13. Ya no me preocupo por el matrimonio de mi hijo
Nací en una familia campesina en la década de 1960. Mis padres se levantaban antes del amanecer y trabajaban hasta la noche para ganar dinero a fin de que mi hermano mayor pudiera construir una casa y casarse. Estaban muy exhaustos. Bajo el condicionamiento y la influencia de mis padres, yo creía que hacerse cargo de los matrimonios de los hijos era responsabilidad de los padres. Mi esposo y yo tuvimos un hijo después de casarnos y le dije a mi marido: “Ganemos algo de dinero mientras aún somos jóvenes. Tenemos que comprar una casa para él, por lo menos”. Luego, mi esposo aceptó la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Tiempo después, la policía lo persiguió por asistir a reuniones y cumplir su deber. Se vio obligado a irse de casa y huir. Dos años después, yo también acepté la obra de Dios de los últimos días. Como el oficial de la Federación de Mujeres del vecindario iba constantemente a casa para preguntar sobre el paradero de mi esposo, no podía creer en Dios ni cumplir mi deber allí. No tuve otra opción que irme de casa yo también. Desde entonces, mi esposo y yo tuvimos que desarraigarnos de nuestro pueblo y comenzamos nuestras vidas en el exilio, sin poder regresar a casa.
Los días pasaron volando. En un abrir y cerrar de ojos, mi hijo, con más de 20 años, ya estaba en edad de casarse. En febrero de 2013, mi esposo y yo aprovechamos una oportunidad fortuita y regresamos a casa en secreto. Nuestro hijo nos habló de su matrimonio y dijo que ya había encontrado pareja. Los padres de su pareja estaban ansiosos por arreglar el casamiento. Le dijeron a mi hijo: “Sabemos que tu familia no tiene dinero. No queremos el precio de la novia, ¡pero por lo menos tienes que comprar una casa! Sin una casa, ¿cómo van a vivir?”. Cuando oí a mi hijo decir esto, me preocupé mucho. Como el PCCh nos buscaba a mi esposo y a mí, durante años habíamos estado lejos de casa, huyendo y cumpliendo nuestro deber, y no pudimos salir a trabajar para ganar dinero. No teníamos forma de conseguir dinero para comprar una casa. Cuando vi que mi hijo suspiraba y gimoteaba, yo también me preocupé, me puse nerviosa y pensé: “Si el matrimonio de mi hijo no se lleva a cabo porque no podemos conseguir el dinero, ¿no se quejará de mí? Cuando los hijos de otras personas se casan, los padres siempre ahorran para comprarles autos y casas; sin embargo, yo no pude juntar el dinero y no había cumplido bien con mi responsabilidad de madre. ¿Cómo podía explicárselo a mi hijo? Sentía que no podía mantener la cabeza alta frente a él y no podía justificarme”. Cuanto más lo pensaba, más me preocupaba. ¿Qué haría con respecto al matrimonio de mi hijo? Una vez, mi suegra nos dijo a mi esposo y a mí: “Tienen que pensar en su hijo. Miren el casamiento del hijo de nuestro vecino. Ellos compraron una casa para su hijo y le pagaron a la familia de la novia decenas de miles de yuanes como precio por ella. Y luego mira a tu prima. Cuando su hijo se casó, le compró una casa y pagó un precio de la novia de más de cien mil yuanes. La familia de la pareja del hijo de ustedes es realmente considerada. No quieren que nuestra familia pague un precio por la novia, sino solamente que pague un adelanto para comprar una casa. Su familia no habrá criado una hermosa hija para nada, ¿verdad? Además, los dos hacen buena pareja. Si el matrimonio de su hijo no resulta porque no podemos reunir el dinero, ¿no sería una pena? ¡La gente se reiría de nosotros!”