93. Perseguir la verdad no depende de la edad

Por Chen Liang, China

En 2003, acepté la obra de Dios de los últimos días y, no mucho después, asumí el deber de líder. En esa época, contaba poco más de cincuenta años y no tenía problemas de salud. Durante el día, asistía a las reuniones y predicaba el evangelio, y por la noche, por muy tarde que volviera a casa, me equipaba con las palabras de Dios acordes a los estados de los hermanos y hermanas. Aunque era una labor algo exigente y cansadora, con solo pensar que podría cumplir con mi deber y que Dios me salvaría en el futuro sentía una fuerza inagotable. Poco más de diez años después, mi salud comenzó a deteriorarse. Primero tuve problemas en la vesícula biliar y hubo que extirpármela quirúrgicamente, luego sufrí una hernia discal en la zona lumbar que requirió cirugía para corregirla, y tras dos operaciones, me quedó claro que mi condición física había empeorado mucho. Además, contraje enfermedades crónicas como fibromas uterinos y gastritis atrófica erosiva, y me sentía débil y desanimada. Ya no era tan ágil y tenía que pararme a descansar varias veces cuando subía las escaleras. También comenzó a fallarme la memoria, y a veces, cuando quería leer sobre un aspecto en particular de las palabras de Dios, nada más empezar a buscarlo, me olvidaba de qué era lo que quería leer. La iglesia dispuso que dirigiera reuniones de grupo por mi cuenta, acordes a mi condición física y que, cuando los hermanos y hermanas tuvieran algún estado, los ayudara a resolverlo. Y, a veces, cuando la iglesia carecía de casas de acogida, me encargaba de hacer de anfitriona. Aunque mi salud no era tan buena como antes, aún podía cumplir con algunos deberes y me sentía con energías.

Una vez, de camino a casa después de una reunión, mis viejos problemas gastrointestinales se agudizaron, y sentí una oleada de dolor en el estómago. Me costó mantenerme derecha y llegar a casa por mí misma, y solo después de tumbarme un rato, empecé a sentirme un poco mejor. Al ver que yo tenía mala salud, el líder me pidió que de vez en cuando recibiera a hermanos y hermanas en casa para celebrar reuniones. Al enterarme, pensé: “Ya está. Ya solo puedo ser anfitriona en casa. A medida que envejezca, mi salud seguirá empeorando. Si algún día ni siquiera puedo hacer de anfitriona, no seré capaz de cumplir con ningún deber; ¿qué esperanza de ser salvada me quedará entonces?”. Con estas ideas en la cabeza, perdí toda la energía y me sentí realmente desanimada. Pensé: “Me hago mayor, mi memoria se deteriora, ni siquiera recuerdo las palabras de Dios, y me olvido de lo que acabo de leer. ¿Cómo puedo comprender la verdad? Las personas de mi edad, por mucho que busquen, no logran hacer progresos. Supongo que solo me queda intentar arreglármelas día a día”. A veces, cuando preparaba la comida, me dolía tanto la espalda que no aguantaba de pie, y tenía que sentarme en un taburete cercano a descansar. Cuando se agudizaban los calambres de estómago sobre todo, el dolor era tan intenso que no estaba segura de si viviría o moriría. Me preocupaba que algún día me desplomara y ni siquiera fuera capaz de asistir a las reuniones. Cuando veía a la gente joven, con su buena salud, capaz de correr y saltar, sentía envidia y pensaba: “¡Qué maravilloso es ser joven! Pueden ir donde quieran y cumplir con cualquier deber, y sus opciones de ser salvados son mayores. Mientras tanto, mi salud empeora día a día. Si no puedo hacer ningún deber en el futuro, acabaré no sirviendo para nada, ¡y Dios seguramente me abandonará!”. Me acordaba de cuando, unos años atrás, cumplía con mis deberes sin tener ningún problema de salud, pero en este momento contaba 72 años y mi cuerpo era totalmente distinto del que había sido. ¡Ay, cuánto deseaba hacer retroceder el reloj 20 años! Por esta razón, a menudo me sentía angustiada y vivía en un estado negativo, y no quería esforzarme por alcanzar la verdad. A veces veía programas de televisión para matar el tiempo, y cuando me ocurrían cosas y revelaba corrupción, no buscaba la verdad para resolverlas; me limitaba a reflexionar sobre ellas brevemente y las dejaba pasar. Hasta mis oraciones eran unas simples palabras áridas, y sentía que mi corazón se alejaba cada vez más de Dios. En el fondo sabía que era peligroso continuar así, y quería resolver este estado de abatimiento. Sin embargo, carecía de una senda específica que seguir.

