74. Lo que le exigía a mi hija y esperaba de ella resultó ser egoísta

Por Zhang Huixin, China

Cuando era joven, a mi abuelo le encantaba escuchar ópera y solía llevarme a ver actuaciones. Yo veía lo elegantes que eran los actores en el escenario, cómo sus canciones llegaban al corazón y el público los colmaba de aplausos y vítores. Realmente los admiraba y no podía sino pensar: “¡Si algún día pudiera subir al escenario y recibir aplausos y elogios, viviría una vida llena de fama y fulgor!”. Deseaba con todas mis fuerzas unirme a una compañía de teatro y convertirme en cantante de ópera. Pero mi familia era pobre y nuestras condiciones económicas no eran buenas, así que mis sueños de actuar sobre el escenario se desvanecieron como un espejismo.

Después de casarme, tuve una hija. Cuando ella empezó a ir al jardín de infancia, vi que algunos niños de su edad asistían a clases de danza y, otros, a clases de música. En especial, durante las actuaciones del Día del Niño, esos niños llamaban la atención de muchos profesores y padres y recibían sonoros aplausos. Así que decidí que mi hija aprendiera a bailar, pues no solo la ayudaría a tener una buena figura y más elegancia, sino que también le daría la oportunidad de actuar sobre el escenario. Pero tenía miedo de hacer el espagat y los puentes, y se negaba a aprender por más que yo se lo insistiera. Pensé: “No puedo limitarme a hacer lo que quieras. Tienes que aprender una habilidad para que en el futuro puedas captar la atención del público en el escenario”. En 2012, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días, pero no renuncié a mis expectativas de ver a mi hija actuar en el escenario. Más adelante, pensé que aprender un instrumento también le permitiría subirse al escenario, así que la llevé a una tienda de música a elegir uno. Pero a ella no le interesaba. Enfadada, le dije a mi hija: “Tienes que elegir uno. Solo si aprendes una habilidad tendrás la oportunidad de subirte al escenario, y solo entonces podrás vivir una vida glamurosa. ¡Piensa en cuánta gente te admirará entonces!”. Al ver que estaba muy enfadada, mi hija eligió a regañadientes la cítara china. Al principio, mi hija no quería aprender a tocarla, así que busqué una profesora con experiencia y la obligué a aprender. Solía animarla para despertar su interés por la cítara china, y la profesora también la elogiaba por tener un talento natural. De a poco, mi hija empezó a interesarse por ese instrumento y aprendió con rapidez algunas composiciones. Un día, me dijo feliz: “Mamá, ¡en el futuro podré tocar la cítara china para alabar a Dios!”. Al ver lo sensata que era mi hija, me sentí especialmente satisfecha.

Después, para que ella ganara más experiencia en el escenario, cada vez que oía hablar de una actuación, me aseguraba de inscribirla. Aunque yo tenía una hernia de disco y no podía estar mucho tiempo de pie, igual insistía en acompañarla a los ensayos. Ella mejoró mucho, se destacaba en las actuaciones y siempre tenía el papel protagónico. También recibía elogios de profesores y jueces, y yo me sentía inmensamente feliz. Para acompañarla a sus actuaciones, tenía que despertarme alrededor de las tres de la mañana para prepararme. Estaba siempre tan ocupada yendo de aquí para allá por ella que ni siquiera tenía tiempo para comer. Después de un día entero de ajetreo, me sentía mareada y agotada mental y físicamente. Pero cuando veía a mi hija brillar en el escenario, pensaba: “Aunque yo no haya podido cumplir mi sueño de actuar en el escenario, que mi hija haya conseguido ser el centro de atención ha hecho que todo el dolor y agotamiento valgan la pena”. El agotamiento por las actuaciones y la presión de los estudios fue demasiado para su cuerpo, por lo que mi hija quiso dejar de practicar la cítara china. Intenté convencerla y persuadirla de que continuara y, al final, accedió a regañadientes. Cada día, cuando mi hija volvía del colegio, en vez de cocinar o dormir la siesta, yo aprovechaba para hacer que practicara la cítara china. Cuando mi hija quería salir los fines de semana, yo también le exigía que terminara de practicar su instrumento antes de salir. Si no me hacía caso, la regañaba: “¿Por qué crees que tu padre y yo trabajamos duro y ahorramos para pagar tus clases y hacerte practicar? ¿No es para ayudarte a subir al escenario y triunfar en el futuro? ¿No puedes honrarnos un poco?”