81. La lección aprendida tras recaer de una enfermedad renal

Por Ye Fan, China

En el año 2000, con 24 años, me diagnosticaron una glomerulonefritis crónica acompañada de hematuria aguda y unos niveles de proteína peligrosamente altos en la orina. Mi debilidad era extrema y me sentía cada vez más exhausta. Ni siquiera podía sostener una escoba para barrer el suelo y a veces necesitaba que mi marido me subiera por las escaleras. El doctor me mandó tomar un tratamiento de hormonas y, tras una semana de medicación, perdí casi todo el pelo y tenía el cuerpo hinchado, pero mi estado no mejoró. El doctor dijo que la única solución era un trasplante de riñón. Al oír eso, pensé: “¿Acaso no es básicamente una condena a muerte? ¡Un trasplante de riñón costaría cientos de miles de yuanes y mi familia no puede permitirse semejante gasto!”. Me causaba mucho dolor pensar que podía morir tan joven y mi deseo de vivir no se podía expresar con palabras. Más adelante, mi madre me animó a creer en el Señor y pensé que, ya que estaba tan enferma, por qué no intentarlo, así que empecé a orar al Señor. Para mi sorpresa, siete días después me hice unas pruebas y los resultados de la proteína en el suero sanguíneo y en la orina salieron normales. No me lo podía creer y pensé que tal vez se había producido un error en los resultados. Los doctores que me trataban también pensaron que era un prodigio y lo consideraron un milagro. En ese momento, pensé: “Ha sido Dios el que ha sanado mi enfermedad y me ha concedido gracia y bendiciones, así que, a partir de ahora, debo creer en Él de todo corazón y creo que Dios me bendecirá incluso más”. El doctor también insistió en recordarme: “Cuídate de no dejar que te suba la tensión, porque la tensión alta puede causar una recaída en tu enfermedad renal”. Después de eso, continué tomando un tratamiento complementario para la tensión y esta se mantuvo a niveles normales. Pronto, la hematuria desapareció y empecé a sentir el cuerpo más fuerte.

En 2004, acepté la obra de Dios Todopoderoso en los últimos días y me sentí incluso más feliz. Pensé que era muy afortunada y que Dios me había concedido una segunda vida y me había permitido vivir. Me parecía que me había congraciado al permitirme oír Su voz y regresar ante Su trono y que me había bendecido mucho. Para retribuir el amor de Dios, fuera cual fuera el deber que la iglesia me asignara, lo llevaba a cabo activamente y, aunque mi marido se oponía a mi fe en Dios, no me vi constreñida y seguí perseverando en mis deberes. En 2012, la policía me arrestó mientras predicaba el evangelio y, después de que me soltaran, mi esposo se opuso aun más a mi fe, hasta que se acabó divorciando de mí. Después de eso, me dediqué a mis deberes a tiempo completo.

