48. Ya no me quejo de tener un mal sino

Por Su Qing, China

Nací en una familia rural pobre. Cuando iba a la escuela secundaria, mis padres no podían pagar la matrícula, así que intentaron pedir dinero prestado a mi tío. Sin embargo, mi tía tenía miedo de que no pudiéramos devolverlo y no nos lo quiso prestar. Pensé: “Tengo que esforzarme por entrar en la universidad y lograr que la gente que me rodea admire a mi familia”. Cuando iba a la escuela, solo comía panqueques que traía de casa para ahorrar dinero. Mis estudios se vieron afectados debido a que mi desnutrición prolongada hizo que no me llegara suficiente sangre al cerebro y, al final, no aprobé el examen de ingreso a la universidad. Rompí a llorar y me quejé de que mi sino sea tan difícil. Sin embargo, no estaba dispuesta a aceptar ese sino. Para conseguir un título superior y destacar entre la multitud, también me apunté a exámenes de aprendizaje por cuenta propia para adultos, a cursos de contabilidad y a exámenes para la función pública. Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos, tampoco conseguí tener éxito al final. Por lo tanto, empecé a trabajar en una fábrica. Con tal de llegar a ser estadística del taller y recibir la admiración de los demás, trabajaba horas extra y me quedaba estudiando hasta tarde los deberes del cargo, mientras los demás descansaban. Trabajaba en exceso y echaba más de diez horas al día. Además, trabajaba horas extra y también me quedaba despierta hasta tarde todos los días. Estaba mareada y agotada de trabajar tan duro y hasta me quedaba dormida en el trabajo. Como consecuencia, me equivoqué al calcular la cantidad de productos y casi causo unas pérdidas enormes a la fábrica. El jefe de equipo me criticó delante de todos los empleados del taller. En ese momento, quería desesperadamente que me tragara la tierra. Me zumbaba la cabeza y me desmayé allí mismo. Desde entonces, tengo una pérdida auditiva neurosensorial y no puedo soportar ninguna clase de estimulación. Siempre que estaba bajo mucha presión en el trabajo, me mareaba y me zumbaban los oídos. Las inyecciones y los medicamentos no servían de nada y ya no podía seguir trabajando. Por ese entonces, tenía el corazón acongojado y me quejaba de por qué mi sino era tan malo. Solía encerrarme en una habitación a llorar y pensaba en acabar con todo. Como llevaba mucho tiempo viviendo reprimida y atormentada, mi sordera fue empeorando de a poco.

En 2013, mis suegros aceptaron la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días y también me predicaron el evangelio. Sentía una libertad y una liberación especiales cuando leía las palabras de Dios y vivía la vida de iglesia con los hermanos y hermanas. De a poco, mi estado de ánimo mejoró y mis esperanzas en la vida se reavivaron. Más adelante, me eligieron líder en la iglesia. Pensé: “He pagado un precio muy alto en la sociedad, pero todo fue en vano. Ahora, aunque acabo de incorporarme a la casa de Dios, puedo cumplir los deberes de una líder. Es mejor creer en Dios. Tengo que trabajar duro y puede que, en el futuro, ascienda aún más e incluso me admiren muchas más personas”. Así que empecé a cumplir mis deberes de forma más activa. Lloviera o tronara, me pasaba todo el día ocupada dirigiendo reuniones grupales. Mis hermanos y hermanas también me elogiaban por asumir una carga en mi deber. Más adelante, me eligieron predicadora y pude satisfacer mi deseo de obtener estatus. Justo cuando disfrutaba de la admiración de los hermanos y hermanas, tuve un accidente con una intoxicación con gas, que hizo que mi sordera empeorara. Desde entonces, empecé a oír aún peor. Durante las reuniones, no podía oír bien a los hermanos y hermanas cuando hablaban en voz baja. Solía sentirme limitada por mi sordera y vivía en un estado de negatividad. Al final, no fui capaz de hacer trabajo real y me retiraron de mis deberes. Cuando pensaba que ya no podría volver a cumplir los deberes de una líder y que los demás ya no me admirarían, me quejaba aún más de lo malo que era mi sino. A partir de entonces, no conseguí levantar cabeza y perdí la fe en Dios. Tras recibir tratamiento, mi audición mejoró un poco y los líderes me asignaron el deber de riego. Pensé: “Si logro buenos resultados en el deber de riego, los hermanos y hermanas me admirarán de todas maneras”. Por lo tanto, cada día leía los principios pertinentes, me equipaba con la verdad y solía quedarme estudiando hasta las once o las doce de la noche. De a poco, los resultados de mi deber fueron mejorando y también me ascendieron para ponerme a cargo de un rango más amplio de trabajo. Cuando