59. Me desprendo de mi sentimiento de deuda con mis hijos
En 2003, acepté la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Me emocionaba especialmente poder celebrar el regreso del Señor Jesús y quería contarles enseguida esta maravillosa noticia a mis hermanos y hermanas en el Señor para que todos pudieran acudir ante Dios. Por tanto, me uní rápidamente al equipo evangélico.
En marzo de 2004, visité otras zonas para predicar el evangelio debido a las necesidades del trabajo. En ese momento, me sobraba determinación y quería salir y predicar el evangelio lo antes posible, para así poder ayudar a más personas a oír la voz de Dios y aceptar la gracia de Su salvación de los últimos días. Pero entonces pensé: “¿Quién va a cuidar de mis dos hijos si me voy? Mi hija tiene 13 años y mi hijo 12. Los he criado desde pequeños. Mi esposo se pasa el día atareado en el trabajo y nunca se ha preocupado mucho de ellos. Si me voy para hacer mi deber, ¿quién se asegurará de que coman tres veces al día? Si no hay nadie que los cuide y ocurre algo, ¿no dirán mi esposo y mi suegra que no he cumplido bien con mi responsabilidad como madre? Mis parientes y vecinos también dirían que no soy una buena madre”. Al pensar esto, tuve una sensación muy desagradable en el corazón, como si una enorme roca lo aplastara. Acudí ante Dios para orar: “Querido Dios, quiero ir a predicar el evangelio, pero no puedo desprenderme de mis hijos. Temo que nadie cuide de ellos cuando me vaya. ¿Cómo debería practicar? Esclaréceme y guíame”. Después de orar, recordé las palabras de Dios: “¿Quién puede en verdad esforzarse verdadera y enteramente por Mí y ofrecer su todo por Mi bien? Todos sois tibios, vuestros pensamientos dan vueltas y vueltas, pensáis en el hogar, en el mundo exterior, en la comida y en la ropa. A pesar de que estás aquí, delante de Mí, haciendo cosas para Mí, en el fondo, sigues pensando en tu esposa, tus hijos y tus padres, que están en casa. ¿Son todas estas cosas tu propiedad? ¿Por qué no las encomiendas a Mis manos? ¿No tienes suficiente fe en Mí? ¿O es que tienes miedo de que Yo haga disposiciones inapropiadas para ti? ¿Por qué siempre te preocupas de la familia de tu carne y te interesas por tus seres queridos? ¿Ocupo Yo un lugar determinado en tu corazón? Sigues hablando de permitirme tener dominio sobre ti y de permitirme ocupar todo tu ser; ¡estas son todas mentiras engañosas! ¿Cuántos de vosotros estáis comprometidos con la iglesia con todo vuestro corazón? ¿Y quién de entre vosotros no piensa en sí mismo, sino que está actuando a favor del reino de hoy? Piensa muy detenidamente en esto” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 59). A partir de las palabras de Dios, entendí que Él es el Creador y tiene soberanía sobre el destino de todas las personas y lo rige, así que, ¿acaso no estaban también mis dos hijos en manos de Dios? Él ya había dispuesto lo que iba a ocurrir con mis hijos en el futuro. No tenía sentido que me preocupara. Debía tener fe en Dios y encomendarle a mis hijos. Así que acomodé a mis dos hijos y salí a cumplir con mi deber con una mente tranquila.
