56. Ahora puedo afrontar los reveses y fracasos de forma correcta
En mayo de 2024, empecé a formarme en redactar sermones en la iglesia. Al principio tuve algunas dificultades y sentía que, como tenía una comprensión superficial de la verdad, escribía mal. La hermana con la que colaboraba compartió conmigo, me animó y también me dio algunos consejos útiles. Después, cuando redacté un sermón, busqué las verdades pertinentes, escribí mientras reflexionaba sobre ellas y lo terminé con rapidez. Me sentí muy feliz y agradecida por la guía de Dios. Dos días después, el supervisor me escribió y dijo que habían seleccionado mi sermón y que tenía una buena aptitud y era ingeniosa. Me sorprendí y me alegré mucho al leer la carta. Se habían percatado de que era ingeniosa justo después de que empecé a formarme en redactar sermones. Algunas de las hermanas a mi alrededor ya habían escrito varios sermones, pero no había oído que seleccionaran el sermón de ninguna, así que sentí que yo debía ser alguien muy especial y que, a ojos de todos, tenía buena aptitud y era ingeniosa. Unos días después, de casualidad, leí una carta que el supervisor había escrito a los líderes. La carta decía: “Qiao Xin es bastante proactiva para redactar sermones y es alguien ingeniosa y con aptitud. En la actualidad, nos estamos centrando en ella y en cultivarla”. Aunque no era gran cosa, sentí que me había convertido en el centro de atención y que era distinta a la gente común y corriente. También pensé en que, el año pasado, había redactado varios artículos en una semana y que el supervisor se había fijado pronto en mí. Dijo que tenía talento para escribir y me asignó a cumplir un deber relacionado con textos. Ahora, apenas después de haber empezado a formarme en redactar sermones, otra supervisora había vuelto a fijarse en mí. Pensé: “Dondequiera que voy, puedo acaparar todas las miradas. ¡Realmente tengo aptitud y talento para escribir!”. A partir de entonces, me catalogué como una persona “con un talento especial para escribir” y sentía que era distinta a los demás. Pensé: “Tengo que formarme con empeño y hacer que cada sermón sea mejor que el anterior para poder redactar sermones que cumplan con el estándar en el menor tiempo posible. Así, no cabe duda de que todos tendrán una opinión aún mejor de mí y me darán aún más su aprobación”. Después, fui muy proactiva para redactar sermones y escribí dos seguidos, que entregué al supervisor. El supervisor solía escribirme cartas para animarme, y yo podía leer entre líneas que se preocupaba por mí y me valoraba. Me sentía muy feliz por dentro y vivía con una sensación de autocomplacencia.
No mucho después, recibí comentarios por escrito sobre el sermón que había redactado. Cuando lo abrí, lo primero que vi fue que habían resaltado muchos problemas: algunas partes de la enseñanza eran poco claras y otras se iban del tema… Me desanimé mucho y me sentí abatida. Pensé: “Lo lógico es que, como tengo talento para escribir, mis sermones vayan mejorando y que mi progreso sea evidente. Entonces, ¿cómo es posible que haya empeorado? ¿Es este un error que alguien con talento para escribir vaya a cometer? ¿Qué pensarán los líderes de mí? ¿Creerán que me juzgaron de forma errónea y que, en realidad, no tengo ese tipo de aptitud?”