pensaba en volver a ganarme la admiración de los hermanos y hermanas, era muy feliz. Pensaba: “Trabajar duro da sus frutos. Si me esfuerzo aún más, quizá me asciendan de nuevo. Así me admiraría aún más gente”. Sin embargo, más adelante, se me agravó la espondilosis cervical y mi sordera empeoró tanto que ya no podía comunicarme con normalidad sobre el trabajo. Los líderes dispusieron que regresara a mi iglesia local para recibir tratamiento y cumplir mis deberes lo mejor que pudiera. Me sentía muy abatida. Pensaba en el enorme precio que había pagado y en lo mucho que me había costado ganarme la admiración de los demás. Sin embargo, por culpa de mi enfermedad, ya no podía cumplir ese deber. ¿Por qué tenía un sino tan malo? Después, debido a mi mala audición, me resultaba demasiado difícil comunicarme con los demás. Solo podía hacer ciertos trabajos de asuntos generales, lo que me atormentaba especialmente el corazón. Pensaba: “Si no estuviera sorda, tendría la oportunidad de predicar el evangelio y regar a los nuevos fieles. Pero ahora solo puedo hacer ciertos trabajos de asuntos generales. Si no puedo estar en primer plano, ¿quién me va a admirar? ¿Por qué tengo un sino tan malo? En fin, este es mi sino, así que tendré que arreglármelas como pueda. ¡Tendré que vivir día a día y ya!”. Después, aunque no abandoné mi deber, vivía en un estado de constante abatimiento y no me centraba al cumplir mi deber. Siempre se me olvidaba una cosa u otra y cometía muchos errores en mi deber, lo que perjudicaba el trabajo de la iglesia.

Más adelante, la hermana con la que colaboraba me advirtió de que era peligroso vivir en ese estado y que debía buscar la verdad sin demora para resolver mis emociones negativas. Gracias a la advertencia de mi hermana, me presenté ante Dios y oré: “Dios, no quiero vivir abatida. Es demasiado triste vivir así. Te ruego que me guíes para entender mis propios problemas y salir de este estado incorrecto”. Un día, durante mis prácticas devocionales espirituales, leí dos pasajes de las palabras de Dios que me tocaron el corazón en ese mismo momento. Dios dice: “¿Por qué se siente abatida la gente? ¿Por qué no sienten motivación para hacer cosas? ¿Por qué se muestran siempre tan negativos, pasivos y carentes de determinación a la hora de hacer cosas? Existe una clara razón para esto. […] la causa fundamental para el surgimiento de la emoción negativa del abatimiento es diferente en cada uno. El abatimiento de un tipo de persona puede surgir de su constante creencia en su propio terrible sino. ¿No es esta una causa? (Sí). Cuando era joven, vivía en el campo o en una región pobre, su familia no era próspera y, aparte del simple mobiliario, no poseían nada de mucho valor. Tal vez tenían una muda o dos de ropa que debían llevar a pesar de tener agujeros, y por lo general no podían consumir comida de buena calidad, sino que en vez de eso tenían que esperar a Año Nuevo o días festivos para comer carne. A veces pasaban hambre, les faltaba ropa de abrigo y tener un gran plato lleno de carne que llevarse a la boca era un sueño, e incluso una pieza de fruta era difícil de conseguir. Al vivir en ese entorno se sentía diferente a otras personas que residían en la gran ciudad, aquellos cuyos padres eran acomodados, que podían comer cualquier cosa que les apeteciera y ponerse cualquier prenda de ropa, que tenían al momento lo que quisieran y poseían conocimiento sobre todo. Pensaba: ‘Su sino es tan bueno. ¿Por qué el mío es tan malo?’. Siempre quiere destacar entre la multitud y cambiar su sino. Sin embargo, no es tan fácil cambiar el propio sino. Cuando uno nace en esa situación, aunque lo intente, ¿cuánto puede cambiar y mejorar su sino? Después de convertirse en adulto, se ve frenado por obstáculos allá donde va en la sociedad, lo acosan dondequiera que va, así que se siente lleno de infortunio. Piensa: ‘¿Por qué soy tan desafortunado? ¿Por qué siempre conozco a personas malas? Tuve una vida dura de niño, y así eran las cosas. Ahora que soy grande, sigue siendo muy mala. Siempre quiero mostrar lo que puedo hacer, pero nunca tengo oportunidad. […]’ […] Una vez que han empezado a creer en Dios, se proponen cumplir bien con su deber en la casa de Dios, se vuelven capaces de soportar adversidades y trabajar duro, capaces de aguantar más que nadie en cualquier asunto, y se esfuerzan por ganarse la aprobación y la estima de la mayoría de la gente. Les parece que incluso pueden llegar a ser elegidos líderes de la iglesia, supervisores o líderes de equipo, y ¿no estarán entonces honrando a sus antepasados y a su familia? ¿No