. Después de oír el discurso de mi suegra, me sentí angustiada, como si me hubieran apuñalado en el corazón. Las lágrimas me rodaban sin control por el rostro. Recordé que, cuando mi hijo tenía 8 meses de vida, mi esposo se fue de casa porque lo perseguía el PCCh, así que nunca pudo disfrutar el amor de su padre. Luego, yo también tuve que irme de casa porque mi seguridad estaba en riesgo, así que estuvimos más tiempo separados de él que acompañándolo. Yo no lo había visto desde que tenía trece años. Todo ese tiempo, dependió de sus abuelos. Ahora, necesitaba dinero para casarse, pero yo no podía reunirlo. No había cumplido bien ninguna de mis responsabilidades. Cuanto más lo pensaba, más sentía que había defraudado a mi hijo. Como madre, era una incompetente. Mi hijo era digno de lástima por haberle tocado nacer en nuestra familia. Si no hubiera sido por las detenciones y la persecución del PCCh, no habríamos tenido que escondernos y, de una forma u otra, habríamos podido ganar algo de dinero para nuestro hijo. Pensé en pedirles dinero prestado a mis hermanos mayores, a fin de poder pagar el adelanto para comprar una casa y evitar las habladurías de mi suegra, familiares y amigos. Pero luego, lo pensé mejor. Si pidiera prestado el dinero, tendría que trabajar para devolverlo y no podría cumplir mi deber. Era responsable del trabajo de muchas iglesias. Si abandonaba mi deber para ganar dinero, ¿no sería una traición a Dios? Pero mi hijo seguía necesitando dinero para casarse. ¿Dónde podría conseguir tanto? Vivía sumida en un dilema. Angustiada, me presenté a orar ante Dios: “Dios mío, frente al matrimonio de mi hijo, en verdad no sé qué hacer. Sé que no puedo abandonar mi deber. No puedo traicionarte a fin de ganar dinero para que mi hijo se pueda casar. Pero mi estatura es demasiado escasa y su matrimonio me limita. Estoy dispuesta a encomendártelo y a acudir a Ti al respecto. Dios mío, te ruego que me ayudes a no traicionarte por el matrimonio de mi hijo”. Después de orar, sentí mucha calma en el corazón.
Regresé al lugar en el que cumplía mi deber. En apariencia, todos los días estaba ocupada encargándome del trabajo de la iglesia. Sin embargo, en cuanto pensaba en el matrimonio de mi hijo, sentía tormento en el corazón. Temía que su matrimonio no se celebrara porque yo no tenía nada de dinero. Me sentía muy angustiada y abatida. Creía que estaba en deuda con mi hijo. Durante ese tiempo, no comía ni dormía bien. Estaba ansiosa y alterada, me dolían los dientes y tenía la garganta irritada. A veces, durante las reuniones, mi mente divagaba y sin querer me ponía a pensar en qué haría con respecto al matrimonio de mi hijo. Me sentía siempre somnolienta e incapaz de mejorar mi ánimo. La hermana con la que colaboraba vio que mi estado no era bueno y que no estaba llevando una carga en mi deber como antes. Habló conmigo sobre cómo había sido su experiencia con su hijo. También dijo que, cuando estuvo lejos de casa, su hijo había aprendido a vivir de forma independiente y también había encontrado pareja. Todo esto se encuentra bajo la soberanía de Dios. Después de escuchar la plática de mi hermana, pensé: “Eso es porque tu hijo ha encontrado una buena pareja”. Luego, de tanto en tanto seguía sintiéndome limitada. Si el matrimonio de mi hijo no se realizaba, mi corazón no estaría en calma por el resto de mi vida. Vivía constantemente en medio del dolor y el tormento. Sentía como si una roca me aplastara el corazón. En ese momento, leí un pasaje de las palabras de Dios y mi corazón se sintió un poco liberadao. Dios dice: “El matrimonio es una importante coyuntura en la vida de una persona. Es el producto de su sino y un vínculo crucial en el mismo; no se fundamenta en la voluntad o las preferencias individuales de cualquier persona, y no está influenciado por ningún factor externo, sino que está determinado totalmente por los porvenires de las dos partes, por los arreglos y las predeterminaciones del Creador relativos a los sinos de ambos miembros de la pareja” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). Por las palabras de Dios comprendí que el porvenir de una persona lo dispuso Dios hace