44. Ya no trato de proteger mi reputación
En septiembre de 2023, mis hermanos y hermanas me eligieron líder en la iglesia. Mi responsabilidad principal sería el trabajo de riego. Cuando escuché la noticia, me sentí bajo una enorme presión. Pensé: “El trabajo de la iglesia implica muchas tareas. Apenas he comenzado a capacitarme y no tengo experiencia. Si me propongo hacer un seguimiento del trabajo de mis hermanos y hermanas y hay ciertas cosas que no sé manejar, ¿qué pensarán de mí? ¿Dirán que carezco de razón, que hago un seguimiento del trabajo de los demás sin saber cómo hacerlo yo misma?”. Como no quería que descubrieran mis deficiencias ni que me menospreciaran, rechacé el deber de líder. Le dije a la supervisora: “Es mejor que trabaje con ahínco en el deber que estoy desempeñando ahora”. La supervisora se reunió conmigo y compartió: “Te exiges demasiado. Todos tenemos deficiencias, y es completamente normal que existan ciertos defectos en nuestro trabajo. Las exigencias que Dios nos plantea no son tan elevadas. Lo que Él valora es nuestra actitud hacia el deber, y observa si ponemos todo nuestro esfuerzo en nuestro trabajo”. Al escucharlo, pensé que tenía razón. Todo el mundo tiene deficiencias y defectos, por eso todos necesitamos formarnos y estudiar más. No debí haber rechazado ese deber. Después, reflexioné sobre mí misma. ¿Por qué insistía en rehusarme cuando me llamaban a cumplir con este deber?
Un día, durante mis devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios: “Si deseas dedicar toda tu lealtad en todas las cosas para satisfacer las intenciones de Dios, no puedes hacerlo simplemente realizando un deber; debes aceptar toda comisión que Dios te encomiende. Ya sea que esta sea de tu agrado o concuerde con tus intereses, o que sea algo que no disfrutes, que nunca hayas hecho o sea difícil, aun así, debes aceptarla y someterte. No solo debes aceptarla, sino que además debes cooperar proactivamente y aprender de ella mientras que adquieres experiencia y ganas entrada. Incluso si sufres dificultades, estás cansado, eres humillado o excluido, igualmente debes dedicarle toda tu lealtad. Solo practicando de esta manera serás capaz de dedicar toda tu lealtad en todas las cosas y satisfarás las intenciones de Dios. Debes verlo como el deber que tienes que cumplir; no como un asunto personal. ¿Cómo debes entender los deberes? Como algo que el Creador, Dios, le encarga a alguien; así es como surgen los deberes de las personas. La comisión que te encarga Dios es tu deber, y es perfectamente natural y justificado que cumplas con tu deber como Dios lo exige. Si tienes en claro que este deber es la comisión de Dios y que es el amor y la bendición de Dios que recaen sobre ti, entonces podrás aceptar tu deber con un corazón amante de Dios, podrás ser considerado con Sus intenciones mientras realizas tu deber y podrás superar todas las dificultades para satisfacerle. Aquellos que verdaderamente se esfuerzan por Dios nunca podrían rechazar Su comisión; nunca podrían rechazar ningún deber. Sea cual sea el que Dios te confíe, independientemente de las dificultades que conlleve, no debes rechazarlo, sino aceptarlo. Esta es la senda de práctica, que consiste en practicar la verdad y dedicar toda tu lealtad en todas las cosas para satisfacer a Dios. ¿Cuál es el eje central de esto? Es la frase ‘en todas las cosas’. ‘Todas las cosas’ no significa necesariamente las cosas que te gustan o que se te dan bien y, mucho menos, las cosas con las que estás familiarizado. Algunas veces serán cosas en las que no eres bueno, cosas que tienes que aprender, que son difíciles o con las que debes sufrir. Sin embargo, independientemente de la cosa de que se trate, siempre y cuando Dios te la haya confiado, debes aceptarla de parte de Él; debes aceptarla y cumplir bien el deber, dedicarle toda tu lealtad y satisfacer las intenciones de Dios. Esta es la senda de práctica. Sin importar lo que ocurra, siempre debes buscar la verdad, y una vez que estés seguro de qué tipo de práctica conforme a las intenciones de Dios, eso es lo que debes hacer. Solo si haces esto estás practicando la verdad, y solo así puedes entrar en la realidad-verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). A partir de las palabras de Dios entendí que, para satisfacer Sus intenciones, debemos aceptar cualquier deber que venga de Él. El deber que se nos asigna puede ser uno que nunca hayamos realizado antes, así que debemos dedicar tiempo y esfuerzo para aprenderlo, y nuestra carne