habrán cambiado su sino? Sin embargo, la realidad no está a la altura de sus deseos y se sienten abatidos y piensan: ‘Llevo años creyendo en Dios y me relaciono muy bien con mis hermanos y hermanas, pero ¿cómo es posible que cada vez que llega el momento de elegir a un líder, a un supervisor o a un líder de equipo nunca me toca a mí? ¿Será porque mi aspecto es muy sencillo o porque no he rendido lo suficiente y nadie se ha fijado en mí? Cada vez que hay una votación, siento un leve atisbo de esperanza e incluso me alegraría que me eligiesen líder de equipo. Me entusiasma mucho retribuirle a Dios, pero acabo decepcionado cada vez que hay una votación y me dejan fuera de todo. ¿Qué es lo que pasa? ¿Será que en realidad solo soy capaz de ser una persona mediocre, corriente, alguien anodino toda mi vida? Cuando recuerdo mi infancia, mi juventud y mis años de mediana edad, esta senda que he recorrido siempre ha sido muy mediocre y no he hecho nada digno de mención. No es que no posea ninguna ambición o mi calibre sea demasiado escaso, y no es que no me esfuerce lo suficiente o que no pueda soportar las adversidades. Tengo determinación y metas, e incluso puede decirse que también ambición. Entonces, ¿por qué nunca puedo destacar entre la multitud? A fin de cuentas, simplemente tengo un mal sino y estoy condenado a sufrir, y así es como Dios ha dispuesto las cosas para mí’. Cuanto más piensan en ello, peor creen que es su sino(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). “Las personas así, que siempre piensan que tienen un mal sino, albergan la constante sensación de que una roca gigante les está aplastando el corazón. Dado que siempre creen que todo lo que les sucede es a causa de su mal sino, piensan que no pueden cambiar nada de ello, pase lo que pase, y que lo único que pueden hacer es ser negativas y holgazanear, se resignan a su desgracia(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Lo que las palabras de Dios exponían era precisamente mi estado. La razón por la que había estado viviendo constantemente sumida en emociones negativas de abatimiento era porque siempre había creído que tenía un mal sino. Cuando era niña, mi familia era pobre y la gente nos menospreciaba, así que me quejaba de tener un mal sino. Creía que uno solo podía recibir la admiración de los demás y tener un buen sino si vivía una vida superior. Para cambiar mi sino, estudié mucho, pero, al final, reprobé el examen de ingreso a la universidad debido a que mi desnutrición hizo que no me llegara suficiente sangre al cerebro. Sin embargo, no estaba dispuesta a aceptar mi sino, así que fui a trabajar a una fábrica para ganar dinero. Para convertirme en estadística, trabajar en una oficina y que los demás me admiraran, trabajaba horas extra para aprender las técnicas. Al final, cometí un error estadístico que me dio un susto que derivó en una pérdida auditiva neurosensorial. Creí aún con más firmeza que era porque tenía un sino muy duro, vivía triste y había perdido la esperanza en la vida. Después de que empecé a creer en Dios, pensé que, si cumplía bien con mis deberes y me ascendían a líder, los hermanos y hermanas me admirarían y mi sino cambiaría. Sin embargo, mi sordera se agravó por una intoxicación con gas y no pude cumplir mi deber con normalidad, lo que perjudicó el trabajo y me retiraron de mi deber. Más adelante, cuando empecé a hacer el deber de riego, pagaba un precio en ese deber, con la esperanza de lograr resultados que hicieran que los demás me admiraran. Cuando me ascendieron, pensé que mi sino había mejorado y que, finalmente, tendría la oportunidad de brillar. Sin embargo, estaba ansiosa y demasiado entusiasmada por obtener resultados inmediatos, y mi sordera empeoró. No podía comunicarme con normalidad con los demás, lo que afectaba mis deberes. No tuve más remedio que regresar a mi iglesia local y ocuparme de deberes de asuntos generales allí. Como no satisfacía mi deseo de reputación y estatus, culpaba a Dios por haberme dado un mal sino. Creía que mi mal sino en esta vida era solo esforzarme y trabajar duro, por lo que vivía en un estado de abatimiento y había dejado de intentarlo. No asumía una carga en mi deber y cometía errores constantemente, lo que afectaba el trabajo. Hacía años que creía en Dios y había leído muchas de Sus palabras, pero, cuando me sucedían cosas, no venía ante Él a buscar la verdad y, cuando las cosas no salían como yo quería, me quejaba de que Él me había dado un mal sino. Hasta me había vuelto negativa y reacia. Esta era la perspectiva de una incrédula y no mostraba ninguna sumisión a Dios.