mucho tiempo. Sobre todo en el caso del matrimonio, que también ha sido ordenado por Dios y al que no afectan las condiciones externas. Si Dios ha ordenado que mi hijo y su pareja formen una familia, entonces nada podrá separarlos. Pero si no debe ser así, al final, el matrimonio no prosperará. Que prospere o no, está en manos de Dios y no depende del dinero que yo invierta. En el pasado, sabía que Dios ordena el matrimonio de forma doctrinal. Sin embargo, cuando me enfrenté al matrimonio de mi hijo, pensé que sin dinero no podría casarse con su pareja. Cuando la hermana con la que colaboraba compartió su experiencia y la soberanía de Dios conmigo, en mi corazón, no lo creí. Pensé que se debía a que su hijo había tenido buena suerte. El mío, en cambio, no podría casarse sin dinero. En especial, cuando veía que cada vez más hijos de familias pobres no pueden encontrar esposa en la sociedad de hoy, se reforzaba mi pensamiento de que uno no puede casarse sin dinero. El matrimonio de mi hijo me estresaba tanto que no podía comer ni dormir bien, y ni siquiera tenía motivación para cumplir mi deber. Mi corazón solo se esclareció después de leer las palabras de Dios. Comprendí que todo el matrimonio está ordenado por Dios. Mi hermana mayor es un ejemplo. Ella tiene mucho dinero, pero su nieto no pudo encontrar una esposa por mucho que hiciera. En cambio, una familia que yo conocía había tenido varios varones. No tenían nada de dinero, pero todos ellos encontraron esposa. Esto sucede a menudo. Las palabras de Dios son absolutamente ciertas. El matrimonio lo ordena Dios, no lo determina el dinero. Yo creía en Dios pero no veía las cosas de acuerdo con Sus palabras y no creía en Su soberanía; incluso seguía las tendencias de los no creyentes, sin una pizca de fe en Dios. ¿Esa no es la opinión de un incrédulo? Dios ordena el matrimonio. No tiene nada que ver con el entorno familiar ni con factores externos. No era, como yo pensaba, que con dinero el matrimonio de mi hijo sería exitoso, y sin dinero, no. Cuando comprendí esto, mi corazón se sintió de repente claro y radiante. También pude desligarme un poco del matrimonio de mi hijo.
Luego, reflexioné: ¿Por qué constantemente sentía que había defraudado a mi hijo y tenía el corazón intranquilo? Leí estas palabras de Dios: “Satanás ha corrompido profundamente a las personas que viven en esta sociedad real. Independientemente de si han recibido formación o no, una gran parte de la cultura tradicional está arraigada en sus pensamientos e ideas. En particular, las mujeres deben atender a sus maridos y criar a sus hijos, ser buenas esposas y madres cariñosas, dedicar su vida entera a sus maridos e hijos y vivir para ellos, asegurarse de que la familia tome tres comidas completas al día, lavar la ropa, limpiar la casa y hacer bien todas las otras tareas domésticas. Este es el estándar aceptado para ser una buena esposa y una madre afectuosa. Las mujeres también piensan que las cosas deberían hacerse de esta manera; si las hacen de otro modo, no son buenas mujeres e infringen la conciencia y los criterios de moralidad. Infringir estos criterios morales pesará mucho en la conciencia de algunas; sentirán que han decepcionado a sus maridos e hijos y que no son buenas mujeres. Pero una vez que creas en Dios y hayas leído muchas de Sus palabras, entendido algunas verdades y calado algunos asuntos, pensarás: ‘Soy un ser creado y debería cumplir mi deber como tal y esforzarme por Dios’. En este momento, ¿hay algún conflicto entre ser una buena esposa y una madre amorosa y cumplir tu deber como ser creado? Si quieres ser una buena esposa y una madre cariñosa, no puedes dedicar todo tu tiempo a cumplir tu deber, pero si quieres dedicarte por completo a cumplir tu deber, no puedes ser una buena esposa y una madre afectuosa. ¿Qué haces en ese