El invierno de 2004 fue muy frío. Oí decir a algunos hermanos y hermanas que querían comprar ropa de abrigo para sus hijos y me empecé a preocupar por los míos. “Hace frío, ¿estarán bien abrigados? ¿Y si se resfrían?”. Así que hice los arreglos necesarios para mi trabajo y me fui a casa. Cuando llegué, observé que mis dos hijos habían aprendido a cocinar y a lavarse la ropa y que la salud de ambos era excelente. Pensé en lo que dijo Dios: “¿Por qué no las encomiendas a Mis manos? ¿No tienes suficiente fe en Mí? ¿O es que tienes miedo de que Yo haga disposiciones inapropiadas para ti? ¿Por qué siempre te preocupas de la familia de tu carne y te interesas por tus seres queridos?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 59). Había tenido muy poca fe, pero ahora que veía que a mis hijos les iba bien, podía dejarlos ir y hacer mi deber con el corazón tranquilo. Más adelante, la siguiente vez que los vi, mis hijos habían crecido. No solo podían ayudar a su padre a vender en la tienda, sino que también habían aprendido a comprar al por mayor. Todos alababan la capacidad y competencia de ambos. Yo estaba muy feliz y se lo agradecí a Dios. Después de eso, les prediqué el evangelio a mis dos hijos. Ambos lo aceptaron y leyeron las palabras de Dios en casa.
A finales de 2012, me arrestaron mientras predicaba el evangelio lejos de casa. La policía me torturó durante una semana para que vendiera al líder de la iglesia. Durante ese tiempo, no pararon de amenazarme e intimidarme, me dijeron que era una delincuente política porque creía en Dios y que las personas en casos como el mío eran condenadas a entre tres y siete años. Yo lloraba sin parar al pensar en una condena tan larga. Pensaba: “¿Se preocuparán por mí mis dos hijos si se enteran de que me han detenido? Si la policía averigua que también creen en Dios, ¿los arrestarán a ellos también? No los he cuidado bien estos años. Si además los meto en problemas…”. Cuanto más lo pensaba, más triste me sentía. De manera inesperada, la policía me llevó a la puerta del centro de detención unos días después. Vi a mi hija y me enteré de que mis dos hijos habían buscado a gente, se habían servido de conexiones y se habían tomado muchas molestias y gastado entre 70000 y 80000 yuanes en mi fianza para liberarme a la espera de juicio, con el fin de que cumpliera fuera mi condena de 18 meses. Cuando llegué a casa, mi esposo me dijo: “Los dos chicos se han movido mucho para sacarte de allí. Estuvieron preguntando por ahí a diario y ya no se centraban en hacer negocios. Se pasaban todo el día preocupados y asustados, temían que la policía te matara de una golpiza. Nuestro hijo dijo que te sacaría de allí, aunque tuviera que vender todo lo que tenía”. Cuando oí estas palabras de mi esposo, no pude contener el llanto. Echando la vista atrás, abandoné mi hogar para hacer mi deber cuando mis hijos eran adolescentes. No los cuidé bien a lo largo de los años y ahora incluso habían pagado un precio alto por mí. Sentía de veras que los había defraudado y quería quedarme en casa y cuidar bien de ellos a partir de entonces, ayudarlos a cuidar de sus hijos y trabajar un poco para compensar mi deuda con ellos. Nunca esperé que, cuando solo llevaba diez días en casa, cinco o seis policías irrumpieran de repente en ella y me arrestaran para llevarme de vuelta al centro de detención. Me torturaron e interrogaron durante seis días, pero me soltaron sin que les hubiera contado nada. Para evitar que la policía me arrestara, no me quedó otra opción que dejar mi casa e irme a otro lugar a hacer mis deberes.