Más adelante, leí más de las palabras de Dios y obtuve una comprensión más profunda del concepto de tener un buen sino y un mal sino. Dios dice: “El arreglo de Dios sobre cuál va a ser el sino de una persona, ya sea bueno o malo, no es algo que se deba contemplar o medir con los ojos de un hombre o de un adivino, ni tampoco que se deba medir en función de cuánta riqueza y gloria esa persona disfruta en su tiempo de vida, del sufrimiento que experimenta o el éxito que tenga en su búsqueda de perspectivas, fama y ganancia. Sin embargo, este es precisamente el grave error que cometen quienes dicen tener un mal sino, así como una forma de medir el propio sino que usa la mayoría de la gente. Entonces, ¿cómo deberíamos medir si el sino de una persona es bueno o malo? ¿Cómo lo miden las personas mundanas? Principalmente, se basan en si a esa persona le va bien en la vida o no, si puede disfrutar o no de la riqueza y la gloria, en si puede vivir con un estilo de vida superior al de los demás, cuánto sufre y cuánto disfruta durante su vida, cuánto vive, qué carrera tiene, si se trata de una vida esforzada o si es cómoda y fácil. Estas y otras cosas son las que usan para medir si el sino de una persona es bueno o malo. ¿No lo medís vosotros así también? (Sí). Entonces, cuando la mayoría de vosotros os topáis con algo que no es de vuestro gusto, cuando los tiempos son duros o no sois capaces de disfrutar de un estilo de vida superior, pensaréis que también tenéis un mal sino y os hundiréis en el abatimiento. Aquellos que dicen tener un mal sino no necesariamente sufren un auténtico mal sino, ni tampoco aquellos que dicen tener un buen sino disfrutan necesariamente de uno tal. ¿Cómo se mide exactamente si el sino es bueno o malo? […] Decidme, ¿tiene una viuda un buen sino? Para la gente del mundo, las viudas tienen un mal sino. Si se quedan viudas con treinta y tantos o cuarenta y tantos, sin duda tienen un mal sino, es muy duro para ellas. Pero si una viuda sufre mucho porque ha perdido a su esposo y llega a creer en Dios, ¿es entonces algo malo? (No). Porque aquellos que no han enviudado viven una vida feliz, todo les va bien, tienen mucho apoyo, comida y ropa, una familia llena de hijos y nietos, viven una vida cómoda, sin adversidades y sin sentir ninguna necesidad espiritual. No creen en Dios y no creerán en Él por mucho que intentes predicarles el evangelio. Entonces, ¿quién de estos dos tipos de personas tiene un buen sino? (La viuda tiene un buen sino porque ha alcanzado la fe en Dios). Mira, como la gente del mundo considera que la viuda tiene un mal sino y sufre tanto, ella cambia de rumbo, empieza a tomar una senda diferente y cree en Dios y lo sigue, ¿significa esto que tiene una vida feliz? (Sí). ¿Su mal sino se ha transformado en uno bueno? (Sí). ¿Es ese el caso? Si tiene un mal sino, entonces su sino en la vida debería ser siempre malo y no puede cambiarlo; entonces, ¿cómo puede cambiarse? ¿Cambió su sino cuando empezó a creer en Dios? (No, es porque su forma de ver las cosas ha cambiado). La manera en la que considera las cosas ha cambiado; entonces, ¿ha cambiado el hecho objetivo de su propio sino? (No). […] En realidad, ¿ha llegado a tener un buen porvenir porque cree en Dios? No necesariamente. Es solo que ahora cree en Dios, tiene esperanza, siente cierta satisfacción en su corazón, los objetivos que busca han cambiado, sus puntos de vista son diferentes y, por tanto, su entorno de vida actual la hace sentirse feliz, satisfecha, alegre y en paz. Le parece que su sino ahora es muy bueno, mucho mejor que el sino de aquellos que no han enviudado. Es ahora cuando se da cuenta de que la opinión que tenía antes, al creer malo su sino, era equivocada. ¿Qué podéis deducir de esto? ¿Existe algo así como un ‘buen sino’ y un ‘mal sino’? (No). No, no existe(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Leer las palabras de Dios iluminó mi corazón. Tanto si el sino de una persona es bueno como si es malo, eso no es algo que pueda medirse según nuestras nociones e imaginaciones ni sopesarse desde la perspectiva de la gente mundana. Los no creyentes creen que comer bien, vestirse bien y disfrutar de la admiración y el apoyo de los demás es tener un buen sino. Por el contrario, creen que, si eres pobre e ingenuo toda tu vida, vives en la parte baja de la sociedad y los demás te desprecian, o si experimentas el tormento de la enfermedad o pasas por calvarios y dificultades y sufres mucho, eso es tener un mal sino. En realidad, para Dios no existe tal cosa como un sino bueno o uno malo. Es como el ejemplo que Dios dio sobre la viuda. La viuda pasó de pensar que tenía un mal sino a pensar que tenía uno bueno. Aunque su entorno de vida objetivo no había cambiado, su perspectiva sobre las cosas sí lo había hecho. Las palabras de Dios le permitieron entender que, por mucho que disfruten quienes tienen una familia feliz y una vida cómoda, si no pueden presentarse ante Dios y aceptar Su salvación, en última instancia, irán al infierno. Debido al sufrimiento que padeció, aceptó la obra de