necesita sufrir más. O nuestro orgullo puede verse herido debido a nuestras deficiencias. Sin embargo, pase lo que pase, debemos tener un corazón sencillo y obediente. Esta es la actitud hacia el deber que un ser creado debe tener. Me miré a mí misma en este sentido. Cuando me enteré de que me habían elegido líder en la iglesia, sabía que los líderes deben hacer un seguimiento de los diferentes asuntos del trabajo en la iglesia, pero yo tenía deficiencias en todos los aspectos, así que me preocupaba que, si me encontraba con ciertos problemas que no sabía cómo manejar mientras supervisaba el trabajo y no podía indicar una solución a mis hermanos y hermanas, sin duda, todos me menospreciarían y dirían que era incompetente. Por lo tanto, encontré excusas para decir que no sabía cómo hacer muchas tareas y que no estaría a la altura del trabajo. Cuando ese deber me llamó, no pensé en cómo mostrar consideración hacia las intenciones de Dios y asumir mi deber. En cambio, quise rechazarlo para que la gente no me menospreciara. No protegí el trabajo de la iglesia en absoluto. Fui muy egoísta y despreciable. Dios me honró al permitirme cumplir con el deber de líder. Era una gran oportunidad para alcanzar la verdad, y debía llevarlo a cabo bien con una actitud proactiva y positiva. Cuando lo entendí, decidí corregir mi actitud errónea. Aunque tenía muchas deficiencias y defectos, estaba dispuesta a aprender de mis hermanos y hermanas. Por lo tanto, le dije a la supervisora que quería formarme para ser líder.
Más tarde, leí las palabras de Dios: “El primero era el de aquellos que pueden ser supervisores de los diversos aspectos del trabajo. El primer requerimiento hacia ellos es que tengan la capacidad y el calibre para comprender la verdad. Este es el requisito mínimo. El segundo es que lleven una carga; esto es indispensable” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (5)). “Hay quien puede que pregunte: ‘¿Cómo es que entre los criterios que deben cumplir las personas con talento para que las asciendan y cultiven no se incluye entender la verdad, poseer la realidad-verdad y ser capaz de temer a Dios y evitar el mal? ¿Cómo es que no se incluye el ser capaz de conocer a Dios, de someterse a Él, serle leal y ser un ser creado acorde al estándar? ¿Se han obviado estas cosas?’. Decidme, si alguien entiende la verdad y ha entrado en la realidad-verdad, es capaz de someterse a Dios, le es leal y tiene un corazón temeroso de Dios y, asimismo, conoce a Dios, no se resiste a Él y es un ser creado acorde al estándar, ¿sigue necesitando que se le cultive? Si de veras ha conseguido todo esto, ¿acaso no se ha logrado ya el resultado del cultivo? (Sí). Por tanto, en los requerimientos para ascender y cultivar a las personas con talento no se incluyen estos criterios. Como a los candidatos se les asciende y cultiva de entre los seres humanos que no entienden la verdad y están llenos de actitudes corruptas, es imposible que estos candidatos a los que se asciende y cultiva tengan ya la realidad-verdad, o que ya se sometan por completo a Dios, y no digamos que sean del todo leales a Él. Están si cabe más lejos aún de conocer a Dios y tener un corazón temeroso de Él. Los criterios que más que nada deberían cumplir las personas con talento de toda índole para que se las ascienda y cultive son los que acabamos de mencionar; se trata de los más realistas y específicos” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (5)). “Decidme, ¿cómo podéis ser personas normales y ordinarias? ¿Cómo puedes, como dice Dios, asumir el lugar propio de un ser creado, cómo puedes no intentar ser un superhombre o una gran figura? ¿Cómo deberías practicar para ser una persona normal y corriente? ¿Cómo se puede lograr eso? ¿Quién va a responder? (Antes que nada, tenemos que admitir que somos personas corrientes, muy comunes. Hay muchas cosas que no entendemos, no comprendemos y no podemos dilucidar. Hemos de admitir que somos corruptos y tenemos defectos. Después de eso, debemos tener un corazón sincero y acudir a menudo ante Dios para buscar). En primer lugar, no te otorgues a ti mismo un título y que este te ate y digas: ‘Soy el líder, soy el jefe del equipo, soy el supervisor, nadie conoce este tema mejor que yo, nadie entiende las habilidades más que yo’. No te dejes llevar por tu autoproclamado título. En cuanto lo hagas, te atará de pies y manos, y lo que digas y hagas se verá afectado. Tu pensamiento y juicio normales también. Debes liberarte de las limitaciones de este