. Al ver lo nerviosa y enfadada que me ponía, mi hija no tenía más remedio que ponerse a llorar e ir a practicar la cítara china. En la escuela secundaria, tenía mucha presión en sus estudios y también tenía que ensayar a menudo para varias actuaciones, así que, otra vez, quiso dejar de practicar su instrumento. Nerviosa, la regañé: “Por muy ocupada que estés, debes seguir practicando la cítara china. ¡Si practicas bien, podrás subir al escenario y ganarte una vida de fama!”. Pero ella seguía sin practicar. Furibunda, tiré sus libros y el porta púas al suelo y dije: “De acuerdo, no practiques. Ojalá que disfrutes recogiendo basura cuando seas mayor”. Al verme tan enfadada, mi hija se fue de inmediato a practicar. A veces, ella sentía que yo la trataba injustamente y lloraba y decía: “¿Por qué sigues intentando controlar mi porvenir?”. Yo le decía enfadada: “¿Acaso todo lo que hago no es por ti? ¿Por qué no entiendes que es por tu propio bien?”. Mi hija respondía enfadada: “¡Es que ni siquiera me gusta tocar la cítara china! ¡Eres tú la que me ha obligado a aprender a tocarla!”. Nuestras discusiones siempre terminaban mal. Cuando las actuaciones y reuniones coincidían, yo hacía que mi hija asistiera primero a la actuación. Si mi hija quería ir a la reunión, yo decía sin demora: “Hay mucho tiempo para ir a las reuniones, pero las oportunidades para actuar no se deben desaprovechar. Si te pierdes estas oportunidades, perderás ocasiones de brillar sobre el escenario”. Como consecuencia, mi hija se perdió muchas reuniones.

Casi sin darme cuenta, mi hija logró entrar sin problemas en una escuela secundaria de arte. Cada vez que hablaba de mi hija, mis compañeros y amigos me miraban con envidia y admiración. Tenía mi vanidad muy satisfecha. De a poco, mi hija empezó a centrarse únicamente en estudiar y tocar la cítara china. Para entrar en la academia de música de sus sueños y superar a sus compañeros, empezó a practicar su instrumento horas extra. Yo también gasté mucho dinero para contratarle a una profesora particular. Al ver que la habilidad de mi hija tocando la cítara china mejoraba, me sentía muy feliz. Cuando mi hija volvió de sus vacaciones, quería que asistiera a alguna reunión, pero ella ponía excusas, como “no he terminado los deberes” o “todavía no he practicado la cítara china”. Al ver que mi hija no había asistido a ninguna reunión en casi un año, me sentí un poco inquieta. Pero al ver que estaba tan ocupada con los deberes y practicando su instrumento, pensé: “¿Debería dejar que mi hija no vaya a las clases de cítara china los fines de semana para asistir a las reuniones?”. Pero luego pensé: “Se esforzado tanto en mejorar su habilidad con su instrumento que, si no practica los fines de semana, ¿no se quedará rezagada del resto? No puede permitirse practicar menos. Pero si pasa mucho tiempo sin asistir a las reuniones, su vida también se verá afectada”. Después de pensarlo un rato, decidí encontrar el tiempo para reunirme con ella. Un día, mi hija me dijo que ya no quería ir más a la escuela. Dijo que el ambiente en la escuela era malo, que había gente que fumaba, tenía pareja y estaba metida en pandillas. Dijo que era difícil centrarse en los estudios y que se sentía muy reprimida. Cuando oí a mi hija decir que ya no quería ir más al colegio, pensé: “Te esforzaste mucho para entrar en una escuela de arte y, si aguantas solo dos años más, podrás presentarte al examen de ingreso de una prestigiosa universidad de arte. Cuando entres, tu gran sueño de subir al escenario se hará realidad y, entonces, tus familiares, amigos, profesores y compañeros te admirarán y envidiarán, y también podrás hacerme sentir orgullosa a mí”. Así que le dije enfadada: “Por fin conseguiste entrar en una escuela secundaria de arte. Si no vas, ¿no estarás arruinando tu futuro?”. Al verme que estaba tan ansiosa y enfadada, mi hija simplemente se fue llorando a la escuela. Cuando vi que mi hija sentía que la estaba tratando injustamente, se me rompió el corazón, pero creía que debía insistir para que mi hija pudiera subir al escenario y destacarse.

