66. Cómo me desprendí de la ansiedad por la enfermedad

Por Wu Fan, China

En marzo de 1997, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Después de creer en el Señor durante muchos años, estaba muy emocionado por recibir Su regreso finalmente. En especial, cuando entendí que Dios ha regresado en los últimos días para expresar la verdad, purificarnos por completo y salvarnos, así como para librarnos del pecado y cuando entendí que nuestras esperanzas de obtener la salvación y entrar en el reino de los cielos estaban a punto de cumplirse, empecé a renunciar a mi familia y mi carrera para cumplir mi deber. Durante este período, los problemas de estómago y el dolor en las lumbares que me habían afligido durante muchos años se curaron sin que me diera cuenta y me sentí aún más motivado para cumplir mi deber. Más adelante, mientras cumplía mi deber, la policía me arrestó y me torturó hasta dejarme al borde de la muerte. Quedé con una afección cardíaca, por la que debo evitar la estimulación excesiva. Si oigo un ruido repentino, mi corazón no lo soporta y entro en pánico. Después de que me pusieron en libertad, por muy peligroso que fuera el entorno, siempre persistía en mi deber. En junio de 2017, empecé a tener problemas de salud. Primero, sentía una presión en el pecho, me costaba respirar y sentía un agotamiento generalizado. Me sentía tan cansado después de darme una mera ducha que tenía que acostarme un rato para recuperarme. Sentía afiebrada la parte posterior de la cabeza, que me pesaba tanto que no podía ni levantarla. Se me hincharon mucho las pantorrillas y, cuando las presionaba, dejaba una hendidura. Por las noches, también tenía algo de fiebre. Después, mi salud fue cada vez más a peor. Sentía que tenía la mitad del cuerpo entumecido y ni siquiera podía quedarme sentado sin moverme. A veces se me exacerbaba la espondilosis cervical y los nervios pinzados me causaban rigidez en el cuello, falta de irrigación sanguínea al cerebro y mareos. Ni siquiera podía levantar una botella de agua, y hasta un simple estornudo me hacía sudar por todo el cuerpo. Fui al hospital a hacerme un chequeo y el médico me dijo con mucha seriedad: “Tu presión sistólica ha alcanzado los 180 mmHg y la diastólica está en 115 mmHg. Tu frecuencia cardíaca es de 128 pulsaciones por minuto. Esto es muy peligroso. Si te caes, podrías morir en el acto y, aunque no mueras, la rotura de los vasos sanguíneos puede dejarte graves secuelas y derivar en una hemiplejia”. Al oír lo que decía el médico, enseguida me acordé de mi padre, que murió de un infarto cerebral repentino debido a su hipertensión cuando tenía mi edad. Mi suegra también sufrió un infarto cerebral y quedó hemipléjica. No podía valerse por sí misma y falleció tras pasar varios años postrada en la cama. Me puse un poco nervioso y pensé: “¿Cómo he llegado a ponerme tan enfermo? Estoy en mis cincuenta; ¿acaso moriré de un infarto cerebral repentino como mi padre y mi suegra?”. Pero luego se me vino otra cosa a la cabeza: “Ellos no creían en Dios y no contaban con Su protección. Yo soy creyente, así que, Dios no permitirá que muera si todavía no he terminado de cumplir mi deber. Él me cuidará y me protegerá”. Después, gracias a la medicación y al ejercicio, mi estado de salud mejoró de a poco. Conseguí mantener la presión arterial más o menos bajo control, aunque mi frecuencia cardíaca seguía un poco alta.

