiedad, e incluso angustia. No saben cómo será mañana, ni pasado mañana, ni cómo será su futuro, y por eso se sienten angustiados, ansiosos y preocupados por todo tipo de cosas. ¿Cuál es el contexto que da lugar a estas emociones negativas? Es que no creen en la soberanía de Dios, es decir, son incapaces de creer en la soberanía de Dios y desentrañarla y en su corazón no tienen auténtica fe en Dios. Aunque vieran los hechos de la soberanía de Dios con sus propios ojos, no los entenderían ni los creerían. No creen que Dios tenga soberanía sobre su sino, no creen que sus vidas estén en manos de Dios, y por eso surge en sus corazones la desconfianza hacia la soberanía y los arreglos de Dios, y entonces surgen las quejas y son incapaces de someterse” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Lo que Dios dejó en evidencia era exactamente mi estado. Cuando encontré a Dios por primera vez, y estando sana, podía centrarme en mi deber, pero a medida que envejecía, empecé a tener cada vez más problemas de salud. Tuve un infarto cerebral y no andaba bien del corazón. Sin darme cuenta, empecé a vivir angustiada y con ansiedad, preocupada por lo que haría si mi salud se deterioraba más. Cuando mi hijo y mi nuera me necesitaron, no volví para cuidarlos, así que ¿me cuidarían ellos a mí cuando envejeciera y necesitara cuidados? Al pensar esto, empecé a hundirme en un estado negativo, perdí el sentido de la responsabilidad hacia mi deber e incluso dejé de estar dispuesta a cumplir con él lejos de casa. Solo quería volver para cuidar de mi nuera y así poder depender de que me cuidaran cuando envejeciera. Aunque a menudo decía que todo está en manos de Dios, cuando me sucedían las cosas, perdía la fe en la soberanía de Dios y solo quería depender de los demás. Vi que no tenía ninguna fe en Dios. Pensándolo bien, ¿de qué servía que me preocupara por estas cosas? Dios ya había establecido cómo sería mi vida futura, y yo solo tenía que someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y experimentar las cosas con naturalidad.
Leí otro pasaje de las palabras de Dios: “Los padres ya han obtenido mucho disfrute y entendimiento de sus hijos en el proceso de criarlos, lo que para ellos supone un gran consuelo y beneficio. En cuanto a si son buenos hijos, a si puedes contar con ellos para lo que sea y a lo que puedes obtener de ellos, se trata de aspectos que dependen de si estáis destinados a vivir juntos y se reduce a la preordenación de Dios. Por otra parte, la clase de entorno en el que viven tus hijos, sus condiciones de vida y si cuentan con los medios para cuidar de ti, si no tienen problemas económicos y si pueden aportarte disfrute material y asistencia, también depende de la preordenación de Dios. Además, como padre, que puedas disfrutar de las cosas materiales, el dinero o el consuelo emocional que te den tus hijos, también depende de la preordenación de Dios. ¿No es así? (Sí). No les corresponde a las personas pedir tales cosas por propia voluntad. Como ves, a algunos padres no les gustan sus hijos y no están dispuestos a vivir con ellos, pero Dios ha preordenado que convivan, así que no pueden viajar lejos ni dejar a sus padres. Están atrapados con ellos para toda la vida, los padres no podrían alejarlos ni siquiera aunque lo intentaran. Algunos hijos, por otra parte, tienen padres que están muy dispuestos a vivir con ellos; son inseparables, siempre se echan de menos después de irse, pero por diversas razones, como viajar al exterior por trabajo o vivir en otro lugar después de casarse, una larga distancia los separa de sus padres. No es fácil coincidir ni una sola vez y tienen que buscar el momento adecuado para siquiera hacer una llamada o una videollamada; debido a las diferencias horarias o a otros inconvenientes, no tienen la posibilidad de hablar con sus padres muy a