Dios y tuvo la oportunidad de entender la verdad y ser salva. Ella es realmente la persona más bendecida. Aunque el entorno de vida objetivo de la viuda no había cambiado, sí cambiaron sus criterios para medir si una persona tiene un sino bueno o uno malo y también cambiaron los objetivos que perseguía. Sin embargo, como yo no entendía la verdad y creía que tener fama, provecho y la admiración de los demás significaba tener un buen sino, buscaba destacar por encima de los demás en mi deber. Creía que recibir un ascenso y poder cumplir deberes de liderazgo significaba tener un buen sino y, cada vez que modificaban mis deberes, me quejaba de que tenía un mal sino. Me di cuenta de que no entendía la verdad y que mis opiniones sobre las cosas eran absurdas e irracionales. En realidad, en la casa de Dios, los deberes se modifican según las necesidades del trabajo y se sopesan según las condiciones y la aptitud de las personas. El deber que cumple una persona no está relacionado en lo más mínimo con que su sino sea bueno o malo. Aunque no me hubieran modificado el deber, si no hubiera perseguido la verdad, me habrían revelado y descartado de todas maneras. Aunque estaba haciendo el deber de asuntos generales, siempre que persiguiera la verdad y buscara cambiar mi carácter, aún podría ser salva. Tomemos como ejemplo a una predicadora que cumplía con su deber conmigo. En apariencia, tenía buena aptitud y luego la eligieron líder de distrito. Sin embargo, siempre perseguía la reputación y el estatus, e hizo muchas cosas que trastornaban y perturbaban el trabajo de la iglesia para que los demás la admiraran. Al final, la expulsaron de la iglesia y perdió su oportunidad de ser salva. Esto nos enseña que, si uno cree en Dios sin perseguir la verdad ni buscar cambiar su carácter y solo busca la reputación y el estatus, aunque llegue a ser líder, Dios lo revelará y descartará de todas maneras. Estos ejemplos dejan claro que yo creía que disfrutar de riqueza, fama y provecho durante toda la vida era tener un buen sino y que, si uno cree en Dios, lo ascienden y le asignan cargos importantes, uno tiene un buen sino. En cambio, si uno hace un deber común y corriente y lleva una vida mediocre, eso significa tener un mal sino. Esta opinión es totalmente errónea y no está de acuerdo en absoluto con la verdad. Dios dispone el entorno de vida de cada persona según sus necesidades. Las buenas intenciones de Dios están en todo lo que las personas experimentan en su vida. Yo nací en una familia pobre y, aunque estudié mucho, no conseguí destacar entre la multitud. Aunque, a simple vista, parecía tener un mal sino, fue gracias a estos reveses que pude presentarme ante Dios y aceptar Su salvación. Reflexioné más profundamente: tengo un deseo muy fuerte de obtener reputación y estatus. Si hubiera vivido una vida con riqueza y estatus, habría perseguido aún más la fama y el provecho. Al final, las tendencias malvadas me habrían destruido. Solo después de experimentar tantos reveses y fracasos pude volver a Dios, aceptar el riego y la provisión de Sus palabras y entender algunas verdades. Esta es la bendición más grande. Es muchísimo más significativo que obtener fama y provecho y disfrutar de las riquezas y el esplendor del mundo. Después que empecé a creer en Dios, me asignaron a hacer deberes de asuntos generales debido a mi sordera. Esto también fue la protección que Dios me daba. Como mi deseo de reputación y estatus era demasiado fuerte, siempre que había una oportunidad para presumir, no podía evitar esforzarme para obtener reputación y estatus. Me habría resultado muy fácil tomar la senda de los anticristos y que me revelaran y descartaran. Aunque soy sorda, la casa de Dios no me privó de la oportunidad de cumplir mi deber. Al contrario, me asignaron deberes que se adecuaban a mi condición física. Aunque este deber se cumple entre bastidores y puede que los demás no lo valoren mucho, no me impide perseguir la verdad y, al cumplirlo, revelé parte de mi corrupción. A veces era negligente y poco concienzuda al cumplir mi deber, disfrutaba de las comodidades de la carne y no estaba dispuesta a pagar un precio. A través de comer y beber las palabras de Dios, obtuve cierta comprensión de mi propio carácter corrupto y, cuando actuaba después, podía rebelarme contra la carne, poner el corazón en mi deber y ser concienzuda. Al mismo tiempo, también aprendí a buscar los principios-verdad en todo y a ser concienzuda y detallista, incluso en las cosas pequeñas e insignificantes. Tras mi experiencia, entendí que no importa si uno es líder o cumple deberes de asuntos generales en la casa de Dios, mientras persiga la verdad, tiene la oportunidad de ser salvo. Dios dispuso mi sino en la vida según mis necesidades; todo me es de beneficio. El problema era que yo no estaba conforme, siempre tenía mis propias ambiciones y deseos, y no me sometía a la soberanía de Dios. Como consecuencia, no solo sufría terriblemente, sino que además perjudicaba mis deberes. Después, mi perspectiva cambió y ya no me sentí tan desdichada.