A mediados de 2022, el PCCh lanzó una gran campaña de represión contra los creyentes en Dios Todopoderoso y arrestó a más de treinta líderes, obreros, hermanos y hermanas en mi zona. Todo el trabajo de la iglesia quedó paralizado. Un día, la líder superior, la hermana Xin Yi, vino a verme y me dijo que los hermanos y hermanas me habían elegido para ser predicador. Pensé: “Mi corazón no puede estimularse en exceso y tengo hipertensión. Mi salud empeora cada vez más. Durante estos años, siempre he cumplido un deber de una única tarea y el trabajo ha sido relativamente tranquilo, por lo que mi cuerpo ha podido aguantarlo. Si ahora acepto el deber de predicador, la carga de trabajo será pesada. Además, la iglesia acaba de sufrir una oleada de arrestos masivos, así que hay mucho trabajo que hacer. Tendré que preocuparme y pagar un precio, y no podré evitar quedarme despierto hasta tarde. El médico dijo que tengo una cardiopatía e hipertensión y que debo descansar más, así que, si me quedo despierto hasta tarde a menudo, mi salud se deteriorará. ¿Y si un día tengo un infarto cerebral repentino y muero como murió mi padre? ¿No habrían sido en vano todos estos años de renuncia y esfuerzo? Aunque no muera, si tengo secuelas, quedo postrado y hemipléjico, como mi suegra, y no puedo cumplir mi deber, ¿no perdería igualmente la oportunidad de ser salvo y entrar en el reino?”. Al pensar en estas consecuencias, busqué excusas para eludir mi deber y dije: “Mi comprensión de la verdad es superficial y no puedo hacer trabajo real. Además, tengo hipertensión y una cardiopatía, así que no soy apto para este deber. Debes buscar a otra persona”. Al ver que seguía intentando eludir mi deber, Xin Yi compartió conmigo con paciencia y dijo que no podía encontrar a nadie adecuado en ese momento. Cuando oí eso, me remordió la conciencia. Pensé que, aunque mi salud no era muy buena, tampoco estaba tan mal como para no poder cumplir mi deber. Mientras tomara la medicación a tiempo, ajustara mis horarios y me ejercitara lo suficiente, aún podría hacer algo de trabajo. Aunque habían arrestado a los líderes y obreros y no había personas adecuadas para hacer el trabajo de la iglesia, aun en ese momento tan crítico, no tuve ninguna consideración con la intención de Dios. ¡Fui totalmente egoísta y despreciable! Por lo tanto, acepté este deber. Debido a la nefasta situación, no podíamos ir a la iglesia a trabajar y había que implementar casi todo el trabajo y darle seguimiento por medio de cartas. Por suerte, contaba con la colaboración del hermano Su Ming. Él era joven, tenía buena aptitud y se encargaba por su cuenta de muchas tareas. Yo me ocupaba principalmente del trabajo relacionado con textos, que me resultaba menos estresante. Además, cuando tomaba mi medicación a tiempo, mantenía bajo control mi cardiopatía y mi hipertensión, y me fui acostumbrando de a poco a este deber.

Un día de julio de 2024, los líderes superiores enviaron una carta que decía que querían reasignar a Su Ming para que fuera a trabajar a otro lugar. Cuando leí la carta, sentí un zumbido en la cabeza. Pensé: “Si reasignan a Su Ming, ¿cómo voy a ocuparme de todo el trabajo que viene ahora? Soy mayor y mi capacidad de trabajo es limitada. ¿No me pone en una situación difícil la reasignación de Su Ming?”