Durante una reunión, le conté a la hermana Li Ling sobre mi estado, y ella encontró un pasaje de las palabras de Dios para yo que lo leyera. Dios dice: “Si sus hijos están expuestos a algunos asuntos que ocurren en el marco de ciertas tendencias malvadas o a razones o pensamientos y puntos de vista particularmente incorrectos durante sus primeros años, en casos donde no tienen discernimiento, puede que los sigan o imiten. Los padres deben detectarlo en etapas tempranas y proporcionar una inmediata corrección y una guía acertada. Esta es además su responsabilidad. En resumen, el objetivo es asegurar que los hijos cuenten con un rumbo esencial, positivo y correcto para el desarrollo en sus pensamientos, su conducta propia, su trato con los demás y la percepción de diversas personas, acontecimientos y cosas, de modo que puedan madurar en una dirección constructiva en lugar de una perversa. Por ejemplo, los no creyentes dicen: ‘La vida y la muerte están predestinadas; la riqueza y el honor los decide el Cielo’. Dios determina la cantidad de sufrimiento y de disfrute que debe experimentar una persona en su vida y los humanos no la pueden cambiar. Por una parte, los padres deberían comunicarles estos hechos objetivos a sus hijos, y por otra, enseñarles que la vida no se limita únicamente a las necesidades físicas y, sin duda, no se reduce al placer. Hay cosas más importantes que hacer en esta vida que comer, beber y buscar entretenimiento; deberían creer en Dios, perseguir la verdad y la salvación de Dios. Si solo viven para el placer, para comer, beber y buscar entretenimiento en la carne, entonces son como zombis y sus vidas no tienen absolutamente ningún valor. No crean valores positivos ni significativos, y no merecen vivir ni ser siquiera humanos. Aunque un hijo no crea en Dios, al menos permite que sea una buena persona y que se ocupe del deber que le corresponde. Por supuesto, si Dios lo escoge y está dispuesto a participar en la vida de iglesia y a cumplir con su propio deber a medida que se hace mayor, mejor todavía. Si sus hijos son así, estos padres deberían cumplir incluso más con sus responsabilidades hacia los menores en función de los principios que Dios ha advertido a las personas. Si no sabes si van a creer en Dios o si Él los va a escoger, al menos deberías cumplir con las responsabilidades que tienes hacia tus hijos durante sus años formativos. Aun si no sabes ni eres capaz de comprenderlo, de todas maneras, es necesario que cumplas con tus responsabilidades. En la mayor medida posible, deberías llevar a cabo las obligaciones y responsabilidades que has de cumplir, y compartir con ellos los pensamientos y las cosas positivas que ya conoces. Como mínimo, asegúrate de que su crecimiento espiritual siga una dirección constructiva y de que sus mentes estén limpias y sanas. No les hagas estudiar toda clase de destrezas y conocimientos desde pequeños bajo la presión de tus expectativas, tu crianza o incluso tu opresión. Incluso más grave, algunos padres acompañan a sus hijos cuando participan en diversos concursos de talentos y en competiciones académicas o atléticas, de modo que siguen toda clase de tendencias sociales y acuden a eventos como ruedas de prensa, firmas de autógrafos y sesiones de estudio, y asisten a cualquier tipo de competencia y discurso de aceptación en ceremonias de premios, etcétera. Como padres, al menos deberían evitar que sus hijos sigan sus pasos y que hagan lo mismo. Si llevan a los hijos a realizar tales actividades, por una parte, está claro que no han cumplido con sus responsabilidades como padres. Por otra, guían abiertamente a sus hijos por una senda de no retorno, les impiden un desarrollo mental constructivo. ¿Hacia dónde han conducido estos padres a sus hijos? Hacia las tendencias malvadas. Los padres no deberían hacer eso. Además, en cuanto a la senda que van a tomar sus hijos en el futuro y la carrera profesional que van a desarrollar, los padres no deberían inculcarles cosas como: ‘Mira a tal o cual, es pianista y empezó a tocar a los cuatro o cinco años. No perdió el tiempo jugando, no tenía amigos ni juguetes y practicaba piano a diario. Sus padres lo acompañaron a las lecciones, consultaron a varios maestros y lo apuntaron a competiciones. Mira lo famoso que es ahora, qué bien alimentado, qué bien vestido, el aura de luz y respeto que lo rodea allá donde va’. ¿Es esta la clase de educación que promueve el desarrollo saludable de la mente de un niño? (No). ¿De qué clase de educación se trata entonces? De la del diablo. Este tipo de formación resulta dañino para cualquier mente joven. Los anima a aspirar a la fama, a codiciar diversas auras, honores, posiciones y disfrutes. Los hace anhelar y perseguir todo esto desde pequeños, los lleva a la ansiedad, a un intenso temor y a la preocupación. Incluso, provoca que paguen todo tipo de precios para conseguirlo, que se despierten pronto y trabajen hasta tarde para repasar los deberes y perfeccionar diferentes destrezas, que pierdan su infancia, que cambien todos esos preciados años a cambio de cosas semejantes(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Después de leer las palabras de Dios, por fin entendí que la verdadera responsabilidad de los padres es asegurarse de que sus hijos crezcan sanos y felices durante su infancia, tanto física como mentalmente, orientar