41. Cómo encontré una senda para resolver mi carácter arrogante
Estudié danza en la escuela secundaria y tengo algo de experiencia como bailarín. Además, me gusta mucho bailar. Cuando la iglesia organizó que cumpliera con el deber de danza, me sentí muy feliz. Sentí que, con mi base, seguro que aprendería con facilidad. Acepté este deber sin dudarlo. Durante las prácticas, podía hacer todos los movimientos con facilidad, así que pensé que era mejor bailarín que mis hermanos y hermanas. A veces, mis hermanos y hermanas hacían sugerencias y decían que mis movimientos eran diferentes a los suyos y que nuestros pasos debían estar coordinados. Solo aceptaba estas sugerencias en apariencia. En mi corazón, sentía que mis movimientos eran más apropiados que los suyos y no quería oírlos. Más tarde, cuando los supervisores revisaron un video de muestra que habíamos grabado, también mencionaron que nuestros movimientos no coincidían y que debíamos coordinarlos. Sin embargo, también dijeron que mis movimientos en la sección del coro eran muy buenos y que los otros hermanos y hermanas podían aprender de mí. También me pidieron que les enseñara a bailar. Cuando oí esto, estuve encantado y me convencí aún más de que era el mejor bailarín de todos. Tenía mucha experiencia y podía guiarlos y liderarlos en danza. Mientras les enseñaba los movimientos de baile, tenían que practicar, una y otra vez, hasta alcanzar mi nivel, porque mis movimientos tenían bastante amplitud y eran más potentes. Esto les resultaba muy difícil. Por ese entonces, no reflexioné sobre mí mismo ni hice ajustes para que la coreografía fuera más adecuada. En cambio, solo pensaba que yo era fantástico y que mis movimientos eran muy especiales. Cuando seguimos practicando al día siguiente, surgieron diferencias de opinión sobre los movimientos de los pies. Yo no quería hacerlo de la manera que ellos sugerían, porque pensaba que sus movimientos no eran bonitos. Seguí enseñándoles a practicar según mis ideas.
Más tarde, la hermana Diane dijo que mis movimientos de manos eran demasiado exagerados y poco píos, y me pidió que redujera su amplitud. Otros hermanos y hermanas también estuvieron de acuerdo con ella, pero no lo acepté. Pensé que mis movimientos eran correctos. Sin embargo, me preocupaba que, si no aceptaba su sugerencia, pudieran decir que era muy arrogante. Solo entonces intenté reducir la amplitud de mis movimientos de manos. Cuando revisamos el video de muestra de la coreografía, descubrí que nuestros movimientos no eran idénticos. La amplitud de mis movimientos seguía siendo mucho mayor que la de los suyos. Creía que bailaba mejor que ellos y que mis movimientos eran más apropiados. Antes, los supervisores me habían elogiado por mis buenos movimientos, así que, si nuestros pasos no eran iguales, seguro que el problema era de ellos. A veces, aunque hacía las cosas como ellos sugerían, no pensaba que sus movimientos fueran bonitos. En realidad, cada vez que no estaba de acuerdo en secreto con sus sugerencias y no podía trabajar bien con ellos, sentía un gran dolor en mi corazón. Me sentía muy cansado y no podía sentir la presencia de Dios conmigo. También perdí la pasión por mi deber. Empecé a reflexionar: “¿Por qué siento dolor en mi corazón cada vez que bailo con ellos? ¿Estoy cumpliendo mi deber de acuerdo con la intención de Dios?”. No quería seguir así, así que oré a Dios y le rogué que me esclareciera para poder reflexionar sobre mis problemas.
