69. Las consecuencias de salvaguardar la reputación y el estatus
Liz era responsable de los asuntos generales en la iglesia. Roger acababa de empezar a formarse y no estaba familiarizado con esta clase de trabajo, así que Liz, con paciencia, le enseñó cómo hacerlo. Pasado algún tiempo, Roger ya era capaz de hacer las tareas básicas y Liz le encargó algo de trabajo. Transcurrieron varios días. Cuando Liz revisó el trabajo de Roger, descubrió que no se había escogido de manera adecuada a algunas de las personas que estaban salvaguardando los libros de la palabra de Dios y que algunos nuevos fieles no los habían recibido a tiempo. Roger no había captado ninguna de estas situaciones. Cuando Liz lo descubrió, su tono se volvió serio y le preguntó a Roger por qué no había hecho estas tareas. Roger dijo: “Lo siento mucho. Últimamente he estado ocupado con el trabajo y no las he revisado. He hecho seguimiento sobre algunas cosas…”. Roger puso todo tipo de excusas. Liz sintió la ira creciendo en su interior y quiso hacerle ver a Roger sus errores para que reflexionara sobre su actitud hacia su deber, pero, con las palabras en la punta de la lengua, se contuvo. Pensó: “Si podo a Roger, ¿pensará que soy demasiado dura? Si le causo una mala impresión ahora que acabo de empezar a trabajar con él, ¿pensará que soy difícil de tratar?”. Así que Liz cambió el tono, se aclaró la garganta y forzó una sonrisa en el rostro, que hasta entonces había estado muy serio. En tono amable, le dijo a Roger: “Hermano, el trabajo de asuntos generales es muy importante. Si se retrasa, afectará al trabajo de la iglesia. Espero que lo entiendas. Estás ocupado con el trabajo y entiendo tus dificultades. Espero que puedas esforzarte al máximo para hacer las tareas que se te asignen. Si estás ocupado, puedes decírmelo y yo me ocupo”. Con culpa, Roger dijo: “Hermana, lo siento. Es mi problema, voy a cambiar”. Después de estas palabras de Roger, Liz se sintió un poco aliviada. Pensó: “Parece que los problemas también se pueden resolver con un tono amable. Esta manera de hablar no solo ayuda a que mi hermano salve su imagen, sino que además le da la sensación de que soy fácil de tratar. ¿Acaso no es bueno?”. Unos días después, Liz descubrió que la actitud de Roger hacia sus deberes seguía siendo bastante descuidada y en realidad no estaba haciendo seguimiento del trabajo. Liz quería podar a Roger, pero entonces pensó: “Ya le señalé sus problemas hace apenas unos días. Si vuelvo a compartir con él, ¿pensará que soy fastidiosa? En cualquier caso, es mejor darle un tiempo para que se calme la situación. Si de veras no funciona, entonces haré yo estas tareas”. Liz no buscó a Roger, sino que tomó la iniciativa y se encargó ella misma del trabajo.
