79. Ya no oculto mis defectos
En el otoño de 2023, la líder me asignó el deber de predicar el evangelio. Como no tenía experiencia predicando el evangelio, la líder me puso de compañera a una hermana para formarme. Aunque me faltaban muchas cosas, siempre que me encontraba con problemas que no podía resolver, acudía a Dios para orar y buscar, y también compartía y debatía con los hermanos y hermanas. Después de un tiempo de formación, avancé un poco. A finales de año, la líder me puso a cargo del trabajo evangélico en una iglesia. Me sentí bastante feliz, pensaba que la líder me valoraba y parecía que tenía cierta aptitud.
Una vez, fui con la hermana Han Ting a predicarle a Xiao Fang, que hace más de veinte años que creía en el Señor. Después de escuchar nuestro testimonio sobre la obra de Dios de los últimos días, nos planteó algunas nociones religiosas. Como ya me había equipado con las soluciones a esas nociones religiosas cuando escribía mis sermones, mi plática fue bastante clara y precisa. Al final, tras leer las palabras de Dios Todopoderoso, ella se convenció de la obra de Dios de los últimos días. Durante esa época, Han Ting solía decir a los demás hermanos y hermanas: “Estoy aprendiendo mucho de predicar el evangelio con Lu Xi. En el futuro, todos deberíamos predicar el evangelio exactamente como lo hace ella. Cada aspecto de la verdad se debe compartir de forma detallada para tener buena eficacia para solucionar los problemas”. Oír esas palabras de la hermana me hizo sentir muy complacida. Más tarde, durante la reunión, la líder me pidió compartir mi experiencia de haber predicado el evangelio en esa ocasión y, al ver las miradas de envidia de las hermanas que estaban presentes, mi corazón se hinchió aún más de orgullo. A partir de entonces, sentía que la opinión de los demás de que yo compartía la verdad de forma clara y detallada eran como un halo que me rodeaba, y disfrutaba de esos elogios al sentir que mi autoestima quedaba de manifiesto. Pero, después de todo, solo llevaba poco tiempo predicando el evangelio y todavía había muchos aspectos de la verdad que no entendía ni sabía compartir con claridad, así que había ciertas cosas en mi corazón que me inquietaban. Temía que no pudiera expresarme bien en el futuro y que los hermanos y hermanas me vieran entonces como alguien superficial, que no entendía muchas verdades y que entonces dejaran de pensar bien de mí. Así que me apresuré a equiparme y suplirme, y busqué las palabras de Dios, así como películas y vídeos relevantes, ya que pensaba que, si entendía más verdades, podría compartir más detalles y así lograría mantener la buena imagen que todos tenían de mí. Más adelante, cuando compartía y hablaba con el equipo sobre las preguntas de los destinatarios potenciales del evangelio, si la verdad que compartíamos en relación con sus preguntas era algo con lo que yo estaba familiarizada, compartía sin vacilar; pero, si se trataba de una verdad que no conocía y no había definido el enfoque ni el contenido de la plática, me sentía intranquila. Tenía miedo de que el fondo de mi plática careciera de detalle y claridad, que todos vieran cómo era realmente y que entonces decayera mucho esa imagen que tenían antes de mí como alguien cuya plática era clara y detallada. Recuerdo, una vez, una conversación en la que la visión de la verdad que había que compartir justo era algo que no entendía. Para evitar que todos vieran mis defectos, dejé que los demás compartieran primero. Dije: “Vamos a proponer ideas entre todos y practicar compartir juntos. Una colaboración armoniosa facilitará recibir la obra del Espíritu Santo”. Entonces, los hermanos y hermanas empezaron a compartir y debatir, y yo me apresuré a ordenar mis ideas para dar una conclusión profunda al final. Pero, como no entendía bien las verdades relevantes, mi plática fue confusa y poco práctica. Además, cuanto más hablaba, más sosa se volvía. Al ver que los hermanos y hermanas no reaccionaban, me sentí muy incómoda. Después de la reunión, me sentí intranquila durante el camino de regreso. Al pensar que estaba claro que no supe cómo compartir, pero que, para guardar las apariencias, fingí entender y me obligué a decir algo por más que no tuviera nada que decir, en mi interior, me sentí muy intranquila. Me di cuenta de que mi estado no era el correcto. Pero ignoré reflexionar sobre mí misma en cuanto empecé a estar ocupada con mi deber.