menudo. ¿No están todas estas circunstancias especiales relacionadas con la preordenación de Dios? (Sí). No es algo que se pueda decidir a partir de los deseos subjetivos del padre o del hijo. La mayoría depende de la preordenación de Dios” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Por las palabras de Dios entendí que todos los padres esperan ser cuidados por sus hijos cuando envejecen. Pero eso no es algo que la gente pueda buscar por sí misma, sino que está determinado por la soberanía y el mandato de Dios. Pensé en una hermana anciana que había conocido. Después de que sus hijos formaran sus propias familias, ella continuó con su deber y no tuvo tiempo de ayudar a cuidar de sus nietos. Pero después de cumplir 60 años, su hija tomó la iniciativa de cuidarla, y ella todavía pudo cumplir con su deber desde la casa de su hija. En otro caso, conocí a alguien que había estado trabajando para ganar dinero para la familia de su hijo y le ayudaba a cuidar de sus nietos, pero al final, su nuera la echó de casa. También pensé en la vez que en 2020 estuve enferma y necesitaba dinero de verdad. Aunque no le había dicho nada a mi hijo, él de casualidad me dio 5000 yuanes. ¿No era todo esto resultado de la soberanía y los arreglos de Dios? Cuando entendí esto, me sentí muy avergonzada. Había creído en Dios durante muchos años, pero había comido y bebido en vano de las palabras de Dios, y en cuanto enfermé, quedé en evidencia. No confié en Dios, intenté buscar salidas por mi cuenta y no paraba de querer correr hacia mi hijo en busca de apoyo. ¿En qué sentido era yo una creyente en Dios? Después de leer las palabras de Dios, comprendí que si Él ha predestinado que los hijos de una persona no la cuiden en la vejez, entonces por mucho que se esfuerce en mantener su relación con ellos, todo será en vano. Si Dios ha predestinado que tus hijos te cuiden, entonces Él dispondrá las cosas para ti cuando llegue el momento. Si un día ya no pudiera cumplir con mi deber debido a mi salud, entonces lo experimentaría sometiéndome a las orquestaciones y los arreglos de Dios. Creía que en cada situación hay lecciones que aprender y verdades que ganar. Después de eso, ya no me preocupé por no poder cuidar de mi nuera y pude aquietar mi corazón y cumplir con mi deber.
Más tarde, leí que Dios deja en evidencia cómo Satanás utiliza la cultura tradicional para corromper a las personas, y llegué a comprender un poco las opiniones erróneas que albergaba en mi interior. Dios Todopoderoso dice: “Si analizamos la cultura china tradicional, encontramos que los chinos hacen particular hincapié en la devoción filial. Desde tiempos pasados hasta el presente, ha sido motivo de discusión y se la ha considerado parte de la humanidad de las personas y como estándar que permite medir si alguien es bueno o malo. Por supuesto, en la sociedad existe, además, una práctica común y una opinión generalizada que indica que, si los hijos no son buenos con los padres, serán despreciados y condenados, sus padres se sentirán avergonzados y los hijos serán incapaces de soportar esta marca en su reputación. Debido a la influencia de varios factores, los padres han sido profundamente influenciados por este pensamiento tradicional y les exigen que sean buenos hijos, sin pensarlo ni discernirlo. ¿Por qué los padres crían a los hijos? No es para que te cuiden en la vejez y te despidan, sino a fin de cumplir con una responsabilidad y una obligación que Dios te ha encomendado. Por una parte, criar a los hijos es un instinto humano, mientras que, por otra, es una responsabilidad humana. Engendraste hijos motivado por el instinto y la responsabilidad, no en aras de prepararte para la vejez y de que te cuiden cuando seas mayor. ¿Acaso no es correcto este punto de vista? (Sí). ¿Acaso aquellos que no tienen hijos son necesariamente desdichados en la