En una ocasión, le escribí a mi hija para preguntarle por la situación en casa. Mi hija me dijo que, desde mi partida, la policía había venido a casa muchas veces para obligarlos a revelar mi paradero. El gobierno había paralizado el trabajo de mi hijo y mi hija también dejó de asistir a las reuniones y de hacer sus deberes por mi arresto, pues le suponía un riesgo de seguridad. Con el paso del tiempo, mi hija se volvió débil y mi hijo ya no quería ir a las reuniones. Después de leer la carta, me sentí muy angustiada y pensé: “Si mis dos hijos no creen en Dios, ¿no podrán tener un buen desenlace en el futuro? Si estuviera en casa y compartiendo con ellos las palabras de Dios, ¿acaso no podrían aún creer en Él y cumplir sus deberes adecuadamente? Paso mis días en otras zonas predicando el evangelio a los demás, pero ahora mis propios hijos están débiles y no los he ayudado ni apoyado adecuadamente. No soy una buena madre”. Durante ese tiempo, mi estado era malo y no tenía ánimos para hacer mi deber. No se regó a los nuevos fieles con celeridad, lo que llevó a que algunos se volvieran negativos. Sabía que, si mi estado no cambiaba, sería muy peligroso, así que oré a Dios para que me guiara a entenderme a mí misma y a comprender Su intención. Pensé en un pasaje de las palabras de Dios y lo busqué para leerlo. Dios Todopoderoso dice: “Satanás ha corrompido profundamente a las personas que viven en esta sociedad real. Independientemente de si han recibido formación o no, una gran parte de la cultura tradicional está arraigada en sus pensamientos e ideas. En particular, las mujeres deben atender a sus maridos y criar a sus hijos, ser buenas esposas y madres cariñosas, dedicar su vida entera a sus maridos e hijos y vivir para ellos, asegurarse de que la familia tome tres comidas completas al día, lavar la ropa, limpiar la casa y hacer bien todas las otras tareas domésticas. Este es el estándar aceptado para ser una buena esposa y una madre afectuosa. Las mujeres también piensan que las cosas deberían hacerse de esta manera; si las hacen de otro modo, no son buenas mujeres e infringen la conciencia y los criterios de moralidad. Infringir estos criterios morales pesará mucho en la conciencia de algunas; sentirán que han decepcionado a sus maridos e hijos y que no son buenas mujeres. Pero una vez que creas en Dios y hayas leído muchas de Sus palabras, entendido algunas verdades y calado algunos asuntos, pensarás: ‘Soy un ser creado y debería cumplir mi deber como tal y esforzarme por Dios’. En este momento, ¿hay algún conflicto entre ser una buena esposa y una madre amorosa y cumplir tu deber como ser creado? Si quieres ser una buena esposa y una madre cariñosa, no puedes dedicar todo tu tiempo a cumplir tu deber, pero si quieres dedicarte por completo a cumplir tu deber, no puedes ser una buena esposa y una madre afectuosa. ¿Qué haces en ese caso? Si eliges cumplir bien tu deber, encargarte del trabajo de la iglesia y ser leal a Dios, debes renunciar a ser una buena esposa y una madre amorosa. ¿Qué pensarías en esta situación? ¿Qué tipo de desacuerdo surgiría en tu mente? ¿Sentirías que has decepcionado a tus hijos y a tu marido? ¿De dónde proviene este sentimiento de culpa y desasosiego? Cuando no cumples bien el deber de un ser creado, ¿sientes que has decepcionado a Dios? No tienes ningún sentimiento de culpa o reproche porque no hay el más ligero indicio de la verdad en tu corazón y en tu mente. Por tanto, ¿qué es lo que entiendes? La cultura tradicional y ser una buena esposa y una madre cariñosa. De esta manera, surgirá en tu mente esta noción: ‘Si no soy una buena esposa y una madre afectuosa, no soy una mujer buena ni decente’. A partir de ese momento, esta noción te atará y te encadenará, y seguirá siendo así incluso después de que creas en Dios y cumplas tu deber. Cuando haya un conflicto entre cumplir tu deber y ser una buena esposa y una madre amorosa, aunque tal vez elijas de mala gana cumplir tu deber, pues quizá tienes un poco de lealtad, seguirás sintiéndote desasosegada y culpable en el corazón. Por tanto, cuando tengas un poco de tiempo libre mientras cumplas tu deber, buscarás la oportunidad de cuidar de tus hijos y de tu marido, querrás compensarlos aún más y pensarás que eso está bien, aunque debas sufrir más, con tal de tener la conciencia tranquila. ¿Acaso no proviene todo esto de la influencia de las ideas y las teorías de la cultura tradicional sobre ser una buena esposa y una madre cariñosa? Ahora tienes un pie puesto en cada lado: quieres cumplir tu deber bien, pero también quieres ser una buena esposa y una madre afectuosa. Sin embargo, ante Dios solo tenemos una responsabilidad, una