sus pensamientos de forma positiva y permitirles disfrutar de su niñez. No se trata de que los padres les impongan sus expectativas ni de llevarlos a perseguir la fama, la reputación, los honores, el estatus y los placeres. No pude sino reflexionar. Desde pequeña, a mi hija no le había gustado aprender instrumentos musicales, pero, para que se hiciera famosa y que todos la respetaran, la obligué a aprender la cítara china. Además, cuando ella recibía elogios de jueces y profesores, sentía que por fin estaba cumpliendo a través de mi hija los sueños que yo no había logrado, por lo que mi determinación de cultivarla aumentaba aún más. Siempre que oía hablar de alguna actuación, la inscribía sin pedirle permiso, por miedo a que se perdiera la oportunidad de brillar en el escenario. Siempre que mi hija quería jugar, la regañaba por temor a que eso retrasara su práctica. Para mejorar las habilidades musicales de mi hija, no escatimé en gastos y contraté a una profesora profesional que la guiara, todo con el objetivo de cultivarla para que se hiciera famosa y me trajera gloria. Solía pensar que hacer que mi hija aprendiera distintas habilidades y llevarla a un escenario famoso para que se hiciera conocida era cumplir con mi responsabilidad como madre. Ahora me he dado cuenta de que esa perspectiva era equivocada. Nunca consideré cuánta presión y cuánto dolor estaba soportando el joven corazón de mi hija, y solo pensé en cumplir mis propios deseos. Bajo mi tutela, mi hija también empezó a preocuparse mucho por la reputación y el estatus, y practicaba sin descanso para superar a sus compañeros, lo que la hizo perder la vivacidad e inocencia que alguna vez tuvo. Se empezó a abrir una brecha entre nosotras. Además, mi hija también perdió el interés por comer y beber las palabras de Dios y asistir a las reuniones, y empezó a alejarse cada vez más de Dios. Todas estas consecuencias, yo las había desencadenado. Antes, mi hija estaba dispuesta a reunirse y comer y beber las palabras de Dios, pero yo no la guie a creer en Dios ni a recorrer la senda correcta, sino que la llevé a seguir tendencias malvadas y a perseguir sin descanso la reputación y el estatus. ¿Qué forma de cumplir con la verdadera responsabilidad de una madre era aquella? Al pensar en esto, me arrepentí profundamente de haberla educado de forma tan autoritaria. Nunca imaginé que acabaría haciéndole tanto daño y arruinándola tanto.

Después, leí las palabras de Dios: “Algunas personas, viven para sus hijos. Tal vez afirmes que no quieres hacer lo mismo, pero ¿acaso puedes lograrlo? Algunas personas se apresuran y se esmeran para obtener riqueza, fama y beneficio. Tal vez afirmes que no tienes apuro en conseguir estas cosas, pero ¿eres realmente capaz de lograrlo? Sin saberlo, ya has emprendido esta senda y, aunque quieras cambiar de forma de vida, no puedes hacerlo. ¡La forma en la que vives en este mundo está más allá de tu control! ¿Cuál es la raíz de esto? Es que las personas no creen en el Dios verdadero y no han ganado la verdad. ¿Qué es lo que sustenta el espíritu del hombre? ¿Dónde buscan apoyo espiritual? Lo buscan en la unión de la familia; la dicha matrimonial; el disfrute de las cosas materiales; la riqueza, la fama y el beneficio; su posición, sus sentimientos y sus profesiones; así como la felicidad de la próxima generación. ¿Hay alguien que no busque estas cosas para encontrar el apoyo espiritual? Quienes tienen hijos lo encuentran en sus hijos; quienes no tienen hijos lo encuentran en sus profesiones, en el matrimonio, en su posición social y en la fama y el beneficio. Las maneras de vivir que así se crean son, en consecuencia, las mismas; quedan sujetos al control y el poder de Satanás y, a pesar de sí mismos, todos se apresuran y se esmeran por la fama, la ganancia, sus expectativas, sus profesiones, sus matrimonios, sus familias, o por la próxima generación, o por placeres carnales. ¿Es esta la senda correcta? Por mucho que se esmeren las personas por el mundo, por muchos logros profesionales que hayan obtenido, por muy felices que sean sus familias, por muy grande que sea su familia, por muy prestigiosa que sea su condición social, ¿pueden seguir la senda correcta de la vida humana? Al perseguir la fama, la ganancia y el mundo, o al dedicarse a sus profesiones, ¿pueden ver que Dios creó todas las cosas y tiene la soberanía sobre el sino del género humano? Esto no es posible. Con independencia de lo que la gente persiga o del tipo de senda que siga, si no reconoce el hecho de que Dios tiene soberanía sobre el porvenir de la especie humana, entonces la senda por la que camina es errónea. No es la senda correcta, sino la senda equivocada, la senda del mal(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “De modo que Satanás usa fama y ganancia para controlar los pensamientos del hombre hasta que todas las personas solo puedan pensar en ellas. Por la fama y la ganancia luchan, sufren dificultades, soportan humillación, y sacrifican todo lo que tienen, y harán cualquier juicio o decisión en nombre de la fama y la ganancia. De esta forma, Satanás ata a las personas con cadenas invisibles y, al llevar estas cadenas, no tienen la fuerza ni el valor de deshacerse de ellas. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siempre avanzan con gran dificultad. En aras de esta fama y ganancia, la humanidad evita a Dios y le traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, entonces, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y la ganancia de Satanás(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Gracias al desenmascaramiento de las palabras de Dios, entendí que Satanás usa la fama y la ganancia para corromper y perjudicar a las personas, y les inculca ideas y opiniones, como “Destácate del resto”, “Ocupa un puesto más alto que los demás” y “Honra a tus antepasados”, lo que hace que las personas persigan sin descanso la fama y la ganancia. Para obtener fama y ganancia, las personas se vuelven cada vez más perversas y sufren cada vez más. Desde que yo era pequeña, siempre había soñado con convertirme en actriz de teatro, subirme a un escenario para que todos me admiraran y envidiaran, y tener estatus y reconocimiento. Pero cuando no pude cumplir mis sueños, me sumí en la decepción y el dolor. Más adelante, le impuse mis sueños a mi hija, hice que persiguiera la reputación y el estatus desde pequeña y la obligué a aprender la cítara china. Esperaba que algún día pudiera subirse al escenario y brillar. Cuando mi hija no quería aprender su instrumento, me ponía ansiosa, me enfadaba y la regañaba. Cuando mi hija quería asistir a reuniones, se lo impedía, porque temía que retrasara su práctica e interfiriera con su aprendizaje musical. ¿Qué forma de cumplir con mis responsabilidades como madre era aquella? ¡Lo que estaba haciendo era simplemente malvado! Llevaba años creyendo en Dios, pero mis objetivos no habían cambiado en absoluto y seguía viviendo según las ideas y opiniones de Satanás, y perseguía la fama y la ganancia como los no creyentes. Prefería que mi hija se alejara de Dios y lo traicionara, en vez de que dejara de perseguir la fama y la ganancia para satisfacer mi vanidad. La fama y la ganancia me habían cegado por completo y me habían sumido en la confusión, y yo me había hecho sufrir a mí misma y había perjudicado a mi hija. Me di cuenta de que la fama y la ganancia eran grilletes invisibles que Satanás me había puesto y que nos traían una pena y un dolor interminables. Pensé en cómo algunas celebridades alcanzaban la fama y la ganancia en la industria del entretenimiento, pero acababan deprimidas y hasta se suicidaban por el vacío espiritual y el dolor que tenían en su interior. Vi que, aunque una persona consiga estatus y fama, eso solo puede satisfacer su vanidad de forma temporal, pero no puede resolver el vacío ni el dolor que tiene en su interior. Al contrario, estas cosas alejan de a poco a las personas de Dios, las hacen negarlo y, como consecuencia, ¡Satanás las devorará! Al darme cuenta de esto, oré a Dios y le dije que ya no perseguiría la fama y la ganancia, y que estaba dispuesta a someterme a Su soberanía y Sus arreglos.

Después, leí más de las palabras de Dios: “Todo aquello que hacen los padres para materializar las expectativas que tienen hacia sus hijos antes de que se hagan mayores contradice a la conciencia, la razón y las leyes naturales. Si cabe es más contrario a la ordenación y a la soberanía de Dios. Aunque los hijos no tienen la capacidad de distinguir lo que está bien de lo que está mal o de pensar de manera independiente, sus porvenires se hallan bajo la soberanía de Dios, no los rigen sus padres. Por tanto, aparte de albergar en su conciencia expectativas respecto a sus hijos, estos padres tan necios llevan además a cabo más acciones y sacrificios, y pagan precios relacionados con su conducta, hacen por los hijos cualquier cosa que les parece y que estén dispuestos a hacer, con independencia de que suponga gastar dinero, tiempo, energía o lo que sea necesario. Aunque los padres llevan a cabo todo esto de manera voluntaria, es algo inhumano, pues excede al ámbito de sus responsabilidades y de sus propias capacidades, y no les corresponde a ellos. ¿Por qué digo esto? Porque los padres empezaron a intentar planear y controlar el futuro de sus hijos, a tratar de determinarlo antes de que llegaran a adultos. ¿No es eso una necedad? (Sí). Por ejemplo, digamos que Dios ordenó que alguien fuera un trabajador corriente, y que en esta vida solo podría ganar un sueldo básico para alimentarse y vestirse, pero sus padres insisten en que se convierta en una celebridad, en alguien rico, en un funcionario superior. Hacen planes y arreglos para su futuro desde que es pequeño, pagan todo tipo de supuestos precios, tratan de controlar su vida y su futuro. ¿No es eso una necedad? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Leí ese pasaje de las palabras de Dios, una y otra vez, y me sentí profundamente atravesada y angustiada. Me di cuenta de que mis expectativas sobre mi hija y los esfuerzos y sacrificios que había hecho por ella iban en contra de la humanidad y de las ordenaciones y la soberanía de Dios. El porvenir de un hijo no es algo sobre lo que los padres tengan soberanía, y yo debía respetar las decisiones de mi hija, someterme a las ordenaciones de Dios y no obligarla a hacer cosas que no le gustaban. Dios ya ha predeterminado lo que una persona hará en la vida y cómo se ganará el pan. Al igual que yo, que quería convertirme en actriz de ópera con todas mis fuerzas, pero las cosas no salieron como deseaba. Ni siquiera había podido cambiar mi propio porvenir, pero quería cambiar el de mi hija. ¡Qué estúpida fui!