caso? Si eliges cumplir bien tu deber, encargarte del trabajo de la iglesia y ser leal a Dios, debes renunciar a ser una buena esposa y una madre amorosa. ¿Qué pensarías en esta situación? ¿Qué tipo de desacuerdo surgiría en tu mente? ¿Sentirías que has decepcionado a tus hijos y a tu marido? ¿De dónde proviene este sentimiento de culpa y desasosiego? Cuando no cumples bien el deber de un ser creado, ¿sientes que has decepcionado a Dios? No tienes ningún sentimiento de culpa o reproche porque no hay el más ligero indicio de la verdad en tu corazón y en tu mente. Por tanto, ¿qué es lo que entiendes? La cultura tradicional y ser una buena esposa y una madre cariñosa. De esta manera, surgirá en tu mente esta noción: ‘Si no soy una buena esposa y una madre afectuosa, no soy una mujer buena ni decente’. A partir de ese momento, esta noción te atará y te encadenará, y seguirá siendo así incluso después de que creas en Dios y cumplas tu deber. Cuando haya un conflicto entre cumplir tu deber y ser una buena esposa y una madre amorosa, aunque tal vez elijas de mala gana cumplir tu deber, pues quizá tienes un poco de lealtad, seguirás sintiéndote desasosegada y culpable en el corazón. Por tanto, cuando tengas un poco de tiempo libre mientras cumplas tu deber, buscarás la oportunidad de cuidar de tus hijos y de tu marido, querrás compensarlos aún más y pensarás que eso está bien, aunque debas sufrir más, con tal de tener la conciencia tranquila. ¿Acaso no proviene todo esto de la influencia de las ideas y las teorías de la cultura tradicional sobre ser una buena esposa y una madre cariñosa?” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). Las palabras de Dios dejaron en evidencia para nosotros el pensamiento y visión erróneos sobre ser “una buena esposa y madre amorosa”. La cultura tradicional exigía a las mujeres “atender a su esposo, criar a sus hijos y ser una buena esposa y madre amorosa”, y que debían sacrificar todo por su esposo e hijos. Todos pensaban que este era el estándar para ser una mujer competente. De lo contrario, no se trataba de una buena mujer ni una buena madre. Cuando era joven, veía cómo mis padres se levantaban antes del amanecer y trabajaban hasta la noche a fin de ganar dinero para que mi hermano mayor pudiera casarse. No importaba cuánto hubieran sufrido o cuán exhaustos estuvieran, aún así debían llevar esta carga. Entonces, yo creía que, como padres, teníamos que criar a nuestros hijos hasta la adultez, verlos casados y ayudarlos a establecer sus carreras. Solo de esa forma podríamos cumplir nuestra responsabilidad paterna y seríamos dignos de ser considerados buenos padres. Al vivir de acuerdo con este pensamiento y con esta perspectiva, sentía que no era una madre calificada. Cuando mi hijo era pequeño, tuve que huir de la persecución del gran dragón rojo y no pude estar con él ni cuidarlo. Cuando creció y estaba por casarse y necesitaba comprar una casa, yo, como madre, no pude reunir el dinero ni ayudarlo en lo más mínimo. Por ello, me sentía en deuda con él. Incluso había pensado abandonar mi deber para ganar dinero y que mi familia y amigos no se rieran y mi hijo no se quejara de mí. La perspectiva de ser “una buena esposa y madre amorosa” controlaba mis pensamientos y guiaba mi comportamiento. Sentía angustia porque no podía complacer a mi hijo, e incluso me quejaba de Dios y lo malinterpretaba en mi corazón. Estaba atrapada y limitada por el matrimonio de mi hijo y sufría horriblemente. Ni siquiera podía cumplir mi deber con la mente tranquila. Vi que la idea cultural tradicional de ser “una buena esposa y madre amorosa” era en realidad un grillete que ataba a las personas. Solo hace que las personas eviten a Dios y lo traicionen. Después de tener algo de entendimiento sobre mi propia perspectiva, continué buscando en las palabras de Dios.