. Pero luego pensé: “Seguro que los líderes superiores lo han dispuesto teniendo en cuenta el trabajo de la iglesia en su totalidad. Eso es conforme a los principios”. Sin embargo, seguía preocupado por cómo aumentaría mi carga de trabajo cuando se fuera Su Ming. ¿Cuánto tendría que preocuparme y cuánta energía tendría que gastar? Tengo hipertensión y una cardiopatía, ¿y si quedarme despierto hasta tarde hace que se me rompa un vaso sanguíneo y muera de un infarto cerebral? ¿No terminaría así mi camino de fe en Dios? Aunque sobreviva, si me quedaran secuelas, tampoco podría cumplir mi deber. ¿No me descartarían de todas maneras? Estaba tan ansioso que no podía comer ni dormir. En los días después de la marcha de Su Ming, había mucho trabajo que había que implementar y al que darle seguimiento, y me sentía reacio mientras hacía mi trabajo. Además, me costaba respirar y me sentía un poco mareado debido al clima caluroso. Apenas me acosté para descansar un poco, sentí que el corazón me latía más deprisa y la cabeza me daba vueltas. Me levanté enseguida, me apoyé en la cama y me sentí tan mal que me dieron ganas de vomitar. Me vino a la mente la imagen de la muerte de mi padre y temí aún más que mi afección empeorara. Tenía pánico de sufrir un infarto cerebral repentino y morirme de repente. A partir de entonces, siempre que me encontraba mal, me angustiaba, me ponía ansioso y temía constantemente que mi enfermedad empeorara. En particular, pensaba que, como tenía antecedentes policiales y la policía aún estaba tratando de arrestarme, si se agravaba mi enfermedad, no podría ir al médico. ¿Qué haría entonces? A veces, me enteraba de que los estados de los hermanos y hermanas eran malos y que los resultados del trabajo relacionado con textos estaban decayendo, por lo que quería escribir una carta para compartir con ellos, pero luego pensaba en el tiempo y el esfuerzo mental que me llevaría y que eso implicaría irse muy tarde a la cama. Si me quedaba despierto hasta tarde con frecuencia, tarde o temprano, colapsaría por agotamiento. Por lo tanto, decidí que era más importante proteger mi salud. Si colapsaba por agotamiento, ni siquiera podría cumplir un deber de una única tarea. ¿No me descartarían de todas maneras? Por lo tanto, cuando veía las cartas de trabajo pendientes, no me daba prisa en encargarme de ellas. Los líderes sabían que mi estado no era bueno y me escribieron. Además, me enviaron palabras de Dios para ayudarme. Yo también oré a Dios y le pedí que me guiara a aprender una lección de ese asunto.

Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios que estaba muy relacionado con mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Luego están aquellos que no gozan de buena salud, tienen una constitución débil y les falta energía, que sufren a menudo de dolencias más o menos importantes, que ni siquiera pueden hacer las cosas básicas necesarias en la vida diaria, que no pueden vivir ni desenvolverse como la gente normal. Tales personas se sienten a menudo incómodas e indispuestas mientras cumplen con su deber; algunas son físicamente débiles, otras tienen dolencias reales, y por supuesto están las que tienen enfermedades conocidas y potenciales de un tipo o de otro. Al tener dificultades físicas tan prácticas, estas personas suelen sumirse en emociones negativas y sentir angustia, ansiedad y preocupación. ¿Por qué se sienten angustiados, ansiosos y preocupados? ¿Les preocupa que, si siguen cumpliendo con su deber de esta manera, gastándose y corriendo así de un lado a otro por Dios, y sintiéndose siempre tan cansados, su salud se deteriore cada vez más? Cuando lleguen a los 40 o 50 años, ¿se quedarán postrados en la cama? ¿Se sostienen estas preocupaciones? Si es así, ¿aportará alguien una forma concreta de lidiar con esto? ¿Quién asumirá la responsabilidad? ¿Quién responderá? Las personas con mala salud y físicamente débiles se sienten angustiadas, ansiosas y preocupadas por estas cosas. Aquellos que padecen una enfermedad suelen pensar: ‘Oh, tengo la determinación de cumplir bien con mi deber. Tengo esta enfermedad y pido a Dios que me proteja. Con Su protección no tengo nada que temer, pero si me fatigo en el cumplimiento de mis deberes, ¿se agravará mi enfermedad? ¿Qué haré si tal cosa sucede? Si tengo que ingresar en un hospital para operarme, no tengo dinero para pagarlo, así que si no pido prestado el dinero para pagar el tratamiento, ¿empeorará aún más mi enfermedad? Y si empeora mucho, ¿moriré? ¿Podría considerarse una muerte normal? Si efectivamente muero, ¿recordará Dios los deberes que he cumplido? ¿Se considerará que he hecho buenas acciones? ¿Alcanzaré la salvación?’