Más adelante, leí estas palabras de Dios: “¿Son acertados o equivocados los pensamientos y puntos de vista de las personas que siempre aseguran tener un mal sino? (Son equivocados). Claramente, estas personas experimentan abatimiento al verse sumidas en el extremismo. Al tener este extremo abatimiento debido a que albergan pensamientos y puntos de vista extremos, son incapaces de afrontar correctamente las cosas que les ocurren en la vida, no pueden ejercer con normalidad las funciones propias de las personas ni cumplir con los deberes, responsabilidades u obligaciones de un ser creado. […] Consideran los asuntos y a las personas desde este planteamiento extremo e incorrecto, así que viven, perciben a las personas y las cosas, y se comportan y actúan una y otra vez bajo el efecto y la influencia de esta emoción negativa. Al final, no importa cómo vivan, parecen tan cansados que no son capaces de reunir ningún entusiasmo por su fe en Dios y la búsqueda de la verdad. Con independencia de cómo elijan vivir su vida, no pueden cumplir positiva o activamente con su deber, y a pesar de llevar muchos años creyendo en Dios, nunca se concentran en entregarse al deber en cuerpo y alma o hacerlo de una manera acorde al estándar y, por supuesto, ni mucho menos persiguen la verdad o practican de acuerdo con los principios-verdad. ¿A qué es debido? En última instancia, a que siempre piensan que tienen un mal sino, y esto los lleva a tener un profundo abatimiento. Acaban totalmente desanimados, impotentes, como un cadáver andante, sin ninguna vitalidad, sin mostrar ningún comportamiento positivo u optimista, y mucho menos ninguna determinación o resistencia para dedicar la lealtad que deberían a su deber, a sus responsabilidades y a sus obligaciones. Más bien, luchan a regañadientes día a día con una actitud descuidada, sin rumbo y con la cabeza confundida, e incluso los días se les pasan sin que se den cuenta. No tienen ni idea de cuánto tiempo van a seguir así. Al final, no les queda más remedio que reprenderse a sí mismos y decirse: ‘Oh, seguiré saliendo del paso mientras pueda. Si un día no puedo más y la iglesia quiere expulsarme y descartarme, que me descarte y ya está. Es que tengo un mal sino’. Ya ves, incluso lo que dicen es muy derrotista. Este abatimiento no es un simple estado de ánimo, sino que, lo más importante, causa un impacto devastador en los pensamientos, en el corazón y en la búsqueda de las personas. Si no puedes dar un giro a tu abatimiento a tiempo y con rapidez, no solo afectará a toda tu vida, sino que también la destruirá y te conducirá a la muerte. Aunque creas en Dios, no podrás obtener la verdad y alcanzar la salvación y, al final, perecerás(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, me di cuenta de que era muy peligroso vivir constantemente sumida en un estado de abatimiento y quejándome de que tenía un mal sino. Eran pensamientos extremos y, si no los resolvía, perdería mi oportunidad de ser salva. Al principio, pensaba que, cuando vivía sumida en el abatimiento y me quejaba de mi mal sino, simplemente estaba molesta y, como no había abandonado mi deber, no lo consideraba una acción malvada. Solo entonces entendí que la esencia de vivir sumida en el abatimiento es estar insatisfecha con la soberanía de Dios, rebelarse contra Él y resistírsele. Si no me arrepentía, Dios me acabaría desdeñando y yo transitaría por la senda hacia la destrucción. ¡Las consecuencias serían espantosas! Pensé en cómo, antes de creer en Dios, ya estaba insatisfecha con el sino que Dios me había dado, porque siempre fracasaba en el mundo. Después de que empecé a creer en Dios, seguía buscando la admiración de los demás. Cuando no lograba destacar en mi deber, me sentía desdichada. Me quejaba de tener un mal sino y vivía sumida en un estado de negatividad y depravación. Aunque seguía cumpliendo mi deber en apariencia, no tenía motivación. Trataba mi deber de forma pasiva y holgazana, y había dejado de intentarlo. Como me aferraba con intransigencia a la idea falaz de que tenía un mal sino, trataba mi deber con indiferencia y de forma superficial, lo que entorpecía el trabajo de la iglesia y perjudicaba mi propia entrada en la vida. Si no cambiaba ese estado, perdería la obra del Espíritu Santo, mi deber y, en última instancia, perdería mi oportunidad de obtener la salvación. Cuando lo entendí, me estremeció un temor persistente y oré con sinceridad a Dios: “Dios, durante muchos años, he sido intransigente y he tenido aversión por la verdad. He estado quejándome constantemente de mi mal sino y no he sido capaz de librarme de mis emociones extremas. Solo ahora he entendido que la perspectiva detrás de mi búsqueda era errónea. Estoy dispuesta a arrepentirme ante Ti, a perseguir la verdad con sinceridad y a cumplir bien con mi deber”.