En 2017, me había empezado a subir la tensión a 180 mmHg y la medicación parecía no ser de ayuda. Ya en 2020, me sentía completamente agotada, me quedaba sin aliento solo por subir las escaleras y no podía siquiera lavarme la ropa. Preocupada, me dije: “¿He recaído de la enfermedad renal? ¿Qué haré si vuelve?”. Pero entonces pensé: “Dios ya me curó esta enfermedad tan grave y, a lo largo de estos años, he renunciado a mi trabajo y mi familia y me he sometido a todos los deberes que me ha asignado la iglesia. Seguro que Dios no va a dejar que nada me suceda después de todo mi sacrificio y esfuerzo”. Más tarde, empeoró mi estado, así que volví a casa para ver a un doctor. Acudí a un chequeo en el hospital y descubrí que tenía la tensión alta, anemia aguda y un aumento del azúcar en sangre. La prueba de orina también dio positivo. El doctor me dijo que había vuelto la enfermedad y que, si empeoraba, podría conducir a un fallo renal y a la muerte. No supe cómo reaccionar ante esos resultados. A lo largo de mis años de fe, había renunciado a mi familia, a mi carrera y a los placeres físicos para hacer mi deber y pensaba que Dios me protegería por hacer estos sacrificios. Nunca esperé que mi antigua enfermedad acabara regresando peor que nunca. Durante un momento, empecé a lamentar los sacrificios y esfuerzos que había hecho a lo largo de los años. Si no me hubiera ido de casa para hacer mi deber, no me hallaría en esta situación de soledad e indefensión en la que me veía ahora. En especial, después de oír decir al doctor que me trataba, el Dr. Zhang, que mi enfermedad requería tres años de tratamiento, me sentí incluso más ansiosa y preocupada y pensé: “Estos tres años de tratamiento me costarán más de cien mil yuanes. ¿Dónde se supone que voy a conseguir tanto dinero?”. Me planteé trabajar con el fin de ganar dinero para el tratamiento. Sin embargo, apenas un mes después de empezar, la policía me llamó, me preguntó dónde estaba y me dijo que regresara y firmara las “Tres declaraciones” para traicionar a Dios. Me daba miedo que la policía volviera a arrestarme, así que me vi obligada a abandonar la zona. Pensé: “Mi enfermedad sigue requiriendo tratamiento constante y, si me voy de esta zona, no podré obtener la medicina que el Dr. Zhang me ha estado preparando con la receta secreta de su familia. Con anterioridad, lo único que me ha funcionado para mi enfermedad es la medicina del Dr. Zhang. Después de tomarla durante un mes, me sentía con energías, pero parece que otras medicinas tradicionales chinas no me sirven. Además, como la policía está tratando de arrestarme, no puedo trabajar y ganar dinero y, sin dinero para el tratamiento, es imposible saber cuánto podré sobrevivir”. Después, me sumí en un estado de gran abatimiento y cada vez que pensaba en que no me quedaba nada, mi corazón se llenaba de dolor y ya no podía reunir el mismo vigor de antes para mis deberes.

Un día, pensé en las palabras de Dios:

5. Si siempre has sido muy leal y amoroso conmigo, pero sufres el tormento de la enfermedad, las penurias económicas y el abandono de tus amigos y parientes, o soportas cualquier otra desgracia en la vida, ¿aun así continuarán tu lealtad y amor por Mí?

6. Si nada de lo que has imaginado en tu corazón concuerda con lo que he hecho, ¿cómo deberías recorrer tu senda futura?

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (2)

En Sus palabras, era como si Dios me cuestionara frontalmente y me hiciera reflexionar sobre mí misma. A lo largo de los años, había hecho sacrificios y esfuerzos en mi deber, así que me consideraba una creyente sincera en Dios y creía que le era leal y sumisa. Tras la recaída de mi dolencia renal, una enfermedad que no se podía tratar y podía ser mortal, no busqué la intención de Dios en esto y, en su lugar, lo malinterpreté y me quejé de Él. Llegué incluso a lamentar los esfuerzos que había hecho por Dios y empecé a hacer mi deber de manera superficial. ¿Acaso así no estaba traicionando a Dios? Comprendí que después de muchos años de fe, no le tenía lealtad a Dios en absoluto. Me sentía muy culpable. Dios había arreglado estas circunstancias que no se conformaban a mis nociones para salvarme, pero no entendí la meticulosa intención de Dios y, en su lugar, me volví negativa y holgazaneé en el trabajo. ¡De veras carecía de humanidad y razón! Después de esto, ya no me sentía tan angustiada y recuperé algo de motivación para mi deber.