estatus. Primero bájate de este título y esta posición oficial y ponte en el lugar de una persona corriente. Si lo haces, tu mentalidad se volverá más o menos normal. También debes admitirlo y decir: ‘No sé cómo hacer esto, y tampoco entiendo aquello; voy a tener que investigar y estudiar’, o ‘Nunca he experimentado esto, así que no sé qué hacer’. Cuando seas capaz de decir lo que realmente piensas y de hablar con honestidad, estarás en posesión de una razón normal. Los demás conocerán tu verdadero yo, y por tanto tendrán una visión normal de ti y no tendrás que fingir, ni existirá una gran presión sobre ti, por lo que podrás comunicarte con la gente con normalidad. Vivir así es libre y fácil; quien considera que vivir es agotador es porque lo ha provocado él mismo. No finjas ni coloques una fachada. Primero, muéstrate abierto sobre lo que piensas en tu corazón, tus verdaderos pensamientos, para que todos los conozcan y los comprendan. De este modo, se eliminarán tus preocupaciones, y las barreras y sospechas entre tú y los demás. Además, cuentas con otra dificultad. Siempre te consideras el jefe del equipo, un líder, un obrero o alguien con título, estatus y posición: si dices que no entiendes algo, o que no puedes hacer algo, ¿acaso no te estás denigrando a ti mismo? Cuando dejas de lado estos grilletes en tu corazón, cuando dejas de pensar en ti mismo como un líder o un obrero, y cuando dejas de pensar que eres mejor que otras personas y sientes que eres una persona corriente igual a cualquier otra, y que hay algunos ámbitos en los que eres inferior a los demás; cuando compartes la verdad y los asuntos relacionados con el trabajo con esta actitud, el efecto es diferente, como lo es la atmósfera” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Atesorar las palabras de Dios es la base de la fe en Dios). A raíz de las palabras de Dios, entendí los principios de la casa de Dios en cuanto a los ascensos y la formación de las personas. No es cierto que solo aquellos que posean la realidad-verdad o que sean capaces de llevar a cabo todos los diversos asuntos del trabajo puedan lograr ascensos y cultivarse para ser líderes. Más bien, siempre y cuando cuentes con la capacidad para comprender la verdad, tengas una humanidad decente, asumas una carga en el desempeño de tu deber y estés dispuesto a aprender, aunque no tengas ninguna experiencia, puedes cultivarte. Además, si te eligen líder, no debes ponerte en un pedestal. Es necesario que adoptes la postura correcta y reconozcas que solo eres una persona corriente y que, independientemente del trabajo, no naciste con la capacidad para hacerlo. Cuando te enfrentes a cosas que no sabes hacer o no entiendes, puedes pedir ayuda a tus hermanos y hermanas. Recordé que, cuando comencé a formarme para regar a los recién llegados, no sabía cómo realizar el trabajo, pero en ese momento caí en la cuenta de que regarlos significaba entrenarme en cómo usar la verdad para resolver problemas, lo cual fue beneficioso para mi entrada en la vida, y así conté con la motivación para cumplir con mi deber adecuadamente. Cuando me preparé junto a mis hermanos y hermanas, poco a poco, pasado un tiempo, también fui capaz de resolver ciertos problemas. Me di cuenta de que, sin importar el trabajo, no es cierto que solo puedas llevarlo a cabo una vez que sabes cómo hacerlo y lo entiendes; siempre necesitas pasar por un proceso de estudio y capacitación. Sin embargo, mi carácter arrogante me gobernaba y pensaba que, si era líder en la iglesia, tenía que entender más que los demás y destacarme en el trabajo. Solo así estaría cualificada para hacer un seguimiento del trabajo de los demás. También pensaba que si no podía hacerlo o ni yo misma lo entendía, los demás indudablemente me menospreciarían, y por eso rechacé el deber. No conocía mi verdadera medida. ¡Cuánto carecía de razón! En realidad, las exigencias que Dios nos plantea no son elevadas. Solo nos exige que seamos personas corrientes, que enfrentemos nuestros defectos con calma, que, con respecto a lo que no entendemos, le pidamos ayuda a los hermanos y hermanas de forma activa, y que busquemos la verdad para compensar nuestras deficiencias. Si nos preparamos paulatinamente de esta manera, nuestro progreso será más rápido. Una vez que lo entendí, estuve dispuesta a dejar atrás el punto de vista falaz de que “soy líder, tengo que ser mejor y entender más que los demás” y a practicar ser una persona honesta. Acepté el deber de ser líder desde lo más profundo de mi corazón.