Después, leí más de las palabras de Dios: “Al diseccionar la esencia de las expectativas de los padres hacia sus hijos, nos damos cuenta de que todas ellas son egoístas, que van en contra de la humanidad y que, además, no tienen nada que ver con las responsabilidades propias de los padres. Cuando les imponen diversas expectativas y exigencias a sus hijos, no están cumpliendo con dichas responsabilidades. Entonces, ¿cuáles son sus ‘responsabilidades’? Las más básicas consisten en enseñar a sus hijos a hablar, a ser bondadosos y a no ser malas personas, y guiarlos en una dirección positiva. Estos son sus deberes más elementales. Además, deben ayudarlos a adquirir cualquier clase de conocimiento, habilidad, y demás, que mejor les convenga en función de su edad, de lo que puedan abarcar y de su calibre e intereses. Unos padres un poco mejores ayudarán a sus hijos a entender que Dios creó a las personas y que Él existe en el universo, los guiarán para que oren y lean las palabras de Dios, y les compartirán algunos relatos bíblicos, con la esperanza de que al hacerse mayores sigan a Dios y cumplan el deber de un ser creado en lugar de perseguir las tendencias mundanas, quedar atrapados en complicadas relaciones interpersonales y ser devastados por las diversas tendencias de este mundo y de la sociedad. Las expectativas no tienen nada que ver con las responsabilidades que deben cumplir los padres. Al desempeñar este papel, son responsables de aportarles una guía positiva y una adecuada atención antes de alcanzar la edad adulta, así como de ocuparse debidamente de su vida carnal en cuanto a la comida, el vestido, la vivienda o en caso de enfermedad. Si sus hijos se enferman, los padres han de ocuparse de cualquier dolencia que sea necesario tratar, no deben descuidarlos ni decirles: ‘Sigue yendo a la escuela, no dejes de estudiar, no puedes quedarte atrás en las clases, si te atrasas mucho no vas a poder recuperarlas’. Cuando los hijos necesiten descanso, los padres deben dejar que lo tengan; cuando estén enfermos, deben ayudarlos a recuperarse. Estas son las responsabilidades de los padres. Por una parte, deben cuidar del bienestar físico de sus hijos, por otra, deben guiarlos, educarlos y auxiliarlos en lo relativo a su salud mental. Esto es lo que a los padres les corresponde hacer, en lugar de imponer a sus hijos ninguna expectativa o exigencia poco realista. Es su deber cumplir con las responsabilidades que incumben tanto a las necesidades emocionales de sus hijos como a las de su vida física(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Después de leer las palabras de Dios, sentí una angustia indescriptible. Antes, pensaba que hacer que mi hija aprendiera distintas habilidades y llevarla a un escenario famoso para que se hiciera conocida y que todos la admiraran y elogiaran era cumplir con mi responsabilidad como madre. Pero la verdadera responsabilidad de los padres es garantizar el bienestar mental y la felicidad de sus hijos, y ayudarlos a tener pensamientos y opiniones positivos, guiarlos para que tengan metas correctas en la vida, cultivarlos según sus intereses y aficiones, y guiarlos para que se sometan a las ordenaciones y la soberanía de Dios. Además, en la vida cotidiana, los padres deben dar a sus hijos lo esencial, como la comida, la ropa, la vivienda y el transporte. Por ejemplo: deben decirles qué alimentos son saludables y cuáles son perjudiciales para el cuerpo; deben cuidar de ellos cuando están enfermos, darles medicamentos cuando los necesiten, ponerles inyecciones cuando haga falta y encargarse de cubrir sus necesidades básicas. Estas son cosas que los padres deben hacer. Aunque parecía que yo hacía lo correcto al estar tan ocupada yendo de aquí para allá por mi hija, la realidad es que solo quería que ella me trajera gloria y me hiciera sentir orgullosa, incluso a costa de privarla de disfrutar de la felicidad de su infancia y de asistir a reuniones y comer y beber las palabras de Dios. ¡Fui realmente egoísta! Debería haberla guiado según su aptitud, sus intereses y aficiones, en lugar de reprimirla e imponerle una educación a la fuerza. Además, debo guiar a mi hija para que acuda a Dios, hacer que ore, coma y beba Sus palabras, lo adore y se mantenga alejada de las tendencias malvadas del mundo. Tras entender la intención de Dios, dejé de llevar a mi hija a participar en actuaciones y, en su lugar, empecé a guiarla para que se sometiera a la soberanía y los arreglos de Dios y pasé más tiempo con ella comiendo y bebiendo las palabras de Dios y asistiendo a reuniones.