vejez? No necesariamente, ¿verdad? La gente sin hijos puede, aun así, vivir hasta la vejez y algunos hasta permanecen saludables, disfrutan de sus últimos años y se van en paz a la tumba. ¿Puede la gente con hijos disfrutar con toda seguridad de sus últimos años siendo felices y permaneciendo sanos? (No necesariamente). Por tanto, la salud, la felicidad, las condiciones de vida, la calidad de vida y la condición física de los padres en la vejez, en realidad, no guardan relación directa con el hecho de que sus hijos sean buenos o no, sino que se vinculan con la preordenación de Dios y con el entorno vital que Él ha dispuesto para ellos. Los hijos no tienen la obligación de cargar con la responsabilidad de las condiciones de vida de sus padres durante sus últimos años” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Tras leer las palabras de Dios, entendí que el propósito de criar a los hijos no es que te cuiden en la vejez, y que cada uno tiene su propia misión y sus propias responsabilidades. Sin embargo, después de que Satanás me corrompiera, acepté las ideas que me inculcó, como “Ten a alguien en quien confiar en la vejez”, “Ten a alguien que te cuide en la vejez” y “Cría a tus hijos para que te cuiden en la vejez”. Creía que no podía ser que una persona no tuviera hijos que la cuidaran en su vejez. Como estaba influenciada por estas opiniones, cuando envejecí y desarrollé varios problemas de salud, solo quería mantener una buena relación con mi hijo y mi nuera para que me cuidaran en el futuro. Cuando no pude volver para cuidar de mi nuera embarazada debido a los riesgos, ni siquiera tenía ganas de cumplir con mi deber. Esto significó que los problemas de los nuevos fieles no se resolvían nunca y que su entrada en la vida se retrasaba. Pero aun así no me arrepentí, e incluso esperaba que me reasignaran en el deber para poder ir a casa a cuidar de mi nuera. Pensé en que había creído en Dios durante muchos años y había disfrutado de mucha provisión de la verdad por parte de Él. No solo no le correspondí a Dios, sino que, cuando me sucedían las cosas, en lo único que pensaba era en asegurarme una salida. No me importaba en lo más mínimo mi deber. ¿En qué sentido tenía yo algo de humanidad? Me di cuenta de que opiniones como “Ten a alguien en quien confiar en la vejez”, “Ten a alguien que te cuide en la vejez” y “Cría a tus hijos para que te cuiden en la vejez” son engaños que Satanás utiliza para controlar a las personas. Vivir según estas opiniones me llevó a no creer en la soberanía de Dios, a rebelarme y no someterme a Él, y a carecer de todo sentido de responsabilidad hacia mi deber. Casi perdí la oportunidad de cumplir con mi deber. Si continuaba aferrándome a estas opiniones, perdería mi oportunidad de salvación y realmente me arruinaría. Luego pensé en las enfermedades que he padecido en los últimos años. En 2018, no podía estirar los brazos debido a que la espondilosis cervical me comprimía los nervios. La hermana que me acogía me compró una medicina que era tanto para tomar como para aplicar. Más tarde, por fin pude volver a estirar los brazos. Además, tuve un infarto cerebral en 2020 y los médicos dijeron que mi enfermedad era difícil de tratar. Inesperadamente, una hermana anciana me dio cuatro cajas de medicinas para el infarto cerebral. Después de tomar la medicación, mi salud mejoró gradualmente. Ninguna de estas enfermedades se curó por depender de mi hijo: fue Dios quien, una y otra vez, dispuso personas, acontecimientos y cosas para que mis enfermedades pudieran sanar. ¡Si hoy sigo viva es por la protección de Dios! Tenía que desprenderme de las falacias de Satanás como “Ten a alguien en quien confiar en la vejez” y “Ten a alguien de quien depender en la vejez”, y encomendarme a Dios, usando el tiempo que me queda para cumplir bien mi deber y así satisfacerlo.