Unos cuantos meses después, todavía sentía el cuerpo débil, sufría de palpitaciones y me faltaba el aliento. A veces, incluso necesitaba a alguien que tirara de mí para subir las escaleras. En particular, cuando me cansaba, me subía la tensión; recordé que el doctor había dicho que esta condición podría llevar a un fallo renal y me empecé a preocupar: “¿Y si me muero?”. A lo largo de mis años de fe, había renunciado a mi familia y a mi carrera. Así que, si moría, ¿no habrían sido para nada todos esos años de sufrimiento? En ese momento, encontré en la zona a dos buenos doctores tradicionales chinos, tomé hierbas medicinales e incluso me hice acupuntura, pero nada de esto funcionó. En una ocasión, después de subir unas escaleras, estaba tan agotada que me derrumbé en la cama, jadeando. Pensé que, como mi condición empeoraba continuamente, podría morir en cualquier momento, así que el corazón se me llenó de dolor. No pude evitar pensar: “¡Dios! En todos los años que te he seguido, he abandonado a mi familia y mi carrera y he sufrido y me he esforzado. Teniendo esto en cuenta, ¿podrías curar mi enfermedad y permitir que viva unos años más?”. Más adelante, cuando me calmé para considerar mi estado y reflexionar sobre él, al fin me di cuenta de que hacerle esta clase de exigencias a Dios no era razonable. Pensé en un pasaje de las palabras de Dios y lo busqué para leerlo. Dios Todopoderoso dice: “La arrogancia se manifiesta de muchas maneras. Por ejemplo, digamos que alguien que cree en Dios le exige Su gracia; ¿en qué te basas para exigirla? Eres una persona corrompida por Satanás, un ser creado; el hecho de que vivas y respires es ya la mayor de las gracias de Dios. Puedes disfrutar de todo lo que Dios ha creado en la tierra. Dios te ha dado lo suficiente, así que ¿por qué ibas a exigirle más? Porque la gente nunca está contenta con lo que tiene. Siempre piensan que son mejores que los demás, que deberían tener más, entonces, siempre se lo exigen a Dios. Esto refleja su carácter arrogante. Aunque no lo digan en voz alta, cuando la gente empieza a creer en Dios, puede que piensen en sus corazones: ‘Quiero ir al cielo, no al infierno. No solo quiero ser bendecido yo, sino toda mi familia. Quiero comer bien, llevar ropa buena, disfrutar de cosas bonitas. Quiero una buena familia, un buen marido (o esposa) y buenos hijos. En definitiva, quiero reinar como un rey’. Todo gira en torno a sus exigencias y demandas. El carácter que tienen, las cosas que piensan en sus corazones, esos deseos extravagantes, todo ello caracteriza la naturaleza arrogante del hombre. ¿Qué me lleva a decir esto? Se trata del estatus de las personas. El hombre es un ser creado que provino del polvo, Dios formó al hombre del barro, y le insufló el aliento de vida. Tal es el bajo estatus del hombre, pero aun así la gente se presenta ante Dios exigiendo esto y aquello. El estatus del hombre es muy indigno, así que no debería abrir la boca para exigirle nada a Dios. Entonces, ¿qué debe hacer la gente? Deben trabajar duro con independencia de las críticas, arrimar el hombro y someterse gustosamente. No se trata de abrazar con alegría la humildad, no hay que hacer tal cosa; ese es el estatus con el que nacen las personas; deben ser sumisas y humildes de manera innata, porque su estatus es humilde, así que no deben exigirle cosas a Dios ni tener deseos extravagantes con respecto a Él. Esas cosas no deberían encontrarse en ellos. He aquí un ejemplo sencillo. Una familia rica contrató a un sirviente. Su cargo en este hogar adinerado era muy poco relevante; sin embargo, le dijo al señor de la casa: ‘Quiero usar el sombrero de tu hijo, quiero comer tu arroz, llevar tu ropa y dormir en tu cama. ¡Dame todo lo que uses, tanto lo de oro como lo de plata! Aporto mucho con mi trabajo y vivo en tu casa, ¡te lo exijo!’. ¿Cómo debería tratarlo el amo? El amo diría: ‘Debes saber qué clase de cosa eres, cuál es tu papel; eres un sirviente. Yo le doy a mi hijo lo que quiere, porque ese es su estatus. ¿Cuál es tu estatus, tu identidad? No estás capacitado para pedir estas cosas. Deberías ir a hacer lo que debes, a cumplir con tus obligaciones, de acuerdo con tu estatus y tu identidad’. ¿Tiene algo de razón esa persona? Hay muchas personas que creen en Dios que no tienen tanta razón. Desde que empiezan a creer en Dios, albergan motivos ocultos y, a partir de ahí, le plantean exigencias a Dios sin cesar: ‘La obra del Espíritu Santo tiene que seguirme mientras difundo el evangelio. Además, debes perdonarme y tolerarme cuando hago cosas malas. Si trabajo mucho, tienes que recompensarme’. En resumen, la gente siempre le pide cosas a Dios, siempre son codiciosos(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Una naturaleza arrogante es la raíz de la resistencia del hombre a Dios). Cuando leí las palabras de Dios, me sentí realmente angustiada. Era igual que el sirviente que Dios describía en Sus palabras; carecía por completo de razón. El amo le proporcionó comida, refugio e incluso una recompensa, pero el sirviente no supo ser agradecido con su amo. Pensaba que hacer algo de trabajo para su amo le hacía obtener méritos y, por tanto, le hizo exigencias, quería disfrutar de todo lo que este poseía. Comprendí que el sirviente era realmente arrogante, carecía de razón y era un desvergonzado. Recordé cuando mi enfermedad no tenía cura y estaba al borde de la muerte. En particular, ver morir a otros que tenían la misma enfermedad aumentó mi desesperación. Después de empezar a creer en el Señor, Él me quitó la enfermedad y me permitió vivir. Luego, tuve la suerte de aceptar la obra de Dios de los últimos días y la oportunidad de obtener la verdad y de que Dios me salvara. Todo esto es la excepcional elevación y gracia de Dios. He recibido suficiente de Él, pero no supe estarle agradecida. Pensé que, al cumplir un poco de deber, había hecho méritos y, por tanto, le hice exigencias a Dios, le pedí que no permitiera mi recaída. Cuando mi enfermedad reincidió y me enfrenté a la muerte, no me sometí. En cambio, discutí y me quejé. Exigí con desvergüenza que Dios me alargara la vida y me dejara vivir unos cuantos años más. ¿Qué cualificaciones tenía, como mero ser creado, para hacerle exigencias a Dios? Dios es el Señor de toda la creación y Él decide a quién bendecir y a quién no. Sin embargo, tuve el atrevimiento de discutirle a Dios y ponerle condiciones. ¡Era realmente arrogante y carecía de razón! Comprendí también que era sumamente despreciable y avariciosa, que carecía de conciencia. Al darme cuenta de todo esto, sentí una profunda culpa en mi interior.

