65. Experimentar el amor de Dios en medio de la enfermedad
En 2003, acepté la obra de Dios de los últimos días. Poco después, sin siquiera darme cuenta, se curaron mis problemas de estómago, de tensión baja, de azúcar bajo y otras dolencias. Estaba muy feliz y agradecida. Pensé para mis adentros: “Dios no solo cuida y protege a las personas, sino que además expresa Sus palabras para purificarlas y salvarlas y las lleva a un hermoso destino. ¡He hecho la elección correcta al creer en Dios!”. Todos los días, dedicaba tiempo a leer las palabras de Dios y aprender himnos, me esforzaba con gran pasión y, con lluvia o con sol, con frío o con viento, seguía cumpliendo mi deber. Durante esa época, mi familia me acosaba, parientes y vecinos se burlaban de mí y me difamaban y el PCCh también me acosaba y hostigaba, pero estas circunstancias no me impedían hacer mi deber. Cada vez que pensaba en estas cosas, contaba mis esfuerzos y gastos, me parecía que era una auténtica creyente en Dios y estaba segura de que, si continuaba así, me salvaría y sobreviviría. Me sentía muy feliz.
En 2020, me pasé varios días tosiendo, pero no le di mucha importancia. Para 2021, la tos se volvió más grave. Me pasaba el día tosiendo y no podía parar de hacerlo, sobre todo cuando me tumbaba. Tosía hasta que me quedaba dormida sin darme cuenta y, a menudo, sufría mareos, palpitaciones, falta de aliento y sudores fríos. No tardé en bajar de peso, pasé de más de 100 libras a unas 80. Más adelante, empeoró mi estado. Me dolía todo el pecho y el abdomen por la violencia de la tos, lo que me impedía descansar, y solo me sentía un poco mejor si me tumbaba. Me volví muy sensible al frío. Cuando los demás solo llevaban ropa ligera, yo tenía que ponerme ropa gruesa y debía taparme con espesas mantas para dormir. Me quedaba tan exhausta con cualquier tarea sencilla que apenas podía moverme, me faltaba el aliento y no podía hablar. Sentía el abdomen hinchado y dolorido y a menudo no podía comer. Me dolía cada vez que me presionaba el estómago y la continua tos lo empeoraba. Pensé para mis adentros: “¿Por qué parecen los síntomas de una enfermedad grave?”. Después de la pandemia, acudí al hospital para un ultrasonido abdominal y el médico me dijo con solemnidad que tenía muchas piedras pequeñas en los conductos biliares y había fluido en la zona pélvica, lo cual no se podía identificar claramente si era retención de agua o estasis sanguínea. Además, me insistió mucho en que fuera a un hospital mayor para un examen más a fondo, me instó a que fuera de inmediato. Yo era un poco escéptica. Pensaba que, ya que había estado haciendo sacrificios y esforzándome por Dios durante todos estos años, Él debería haber impedido que me pusiera gravemente enferma. Pensaba: “Algunos hermanos y hermanas no se han sacrificado, esforzado ni sufrido tanto como yo, pero están sanos y pueden hacer sus deberes con normalidad. He sufrido y sacrificado mucho, sin embargo, no paro de padecer una enfermedad tras otra. ¿Por qué Dios no me ha mantenido a salvo? ¿Puede ser que haya empezado a detestarme y me haya abandonado? ¿Por qué si no padecía enfermedades continuamente?”. Mientras más lo pensaba, más dolor sentía. No sabía qué decir cuando oraba a Dios ni qué capítulo leer de Sus palabras. Quería mantenerme ocupada con algunos de mis deberes, pero me sentía demasiado exhausta para moverme. Sentía una incomodidad indescriptible en mi interior y me era imposible acumular algo de energía.