Después, leí dos pasajes más de las palabras de Dios: “Los padres no deberían exigirles a sus hijos ser buenos hijos, que los cuiden durante la vejez y lleven la carga de sus últimos años; no hay necesidad. Por una parte, es una actitud que deberían mostrar hacia sus hijos y, por otra, tiene que ver con la dignidad que deberían poseer. Por supuesto, hay un aspecto más importante, el principio al que los seres creados que son padres deben atenerse al tratar a sus hijos. Si son buenos hijos y están dispuestos a cuidarte, no hace falta que los rechaces; si no están dispuestos a hacerlo, no es necesario que te quejes y lloriquees todo el día, ni que te sientas internamente molesto o insatisfecho ni que les guardes rencor. Deberías responsabilizarte y llevar la carga de tu propia vida y tu supervivencia en la medida que te sea posible y no deberías delegársela a nadie, menos a tus hijos. Deberías afrontar de manera proactiva y correcta una vida sin la compañía ni la ayuda de tus hijos a tu lado y, aunque vivas alejado de ellos, de todos modos deberías ser capaz de afrontar por tu cuenta cualquier cosa que te surja en la vida. Naturalmente, si necesitas ayuda de tus hijos para algo esencial, puedes pedírsela, pero no debería basarse en la idea y el punto de vista equivocados de que han de ser buenos hijos con sus padres ni que cuentas con ellos para que te cuiden en la vejez. En su lugar, ambos deberían enfocarse en hacer cosas por los padres y por los hijos desde la perspectiva del cumplimiento de sus responsabilidades. De este modo, la relación entre padres e hijos podrá manejarse de forma racional. Por supuesto, si ambas partes son prudentes, se dan espacio y se respetan mutuamente, no cabe duda de que, a la larga, serán capaces de llevarse mejor y con armonía y de apreciar este afecto familiar, el cuidado, el interés y el amor que sienten el uno por el otro. Sin duda, hacer estas cosas con base en el respeto y el entendimiento mutuos está relativamente de acuerdo con la humanidad y es relativamente apropiado” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Dios dice: “No deberían exigirles ser buenos hijos, que los cuiden durante la vejez y lleven la carga de sus últimos años; no hay necesidad. Por una parte, es una actitud que deberían mostrar hacia sus hijos y, por otra, tiene que ver con la dignidad que deberían poseer”. Estas palabras me conmovieron de verdad. Dios nos ha dicho claramente que la relación entre padres e hijos debe basarse en el cuidado y la comprensión mutuos, y no debe implicar ningún intercambio. Cada uno tiene su propia misión, y como padres, no debemos pedir a nuestros hijos que nos mantengan y nos cuiden. Los ancianos también deben vivir con dignidad. Aunque crié a mis hijos, ahora son mayores e independientes y ya no tienen mucho que ver conmigo. Cada uno tiene su propia senda en la vida y debe enfrentarse a lo que sucede en ella de forma independiente. Sin embargo, yo siempre quise que mi hijo me cuidara de mayor y no me atreví a experimentar por mi cuenta la vida que Dios había establecido para mí. ¿Cómo podía estar viviendo con algo de dignidad? Al comer y beber las palabras de Dios, mi perspectiva cambió un poco y me sentí mucho más liberada.
Un día, recibí una carta de casa. Decía que el bebé había nacido y me pedían que volviera a cuidarlo. Me sentí un poco turbada y pensé: “Ahora estoy muy ocupada con mi deber. Si de verdad regreso a casa, no sé cuánto tardaré en volver aquí. Eso retrasará la obra. Además, el PCCh me ha estado buscando constantemente. Salir en este momento probablemente implicaría riesgos. Lo mire por donde lo mire, no puedo volver. Pero si no vuelvo, ¿y si mi hijo y mi nuera rompen relaciones conmigo? Todavía tengo que depender de ellos para que me cuiden en el futuro. Si no queda más remedio, tendré que volver”. Al pensar esto, me di cuenta de que todavía quería depender de mi hijo en la vejez y busqué la verdad en relación con mi problema. Leí las palabras de Dios: “Dios no se limita a pagar un precio por cada persona en las décadas que van desde su nacimiento hasta el presente. Según lo ve Dios, has venido a este mundo innumerables veces y te has reencarnado infinitas veces. ¿Quién se encarga de ello? Dios es el responsable. Tú no puedes saber estas cosas. […] ¡Cuánto se esfuerza Dios por el bien de una persona! Algunos dicen: ‘Tengo sesenta años. Durante este tiempo, Dios me ha estado cuidando, protegiendo y guiando. Si, cuando sea viejo, no puedo cumplir un deber y no puedo hacer nada, ¿se seguirá preocupando Dios por mí?’