Un día, encontré palabras de desenmascaramiento de Dios con respecto a los estados de las personas ancianas, y de inmediato me vi reflejada en ellas. Dios Todopoderoso dice: “También hay gente anciana entre los hermanos y hermanas, de edades comprendidas entre los 60 y los 80 o 90 años, y que debido a su avanzada edad, también experimentan algunas dificultades. A pesar de su edad, su pensamiento no es necesariamente correcto o racional, y sus ideas y puntos de vista no tienen por qué conformarse a la verdad. Estas personas ancianas también tienen problemas, y siempre se preocupan: ‘Mi salud ya no es buena y los deberes que puedo cumplir son limitados. Si solo cumplo con ese pequeño deber, ¿me recordará Dios? A veces me pongo enfermo y necesito que alguien cuide de mí. Cuando no hay nadie que me cuide, no puedo desempeñar mi deber, entonces ¿qué puedo hacer? Soy viejo y no recuerdo las palabras de Dios cuando las leo, y me resulta difícil entender la verdad. Al comunicar la verdad, hablo de un modo confuso e ilógico, y no tengo ninguna experiencia que merezca ser compartida. Soy viejo y no tengo suficiente energía, mi vista no es muy buena y ya no soy fuerte. Todo me resulta difícil. No solo no puedo cumplir con mi deber, sino que olvido fácilmente las cosas y las confundo. A veces me despisto y causo problemas para la iglesia y para mis hermanos y hermanas. Quiero lograr la salvación y perseguir la verdad, pero es muy complicado. ¿Qué puedo hacer?’. Cuando meditan sobre estas cosas, empiezan a inquietarse, pensando: ‘¿Por qué empecé a creer en Dios a esta edad? ¿Por qué no soy igual que los de 20, 30 o incluso 40 o 50 años? ¿Por qué me he encontrado con la obra de Dios ahora que soy tan viejo? No es que mi sino sea malo, al menos no ahora que me he encontrado con la obra de Dios. Mi sino es bueno, y Dios ha sido bueno conmigo. Solo hay una cosa con la que no estoy contento, y es que soy demasiado viejo. Mi memoria no es muy buena, mi salud no anda muy allá, pero tengo mucha fuerza interior. Es solo que mi cuerpo no me obedece, y me entra sueño tras un rato de escucha en las reuniones. A veces cierro los ojos para orar y me quedo dormido, y mi mente vaga cuando leo las palabras de Dios. Tras leer un poco, me entra sueño y me quedo traspuesto, y las palabras no me llegan. ¿Qué puedo hacer? Con esas dificultades prácticas, ¿sigo siendo capaz de perseguir y entender la verdad? Si no, y si no soy capaz de practicar conforme a los principios-verdad, entonces ¿no será toda mi fe en vano? ¿No fracasaré en obtener la salvación? ¿Qué puedo hacer? Estoy muy preocupado. A esta edad, ya nada es importante. Ahora que creo en Dios ya no tengo más preocupaciones ni nada que me haga sentir ansiedad, mis hijos han crecido y ya no necesitan que los cuide o los crie, mi mayor deseo en la vida es perseguir la verdad, cumplir con el deber de un ser creado y en última instancia lograr la salvación en los años que me quedan. Sin embargo, al fijarme en mi situación actual, con la vista nublada por la edad y la mente confusa, con mala salud, incapaz de cumplir bien con mi deber, y a veces creando problemas cuando intento hacer todo lo que está en mi mano, parece que alcanzar la salvación no me va a resultar fácil’. Reflexionan una y otra vez sobre estas cosas y se angustian, y entonces piensan: ‘Parece como si las cosas buenas solo les ocurrieran a los jóvenes y no a los viejos. Parece que por muy buenas que sean las cosas, ya no podré disfrutar de ellas’. Cuanto más piensan en esto, más se inquietan y más ansiosos se sienten. No solo se preocupan por sí mismos, sino que también se sienten heridos. […] ¿Acaso los ancianos ya no pueden perseguir la verdad debido a su edad? ¿No son capaces de comprenderla? (Sí, lo son). ¿Pueden los ancianos comprender la verdad? Pueden entender un poco, y ni siquiera los jóvenes pueden entenderla toda. Los ancianos siempre tienen una idea equivocada, creen que están confundidos, que su memoria es mala y que por eso no pueden entender la verdad. ¿Tienen razón? (No). Aunque los jóvenes tienen mucha más energía que los ancianos