36. Cumplir bien con mi deber es la misión que Dios me ha encomendado
Mi familia no era muy adinerada. Cuando era muy pequeña, mi padre trabajaba lejos de casa para ganar dinero y poder pagarnos los estudios a mi hermano menor y a mí. Vivía de forma austera y no descansaba ni siquiera cuando se enfermaba. Como era muy joven e ingenua, creía que mi padre sufría mucho para criarnos, así que me propuse ser buena hija cuando creciera. Aunque era joven, ayudaba a mis padres con las tareas del hogar en todo lo que podía, lavaba la ropa, cocinaba y cuidaba de mi hermano. Nuestros vecinos me alababan y decían: “¡Qué joven tan sensata y trabajadora!”. Cuando crecí, solo me guardaba un poco de dinero para mis gastos cada mes y le daba el resto de mis ingresos a mis padres. Además, solía comprarles ropa, comida y otras cosas básicas que necesitaban. A veces, mi padre se ponía la ropa nueva que yo le compraba y les decía felizmente a sus familiares y vecinos: “¡Miren, vean lo que me ha comprado mi hija!”. Ver a mis padres tan felices también me ponía muy alegre.
En 2009, encontré a Dios y, con el tiempo, asumí un deber en la iglesia. En aquel entonces, el lugar donde cumplía mi deber estaba cerca de casa, así que podía visitar a mis padres a menudo. En 2013, la policía del PCCh se enteró de mi fe y fue a mi casa a arrestarme, por lo que ya no pude volver a casa. En noviembre de 2017, me enteré de que mi padre había tenido un accidente de tráfico y se había fracturado la muñeca. Al oír esto, no podía tranquilizarme y quería ir a casa para ver a mi padre. También me enteré de que el conductor que lo había atropellado se negaba a asumir la responsabilidad y que tendrían que ir a juicio. Me preocupé mucho y pensé: “Mi hermano no está en casa y mi madre tiene que cuidar de mi padre mientras se ocupa de todo esto. ¿Será capaz de lidiar con todo? Si estuviera en casa, podría ayudar a cuidar de mi padre. Sin embargo, aunque haya sucedido un incidente tan grave, no puedo compartir su carga”. Me sentía muy en deuda con ellos y realmente quería regresar a casa para cuidar de mi padre, pero tenía miedo de que me arrestaran, así que no me atrevía a volver sin pensarlo bien. Pero luego pensé: “Si no visito a mi padre en el hospital, ¿no me regañarán mis familiares y amigos por carecer de humanidad y conciencia?”. Estaba muy afligida y lo único que quería era volver a casa. Así que trabajé horas extras para terminar mis tareas y, el día 29 del duodécimo mes lunar, me arriesgué a volver a casa.
Cuando llegué, ya habían dado de alta a mi padre del hospital y, al ver que estaba recuperándose bien, por fin me sentí tranquila. Mi padre se alegró mucho al verme, pero, poco después, se le ensombreció el rostro de la preocupación, ya que la policía había llamado a mi padre unas horas antes para pedirle que regresara a nuestro pueblo natal para interrogarlo sobre mi fe. Frente al acoso de la policía, nuestra familia se sintió muy reprimida e impotente. Después de que mi padre se fuera, mi madre me contó que la comisaría había estado llamando a casa varias veces al año para preguntar por mi paradero y que iban a menudo a casa de mis abuelos a hostigarlos. También me dijo que, en cada Año Nuevo y festividad, la policía preguntaba si yo había vuelto a casa. Me enojó muchísimo oír esto de mi madre. No esperaba que la policía hubiera estado buscándome durante todos esos años desde que dejé mi hogar y que hasta hostigaran a mis padres en Año Nuevo. Pero, al mismo tiempo, tenía miedo de que la policía viniera a arrestarme a casa y me sentí en constante tensión durante los dos días que pasé allí. Quería esperar a que mi padre regresara para poder verlo de nuevo, pero, al tercer día, aún no había vuelto. Me sentí muy inquieta y pensé que, cuanto más tiempo me quedara en casa, mayor sería el peligro, así que me fui sin demora. Cuando regresé al lugar donde cumplía mi deber, no paraba de pensar en lo que había sucedido en casa y no lograba calmarme. Pensé: “Los hijos de otras personas van a casa a ver a sus padres en Año Nuevo, les llevan productos nutritivos, charlan sobre asuntos familiares y tienen conversaciones francas, pero yo apenas puedo visitar mi hogar y no puedo pasar mucho tiempo con mis padres. Además, la policía sigue hostigándolos por mi culpa. Ni siquiera sé cómo tratarán a mi padre cuando regrese”. Me sentí muy triste. Aunque cumplía mi deber, me sentía perturbada cada vez que pensaba en mis padres.