. También hay algunos que saben que están enfermos, es decir, saben que tienen alguna que otra enfermedad real, por ejemplo, dolencias estomacales, dolores lumbares y de piernas, artritis, reumatismo, así como enfermedades de la piel, ginecológicas, hepáticas, hipertensión, cardiopatías, etcétera. Piensan: ‘Si sigo cumpliendo con mi deber, ¿pagará la casa de Dios el tratamiento de mi enfermedad? Si esta empeora y afecta al cumplimiento de mi deber, ¿me curará Dios? Otras personas se han curado después de creer en Dios, ¿me curaré yo también? ¿Me curará Dios de la misma manera que se muestra bondadoso con los demás? Si cumplo con lealtad mi deber, Dios debería curarme, pero si mi único deseo es que Él me cure y no lo hace, entonces ¿qué voy a hacer?’. Cada vez que piensan en estas cosas, les asalta un profundo sentimiento de ansiedad en sus corazones. Aunque nunca dejan de cumplir con su deber y siempre hacen lo que se supone que deben hacer, piensan constantemente en su enfermedad, en su salud, en su futuro y en su vida y su muerte. Al final, llegan a la conclusión de pensar de manera ilusoria: ‘Dios me curará, me protegerá. No me abandonará, y no se quedará de brazos cruzados si me ve enfermar’. No hay base alguna para tales pensamientos, e incluso puede decirse que son una especie de noción. Las personas nunca podrán resolver sus dificultades prácticas con nociones e imaginaciones como esas, y en lo más profundo de su corazón se sienten vagamente angustiadas, ansiosas y preocupadas por su salud y sus enfermedades; no tienen ni idea de quién se hará responsable de estas cosas, o siquiera de si alguien lo hará en absoluto(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Lo que las palabras de Dios exponían era precisamente mi estado. Había estado viviendo en un estado de abatimiento y ansiedad por mi enfermedad. Cuando los hermanos y hermanas me eligieron predicador, me preocupaba que hubiera mucho trabajo y que fuera mentalmente agotador, lo que sería perjudicial para mi salud, así que no paraba de eludir mi deber. Aunque luego lo acepté, cuando los líderes superiores trasladaron a Su Ming y aumentó la carga de trabajo, me sentí reacio. Me preocupaba que mi deber fuera demasiado agotador y me preguntaba lo que pasaría si mi enfermedad empeoraba y ya no pudiera cumplir mi deber, lo que no me permitiría obtener la salvación. Además, tenía antecedentes policiales y la policía estaba intentando arrestarme, así que, si caía gravemente enfermo y no podía ir al hospital, ¿qué pasaría si moría? Lo único en lo que pensaba era en mi enfermedad. Aunque parecía estar cumpliendo mi deber, mi actitud no era tan positiva como antes y, cuando vi que los estados de los hermanos y hermanas eran malos y que los resultados del trabajo relacionado con textos estaban decayendo, no escribí para dar seguimiento a estos problemas ni para resolverlos, sino que abordé mi deber de forma superficial. No oraba para buscar la intención de Dios respecto a mi enfermedad, sino que me inquietaba constantemente por el provecho y las pérdidas relacionadas con mi futuro y mi destino. Vivía afligido y ansioso, no lograba aliviarme en absoluto ni cumplía bien con mi deber. Me di cuenta de que no estaba persiguiendo la verdad en absoluto.