El tiempo pasó volando y, en un abrir y cerrar de ojos, ya había pasado un mes. Un día, Liz le preguntó a la hermana Luna: “Últimamente, el trabajo de Roger ha sido muy lento. ¿Sabes si se ha topado con algún problema?”. Desanimada, Luna dijo: “He hablado con Roger sobre su actitud hacia el deber, pero siempre dice que está ocupado con el trabajo y no tiene tiempo”. Al oír esto, Liz sintió algo indescriptible en el corazón. Oró a Dios en silencio para buscar las lecciones que debía aprender sobre esta cuestión. Más tarde, leyó las palabras de Dios: “Todos los no creyentes viven según las filosofías de Satanás. Todos ellos son hombres complacientes y no ofenden a nadie. Has venido a la casa de Dios, has leído la palabra de Dios y has escuchado los sermones de la casa de Dios; por lo tanto, ¿por qué no puedes practicar la verdad, hablar de corazón y ser honesto? ¿Por qué eres siempre complaciente? Los complacientes solo protegen sus propios intereses, y no los de la iglesia. Cuando ven que alguien hace el mal y perjudica los intereses de la iglesia, lo ignoran. Les gusta ser complacientes y no ofender a nadie. Esto es irresponsable, y se trata de un tipo de persona demasiado taimada y poco fiable” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Cuando se comparó a sí misma con el estado que dejaban en evidencia las palabras de Dios, Liz entendió que ella era exactamente igual. Confiaba en todo momento en la filosofía de Satanás para los asuntos mundanos, protegía sus relaciones interpersonales para parecer una buena persona a los ojos de los demás. Había visto a Roger retrasar el trabajo y quería señalarle sus problemas, pero temía que Roger tuviera una opinión negativa y una evaluación pobre acerca de ella en su fuero interno, así que ni le señaló los problemas ni lo ayudó. Como supervisora, debía proteger por derecho el trabajo de la iglesia, pero terminó protegiendo su buena imagen ante Roger y no cumplió con las responsabilidades que le correspondían. Carecía del menor sentido de la justicia. Una y otra vez, Liz meditó sobre lo que había dicho Dios: “se trata de un tipo de persona demasiado taimada y poco fiable”. Sintió que la tristeza le perforaba el corazón. Dios, a Sus ojos, detestaba todo lo que ella había hecho y todas sus acciones a lo largo de este tiempo. Por tanto, Liz empezó a reflexionar sobre sí misma. ¿Por qué se empeñaba en proteger su buena imagen ante los demás? ¿Qué pensamientos controlaban esto?
Durante sus reflexiones, Liz leyó un pasaje de las palabras de Dios: “La familia no solo condiciona a la gente con uno o dos dichos, sino con una sarta completa de citas y aforismos bien conocidos. En tu familia, por ejemplo, ¿mencionan los ancianos y padres a menudo el dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’? (Sí). Lo que quieren decir es: ‘La gente debe vivir por el bien de su reputación. Las personas no buscan otra cosa en la vida que forjarse una buena reputación entre los demás y causar una buena impresión. Dondequiera que vayas, muéstrate más generoso en las felicitaciones, las cortesías y los cumplidos, y pronuncia más palabras amables. No ofendas a nadie, y en lugar de eso realiza más buenas obras y actos amables’. Este particular efecto condicionante ejercido por la familia tiene cierto impacto en el comportamiento o los principios de conducta de las personas, lo que da lugar de manera inevitable a que concedan gran importancia a la fama y el beneficio. Es decir, otorgan gran importancia a su propia reputación, a su prestigio, a la impresión que crean en la mente de los demás y a cómo valoran estos todo lo que hacen y todas las opiniones que expresan. Al conceder gran importancia a la fama y el beneficio, sin darte cuenta le otorgas muy poca al hecho de si el deber que llevas a cabo es conforme con la verdad y los principios, y si estás satisfaciendo a Dios y cumpliendo con tu deber adecuadamente. Consideras que esas cosas tienen poca importancia y no son prioritarias, mientras que el dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’, con el que tu familia te ha condicionado, se vuelve extremadamente importante para ti. […] El dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’ se ha arraigado profundamente en tu corazón y se ha convertido en tu lema. Este dicho te ha influido y condicionado desde que eras joven, e incluso siendo ya mayor lo sigues repitiendo a menudo para influir en la siguiente generación de tu familia y en los que te rodean. Por supuesto, lo que es aún más grave es que lo has adoptado como tu método y principio para comportarte y afrontar las cosas, e incluso como el objetivo y el rumbo que persigues en la vida. Debido a lo equivocado de este objetivo y rumbo, el resultado final será seguramente negativo. Porque la esencia de todo lo que haces es solo por el bien de tu reputación, y su único fin es poner en práctica el dicho ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’. No persigues la verdad, y ni tú mismo te das cuenta de ello. Crees que ese dicho no tiene