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios y mi estado mejoró un poco. Dios Todopoderoso dice: “Algunos padres tienen la bendición y el sino de poder disfrutar de la alegría doméstica y de la felicidad de una familia numerosa y próspera. Esto es la soberanía de Dios y una bendición que Él les concede. Otros padres no tienen este sino: Dios no lo ha dispuesto para ellos. No tienen la bendición de disfrutar de una familia feliz ni de que sus hijos estén a su lado. Esto es la instrumentación de Dios y la gente no puede forzarla. Pase lo que pase, al final, en lo que respecta a la devoción filial, las personas deben al menos tener una mentalidad de sumisión. Si el entorno lo permite y cuentas con los medios para hacerlo, puedes mostrar devoción filial hacia tus padres. Si no, no intentes forzarla: ¿cómo se llama esto? (Sumisión). A esto se le llama sumisión. ¿De dónde proviene esta sumisión? ¿Cuál es el fundamento de la sumisión? Se basa en todas estas cosas que Dios dispone y sobre las que gobierna. Aunque es posible que la gente desee elegir, no puede, no tiene el derecho de hacerlo y debe someterse. Cuando sientes que las personas deben someterse y que Dios lo ha instrumentado todo, ¿no sientes más tranquilidad en el corazón? (Sí). Entonces, ¿seguirá tu conciencia sintiéndose reprendida? No seguirá sintiéndose constantemente reprendida, y la idea de no haber sido un buen hijo para tus padres dejará de dominarte. En ocasiones, es posible que todavía pienses en ello, ya que son pensamientos o instintos normales en la humanidad y nadie puede evitarlos” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. ¿Cuál es la realidad-verdad?). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Él determina la cantidad de bendiciones que los padres disfrutan de sus hijos en esta vida y el sufrimiento que soportan por ellos. Algunos padres tienen a sus hijos a su lado toda la vida y disfrutan de la felicidad en familia, mientras que otros no tienen ese tipo de vida. En todo esto está presente la soberanía de Dios, así como sus arreglos. Cuando mi padre tuvo su accidente de tráfico, al principio, el conductor que tuvo la culpa se negó a asumir la responsabilidad, pero, de forma inesperada, un periodista que pasaba por allí puso al descubierto el accidente. Más tarde, mi madre conoció a un abogado en el hospital, que se ofreció de voluntario para ayudar con la demanda judicial, y el asunto se resolvió sin problemas. Esto me permitió darme cuenta de que Dios ya ha predeterminado lo que los padres experimentan en sus vidas, la cantidad de bendiciones que disfrutan y el sufrimiento que soportan. Estas cosas no tienen nada que ver con que los hijos estén o no junto a sus padres, y yo debía ver las cosas a la luz de las palabras de Dios, encomendar a mis padres en Sus manos, someterme a Su soberanía y cumplir bien con mi deber. Esa era la elección sabia. También pensé que, aparte de dar un poco de consuelo emocional a mis padres durante esta visita, no había nada más que pudiera hacer por ellos. En cambio, si me arrestaban en casa, no solo no podría cumplir mi deber, sino que también pondría en peligro mi vida, y mis padres se angustiarían y apenarían aún más si vieran cómo me arrestaban. En el futuro, debía orar y buscar a Dios más cuando sucedieran las cosas y no debía actuar más basándome en mis sentimientos.