Un día, mientras estábamos predicando el evangelio, los destinatarios potenciales del evangelio plantearon muchas preguntas, y yo no podía encontrar el enfoque ni los puntos clave adecuados. Como consecuencia, mi plática fue muy desordenada y no dio fruto. Después, mi compañera, la hermana Chen Hong, señaló mis defectos. Tras oírla, me sentí muy ansiosa: “Mi hermana ha descubierto que mi plática fue desordenada. Si los miembros del equipo también se enteran, ya no me alabarán ni me admirarán como antes. No puedo dejar que los demás se enteren de este error de ninguna manera”. Más tarde, cuando me reuní con el equipo, recurrí a principios relevantes para encubrir mi problema y dije: “Al predicar el evangelio, debemos compartir en función de las dificultades o preguntas de la otra persona, pero no es posible entender al instante los problemas del destinatario potencial del evangelio, así que solo podemos tener una conversación informal. Durante esa conversación, es inevitable que nos vayamos un poco por las ramas, pero el objetivo final es identificar su problema y abordarlo de forma específica”. Cuando vi a las hermanas asentir con la cabeza, mi corazón ansioso por fin se tranquilizó. A partir de entonces, cuando predicaba el evangelio, tenía miedo de volver a cometer un error y hacer el ridículo, así que le decía a mi compañera: “Toma tú la iniciativa para hablar, lo que te dará una oportunidad para formarte y, si se te olvida algo, yo lo complementaré”. Así que escuchaba con atención desde un lado y solo hablaba cuando ya había entendido las cosas con claridad. De ese modo, podía evitar equivocarme y no se veía afectada la buena imagen que tenían de mí. Durante esa época, siempre encontraba varias excusas para ocultar mis defectos y me aterraba perder la imagen que los demás tenían de mí. Mientras caminaba, no paraba de pensar en mis posibles defectos o en los momentos del día en los que pudiera haber hecho el ridículo. Mi corazón se sentía oprimido y agotado, y tenía la mente confusa. Además, no podía compartir ningún nuevo conocimiento cuando predicaba el evangelio. Un día, leí en la Biblia que el Señor Jesús dijo: “Porque a cualquiera que tiene, se le dará más, y tendrá en abundancia; pero a cualquiera que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” (Mateo 13:12). En ese momento, finalmente entendí que, como había estado persiguiendo la fama y el estatus, Dios me había ocultado Su rostro, yo había perdido la obra del Espíritu Santo y ni siquiera podía hacer lo que había sido capaz de hacer antes. Oré a Dios: “Dios, últimamente, cuando predico el evangelio, siempre temo hacer el ridículo y he dicho muchas cosas para ocultar mis defectos. No sé qué carácter corrupto ha causado esto. Dios, te pido que me esclarezcas para poder entenderme de verdad”.
Después, leí las palabras de Dios: “La gente suelta a menudo tonterías en su vida cotidiana, cuenta mentiras, dice cosas ignorantes y necias, y se pone a la defensiva. La mayoría de estas cosas se dicen en aras de la vanidad y el orgullo, para satisfacer sus propios egos. Decir tales falsedades revela sus actitudes corruptas” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo una persona honesta puede vivir con auténtica semejanza humana). “¿Qué estados, al manifestarse, son perversos? Cuando la gente usa declaraciones altisonantes para esconder las perversas y vergonzosas intenciones que yacen en la profundidad de sus corazones, y luego hace a otros creer que esas declaraciones son muy buenas, fidedignas y legítimas, para en última instancia lograr sus motivos ocultos, ¿se trata pues de un carácter perverso? ¿Por qué se le llama a esto ser perverso y no ser falso? En cuanto al carácter y la esencia, la falsedad no es tan mala. Ser perverso es más grave que ser falso, pues es un comportamiento más pérfido y vil, y para una persona normal es más complicado calar esa manera de ser. […] Las personas perversas, que se basan en la falsedad, utilizan otros medios para encubrir sus engaños, disimular sus pecados y ocultar sus deseos egoístas, sus objetivos e intenciones secretos. Esto es la perversidad. Es más, emplean tretas diversas para atraer, tentar