. Cuanto más lo pensaba, más negativa me volvía y ya no tenía ganas de reflexionar sobre los problemas que habían señalado los líderes. Me di cuenta de que mi estado no era el correcto, así que busqué las palabras de Dios para leer y vi este pasaje: “Que nadie se crea perfecto, distinguido, noble o diferente a los demás; todo eso está generado por el carácter arrogante del hombre y su ignorancia. Pensar siempre que uno es especial sucede a causa de tener un carácter arrogante; no ser nunca capaz de aceptar sus defectos ni enfrentar sus errores y fallas es a causa del carácter arrogante; no permitir nunca que otros estén más altos o sean mejores que ellos, eso lo causa el carácter arrogante; no permitir nunca que las fortalezas de otros superen o sobrepasen las suyas se debe a un carácter arrogante; no permitir nunca que otros tengan mejores ideas, sugerencias y puntos de vista y, cuando descubren que otros son mejores que ellos, volverse negativos, no querer hablar, sentirse afligidos, desalentados y molestos, todo eso lo causa el carácter arrogante. El carácter arrogante puede volverte protector respecto a tu reputación, volverte incapaz de aceptar las correcciones de los demás, incapaz de asumir tus defectos e incapaz de aceptar tus propias fallas y errores. Es más, cuando alguien es mejor que tú, esto puede provocar que surja odio y celos en tu corazón y te puedes sentir oprimido, tanto, que ni siquiera sientes ganas de cumplir con tu deber y te vuelves superficial al hacerlo. El carácter arrogante puede hacer que estas conductas y prácticas surjan en ti” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Tras leer las palabras de Dios, entendí que no podía aceptar que los líderes me guiarán sobre mis problemas porque un carácter arrogante me dominaba. Buscaba la perfección y trataba de destacar entre los demás. Cuando oí a los demás decir que tenía aptitud y que mis sermones contenían mis propias ideas, me volví vanidosa y empecé a creer que no era una persona común y corriente, sino alguien con aptitud y un talento especial. Empecé a exigirme que mis sermones fueran mejores que los de los demás y sentía que no debían tener muchos problemas, pues solo así sería digna de que me llamaran alguien con talento para escribir. Por eso, cada vez que sufría un revés, me volvía negativa y no podía verme de forma adecuada. En realidad, que los sermones que uno escribe tengan problemas es algo muy normal y es imposible saberlo todo, hacerlo a la perfección y no cometer ningún tipo de error cuando se empieza a cumplir este deber. No era realista imponerme semejantes exigencias. Además, los líderes señalaban mis problemas para ayudarme a descubrir mis carencias, a aprender a compensarlas y a crecer. Sin embargo, cuando sufría un revés, me volvía negativa y no podía afrontar mis carencias. ¡Me valoraba demasiado y era muy arrogante! Después de reflexionar sobre esto, estuve dispuesta a aceptar la guía y ayuda de los líderes y a centrarme en buscar y meditar sobre las verdades pertinentes cuando redactaba mis sermones, con el fin de evitar esos errores y desviaciones.
A partir de entonces, sosegué mi corazón, estudié los principios pertinentes y logré entender algunas cosas durante mis estudios. Sin embargo, cuando me ponía a escribir, seguía teniendo algunas dificultades y sentía que escribir un sermón que cumpliera con el estándar no era fácil. A medida que pasó el tiempo, descubrí que seguía sin tener ideas, empecé a desanimarme y pensé: “¿Y si no consigo escribir un buen sermón? ¿Cómo me verán los líderes? ¿Dirán: ‘Resulta que Qiao Xin tiene muy mala aptitud y ni siquiera capta los principios’?”. Al pensarlo, me preocupé y, cuando me puse a estudiar de nuevo, mi mente divagaba y me entraba sueño constantemente. Por la noche, cuando quería dormir, no podía sino suspirar y daba vueltas en la cama, sin poder conciliar el sueño. Tenía muchas ganas de escribir un buen sermón cuanto antes para poder enseñárselo a todos y con eso restaurar mi imagen. Pero, cuanto más pensaba en escribirlo bien, más presión sentía. A la mañana siguiente, me desperté sintiéndome agotada y me empezó a doler la cabeza. Estuve reflexionando durante todo el día, pero seguía sin que se me ocurriera ninguna idea y sentía como si una losa pesada me oprimiera el pecho y me dificultara la respiración. La hermana con la que colaboraba quería estudiar los principios conmigo, pero yo no tenía ganas.