Un día, durante mis prácticas devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios que realmente me conmovió. Dios Todopoderoso dice: “No trates siempre de presumir, de decir cosas altisonantes, de hacer las cosas en solitario. Debes aprender a cooperar con otra gente y centrarte más en escuchar las sugerencias de otros y en descubrir sus puntos fuertes. De este modo, cooperar en armonía resulta fácil. Si siempre intentas alardear y tener la última palabra, no estás cooperando en armonía. ¿Qué estás haciendo? Estás causando una perturbación y socavando a los demás. Eso es lo mismo que hacer el papel de Satanás; no es el cumplimiento del deber. Si siempre haces cosas que causan una perturbación y socavan a los demás, entonces no importa cuánto esfuerzo gastes o cuánto cuidado pongas, Dios no lo recordará. Puede que tengas poca fuerza, pero si eres capaz de trabajar con otros y de aceptar sugerencias adecuadas, y si tienes las motivaciones correctas y puedes proteger la obra de la casa de Dios, entonces eres una persona idónea. […] Si no comprendes la verdad, debes aprender a obedecer. Si hay alguien que comprende la verdad o habla de acuerdo con esta, debes aceptarla y obedecer. Bajo ningún concepto debes hacer cosas que perturben o perjudiquen, y no actúes de manera arbitraria y unilateral. Así, no harás maldades. Debes recordarlo: cumplir con tu deber no es una cuestión de dedicarte a tus propias empresas o a tu propia gestión. Este no es tu trabajo personal, es la obra de la iglesia, y tú solo aportas las fortalezas que tengas. Lo que haces en la obra de gestión de Dios es solo una pequeña parte de la colaboración del hombre. El tuyo es solo un papel menor secundario. Esa es la responsabilidad que tienes. En tu corazón, debes tener esa razón. Y así, sin importar cuántas personas estén cumpliendo juntas con su deber o a qué dificultades se enfrenten, lo primero que todos deberían hacer es orar a Dios y compartir en comunión, buscar la verdad, y luego determinar cuáles son los principios de práctica. Al cumplir con su deber de esa manera, tendrán una senda de práctica” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Después de leer las palabras de Dios, entendí que, si queremos cumplir bien con nuestro deber, debemos aprender a trabajar junto con nuestros hermanos y hermanas y aprender de las fortalezas de los demás para compensar nuestras debilidades. Solo de esta manera estaríamos de acuerdo con la intención de Dios. Si siempre quisiéramos aferrarnos a nuestras propias ideas, esto afectaría el trabajo y haría que Dios nos aborreciera. También reflexioné sobre que no trabajaba en armonía con mis hermanos y hermanas porque sentía que tenía más experiencia y bailaba mejor que ellos, por lo que ellos debían seguir mis movimientos. Cuando mis hermanos y hermanas me aconsejaban que mis movimientos eran demasiado exagerados, me resistía y no quería seguir sus sugerencias. Aunque podía ver que la amplitud de mis movimientos era, en efecto, demasiado grande, seguía sin querer cambiar. A veces aceptaba sus sugerencias, pero no me sentía cómodo de corazón con ello. Seguía creyendo que mis movimientos eran mejores y me aferraba a mis ideas. Esto significaba que mis movimientos no coincidían ni estaban coordinados con los suyos. Me di cuenta de que había sido muy arrogante y que siempre creía que mis movimientos eran correctos. De hecho, mis movimientos eran demasiado exagerados y no quedaban bien en absoluto. Además, como mis movimientos no coincidían con los de los demás, esto afectaba la uniformidad de los movimientos en general y perjudicaba el resultado de la danza, lo que generaba una perturbación. Dios dijo: “Debes aprender a cooperar con otra gente y centrarte más en escuchar las sugerencias de otros y en descubrir sus puntos fuertes. De este modo, cooperar en armonía resulta fácil”. En realidad, todos mis hermanos y hermanas tenían fortalezas. Algunos hacían movimientos muy fluidos y naturales con la cabeza, mientras que yo movía la cabeza de forma rígida, como un robot. Además, aunque sus movimientos no tenían una amplitud muy grande, eran muy elegantes. Me di cuenta de que, cuando volvieran a darme sugerencias, debía aceptarlas y esforzarme al máximo para seguir los movimientos que sugerían. Si tenía una opinión diferente, podía expresarla y hablarla con mis hermanos y hermanas. Así, podríamos trabajar juntos para unificar y adecuar nuestros movimientos, y bailar bien para alabar a Dios y dar testimonio de Él.