y son más fuertes físicamente, en realidad su capacidad de entender, comprender y saber es la misma que la de los ancianos. ¿Acaso los ancianos no fueron jóvenes una vez? No nacieron viejos, y los jóvenes también envejecerán algún día. Los ancianos no deben pensar siempre que, por ser viejos, estar físicamente débiles, enfermos y tener mala memoria, son diferentes de los jóvenes. De hecho, no hay ninguna diferencia. ¿Qué quiero decir cuando digo que no hay diferencia? Tanto si alguien es viejo como joven, sus actitudes corruptas son las mismas, sus posturas y puntos de vista sobre todo tipo de cosas son los mismos, y sus perspectivas y planteamientos respecto a todo son idénticos. Por tanto, las personas mayores no deben pensar que, por ser mayores, tener menos deseos extravagantes que los jóvenes y ser capaces de ser estables, no tienen ambiciones ni deseos descabellados, y que tienen menos actitudes corruptas; esto es un concepto erróneo. Los jóvenes pueden competir por una posición, ¿no pueden los ancianos hacer lo mismo? Los jóvenes pueden hacer cosas contrarias a los principios y actuar arbitrariamente, ¿acaso los ancianos no? (Sí, pueden). Los jóvenes pueden ser arrogantes, y también los ancianos. Sin embargo, cuando las personas mayores son arrogantes, debido a su avanzada edad no son tan agresivas, y no es una arrogancia tan altanera. La gente joven muestra manifestaciones más obvias de arrogancia debido a sus miembros y mentes flexibles, mientras que la gente mayor muestra manifestaciones menos obvias de arrogancia debido a sus miembros rígidos y mentes inflexibles. Sin embargo, su esencia de arrogancia y sus actitudes corruptas son las mismas. […] Por consiguiente, no es que los ancianos no tengan nada que hacer, ni que sean incapaces de cumplir con sus deberes, ni mucho menos que sean incapaces de perseguir la verdad; hay muchas cosas que pueden hacer. Las diversas herejías y falacias que has acumulado durante tu vida, así como las varias ideas y nociones tradicionales, las cosas ignorantes y obstinadas, las conservadoras, las irracionales y las distorsionadas que has acumulado se han amontonado en tu corazón, y debes dedicar aún más tiempo que los jóvenes a desenterrarlas, diseccionarlas y reconocerlas. No es el caso que no haya nada que puedas hacer, o que debas sentirte angustiado, ansioso y preocupado cuando te encuentres en un callejón sin salida; esa no es ni tu tarea ni tu responsabilidad(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Dios exponía mi estado exacto. Últimamente, había vivido con angustia y ansiedad, siempre sintiendo que me hacía mayor, que mi salud era mala y que no dejaba de olvidar cosas, y por tanto solo podía ocuparme del deber de anfitriona de forma esporádica. Me preocupaba que, al envejecer y empeorar mi salud, no pudiera hacer mis deberes y, en consecuencia, no fuera salvada. Por mucho que buscara, todo parecía inútil. Regodeándome en este estado de abatimiento, carecía de motivación para leer las palabras de Dios y para buscar la verdad, y seguía delante con poco entusiasmo. Ahora me daba cuenta de que eran opiniones falaces mías. En realidad, aunque los ancianos sean físicamente más débiles y tengan menos energía y tiempos de reacción más lentos que los jóvenes, su capacidad para comprender la verdad y su carácter corrupto son los mismos que los de los jóvenes. Mientras persigan la verdad y resuelvan sus actitudes corruptas, también podrán ser salvados. A causa a la vejez, la influencia de la sociedad es más fuerte, los venenos satánicos dentro de ellos son más intensos y pertinaces que en los jóvenes, y se requiere más tiempo para comprender y diseccionar diversas nociones tradicionales y actitudes corruptas. Por ejemplo, cuando veía que algunos hermanos y hermanas revelaban corrupción, los miraba con desprecio, y en mi corazón, los juzgaba y los menospreciaba. Era un carácter arrogante. ¿No era algo sobre lo que debía reflexionar y que debía comprender? Pero no entendía las intenciones de Dios. Me regodeaba en un estado de angustia y ansiedad, y era tibia en mi búsqueda de la