Después, me puse a reflexionar: ¿Cuál era la raíz de haber vivido tan desdichada durante tantos años? Un día, leí las palabras de Dios: “¿Qué usa Satanás para mantener al hombre firmemente bajo su control? (La fama y el provecho). De modo que Satanás usa la fama y el provecho para controlar los pensamientos del hombre, hace que no piensen en nada más que estas dos cosas. Por la fama y el provecho luchan, sufren dificultades, soportan humillación, soportan pesadas cargas y sacrifican todo lo que tienen, y hacen cualquier juicio o decisión en aras de la fama y el provecho. De esta forma, Satanás coloca cadenas invisibles en las personas y, al llevar estas cadenas, no tienen la fuerza ni el valor para liberarse. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siguen avanzando con gran dificultad. En aras de esta fama y provecho que la humanidad se aparta de Dios y lo traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y el provecho de Satanás. Consideremos ahora las acciones de Satanás, ¿no son sus siniestros motivos completamente detestables? Tal vez hoy no podáis calar todavía sus motivos siniestros, porque pensáis que la vida no tendría significado sin fama y provecho y creéis que, si las personas dejan atrás la fama y el provecho, ya no serán capaces de ver el camino que tienen por delante ni sus metas y su futuro se volverá oscuro, tenue y sombrío. Sin embargo, poco a poco, todos reconoceréis un día que la fama y el provecho son grilletes enormes que Satanás coloca en el hombre. Cuando llegue ese día, te resistirás por completo al control de Satanás y a los grilletes que te trae Satanás. Cuando llegue el momento en que desees liberarte de todas estas cosas que Satanás ha inculcado en ti, entonces romperás definitivamente con Satanás y odiarás de veras todo lo que él te ha traído. Solo entonces sentirás verdadero amor y anhelo por Dios(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Después de leer las palabras de Dios, entendí de repente que todo el sufrimiento que había padecido durante todos esos años me lo había causado Satanás. Satanás me había seducido y perjudicado con la fama y el provecho, y me había hecho que buscara destacar entre la multitud y cambiar mi sino, desde que era niña. Cuando iba a la escuela, los profesores me enseñaron los dichos de “Soporta las mayores adversidades para convertirte en el mejor”, “El hombre lucha hacia arriba; el agua fluye hacia abajo” y “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. Acepté esas normas de supervivencia y creí erróneamente que, si tenía fama y provecho, lo tendría todo. Además, creí que, mientras trabajara duro, sufriera más y pagara un precio más alto, tendría un buen futuro y podría disfrutar de todas las riquezas y la prosperidad del mundo. Estudié mucho durante más de diez años para tener un buen sino, recibir la admiración de los demás y obtener fama y estatus, pero acabé fracasando de todas maneras. No estaba dispuesta a aceptar mi sino, así que dediqué horas extra de estudio para ser estadística. Al final, no solo no logré cambiar mi sino, sino que también cometí errores en el trabajo por llevar mi cuerpo al límite. Sufrí un trauma y tuve una pérdida auditiva neurosensorial como consecuencia. Después de que empecé a creer en Dios, me quedaba despierta hasta tarde para equiparme con la verdad y sin preocuparme por mi salud para que no me menospreciaran. Con el tiempo, mi sordera empeoró y ya no podía comunicarme con normalidad sobre el trabajo con mis hermanos y hermanas. Solo podía ocuparme de trabajo de asuntos generales entre bastidores y me sentía especialmente atormentada por no recibir la admiración de los demás. La fama y el provecho eran como grilletes que no me dejaban escapar. Pensé en cómo los no creyentes valoran más la fama y el provecho que la vida misma. Algunas personas no soportan el golpe de no poder entrar en la universidad o de fracasar en su carrera, por lo que sufren una crisis nerviosa o incluso se suicidan arrojándose de un edificio. Yo era igual. Cuando no podía hacer realidad mi ambición y mi deseo de que los demás me admiraran, no paraba de quejarme de que Dios no me había dado un buen sino, vivía sumida en un estado de abatimiento y dejaba de intentarlo. Hasta