Cuando empecé, estaba a cargo solo de la iglesia en la que me encontraba. Estaba relativamente familiarizada con el personal y el trabajo de esa iglesia, pero no mucho después, la supervisora me pidió que asumiera la responsabilidad del trabajo de varias iglesias más. Pensé: “Los hermanos y hermanas de esas iglesias tienen muy buena capacidad de trabajo. Ellos creen en Dios desde hace mucho más tiempo que yo. No soy tan buena como ellos. Si no puedo hacer muchas cosas cuando hago un seguimiento de su trabajo, ¿qué pensarán de mí? ¿Me menospreciarán?”. Envié un mensaje a la supervisora en el que decía que no estaba a la altura del trabajo y que no podía hacerlo. La supervisora me pidió que intentara formarme y lo comprobara. Más tarde, recordé un pasaje de las palabras de Dios que había leído antes: “Para todos los que cumplen con un deber, da igual lo profundo o superficial que sea su entendimiento de la verdad, la manera más sencilla de practicar la entrada en la realidad-verdad es pensar en los intereses de la casa de Dios en todo, y desprenderse de los propios deseos egoístas, de las intenciones, motivos, orgullo y estatus personales. Poner los intereses de la casa de Dios en primer lugar; esto es lo mínimo que se debe hacer. Si una persona que lleva a cabo un deber ni siquiera puede hacer esto, entonces ¿cómo se puede decir que está llevando a cabo su deber? Esto no es llevar a cabo el propio deber. Primero debes pensar en los intereses de la casa de Dios, tener en cuenta las intenciones de Dios y considerar la obra de la iglesia. Antepón estas cosas a todo; solo después de eso puedes pensar en la estabilidad de tu estatus o en cómo te consideran los demás. ¿No os parece que esto se vuelve un poco más fácil cuando lo dividís en dos pasos y hacéis algunas concesiones? Si practicas de esta manera durante un tiempo, llegarás a sentir que satisfacer a Dios no es algo tan difícil. Además, deberías ser capaz de cumplir con tus responsabilidades, llevar a cabo tus obligaciones y tu deber, dejar de lado tus deseos egoístas, tus intenciones y motivos. Debes mostrar consideración hacia las intenciones de Dios y anteponer los intereses de la casa de Dios, la obra de la iglesia y el deber que se supone que has de cumplir. Después de experimentar esto durante un tiempo, considerarás que esta es una buena forma de comportarte. Es vivir sin rodeos y honestamente, y no ser una persona vulgar y vil; es vivir de forma recta y honorable, en vez de ser despreciable, vulgar y un inútil. Considerarás que así es como una persona debe actuar y la imagen que debe vivir. Poco a poco, disminuirá tu deseo de satisfacer tus propios intereses” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando el carácter corrupto). Mientras reflexionaba sobre Sus palabras, comprendí que, para llevar a cabo mi deber adecuadamente, debía desprenderme de mi propio orgullo y mi estatus, y priorizar los intereses de la casa de Dios a cada paso. Solo así Él se sentiría satisfecho. Este deber que se me presentaba significaba que Dios me exaltaba, que me motivaba a buscar más la verdad y a transitar la senda de su búsqueda. Pensé en lo tensa que es la situación en Birmania, con una guerra constante. No sabía cuánto tiempo podría cumplir con mi deber. Ahora que tenía la oportunidad de llevarlo a cabo, debía valorarla con esmero y no podía rechazarla por miedo a lo que los demás pensarían de mí. Sin importar los problemas que salieran a la luz en mi deber a continuación, debía enfrentar mis propios defectos con calma. Al pensarlo de esa manera, mi corazón se sintió un poco más tranquilo. Un día, me encontré con el hermano y la hermana con los que trabajaba y hablamos sobre el trabajo que venía. Me sinceré con los dos y les dije: “Tengo muchas deficiencias y no sé hacer muchas de las tareas, así que necesitamos trabajar juntos”. Al decirlo, me sonrojé por completo. Aunque sentí que había perdido cierto prestigio, después de confesarles mis propias deficiencias y hablar de todo corazón, me sentí muy tranquila en mi interior. Mi hermano y mi hermana no me menospreciaron y estuvieron dispuestos a trabajar conmigo para hacer el trabajo adecuadamente.