Un día, vi un pasaje de las palabras de Dios en la película Salvación que me aportó algo de comprensión respecto a mi estado. Dios Todopoderoso dice: “Muchos creen en Mí solo para que pueda sanarlos. Muchos creen en Mí solo para que use Mi poder para expulsar espíritus inmundos de sus cuerpos, y muchos creen en Mí simplemente para poder recibir de Mí paz y gozo. Muchos creen en Mí solo para exigir de Mí una mayor riqueza material. Muchos creen en Mí solo para pasar esta vida en paz y estar sanos y salvos en el mundo venidero. Muchos creen en Mí para evitar el sufrimiento del infierno y recibir las bendiciones del cielo. Muchos creen en Mí solo por una comodidad temporal, sin embargo, no buscan obtener nada en el mundo venidero. Cuando descargo Mi furia sobre las personas y les quito todo el gozo y la paz que antes poseían, tienen dudas. Cuando les descargo el sufrimiento del infierno y recupero las bendiciones del cielo, se enfurecen. Cuando las personas me piden que las sane y Yo no les presto atención y siento aborrecimiento hacia ellas, se alejan de Mí para en su lugar buscar el camino de la medicina maligna y la hechicería. Cuando les quito todo lo que me han exigido, todas desaparecen sin dejar rastro. Así, digo que la gente tiene fe en Mí porque Mi gracia es demasiado abundante y porque hay demasiados beneficios que ganar(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. ¿Qué sabes de la fe?). Lo que Dios dejaba en evidencia era mi estado exacto. Al principio, comprendí que Dios podría sanar mi enfermedad. Disfrutaba de Su gracia, así que estaba dispuesta a seguirlo sin reservas y era capaz de hacer mi deber y renunciar a mi familia y mi carrera. También llevaba a cabo el deber que la iglesia dispusiera para mí, fuera cual fuera. Incluso cuando me arrestaron mientras predicaba el evangelio, me rechazó mi familia o tuve molestias físicas, me seguí viendo capaz de perseverar en mi deber, ya que pensaba que, si me esforzaba por Dios, Él no permitiría que cayera enferma. Sin embargo, cuando mi enfermedad renal reapareció y se agravó, sin dinero para el tratamiento y ante una posible muerte, no estuve dispuesta a sufrir ni a esforzarme más. Me quejé de que Dios no me estaba protegiendo, me arrepentí de haberme esforzado por Él y dejé de ser diligente en mi deber e intenté usar como capital todos mis años de esfuerzo y gastos, exigiéndole a Dios que me permitiera vivir unos cuantos años más. Me di cuenta de que solo creía en Él para recibir bendiciones y, al no recibirlas, sentí que había salido perdiendo por creer en Dios y dejé de creer en Él y de hacer mis deberes sinceramente. Incluso tuve el atrevimiento de exigirle bendiciones a Dios. ¿De qué modo era diferente mi fe en Él a cuando los incrédulos buscan comerse el pan y saciarse? No buscaba la verdad en mi fe, sino que, en cambio, estaba intentando negociar con Dios a cambio de bendiciones. Al hacer esto, ¡estaba tratando de usar y engañar a Dios! Pensé en que, al principio, Pablo creía en el Señor en aras de obtener bendiciones y cuando vio que, en cierto modo, había sufrido y hecho algunos sacrificios, pensó que tenía derecho a bendiciones y abiertamente le pidió a Dios una corona. Dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Quería decir que, si Dios no le concedía una corona y recompensas, eso significaba que era injusto. Al final, ofendió el carácter de Dios y Él lo castigó. Si yo seguía así y no cambiaba, acabaría como Pablo, castigada y enviada al infierno.