y seducir, logrando que obedezcas su voluntad y satisfagas sus deseos egoístas a fin de alcanzar sus objetivos. Todo esto es perverso. Constituye un auténtico carácter satánico. ¿Habéis mostrado alguna de estas conductas? ¿Qué aspectos del carácter perverso habéis mostrado en mayor grado: la tentación, la seducción, el uso de mentiras para encubrir otras mentiras? (Me parece que un poco de todo). Te parece que un poco de todo. Es decir, a nivel emocional, crees que has mostrado estas conductas y al mismo tiempo crees que no. No has podido encontrar ninguna evidencia. En tu vida diaria, pues, ¿te das cuenta si revelas un carácter perverso a la hora de lidiar con algo? En realidad, estas cosas existen en el carácter de cada uno. Por ejemplo, imagina que hay una cosa que no entiendes, pero no quieres que los demás se enteren, de modo que te vales de diversos recursos para inducirlos a pensar que sí lo entiendes. Eso se llama fraude. Esta clase de fraude es una manifestación de la perversidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El autoconocimiento es lo único que ayuda a perseguir la verdad). Las palabras de Dios me permitieron entender que, si está claro que una persona tiene muchos defectos, pero, por temor a que se dañe su imagen al exponerlos, usa pretextos positivos para encubrirse y hace que los demás crean erróneamente que lo entiende todo para ganarse su elogio y admiración, esto revela su carácter perverso. Dios expuso exactamente mi estado. Pensé en cómo, cuando antes predicaba el evangelio, había ocasiones en las que podía compartir la verdad de forma clara y detallada, lo que se debía a que había escrito sermones sobre esos temas y me había equipado con las verdades relevantes, pero no era porque tuviera una comprensión clara de todos los aspectos de la verdad. En realidad, apenas había comenzado a formarme en predicar el evangelio y aún no entendía muchas verdades relacionadas con las visiones, ni sabía cómo responder a muchas de las nociones y preguntas de los destinatarios potenciales del evangelio. Pero me preocupaba que los hermanos y hermanas vieran con claridad mi verdadera estatura y dejaran de elogiarme. Para guardar las apariencias y proteger mi reputación, usé ciertos pretextos para ocultar mis defectos y, siempre que me encontraba con un aspecto de la verdad que no entendía, ponía la excusa de proponer ideas y promover la colaboración armoniosa para que las demás hermanas hablaran primero y, luego, yo resumía al final para hacerles creer erróneamente que entendía muy bien ese aspecto de la verdad. Estaba claro que no entendía bien la verdad y que mi plática estaba desordenada. Para ocultar mis carencias, ponía excusas y decía que estaba intentando entender las preguntas de los destinatarios potenciales del evangelio, por lo que era inevitable que mi plática fuera desordenada, y usaba esto como medio para engañar a las hermanas. Para no volver a hacer el ridículo al predicar el evangelio, usaba el mismo truco. Bajo el pretexto de dejar que mi compañera se formara más, la dejaba hablar primero, lo que hacía que las hermanas creyeran que yo podía compartir bien en realidad y que simplemente les estaba dando la oportunidad de formarse. En apariencia, lo que decía parecía honesto y estaba de acuerdo con los principios, como si estuviera pensando en los demás, pero la realidad es que mi propósito era encubrir el hecho de que no entendía la verdad para proteger mi reputación. ¡Era tan siniestra y despreciable! Usé estos métodos para engañar abiertamente tanto a las personas como a Dios. ¡Era tan falsa y perversa! Al darme cuenta de esto, ya no quise seguir engañando y mucho menos quise comportarme o actuar de una manera tan artera. Me di asco a mí misma y también hice que Dios me aborreciera. Al pensar en cuando acababa de empezar a formarme en este deber, siempre que tenía defectos, podía buscar y comunicarme con mis hermanos y hermanas. Entonces, ¿por qué, después de recibir el elogio de los demás, empecé a preocuparme por poner al descubierto mis defectos? A partir de entonces, empecé a buscar pasajes relevantes de las palabras de Dios para resolver este problema.