Un día de agosto de 2023, recibí una carta de mi hermano menor que decía que, dos años atrás, mi padre había presentado una cardiopatía coronaria y que vivía con temor constante a morirse un día de forma repentina y sin haberme vuelto a ver. También mencionó que nuestro padre se había deprimido, ya que siempre tenía la sospecha de que la policía me había arrestado y torturado, y que solía soñar que me ocurrían cosas terribles. Siempre le decía a la familia que me extrañaba llorando al mencionarlo. Al leer la carta, se me quedó la mente en blanco. No podía creer que la persona que la carta describía fuera mi padre. Pensé: “Mi padre siempre ha tenido buena salud. ¿Cómo es posible que, de repente, sufra de una cardiopatía coronaria y depresión? Cada vez que menciona mi nombre, llora y no para de decir cuánto me extraña. ¿Se habrá enfermado de tanto preocuparse por mí? ¿Se habrá deprimido por vivir con constante temor por mí?”. Se me rompió el corazón y se me llenaron los ojos de lágrimas. Pensé en lo mucho que mis padres se habían sacrificado para criarme y en lo difícil que había sido para ellos. No solo no los estaba cuidando, sino que también había hecho que el PCCh los acosara. Vivían llenos de preocupación por mí y con miedo, y mi padre hasta había caído en una depresión. Los familiares y amigos seguro que me regañarían y dirían que era una desagradecida que no tenía conciencia. Sentí que, muy en lo profundo, mi conciencia me condenaba. También pensé que una cardiopatía coronaria grave podía ser mortal. Las personas con esa enfermedad no pueden soportar la agitación emocional y, si mi padre se preocupaba constantemente por mí y su estado de ánimo no era bueno, ¡su vida podía estar en riesgo en cualquier momento! Si seguía así de deprimido, ¿perdería la cordura? No me atrevía a pensarlo más. Empecé a llorar a lágrima viva y sentí un dolor insoportable en el corazón. Incluso pensé: “Si no me hubieran elegido líder en aquel entonces, no habría tenido que salir a reunirme con frecuencia y la policía no me habría terminado vigilando y persiguiendo. Si eso no hubiera pasado, no habría tenido que dejar mi hogar y, cuando mis padres se enfermaron, podría haber estado a su lado para cuidar de ellos, y mi padre no habría caído en una depresión por preocuparse por mí y extrañarme”. Durante los días siguientes, me hundí en sentimientos de culpa hacia mis padres, mi estado era terrible y no tenía el ánimo para cumplir mi deber. A veces, se me pasaba un pensamiento por la cabeza: “Si volviera a casa y mi padre viera que estoy bien, tal vez su estado de ánimo mejoraría y se recuperaría más rápido”. Pensar en estas cosas me desconcertaba. Sumida en mi sufrimiento, acudí a Dios en oración: “Dios, sé que todo esto sucede con Tu permiso y que debería buscar Tu intención, pero mis sentimientos me limitan y me preocupo constantemente por mis padres. Siento un enorme dolor. Te ruego que me guíes para buscar la verdad y liberarme de las limitaciones de los sentimientos”.
Más tarde, leí las palabras de Dios: “Si no hubieras dejado el hogar para cumplir con el deber en otro lugar y te hubieras quedado al lado de tus padres, ¿podrías haber evitado que enfermaran? (No). ¿Puedes controlar si tus padres viven o mueren? ¿Si son ricos o pobres? (No). Sea cual sea la enfermedad que contraigan, no será porque estaban agotados de criarte ni porque te extrañaban; en especial, no contraerán ninguna enfermedad importante, grave y posiblemente mortal por tu causa. Ese es su sino, y no tiene nada que ver contigo. Por muy buen hijo que seas, lo que puedes lograr, a lo sumo, es reducir un poco su sufrimiento carnal y sus cargas, pero en cuanto a en qué momento enfermen, qué enfermedad contraigan, cuándo y dónde mueran: ¿tienen estas cosas algo que ver contigo? No. Si eres un buen hijo, si no eres un ingrato indiferente y te pasas todo el día con ellos, cuidándolos, ¿acaso no se enfermarán? ¿No morirán? Si se van a enfermar, ¿no se enfermarán de todos modos? Si van a morir, ¿no morirán igualmente? ¿No es así?” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). “Piensas siempre que todo lo que tus padres han sufrido y afrontado guarda relación contigo, y que deberías compartir tales cargas; siempre te echas la culpa, siempre crees que estas cosas tienen algo que ver contigo, siempre quieres involucrarte. ¿Es acertada esta idea? (No). ¿Por qué? […] Que la gente nazca, se haga mayor, enferme, muera y se encuentre con diversos asuntos grandes y pequeños en la vida es de lo más normal. Si eres adulto, tu manera de pensar ha de ser madura, y deberías abordar este tema con calma y corrección. ‘Mis padres están enfermos. Algunos dicen que es porque me echaban mucho de menos, ¿es eso posible? Desde luego que me han echado de menos, ¿cómo iba una persona a no echar de menos a su propio hijo? Yo también a ellos, ¿por qué no me he puesto enfermo entonces?’. ¿Enferma la gente por echar de menos a sus hijos? No. Entonces, ¿qué sucede cuando tus padres se encuentran con estas cuestiones tan significativas? Lo único que se puede decir es que Dios ha instrumentado esto en sus vidas. Ha sido la mano de Dios; no te puedes centrar en razones ni causas objetivas, tus padres se iban a encontrar con esta situación cuando llegaran a esta edad, la enfermedad iba a afectarles, así estaba previsto. ¿Lo habrían evitado si hubieras estado allí? Si Dios no hubiera dispuesto que enfermar fuera parte de su porvenir, entonces nada les habría ocurrido, aunque no hubieras estado con ellos. Si su sino era verse en esta clase de gran infortunio en sus vidas, ¿qué efecto habría tenido tu presencia junto a ellos? No hubieran podido evitarlo de todos modos, ¿verdad? (Cierto). Piensa en aquellos que no creen en Dios, ¿acaso no están esas familias siempre juntas, año tras año? Cuando los padres se topan con un gran infortunio, los miembros de su extensa familia y sus hijos están todos junto a ellos, ¿verdad? Cuando enferman o empeoran de sus dolencias, ¿se debe a que sus hijos los han abandonado? No, es algo que está destinado a ocurrir. Lo que sucede es que, al ser tú su hijo y tener este lazo sanguíneo con tus padres, te afecta enterarte de que están enfermos, mientras que a los demás no les afecta en absoluto. Todo esto es muy normal. Sin embargo, que tus padres se hayan topado con una gran desgracia de este tipo no significa que te haga falta analizar e investigar cómo deshacerte de ella o resolverla, ni que lo consideres. Tus padres son adultos, se han encontrado con esto unas cuantas veces en la sociedad. Si Dios dispone un entorno para que se deshagan de este asunto, tarde o temprano, desaparecerá por completo. Si supone un obstáculo para ellos en la vida y deben experimentarlo, entonces Dios decide cuánto tiempo deberán hacerlo. Es algo que deben experimentar y no pueden evitar. Si deseas resolver este asunto sin que nadie te ayude, si pretendes analizarlo e investigar su origen, sus causas y consecuencias, pensar de esa manera es una necedad. No sirve de nada y es superfluo” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Dios ha dejado claro cómo tratar el asunto de cuando los padres enferman. El devenir de la suerte de una persona, si se enfermará, a qué edad lo hará, el tipo de enfermedad que padecerá, si será mortal, cuánto durará su vida, y demás, todo esto, Dios lo ha predestinado. Nadie puede intervenir ni cambiar estas cosas. En apariencia, parecía que mi padre se había enfermado porque me extrañaba, pero la realidad es que Dios había predestinado que él enfrentara ese obstáculo en esa etapa de su vida. Era totalmente irracional que yo asumiera toda la responsabilidad por la enfermedad de mi padre, y esto tampoco estaba de acuerdo con los hechos. Pensé en cómo mis primos vivían con sus padres y cuidaban de ellos, pero mi tía presentó hipertensión y asma hace unos años y mi tío también contrajo una enfermedad grave. Eso demostraba que no cambia nada que los hijos permanezcan junto a sus padres. Además, las personas son solo de carne y hueso, y, como los seres humanos consumen los productos de la tierra, es inevitable que se enfermen en algún momento. Mi padre tenía más de sesenta años y, a esa edad, sus funciones físicas estaban deteriorándose y su sistema inmunológico se estaba debilitando, por lo que era normal que tuviera enfermedades comunes en las personas de mediana y avanzada edad. Muchas personas mayores padecen hipertensión, diabetes y cardiopatías. Cuando