Al día siguiente, recordé que el doctor había destacado que mi condición era grave y me preocupé y angustié mucho. Así que oré a Dios: “Dios, tengo mucha angustia por esta enfermedad. Mi estatura es muy escasa y no sé cómo experimentar esto. Te pido que me guíes a entender Tu intención en este asunto y me ayudes a saber experimentar lo que viene después”. Luego, leí las palabras de Dios: “En su creencia en Dios, lo que las personas buscan es obtener bendiciones para el futuro; este es el objetivo de su fe. Todo el mundo tiene esta intención y esta esperanza, pero la corrupción en su naturaleza debe resolverse por medio de pruebas y refinamiento. En los aspectos en los que no estás purificado y revelas corrupción, en esos aspectos debes ser refinado: este es el arreglo de Dios. Dios crea un entorno para ti y te fuerza a ser refinado en ese entorno para que puedas conocer tu propia corrupción. Finalmente, llegas a un punto en el que preferirías morir para renunciar a tus propósitos y deseos y someterte a la soberanía y el arreglo de Dios. Por tanto, si las personas no pasan por varios años de refinamiento, si no soportan una cierta cantidad de sufrimiento, no serán capaces de deshacerse de la limitación de la corrupción de la carne en sus pensamientos y en su corazón. En aquellos aspectos en los que la gente sigue sujeta a la limitación de su naturaleza satánica y en los que todavía tiene sus propios deseos y sus propias exigencias, esos son los aspectos en los que debe sufrir. Solo a través del sufrimiento pueden aprenderse lecciones; es decir, puede obtenerse la verdad y comprenderse las intenciones de Dios. De hecho, muchas verdades se entienden al experimentar sufrimiento y pruebas. Nadie puede entender las intenciones de Dios, reconocer la omnipotencia de Dios y Su sabiduría o apreciar el carácter justo de Dios cuando se encuentra en un entorno cómodo y fácil o cuando las circunstancias son favorables. ¡Eso sería imposible!” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios dejan en evidencia la intención y la esperanza que las personas tienen en su fe, además del significado detrás de las pruebas y refinamientos de Dios. Dios no lleva a cabo obra inútil ni que perjudique a las personas. Si padecía esta enfermedad, no era porque Dios quisiera abandonarme, sino porque me estaba probando y refinando, para así purificar las impurezas en mi fe. Recordé cuando al principio se me habían curado las enfermedades. Me había esforzado con fervor y había decidido retribuir el amor de Dios con sinceridad y, lo mucho que había sufrido o me había esforzado, fue todo con alegría y por voluntad propia. Había pensado de mí misma que creía en Dios de veras y también que, si continuaba así, la salvación estaría a mi alcance. Pero cuando reapareció la enfermedad, se revelaron mi poca fe, mi egoísmo y mi malinterpretación de Dios. Era como si me hubiera convertido en una persona diferente. Era tal y como Dios dejó en evidencia al decir: “La mayoría de las personas creen en Dios por buscar la paz y otros beneficios. A menos que sea para tu beneficio, no crees en Dios, y si no puedes recibir las gracias de Dios, te pones de mal humor. ¿Cómo puede ser tu verdadera estatura lo que has dicho?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Práctica (3)). Todo este tiempo, mis sacrificios y esfuerzos habían sido por mi propio bien. En esto, había estado intentando engañar a Dios y negociar con Él. Había sido muy egoísta y despreciable y no deseaba satisfacer a Dios en absoluto. Si esta enfermedad no me hubiera revelado, no me habría dado cuenta de que todos los sacrificios que había hecho en mi fe a lo largo de los años fueron por gracia y bendiciones, que había tratado de negociar con Dios. Él había dispuesto esta situación y me reveló de esta manera para mi salvación. Sin embargo, no había entendido la intención de Dios y me había quejado de Él y lo había malinterpretado. Me sentí muy en deuda con Dios y le oré, deseando arrepentirme.