verdad. ¿No estaba malinterpretando a Dios en este aspecto? Ahora me daba cuenta de que no importa si una persona es joven o vieja, mientras tenga sed de la verdad y la persiga, Dios la esclarecerá y la guiará. Dios nos riega y nos provee de la verdad, con independencia de la edad, y lo que importa es si buscamos y estamos dispuestos a esforzarnos en practicar Sus palabras. Dios abordaba específicamente los estados de los ancianos en estas palabras, con la esperanza de que se desprendan de su angustia y ansiedad, se centren en la búsqueda de la verdad, y no vivan en sus nociones y figuraciones ni se den por vencidos. Pero yo siempre ponía mi vejez y mi mala memoria como excusa para no perseguir la verdad y darme el gusto, y si seguía así, sería yo quien saldría perdiendo. Solo desperté tras comprender las intenciones de Dios, y me di cuenta de que si continuaba en este estado atolondrado, atada a mis nociones falaces y extremas, a la larga no lograría alcanzar la verdad y ante mí no quedaría nada salvo la destrucción. Di gracias a Dios por sus palabras de consuelo y aliento para con nosotros, los ancianos, y por señalarnos la senda de la búsqueda de la verdad. Este es el amor de Dios por nosotros. No podía perder mi resolución de perseguir la verdad. Tenía que tratarme correctamente, aprender lecciones de las situaciones que Dios dispuso para mí, centrarme en buscar la verdad y conocerme a mí misma, y lograr un cambio de carácter. Estas eran las cosas que tenía que hacer.

Al darme cuenta de esto, empecé a reflexionar: “¿Por qué en el pasado, cuando hacía mis deberes, tenía una energía inagotable todos los días, pero ahora que soy mayor y mi cuerpo se debilita día a día, mi corazón está lleno de negatividad y angustia, y ya no quiero esforzarme más? ¿Qué me está controlando?”. En mi búsqueda, leí estas palabras de Dios: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué conocimiento vivencial tenga, qué deber pueda cumplir, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente a su servicio. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud cumpliríais con el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas. Tal vez, al cumplir con el deber o vivir la vida de iglesia, se sienten capaces de abandonar a su familia y de esforzarse gustosamente por Dios, y ahora creen conocer su motivación por recibir bendiciones y la han dejado de lado, y ya no están gobernadas o limitadas por ella. Piensan entonces que ya no tienen la motivación de ser bendecidas, pero Dios cree lo contrario. La gente solo considera las cosas superficialmente. Sin pruebas, se siente bien consigo misma. Mientras no abandone la iglesia ni reniegue del nombre de Dios y persevere en esforzarse por Él, cree haberse transformado. Cree que ya no se deja llevar por el entusiasmo personal ni por los impulsos momentáneos en el cumplimiento del deber. En cambio, se cree capaz de perseguir la verdad, de buscarla y practicarla continuamente mientras cumple con tal deber, de modo que sus actitudes corruptas se purifican y la persona alcanza una transformación verdadera. Sin embargo, cuando suceden cosas directamente relacionadas con el destino y desenlace de las personas, ¿cómo se comportan? La verdad se revela en su totalidad(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Al meditar Sus palabras, por fin me di cuenta de que la razón de que me hubiera atascado en la angustia y la ansiedad y me hubiera dado por vencida era que sentía que me hacía mayor y no sería capaz de hacer ningún deber en el futuro, y que no tendría esperanza de salvación ni de recibir bendiciones. Así, vivía en negatividad y me resistía a Dios. En el pasado, podía hacer sacrificios, gastarme y ocuparme en mis deberes, e incluso cuando estaba enferma, los hacía de buena gana. Pensaba que mientras pudiera cumplir con mis deberes, tenía la esperanza de ser salvada por Dios. Pero, más tarde, mis enfermedades se agravaron, mi salud se deterioraba día a día, y era posible que ni siquiera pudiera cumplir con mi deber de anfitriona. Sentía que no tenía esperanzas de recibir bendiciones, me