nada de malo, ¿por qué no debería la gente vivir por el bien de su reputación? Ese dicho tan común asegura que ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’. Parece algo muy positivo y legítimo, así que de manera inconsciente aceptas su efecto condicionante y lo consideras algo positivo. Una vez que consideras este dicho como algo positivo, inconscientemente lo estás persiguiendo y poniendo en práctica. Al mismo tiempo, sin saberlo y de forma confusa, lo interpretas erróneamente como la verdad y como un criterio de esta. Cuando lo consideras un criterio de la verdad, ya no escuchas lo que Dios dice ni eres capaz de entenderlo. Pones en práctica a ciegas el lema ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’, y obras de acuerdo con él, y lo que al final obtienes de ello es una buena reputación. Has conseguido lo que querías, pero al hacerlo has vulnerado y abandonado la verdad, y has perdido la oportunidad de salvarte. Dado que ese es el resultado final, debes desprenderte y abandonar la idea de que ‘El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela’, con la que tu familia te condicionó. No es algo a lo que debas aferrarte, ni es un dicho o idea al que debas dedicar los esfuerzos y energías de toda una vida. Esta idea y punto de vista que te han inculcado y condicionado son equivocados, por lo que debes desprenderte de ellos. El motivo por el que debes desprenderte de ese dicho no es solo porque no es la verdad, sino también porque te llevará por el mal camino y, finalmente, a tu destrucción, así que las consecuencias son muy graves. Para ti, no es un simple dicho, sino un cáncer, un medio y un método que corrompen a la gente. Porque, según las palabras de Dios, entre todos los requerimientos que impone a las personas, nunca les ha exigido perseguir una buena reputación, buscar prestigio, causar buena impresión a los demás, ganarse la aprobación del resto u obtener su visto bueno, ni tampoco les ha exigido que vivan por la fama o con el fin de dejar tras de sí una buena reputación. Dios solo quiere que cumplan bien con su deber, y que se sometan a Él y a la verdad. Por consiguiente, en lo que a ti respecta, ese dicho es un tipo de condicionamiento que proviene de tu familia y del que deberías desprenderte” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (12)). Después de leer la exposición de las palabras de Dios, Liz entendió que Satanás se sirve de la educación y de los efectos condicionantes de la familia para inculcar en los jóvenes una variedad de leyes satánicas como “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela” y “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar”. Estos venenos satánicos se han arraigado en lo más profundo de las personas, se han convertido en su propia naturaleza. No pueden evitar vivir en función de estas cosas y considerar la reputación y el estatus como su razón de ser. Liz reflexionó sobre cómo, desde pequeña, siempre le había importado lo que los demás pensaran de ella. Para ganarse la alabanza de sus padres y de los que la rodeaban, era más obediente que cualquiera de los otros niños y ayudaba a menudo a sus padres con las tareas del hogar. Incluso hacía recados para sus vecinos. Cuando jugaba con sus amigos, nunca reñía con ellos y tanto sus padres como la gente de la aldea alababan que fuera una niña tan sensata. Después del trabajo, si algún colega le pedía ayuda, Liz siempre decía que sí. A veces, cuando surgía un roce con algún colega, aunque se sintiera molesta, nunca perdía los estribos y siempre protegía la armonía de las relaciones que tenía con ellos. Después de unirse a la iglesia, Liz seguía preocupándose mucho por su imagen ante sus hermanos y hermanas. Cuando veía que algunos no cumplían su deber según los principios o eran superficiales, aunque tenía claro que quería señalárselo y podarlos, consideraba la opinión que tendrían de ella y prefería alentarlos con palabras agradables para no afectar su relación con ellos. Por ejemplo, en cuanto a Roger, cuando Liz vio que este vivía enredado en la carne y trataba su deber con negligencia y retrasaba el trabajo, debería haber señalado sus problemas y hablado con él sobre la naturaleza y las consecuencias de actuar así. Sin embargo, temía que Roger tuviera una mala opinión de ella y dijera que era antipática, así que intentaba alentarlo con amabilidad y palabras agradables. Llegó incluso a encargarse ella misma del trabajo que debería haber hecho Roger. Como él no reflexionaba sobre sí mismo ni llegaba a comprenderse realmente, su actitud hacia su deber no cambió. Esto no solo impedía su entrada en la vida, sino que también demoraba el trabajo de la iglesia. Cuando entendió esto, Liz se sintió extremadamente despreciable y perversa. Como supervisora, debería haber protegido el trabajo de la iglesia y asumido una carga para la entrada en la vida de sus hermanos y hermanas. En su lugar, lo único que hizo fue proteger su propia imagen y estatus. Si no cambiaba esto, al final Dios la odiaría y la descartaría.