Más adelante, cuando mi hija y yo tuvimos una reunión, vimos una obra de teatro llamada “Adiós, mi inocente campus”. Después de verla, mi hija se conmovió profundamente y entendió que Satanás usa la fama y la ganancia para perjudicar a las personas. Además, al comer y beber las palabras de Dios, mi hija entendió que solo puede transitar la senda correcta en la vida al cumplir sus deberes. Un día, cuando volvió de la escuela, mi hija me dijo con firmeza: “Mamá, me siento muy reprimida en el colegio y quiero vivir una vida libre y liberada, como los hermanos y hermanas. Quiero dejar los estudios y cumplir mis deberes en la casa de Dios”. Me sorprendió mucho y pensé: “No ha sido fácil llegar donde estás ahora. Si dejas los estudios, renunciarás para siempre a tu sueño de subirte al escenario. ¿No significaría eso que todos tus esfuerzos habrían sido en vano?”. En ese momento, me di cuenta de que estaba volviendo a perseguir la fama y la ganancia, y oré a Dios en mi corazón: “Dios, mi hija está dispuesta a dejar los estudios, pero yo aún no soy capaz de soportarlo. Dios, te ruego que refuerces mi determinación y me ayudes a liberarme de los grilletes de la fama y la ganancia”. Después de orar, recordé las palabras de Dios: “Al diseccionar la esencia de las expectativas de los padres hacia sus hijos, nos damos cuenta de que todas ellas son egoístas, que van en contra de la humanidad […](La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). “¿Quién de vosotros está desempeñando ahora mismo su deber en la casa de Dios por accidente? Fuera cual fuera el trasfondo del que vinierais para cumplir con vuestro deber, nada de ello fue por casualidad. Este deber no se puede desempeñar solo buscando a unos cuantos creyentes al azar; esto fue algo que Dios predestinó antes de las eras. ¿Qué significa que algo fuera predestinado? ¿Qué en concreto? Significa que en Su plan de gestión al completo, hace mucho que Dios planeó cuántas veces estarías en la tierra, en qué linaje y familia nacerías en los últimos días, cuáles serían las circunstancias de esta familia, si serías hombre o mujer, cuáles serían tus puntos fuertes, qué nivel de educación tendrías, cómo de elocuente serías, cuál sería tu calibre y qué aspecto tendrías. Él planeó la edad en que llegarías a la casa de Dios y comenzarías a cumplir con tu deber, qué deber realizarías y en qué momento. Al principio, Dios predestinó cada uno de tus pasos. Cuando aún no habías nacido y cuando llegaste a la tierra en tus últimas vidas, Dios ya había arreglado para ti qué deber cumplirías en esta etapa final de la obra(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él ya ha dispuesto desde hace mucho tiempo el momento en que una persona llega a la casa de Dios y cumple su deber. Dios ya había determinado hacía tiempo cuándo mi hija vendría a cumplir su deber, y yo no podía seguir como antes ni intentar controlar cada aspecto de su vida en aras de mi propia reputación y estatus. Como mi hija había elegido seguir a Dios y cumplir su deber, eso formaba parte de las ordenaciones y los arreglos de Dios, y yo debía guiarla de forma positiva y permitirle transitar la senda correcta. Esa era mi responsabilidad. Con esto en mente, acepté de buen grado la petición de mi hija. Poco tiempo después, mi hija dejó los estudios y fue a la casa de Dios a cumplir su deber. Ver a mi hija volver a ser la joven lista y alegre que había sido antes me hizo muy feliz. Además, me di cuenta de que solo podemos vivir con tranquilidad, libertad y alegría al someternos a las ordenaciones y la soberanía del Creador. ¡Esto es algo que no puede comprarse con ninguna suma de dinero ni fama alguna!