Un día, leí estas palabras de Dios: “El hecho de que podamos creer en Dios es una oportunidad que Él ofrece; Él así lo decreta y es Su gracia. Por tanto, no es necesario que cumplas tus obligaciones o responsabilidades hacia nadie más; solo deberías cumplir tu deber hacia Dios como ser creado. Esto es lo que la gente debe hacer por encima de cualquier otra cosa, la acción principal que se debe llevar a cabo como asunto primordial de la vida de cada uno. Si no cumples bien tu deber, no eres un ser creado cualificado. A ojos de otros, es posible que seas una buena esposa y una madre cariñosa, una ama de casa excelente, una buena hija y un miembro destacado de la sociedad, pero ante Dios eres alguien que se rebela contra Él, que no ha cumplido en absoluto su obligación o deber, que aceptó Su comisión, pero no la completó, y que se rindió a mitad de camino. ¿Puede alguien así ganar la aprobación de Dios? Este tipo de personas no tiene ningún valor” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). “Además del nacimiento y la crianza, la responsabilidad de los padres en la vida de sus hijos consiste solo en proveerles externamente un entorno para que crezcan en él, eso es todo, porque nada excepto la predestinación del Creador tiene influencia sobre el porvenir de una persona. Nadie puede controlar qué clase de futuro tendrá una persona; se ha predeterminado con mucha antelación, y ni siquiera los padres de uno pueden cambiar su porvenir. En lo que respecta a este, todo el mundo es independiente y tiene el suyo propio. Por tanto, los padres no pueden para nada obstaculizar el porvenir de uno ni presionarlo en lo más mínimo en lo que respecta al papel que desempeña en la vida. Podría decirse que la familia en la que uno está destinado a nacer y el entorno en el que crece no son nada más que las condiciones previas para cumplir su misión en la vida. No determinan en modo alguno el sino de la persona en la vida ni la clase de sino en el que cumplirá su misión. Y, por tanto, los padres no pueden ayudarle en el cumplimiento de su misión en la vida ni tampoco puede ningún familiar ayudarle a asumir su papel en la vida. Cómo cumple uno su misión y en qué tipo de entorno de vida desempeña su papel está totalmente determinado por el sino de uno en la vida. En otras palabras, ninguna otra condición objetiva puede influenciar la misión de una persona, que es predestinada por el Creador. Todas las personas maduran en el entorno particular en el que crecen, y después poco a poco, paso a paso, emprenden sus propios caminos en la vida y cumplen los sinos planeados para ellas por el Creador. De manera natural e involuntaria entran en el inmenso mar de la humanidad y asumen sus propios puestos en la vida, donde comienzan a cumplir con sus responsabilidades como seres creados en aras de la predestinación y la soberanía del Creador” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). A partir de las palabras de Dios comprendí que poder creer en Él y cumplir deberes es una oportunidad que Él me da. También es la gracia de Dios. Cumplir el deber de un ser creado es la mayor prioridad en la vida de una persona. Es más importante que cualquier otra cosa. Si solo cumplo mis responsabilidades como madre para satisfacer a mi hijo, los demás me verán como una buena esposa y una madre amorosa; sin embargo, si no cumplo bien los deberes de un ser creado, no mostraré ninguna lealtad a Dios y eso sería rebelarme contra Él. También comprendí que cada persona tiene su propia misión y que el porvenir de cada uno es independiente. Aunque di a luz a mi hijo, el porvenir que tenga está en manos de Dios. Los padres no lo afectan para nada. Nadie puede cambiar cuántos