llegué a pensar en acabar con todo. De no haber sido por la protección de Dios, quizás habría terminado como esos no creyentes. Por fin pude ver con claridad que las normas de supervivencia que Satanás me había inculcado no eran cosas positivas. Habían hecho que me convirtiera en alguien cada vez más depravado, hasta perder la razón de un ser humano. Dios nos exige que nos sometamos a Su soberanía y a Sus arreglos y que seamos seres creados con diligencia. Sin embargo, Satanás utilizó la fama y el provecho para seducirme e hizo que me preocupara por la reputación y el estatus. Cuando no podía obtenerlos, me alejaba de Dios, lo traicionaba, me resistía a Él y, en última instancia, me arriesgaba a perder mi oportunidad de obtener la salvación. Esa era la intención perversa de Satanás al corromper a las personas. Si seguía así, tarde o temprano, sería descartada. Me arrepentí de haber sido tan ciega y necia y de que Satanás me hubiera perjudicado durante tantos años. Tomé la decisión de rebelarme por completo contra Satanás y de que, a partir de entonces, viviría según las palabras de Dios y no volvería a buscar la reputación y el estatus.

Un día, leí estas palabras de Dios: “¿Qué actitud debe tener la gente hacia el sino? Debes cumplir con los arreglos del Creador, así como buscar activa y diligentemente el propósito y el significado detrás de que el Creador arregle todas estas cosas, de modo que logres la comprensión de la verdad, desempeñes las mayores funciones en esta vida que Dios ha arreglado para ti, cumplas bien los deberes, responsabilidades y obligaciones de un ser creado, y vuelvas tu vida más significativa y de mayor valor, hasta que finalmente el Creador te acepte y te recuerde. Por supuesto, sería aún mejor si pudieras trabajar con afán para alcanzar la salvación por medio de buscar y aceptar la verdad; eso sería lo mejor. En cualquier caso, con respecto al sino, la actitud más apropiada que debería tener la humanidad creada no es la del juicio y la definición arbitrarios, ni la de utilizar métodos extremos para enfrentarse a dicho sino. Por supuesto, mucho menos deberían las personas intentar resistirse, rechazar o cambiar su porvenir, sino que deberían usar su corazón para apreciarlo, buscarlo, explorarlo y obedecerlo, y luego afrontarlo positivamente. Por último, en el entorno vital y en el periplo vital que Dios ha dispuesto para ti, debes buscar la forma de conducta propia que Él te enseña, buscar la senda que Dios te exige que sigas, y experimentar el sino que Dios ha dispuesto para ti de esta forma, y al final, serás bendecido(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Las palabras de Dios me permitieron encontrar una senda. Dios me exige que me mantenga en mi lugar como ser creado y que cumpla mi deber con los pies en la tierra. Pensándolo bien, cualquier deber que cumpla contiene las buenas intenciones de Dios y debo aceptarlo de parte de Él. Independientemente del deber que cumpla o de que pueda ganarme la admiración de los demás o no, yo solo soy un ser creado diminuto y me basta con cumplir mi función como tal. Estoy dispuesta a someterme al sino que Dios me ha dado desde lo más profundo de mi corazón. Ahora puedo someterme de buen grado y estoy aprendiendo a poner el corazón en mi deber y a ser concienzuda cuando lo cumplo. Si no entiendo algo, busco compartir con mis hermanos y hermanas. Si cometo errores en mi deber, enseguida busco la desviación que he cometido y resumo las causas, reflexiono sobre mis actitudes corruptas y corrijo mis errores lo antes posible. Al practicar de esta manera, mi corazón se siente tranquilo y en paz.

A través de esta experiencia he entendido que, independientemente del deber que uno cumpla, puede perseguir la verdad. Al cumplir el deber de asuntos generales, he aprendido a estar en silencio ante Dios, a formarme para buscar los principios-verdad en todo y a cumplir mi deber de acuerdo con las exigencias de Dios. Me siento tranquila y en paz. De a poco, dejé de estar atada por la opinión de que tengo un mal sino y mi estado ha ido mejorando cada vez más. Estos son los resultados que las palabras de Dios han producido en mí. ¡Gracias a Dios Todopoderoso!

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