estaba en casa, vi que mi padre fumaba y bebía mucho, y no tenía una rutina diaria habitual. Intenté de muchas maneras ayudarlo a dejar de fumar y beber, y lo animé a comer comida buena para su salud, pero nunca hizo caso a mis consejos. Si ni siquiera fui capaz de cambiar los hábitos poco saludables de mi padre, ¿cómo esperaba hacer algo respecto a su enfermedad? Además, había una hermana en mi entorno cuyos padres tenían diabetes e hipertensión. Esta hermana era médica y, cuando sus padres se enfermaron, les dio los mejores medicamentos, así como suplementos de salud costosos, y no escatimó en gastos para encontrar la mejor residencia de ancianos para ellos. Los visitaba casi todos los días y se encargaba de todas y cada una de sus necesidades, desde la comida hasta sus rutinas cotidianas, pero, aún así, a su madre tuvieron que amputarle las piernas por las complicaciones de la diabetes, y a su padre le dio Alzheimer. También conocía a una hermana anciana cuyos hijos no estaban con ella. Tenía casi ochenta años, pero aún tenía muy buena salud y siempre obtenía resultados normales en cada revisión médica. Vi que lo que cada persona tiene que experimentar en su vida y si padecerá o no los tormentos de la enfermedad depende todo de la predestinación de Dios, y nadie puede cambiarlo. Los padres no disfrutarán de más bendiciones ni evitarán las enfermedades solo porque sus hijos estén a su lado para cuidar de ellos, y tampoco sufrirán más ni padecerán más enfermedades porque sus hijos no los acompañen para cuidarlos. A partir de estos hechos, entendí que la vida de cada persona, desde su nacimiento, envejecimiento, sus enfermedades hasta su muerte, está predeterminada. En cuanto a la enfermedad de mi padre, no podría cambiar nada al respecto, aunque estuviera a su lado. Al entender estas cosas, mi corazón se sintió mucho más aliviado.
Un día, vi un video de un testimonio vivencial que contenía un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó mucho. Dios Todopoderoso dice: “En el mundo de los no creyentes existe este dicho: ‘Los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres’. También este otro: ‘Una persona no filial es peor que un animal’. ¡Qué grandilocuentes suenan estos dichos! En realidad, el fenómeno que se menciona en el primero se da en la realidad, es un hecho, los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres. Sin embargo, son simplemente fenómenos dentro del mundo animal. Forman parte de una especie de ley que Dios ha establecido para las diversas criaturas vivientes, y a la que se atienen todo tipo de seres vivos, incluidos los humanos. El hecho de que toda clase de criaturas vivientes acaten esta ley demuestra aún más que Dios las creó. Ninguna puede infringir la ley ni tampoco trascenderla. Incluso carnívoros relativamente feroces como los leones y los tigres alimentan a sus crías y no las muerden antes de que alcancen la edad adulta. Es el instinto animal. Da igual la especie a la que pertenezcan, ya sean feroces o amables y mansos, todos los animales poseen este instinto. La única manera que tienen todas estas criaturas de multiplicarse y sobrevivir es acatar este instinto y esta ley, y eso incluye a los seres humanos. Si no acataran o no tuvieran esta ley y este instinto, se extinguirían. No existiría la cadena biológica ni tampoco este mundo. ¿No es así? (Sí). El hecho de que los cuervos retribuyan a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillen para recibir la leche de ellas, evidencia justamente que el mundo animal acata esta clase de ley. Este instinto lo poseen todo tipo de criaturas vivientes. Una vez que nace su descendencia, las hembras o los machos de la especie la cuidan y alimentan hasta que se hace adulta. Todas estas criaturas son capaces de cumplir con sus responsabilidades y obligaciones hacia sus retoños, y crían de forma concienzuda y dedicada a la nueva generación. Esto debería ser más patente si cabe en los seres humanos. La humanidad los considera animales superiores, pero, si no pueden acatar esta ley y carecen de tal instinto, entonces son inferiores a los animales, ¿verdad? Por tanto, más allá de cuánto te alimentaron tus padres durante tu crianza y cuánto cumplieron con sus responsabilidades