En mi búsqueda, leí dos pasajes de las palabras de Dios: “En su fe, los anticristos solo desean que los bendigan y no quieren sufrir tribulaciones. Cuando ven a alguien a quien han bendecido, alguien que se ha beneficiado, alguien a quien han concedido gracia y que ha recibido más gozos materiales, grandes ventajas, creen que ha sido cosa de Dios y, si no reciben tales bendiciones materiales, entonces no es la acción de Dios. Su lógica es: ‘Si realmente eres dios, entonces solo puedes bendecir a las personas; debes evitarles las tribulaciones y no permitir que afronten sufrimiento. Solo en ese caso tiene un valor y un sentido que la gente crea en ti. Si la adversidad sigue golpeando a las personas una vez que te siguen, si ellas siguen sufriendo, ¿qué sentido tiene que crean en ti?’. No admiten que todos los acontecimientos y las cosas están en las manos de Dios, que Dios es soberano sobre todas las cosas. ¿Y por qué no lo admiten? Porque los anticristos tienen miedo de sufrir tribulaciones. Solo quieren beneficiarse, aprovecharse, gozar de bendiciones; no tienen deseos de aceptar la soberanía ni la instrumentación de Dios, sino solo de recibir beneficios de Su parte. Este es el punto de vista egoísta y despreciable de los anticristos(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 10 (VI)). “Todos los humanos corruptos viven para sí mismos. Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda; este es el resumen de la naturaleza humana. La gente cree en Dios para sí misma; cuando abandona las cosas y se esfuerza por Dios, lo hace para recibir bendiciones, y cuando es leal a Él, lo hace también por la recompensa. En resumen, todo lo hace con el propósito de recibir bendiciones y recompensas y de entrar en el reino de los cielos. En la sociedad, la gente trabaja en su propio beneficio, y en la casa de Dios cumple con un deber para recibir bendiciones. La gente lo abandona todo y puede soportar mucho sufrimiento para obtener bendiciones. No existe mejor prueba de la naturaleza satánica del hombre(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Dios pone al descubierto que los anticristos viven según la regla satánica de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”. Creen que deben recibir bendiciones y beneficios por creer en Dios. Cuando hay beneficios que obtener o bendiciones que recibir, renuncian a cosas y se sacrifican. Sin embargo, en cuanto piensan que no pueden obtener bendiciones ni beneficios y que, en cambio, tienen que padecer dificultades e infortunios, dejan de estar dispuestos a entregarse y hasta piensan que creer en Dios no tiene sentido. Vi que el carácter que yo había revelado era el mismo que el de un anticristo. Desde que encontré al Señor, he estado buscando recibir bendiciones e ir al cielo. Tras aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, al ver que mis esperanzas de recibir bendiciones y entrar en el reino de los cielos estaban por cumplirse, dejé todo para cumplir mi deber. Durante este período, los dolores de estómago y de las lumbares que padecía desde hacía muchos años se curaron y mi motivación para cumplir mi deber se redobló. Aunque me arrestaron y torturaron, seguí cumpliendo mi deber después de que me pusieron en libertad. Pero, a medida que me fui haciendo mayor, tuve hipertensión y una cardiopatía, por lo que empecé a preocuparme por la posibilidad de sufrir un derrame cerebral repentino y morir o quedarme hemipléjico, lo que me haría perder la oportunidad de obtener la salvación y entrar en el reino de los cielos. Entonces, quise asumir un deber más liviano. Cuando trasladaron a Su Ming, mi socio por ese entonces, mi carga de trabajo aumentó de repente y me inquietaba que, si me preocupaba y me agotaba demasiado, mi afección empeorara. Por lo tanto, cuando me enteré de que los estados de los hermanos y hermanas eran malos, no me di prisa en resolver sus problemas ni en implementar el trabajo que había que llevar a cabo. Incluso cuando hacía algo de trabajo, lo hacía con reticencia y me preocupaba que pudiera tener problemas de salud. De hecho, el traslado de Su Ming para cumplir su deber en otro lugar beneficiaba el trabajo de la iglesia. Cualquier persona con conciencia y razón se habría desprendido de sus propios intereses y habría antepuesto los intereses de la iglesia para aceptar lo que la iglesia había dispuesto y someterse a ello. Sin embargo, por mis propios intereses, no quería que Su Ming se marchara y hasta era reacio a que los líderes superiores tomaran la decisión de