Más tarde, me sinceré con ella sobre el estado que había tenido durante esos días y ella me leyó un pasaje de las palabras de Dios. Dios Todopoderoso dice: “Satanás usa la fama y el provecho para controlar los pensamientos del hombre, hace que no piensen en nada más que no sean estas dos cosas. Por la fama y el provecho luchan, sufren dificultades, soportan humillación, soportan pesadas cargas y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y el provecho. De esta forma, Satanás coloca cadenas invisibles en las personas y, al llevar estas cadenas, no tienen la fuerza ni el valor para liberarse. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y provecho, la humanidad se aparta de Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y el provecho de Satanás. Consideremos ahora las acciones de Satanás, ¿no son sus siniestros motivos completamente detestables? Tal vez hoy no podáis calar todavía sus motivos siniestros, porque pensáis que la vida no tendría significado sin fama y provecho y creéis que, si las personas dejan atrás la fama y el provecho, ya no serán capaces de ver el camino que tienen por delante ni sus metas y su futuro se volverá oscuro, tenue y sombrío. Sin embargo, poco a poco, todos reconoceréis un día que la fama y el provecho son grilletes enormes que Satanás coloca en el hombre. Cuando llegue ese día, te resistirás por completo al control de Satanás y a los grilletes que te trae Satanás. Cuando llegue el momento en que desees liberarte de todas estas cosas que Satanás ha inculcado en ti, entonces romperás definitivamente con Satanás y odiarás de veras todo lo que él te ha traído. Solo entonces sentirás verdadero amor y anhelo por Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Después de escuchar las palabras de Dios, de repente, mi corazón se sintió más iluminado. Me di cuenta de que la sensación de opresión en mi corazón durante esos últimos días se debía a que la fama, el provecho y el estatus me estaban limitando y atando. Al principio, el supervisor había dicho que mi sermón tenía buenas ideas, y me volví presumida al creer que tenía buena aptitud y un talento especial para escribir, por lo que me esforcé más en escribir sermones, con la esperanza de obtener la aprobación y admiración de los demás. Sin embargo, cuando me señalaron muchos problemas en los dos sermones que había escrito, me empezó a preocupar que los demás me menospreciaran y dejaran de considerarme una persona con aptitud y talento, por lo que no conseguía calmarme para meditar sobre los problemas que habían señalado los líderes y tampoco estudiaba los principios ni buscaba la verdad para compensar mis carencias. Solo quería escribir un buen sermón cuanto antes para restaurar mi imagen y que los demás no me menospreciaran. Sin embargo, cuanto más ansiosa me ponía, más se ofuscaban mis pensamientos y, después de trabajar durante todo el día, seguía sin avanzar. Recordé que, cuando empecé a escribir sermones, aunque tenía muchas dificultades, tenía un corazón puro que confiaba en Dios, estudiaba de verdad, buscaba las palabras de Dios pertinentes para meditar sobre ellas y Él me esclarecía y me guiaba. Por lo tanto, cuando escribía, se me ocurrían algunas ideas. Sin embargo, ahora, lo único en lo que pensaba era en mi orgullo y mi estatus. Además, el pensar en intentar mantener una buena imagen ante los demás me impedía comer y dormir, me hacía sentir mareada y aturdida, y me impedía concentrarme en escribir el sermón. La fama y la ganancia controlaban por completo mi corazón. Si no cambiaba mi estado, seguiría viviendo sumida en la oscuridad y con un dolor insoportable y, con el tiempo, perdería este deber. Entonces, oré a Dios: “Dios, no quiero vivir en un estado de buscar la reputación y el estatus, pero no sé cómo resolverlo. Te ruego que me esclarezcas y me guíes para poder salir de este estado equivocado y cumplir bien con mi deber”.