En una ocasión, los hermanos y hermanas dijeron que mis movimientos de hombros y cabeza eran demasiado exagerados y que debía ajustarlos, y que también debía ajustar el movimiento de mi cintura. Al principio, no podía aceptarlo por completo: pensaba que mis movimientos eran correctos. Sin embargo, cuando vi que todos sus movimientos de cabeza diferían de los míos, pensé que, tal vez, tenían razón y traté de aceptarlo. A veces hacía bien lo que me aconsejaban, pero, otras veces, volvía a mis viejos hábitos. Cuando me miraban, pensaba: “¿Por qué, si tengo una mejor base en danza que ellos, soy yo el que tiene que trabajar arduamente para cambiar sus movimientos?”. Me sentía muy débil y avergonzado. Recordé las palabras de Dios: “Debes aprender a cooperar con otra gente y centrarte más en escuchar las sugerencias de otros y en descubrir sus puntos fuertes. De este modo, cooperar en armonía resulta fácil. Si siempre intentas alardear y tener la última palabra, no estás cooperando en armonía” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Las palabras de Dios me hicieron entender que debía centrarme más en aprender de los puntos fuertes de los demás y en aceptar sus sugerencias. Como todos decían que mis movimientos no eran buenos, debía esforzarme al máximo por cambiarlos. Aunque no es fácil hacer bien estos movimientos, tengo que esforzarme al máximo para que nuestros movimientos coincidan. Además, aceptar las sugerencias de los demás no solo puede ayudarme a bailar bien para alabar a Dios, sino que también puede corregir mi carácter corrupto y ayudarme a evitar la arrogancia y la sentenciosidad. Esa noche, seguí practicando por mi cuenta después de que terminara la práctica en grupo. Cuando fuimos a practicar al día siguiente, dijeron que mis movimientos habían mejorado un poco. Aunque todavía no eran ideales, mostraban cierta mejoría. No puedo bailar según mis propias preferencias; debo considerar si nuestros movimientos coinciden o no. Porque, aunque uno de nosotros baile muy bien, si lo hace de manera diferente a los demás, entonces, nuestros movimientos no parecerán bellos ni uniformes, y no lograremos buenos resultados. Más tarde, los supervisores vieron el video de nuestra coreografía y dijeron que nuestros movimientos habían mejorado. Sabía que esto era el liderazgo de Dios y también el resultado de nuestra colaboración armoniosa.