obligación, una misión: cumplir correctamente el deber de un ser creado. ¿Has cumplido bien este deber? ¿Por qué volviste a desviarte del camino? ¿Realmente no te sientes culpable ni te haces reproches en tu interior? Al cumplir tu deber, puedes alejarte del camino porque la verdad todavía no se ha asentado ni reina en tu corazón. Aunque ahora seas capaz de cumplir tu deber, en realidad aún no estás a la altura de los criterios de la verdad ni de los requisitos de Dios. […] El hecho de que podamos creer en Dios es una oportunidad que Él ofrece; Él así lo decreta y es Su gracia. Por tanto, no es necesario que cumplas tus obligaciones o responsabilidades hacia nadie más; solo deberías cumplir tu deber hacia Dios como ser creado. Esto es lo que la gente debe hacer por encima de cualquier otra cosa, la acción principal que se debe llevar a cabo como asunto primordial de la vida de cada uno. Si no cumples bien tu deber, no eres un ser creado cualificado” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo reconociendo las propias opiniones equivocadas puede uno transformarse realmente). A partir de la exposición de las palabras de Dios, comprendí que había estado encadenada con demasiada fuerza a la cultura tradicional. Había creído que una buena madre debe vivir por sus hijos, asegurarse de que comen tres veces al día y ocuparse de todo en su vida, además de las tareas domésticas. Solo si hacías esto podías ser una buena esposa y una madre amorosa. Si no podías hacerlo, no eras una mujer buena: habrías vulnerado la conciencia y los estándares de moralidad. A lo largo de los años, siempre había considerado ser una buena esposa y una madre amorosa como el estándar para ser una buena mujer. Por mucho que sufriera por mis hijos, creía que eso era perfectamente natural y estaba totalmente dispuesta a esclavizarme toda la vida por ellos. Pensaba que solo si actuaba de esta manera podría cumplir bien mis responsabilidades como madre. En particular, después de que me arrestara el Partido Comunista, mis dos hijos gastaron mucho dinero en mí, su negocio se vio perjudicado y además estaban preocupados y asustados. Me sentía incluso más en deuda con ellos. Consideraba que no los había cuidado bien y los había hecho sufrir mucho por mi, así que quería trabajar más para ellos y ayudarlos a cuidar de sus hijos para compensarlos todo lo posible. Cuando me enteré de que mi hija no podía asistir a las reuniones ni llevar a cabo sus deberes a causa de mi arresto, que mi hijo había perdido su empleo y mi nuera también le estaba poniendo trabas y acosándolo, con lo que se quedó sin ánimos para creer en Dios, creí que había fracasado en mis responsabilidades porque no les había leído más de las palabras de Dios. Debido a esto, vivía en el autorreproche y no tenía ánimos para hacer mi deber. Los nuevos fieles de cuyo riego era responsable no podían asistir a las reuniones con regularidad por mi negatividad y mi debilidad, pero no me apresuré a encontrar palabras relevantes de Dios para resolver sus problemas. En cambio, solo pensaba en cómo volver a casa y cuidar de mis hijos. Debido a los riesgos para mi seguridad, no podía volver a casa y todo el tiempo sentía que estaba en deuda con mis hijos, mientras que mi corazón estaba lleno de dolor y tormento. Le había dado mayor importancia a ser una buena esposa y una madre amorosa que a obtener la verdad, hacer mi deber y salvarme. Aunque había dejado a mi familia y mi trabajo atrás para cumplir mi deber todos estos años, mis pensamientos y puntos de vista no habían cambiado lo más mínimo. No estaba pensando en cómo cumplir bien el deber de un ser creado ante Dios, sino que, en su lugar, buscaba ser una buena esposa y una madre amorosa. Estuve a punto de estropear mi deber y mi oportunidad de salvarme. ¡Qué ciega e ignorante fui! Echando la vista atrás, hablaba a menudo con mis hijos sobre creer en Dios y los guie ante Él, así que he cumplido bien con mis responsabilidades y no les debo nada. En realidad, los sufrimientos que padecieron mis hijos los causó el Partido Comunista. Si no fuera por la persecución del Partido Comunista y sus arrestos a los creyentes en Dios, podría haberme ido a casa y ocuparme de ellos. Debería haber odiado al Partido Comunista porque fue este el que me causó sufrimiento a mí y a mis hijos. Sin embargo, me culpaba a mí misma de todo y me obstinaba en creer que mis hijos sufrían tanto porque, como madre, no cuidé bien de ellos. ¡Era tan estúpida y tan incapaz de desentrañar las cosas! Cuando entendí esto, mi estado cambió en cierto modo. Fui capaz de dedicarme de corazón a hacer mi deber y esos nuevos fieles negativos y débiles también pudieron reunirse con normalidad.