reasignarlo. Pensaba que los líderes me estaban poniendo las cosas difíciles y deseaba desesperadamente que cambiaran de opinión y que Su Ming no se marchara. Me di cuenta de que había estado viviendo según el veneno satánico de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, que todo lo que había hecho había sido por mi propio bien y que no me importaba el trabajo de la iglesia en absoluto. ¡Había sido realmente egoísta y despreciable! Esto me hizo pensar en las palabras de Dios: “Dios es por siempre supremo y por siempre honorable, mientras que el hombre es por siempre vulgar y por siempre inútil. Esto es porque Dios siempre está entregándose a la especie humana y esforzándose por ella, mientras que el hombre siempre pide y se esfuerza solo para sí mismo. Dios siempre se desvive por la supervivencia de la especie humana; no obstante, el hombre nunca contribuye en nada en aras de la rectitud o la luz. Incluso si el hombre hace un esfuerzo pasajero, no puede resistir ni un solo golpe, pues el esfuerzo del hombre siempre es para su propio beneficio y no para el de otros. El hombre siempre es egoísta, mientras que Dios es siempre desinteresado. Dios es el origen de todo lo recto, lo bueno y lo hermoso, mientras que el hombre es el que hereda y expresa toda la fealdad y maldad. Dios nunca alterará Su esencia de rectitud y belleza y, sin embargo, el hombre puede traicionar la rectitud y distanciarse de Dios en cualquier momento y en cualquier situación(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Es muy importante comprender el carácter de Dios). Al meditar en las palabras de Dios, me sentí profundamente conmovido. La esencia de Dios es abnegada y todo lo que Él hace es por la humanidad. Para que la humanidad pueda sobrevivir en la tierra, Dios creó todo lo que los humanos necesitan para sobrevivir: el aire, la luz del sol, la lluvia, el sol, la luna y las estrellas, así como todas las frutas y verduras, etc. Para salvar a la humanidad, Dios se hizo carne para cargar con nuestros pecados y fue crucificado por nosotros. En los últimos días, Dios se hizo carne y vino a la tierra una vez más para salvar totalmente a la humanidad y expresar todas las verdades para salvarnos y purificarnos. Aunque la gente no conoce a Dios, lo niega y lo rechaza, Dios sigue llevando a cabo en silencio Su obra de salvar a las personas y sigue expresando la verdad para dar provisión a la gente. ¡Vi que la esencia de Dios es verdaderamente hermosa y bondadosa, y que Él es tan abnegado! En cambio, yo siempre había vivido según los pensamientos e ideas satánicos de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda” y “No muevas un dedo si no hay recompensa”. Aunque, en mi deber, sí había renunciado a cosas, me había entregado y había sufrido y pagado un precio en cierta medida, todo había sido para obtener bendiciones y gracia. Cuando mi salud se deterioró y padecí una enfermedad, empecé a ser selectivo con mi deber y a refrenarme. Pensaba en mí mismo a cada paso, me angustiaba mi futuro y no lo daba todo. Cuando veía que los estados de los hermanos y hermanas eran malos y que eso afectaba sus deberes, no trataba de buscar maneras de resolverlos ni tenía ninguna consideración con los intereses de la iglesia. Vi que mi naturaleza era egoísta y que todos mis actos y acciones habían sido por mi propio bien. Solía pensar que era bastante bueno, ya que, durante los años en que había creído en Dios, había dejado atrás a mi familia y mi carrera para cumplir mi deber. Además, aunque el PCCh me había arrestado, perseguido y torturado, yo seguí predicando el evangelio y cumpliendo mi deber después de que me pusieron en libertad. Sentía que había cambiado un poco y que tenía cierta lealtad hacia Dios. Si no hubiera sido por esta enfermedad, nunca habría entendido las impurezas de mi fe. Ahora, experimenté verdaderamente las palabras de Dios: “Cuando la enfermedad llega, esto es el amor de Dios, y ciertamente alberga dentro Su buena intención(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 6). Resulta que el amor de Dios y Su buena intención estaban detrás de mi enfermedad. Dios utilizó mi enfermedad para purificar y transformar mi carácter corrupto y me hizo desprenderme de las exigencias irracionales que le hacía y renunciar a mis deseos extravagantes. ¡Esta era la intención y el cuidado meticuloso de Dios! Cuando lo entendí, me sentí avergonzado y arrepentido, y me odié a mí mismo por haber sido tan egoísta y despreciable. Me propuse a mí mismo que cumpliría bien con mi deber.