Un día, en una reunión, leí unas palabras de Dios que me dieron una nueva comprensión de mi propio carácter corrupto. Dios Todopoderoso dice: “La humanidad está tan hondamente corrompida por Satanás que toda ella tiene una naturaleza satánica y un carácter arrogante; hasta los necios e idiotas son arrogantes, se creen mejores que otras personas y se niegan a obedecerlas. Es evidente que la humanidad está muy hondamente corrompida y que le cuesta mucho someterse a Dios. Debido a su arrogancia y sentenciosidad, la gente se ha vuelto totalmente carente de razón; no obedece a nadie: aunque lo que digan otras personas sea correcto y se ajuste a la verdad, no las obedece. Por arrogancia, la gente se atreve a juzgar, condenar y resistirse a Dios. ¿Y cómo puede corregirse un carácter arrogante? ¿Puede corregirse por medio de la moderación humana? ¿Puede corregirse, simplemente, reconociéndolo y admitiéndolo? Por supuesto que no. Solo hay una forma de corregir un carácter arrogante: aceptar el juicio y castigo de Dios. Aquellos capaces de aceptar la verdad son los únicos que pueden despojarse poco a poco de su carácter arrogante; aquellos que no aceptan la verdad nunca podrán corregir su carácter arrogante. Veo que a muchos se les suben los humos cuando demuestran algún talento en el deber. Cuando demuestran ciertas habilidades, se creen muy impactantes, viven de esas habilidades y no se esfuerzan más. No escuchan a los demás, digan lo que digan, porque piensan que esas pequeñas cosas que tienen son la verdad y que ellos son lo máximo. ¿Qué carácter es este? Un carácter arrogante. Les falta demasiada razón. ¿Puede una persona cumplir correctamente con su deber si tiene un carácter arrogante? ¿Puede ser sumiso a Dios y seguirlo hasta el final? Esto es aún más difícil. Para corregir su carácter arrogante, debe aprender a experimentar la obra de Dios, Su juicio y Su castigo mientras cumple con su deber. Es el único modo de que pueda conocerse verdaderamente. Si tienes clara tu esencia corrupta, si tienes clara la causa de tu arrogancia, y si luego la disciernes y analizas, entonces puedes conocer verdaderamente tu esencia-naturaleza. Debes desenterrar todas las cosas corruptas que hay en ti, contrastarlas con la verdad y llegar a conocerlas en función de ella; entonces sabrás lo que eres: no solo estás revestido de un carácter corrupto y careces de razón y sumisión, sino que verás que careces de demasiadas cosas, que no tienes ninguna realidad-verdad, y lo lamentable que eres. Entonces serás incapaz de tener arrogancia. Si no te analizas y conoces de esta manera, cuando cumplas con tu deber no sabrás cuál es tu lugar en el universo. Pensarás que eres estupendo en todos los sentidos, que lo de los demás es malo y que solamente tú eres el mejor. Después presumirás ante todos todo el tiempo para que te admiren e idolatren. Esto es carecer por completo de autoconocimiento. Algunos siempre están presumiendo. Cuando a los demás les parece desagradable, los critican por arrogantes. Sin embargo, ellos no lo admiten; siguen pensando que tienen talento y habilidad. ¿Qué carácter es este? Un exceso de arrogancia y sentenciosidad. ¿Pueden tener sed de la verdad las personas así de arrogantes y sentenciosas? ¿Pueden perseguir la verdad? Si nunca son capaces de conocerse a sí mismas y no se despojan de su carácter corrupto, ¿pueden cumplir correctamente con su deber? Claro que no” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El conocimiento del propio carácter es la base de su transformación). Después de leer las palabras de Dios, entendí que, cuando una persona tiene un carácter arrogante, siempre cree que tiene razón y que es superior a los demás. Es muy difícil someterse a Dios y aceptar las sugerencias de los demás de esta manera. Cuando una persona tiene ciertos dones o habilidades en un ámbito, piensa que es mejor y sabe más que los demás, actúa según sus propias ideas y le resulta difícil colaborar con otras personas. No quiere adoptar las sugerencias de los demás, aunque dichas sugerencias estén de acuerdo con los principios. Yo me comportaba exactamente así. Creía que yo tenía experiencia en danza y que, por lo tanto, los demás debían aprender de mis movimientos. En especial, cuando los supervisores dijeron que bailaba bien, empecé a tener una opinión más exagerada todavía de mí mismo. Cuando mis hermanos y hermanas me daban sugerencias, no los escuchaba con atención y no quería probarlas para mejorar. Aunque lo que decían era correcto y podía ver con claridad que mis movimientos no eran iguales que los de los demás ni estaban coordinados con ellos, seguía sin querer aceptarlo y no quería ser yo el que cambiara. Pensaba: “¿Por qué debería escucharte? Bailo mejor que tú. Debería ser yo el que te guía”. Cuando mis hermanos y hermanas quisieron que practicara un paso de baile de forma reiterada, no quise aceptarlo y sentí como si me estuvieran enseñando. ¿No era demasiado arrogante mi actitud? Es por la soberanía y carácter de Dios que bailamos juntos para poder trabajar bien juntos y cumplir bien nuestro deber. Sin embargo, yo era arrogante y sentencioso: siempre bailaba a mi manera y no aceptaba las sugerencias de los demás, lo que resultaba en una mala colaboración entre los hermanos y hermanas y también retrasaba el progreso de la coreografía. En realidad, los pasos de baile que había aprendido en el mundo no eran principios ni estándares. Algunos movimientos eran demasiado exagerados y poco píos: no lograban el efecto de dar testimonio de Dios. Creo en Dios y debo moverme de manera digna y apropiada. Bailo para alabar a Dios y para que la audiencia goce en su corazón y pueda alabar a Dios conmigo. No podía seguir siendo arrogante y seguir aferrándome a mis ideas. Debo someterme a las exigencias de la casa de Dios, dejarme de lado y colaborar en armonía con mis hermanos y hermanas.