A la mañana siguiente, mi hermana me leyó unos cuantos pasajes de las palabras de Dios, y uno de estos me ayudó mucho. Dios Todopoderoso dice: “Todo el mundo sabe que no es algo bueno que una persona se tenga en alta estima solo porque fuera capaz de lograr ciertos resultados en su deber. Entonces, ¿por qué la gente tiende a tenerse en alta estima? En parte se debe a la arrogancia y superficialidad de las personas. ¿Hay otras razones? (Es porque no se dan cuenta de que Dios es el que los guía a lograr estos resultados. Piensan que ellos se merecen todo el mérito y poseen los recursos, así que se tienen en alta estima. De hecho, sin la obra de Dios, son incapaces de lograr nada, pero no pueden verlo). Esta afirmación es correcta, y también es fundamental para la cuestión. Si las personas no conocen a Dios y no tienen al Espíritu Santo para que las esclarezca, siempre se creerán capaces de cualquier cosa. Así que, si poseen los recursos, pueden llegar a ser arrogantes y tener un alto concepto de sí mismos. ¿Sois capaces de sentir la guía de Dios y el esclarecimiento del Espíritu Santo mientras cumplís con vuestro deber? (Sí). Si podéis percibir la obra del Espíritu Santo, y sin embargo seguís teniendo tan alto concepto de vosotros mismos y creyendo que poseéis la realidad, ¿qué está pasando entonces? (Cuando el cumplimiento de nuestro deber ha dado fruto, pensamos que la mitad del mérito pertenece a Dios y la otra mitad a nosotros. Exageramos nuestra cooperación hasta un punto ilimitado, pensando que nada era más importante que esta, y que el esclarecimiento de Dios no habría sido posible sin ella). Entonces, ¿por qué te esclareció Dios? ¿Puede Dios esclarecer también a otras personas? (Sí). Cuando Dios esclarece a alguien, es por la gracia de Dios. ¿Y en qué consiste esa pequeña cooperación por tu parte? ¿Es algo por lo que mereces reconocimiento, o es acaso tu deber y responsabilidad? (Es nuestro deber y responsabilidad). Al reconocer que se trata de tu deber y responsabilidad, entonces tienes el estado mental correcto, y no considerarás tratar de apuntarte el tanto. Si siempre crees: ‘Esta es mi contribución. ¿Habría sido posible el esclarecimiento de Dios sin mi cooperación? Esta tarea requiere de la cooperación del hombre; nuestra cooperación supone el grueso de todo este logro’, entonces estás equivocado. ¿Cómo podrías cooperar si el Espíritu Santo no te hubiera esclarecido, y si nadie te hubiera compartido los principios-verdad? Tampoco sabrías lo que Dios requiere; ni conocerías la senda de práctica. Aunque quisieras someterte a Dios y cooperar, no sabrías cómo hacerlo. ¿Acaso esta ‘cooperación’ tuya no son solo palabras vacías? Sin una verdadera cooperación, solo actúas según tus propias ideas, en cuyo caso, ¿podría el deber que realizas estar a la altura del estándar? En absoluto, lo cual indica el problema que nos ocupa. ¿Cuál es el problema? Sea cual sea el deber de una persona, el que logren resultados, cumplan con el deber acorde al estándar y obtengan la aprobación de Dios depende de Sus acciones. Aún si cumples con tus responsabilidades y tu deber, si Dios no obra, si no te esclarece y guía, entonces no conocerás tu senda, tu rumbo ni tus metas. ¿Cuál es el resultado último de eso? Después de esforzarte todo ese tiempo, no habrás cumplido con tu deber correctamente, ni habrás ganado la verdad y vida; todo habrá sido en vano. Por lo tanto, ¡depende de Dios que cumplas con el deber de forma óptima, edificando a tus hermanos y hermanas y obteniendo la aprobación de Dios! La gente no puede hacer más que aquello que personalmente es capaz de hacer, lo que debe hacer y lo que está dentro de sus propias capacidades, nada más. Entonces, cumplir con tus deberes de manera eficaz depende en último término de la guía de las palabras de Dios, el esclarecimiento y el liderazgo del Espíritu Santo; solo así puedes entender la verdad y cumplir la comisión de Dios según la senda que Dios te ha concedido y los principios que ha establecido. Esta es la gracia y la bendición de Dios, y si la gente no puede verlo, es porque está ciega. Con independencia de qué clase de obra realice la casa de Dios, ¿cuál debería ser el resultado? Por un lado, debe ser dar testimonio de Dios y difundir Su evangelio, mientras que, por el otro, debe ser edificar y aportar beneficios a los hermanos y hermanas. La obra de la casa de Dios debe conseguir resultados en ambos ámbitos. En la casa de Dios, sea cual sea el deber que cumplas, ¿puedes lograr resultados sin la guía de Dios? De ninguna