En 2023, un judas me traicionó y la policía no paraba de intentar detenerme. En enero de 2024, la policía llamó a mi hija y le pidió que fuera a comisaría. Ella pensó que me habían vuelto a detener y acudió a toda prisa, presa del pánico. De manera inesperada, la policía obligó a mi hija a firmar las “Tres declaraciones” para negar y traicionar a Dios y además la amenazaron e intimidaron. Mi hija no desentrañó las intrigas de Satanás y firmó las “Tres declaraciones”. Cuando me enteré, me sentí muy triste en mi fuero interno. Pensé: “Mi hija es obediente y sensata y nunca ha dejado de creer en Dios. Cuando la policía me detuvo, no podía acudir a las reuniones ni hacer su deber debido al riesgo de arresto. Luego se vio constreñida por su esposo y su suegro, así que, a lo largo de estos años, no ha perseguido la verdad de la manera adecuada y ha estado viviendo en la búsqueda del dinero. En consecuencia, no ha comido ni bebido las palabras de Dios adecuadamente ni ha realizado su deber. La iglesia ya la había echado por ser una incrédula. Ahora ha firmado las ‘Tres declaraciones’, lo que significa que ha perdido por completo cualquier oportunidad de salvarse”. Al pensar en ello, no pude controlar las lágrimas. Si hubiera podido ir a casa con regularidad para ver a mis hijos y compartir las palabras de Dios con ellos más a menudo, entonces tal vez mi hija habría entendido más verdades y no habría firmado las “Tres declaraciones”. Mientras más lo pensaba, más me condenaba a mí misma. Durante esos días, no tenía ganas de hacer nada ni ánimo para cumplir mis deberes. Me di cuenta de que mi estado era malo, así que acudí ante Dios para orar, para que me condujera a entender Su intención.