Un día, durante los devocionales, leyó un pasaje de las palabras de Dios que la conmovió mucho. Dios Todopoderoso dice: “Debe haber un estándar para tener buena humanidad. No consiste en tomar la senda de la moderación, no apegarse a los principios, esforzarse por no ofender a nadie, ganarse el favor dondequiera que se vaya, ser suave y habilidoso con todo el que se encuentre y hacer que todos hablen bien de ti. Este no es el estándar. Entonces, ¿cuál es el estándar? Es ser capaz de someterse a Dios y a la verdad. Consiste en acercarse al deber propio y a toda clase de personas, acontecimientos y cosas con principios y sentido de la responsabilidad. Esto es evidente para todos; todos lo tienen claro en su interior. Además, Dios escruta el corazón de la gente y conoce su situación, a todos y cada uno; sean quienes sean, nadie puede engañar a Dios. Algunas personas alardean de poseer buena humanidad, de jamás hablar mal de los demás, jamás perjudicar los intereses de otros, y sostienen que jamás han codiciado los bienes del prójimo. Cuando hay una disputa sobre los intereses, incluso prefieren perder a aprovecharse de los demás, y todos piensan que son buenas personas. Sin embargo, cuando llevan a cabo sus deberes en la casa de Dios, son maliciosas y escurridizas, siempre maquinando para sí mismas. Nunca piensan en los intereses de la casa de Dios, nunca tratan como urgentes las cosas que Dios considera urgentes ni piensan como Dios piensa, y nunca pueden dejar a un lado sus propios intereses a fin de llevar a cabo su deber. Nunca abandonan sus propios intereses. Aunque ven a las personas malvadas hacer el mal, no las exponen; no tienen principio alguno. ¿Qué clase de humanidad es esta? No es una humanidad buena. No prestes atención a lo que dice la gente así; debes ver qué vive, qué revela y cuál es su actitud cuando lleva a cabo sus deberes, así como cuál es su estado interno y qué ama. Si su amor por su propia fama y ganancia excede su lealtad a Dios, si su amor por su propia fama y ganancia excede los intereses de la casa de Dios, o excede la consideración que muestra por Dios, entonces ¿acaso esta gente posee humanidad? No se trata de personas con humanidad. Tanto los demás como Dios pueden observar su comportamiento. Es muy difícil que tales personas ganen la verdad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Después de leer las palabras de Dios, Liz entendió que la auténtica buena humanidad no es solo un buen comportamiento superficial ni que los demás la reconocieran y alabaran por ser una buena persona. En cambio, es pensar igual que Dios; serle sumisa; ser leal a tu deber; ser capaz de proteger el trabajo de la iglesia; dejar pronto en evidencia y parar a los malvados cuando los ves hacer el mal y cuando observas que los hermanos y hermanas hacen cosas que vulneran los principios o actúan según sus actitudes corruptas y dañando los intereses de la iglesia, ser capaz de compartir amorosamente y ayudarlos o podarlos si la naturaleza de sus actos es grave, de modo que actúen con principios. Esto es tener auténtica buena humanidad. En el pasado, Liz siempre había creído que tener buena humanidad significaba no enfadarse, no discutir ni reñir y ser buena y amable con los demás. Mediante la exposición de las palabras de Dios, al fin entendió que, detrás de esta clase de “buena humanidad”, en realidad existían actitudes corruptas ocultas; era hipócrita y falsa. A Liz le pareció que había sido demasiado idiota. Reflexionó sobre cómo había visto claramente que Roger retrasaba