manera. Puede decirse que, sin la guía de Dios, lo que haces es esencialmente inútil” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Después de leer las palabras de Dios, entendí que no era capaz de dejar de catalogarme como alguien “con un talento especial para escribir” porque me atribuía toda la eficacia de los sermones y pensaba que los resultados que había obtenido se debían a mi buena aptitud, a mi talento especial y a mis esfuerzos al trabajar arduamente. En realidad, me había costado mucho escribir, y fue al orar a Dios, al meditar en las verdades pertinentes y al recibir el esclarecimiento y la guía de Dios que recibí un poco de inspiración. Sin embargo, después, cuando los demás me dieron algunas palabras de elogio y ánimo, me volví vanidosa, pensé que todo era mérito mío y hasta me catalogué como alguien “con un talento especial para escribir” y no fui capaz de verme tal como era. En realidad, por un lado, poder cumplir bien un deber o no depende de entender los principios de dicho deber y de las verdades pertinentes, y lo más importante es recibir el esclarecimiento y la guía de Dios. Hay momentos en los que no se nos ocurren ideas y, al orar a Dios, buscar Su guía y meditar en Sus palabras, llegamos a entender algunas verdades y obtenemos un poco de luz y algunas ideas, sin darnos cuenta. Solo entonces pueden lograr buenos resultados los sermones que escribimos. Esto no se debe a nuestras propias capacidades. Pensé en cómo, durante los últimos días, vivía en un estado de buscar la fama, el provecho y el estatus y no podía recibir el esclarecimiento y la guía de Dios. Aunque me esforzaba en escribir, mi mente era un caos, no se me ocurría ninguna idea y estaba siendo una auténtica necia. Realmente me di cuenta de que los buenos resultados en mis deberes se debían al esclarecimiento y la guía de Dios, y que no tenía nada de lo que alardear. Sin embargo, había tenido el descaro de tenerme en alta estima y atribuirme todo el mérito. ¡Esto era realmente vergonzoso! Apenas había comenzado a formarme en redactar sermones, así que, cuando el supervisor me dijo que mis sermones eran ingeniosos, solo quería animarme y hacer que me esmerara en escribir. El hecho de que el supervisor dijera a los líderes que se estaban centrando en mí se debía meramente a que querían cultivarme. No había ningún otro significado detrás. En las últimas veces que había escrito sermones, era evidente que no compartía la verdad con claridad y que a veces me costaba captar los puntos clave. Aunque había estudiado los principios pertinentes, a la hora de aplicarlos en la práctica, seguía teniendo carencias y todavía necesitaba que los demás me corrigieran y ayudaran. Pero creía que era alguien excepcional, que estaba por las nubes, y realmente ignoraba mis propias limitaciones. Cuanto más lo pensaba, más avergonzada me sentía, quería ocultar mi rostro y que me tragara la tierra. En ese momento, en mi corazón, dejé de catalogarme como alguien en alta estima.
Más tarde, pensé que apenas acababa de empezar a formarme en redactar sermones y que aún no entendía algunos principios, así que estudié con mis hermanas y usé los dos sermones problemáticos que había escrito como ejemplos para que todas los analizáramos y comentáramos. Todas aportaron sugerencias y, luego, cuando volví a revisar los sermones, cada vez que no entendía algo, oraba a Dios en mi corazón, buscaba y reflexionaba. Tras revisar uno de los sermones, lo hice circular. Sin embargo, al revisar el otro, tuve algunas dificultades. No tenía claro cuál era la verdad y me sentía un poco preocupada. También tenía miedo de que la verdad no se compartiera con claridad y me preguntaba qué pensarían los líderes de mí cuando lo entregara. ¿Dirían que no tenía suficiente aptitud? No me atrevía a pedir ayuda a los hermanos y hermanas, pero no veía cómo salir adelante y sentía mucha presión en el corazón. En ese momento, recordé un pasaje de las palabras de Dios: “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. Tú siempre persigues la grandeza, la nobleza y el estatus; siempre persigues ser superior a los demás. ¿Cómo se siente Dios cuando ve esto? Lo detesta y se distanciará de ti. Cuanto más busques cosas como la grandeza, la nobleza y la superioridad sobre los demás; ser distinguido, destacado y notable, más repugnante serás para Dios. Si no reflexionas sobre ti mismo y te arrepientes, entonces Dios te detestará y te abandonará. Evita convertirte en alguien a quien Dios encuentra repugnante, debes ser una persona a la que Dios ama. Entonces, ¿cómo