A partir de entonces, busqué cómo afrontar la muerte de manera correcta y medité en ello. Leí las palabras de Dios: “Todo el mundo debe enfrentarse a la muerte en esta vida, o sea, la muerte es lo que todo el mundo debe afrontar al final de su viaje. Sin embargo, la muerte tiene muchos atributos diferentes. Uno de ellos es que, en el momento predestinado por Dios, habrás completado tu misión y Él traza una línea bajo tu vida carnal, y esta vida carnal llega a su fin, aunque esto no significa que haya terminado. Cuando una persona no tiene carne, su vida se acaba, ¿es así? (No). La forma en que existe tu vida después de la muerte depende de cómo trataste la obra y las palabras de Dios mientras vivías; eso es muy importante. La forma en que existas después de la muerte, o si existirás o no, dependerá de tu postura ante Dios y ante la verdad mientras estás vivo. Si mientras vives, cuando te enfrentas a la muerte y a todo tipo de enfermedades, adoptas una postura de rebeldía y de oposición ante la verdad y de sentir aversión por ella, entonces cuando llegue el momento de que tu vida carnal termine, ¿de qué forma existirás después de la muerte? Sin duda existirás de alguna otra forma, y no cabe duda de que tu vida no va a continuar. Por el contrario, si mientras estás vivo, cuando tienes conciencia en la carne, tu actitud hacia la verdad y hacia Dios es de sumisión y lealtad, y tienes una fe auténtica, entonces aunque tu vida carnal llegue a su fin, tu vida continuará existiendo en una forma diferente en otro mundo. Esta es una explicación de la muerte(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). “Sea cual sea la cuestión de la que tenga que ocuparse una persona, siempre deberías abordarla desde una postura positiva, y esto es incluso más cierto respecto al tema de la muerte. Adoptar una postura positiva hacia la muerte no implica aceptarla, esperarla o buscarla de un modo activo y positivo. Si no se trata de buscar la muerte, aceptarla ni esperarla, ¿qué implica entonces? (Someterse). La sumisión es un tipo de postura que se ha de adoptar ante la cuestión de la muerte, y la mejor manera de manejar esta cuestión es desprendiéndote y no pensando en ella(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (4)). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él es soberano sobre el nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, los cuales están predestinados por Él. No podemos elegir estas cosas por nuestra cuenta. Si no ha llegado tu hora de morir, no morirás, aunque quieras; si ha llegado tu hora, no vivirás ni un solo día más, por mucho que lo desees. Como seres creados, debemos aceptar la soberanía y los arreglos de Dios y someternos a ellos con sensatez. Pensé en un compañero de trabajo de mi esposa. Cuando volvía del trabajo, vio que alguien había tenido un accidente de coche y estaba en estado crítico. Fue a ver lo que ocurría y lo acabó atropellando una bicicleta eléctrica. Murió en el acto al golpearse la cabeza contra el suelo. Además, una doctora que conocía solía prestar especial atención a su salud y se mantenía haciendo ejercicio todos los días. Tenía muy buena salud, pero, un día, cuando salió a hacer ejercicio, la atropelló un coche en un accidente y murió en el acto. Estos hechos nos permiten ver que la salud y la longevidad que uno tiene no están relacionadas y que, cuando llega tu hora, morirás, por muy buena salud que tengas. Aunque estés enfermo, no puedes morir antes de tiempo. Nadie puede escapar de las leyes del nacimiento, el envejecimiento, la enfermedad y la muerte, las cuales están predestinadas por Dios. Yo no podía desentrañar estas cosas y siempre me preocupaban mi cardiopatía y mi hipertensión, y que un día sufriría un infarto cerebral repentino si no obedecía las indicaciones del médico de