Esa noche, vi un video de himnos de la palabra de Dios titulado Debes lograr los testimonios de Job y Pedro: “Puedes decir que has sido conquistado, pero ¿puedes someterte hasta la muerte? Debes ser capaz de seguir hasta el mismo final independientemente de si hay algunas perspectivas y no debes perder la fe en Dios independientemente del entorno. En última instancia, debes lograr dos aspectos del testimonio: el testimonio de Job —la sumisión hasta la muerte— y el testimonio de Pedro —el amor supremo a Dios—. Por un lado, debes ser como Job: él perdió todas sus posesiones materiales y estaba agobiado por la enfermedad de la carne, pero no abandonó el nombre de Jehová. Este fue el testimonio de Job. Pedro fue capaz de amar a Dios hasta la muerte, cuando él enfrentó la muerte, siguió amando a Dios, cuando fue crucificado, siguió amando a Dios. No pensó en sus propias perspectivas ni tuvo esperanzas hermosas o pensamientos extravagantes, y sólo buscó amar a Dios y someterse a todas Sus disposiciones. Así es el estándar que debes lograr para que se considere que has dado testimonio y convertirte en una persona que ha sido perfeccionada tras su conquista” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La verdadera historia de la obra de conquista (2)). Escuchar este himno me conmovió hasta las lágrimas. Job se enfrentó a grandes pruebas. Perdió su riqueza, sus hijos murieron, se le cubrió el cuerpo de llagas supurantes, pero incluso con un dolor tan extremo, Job no solo no negó a Dios ni se quejó de Él, sino que lo alabó, ensalzó Su nombre y dio un testimonio rotundo de Dios. Pedro se pasó la vida buscando conocer y amar a Dios e, incluso en el momento de su muerte, dijo que no había amado a Dios lo suficiente. Cumpliera o no Sus promesas hacia él, todavía creía en Dios y lo amaba. Pedro dio testimonio de Dios y reconfortó Su corazón. Job y Pedro fueron personas que de veras trataron a Dios como tal. Fueron sumisos con Dios y no deseaban negociar con Él ni hacerle exigencias, y Dios recibió gloria a partir de sus testimonios. Pero en cuanto a mí, cuando mi enfermedad había empeorado y Dios no había cumplido mis deseos y exigencias, me había resistido y quejado en mi fuero interno. Ni siquiera había podido seguir leyendo las palabras de Dios y orando. Carecía de un mínimo de sumisión o razón y, ni mucho menos, daba testimonio de Dios. Nunca hubiera pensado que, tras creer en Dios durante tantos años y haber comido y bebido tantas de Sus palabras y oído tantos sermones, me habría seguido comportando de ese modo, así como intentando negociar siempre con Dios. ¡Había sido realmente egoísta y despreciable! Mientras más lo pensaba, más en deuda con Dios me sentía. Lloré mientras oraba a Dios: “Dios, antes pensaba que cumplir mi deber a lo largo de todos mis años de fe en Ti era satisfacerte, pero las revelaciones de esta enfermedad me hicieron darme cuenta por fin de que todos mis sacrificios y gastos eran para obtener bendiciones. En realidad, nunca te traté como a Dios. Dios, soy muy corrupta e indigna de Tu amor. Da igual lo que ocurra con mi enfermedad, estoy dispuesta a someterme a Tus orquestaciones y arreglos”. Mi estado mejoró poco a poco; pude dedicar esfuerzo a mi deber cada día sin estar tan limitada por mi enfermedad. Cuando calmé el corazón para hacer mi deber, para mi sorpresa, recuperé un poco la salud y ya no tenía tanto frío. ¡Le estaba muy agradecida a Dios! Después de eso, seguí tomando medicinas para el tratamiento mientras hacía mi deber.
En julio de 2022, tuve fiebre alta y tos durante varios días y siempre estaba cansada. Me faltaba el aliento al subir escaleras y el corazón me latía tan fuerte que parecía a punto de estallar. Pensé para mis adentros: “Esta vez, debo someterme y no quejarme”. Pero ya en septiembre, estaba cada vez peor. La tos se volvió más frecuente, tuve fiebre alta durante dos semanas seguidas y no mejoré ni siquiera con la medicación. Al principio, pensé que solo se trataba de un resfriado común y de fiebre, pero, como mi estado era cada vez peor, acudí al hospital para un chequeo. El diagnóstico inicial fue derrame pleural con sospecha de tuberculosis. El doctor destacó con solemnidad que, debido al exceso de derrame pleural, mi pulmón derecho ya no funcionaba, que mi condición se había tornado muy grave y había que ingresarme en el hospital para tratarme de inmediato, no lo podía demorar más. Me dio un vuelco el corazón y pensé: “¿Cómo es posible que se agravara tanto mi enfermedad? He enfermado gravemente varias veces en los dos últimos años y, aunque he estado débil, nunca he dejado de cumplir mi deber. ¿Por qué no ha mejorado mi estado, sino que ha empeorado?”. Me sentí muy abatida y asustada, pensé: “He creído en Dios durante 19 años. He renunciado a la familia y al trabajo para hacer mi deber y he soportado todo el sufrimiento que me correspondía. He acabado la carrera que debía correr y, por enferma que estuviera, he perseverado en mi deber. Pensaba que recibiría bendiciones y me salvaría si seguía a Dios, pero ahora resulta que estoy tan enferma que podría morir. Si muero, perderé por completo la oportunidad de salvarme. Entonces, ¿acaso todos mis esfuerzos y gastos no habrán sido en vano?”. Este pensamiento me pesaba en el corazón y me sentía sumamente desesperada. En este punto, me di cuenta de que algo fallaba en mi estado y lloré mientras le oraba a Dios: “Dios, siento que estoy a punto de morir. En realidad, ahora no tengo ninguna solución y mi corazón está lleno de dolor. Por favor, Dios, guíame para que entienda Tu intención”. Después de orar, recordé algunos pasajes de las palabras de Dios:
5. Si siempre has sido muy leal y amoroso conmigo, pero sufres el tormento de la enfermedad, las penurias económicas y el abandono de tus amigos y parientes, o soportas cualquier otra desgracia en la vida, ¿aun así continuarán tu lealtad y amor por Mí?