el trabajo, pero no solo no le había señalado sus problemas ni compartió con él ni lo ayudó, sino que incluso le había dicho algunas palabras para exhortarlo que en realidad no sentía en su corazón. Había hecho todo esto para proteger su buena imagen ante los demás. Comprendió que no tenía en absoluto una buena humanidad. Liz obtuvo algo de entendimiento de sus problemas a partir de las palabras de Dios, así como la determinación para practicar la verdad. Esta vez, tenía que encontrar enseguida a Roger y señalarle sus problemas. Si, después de compartir con Roger, este no lo aceptaba ni se arrepentía, se le deberían reasignar sus deberes conforme a los principios.
De repente, Liz pensó que Roger vivía todo el día en los enredos de la familia y en lo cansado que debía estar. Si se limitaba a podarlo y a señalarle sus problemas, ¿acaso no se volvería negativo? Sin embargo, si no se los señalaba, no sería capaz de resolver el problema. Al pensar esto, Liz no supo cómo practicar, así que oró a Dios. Luego, buscó una senda de práctica en las palabras de Dios. Leyó Sus palabras: “Debes tratar a los auténticos hermanos y hermanas según los principios-verdad. Sin importar cómo crean en Dios ni por qué senda vayan, debes ayudarlos con espíritu de amor. ¿Cuál es el resultado mínimo que uno debe lograr? En primer lugar, no hacerles tropezar y no dejar que se vuelvan negativos; en segundo lugar, ayudarlos y regresarlos de la senda equivocada; y en tercer lugar, hacer que comprendan la verdad y elijan la senda correcta. Estos tres tipos de resultados solamente pueden lograrse ayudándolos con espíritu de amor. Si no tienes amor verdadero, no puedes lograr estos tres tipos de resultados y, en el mejor de los casos, únicamente podrías lograr uno o dos. Estos tres tipos de resultados son también los tres principios de ayuda al prójimo. Tú conoces estos tres principios y los dominas, pero, de hecho, ¿cómo se ponen en práctica? ¿Entiendes realmente la dificultad del otro? ¿No es este un problema añadido? Asimismo, debes pensar: ‘¿Dónde se origina su dificultad? ¿Le puedo ayudar? Si mi estatura es demasiado escasa y no sé resolver su problema y hablo con imprudencia, a lo mejor le señalo la senda equivocada. Además, ¿cómo es la capacidad de comprensión de esta persona y qué aptitud tiene? ¿Es terca? ¿Tiene entendimiento espiritual? ¿Puede aceptar la verdad? ¿La persigue? Si ve que tengo más capacidad que ella y le hablo, ¿surgirá en ella la envidia o la negatividad?’. Hay que tener en cuenta todas estas cuestiones. Tras haberlas tenido en cuenta y haberte aclarado con ellas, ve a hablar con esa persona, lee varios pasajes de las palabras de Dios que sean de aplicación a su problema y haz que comprenda la verdad en las palabras de Dios y encuentre la senda de práctica. Entonces se resolverá el problema y la persona saldrá de su dificultad. […] No es fácil solucionar efectivamente un problema. Debes entender la verdad, captar la esencia del problema y luego compartirlo con otros claramente conforme a los principios-verdad, y ser capaz de enseñar la senda de la práctica de una forma que los demás comprendan. De este modo, la gente no solo entenderá la verdad, sino que, además, dispondrá de una senda para ponerla en práctica, y solo entonces el problema podrá considerarse resuelto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Solo con la búsqueda de la verdad se pueden corregir las nociones y los malentendidos propios acerca de Dios). Las palabras de Dios explican con extrema claridad los principios