Después, leí dos pasajes de las palabras de Dios y entendí mejor el valor y el sentido de la vida humana. Dios Todopoderoso dice: “Todo en la vida del hombre es vacío e indigno de recuerdo, excepto creer en Dios, perseguir la verdad y llevar a cabo su deber como ser creado. Incluso si has consumado una proeza trascendental; incluso si has ido al espacio y has estado en la Luna; incluso si has logrado avances científicos que resultaron beneficiosos o útiles para la humanidad, todo eso es fútil y pasajero. ¿Qué es lo único que no será pasajero? (La palabra de Dios). Solo perdurarán la palabra y los testimonios de Dios, así como todos los testimonios y obras que atestigüen a favor del Creador y las buenas acciones de las personas. Esas cosas durarán para siempre y poseen un valor excepcional. Por lo tanto, liberaos de todas vuestras restricciones, asumid ese gran esfuerzo y no os dejéis limitar por ninguna persona, acontecimiento o cosa; dedicaos sinceramente a Dios y verted toda vuestra energía y toda la sangre de vuestro corazón en el cumplimiento de vuestros deberes. ¡Eso es lo que Dios bendice por encima de todo y merece cualquier dosis de sufrimiento!(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La vida solo tiene valor si se cumple bien con el deber de un ser creado). “Ahora sigue a Dios, escucha Su palabra y acepta la comisión del Creador. A veces resulta un tanto difícil y agotador, y por momentos te sometes a cierta dosis de humillación y refinamiento. Pero eso es algo bueno, no es malo en absoluto. ¿Qué conseguirás finalmente? Lo que conseguirás es la verdad y la vida, y en última instancia la aprobación y afirmación del Creador hacia tu persona. Dios dice: ‘Tú me sigues y gozas de mi favor, estoy complacido contigo’. Si Dios no dice otra cosa más que tú eres un ser creado ante Sus ojos, entonces no has vivido en vano y eres útil. Ser reconocido por Dios de este modo resulta maravilloso y no es una proeza menor. Si las personas siguen a Satanás, ¿qué obtendrán? (La destrucción). Antes de ser destruidas, ¿en qué se convertirán esas personas? (Se convertirán en demonios). Esas personas se convertirán en demonios. No importa cuántas habilidades adquieran, cuánto dinero ganen, cuánta fama y ganancia obtengan, de cuántos beneficios materiales gocen ni cuán elevado sea su estatus en el mundo secular; en su interior se volverán cada vez más corruptas, perversas y desagradables, más rebeldes e hipócritas y, en última instancia, se convertirán en fantasmas vivientes: se volverán inhumanas. Entonces, ¿cómo se ven esas personas ante los ojos del Creador? ¿Tan solo como ‘inhumanas’? ¿Cuál es la visión y la actitud del Creador hacia ese tipo de persona? Es de aversión, repulsión, detestación, rechazo y, en última instancia, de maldición, castigo y destrucción. Las personas recorren diferentes sendas y llegan a diferentes desenlaces. ¿Vosotros qué sendas elegís? (Creer en Dios y seguirlo). Optar por seguir a Dios es elegir la senda correcta: es aventurarse en la senda de la luz(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La vida solo tiene valor si se cumple bien con el deber de un ser creado). Después de leer las palabras de Dios, entendí que uno solo puede obtener la verdad y vivir conforme a una verdadera semejanza humana al creer en Dios, perseguir la verdad y cumplir bien el deber de un ser creado. Perseguir la reputación y el estatus es seguir a Satanás y, aunque uno consiga que los demás lo tengan en alta estima, eso es algo temporal, pero sigue transitando la senda hacia la destrucción. Ahora, tanto mi hija como yo cumplimos nuestros deberes y nos hemos alejado de las distintas tentaciones y la intrusión de las tendencias malvadas de la sociedad. Mi hija ya no se siente reprimida ni sufre, y yo también he conseguido sentirme tranquila y liberada en mi corazón. Los hermanos y hermanas ayudan a mi hija con amor en sus deberes; no hay engaño entre ellos y todos se tratan con sinceridad. Mi hija tenía malos hábitos y las hermanas se los señalaban con paciencia y la ayudaban; en menos de medio año, mi hija consiguió corregir muchos de ellos. A veces, mi hija percibe mis problemas y toma la iniciativa de compartir la verdad conmigo. Al ver que mi hija transita por la senda correcta y va progresando y cambiando, ¡doy gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón! Si no hubiera sido por la guía de las palabras de Dios, mi hija y yo aún estaríamos viviendo en el sufrimiento que Satanás nos causaba y habríamos seguido rebelándonos contra Dios y alejándonos cada vez más de Él, hasta que, al final, habríamos perecido junto con Satanás. ¡Gracias a Dios por salvarnos!

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