Un día, leí otro pasaje de las palabras de Dios y comprendí mejor la causa principal por la que rechazaba mi deber. Dios Todopoderoso dice: “En vez de buscar la verdad, la mayoría de la gente tiene sus propios planes mezquinos. Sus propios intereses, su imagen y el lugar o posición que ocupan en la mente de los demás tienen gran importancia para ellos. Estas son las únicas cosas que aprecian. Se aferran a ellas con mucha fuerza y las consideran como su propia vida. Y cómo los vea o los trate Dios tiene para ellos una importancia secundaria; de momento, lo ignoran. Lo único que consideran es si son el jefe del grupo, si otros los admiran y si sus palabras tienen peso. Su primera preocupación es la de ocupar esa posición. Cuando se encuentran en un grupo, casi todas las personas buscan este tipo de posición, este tipo de oportunidades. Si tienen un gran talento, por supuesto que quieren estar en lo más alto; si tienen una capacidad normal, seguirán queriendo tener una posición superior en el grupo; y si están en una posición baja en el grupo y poseen un calibre y unas habilidades medios, también desearán que los demás los admiren, no querrán que los miren por encima del hombro. La imagen y la dignidad de estas personas constituyen el punto donde marcan el límite: tienen que aferrarse a tales cosas. Puede que no tengan integridad y no posean ni la aprobación ni la aceptación de Dios, pero en absoluto pueden perder entre los demás el respeto, el estatus o la estima por los que se han esforzado. Este es el carácter de Satanás. Sin embargo, las personas no son conscientes de ello. Creen que tienen que aferrarse a ese poquito de imagen hasta el final. No son conscientes de que solo cuando renuncien por completo a estas cosas vanas y superficiales y las dejen de lado, se convertirán en una persona real. Si una persona protege como a su vida estas cosas que deberían desecharse, su vida está perdida. Las personas desconocen lo que está en juego. Y así, cuando actúan, siempre se guardan algo, siempre tratan de proteger su propia imagen y estatus, los colocan en primer lugar, y hablan solo para sus propios fines, para su propia falsa defensa. Lo hacen todo para ellas mismas. Se lanzan hacia cualquier cosa que destaque, para hacer saber a todo el mundo que formaron parte de ella. En realidad no tuvieron nada que ver, pero jamás quieren quedar en segundo plano, siempre tienen miedo de que los demás las desprecien, temen siempre que los demás digan que no son nada, que no son capaces, que no tienen aptitudes. ¿Acaso no dirige todo esto su carácter satánico? Cuando seas capaz de desprenderte de cosas como la imagen y el estatus, estarás mucho más relajado y libre; habrás puesto el pie en la senda de ser honesto. Pero para muchos, no es algo fácil de conseguir. Cuando aparece la cámara, por ejemplo, las personas se lanzan a ponerse delante; les gusta que las enfoque, cuanto más lo haga, mejor; temen que su protagonismo no sea suficiente, y pagarán el precio que sea necesario para tener la oportunidad de que así sea. ¿Y acaso no dirige todo esto su carácter satánico? Este es su carácter satánico. Entonces logras estar en el foco, ¿y ahora qué? La gente piensa bien de ti, ¿y qué? Te idolatran, ¿y qué? ¿Demuestra algo de esto que poseas la realidad-verdad? No tiene ningún valor. Cuando puedas superar estas cosas, cuando te vuelvas indiferente hacia ellas y ya no las consideres importantes, cuando la imagen, la vanidad, el estatus y la admiración de las personas ya no controlen tus pensamientos y tu comportamiento, y mucho menos la forma en que cumples con tu deber, entonces el cumplimiento de tus deberes será cada vez más eficaz y más puro” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer las palabras de Dios, comprendí que todas las personas valoran el estatus y que, en todo lo que hacen, tienen en cuenta su propia reputación y su estatus a cada instante. Recordé el comienzo, cuando me eligieron líder en la iglesia. Debido a que recién había empezado a capacitarme y tenía muchas deficiencias, temía que, si hacía un seguimiento del trabajo de mis hermanos y hermanas mientras que había muchas cosas que no sabía hacer, parecería muy incompetente. Para que la gente no me menospreciara, rechacé mi deber una y otra vez. Que yo fuera capaz de capacitarme como líder era una muestra de la exaltación de Dios. Él esperaba que pudiera emprender la senda de la búsqueda de la verdad y que poco a poco resolviera mi propio carácter corrupto. Sin embargo, no agradecí el favor e insistí en rechazar mi deber para proteger mi reputación, lo que significaba rebelarse contra Dios. Durante esos años, había disfrutado del riego y del sustento de muchas palabras de Dios, pero cuando la obra de la iglesia requirió de mi trabajo, no pensé en cómo cumplir con mis responsabilidades ni en la manera de recompensar Su gracia. ¡Sin duda carecía de humanidad en gran manera! En realidad, desde que me convertí en líder, poco a poco me doté de ciertas verdades en el ámbito del discernimiento y me preparé para usar la verdad a fin de resolver problemas. Como líder, experimenté muchas cosas y tuve muchas oportunidades de obtener la verdad. ¡Todas representaban logros genuinos! Si no sirviera como líder ni hiciera un seguimiento del trabajo de los demás, mis propias deficiencias no saldrían a la luz y salvaría mi reputación. Sin embargo, a fin de cuentas, no obtendría la verdad ni cambiaría mi carácter. A la larga, ¿no sería todo en vano? En última instancia, no haría más que perder la oportunidad de salvarme y causaría mi propia perdición. Pensarlo resulta aterrador. Más adelante, pude cumplir con mi deber con normalidad, sin sentirme tan limitada por la reputación.
En una ocasión, fui a una iglesia para asistir a una de sus reuniones. Al hablar sobre la obra, una hermana expresó ideas claras y quise añadir algo, pero como sentí que mi hermana había hablado muy bien y de manera absolutamente exhaustiva, no dije nada. Pensé: “Si vengo y no brindo un mínimo consejo, ¿qué pensarán de mí mis hermanos y hermanas? ¿No creerán que de veras no sirvo para nada y que carezco de toda capacidad para el trabajo?”. Al pensarlo, me sentí algo avergonzada; creí que mis hermanos y hermanas seguramente se habían dado cuenta. Entonces, ya no quise asistir a sus reuniones. Durante esos días, no hice un seguimiento ni me informé sobre su trabajo. En ese momento, sentí cierto remordimiento: “No hice el seguimiento del trabajo por temor a que mis hermanos y hermanas me menospreciaran. ¿Acaso no es abandono del deber? Si durante mucho tiempo no hago el seguimiento del trabajo, sin duda perderé este deber y muchas oportunidades de obtener la verdad. No puedo tener en cuenta lo que los demás piensan de mí constantemente. Por más aprecio que me tengan, no sirve de nada. Lo esencial es lo que Dios piensa de mí, y eso es lo más importante”. Por ello, me desprendí de mi orgullo y fui a hacer el seguimiento del trabajo. Después, elaboré un plan para mí misma, determiné qué iglesias visitaría en una semana y qué aspectos del trabajo supervisaría. Al comienzo, estaba muy nerviosa. Me asustaba no poder expresarme bien y que mis hermanos y hermanas me menospreciaran. Siempre que esto ocurría, me tranquilizaba, oraba a Dios y le pedía que no permitiera que la reputación me limitara. Cuando corregí mi actitud, logré calmar mi corazón y hacer el seguimiento del trabajo con normalidad. Además, al hacer el seguimiento del trabajo, descubrí que todos mis hermanos y hermanas tenían ciertas fortalezas, y a través de ellas podía compensar mis debilidades. A veces, si me encontraba con un problema que no podía comprender mientras hacía el seguimiento del trabajo, se los planteaba con franqueza: “Aún no logro entender este problema, así que más tarde seguiré buscando”. Al practicar de este modo, mi corazón se sentía muy tranquilo. Haber adquirido este leve entendimiento y haber logrado este pequeño cambio es fruto de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!