6. Si nada de lo que has imaginado en tu corazón concuerda con lo que he hecho, ¿cómo deberías recorrer tu senda futura?
7. Si no recibes nada de lo que esperabas recibir, ¿puedes seguir siendo Mi seguidor?
La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (2)
Ante los requerimientos de Dios, se me aclaró la mente de manera repentina. Estos requerimientos son los estándares según los que Dios mide si el carácter de una persona ha cambiado. Son también las condiciones para que un creyente pueda recibir la salvación. Aquellos que de veras creen en Dios son leales y amorosos hacia Él y pueden soportar pruebas, sea cual sea la situación. Aunque lo que haga Dios no se conforme a sus imaginaciones o esperanzas, todavía pueden seguirlo y mantenerse leales a Él. Recordé que una vez juré ante Dios y me comprometí firmemente a que, pasara lo que pasara, lo seguiría y, aunque cambiaran las circunstancias y, fuera cual fuera el dolor, las tribulaciones, las pruebas o los refinamientos que experimentara, me aferraría a mi fe en Dios y lo seguiría hasta el final. Pero los hechos revelaron que carecía de fe y no tenía razón alguna. Cuando me sobrevino la enfermedad y perdí la esperanza de vivir, discutí con Dios; me preguntaba por qué, si había perseverado en mis deberes durante mis graves enfermedades, mi dolencia no mejoraba, sino que iba a peor. Hasta presenté ante Dios todos mis años de sacrificio y gasto, incluso el dolor al hacer mis deberes estando enferma, los conté como capital y méritos. Pensaba que, aunque mis logros no eran grandes, al menos había sufrido y por eso Dios no debía tratarme así. Discutí con Dios, me quejé de que Su trato conmigo era injusto. Incluso me arrepentí de mis sacrificios pasados. ¡Era tan rebelde e irracional! Comprendí que los años de sacrificio y gasto en mi fe habían sido solo para obtener a cambio gracia y bendiciones. Pensé en aquellos que no creen en Dios. Comen, beben y disfrutan de todo lo que Dios les ha otorgado, pero ni muestran gratitud ni adoran al Cielo. Cuando se enfrentan a desastres tanto naturales como obra del hombre, se quejan del Cielo y se oponen a este. ¿Acaso no era yo igual que estos incrédulos? En verdad, es completamente normal que la gente se ponga enferma al comer las semillas de la tierra. La enfermedad no tiene nada que ver con si uno cree en Dios o no, sin embargo, me quejé, cuestioné y clamé contra Dios debido a mi enfermedad. Vi que no tenía conciencia ni razón. Carecía incluso del menor corazón temeroso de Dios. ¡Era tan rebelde! La enfermedad me reveló por completo y vi lo lamentablemente escasa que era en realidad mi estatura. No le tenía lealtad alguna a Dios. Al pensarlo, me sentí profundamente culpable. Luego recordé las palabras de Dios: “He impuesto al hombre un estándar muy estricto todo este tiempo. Si tu lealtad viene acompañada de intenciones y condiciones, entonces preferiría no tener tu supuesta lealtad, porque Yo aborrezco a los que me engañan por medio de sus intenciones y me chantajean con condiciones. Solo deseo que el hombre me sea absolutamente leal y que haga todas las cosas en aras de una sola palabra: fe, y para demostrar esa fe. Me desagrada vuestro uso de halagos para alegrarme, porque Yo siempre os he tratado con sinceridad, por lo que deseo que vosotros también actuéis con una fe verdadera hacia Mí” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Eres un verdadero creyente en Dios?). “Debes saber qué tipo de personas deseo; los impuros no tienen permitido entrar en el reino, ni mancillar el suelo santo. Aunque puedes haber realizado muchas obras y obrado durante muchos años, si al final sigues siendo deplorablemente inmundo, entonces ¡será intolerable para la ley del Cielo que desees entrar en Mi reino! Desde la fundación del mundo hasta hoy, nunca he ofrecido acceso fácil a Mi reino a cualquiera que se gana Mi favor. Esta es una norma celestial ¡y nadie puede quebrantarla!” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. El éxito o el fracaso dependen de la senda que el hombre camine). Sentí que las palabras de Dios tienen autoridad y poder, así como el carácter santo y justo de Dios, que no se puede ofender. Dios guarda la puerta del reino del cielo y no se permite entrar al reino a los impuros y corruptos. Dios no ofrecerá a alguien un acceso fácil a Su reino por su labor o esfuerzo. Esta es una regla celestial que nadie puede romper. Pensé en todos mis años de fe. Trataba mis aparentes sacrificios, gastos, sufrimiento y esfuerzos como capital para entrar al reino del cielo. Ni siquiera tenía la sumisión más básica a Dios, ¿cómo Él no iba a detestarme? Dios es fiel y todo lo que hace por el hombre es sincero. Dios también espera que la gente tenga verdadera fe y auténtica lealtad hacia Él, pero, a lo largo de mis años de fe, siempre había albergado intenciones transaccionales, intenté engañarlo en mis deberes y mis actitudes corruptas no habían cambiado lo más mínimo. ¿Qué me hacía apta para entrar en el reino de Dios? Al pensar en esto, sentí miedo. Tuve la suerte de que Dios me revelara a tiempo, de lo contrario, habría continuado buscando desde la perspectiva errónea y acabado en la ruina absoluta. ¡Le estaba realmente agradecida a Dios! Oré en silencio en mi corazón: “Oh, Dios, qué corrupta soy. Haya cura o no para mi enfermedad, te confío este asunto a Ti. Viva o muera, creo que todo está en Tus manos”. Después de orar, me quedé más tranquila.
De manera inesperada, cuando estaba dispuesta a someterme, mi hermano menor regresó de repente de donde estaba. Cuando supo de mi condición, se tomó muchas molestias para disponer que me trataran en el hospital. Apenas podía creer lo que oía. En el auge de una pandemia tan grave, era casi imposible que te ingresaran en cualquier hospital, así que nunca esperé que me ingresaran y me trataran tan rápido. Para mí estaba muy claro que Dios me estaba ofreciendo una salida. ¡Con lágrimas de gratitud, se lo agradecí y lo alabé desde el fondo de mi corazón! Tras el chequeo, me diagnosticaron derrame pleural y pleuresía tuberculosa y, tras la cirugía, me volvió a funcionar el pulmón derecho con normalidad. Respiraba bien de nuevo y mi ánimo se elevó enormemente. Una semana después de mi ingreso en el hospital, allí me ayudaron a conectar con otro hospital que trataba la pleuresía tuberculosa. De esa manera, me trataron ambas enfermedades a la vez. Comprendí que, tanto el regreso de mi hermano como que me pudieran ingresar para el tratamiento, todo había estado en manos de Dios. La situación que Dios dispuso para mí era algo que podía soportar y sentí remordimientos por haberme preocupado, tener poca fe y los malentendidos que había revelado respecto a Dios. Un mes después, me dieron el alta del hospital. Retomé mi vida de iglesia y empecé de nuevo a cumplir mi deber.
A lo largo de esta enfermedad, llegué a entender que todo lo que hace Dios es significativo y contiene Sus concienzudas intenciones. El sufrimiento que soporté se debió a mi profunda corrupción y además era la purificación y salvación que me daba Dios. Si no hubiera sido por esta enfermedad y la cercanía a la muerte, no me habría dado cuenta de lo graves que eran mis intenciones de buscar bendiciones y habría seguido engañada por el espejismo de que parecía que sufría y pagaba un precio. El desenmascaramiento y el juicio de las palabras de Dios me permitieron ver lo egoísta, despreciable e impuro de mi fe, me permitieron obtener el objetivo y el rumbo correctos en los que buscar, así como desprenderme un poco de mi intención de buscar bendiciones. Ahora puedo vivir y trabajar con relativa normalidad y, aunque recaigo a veces de mi condición, sé que me corresponde soportar este sufrimiento y puedo someterme en mi fuero interno. Ya no espero que Dios me conceda salud y también puedo hacer mi deber lo mejor posible de acuerdo con mi condición física. Al margen de que me pueda curar del todo de mi enfermedad o no, perseguiré la verdad con ahínco, buscaré el cambio de carácter y cumpliré bien mi deber.