Leí las palabras de Dios: “Muchas personas que logran algo de éxito en cierto campo en el mundo secular y se hacen famosos tienen la cabeza nublada por la fama y la ganancia, y empiezan a tenerse a ellos mismos en muy alta estima. De hecho, la admiración, el elogio, la afirmación y el reconocimiento que te otorgan otras personas son solo honores temporales. No representan la vida ni implican en lo más mínimo que alguien está caminando por la senda correcta. Son solo honores y glorias temporales. ¿Qué son estas glorias? ¿Son reales o vacías? (Vacías). Son como estrellas fugaces, resplandecen antes de desaparecer. Después de que la gente obtiene tales glorias, honores, aplausos, laureles y elogios, de todos modos tienen que regresar a su vida real y vivir como deben vivir. Algunos son incapaces de ver esto y desean que estas cosas se queden para siempre con ellos, algo que no es realista. Desean vivir en esta clase de entorno y atmósfera por cómo les hace sentir. Quieren disfrutar de esta sensación para siempre. Si no son capaces de disfrutarla, entonces empiezan a tomar la senda equivocada. Algunos usan varios métodos como la bebida o el consumo de drogas para insensibilizarse. Así es como abordan la fama y la ganancia los seres humanos que viven en el mundo de Satanás. Cuando una persona se hace famosa y recibe algo de gloria, es propensa a perder el norte, y no sabe cómo debe actuar ni qué debe hacer. Tiene la cabeza en las nubes y no puede bajar de ahí; eso es peligroso. ¿Habéis estado alguna vez en tal estado o habéis mostrado ese comportamiento? (Sí). ¿Qué es lo que causa esto? Que la gente tiene actitudes corruptas. Son demasiado vanos y arrogantes, no pueden soportar la tentación o el elogio, y no persiguen ni entienden la verdad. Creen que son únicos simplemente por un pequeño logro o gloria que reciben; creen que se han convertido en una gran persona o un superhéroe. Creen que sería un crimen no tenerlos en alta estima en vista de toda esta fama, ganancia y gloria. Las personas que no comprenden la verdad tienden a tener un alto concepto de sí mismas en cualquier momento o lugar. Cuando empiezan a pensar demasiado en ellas mismas de esa manera, ¿acaso les resulta fácil volver a bajarse de ahí? (No). La gente con un poco de sentido no tiene un alto concepto de sí misma sin motivo. Cuando todavía no han conseguido nada, no tienen nada que ofrecer y nadie del grupo les presta atención, no pueden tener un alto concepto de sí mismos, aunque quisieran. Puede que sean un poco arrogantes y narcisistas, o que les parezca que tienen algo de talento y son mejores que los demás, pero no tienden a tener un alto concepto de sí mismas. ¿Bajo qué circunstancias tienen las personas un alto concepto sobre sí mismas? Cuando otros les elogian por algún logro. Creen que son mejores que el resto, que los demás son corrientes y carecen de importancia, que solo son ellos los que poseen estatus, y que no están en la misma clase o al mismo nivel, que las otras personas, que se encuentran por encima de ellas. Así es como se enaltecen” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Los principios que deben guiar el comportamiento de una persona). Las palabras de Dios realmente me conmovieron. Yo era exactamente el tipo de persona que Dios exponía. Haciendo memoria, antes de recibir el elogio de mis hermanos y hermanas, buscaba más a menudo a Dios cuando me encontraba con problemas que no entendía y también podía compartir con mis hermanos y hermanas. Sin embargo, después de que la hermana Xiao Fang se convirtiera, todos comentaban que hablaba sobre la verdad de forma clara y detallada y que podía resolver las preguntas de los destinatarios potenciales del evangelio. Así que empecé a tener una opinión exagerada de mí misma y sentí que mi valor había aumentado de repente. Más tarde, otros destinatarios potenciales del evangelio también dijeron que hablaba sobre la verdad de forma clara y empecé a estar más convencida de que no era una persona común y corriente. Sentía que, independientemente de las nociones o preguntas que tuvieran los destinatarios potenciales del evangelio, yo debía ser capaz de compartirles soluciones y también debía compartir de forma clara y detallada, ya que solo así podría ser digna de los elogios de mis hermanos y hermanas. Así que, cuando me encontraba con preguntas que entendía y me permitían demostrar mi sabiduría, podía compartir con normalidad. Pero, cuando me encontraba con preguntas que no entendía con claridad y solo podía comunicar algunas palabras simples y vagas y no podía presumir de mi sabiduría, recurría a artimañas y trucos para ocultar mis defectos y hasta buscaba excusas para evitar compartir. Al reflexionar sobre esto, vi que, después de recibir el elogio de todos, empecé a engrandecerme y me volví renuente a dejar que mis hermanos y hermanas vieran mis defectos. Siempre llevaba una máscara en mi forma de actuar y fingía ser alguien que entendía la verdad. Todo esto era para demostrar que realmente me merecía los elogios que había recibido antes de mis hermanos y hermanas. Para aferrarme a mi reputación y estatus, vivía sumida en un gran dolor y tormento, no cumplía bien mi deber y también perdí la obra del Espíritu Santo. Vi que realmente no me centraba en mis deberes adecuados y que era verdaderamente arrogante y vanidosa. Oré en mi corazón a Dios: “Dios, ¡he sido verdaderamente necia e irrazonable! Soy solo una persona corrompida, mi estatura es lastimosamente pequeña y hay muchas verdades que no entiendo, aun así, trato de disfrazarme para fingir y aparentar, con el fin de que los demás me admiren y elogien. ¡Qué desvergonzada soy! Dios, ya no quiero que la reputación y el estatus me sigan perjudicando. Te ruego que me esclarezcas para poder entender mis problemas”.