hacia ti, solo estaban haciendo lo que les correspondía en el ámbito de las capacidades de un ser humano creado: era por instinto. […] Criaturas vivientes y animales de toda índole poseen estos instintos y leyes, se atienen a ellos muy bien y los desempeñan a la perfección. Ninguna persona puede destruir tal cosa. También existen algunos animales especiales, como los tigres y los leones. Al alcanzar la edad adulta, estos felinos abandonan a sus padres y algunos machos se convierten incluso en rivales que llegan a morderse, enfrentarse y luchar si es necesario. Esto es normal, es una ley. No los gobiernan sus sentimientos ni viven enfrascados en sus sentimientos como las personas, que dicen: ‘Tengo que retribuir su amabilidad, debo recompensarlos; he de obedecer a mis padres. Los demás me condenarán si no les muestro piedad filial, me reprenderán y me criticarán por la espalda. ¡No podría soportarlo!’. En el mundo animal no se tienen esas consideraciones. ¿Por qué dicen tales cosas las personas? Porque en la sociedad y entre los grupos de gente existen diversas ideas y consensos incorrectos. Una vez que la gente se ha visto influida, corroída y podrida por estas cosas, surgen en ella diferentes maneras de interpretar y lidiar con esta relación paternofilial, y acaba por tratar a sus padres como unos acreedores a los que nunca podrá retribuir su vida entera. Cuando sus padres mueren, algunos hijos incluso se sienten culpables durante toda su vida y se creen indignos de la gentileza con la que sus padres los trataron, a causa de algo que hicieron y les causó infelicidad a estos o no resultó de la manera que ellos hubieran querido. Decidme, ¿no es esto excesivo? Viven enfrascados en sus sentimientos, de tal modo que no queda otro remedio que los invadan y perturben diversas ideas que proceden de estos” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Después de leer las palabras de Dios, finalmente entendí que la noción de que “Los cuervos retribuyen a sus madres dándoles alimento, y los corderos se arrodillan para recibir la leche de sus madres” muestra el instinto que Dios ha dado a todas las criaturas. Varios animales no tienen la capacidad de sobrevivir por sí mismos cuando son jóvenes y necesitan el cuidado de sus padres para poder hacerlo. Esta es una ley de supervivencia que permite que todas las criaturas se reproduzcan y prosperen. Los seres humanos son iguales. Los padres crían a sus hijos por instinto y, al hacerlo, están cumpliendo con su responsabilidad y obligación como padres, lo que no es un acto de bondad que hacen por sus hijos. Pensaba que mis padres me habían criado con mucho esfuerzo y sacrificio. En especial, cuando veía a mi padre trabajar duro para ganar dinero y mantener a la familia y pagar mis estudios, mientras vivía de forma austera y sin siquiera descansar cuando estaba enfermo, pensaba que el precio que mi padre había pagado y el sufrimiento que había soportado para criarme eran un acto de bondad, lo que me quedó grabado en el corazón. Pensaba que, cuando creciera, debía ser buena hija, de lo contrario, sería una persona que carecía por completo de conciencia. Además, estaba influenciada por nociones como: “La devoción filial es la principal virtud” y “Una persona no filial es peor que un animal”, y consideraba que ser una buena hija era lo más importante. Cuando me enteré de que mi padre había tenido un accidente de tráfico, me arriesgué a que me arrestaran para ir a verlo. Cuando me enteré de que mi padre tenía una cardiopatía coronaria y depresión, sentí que su enfermedad se debía al hostigamiento que el PCCh le hacía por mi culpa y al miedo y la preocupación que tenía por mí. Me sentí profundamente culpable por ello y hasta llegué a arrepentirme, inicialmente, de haber aceptado un deber de liderazgo. Aunque, gracias a la oración, no abandoné mi deber ni volví a casa, no tenía la cabeza puesta en mi deber en absoluto y empecé a cumplirlo por inercia. Entendí en ese momento que Satanás desorienta y corrompe a las personas con las ideas tradicionales que les inculca, que hacen que se rijan según sus sentimientos, traicionen a Dios, se alejen de Él y, en última instancia, pierdan la oportunidad de recibir Su salvación.