Después de orar, leí las palabras de Dios: “Quienquiera que sea, si pertenece a cierto tipo de persona, caminará por cierta senda. ¿Me equivoco? (No). La senda que toma una persona determina lo que es. La senda que toma y la clase de persona en la que se convierte dependen de ella. Son cosas predestinadas, innatas, y tienen que ver con la naturaleza de la persona. Por tanto, ¿de qué sirve la educación parental? ¿Puede gobernar la naturaleza de una persona? (No). La educación parental no puede gobernar la naturaleza humana ni resolver el problema de qué senda ha de tomar una persona. ¿Cuál es la única educación que pueden proveer los padres? Algunos comportamientos simples en la vida diaria de sus hijos, algunos pensamientos y reglas de conducta bastante superficiales; estas son cosas que tienen algo que ver con los padres. Antes de que sus hijos lleguen a la edad adulta, los padres deberían cumplir la responsabilidad que les corresponde, que es educar a sus hijos para seguir la senda correcta, estudiar mucho y esforzarse por sobresalir entre los demás cuando se hacen mayores, así como no hacer cosas malas ni convertirse en malas personas. Los padres deben también regular el comportamiento de sus hijos, enseñarles a ser educados y saludar a sus ancianos cuando los ven, así como otras cosas relativas al comportamiento; esta es la responsabilidad que los padres deben cumplir. La influencia parental equivale a ocuparse de la vida de un hijo y educarlo por medio de algunas reglas básicas de comportamiento. En cuanto a la personalidad del hijo, no es algo que puedan enseñar los padres. Algunos padres son relajados y lo hacen todo a un ritmo tranquilo, mientras que sus hijos son muy impacientes y no pueden permanecer quietos ni siquiera un rato. Se marchan a hacer su propia vida cuando tienen catorce o quince años, toman sus propias decisiones en todo, no necesitan a sus padres y son muy independientes. ¿Se lo enseñan sus padres? No. Por tanto, la personalidad de una persona, el carácter e incluso su esencia, así como la senda que elige en el futuro, no tienen nada que ver en absoluto con sus padres. […] La senda que toma una persona en la vida no la determinan sus padres, sino que está predestinada por Dios. Se dice que ‘El cielo decide el porvenir del hombre’, y este dicho condensa la experiencia humana. No puedes saber qué senda va a tomar una persona antes de que alcance la edad adulta. Una vez que se hace adulta y tiene pensamientos y puede reflexionar respecto a los problemas, elegirá qué hacer cuando se halle en una comunidad más amplia. Algunas personas dicen que quieren ser funcionarios superiores, otros aseguran querer ser abogados y otros escritores. Todo el mundo cuenta con sus propias elecciones e ideas. Nadie dice: ‘Me limitaré a esperar que mis padres me eduquen. Me convertiré en aquello para lo que mis padres me eduquen, sea lo que sea’. Nadie es tan necio. Tras llegar a la edad adulta, las ideas de la gente comienzan a agitarse y a madurar poco a poco, y así la senda y los objetivos que tiene por delante se vuelven cada vez más claros. En este momento, poco a poco, resulta obvio y visible a qué tipo de persona pertenece y de qué grupo forma parte. A partir de este punto, la personalidad de cada persona se define claramente y de manera gradual, al igual que su carácter y la senda que persigue, su dirección en la vida y el grupo al que pertenece. ¿En qué se basa todo esto? En última instancia, esto es lo que Dios ha predestinado, no tiene nada que ver con los padres de uno” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (I)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que la senda que toman los hijos no es algo que los padres puedan decidir ni cambiar. Viene determinada por su esencia-naturaleza y no tiene nada que ver con la educación parental. Pensé en que mi hija no había perseguido la verdad antes de firmar las “Tres declaraciones” y que, en cuanto su negocio empezó a funcionar, no asistió a las reuniones ni leyó las palabras de Dios ni estuvo dispuesta a hacer su deber. Se centró en la búsqueda del dinero y de las tendencias malvadas del mundo. El líder había compartido con ella muchas veces, pero no se arrepintió, así que, debido a su conducta habitual, la iglesia echó a mi hija por ser una incrédula. Ahora que había firmado las “Tres declaraciones”, había revelado por completo que su esencia era la de una incrédula. Que ella no persiguiera la verdad ni caminara por la senda correcta lo determinaba su propia esencia-naturaleza y no guardaba relación con que yo fuera su madre. Que mis hijos acabaran en este estado se debía a que, por naturaleza, no amaban la verdad ni la perseguían. No se podía culpar a nadie más y, aunque les hubiera leído más palabras de Dios, no hubieran perseguido la verdad con afán ni caminado por la senda correcta. Por naturaleza, sentían aversión por la verdad y no la perseguían, así que, aunque la hubiera compartido con ellos a diario, no hubiera podido cambiar su esencia ni la senda por la que caminaban. Cuando contemplé a mis hijos de acuerdo con las palabras de Dios, mi corazón se sintió mucho más liberado, ya no me sentía en deuda con ellos ni perturbada a la hora de hacer mi deber. ¡Gracias a Dios!