Más tarde, para resolver la raíz del problema de disfrazarme y fingir, leí muchas de las palabras de Dios, y hubo un pasaje que realmente encajaba con mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Para los anticristos, que se les ataque y se les quite su reputación o estatus es algo incluso más grave que intentar quitarles la vida. Da igual cuántos sermones escuchen o cuántas palabras de Dios lean, no sienten tristeza o arrepentimiento por no haber practicado nunca la verdad y haber tomado la senda de los anticristos, ni por poseer la esencia-naturaleza de los anticristos. Por el contrario, siempre se devanan los sesos buscando formas de ganar estatus y mejorar su reputación. Se puede decir que todo lo que hacen los anticristos es para alardear delante de los demás, y no lo hacen ante Dios. ¿Por qué lo digo? Porque estas personas están tan enamoradas del estatus que lo tratan como su propia vida, como su objetivo en la vida. Además, como aman tanto el estatus, nunca creen en la existencia de la verdad, e incluso puede decirse que no albergan en absoluto ninguna creencia en la existencia de Dios. Por tanto, da igual cómo calculen para obtener reputación y estatus y cómo traten de usar las falsas apariencias para engañar a la gente y a Dios, en lo más profundo de su corazón no sienten ninguna consciencia o reproche, y mucho menos ansiedad alguna. En su búsqueda constante de reputación y estatus, también niegan deliberadamente lo que Dios ha hecho. ¿Por qué digo eso? En el fondo del corazón, los anticristos creen: ‘Toda la reputación y todo el estatus se obtienen mediante el propio esfuerzo. La única manera de gozar de las bendiciones de dios es logrando una posición firme entre las personas y obteniendo reputación y estatus. La vida solo tiene valor cuando la gente logra poder y estatus absolutos. Solo eso es vivir como un ser humano. Por el contrario, sería inútil vivir de la manera de la que habla la palabra de dios, someterse a la soberanía y las disposiciones de dios en todo, ponerse voluntariamente en la posición de un ser creado y vivir como una persona normal. Nadie admiraría a alguien así. El estatus, la reputación y la felicidad de una persona deben ser ganados a través de sus propias batallas, se debe luchar por ellos y acometerlos con una actitud positiva y proactiva. Nadie más te los va a dar, esperar de manera pasiva solo puede llevar al fracaso’. Así es como calculan los anticristos. Este es el carácter de los anticristos. […] Los anticristos creen firmemente en su corazón que solo con reputación y estatus tienen dignidad y son seres creados genuinos, y que solo con estatus se les recompensará y coronará, serán aptos para tener la aprobación de Dios, ganarlo todo y ser personas auténticas. ¿Cómo consideran los anticristos el estatus? Lo ven como la verdad, el objetivo más elevado que la gente debe buscar. ¿No es eso un problema? La gente que se puede obsesionar con el estatus de esta manera son auténticos anticristos. Son del mismo tipo de personas que Pablo” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, me sentí profundamente juzgada en mi corazón. Los anticristos valoran especialmente la reputación y el estatus, creen que tener estatus y que los demás los elogien y admiren hace que la vida sea digna y tenga valor, y que perder la reputación y el estatus y que los menosprecien hace que la vida sea miserable. Para proteger su reputación y estatus, no importa cuántas sean sus acciones malvadas, hacen todo lo posible por ocultarlas y usan todo tipo de métodos para embellecerse y crear una imagen grandiosa de sí mismos. Cuando me miré al espejo, vi que mis actos eran iguales que los de un anticristo. Cuando recibía los elogios y la aprobación de los hermanos y hermanas, me sentía estimada y como si mi vida tuviera valor, por lo que quería seguir disfrutando de esa sensación de que me elogiaran. Pero, en cuanto mis defectos quedaron al descubierto, temí que los hermanos y hermanas me calaran y que mi reputación estuviera en peligro, así que usé varios pretextos para encubrirme y embellecerme, con el fin de engañar y desorientar a los demás. Haciendo memoria, cuando estaba en la escuela, como sacaba buenas notas y me eligieron delegada de