descansar más y cuidarme mejor. Si el infarto cerebral era leve, podría quedar postrado en cama como mi suegra y no ser capaz de valerme por mí mismo; si era grave, podría morir como mi padre. Hacía muchos años que creía en Dios, pero no creía que mi vida y mi muerte estuvieran en Sus manos y bajo Su soberanía. En cambio, creía lo que decía el médico y siempre intentaba resolverlo todo con métodos humanos. Creía que, si asumía un deber de una única tarea, descansaba más y trabajaba menos, no empeoraría de mi enfermedad y no moriría, siempre que la mantuviera bajo control. ¡Vi cuán absurdo era esto de mi parte! ¿Dónde estaba mi verdadera fe en Dios? Ahora entendí que, si Dios ha predestinado que mi esperanza de vida se ha acabado, moriré, aunque esté sano y no tenga ninguna enfermedad. Pero, si mi esperanza de vida aún no ha llegado a su fin, no moriré, por más que tenga hipertensión, una cardiopatía o incluso una enfermedad tan grave como el cáncer. Cuando llegue el día en que haya cumplido mi misión y que Dios ha predestinado para mí, debo afrontarlo de forma positiva, aceptar la soberanía y los arreglos de Dios y someterme a ellos. Este es el sentido de razón que debería tener. Ahora mismo, mi responsabilidad es cumplir bien con mi deber. Cuando entendí estas cosas, mi actitud hacia mi deber cambió un poco y empecé a participar de verdad en varias tareas del trabajo de la iglesia. Cuando pasaban cosas, colaboraba con todos para buscar soluciones. En los últimos tiempos, hubo muchos hermanos y hermanas de la iglesia que fueron traicionados por un Judas, muchos hogares donde se guardaban los libros de las palabras de Dios se enfrentaron a riesgos de seguridad y había que trasladar esos libros a un lugar seguro lo antes posible. Como esto implicaba muchas cosas distintas, tuve que escribir cartas para hablar mucho sobre los principios con los hermanos y hermanas y recordarles las cosas en las que debían fijarse. Durante esos días, me iba a acostar tarde casi todas las noches. Además, era un asunto urgente y había muchos aspectos que tener en cuenta. Cuando me ponía nervioso, sumado a las noches en vela, me daban dolores de cabeza y a veces me costaba respirar. Entonces, empezaba a preocuparme que, si la cosa seguía así, mi salud se viera afectada. Más adelante, leí las palabras de Dios: “Tanto si estás enfermo como si sufres, mientras te quede aliento, mientras vivas, mientras puedas hablar y caminar, tienes energía para cumplir con tu deber, y debes comportarte bien en el cumplimiento de este, con los pies bien plantados en el suelo. No debes abandonar el deber de un ser creado ni la responsabilidad que te ha dado el Creador. Mientras no estés muerto, debes completar tu deber y cumplirlo bien(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me dieron fe y fortaleza, y entendí que un deber es una misión perfectamente natural y justificada que las personas deben completar. Como ser creado, cumplir bien con mi deber es lo más valioso y significativo que existe y, si no lo hiciera, no merecería seguir viviendo. Así que oraba mientras escribía las cartas. El hermano con el que colaboraba me ayudó a revisarlas y completarlas, y organizamos todo lo más minuciosamente posible. Tras un periodo de arduo trabajo, se trasladaron a salvo todos los libros de las palabras de Dios. Todos dimos gracias a Dios en nuestros corazones y yo tuve más fe para cumplir bien con mi deber.

Luego de que esta enfermedad me reveló, obtuve cierta comprensión sobre las opiniones equivocadas que tenía en mi fe en Dios, entendí un poco mejor las intenciones de Dios y, al dejar de estar limitado por la enfermedad y la muerte, pude cumplir mi deber con normalidad. ¡Todo esto fue la gracia y la bendición de Dios! ¡Gracias a Dios!

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