para ayudar a las personas. Liz entendió que tienes que actuar de acuerdo con la estatura de las personas y averiguar sus dificultades reales con el fin de no hacerlas tropezar, de ayudarlas y hacerles entender las intenciones de Dios y sus propias actitudes corruptas, así como encontrar una senda de práctica y de entrada a partir de las palabras de Dios. Además, tienes que tratar a las personas con sinceridad durante la enseñanza y no ser superficial ni albergar otras intenciones. Si solo dices palabras agradables que contradicen a tu corazón, entonces, aunque hables con amabilidad, sigue siendo hipócrita; se trata de afectos que no son sinceros y de falsas intenciones. Por otro lado, si tus palabras son auténticas y tu objetivo es ayudar a las personas, aunque les hables con dureza o incluso les lances reproches, eso sigue siendo apropiado. Si compartes la verdad con claridad y la otra persona la entiende pero no la practica o, incluso, no presta atención en absoluto al trabajo de la casa de Dios, entonces, en casos graves, puedes podarla o despedirla. Liz consideraba que Roger era un nuevo fiel y su fe en Dios era auténtica. Roger solo se vio obligado a trabajar a causa de algunas dificultades reales en su vida, así que, cuando surgía un conflicto entre su trabajo y su deber, no sabía cómo practicar. Liz tenía que encontrar pasajes relevantes de las palabras de Dios dirigidos a su estado y sus dificultades para poder compartirlos con él y ayudarlo. Debía señalarle las peligrosas consecuencias de vivir en este estado y hablarle sobre la intención de Dios de salvar a la especie humana, las batallas espirituales y una senda de práctica para rebelarse contra la carne. Si después de que Liz compartiera esto con claridad, Roger seguía sin cambiar, podría podarlo o hacerle una advertencia y si, aun así, no cambiaba, entonces lo despediría. Después de obtener una senda de práctica, Liz se relajó enseguida.
Al día siguiente, Liz se reunió con Roger. Le dijo: “Hermano Roger, antes no practicaba la verdad. Cuando siempre te oía decir que estabas ocupado y no tenías tiempo para hacer tu deber, me puse del lado de tu carne y mostré comprensión por tu debilidad. En apariencia, nunca fui estricta contigo ni te señalé los problemas. En realidad, al hacer esto te estaba perjudicando. Ahora quiero discutir contigo un problema grave. Está relacionado con nuestra actitud hacia nuestro deber…”. Una vez que Liz terminó de compartir, arrepentido, Roger dijo: “Es verdad. He vivido constantemente en la carne y mi relación con Dios ha sido muy distante. Cuando mi estado era malo, incluso llegué a sentir que llevar a cabo mi deber era un enredo. Ahora, gracias a esta enseñanza, al fin he entendido lo aterrador que ha sido mi estado. Gracias a Dios. Tus palabras me perforaron el corazón, pero me han sido de mucha ayuda. A partir de ahora, cumpliré mi deber como es debido”. Después de eso, aunque Roger seguía muy ocupado con el trabajo, supo organizar mejor su tiempo para cumplir con su deber y obtener buenos resultados. Cuando presenció esta escena, Liz quedó muy conmovida. Comprobó que solo si actuaba conforme a las palabras de Dios tendría un camino que recorrer y podría beneficiar a los demás. Después de esta experiencia, Liz estaba muy emocionada y comprendió que vivir según las leyes satánicas solo haría que fuera cada vez más hipócrita; se volvería escurridiza y falsa y solo acabaría perjudicándose a sí misma y a los demás. Solo viviría con semejanza humana si practicaba conforme a las palabras de Dios.