clase, mis compañeros me elogiaban y mis profesores decían que tenía mucho potencial académico. Yo estaba encantada y sentía que caminaba por el campus con un halo sobre la cabeza. Para mantener ese honor, me esforzaba aún más en mis estudios. Pero, cuando cometía errores en los exámenes y estaba claro que no sabía cómo responder a las preguntas, temía que mis profesores y compañeros se dieran cuenta de que no era mejor que los demás, así que mentía y decía que no había leído bien las preguntas y que había sido por descuido para que los profesores y mis compañeros pensaran que, en realidad, sí sabía responder a las preguntas y siguieran teniendo una buena opinión de mí. Ahora que había obtenido algunos resultados al predicar el evangelio y había recibido el elogio de los hermanos y hermanas, tenía mucho miedo de perder la gloria que había conseguido. Así que me devanaba los sesos para encubrir el hecho de que no entendía la verdad y hasta recurría a métodos despreciables y perversos para desorientar a los hermanos y hermanas, y los engañaba para que me admiraran y veneraran. De esta manera, me volvía cada vez más hipócrita y falsa, y vivía sin semejanza humana alguna. Vi que valoraba enormemente la fama y el estatus, que transitaba la senda de los anticristos y que, si no me arrepentía, en última instancia, Dios me revelaría y descartaría.
Más adelante, busqué una senda de práctica y leí las palabras de Dios: “¿Cómo debes practicar para ser una persona ordinaria, normal y corriente? Primero, debes negar y desprenderte de esas cosas a las que te aferras y te parecen tan buenas y valiosas, además de esas palabras bonitas y superficiales con las que los demás te admiran y elogian. Si, en tu corazón, tienes claro qué tipo de persona eres, cuál es tu esencia, cuáles son tus fallos y qué corrupción revelas, deberías comunicar esto abiertamente con otras personas, para que puedan ver cuál es tu verdadero estado, cuáles son tus pensamientos y opiniones, para que sepan qué conocimiento tienes de esas cosas. Hagas lo que hagas, no finjas ni coloques una fachada, no ocultes a los demás tu propia corrupción y tus defectos para que nadie los conozca. Este tipo de falso comportamiento es un obstáculo en tu corazón, y se trata también de un carácter corrupto, y puede impedir que la gente se arrepienta y cambie” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). “Debes buscar la verdad para resolver cualquier problema que surja, sea el que sea, y bajo ningún concepto simular o dar una imagen falsa ante los demás. Tus defectos, carencias, fallos y actitudes corruptas… sé totalmente abierto acerca de todos ellos y compártelos. No te los guardes dentro. Aprender a abrirse es el primer paso para la entrada en la vida y el primer obstáculo, el más difícil de superar. Una vez que lo has superado, es fácil entrar en la verdad. ¿Qué significa dar este paso? Significa que estás abriendo tu corazón y mostrando todo lo que tienes, bueno o malo, positivo o negativo; que te estás descubriendo ante los demás y ante Dios; que no le estás ocultando nada a Dios ni estás disimulando ni disfrazando nada, libre de mentiras y falsedades, y que estás siendo igualmente sincero y honesto con otras personas. De esta manera, vives en la luz y no solo Dios te escrutará, sino que otras personas podrán comprobar que actúas con principios y cierto grado de transparencia. No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer las palabras de Dios, se me alegró el corazón. Llevaba poco tiempo formándome en predicar el evangelio, así que era imposible que entendiera todos los aspectos de la verdad. Incluso si usaba medios despreciables para mantener mi reputación, ¿qué lograría realmente con ello? Me había ganado ese tipo de prestigio mediante el engaño y carecía de integridad y dignidad, lo que me había llevado a vivir de forma oscura y sórdida. Además, al disfrazarme y fingir, solo podía engañar a las personas temporalmente. Con el tiempo, los hermanos y hermanas acabarían discerniéndome y llegarían a ver mi verdadera estatura con claridad. Al aparentar y fingir de ese modo, no solo no podía suplirme de la verdad y crecer, sino que, más importante aún, ofendía a Dios y hacía que me detestara. Dios había