Un día, oí un himno de las palabras de Dios: “La vida del hombre dura lo que Dios ha predeterminado”:

1  Hay muchas personas que se enferman con frecuencia, y por mucho que oren a Dios no se mejoran. Sin importar cuánto deseen librarse de su enfermedad, no pueden. Algunas veces, incluso pueden enfrentarse a enfermedades que ponen en peligro sus vidas y se ven forzadas a encararlas. De hecho, si uno realmente tiene fe en Dios en su corazón, debe saber antes que nada que la duración de la vida de una persona está en manos de Dios. El momento del nacimiento y la muerte de una persona está predestinado por Dios. Cuando Dios provoca que las personas padezcan una enfermedad, hay una razón detrás de ella y tiene un significado. Lo que pueden sentir es enfermedad, pero, en realidad, lo que se les ha concedido es gracia, no enfermedad. Lo primero que deben hacer es reconocer y estar seguras de este hecho, y tomarlo en serio.

2  Cuando las personas sufren una enfermedad, pueden acudir a menudo delante de Dios y asegurarse de hacer lo que deben, con prudencia y precaución, y cumplir su deber con mayor cuidado y diligencia que los demás. En lo que respecta a las personas, esto es una protección, no unos grilletes. Este es un método para tratarlo de manera pasiva. Dios ha predeterminado la duración de la vida de cada persona. Una enfermedad puede ser terminal desde el punto de vista médico, pero desde la perspectiva de Dios, si tu vida debe continuar y aún no ha llegado tu hora, no podrías morir aún si lo quisieras.