sufrimientos o bendiciones experimentará una persona en su vida, qué clase de familia o matrimonio tendrá, en qué entorno crecerá, o qué experimentará. Los padres tienen aún menos incidencia en ello. Todo lo ordena Dios. Cuando comprendí esto, pude desligarme del matrimonio de mi hijo y ya no sentí que lo había defraudado. Pude dejar que las cosas siguieran su curso. Luego, dije a mi hijo: “Dios ordena el matrimonio, y tanto su éxito como su fracaso están en Sus manos. No importa cuánto dinero les demos. No pienses tanto en el matrimonio. Cuando sea momento de casarte, no podemos prever cómo lo dispondrá Dios. Debemos aprender a esperar Su tiempo. Como dice el proverbio: ‘Si es tuyo, nadie puede quitártelo. Si no es tuyo, no podrás quitárselo a nadie’”. Después de un tiempo, mi hijo ya no estaba tan nervioso y dejó de mencionar el asunto de que le compráramos una casa. Su matrimonio ya no me preocupaba y pude sosegar mi corazón al cumplir mis deberes. Mi corazón se sintió mucho más liberado.
Varios meses después, mi hijo me llamó por teléfono y me dijo con alegría: “Mamá, es increíble. Compré una casa. No tuve que pagar un adelanto. Mi colega necesitaba dinero con urgencia porque lo transfieren a trabajar al sur, así que me la vendió por 300.000 yuanes. Pedí prestados 400.000 yuanes al banco, que alcanzan incluso para decorarla. Tendré que devolver poco más de 1.000 yuanes por mes. ¡Así que mi problema de la casa se resolvió sin contratiempos, de golpe!”. Cuando recibí estas noticias, rebosaba de felicidad. Agradecía a Dios constantemente. Un año después, mi hijo y su pareja organizaron su boda con dinero que habían ahorrado del trabajo. No tuvimos que preocuparnos ni gastar un centavo. Mi hijo también nos dio un poco de dinero de bolsillo para resolver las dificultades que teníamos al cumplir nuestros deberes. ¡Lo que menos esperaba era que mi hijo también comenzara a creer en Dios Todopoderoso! A través de esta experiencia, vi las maravillosas obras de Dios y también cómo el matrimonio, el corazón y el espíritu de una persona están en Sus manos.
Luego, leí otro pasaje de las palabras de Dios y comprendí cómo deben tratar los padres a sus hijos adultos. Dios Todopoderoso dice: “Dios determina el porvenir de cada persona; por tanto, nadie puede por sí mismo predecir ni cambiar la cantidad de bendiciones o sufrimientos que experimenta en la vida, el tipo de familia, el matrimonio o los hijos que tenga, las experiencias que viva en la sociedad y los acontecimientos que vivencie en su existencia, y los padres tienen todavía menos capacidad para cambiarlos. Por consiguiente, si los hijos se encuentran con alguna dificultad, en caso de que los padres tengan la habilidad para hacerlo, deben ayudarlos de forma positiva y proactiva. Si no, mejor que se relajen y contemplen estos asuntos desde la perspectiva de seres creados y, de la misma manera, traten a sus hijos como seres creados. Ellos deben experimentar tu mismo sufrimiento, vivir tu vida, también atravesarán el mismo proceso que tú has vivenciado al criar a niños pequeños, así como los vericuetos, fraudes y engaños que experimentas en la sociedad y entre la gente, los enredos emocionales y los conflictos interpersonales, y cualquier cosa similar que hayas experimentado. Ellos, como tú, son todos seres humanos corruptos llevados por las corrientes de la maldad, los ha corrompido Satanás; no puedes escapar de tal cosa y ellos tampoco. Por tanto, pretender ayudarlos a evitar todo sufrimiento y disfrutar de todas las bendiciones del mundo es una ilusión tonta y una idea estúpida. Da igual lo amplias que puedan ser las alas de un águila, no pueden proteger a los jóvenes aguiluchos toda su vida. Llegarán