. ¿Acaso no es esto decir una tontería? Dios tiene soberanía sobre el porvenir de una persona, y la cuida y protege no solo durante una única vida. Si solo fuera cuestión de tiempo de vida, de una sola vida, eso no demostraría que Dios es todopoderoso y tiene soberanía sobre todo. La labor que Dios realiza y el precio que paga por una persona no es simplemente disponer lo que hace en esta vida, sino disponer para ella un número incontable de vidas. Dios se hace plenamente responsable de cada alma que se reencarna. Él trabaja cuidadosamente, pagando el precio de Su vida, con lo que guía a cada persona y organiza cada una de sus vidas. Dios se esfuerza y paga un precio de esta manera por el bien del hombre, y le otorga todas estas verdades y esta vida. Si las personas no cumplen con el deber de los seres creados en estos últimos días, y no regresan ante el Creador; si al final, por muchas vidas y generaciones que hayan vivido, no cumplen bien con sus deberes y no satisfacen las exigencias de Dios, ¿no sería entonces demasiado grande la deuda de las personas con Dios? ¿No serían indignas de todos los precios que ha pagado Dios? Su carencia de conciencia sería tal que no merecerían ser llamadas personas, ya que su deuda con Dios sería demasiado grande. […] La gracia, el amor y la misericordia que Dios le muestra al hombre no son meramente una clase de actitud; son también un hecho. ¿Qué hecho es ese? Que Dios pone Sus palabras en ti, esclareciéndote, para que veas lo que es hermoso en Él y en qué consiste este mundo, para que tu corazón se llene de luz, y te permite así entender Sus palabras y la verdad. De esta manera, sin saberlo, obtienes la verdad. Dios hace mucho trabajo en ti de una manera muy real, permitiéndote ganar la verdad. Cuando ganas la verdad, cuando ganas esa cosa tan preciosa que es la vida eterna, las intenciones de Dios quedan satisfechas. Cuando Dios ve que las personas persiguen la verdad y están dispuestas a cooperar con Él, se siente feliz y contento. Entonces tiene una actitud, y mientras tiene esa actitud, se pone a obrar y aprueba y bendice al hombre. Dice: ‘Te recompensaré con las bendiciones que mereces’. Y entonces habrás ganado la verdad y la vida. Cuando conozcas al Creador y te hayas ganado Su aprecio, ¿seguirás sintiendo un vacío en tu corazón? No. Te sentirás realizado y tendrás una sensación de disfrute. ¿No es esto lo que significa que la vida de uno tenga valor? Es la vida más valiosa y significativa” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Es de gran importancia pagar el precio por alcanzar la verdad). Después de leer las palabras de Dios, me conmoví profundamente. Pensé en cómo Dios siempre me ha estado guiando y protegiendo, dándome la buena fortuna de recibir Su obra de los últimos días. Ahora sigo al único Dios verdadero, que es soberano y controla el porvenir de toda la humanidad. ¿En quién más podría confiar en mi vejez? Dios es mi verdadero apoyo. Pensé en cómo, a lo largo de mi camino, había experimentado personalmente la presencia de Dios y Sus hechos. ¿De qué seguía preocupada? Si durante el tiempo limitado que me queda sigo viviendo para mi familia y para la carne, si me aferro a las opiniones falaces de Satanás para mantener la relación con mi hijo, si no cumplo bien con mi deber y al final pierdo mi oportunidad de salvación, ¡realmente no valdría la pena en absoluto! Solo quiero dar lo mejor de mí para cumplir bien mi deber el resto de mi vida. Este es el objetivo y la dirección en la vida que debo perseguir. Si un día de verdad ya no puedo cumplir con mi deber y tengo que volver a casa, pero mi hijo no se ocupa de mí, estoy dispuesta a confiar en Dios y experimentarlo. Ahora, cada día me entrego a mi deber, y me siento extremadamente relajada y liberada.
Después de esta experiencia, mi entendimiento más profundo es que Dios es mi verdadero apoyo. Solo Dios puede expresar la verdad, señalarnos la senda correcta en la vida y guiarnos para vivir una vida con sentido. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!