se puede alcanzar el amor de Dios? Aceptando la verdad en obediencia, colocándote en la posición de un ser creado, actuando con los pies en el suelo por las palabras de Dios, cumpliendo correctamente con el deber, siendo una persona honesta y viviendo con una semejanza humana. Con eso es suficiente; Dios estará satisfecho” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Dios no exige grandes cosas a las personas y tampoco les pide que logren grandes resultados. En cambio, quiere que las personas sean obedientes y que se sometan, y Él estará satisfecho, siempre que las personas cumplan su deber como corresponde, con los pies en la tierra y de acuerdo con las exigencias de Dios. Pero yo siempre quería destacar y escribir buenos sermones para recibir los elogios y la aprobación de los demás, lo que estaba controlado por la ambición y el deseo. Esto era un carácter corrupto. Pensé en el primer decreto administrativo que el pueblo escogido de Dios debe obedecer, que dice: “El hombre no debe magnificarse ni exaltarse a sí mismo. Debe adorar y exaltar a Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los diez decretos administrativos que el pueblo escogido de Dios debe obedecer en la Era del Reino). Sin embargo, yo siempre buscaba la fama, el provecho y el estatus, quería que los demás me elogiaran y valoraran, así como tener un lugar en sus corazones. Esto es algo que Dios detesta. Vivir en este estado me impedía cumplir bien con mi deber y hasta podía obstaculizar el trabajo. Tenía que corregir de inmediato mi búsqueda equivocada y cumplir bien mi deber con constancia. Aunque todavía tenía muchas carencias al redactar sermones, estaba dispuesta a sosegar mi corazón ante Dios para buscar la verdad y dar lo mejor de mí para colaborar. Escribiría todo lo que entendiera y consideraría cada problema que surgiera al redactar los sermones como una oportunidad para compensar mis defectos. Creía que, al formarme de esta manera, gradualmente, no cabía duda de que progresaría. Al pensar en esto, sentí que mi estado había mejorado mucho.
La vez siguiente que escribí sermones, primero, escribí lo que entendía. En cuanto a lo que no entendía, buscaba, reflexionaba o hablaba con los hermanos y hermanas, y me ponía a escribir una vez que mi corazón se iluminaba. De esta manera, la eficacia de los sermones que escribía era mucho mejor. No mucho después, los líderes nos enviaron algunos sermones buenos para que los estudiáramos y usáramos de referencia. Esos sermones no solo eran originales y radiantes, sino también profundamente conmovedores y compartían las verdades de forma muy práctica y clara. En comparación, me di cuenta de que mis sermones estaban llenos de palabras y doctrinas, y que no compartían la verdad con claridad. En ese momento, me di cuenta de cuánto me faltaba. ¡Comparada con los hermanos y hermanas, estaba muy por detrás! Pero, cuando ellos escribían sobre sus pensamientos y logros, no solo no se jactaban, sino que decían que les faltaban muchas cosas y que poder escribir un sermón que cumpliera con el estándar no se debía a su propia aptitud ni a que entendieran la verdad con claridad, sino a que recibían el esclarecimiento del Espíritu Santo a través de orar, buscar y meditar en las verdades pertinentes. Al ver esto, me sentí profundamente avergonzada. Pensé en cómo acababa de empezar a escribir sermones y, aunque tenía una comprensión superficial, ya pensaba que lo hacía bien y que estaba por encima de la media. Hasta me había catalogado de forma permanente como alguien con un talento especial para escribir. ¡Realmente me sobrevaloraba y no tenía ninguna autoconciencia!
Ahora, cuando escribo sermones, soy capaz de aceptar de manera correcta las sugerencias de los líderes y, si hay algo que no entiendo o no puedo hacer, puedo tomar la iniciativa para buscar. Además, la calidad de mis sermones ha mejorado en comparación con antes. En mi corazón, sé que el progreso que he hecho se debe al esclarecimiento y la guía de Dios. A través de esta experiencia, he obtenido cierta comprensión sobre mi carácter corrupto y he logrado progresar un poco en mi entrada en la vida. También me he dado cuenta de que tengo una comprensión muy superficial de la verdad y que debo centrarme en los principios-verdad y cumplir mi deber con constancia. Si no fuera por esta revelación, habría seguido viviendo en un estado de autocomplacencia y no habría conseguido progresar en mi deber. ¡Este fracaso y este revés me han traído grandes beneficios, y agradezco a Dios de todo corazón!