3  Si Dios te ha encargado una comisión, y tu misión no ha terminado, no morirás ni siquiera de una enfermedad que supuestamente es fatal: Dios no te llevará todavía. Aunque no ores ni busques la verdad, o no te ocupes de tratar tu enfermedad o incluso si aplazas el tratamiento, no vas a morir. Esto es especialmente cierto para aquellos que han recibido una comisión de Dios. Cuando la misión de tales personas aún no se ha completado, sin importar la enfermedad que les sobrevenga, no han de morir de inmediato, sino que han de vivir hasta el momento final del cumplimiento de la misión.

…………

La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte

Después de escuchar este himno, entendí que la vida y la muerte de una persona están en manos de Dios. Todo el mundo tiene su propia misión cuando viene a este mundo y el día que termina la vida de una persona guarda relación con su misión. Cuando finaliza el periodo de vida de alguien y su misión se ha completado, debe morir, aunque no esté enfermo. Si una persona no ha completado su misión, aunque tenga una enfermedad mortal, no morirá. Echando la vista atrás, contraje una enfermedad difícil de tratar con veintitantos años. No tenía dinero para el tratamiento, pero Dios no me dejó morir, sino que me permitió vivir bien hasta este momento, así que comprendí que la vida y la muerte están en Sus manos y Él las predestina. Esto no tiene nada que ver con lo grave que sea la enfermedad de una persona. Cuando la policía me pidió que firmara las “Tres declaraciones”, me vi obligada a irme de casa para evitar el arresto. Ya no podía pedirle medicinas al Dr. Zhang y no tenía dinero para el tratamiento, así que me preocupaba que mi condición empeorara sin la medicina y pudiera morir. La verdad era que, aunque el Dr. Zhang estaba altamente capacitado, no podía salvar la vida de una persona. Recuerdo que otra paciente estaba totalmente hinchada, no podía orinar y, en mitad de su agonía, se arrodilló ante el Dr. Zhang para suplicarle que la curara, pero él fue incapaz de hacer nada. Yo tenía la misma enfermedad que ella y el Dr. Zhang no podía hacer más. Fue Dios el que curó mi enfermedad de manera milagrosa y recibí semejante gracia y percibí la omnipotencia de Dios, pero seguía sin tener fe en Él. Todavía pensaba que mi vida y mi muerte estaban en manos de un médico. ¡Era realmente atolondrada, estaba tan ciega y era tan ignorante! No podía rebelarme más y tenía que encomendar mi enfermedad a las manos de Dios. A partir de entonces, viviera o muriera, estaba dispuesta a someterme a las instrumentaciones y arreglos de Dios y, mientras me quedara otro día de vida, cumpliría bien mi deber.

Más adelante, leí las palabras de Dios: “Como un ser creado, cuando se presenta ante el Creador, debe realizar su deber. Es algo muy correcto y debe cumplir con esa responsabilidad. Con la condición de que los seres creados cumplen sus deberes, el Creador ha realizado una obra aún mayor entre los seres humanos, ha llevado a cabo un paso más de la obra en las personas. ¿Y qué obra es esa? Él les proporciona la verdad a los humanos permitiendo que la reciban de Dios mientras cumplen su deber, para así deshacerse de su carácter corrupto y ser purificados, llegar a satisfacer las intenciones de Dios y embarcarse en la senda correcta de la vida, y, en última instancia, ser capaces de temer a Dios y evitar el mal, alcanzar la salvación completa y dejar de estar sujetos a las aflicciones de Satanás. Este es el efecto que en definitiva Dios desea conseguir al hacer que la humanidad cumpla sus deberes. Por tanto, durante el proceso de llevar a cabo tu deber, Dios no se limita a hacerte ver claramente una cosa y a que comprendas un poco de la verdad, ni tampoco se limita a dejarte disfrutar de la gracia y las bendiciones que recibes al cumplir tu deber como ser creado. Asimismo, te permite ser purificado y salvado y, en última instancia, que llegues a vivir en la luz del rostro del Creador(La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (VII)). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, mi corazón se iluminó. Dios les da a las personas la oportunidad de hacer su deber para permitirles perseguir y obtener la verdad, desechar su carácter corrupto y ser purificadas, así como lograr un cambio de carácter y caminar por la senda de la salvación. Sin embargo, en todos mis años de fe, había estado haciendo mi deber con la esperanza de que Dios me protegiera y me bendijera y trataba mi deber como moneda de cambio para obtener bendiciones. Comprendí que mis puntos de vista sobre la fe eran equivocados. Cumplir el propio deber es perfectamente natural y justificado, no tiene nada que ver con obtener bendiciones ni sufrir desgracias. Debería centrarme en perseguir la verdad y desechar mi carácter corrupto en mi deber. Este es el auténtico valor y significado de mi vida. Si solo persigo bendiciones y no busco el cambio de carácter, entonces, incluso después de toda una vida de fe, nunca obtendré la verdad y al final no me salvaré.

Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios: “No importa lo que Dios te pida, solo necesitas trabajar con todas tus fuerzas para lograrlo, y espero que seas capaz de cumplir tu lealtad a Dios ante Él en estos últimos días. Siempre que puedas ver la sonrisa de satisfacción de Dios mientras está sentado en Su trono, aun si esta es la hora señalada de tu muerte, debes ser capaz de reír y sonreír mientras cierras los ojos. Durante tu tiempo en la tierra debes llevar a cabo tu deber final por Dios. En el pasado, Pedro fue crucificado cabeza abajo por Dios, pero tú debes satisfacer a Dios en estos últimos días y agotar toda tu energía por Él. ¿Qué puede hacer por Dios un ser creado? Por tanto, debes entregarte a Dios con anticipación para que Él te instrumente como lo desee. Mientras Él esté feliz y complacido, permítele hacer lo que quiera contigo. ¿Qué derecho tienen los hombres de quejarse?(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 41). Después de leer las palabras de Dios, entendí que, sea cual sea la enfermedad o el dolor que sufra, aunque muera, mientras me someta a las instrumentaciones y arreglos de Dios y cumpla bien el deber que me corresponde, Dios lo aprobará. Pensé en cómo probó Dios a Job. Job perdió tanto su enorme fortuna como a sus hijos y quedó cubierto de llagas supurantes, pero fue capaz de someterse a Dios sin quejarse y se mantuvo firme en su testimonio para Él. Pedro se pasó la vida buscando someterse a Dios y amarlo, nunca pidió nada para sí mismo y, al final, lo crucificaron cabeza abajo por Dios. Alcanzó el punto de la sumisión hasta la muerte, avergonzó por completo a Satanás y dio un glorioso testimonio de Dios. Los testimonios de Job y Pedro me resultaron realmente inspiradores. Había recaído de mi enfermedad y, en cualquier momento, podría enfrentarme a un fallo renal o incluso a la muerte, pero mientras viviera y me quedara aliento, debía hacer mi deber. A partir de entonces, empecé a desear entregarle el resto de mi vida a Dios, buscar el cambio de carácter y cumplir bien mi deber y, si un día me llegaba la muerte, me sometería aun así a la soberanía y los arreglos de Dios.

Después de eso, me dediqué de corazón a mi deber, de tanto en tanto ejercitaba mi cuerpo convenientemente y observé que mi salud mejoraba poco a poco. El azúcar en sangre y la tensión volvieron a niveles estables y me di cuenta de que tenía energía para todo lo que hacía. A finales de mayo de 2024, me eligieron líder de distrito y, aunque la carga de trabajo era mayor, era capaz de soportarla. A veces, cuando el trabajo me fatigaba, descansaba un rato debidamente y, después, cumplía bien con mi deber sin perder más tiempo. Cuando practicaba así, me sentía más cerca de Dios, tranquila al cumplir mi deber con diligencia.

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