Más tarde, leí un pasaje de las palabras de Dios: “¿Creéis que hay alguien perfecto? Por muy fuerte, capaz e ingeniosa que sea la gente, no es perfecta. La gente debe reconocerlo, es un hecho, y es la postura que las personas deben adoptar para abordar correctamente sus propios méritos y sus puntos fuertes o defectos; esta es la racionalidad que deben poseer. Con esa racionalidad podrás abordar adecuadamente tus puntos fuertes y débiles, así como los de los demás, lo que te permitirá trabajar armónicamente con ellos. Si has entendido este aspecto de la verdad y eres capaz de entrar en este aspecto de la realidad-verdad, podrás llevarte armónicamente con tus hermanos y hermanas, al utilizar sus puntos fuertes para compensar cualquier debilidad que tengas. Así, independientemente de cuál sea tu deber o actividad, siempre mejorarás en ello y tendrás la bendición de Dios” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron entender que, independientemente de las habilidades o la experiencia que tengamos en un ámbito en particular, esto no significa que no cometeremos errores ni que somos perfectos. Todos cometemos errores y tenemos carencias. Esto nos exige aprender de las fortalezas de cada uno para complementar nuestras debilidades, antes de poder cumplir bien con nuestro deber. En el pasado, no trabajaba bien con mis hermanos y hermanas cuando practicábamos. Mi carácter era muy arrogante, y siempre pensaba que era mejor que ellos. No me tomaba en serio sus sugerencias, por lo que mis movimientos de baile nunca coincidían con los suyos. Si no hubiera sido por la revelación de las palabras de Dios y la guía de mis hermanos y hermanas, no habría llegado a conocerme a mí mismo y habría sido aún más arrogante. Debo aprender de mis hermanos y hermanas. Debo aprender de sus fortalezas para complementar mis debilidades y para ayudarnos mutuamente. Solo de esta manera podemos cumplir bien con nuestro deber. Más tarde, mientras bailábamos, mis hermanos y hermanas me señalaron otros problemas que tenía. Por ejemplo, mis movimientos eran demasiado rápidos y mi ritmo no era el mismo que el de ellos. Me sugirieron que redujera un poco la velocidad para poder coincidir con ellos. Cuando oí estas sugerencias, aunque no me agradaban, no quise seguir aferrándome a mis propias ideas, como lo había hecho antes. Debía colaborar en armonía con mis hermanos y hermanas y aceptar sus sugerencias. Cuando practiqué de esta manera, mis movimientos mejoraron, logré mantener la sincronización con ellos y bailé mejor.
A través de esta experiencia, aprendí a trabajar de forma adecuada con mis hermanos y hermanas y obtuve cierta comprensión sobre mi carácter arrogante. Que haya podido obtener esta leve comprensión y lograr este pequeño cambio fue gracias a las palabras de Dios. ¡Estoy muy agradecido con Dios!