a un punto en el que crezcan y vuelen solos. Cuando la joven ave elige volar sola, nadie sabe en qué tramo de cielo o dónde elegirá hacerlo. Por tanto, la actitud más racional para los padres después de que crezcan sus hijos es la de desprenderse, dejar que experimenten la vida por sí mismos, permitirles vivir de manera independiente y afrontar, manejar y resolver por su propia cuenta los diversos desafíos de la existencia. Si buscan tu ayuda, y tienes la capacidad y las condiciones para dársela, por supuesto, puedes echarles una mano y aportarles la ayuda necesaria. Sin embargo, debes entender un hecho: sin importar la ayuda que les proporciones, ya sea financiera o psicológica, solo puede ser temporal y no puede cambiar ningún problema sustancial. Deben transitar su propia senda en la vida y no tienes la obligación de cargar con ninguno de sus asuntos o sus consecuencias. Esta es la actitud que los padres deben tener hacia sus hijos adultos” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (19)). Las palabras de Dios me hicieron comprender que, después de que los padres traen al mundo a los hijos y los crían hasta la edad adulta, sus responsibilidades están cumplidas. Luego, deben dejarles marchar y permitir que forjen su propio camino en el mundo y que caminen su propia senda en la vida. Deben permitir que los hijos experimenten la vida por su cuenta y que enfrenten y resuelvan de forma autónoma los diversos problemas que encuentren en la vida. Cuando los hijos tienen dificultades, si los padres tienen las condiciones y la capacidad, pueden darles una mano para ayudarlos a resolver dificultades reales. Si los padres no están en las condiciones adecuadas, deben dejar que las cosas sigan su curso. Todo el mundo transita la trayectoria ordenada por Dios, y los padres no pueden influir para nada en el porvenir de sus hijos. En cuanto al matrimonio de mi hijo, aunque le hubiera dado el dinero para casarse, solo le habría solucionado un problema temporal. No habría resuelto la cuestión de si el matrimonio sería exitoso o no. Por más amplias que sean las alas de un águila, no pueden proteger a sus aguiluchos de por vida. Cuando los hijos llegan a adultos, cumplen su misión de acuerdo con la soberanía de Dios y lo que Él ordena. Nadie puede cambiar el sufrimiento y el refinamiento que van a experimentar en sus vidas. También comprendí que todos, tanto padres como hijos, tienen su propia misión. Todos deben perseguir la verdad y la salvación. Dentro del tiempo limitado que tienen, deben dedicar su tiempo y esfuerzo a cumplir con su deber y completar su misión. Esta es la única cosa que tiene valor y significado. Si para satisfacer las expectativas y demandas de sus hijos, los padres sienten preocupación y ansiedad, o trabajan incansablemente como esclavos de sus hijos, abandonando sus propios deberes, esa vida no tiene sentido ni valor. Por mucho que se esfuercen, no podrán ser recordados por Dios ni cambiar el porvenir de sus hijos. Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se sintió muy iluminado. Ahora sabía cómo tratar a mi hijo. Si podía, lo ayudaría cuando tuviera dificultades, pero si no podía, lo dejaría estar. Le permitiría experimentar la vida por su cuenta. Debo cumplir bien mi deber al máximo de mis posibilidades y retribuir el amor de Dios. Esta es la responsabilidad que tengo que cumplir.
La cultura tradicional me influenciaba y ataba, y sufría mucho intentando ser una buena esposa y una madre amorosa. Las palabras de Dios me liberaron de mi dolor y me ayudaron a encontrar una dirección y una senda de práctica. Ahora tengo principios según los cuales tratar a mi hijo y me siento liberada y libre. ¡Gracias a Dios!