70. Después de que mi hija contrajera leucemia

Por Li Han, China

En noviembre de 2005, cuando mi hija tenía nueve meses, a mi esposo le diagnosticaron de repente una leucemia mieloide aguda tipo M5. Murió menos de un mes después. Yo solo tenía 23 años en ese momento y quedé sumida en una angustia extrema. Había perdido a mi esposo siendo muy joven, ¿cómo iba a seguir adelante durante el resto de mi vida? Para que mi hija tuviera un buen entorno familiar y una infancia sana, mis suegros me insistieron para que viviera con el hermano de mi esposo. Un año después de la muerte de este, acepté casarme con mi cuñado. En ese momento, me preocupaba que mi hija fuera propensa genéticamente a la enfermedad de su padre, así que consulté a un experto. Este dijo: “Existe la posibilidad de heredar la propensión. Sin embargo, tu hija aún es pequeña, así que no hace falta examinarla tan pronto”. Me preocupaba mucho que ella también contrajera leucemia y me dejara, igual que su padre, así que vivía constantemente sumida en la preocupación y la ansiedad. Además, mi suegra no era amable conmigo y se enfadaba a menudo. Me parecía que la vida no tenía sentido y consideré muchas veces la muerte. Sin embargo, por el bien de mi hija, luché por seguir viviendo.

En noviembre de 2008, mi madre y una hermana me predicaron el evangelio de Dios Todopoderoso de los últimos días. Empecé a hablar sobre lo que había sucedido en mi familia. La hermana compartió conmigo entonces: “Toda esta miseria que experimentan los humanos la trae Satanás. Dios creó al hombre y, como Dios no soporta ver sufrir a las personas, vino del cielo a la tierra para salvarlas y ayudarlas a despojarse del daño infligido por Satanás. A partir de ahora, si creemos en Dios, lo seguimos, leemos Sus palabras a menudo y entendemos la verdad, entonces no sufriremos más. Dios es el apoyo de la especie humana”. La hermana también me leyó el capítulo de las palabras de Dios titulado: “Dios preside el porvenir de toda la humanidad”. Cuando oí las palabras de Dios, fue como si me tomara una pastilla que me calmó la mente milagrosamente. ¡Ahora tenía apoyo! Dios tiene autoridad y poder. Fue capaz de crear los cielos y la tierra y todas las cosas. Dios está a cargo del sino de todas las personas. Mientras crea en Dios adecuadamente y le encomiende a mi hija, Él la protegerá. Después de eso, dejé mi trabajo y asistí a las reuniones activamente e hice mi deber. No me limitaban en absoluto las dificultades ni la persecución de mi esposo. Solo quería hacer bien mi deber, con todo mi corazón. Estaba segura de que Dios me bendeciría al ver mis esfuerzos y mi entrega. Los años siguientes, mi hija gozó de muy buena salud. Ni siquiera se resfriaba apenas. Pensaba que creer en Dios era muy bueno y mi voluntad de seguirlo aumentó más aún.

En un abrir y cerrar de ojos, estábamos a finales de 2014 y mi hija tenía diez años. Después de celebrar el Año Nuevo, me fui fuera de la ciudad a hacer mis deberes. Solo llevaba unos días fuera cuando llamó mi suegra para decirme que mi hija tenía fiebre y un resfriado que no se terminaba de curar. Pensé: “No es más que una enfermedad corriente. Llévala al hospital para que le hagan un chequeo y se pondrá bien”. No me lo tomé nada en serio. Quince días después, mi suegra llamó para pedirme que regresara enseguida. Me dijo que se habían llevado a mi hija al hospital del condado para un chequeo y un análisis de sangre había mostrado una cantidad demasiado alta de glóbulos blancos. Existía la posibilidad de que fuera leucemia y era necesario llevarla al hospital de la ciudad para examinarla mejor. Me quedé estupefacta al oír tal noticia, pensé: “¿Leucemia? ¿Acaso no es la misma enfermedad de su padre? Si la contrae, ¿no se acaba todo? Su padre murió menos de un mes después de contraerla. ¿Cuánto vivirá mi hija con esta enfermedad?”. Sentía terror y miedo en el corazón. Me preocupaba que mi hija me dejara en cualquier momento. Cedí enseguida mi trabajo a la hermana con la que colaboraba y tomé a toda prisa un bus hacia casa. No paré de llorar por el camino. Le oré a Dios sin parar en mi fuero interno, le pedí que protegiera mi corazón para que se calmara y se sometiera a esta circunstancia. Entonces volví a pensar: “Recién me eligieron líder y estoy cumpliendo mi deber. Es posible que sea una prueba de Dios. Debo tener fe en Él. Cuando Dios vea mi fe, puede que le quite la enfermedad a mi hija. O tal vez resulte que solo sea una anemia”. Hablé con Dios en mi fuero interno: “Dios mío, sabes que mi estatura es escasa. Te ruego que protejas a mi hija de la leucemia. Volveré para llevar a mi hija al chequeo y en unos días retornaré a mis deberes”. Después de orar, ya no sentí tanta tristeza en el corazón. Cuando llegué a casa, vi el aspecto demacrado y pálido de mi hija. Tenía los labios desvaídos y una llaga supurante en la comisura de la boca. Me puse sumamente triste y giré la cara mientras contenía las lágrimas. Mi esposo y yo llevamos a nuestra hija al hospital de la ciudad para un examen. De camino, traté con todas mis fuerzas de refrenar mis profundas emociones por miedo a perder el control si no podía contener las lágrimas. Después del examen en el hospital, el doctor dijo que mi hija tenía un nivel de glóbulos blancos particularmente elevado y los glóbulos rojos y las plaquetas demasiado bajos. De momento, suponía que probablemente se trataba de leucemia. La leucemia pude ser linfocítica aguda o mieloide aguda, así que recomendó realizar una punción de médula ósea para averiguarlo. Como mi hija estaba muy débil, el doctor nos pidió que estuviéramos atentos a la situación durante el examen y nos preparáramos mentalmente. Cuando oí al doctor decir esto, me quedé sin fuerzas. Pensé: “¿Acaso no es leucemia? Solo nos queda el análisis de médula para llegar a una conclusión. ¿Cómo ha podido contraer mi hija esta enfermedad?”. Cuanto más lo pensaba, más angustiada me sentía y no podía reprimir el llanto. En mi fuero interno, discutía constantemente con Dios: “Dios, creo en Ti con sinceridad y fervor y te encomendé a mi hija. ¿Cómo ha podido contraer una enfermedad tan grave? Dios, solo creo en Ti desde hace unos años y mi estatura es escasa. ¡Si perdiera a mi pequeña, no podría soportarlo!”. Mientras esperaba angustiada y atormentada, oraba a Dios constantemente con la esperanza de que me aquietara el corazón ante Él.

Recordé cómo probó a Job y que este perdió a sus hijos sin quejarse de Dios. Prendí discretamente mi reproductor de MP5 y leí en secreto las palabras de Dios: “Después de que Dios dijera a Satanás: ‘Todo lo que él posee está en tu poder, solo que no pongas tu mano sobre él’,* este partió, y pronto se sucedieron ataques repentinos y feroces contra Job: primero, le robaron sus bueyes y asnos y mataron a algunos de sus siervos; después, sus ovejas y algunos siervos más se consumieron en el fuego; a continuación, le robaron sus camellos y mataron a aún más siervos; finalmente le quitaron la vida a sus hijos e hijas. Esta cadena de ataques fue el tormento sufrido por Job durante la primera tentación. Tal como Dios ordenó, durante estos ataques Satanás sólo eligió como objetivos la propiedad de Job y sus hijos y no dañó a Job mismo. Sin embargo, en un instante, Job pasó de ser un hombre poseedor de grandes riquezas a alguien que no tenía nada. Nadie podría haber resistido este asombroso golpe por sorpresa ni haber reaccionado adecuadamente frente al mismo, pero Job demostró su lado extraordinario. Las Escrituras proveen el siguiente relato: ‘Entonces Job se levantó y rasgó su ropa; se afeitó la cabeza y cayó al suelo en adoración’.* Esta fue la primera reacción de Job tras oír que había perdido a sus hijos y todas sus propiedades. Sobre todo, no pareció sorprendido ni asustado, mucho menos expresó ira u odio. Ves, por tanto, que en su corazón ya había reconocido que estos desastres no eran un accidente ni habían surgido de la mano del hombre, ni mucho menos eran la llegada de la retribución o el castigo. En su lugar, las pruebas de Jehová habían caído sobre él; era Jehová quien quería tomar sus propiedades y sus hijos. Job estaba muy tranquilo y lúcido entonces. Su humanidad perfecta y recta le permitió, de forma racional y natural, emitir juicios y tomar decisiones precisos sobre los desastres que le habían sucedido y, en consecuencia, se comportó con una calma inusual: ‘Entonces Job se levantó y rasgó su ropa; se afeitó la cabeza y cayó al suelo en adoración’.* ‘Rasgó su ropa’ significa que estaba desnudo y no tenía nada; ‘se afeitó la cabeza’ significa que había vuelto delante de Dios como un bebé recién nacido; ‘cayó al suelo en adoración’ significa que había venido al mundo desnudo, y todavía sin nada hoy, había regresado a Dios como un recién nacido. Ningún ser creado habría podido lograr la actitud de Job frente a todo lo que le había sucedido. Su fe en Jehová fue más allá del ámbito de la creencia; era su temor de Dios, su sumisión a Él, y no solo fue capaz de dar gracias a Dios por darle cosas, sino también por quitárselas. Además, fue capaz de responsabilizarse de devolver todo lo que poseía a Dios, incluida su vida(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). “El temor que Job tenía de Dios y su sumisión a Él son un ejemplo para la humanidad, y su perfección y rectitud fueron la cúspide de la humanidad que el hombre debía poseer. Aunque no vio a Dios, se dio cuenta de que Él existía realmente y como resultado de esta comprensión temió a Dios, y debido a su temor de Dios fue capaz de someterse. Dio rienda suelta a Dios para que tomase todo lo que tenía, sin quejarse, y se postró delante de Él y le dijo que, incluso si Dios tomaba su carne en ese mismo momento, él con mucho gusto le permitiría hacerlo, sin quejarse. Toda su conducta se debió a su humanidad perfecta y recta(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Comprendí que Job nunca discutió ni se quejó ante la muerte de sus hijos ni cuando le quitaron sus propiedades. Nunca le preguntó a Dios: “Creo en Ti, ¿por qué he perdido entonces a mis hijos y mis propiedades?”. Entendió que estos acontecimientos le ocurrieron con el permiso de Dios y pudo tratarlos con calma. No pecó de palabra e incluso fue capaz de postrarse ante Dios y venerarlo, diciendo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* Job mostró auténtica fe y obediencia a Dios. Cuando descubrí que era muy probable que mi hija tuviera leucemia, temía que me dejara en cualquier momento y me quejaba de que Dios no la había protegido ni bendecido. Discutía con Él en mi interior porque no quería perder a mi hija. Comprendí que no tenía sumisión hacia Dios en absoluto. No solo me quejaba de Dios, sino que además discutía con Él y le hacía exigencias. ¡En comparación con Job, carecía por completo de razón! Antes, solía sentir que amaba de veras a Dios. Solo me di cuenta de que había impurezas en mi fe cuando me ocurrió tal acontecimiento. Quería obtener bendiciones y gracia de Dios, quería que impidiera que mi hija, igual que su padre, contrajera leucemia. Comprendí que, en realidad, mi fe en Dios consistía en tratar de usarlo, en negociar con Él y engañarlo. No era una auténtica creyente en Dios. Cuando entendí esto, sentí angustia en el corazón. Estaba en deuda con Dios. Me escondí a toda prisa en un lugar sin nadie alrededor y le oré entre lágrimas: “Dios mío, te agradezco que me permitas leer estas palabras. Estoy dispuesta a imitar a Job y a someterme a Tu soberanía y arreglos. Si mi hija tiene leucemia, estoy dispuesta a aceptarlo y a someterme a ello”. Con la guía de las palabras de Dios, me sentí mucho mejor y estaba dispuesta a afrontar la realidad.

Cuando llegaron los resultados de las pruebas, el doctor confirmó que mi hija tenía leucemia y no una común, sino la mieloide tipo M5, que es muy difícil de curar. El doctor dijo: “La pequeña ha tenido fiebre mucho tiempo y acudió al hospital demasiado tarde. La enfermedad ya ha empeorado e incluso tratarla con quimioterapia resulta peligroso. Si tienes dinero, podríamos hacerle un trasplante de médula, pero puede que ni siquiera eso le salvara la vida. Esta enfermedad tiene una tasa de supervivencia de uno entre un millón y a lo sumo sobrevivirá unos tres meses. Asimismo, durante la quimioterapia, tu hija no podrá comer y vomitará y perderá el cabello. Está muy débil y, si no aguanta la quimioterapia, corre peligro de morir en cualquier momento. Tienes que estar mentalmente preparada”. Cuando oí al doctor decir esto, mi desesperación fue enorme. Mi hija era muy pequeña y, si no resistía la quimioterapia, moriría en cualquier momento. Oré a Dios con tono suplicante: “Dios mío, el doctor dice que a mi hija le quedan tres meses de vida como mucho. Si no aguanta la quimioterapia, puede que nos deje en cualquier momento. Dios mío, estos últimos años he pasado mucho tiempo fuera de casa cumpliendo mi deber y no he estado con mi pequeña. Nunca me quejé cuando mi familia intentaba trabarme o mis parientes y vecinos se burlaban de mí. ¿Puedes permitir que mi pequeña viva un poco más teniendo en cuenta mis esfuerzos y entrega, de modo que pueda cuidarla un poco más y saldar la deuda que tengo con ella?”. Después de orar, me di cuenta de que tal vez estaba siendo irracional al hacerle tales exigencias a Dios. Pensé en Sus palabras: “Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación”, “para que el polvillo no toque tu cara”. En cuanto nadie prestaba atención, prendí a toda prisa mi reproductor de MP5 y leí las palabras de Dios. “Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre tú y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no persiguen la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? ¿Cuántas palabras se han hablado entre vosotros? ¿Se ha hecho solo un poco de obra entre vosotros? ¿Cuánto he provisto entre vosotros? ¿Y por qué no lo has obtenido? ¿De qué tienes que quejarte? ¿No será que no has obtenido nada porque estás demasiado enamorado de la carne? ¿Y no es porque tus pensamientos son muy extravagantes? ¿No es porque eres muy estúpido? Si no puedes obtener estas bendiciones, ¿puedes culpar a Dios por no salvarte? Lo que buscas es poder ganar la paz después de creer en Dios, que tus hijos no se enfermen, que tu esposo tenga un buen trabajo, que tu hijo encuentre una buena esposa, que tu hija encuentre un esposo decente, que tu buey y tus caballos aren bien la tierra, que tengas un año de buen clima para tus cosechas. Esto es lo que buscas. Tu búsqueda es solo para vivir en la comodidad, para que tu familia no sufra accidentes, para que los vientos te pasen de largo, para que el polvillo no toque tu cara, para que las cosechas de tu familia no se inunden, para que no te afecte ningún desastre, para vivir en el abrazo de Dios, para vivir en un nido acogedor. Un cobarde como tú, que siempre busca la carne, ¿tiene corazón, tiene espíritu? ¿No eres una bestia? Yo te doy el camino verdadero sin pedirte nada a cambio, pero no buscas. ¿Eres uno de los que creen en Dios? Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). Las palabras de Dios dejaron en evidencia mi estado con precisión. Me sentí profundamente avergonzada. Hacía muchos años que creía en Dios y cumplía mi deber con energía, no para perseguir la verdad y someterme a Él, sino por la seguridad de mi familia y para que mi hija no enfermara. Tras aceptar la obra de Dios de los últimos días, me di cuenta de que Él gobierna el sino de las personas y es capaz de salvarlas, así que lo consideré mi apoyo y me sentía a salvo al creer en Dios. Con el fin de obtener Sus bendiciones, cumplí mi deber activamente y, por mucho que mi familia tratara de obstaculizarme o que mis parientes y vecinos se burlaran de mí, no me vi limitada. Cuando el doctor dijo que a mi hija le quedaban a lo sumo tres meses de vida y que podría morir en cualquier momento si la quimioterapia era demasiado para ella, traté de regatear las condiciones con Dios por miedo a perderla. Quería que Dios alargara la vida de mi hija a causa de mis esfuerzos y entrega. Su enfermedad reveló a fondo mi intención de obtener bendiciones. Cuando creía en Dios y hacía mi deber, solo estaba intentando usarlo y engañarlo. La gente en la religión meramente cree en Él para obtener bendiciones de Dios. No entienden Su obra ni Su carácter ni tampoco pueden someterse a Él. Aunque crean hasta el final, nunca ganarán la aprobación de Dios. En la actualidad, Dios está llevando a cabo Su obra de juicio y purificación. SI no perseguía la verdad ni cambiar mis actitudes, sino que solo quería obtener bendiciones, ¿acaso no era igual que la gente religiosa? Solo entonces me di cuenta de que Dios se servía de esta circunstancia para purificarme y salvarme. En caso contrario, nunca habría entendido la corrupción, las impurezas y las actitudes satánicas que había en mí. Sentí mucho remordimiento y me arrepentí ante Dios. Ya no le exigiría nada más. Mi deber es algo que debería cumplir por derecho. No debería exigirle nada a Dios en virtud de los esfuerzos que he hecho. Estaba dispuesta a encomendarle a mi hija y dejar que Él fuera soberano sobre todo y lo dispusiera todo. Yo cuidaría de ella el tiempo que le restara, día tras día. En cuanto al tiempo de vida que le quedaba, eso estaba a merced de la orquestación de Dios.

Mi hija no vomitó durante la quimioterapia ni tuvo reacciones dolorosas. Pudo comer bien. Entretanto, algunos pacientes a su alrededor vomitaban horrorosamente, no podían comer y tenían fiebre. Sufrían complicaciones muy graves. Al percibir todo esto, me di cuenta de que Dios la protegía. Sin embargo, quince días después mi hija se rascó la nariz y se le infectó. Al principio, dijo que le dolía la nariz y luego, unos días después, que le dolía la cabeza. El doctor dijo que su respuesta inmune era baja porque tenía menos glóbulos blancos. La infección en la nariz provocó una respuesta inflamatoria sistémica que podría desencadenar otras complicaciones. El dolor de cabeza podía deberse a una infección vírica que le había llegado al cerebro. Si el virus se extendía por este, sería muy difícil controlarlo. En casos graves, se requería una craneotomía, algo que cuesta mucho dinero y conlleva un riesgo mortal. Cuando el doctor se fue, mi esposo me dijo: “Si tuviéramos dinero, podríamos darle a nuestra hija varios ciclos de quimioterapia y viviría unos meses más, pero ni siquiera tenemos suficiente para un ciclo adicional”. Entonces, me culpó por no ganar dinero, pues de haberlo hecho hubiéramos podido costearle más ciclos de quimioterapia. Cuando oí a mi esposo decir eso, me sentí realmente triste. Si el virus había infectado de veras al cerebro, entonces no teníamos suficiente para siquiera una ronda de quimioterapia. ¿De dónde sacaríamos más dinero después de eso? Si renunciábamos a la quimioterapia, nuestra hija podría morir en cualquier momento y no la volveríamos a ver. Mientras más lo pensaba, más angustiada me sentía. Desde que unos años atrás dejé mi trabajo, había estado regando a los nuevos fieles y predicando el evangelio en lugar de ir a trabajar y ganar dinero. Si entonces no hubiera dejado el trabajo, ¿acaso no habría ganado suficiente estos años para ofrecerle a mi hija un tratamiento más largo? En ese momento, me di cuenta de que mis pensamientos no eran los correctos. ¿Acaso no me estaba quejando de Dios? Le oré en silencio, le supliqué que protegiera mi corazón. Me di cuenta de que necesitaba leer las palabras de Dios. Sin ellas, no sería capaz de mantenerme firme. Le dije a mi hija: “Voy a prepararte algo de comer y ahora vuelvo. Eres una joven cristiana: si te duele la cabeza, deberías orar a Dios”. Dijo: “Mamá, estoy dispuesta a orar”.

A mi regreso, prendí mi reproductor MP5 y leí un pasaje de las palabras de Dios: “Como las personas no conocen las orquestaciones y la soberanía de Dios, siempre afrontan el sino desafiantemente, con una actitud rebelde, y siempre quieren desechar la autoridad y la soberanía de Dios y las cosas que el sino les tiene guardadas, esperando en vano cambiar sus circunstancias actuales y alterar su porvenir. Pero nunca pueden tener éxito y se ven frustrados a cada paso. Esta lucha, que tiene lugar en lo profundo de su alma, les causa profundo dolor y este dolor se les mete en los huesos y, al mismo tiempo, los hace desperdiciar su vida. ¿Cuál es la causa de este dolor? ¿Es debido a la soberanía de Dios, o porque una persona nació sin suerte? Obviamente ninguna de las dos es cierta. En última instancia, es debido a las sendas que las personas toman, la forma en que eligen vivir su vida(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único III). A partir de las palabras de Dios, comprendí que Él predestina el sino de cada persona. Aunque, en apariencia, mi hija heredó de su padre la propensión a la enfermedad, se trataba en realidad de la soberanía de Dios. Sufrir de esta manera era su sino. Sin embargo, quería servirme de mis propias habilidades para cambiar la suerte de mi pequeña. Pensaba que, si tuviera dinero, podría costearle un tratamiento más largo y mantenerla con vida. Esto era porque no entendía la soberanía de Dios. Recordé el caso de un niño de una aldea vecina que contrajo leucemia. Su familia tenía dinero para pagar el tratamiento, pero murió apenas dos meses después de empezarlo. El dinero no puede alargar la vida de nadie. Dios es soberano sobre la vida y la muerte de una persona y dispone de ellas. Cuando finaliza el tiempo de vida determinado para alguien, ninguna cantidad de dinero puede salvarla. Pensé en cuando Job perdió a sus hijos. Aunque sintió gran dolor y tristeza, nunca pecó de palabra ni se quejó de Dios. Fue capaz de someterse a Su soberanía y arreglos. Abraham tuvo un hijo a la edad de cien años. Cuando Dios le pidió después que lo sacrificara para Él, se sintió afligido y reticente, pero fue capaz de someterse a Su soberanía. No discutió con Dios ni regateó con Él y, al final, sacrificó a Isaac. Durante sus horas de angustia, Job y Abraham pudieron someterse a la soberanía y arreglos de Dios. Fueron temerosos y sumisos hacia Él y no se dejaron llevar por el afecto. Desde que empecé a creer en Dios hasta ahora, me había dejado llevar una y otra vez por el afecto. Ni una sola vez me sometí a las instrumentaciones de Dios y siempre quise que Él mantuviera a mi hija a salvo, tratando de regatear con Dios. ¡Carecía por completo de razón! Al darme cuenta de esto, ya no me preocupó tanto la enfermedad de mi hija.

Cuando volví al hospital, la pequeña me dijo: “Mamá, he visto la omnipotencia de Dios. Cuando te fuiste, empezó a dolerme otra vez la cabeza y le oré. Después de hacerlo, ya no me dolió más”. A partir de entonces, nunca más le volvió a doler la cabeza y el virus no se le extendió por el cerebro. Se lo agradecí a Dios una y otra vez en mi corazón. Mientras mi hija estuvo en el hospital, oró a Dios todos los días y se adaptó lentamente a la quimioterapia. Su estado prácticamente se estabilizó. Pasó un año como un suspiro y el estado de mi hija no empeoró. En un abrir y cerrar de ojos, ya era abril de 2016 y el momento de su séptima ronda de quimioterapia. En esos días, había desarrollado una ligera tos y los resultados de las pruebas mostraron que el virus había regresado e infectado los pulmones. La situación era más grave que la primera vez. Ya se trataba de un periodo de alto riesgo y su vida peligraba en todo momento. Al enterarme de esto, sentí una tristeza indescriptible. Me di cuenta de que podría ser el final de la duración de la vida determinada para mi hija. Le oré a Dios pidiéndole que me diera fuerzas para no quejarme de Él y someterme. Esta vez las facturas médicas eran bastante altas y ya no disponíamos de recursos para pagar. Las enfermeras nos presionaron para que pagáramos. Mi hija lo oyó y dijo con tristeza: “Mamá, si dejo de tomar la medicación, ¿me moriré?”. Más tarde, me escribió una nota que decía: “¿Por qué tengo esta enfermedad? Soy muy pequeña, quiero ir al colegio. No quiero morir. Todavía no he disfrutado de este mundo…”. Al leer esto, me angustié tanto que sentí que se me partía el corazón. Aunque sabía que la vida de mi hija estaba en manos de Dios, no quería perderla.

Más adelante, leí un pasaje de las palabras de Dios: “La muerte de un ser viviente, la terminación de una vida física, indica que el ser viviente ha pasado del mundo material al reino espiritual, mientras que el nacimiento de una nueva vida física indica que un ser viviente ha pasado del reino espiritual al mundo material y ha comenzado a acometer y desempeñar su papel. Tanto si es la partida como la llegada de un ser, ambas son inseparables de la obra del reino espiritual. Cuando alguien llega al mundo material, Dios ya ha formulado disposiciones y definiciones apropiadas en el reino espiritual respecto de la familia a la que esa persona irá, la era en la que llegará, la hora en que lo hará y el papel que desempeñará. Y, de esta forma, toda la vida de esta persona, las cosas que hace y las sendas que toma, procederán de acuerdo con las disposiciones realizadas en el reino espiritual, sin la más mínima desviación. Asimismo, el momento en el que termina una vida física y la manera y el lugar en que lo hace son claros y discernibles para el reino espiritual. Dios gobierna el mundo material y también el reino espiritual, y no pospondrá el ciclo normal de la vida y la muerte del alma ni podrá jamás cometer errores en las disposiciones de ese ciclo. Cada uno de los asistentes en los puestos oficiales del reino espiritual lleva a cabo sus tareas individuales, y hace lo que debería hacer, de acuerdo con las instrucciones y normas de Dios. Y así, en el mundo de la humanidad, todo fenómeno material observado por el hombre es ordenado, y no contiene caos. Todo esto se debe al gobierno ordenado sobre todas las cosas por parte de Dios, así como al hecho de que la autoridad de Dios lo domina todo. Su dominio incluye el mundo material en el que vive el hombre y, además, el reino espiritual invisible detrás de la humanidad. Por tanto, si los seres humanos desean tener una buena vida, y desean vivir en un buen entorno, además de ser provistos con todo el mundo material visible, deben serlo también con el reino espiritual, el que nadie puede ver, el que gobierna a todo ser viviente por causa de la humanidad, y que es ordenado. Por lo tanto, al decir que Dios es la fuente de vida para todas las cosas, ¿no hemos elevado nuestra conciencia y entendimiento de ‘todas las cosas’? (Sí)” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único X). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Él es soberano sobre la vida de las personas y dispone de ella. Todas y cada una de las almas tienen una misión al venir y luego parten, o bien parten para luego regresar. Dios no comete el menor error al disponer de la vida y la muerte de las personas en el reino espiritual. Cuando el alma de una persona regresa al reino espiritual, también está en manos de Dios, que ha hecho los arreglos adecuados. La duración de la vida de cada persona la predetermina Dios. Debía someterme a Su soberanía y arreglos y afrontar la muerte de mi hija con serenidad. Cuando entendí esto, hablé con mi hija: “Todos erramos en solitario por el mundo espiritual. Fue Dios el que nos trajo a este mundo material y nos permitió disfrutar de todo lo que Él creó. Dios nos dio el aliento de nuestros pulmones. Si Dios no te hubiera dado este aliento, no habrías podido vivir ni siquiera después de haberte dado yo a luz. Sabes, algunos niños mueren al nacer. Al menos tú has vivido este tiempo y has disfrutado de todas las cosas que Dios nos ha dado. ¿No es esta vida mucho mejor que la de ellos? Así que, vivamos cuanto vivamos, tenemos que someternos a los arreglos de Dios”. Tras oír esto, mi hija ya no estaba tan asustada. Cuando le dieron el alta del hospital, jugó con sus amigos. Parecía muy alegre. Me dijo: “Mamá, Dios me permite vivir cada día, le doy gracias por darme este aliento. Si un día termina el tiempo de vida que tengo determinado, me someteré”. Dos meses después, el 26 de junio de 2016, mi hija me dejó para siempre. Gracias a la guía de las palabras de Dios, afronté su muerte de la manera correcta y mi corazón permaneció muy sereno.

En esos días de tristeza, las palabras de Dios me sacaron de ella mediante pequeños pasos y me permitieron contemplar las cosas conforme a Sus palabras, entender mis puntos de vista falaces sobre perseguir bendiciones en mi fe, darme cuenta de que Dios predestina tanto la vida como la muerte, afrontar la pérdida de mi hija con serenidad y escapar de mi angustia. Experimenté de veras que las palabras de Dios son la verdad, el camino y la vida.

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