dispuesto esta situación para revelar mis defectos, con la esperanza de que enfrentara mis problemas de manera correcta, que me comportara y actuara con los pies en la tierra y que hablara con sinceridad y buscara y compartiera con los hermanos y hermanas cuando no entendiera algo. Solo al vivir de esta manera puedo vivir con integridad y dignidad, comportarme y actuar con rectitud, ganarme el respeto de los hermanos y hermanas y obtener la aprobación de Dios. Pensándolo bien, aunque antes había obtenido ciertos resultados al predicar el evangelio, todo se debía al esclarecimiento y a la guía del Espíritu Santo, y no había nada de lo que pudiera alardear. No tenía sentido de la razón ni conocía mi propia talla y, aun así, quería que los demás me elogiaran y admiraran constantemente. ¡Era completamente arrogante y desvergonzada! Ahora entiendo que, al vivir ante Dios como una persona honesta y afrontando mis defectos con franqueza, puedo conseguir con facilidad que Dios me guíe. Aún hay muchas verdades que no entiendo y, de ahora en adelante, debo equiparme y suplirme sin cesar al cumplir mi deber. De esta manera, entenderé la verdad con cada vez mayor claridad y cumpliré mi deber de una forma más acorde al estándar. Después, cuando vi a mis hermanas, me sinceré y les conté cómo me había estado disfrazando antes. Asimismo, les dije que la razón por la que antes había predicado el evangelio y compartido la verdad con claridad era que había escrito sermones sobre esos aspectos y que, en el futuro, necesitaría que todas colaboraran conmigo y me complementaran al predicar el evangelio. Las hermanas asintieron cuando me oyeron decir esto. Mi corazón se sintió mucho más tranquilo.
Una vez, estaba compartiendo con la hermana Liu Xin para resolver las nociones de una potencial destinataria del evangelio y sabía que debía compartir la verdad sobre la encarnación de Dios, pero no tenía un enfoque claro sobre cómo compartir de forma que resolviera la raíz del problema de manera clara y esclarecedora. Así que me preocupaba que Liu Xin me calara y pensara que era igual a todos los demás. Para ocultar mis defectos, pensé: “¿Y si pongo una excusa y le digo a Liu Xin que solo compartiré una idea general, sin entrar en muchos detalles, ya que, si lo hago, eso podría limitar sus pensamientos? De ese modo, Liu Xin no se dará cuenta de que, en realidad, no sé compartir con claridad este aspecto de la verdad”. En ese momento, me di cuenta de que estaba a punto de volver a idear otro pretexto elegante para ocultar mis defectos y, aunque eso me permitiera guardar las apariencias y satisfacer mi vanidad de forma momentánea, no me permitiría entender las verdades relevantes ni liberarme de las ataduras de la reputación y el estatus. Así que oré a Dios, me rebelé contra mí misma y hablé con Liu Xin de forma sincera. Después, leímos pasajes relevantes de las palabras de Dios, vimos una película para equiparnos con la verdad y compartimos y leímos las palabras de Dios con la destinataria potencial del evangelio. Al final, ella aceptó la obra de Dios de los últimos días. Me sentí mucho más liberada y tranquila al no tener que recurrir a trucos para disfrazarme. Aunque mi orgullo no se vio satisfecho, pude buscar la verdad y entrar en ella junto con mi hermana, y no solo llegué a obtener cierta comprensión de la verdad de las visiones, sino que también obtuve buenos resultados al predicar el evangelio.
Después, practiqué conscientemente la verdad y, cuando volvía a tener defectos y carencias al predicar el evangelio, oraba a Dios, me sinceraba y me exponía ante los hermanos y hermanas, y escuchaba sus sugerencias. Llegué a sentir que vivir así es honesto y digno. Durante toda esta experiencia, al confiar en Dios, compartí algunos conocimientos nuevos y obtuve una comprensión cada vez mayor de la verdad. Sentí lo que Dios dijo: “No necesitas ningún método para proteger tu reputación, imagen y estatus, ni necesitas encubrir o disfrazar tus errores. No es necesario que hagas estos esfuerzos inútiles. Si puedes dejar de lado estas cosas, estarás muy relajado, vivirás sin limitaciones ni dolor y completamente en la luz” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). ¡Gracias a Dios Todopoderoso!