Más tarde, leí más de las palabras de Dios: “Dios ordenó que tus padres te criaran, que te permitieran convertirte en adulto, no para que tuvieras que pasarte la vida retribuyéndoles. Cuentas con responsabilidades y obligaciones que debes cumplir en esta vida, con una senda que debes tomar, y tienes tu propia vida, durante la cual no debes dedicar todas tus energías a retribuir la amabilidad de tus padres. Se trata de algo que te acompaña en la vida y en la senda de esta. En cuanto a la humanidad y a las relaciones afectivas, es algo que resulta inevitable. Sin embargo, en cuanto a qué clase de relación estáis destinados a tener tú y tus padres, si vais a ser capaces de vivir juntos lo que quede de vida, o si os vais a separar y la suerte no os ha unido, eso depende de las instrumentaciones y arreglos de Dios. Si Él ha instrumentado y arreglado que te halles en un lugar diferente a tus padres durante esta vida, que estés muy lejos de ellos y a menudo no podáis vivir juntos, entonces desempeñar tus responsabilidades hacia ellos es, para ti, una especie de anhelo. Si Dios ha dispuesto que vivas muy cerca de tus padres en esta vida y puedas permanecer a su lado, entonces te corresponde en esta vida cumplir un poco con tus responsabilidades hacia ellos y mostrarles algo de devoción filial; nada de esto es criticable. Sin embargo, si te encuentras en un lugar diferente a tus padres y no se te presenta la oportunidad o las circunstancias adecuadas para mostrarles devoción filial, no debes considerarlo algo vergonzoso. No debes avergonzarte de enfrentarte a tus padres porque seas incapaz de mostrarles devoción filial, es solo que tus circunstancias no lo permiten. Como hijo, deberías entender que tus padres no son tus acreedores. Hay muchas cosas que has de hacer en esta vida, y todas ellas le corresponden a un ser creado, el Creador te las ha encomendado y no tienen nada que ver con retribuirles a tus padres su amabilidad. Mostrarles devoción filial, retribuirles y devolverles su amabilidad son cosas que no tienen nada que ver con tu misión en la vida. También se puede decir que no es necesario mostrarles devoción filial a tus padres, retribuirles o cumplir con ninguna de tus responsabilidades hacia ellos. En palabras sencillas, puedes dedicarte un poco a eso y al mismo tiempo desempeñar alguna de tus responsabilidades si las circunstancias lo permiten. Cuando no sea así, no hace falta que te empeñes en ello. Si no puedes desempeñar tu responsabilidad de mostrarles devoción filial a tus padres, tampoco es un gran error, solo contradice levemente tu conciencia, la moral y las nociones humanas. Pero al menos no va en contra de la verdad y Dios no te condenará por ello. Cuando entiendas la verdad, tu conciencia no recibirá ningún reproche por este motivo” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (17)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que no debía tratar el ser buena hija como la misión de mi vida. En lo referente a mis padres, debía someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y, si tenía la oportunidad de acompañarlos, debía esforzarme en cuidar de ellos y cumplir con mis responsabilidades como hija. Pero, si no tenía esa oportunidad, debía centrarme en cumplir mis deberes con tranquilidad. La razón por la que no podía cuidar de mis padres no era porque no quisiera cumplir con mi responsabilidad como hija, sino porque el PCCh me perseguía y no podía regresar a casa; por tanto, no debía sentirme culpable ni condenada. Dios predestinó que naciera en los últimos días y me trajo ante Él, y yo he disfrutado del riego y la provisión de muchas de Sus palabras. Ahora es un momento crítico para la expansión del evangelio del reino y debo dedicarme de corazón al trabajo evangélico, cumplir bien con mi deber y retribuir el amor de Dios. Si solo buscara ser buena hija y abandonara mi responsabilidad y mi misión como ser creado, sería una decepción ante la provisión, el cariño y la protección que Dios me ha dado, y eso realmente sería carecer de conciencia y humanidad. Al leer las palabras de Dios, llegué a entender la relación entre padres e hijos, ya no me sentí atrapada ni limitada por las ideas tradicionales de Satanás, me sentí liberada en mi interior y pude centrarme en cumplir mi deber con tranquilidad. ¡Doy gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón!