80. Rodeada y atacada por mi familia, tomé una decisión

Por Li Min, China

En agosto de 2012, un pariente me predicó la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Vi que las palabras de Dios Todopoderoso son toda la verdad y reconocí que Dios Todopoderoso es el Señor Jesús que ha regresado. Estaba muy emocionada. No pensaba que podría recibir el regreso del Señor Jesús durante mi vida. Esto realmente era la gracia de Dios; ¡Dios me estaba elevando! Mi esposo y yo llevábamos muchos años casados y teníamos un matrimonio lleno de amor. Tenía que contarle a mi esposo la buena noticia de que Dios había venido a salvar a la humanidad para que él también tuviera la oportunidad de que Dios lo salvara. ¡Sería maravilloso si pudiéramos creer en Dios y entrar juntos en el reino! Cuando le prediqué el evangelio a mi esposo, me dijo que estaba ocupado en el trabajo y que no tenía tiempo, pero no se opuso a que yo creyera en Dios. A medida que el evangelio del reino de Dios se difundía con rapidez por toda China continental, el PCCh comenzó a esparcir rumores y calumnias sin motivo y a plantar pruebas para manchar a la Iglesia de Dios Todopoderoso. Mi esposo leyó muchos rumores negativos en su teléfono. Cuando se enteró de que el gobierno me podía arrestar y sentenciar por creer en Dios, y que mi fe hasta podría afectar la educación y el futuro empleo de nuestro hijo, comenzó a perseguirme para que dejara de creer en Dios.

Una tarde de marzo de 2013, mi esposo, que trabajaba fuera de casa, hizo un viaje especial y volvió a casa en el auto. Con solemnidad, me dijo: “La policía fue a la mina a arrestar a un compañero mío por creer en Dios Todopoderoso. Si no hubiera salido corriendo rápido, lo habrían atrapado. Ahora tengo el corazón en vilo todo el día porque tú crees en Dios. Si un día te arrestan, ¿qué será de nosotros? Nuestro hijo es muy pequeño, ¿quién cuidará de él? Ahora, el gobierno no permite que creas en Dios Todopoderoso. Si crees, te arrestarán. ¿Por qué no esperas hasta que el estado lo permita y, luego, crees? Cuando llegue ese momento, llevaré a toda nuestra familia, varias decenas de personas, a creer en Dios contigo”. Le dije: “El PCCh es un partido ateo. Simplemente no cree que exista un Dios. ¿Cómo va a permitirle a la gente creer en Dios? Tanto si me dejas creer como si no, nunca traicionaré a Dios”. Al ver que no iba a hacer lo que me decía, mi esposo no dijo nada más. Cuando se fue, recordé que había dicho que, si me arrestaban por creer en Dios, no habría nadie que cuidara de nuestro hijo de ocho años. Me sentí muy dolida. Tenía 40 años cuando di a luz a nuestro hijo y casi muero en el parto. Yo misma lo crie desde que era un bebé. Lo amaba profundamente. Sentía que, si lo tenía en la boca, me preocupaba que se derritiera; si lo tenía en las manos, me preocupaba que se me cayera. Si me arrestaban, ¿quién cuidaría de él? Pensar en esto me angustiaba el corazón y quería encontrar un lugar donde no hubiera nadie para romper a llorar. No tenía ganas de orar ni de comer y beber las palabras de Dios. Vivía sumida en un estado de negatividad.

En una reunión, una hermana me leyó un pasaje de las palabras de Dios: “¿Quién puede en verdad esforzarse verdadera y enteramente por Mí y ofrecer su todo por Mi bien? Todos sois tibios, vuestros pensamientos dan vueltas y vueltas, pensáis en el hogar, en el mundo exterior, en la comida y en la ropa. A pesar de que estás aquí, delante de Mí, haciendo cosas para Mí, en el fondo, sigues pensando en tu esposa, tus hijos y tus padres, que están en casa. ¿Son todas estas cosas tu propiedad? ¿Por qué no las encomiendas a Mis manos? ¿No confías en Mí? ¿O es que tienes miedo de que Yo haga disposiciones inapropiadas para ti? ¿Por qué siempre te preocupas de la familia de tu carne y te interesas por tus seres queridos? ¿Ocupo Yo un lugar determinado en tu corazón? Sigues hablando de permitirme tener dominio sobre ti y de permitirme ocupar todo tu ser; ¡estas son todas mentiras engañosas! ¿Cuántos de vosotros estáis comprometidos con la iglesia con todo vuestro corazón? ¿Y quién de entre vosotros no piensa en sí mismo, sino que está actuando a favor del reino de hoy?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Declaraciones de Cristo en el principio, Capítulo 59). Las palabras de Dios me permitieron entender que todo está en Sus manos. Dios dispone los cielos, la tierra y todas las cosas en perfecto orden, por no hablar del porvenir de un niño. Que me arresten y que mi hijo sufra depende de Dios. Recuerdo que, cuando aún no creía en Dios, mi hijo se rompió un brazo a los tres años. Cuando tenía seis, lo atropelló un auto y tenía heridas por doquier. A los ocho, se rompió un dedo que se le quedó atrapado en la puerta de un auto. Aunque yo estaba a su lado y me esmeraba en cuidarlo, era inevitable que sufriera algunas desgracias. Desde que empecé a creer en Dios y a cumplir mi deber en la iglesia, aunque no estaba junto a mi hijo todos los días, él creció sano y salvo bajo la protección de Dios. Estaba mejor cuidado que cuando yo estaba en casa. Esto demuestra que el porvenir de las personas está en las manos de Dios. Cuando pensé en esto, dejé de preocuparme por mi hijo, y mi corazón se sintió mucho más liberado. Seguí cumpliendo con mi deber.

Más tarde, mi esposo intentó persuadirme de forma reiterada de que abandonara mi fe en Dios. Cuando vio que realmente no podía convencerme, comenzó a perseguirme y a ponerme impedimentos. En julio, mi esposo se tomó tres meses de permiso en el trabajo. Me vigilaba todo el día y proclamaba: “¡Denunciaré a cualquier creyente en Dios que encuentre y lo enviaré a la cárcel!”. No me atrevía a ir a las reuniones por miedo a poner en peligro a mis hermanos y hermanas. En casa, mi esposo me miraba con el ceño fruncido, me insultaba vilmente todo el día y decía las cosas más crueles que se le ocurrían para descargar su ira. También ponía la casa patas arriba. Si encontraba libros con las palabras de Dios, los despedazaba. Si descubría un reproductor MP5, lo hacía trizas. Durante esa época, estaba extremadamente angustiada. Era un sueño imposible calmar mi corazón y orar a Dios o leer Sus palabras. Cada día tenía que soportar el maltrato verbal y la persecución de mi esposo. Sentía que seguir la nueva obra de Dios era demasiado difícil. Cuando creía en Jesús en la iglesia, mi esposo no me perseguía, así que tal vez sería mejor volver a la iglesia y creer en Jesús. Pero en la iglesia simplemente no puedes escuchar la verdad que Dios expresa en los últimos días. No recibes el riego ni la provisión de las palabras de Dios, así que, por más que vayas muchos años a la iglesia, todo será en vano; no obtendrás la salvación ni entrarás en el reino. Recordé todos los años que había creído en Jesús, con esperanza y expectación, hasta que finalmente vi la aparición de Dios, recibí el regreso del Señor y tuve la oportunidad de aceptar el juicio y la purificación de Dios de los últimos días. Pensé en cómo estuve a punto de abandonar mi fe en Dios Todopoderoso debido a la persecución y obstrucción de mi esposo. Estaba tan renuente que sentía como si tuviera diez mil corazones que gritaban “¡No!”. En mi angustia, oré a Dios: “Dios Todopoderoso, mi esposo se pasa todos los días usando métodos despreciables para obstruirme y maltratarme verbalmente. También me sigue. No tengo la oportunidad de leer Tus palabras ni me atrevo a acercarme a mis hermanos y hermanas. Siento que vivo en una grieta. ¡Estoy tan angustiada y atormentada! Querido Dios, fue difícil esperar Tu regreso y no estoy dispuesta a abandonarte. Te ruego que escuches mi plegaria y me abras un camino”.

Más tarde, leí las palabras de Dios: “Cuando te enfrentes a sufrimientos debes ser capaz de no considerar la carne ni quejarte contra Dios. Cuando Él se esconde de ti, debes ser capaz de tener la fe para seguirlo, de mantener tu amor anterior sin permitir que flaquee o desaparezca. Independientemente de lo que Dios haga, debes dejar que instrumente como Él desee y estar dispuesto a maldecir tu propia carne en lugar de quejarte contra Él. Cuando te enfrentas a las pruebas, debes estar dispuesto a soportar el dolor de renunciar a lo que quieres y a llorar amargamente para satisfacer a Dios. Solo esto es amor y fe verdaderos. Independientemente de cuál sea tu estatura real, debes poseer primero la voluntad de sufrir dificultades, una fe verdadera y tener la voluntad de rebelarte contra la carne. Deberías estar dispuesto a soportar dificultades personalmente y a sufrir pérdidas en tus intereses personales con el fin de satisfacer las intenciones de Dios. Debes ser capaz de sentir arrepentimiento en tu corazón. En el pasado no fuiste capaz de satisfacer a Dios, y ahora, puedes arrepentirte. Ni una sola de estas cosas puede faltar y Dios te perfeccionará a través de ellas. Si careces de estas condiciones, no puedes ser perfeccionado(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Los que serán hechos perfectos deben someterse al refinamiento). Después de leer las palabras de Dios, entendí que Él permitía la persecución y obstrucción de mi marido. Dios hizo esto para perfeccionar mi fe y mi voluntad de sufrir adversidades. Cuando empecé a creer en Dios y vi Su gracia y bendiciones y todo iba bien, estaba feliz y tenía fe para seguirlo. Sin embargo, cuando mi marido me persiguió, me maltrató verbalmente y tuve que pasar por dificultades, perdí mi fe en Dios y hasta pensé en volver a la Iglesia de las Tres Autonomías. Era una persona débil, sin ninguna voluntad de sufrir adversidades. Tenía que orar con sinceridad a Dios y pedirle que me diera la fe y la voluntad para pasar por dificultades. Recordé un pasaje de las palabras de Dios que había leído en una reunión: “El corazón y el espíritu de las personas están al alcance de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees en todo esto o no, todas las cosas y cualquiera de ellas, ya estén vivas o muertas, se moverán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Entendí que todo, tanto lo que vive como lo que no, está en manos de Dios y que los pensamientos e ideas de mi marido también estaban en manos de Dios. Debía tener fe en Dios y confiar en Él mientras experimentaba esa situación. Después, Dios me abrió un camino. Durante un tiempo, mi marido se fue con su edredón a otra habitación a dormir, y pude calmar mi corazón y orar a Dios. A veces, mi marido tenía que irse de casa y yo aprovechaba el poco tiempo que estaba fuera para encontrarme con mis hermanos y hermanas y descargar los últimos videos de la casa de Dios. En cuanto tenía la oportunidad, leía las palabras de Dios y veía los videos que enviaba la casa de Dios. Poco a poco, mi relación con Dios se normalizó mucho más y mi corazón dejó de sentirse tan atormentado. Después de tres meses, la licencia de mi marido terminó y volvió al trabajo. Pude participar en la vida de iglesia otra vez con normalidad.

Sin embargo, esos buenos momentos no duraron mucho. Dos meses después, hubo un accidente grave en la mina, que se cobró muchas víctimas. El gobierno ordenó que se detuvieran los trabajos en todas las minas, así que mi marido tuvo otros dos meses de licencia. Como antes, se quedó en casa siguiéndome y vigilándome. No me dejaba ir a las reuniones ni leer las palabras de Dios. Una noche, vi que mi marido navegaba por Internet en su computadora. Aproveché la oportunidad para irme al dormitorio, esconderme bajo las mantas y escuchar sermones y pláticas sobre la entrada en la vida. Media hora después, mi marido entró en el dormitorio. Escondí mi reproductor MP5 por instinto, pero mi marido lo descubrió y me lo arrancó como un loco. Dijo con rabia: “¡¿Quieres que te mate?! ¡¿Todavía te atreves a creer?! ¡¿Cómo te atreves a escuchar?! ¡¿Cómo te atreves a creer?!”. Mientras hablaba, agarró el reproductor MP5 y lo estrelló con violencia contra el suelo. Se hizo pedazos y yo fui a recogerlo de inmediato. Entonces, mi marido empezó a propinarme puñetazos y patadas. Me abofeteaba y pateaba sin piedad. Al poco tiempo, me había dado tal paliza que tenía el rostro lleno de moretones e hinchado y me sangraban la nariz y la boca. Nuestro hijo estaba de pie a un lado, temblaba de miedo y gritaba con voz temblorosa mientras lloraba: “¡Papá, deja de pegarle a mamá! ¡No le pegues a mamá!”. Solo entonces mi marido se detuvo. Con crueldad, dijo: “Si no fuera por nuestro hijo, ¡te habría matado a golpes esta noche! ¡Te habría roto las piernas para ver si todavía te atreves a seguir creyendo en Dios!”. Que mi marido me tratara de esa manera me heló el corazón. Pensé en todos los años que habíamos estado juntos, en cómo había dedicado todo mi corazón a cuidar de la familia. Pero, luego, por mi fe en Dios, me dio una paliza y quería matarme. Si no hubiera sido porque mi hijo le suplicó que se detuviera, no sé en qué estado me habría dejado. Era realmente un diablo que se había revelado a sí mismo. Más tarde, mi marido llamó a sus hermanos y hermanas menores. Vinieron y me vieron acostada en la cama. Sin mediar una palabra, me arrastraron de la cama y me metieron a empujones en el salón. Me senté en el sofá completamente extenuada. Su segunda cuñada dijo con crueldad: “¿No tienes cosas mejores que hacer? ¡¿Qué estabas pensando al dejar de lado una buena vida e insistir en creer en cualquier Dios?!”. Su cuarta cuñada dijo: “Sabes que el gobierno está arrestando a la gente que cree en Dios Todopoderoso, pero, aun así, crees. ¡Te mereces la paliza que te dio mi cuñado!”. Su cuñado se quedaba al margen y echaba más leña al fuego: “Veo que mi cuñado es demasiado amable cuando te atiza. Mi tía tiene la misma fe que tú. Cada vez que sale, mi tío la atiza. Siempre que pasa, la paliza la deja medio muerta”. Mi sobrina de poco más de diez años también me señaló con el dedo y dijo con crueldad: “Tía, qué estúpida eres. Somos varias decenas de personas en nuestra familia, y ninguno de nosotros cree en esto. ¡Solo tú!”. Al verlos a todos en fila, atacándome con palabras que no paraban de salir de sus bocas, sentí una tristeza insoportable. “No he roto la ley al creer en Dios ni he hecho nada malo. ¡Aun así, me tratan como si fuera su enemiga! Puedo soportar que los adultos me ataquen, ¡pero aquí está mi sobrina que me señala y me critica!”. Me sentí completamente avergonzada y con la dignidad profundamente humillada. Sumida en la angustia, oré en silencio: “Querido Dios, no sé cómo afrontar esta situación. Te pido, por favor, que me esclarezcas y me guíes”. Después de orar, recordé un himno de las palabras de Dios: Con un corazón herido Dios ama al hombre Los treinta y tres años y medio que Dios pasó en la tierra en la carne fueron algo extremadamente doloroso en sí mismo, y nadie podía entenderlo. […] La mayor parte del sufrimiento que soporta resulta de convivir con una humanidad corrompida hasta el extremo, soporta el ridículo, el insulto, el juicio y la condena de todo tipo de personas, así como la persecución de los demonios, y el rechazo y la hostilidad del mundo religioso, que crean heridas en el alma que nadie podría compensar. Es doloroso. Salva a la humanidad corrupta con inmensa paciencia, ama a la gente a pesar de Sus heridas, y esta es una obra tremendamente dolorosa. La resistencia cruel por parte de la humanidad, la condena y la calumnia, las falsas acusaciones, la opresión, y su persecución y asesinato, hacen que la carne de Dios realice esta obra a costa de grandes riesgos para Sí. ¿Quién podría comprenderlo mientras sufre estos dolores? ¿Quién podría consolarlo?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La esencia de Cristo es el amor). Las palabras de Dios me reconfortaron el corazón, como una corriente cálida. Dios es inocente y se hizo carne en la tierra para salvar a la humanidad. El partido en el poder arresta a Dios y lo acusa de rumores infundados, la comunidad religiosa lo condena y lo rechaza, y la gente del mundo blasfema contra Él y lo insulta. Dios soporta todo este sufrimiento y, aun así, expresa la verdad y hace Su obra para salvar a la humanidad. Nunca ha abandonado, ni por un momento, el darnos la salvación. En cambio, yo soy una persona profundamente corrupta. Como mi familia me rechazó, atizó e insultó por creer en Dios, y mi imagen y estatus se vieron perjudicado en cierta medida, no fui capaz de soportarlo. Pensé que no tenía forma de seguir adelante. ¡Era tan débil e incapaz! Pensándolo bien, me humillaron por creer en Dios. Eso es que me persigan por la justicia. Es algo glorioso. No es en absoluto una deshonra ni una vergüenza. Además, fue precisamente su persecución y obstrucción lo que me ayudó a obtener algo de discernimiento sobre su esencia, que odia a Dios y a la verdad. Al creer en Dios y cumplir con mi deber, estoy recorriendo la senda correcta en mi vida. Lo que estoy haciendo es lo más justo que hay entre la humanidad. Por mucho que me obstruyeran o persiguieran, debía seguir a Dios hasta el final. Al ver que yo no decía ni una palabra, su segundo hermano menor recurrió a métodos más siniestros. Le dijo a mi marido: “Hermano, no importa lo que le digamos, mi cuñada simplemente no escucha. Creer en Dios no solo hará que el gobierno la arreste. También afectará las posibilidades de que admitan a tu hijo en la universidad o de encontrar trabajo. No tiene sentido que sigamos diciéndole nada. Trae papel y bolígrafo y haz que escriba una carta que garantice que no va a creer en Dios”. Pensé: “Dios ha creado a las personas. Que las personas crean en Él y lo adoren es perfectamente natural y justificado. Tú no crees en Dios y hasta sigues al PCCh y me obligas a escribir una carta que garantice que no creeré en Dios. ¡Imposible!”. Oré en silencio a Dios: “Querido Dios, no importa cómo me persigan estas personas, prefiero morir antes que escribir esto. Me mantendré firme en mi testimonio de Ti y humillaré a Satanás. Te pido, por favor, que me des más fe y fuerza”. Para entonces, ya era pasada la medianoche, pero ellos no mostraban ninguna señal de rendirse. Dije sabiamente: “En el futuro, creeré en casa. No saldré a la calle”. Solo entonces se calmaron. Nunca esperé que, varios meses después, mi propia familia me perseguiría, rodearía y atacaría.

Un día de febrero de 2014, me estaba preparando para salir y cumplir mi deber. Estaba a punto de salir cuando mi marido me agarró del cuello y me tiró al suelo. Dijo con crueldad: “Hoy no vas a ninguna parte. ¡Vamos a la Oficina de Asuntos Civiles a divorciarnos!”. Cuando oí a mi marido decir que quería el divorcio, pensé: “Desde que empecé a creer en Dios hasta ahora, me has perseguido y obstruido sin cesar. No solo no puedo vivir la vida de iglesia, tampoco puedo cumplir mi deber. Ni siquiera tengo la oportunidad de hacer prácticas devocionales ni de comer y beber las palabras de Dios. Si no nos divorciamos, no podré creer en Dios y seguirlo como debe ser”. Así que dije: “Si quieres el divorcio, divorciémonos. Vamos a la Oficina de Asuntos Civiles”. Entonces, llegamos a la Oficina de Asuntos Civiles, pero no logramos divorciarnos porque teníamos que entregar nuestro registro de vivienda. Por la tarde, mi marido llamó a algunos de mis hermanos y hermanas de mi lado de la familia y los hizo venir. Dijo: “Hoy quiero divorciarme de ella porque el estado se opone a su fe en Dios. No solo corre el riesgo de que la arresten, sino también podría arrastrar a nuestros hijos y a mí. No importa lo que le diga, no ha querido escuchar; solo quiere creer. Hoy los he traído aquí para que intenten persuadirla de que deje de creer en Dios y lleve una vida agradable y normal en casa. Le doy dos opciones: primero, renunciar a su fe en Dios y tener una vida agradable y normal en casa. Dejaré el pasado atrás y saldré a ganar dinero como siempre. Segundo, si sigue creyendo en Dios, nos divorciaremos y yo me quedaré con la custodia de nuestros hijos. La casa será para nuestros hijos y todo lo que hay en la casa será para ellos. Ella quedará fuera de la familia, sin nada a su nombre”. Cuando mi hermano mayor oyó esto, me gritó: “Nuestros padres ya han fallecido, así que debes obedecer a un hermano mayor como a un padre. ¡Tienes que hacer lo que yo diga! Por muy buena que sea tu fe en Dios, si la política del estado no la permite, no debes creer. ¡Espera hasta que el estado te permita creer para hacerlo!”. Mi tercer hermano más pequeño dijo: “Hermana, sabes que el gobierno arresta a quienes creen en Dios y, aun así, crees. ¿No te estás metiendo en la boca del lobo?”. Dije con determinación: “Estoy decidida a recorrer la senda de la fe en Dios. ¡Digan lo que digan, no servirá de nada! He creído en Jesús durante muchísimos años y finalmente veo el regreso del Señor, tras una larga y ardua espera. ¡Es imposible que me hagan traicionar a Dios!”. Mi marido explotó de ira y dijo: “Ya que nadie puede convencerte, ¡vamos a divorciarnos!”. Al ver que mi marido estaba a punto de divorciarse de mí, mis hermanos y hermanas se pusieron ansiosos. Mientras lloraba a un costado, mi hermana menor dijo: “Una vez, esta era una familia armoniosa y ahora está a punto de romperse en pedazos. ¿Qué sentido tiene que creas en Dios?”. Todos mis otros familiares hablaban a mil por hora e intentaban persuadirme de que llevara una vida agradable y normal en casa. Cuando los oí, se me atribuló el corazón. Llamé en silencio a Dios: “Querido Dios, me enfrento a todos estos familiares que me obstruyen y mi corazón se ha perturbado. No sé qué hacer. Dios, te ruego que me esclarezcas y me guíes”. Recordé las palabras de Dios: “En cada paso de la obra que Dios hace en las personas, externamente parece que se producen interacciones entre ellas, como nacidas de disposiciones humanas o de la perturbación humana. Sin embargo, detrás de bambalinas, cada etapa de la obra y todo lo que acontece es una apuesta hecha por Satanás ante Dios y exige que las personas se mantengan firmes en su testimonio de Dios. Mira cuando Job fue probado, por ejemplo: detrás de escena, Satanás estaba haciendo una apuesta con Dios, y lo que aconteció a Job fue obra de los hombres y la perturbación de estos(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Solo amar a Dios es realmente creer en Él). Las palabras de Dios me dieron un esclarecimiento repentino. Las tramas de Satanás estaban detrás de la forma en que mi marido y mi familia me perseguían y obstruían mi fe en Dios. Pensé en cuando Satanás abusó de Job. En apariencia, parecía que se habían robado todas las posesiones de Job y que sus hijos habían muerto al derrumbarse la casa. Pero, en realidad, esto era Satanás que acusaba a Job ante Dios. Aunque Job no conocía toda la historia en ese momento, no se quejó de Dios. Incluso dijo: “Salí desnudo del vientre de mi madre y desnudo regresaré a él. Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová” (Job 1:21).* Cuando Job se mantuvo firme en su testimonio de Dios, Satanás quedó totalmente humillado y se fue. El corazón de Dios también encontró consuelo. Ahora entendía que, como ser creado, cuando Satanás me perturbara y lanzara sus ataques, debía mantenerme firme en mi testimonio de Dios y humillar a Satanás. Esta familia no me dejaría creer en Dios y, si me quedaba allí más tiempo, solo perdería mi oportunidad de obtener la verdad y la salvación. Cuando pensé en esto, les dije: “¡Nos divorciamos!”. Terminé de hablar y estaba a punto de levantarme cuando mi tercer hermano más pequeño me dio una brutal bofetada y una patada. Llorando, dijo: “¡Hermana, de verdad te has vuelto loca! Todos estamos tratando de persuadirte, ¡y no has oído ni una sola palabra!”. Mi hija menor lloraba y dijo: “Mamá, no te divorcies de papá. ¿Qué harás después de divorciarte? ¿Qué haremos nosotros?”. Cuando oí esto, supe que era una de las tramas de Satanás y que, una vez más, estaba usando mis afectos para tentarme. Pensé por un momento y luego dije con calma: “No se preocupen por mí. Yo elegí mi propia senda”. Luego les dije a mis hijas: “Su padre cuidará de su hermanito. Ustedes dos ya son mayores y tienen sus propias familias: pueden cuidarse solas”. Cuando terminé de hablar, bajé las escaleras.

De camino a la Oficina de Asuntos Civiles, mi marido sacó el acuerdo de divorcio y me pidió que lo firmara. También me preguntó qué quería. Le dije que no quería nada y firmé el acuerdo. En el momento en que terminé de firmar, mi corazón se sintió extremadamente liberado. El auto aún no había llegado a la Oficina de Asuntos Civiles cuando vi a toda la familia, que hacía un momento me había estado presionando, de pie en la puerta. Cuando nos bajamos del auto, vinieron corriendo a obstruirnos el paso. Mi hija mayor dijo que quería llevarme a casa de mi hermana para que cambie de aires. Mi yerno dijo que iba a llevarse a mi marido a salir de copas. La crisis del divorcio terminó así. Luego, mi marido nunca volvió a mencionar el divorcio y nunca más me pidió que escribiera una carta que garantizara que no creería en Dios. Vi que, cuando confié en Dios con un corazón sincero y me mantuve firme en mi testimonio, Satanás fracasó y fue humillado.

Una vez, durante mi práctica devocional, leí las palabras de Dios que me ayudaron a discernir mejor a mi marido. Dios Todopoderoso dice: “¿Por qué un esposo ama a su esposa? ¿Y por qué una esposa ama a su esposo? ¿Por qué los hijos son devotos a sus padres? ¿Y por qué los padres adoran a sus hijos? ¿Qué clase de intenciones realmente albergan las personas? ¿No es su intención satisfacer los planes propios y los deseos egoístas? ¿Realmente tienen la intención de actuar en pos del plan de gestión de Dios? ¿Están actuando por el bien de la obra de Dios realmente? ¿Es su intención cumplir con los deberes de un ser creado? […] No existe relación entre un esposo creyente y una esposa no creyente y no existe relación entre los hijos creyentes y los padres no creyentes; son dos tipos de personas completamente incompatibles. Antes de entrar al reposo, la gente tiene afecto carnal y familiar, pero una vez que han entrado en el reposo, ya no habrá ningún afecto carnal ni familiar del que hablar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios y el hombre entrarán juntos en el reposo). Recordé cómo, antes de aceptar la nueva obra de Dios, mi marido me trataba bien para que yo cuidara de los niños y de la casa por él, de modo que él no tuviera ninguna preocupación en casa. Cuando creí en Dios, a pesar de que el gobierno no lo permitía, él temía que, si un día me arrestaban, su orgullo e intereses se verían afectados y no habría nadie para cuidar de nuestro hijo. Por eso, usó todo tipo de artimañas y tramas para perseguirme y tratar de impedir que creyera en Dios. Primero, usó palabras melosas para persuadirme y tentarme. Cuando eso no funcionó, recurrió a insultos y palizas. Parecía ansioso por matarme a golpes. Hasta conspiró con sus familiares para obligarme a escribir una carta de garantía que traicionaba a Dios y dijo que, si no la escribía, se divorciaría de mí. Mi marido no escatimó esfuerzos y se devanó los sesos para impedir que creyera en Dios. Como Dios expone, no hay sentimientos filiales en absoluto entre las personas, solo relaciones de interés. Mi marido no me trataba bien de verdad. Solo Dios da a las personas amor genuino y salvación desinteresada. Ahora tenía más fe y una mayor determinación para seguir a Dios Todopoderoso.

A partir de entonces, mi marido ya no me limitaba cuando iba a reuniones o cumplía con mi deber. Mi marido vio que realmente no podía ponerme impedimentos, así que dejó de interferir. Mis familiares también dejaron de mencionar cualquier cosa relacionada con creer en Dios. Fueron las palabras de Dios Todopoderoso las que me guiaron para dejar atrás la oscura influencia de mi familia. Mi marido ya no me obstruye ni me perturba y puedo cumplir mi deber con normalidad. ¡Gracias a Dios!

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