parecía que creer en Dios carecía de sentido, y que lo mejor sería que disfrutara de la vida. Así que pasaba los días viendo la televisión, dejé de esforzarme por alcanzar la verdad, y mi actitud hacia mi fe se volvió tibia. ¿Esto era creer sinceramente en Dios? No cumplía con mis deberes para perseguir la verdad y satisfacer a Dios, sino que usaba el cumplimiento de mis deberes para tratar de negociar con Él y asegurarme un buen resultado y destino, y cuando creí que no recibiría bendiciones, me di por vencida. Esto fue causado por las intenciones y puntos de vista erróneos sobre mi fe. Pensé en quienes se gastan sinceramente para Dios y persiguen la verdad. Cuando se enfrentan a pruebas dolorosas, quizá también se preocupen por su resultado y destino, pero son capaces de orar a Dios y buscar la verdad para resolver sus problemas, y se gastan de buena gana para Dios sin pedir ninguna recompensa. Se limitan a cumplir con sus deberes para dar testimonio de Dios y satisfacerlo. Pero ¿y yo? Aunque había sido creyente durante muchos años, no había buscado un cambio de carácter ni reflexionado sobre cuánta verdad había practicado. No había considerado si había cumplido bien con mis deberes y responsabilidades, y solo me centraba en buscar bendiciones. Cuando mi dolor se agravó y pensé que no podría obtener bendiciones, sucumbí a la desesperación. ¿Acaso tenía yo algo de sinceridad real hacia Dios? Todos mis sacrificios y gastos pasados eran para obtener bendiciones y beneficios, meros intentos de negociar con Dios y engañarlo. ¡Era verdaderamente despreciable! Pensé en Pablo, quien viajó por mares y tierras para predicar el evangelio y realizó una gran labor. Sin embargo, sus intenciones en sus deberes eran recibir bendiciones y una corona, y al final, su carácter no cambió. Incluso clamó abiertamente contra Dios, exigiendo una corona de justicia. Ofendió el carácter de Dios y fue descartado y castigado por Él. Mirando atrás a la luz de esto, vi que mi objetivo con los deberes era conseguir un buen resultado y destino, y que mis intenciones en ellos eran erróneas. No importaba cuántos deberes llevara a cabo, Dios de todos modos me detestaría por el hecho de que mi carácter corrupto permaneciera inalterado. Pensé en todo cuanto ha dicho Dios para salvarnos del daño de Satanás, hablando con tanta persistencia y seriedad, con la esperanza de que siguiéramos la senda de la búsqueda de la verdad. Pero yo no tenía nada de sinceridad hacia Dios. Estaba desprovista por completo de conciencia y razón. Al darme cuenta de estas cosas, oré a Dios: “Dios, creo en Ti desde hace más de 20 años, pero no me he gastado sinceramente para Ti. Soy egoísta y despreciable y carezco de humanidad. Estoy muy corrompida, pero Tú no me has desdeñado y sigues salvándome. ¡Estoy dispuesta a renunciar a mis intenciones erróneas y a cumplir bien con mis deberes!”.

Después de eso, leí estas palabras de Dios: “El deseo de Dios es que todas las personas sean hechas perfectas, en última instancia ganadas por Él, que sean completamente purificadas por Dios y que se conviertan en personas que Él ama. Sin importar que Yo diga que sois atrasados o de un bajo calibre, es un hecho. Esto que afirmo no demuestra que Yo pretenda abandonaros, que haya perdido la esperanza en vosotros, y mucho menos que no esté dispuesto a salvaros. Hoy he venido a hacer la obra de vuestra salvación, y esto quiere decir que la obra que hago es la continuación de la obra de salvación. Cada persona tiene la oportunidad de ser hecha perfecta: siempre y cuando estés dispuesto y busques, al final podrás alcanzar este resultado, y ninguno de vosotros será abandonado. Si eres de bajo calibre, Mis requisitos respecto a ti serán acordes con ese bajo calibre; si eres de alto calibre, Mis requisitos respecto a ti serán acordes a tu alto calibre; si eres ignorante y analfabeto, Mis requisitos estarán a la altura de tu nivel de analfabetismo; si eres letrado, Mis requisitos para ti serán acordes al hecho de que seas letrado; si eres anciano, Mis requisitos para ti serán según tu edad; si eres capaz de proveer hospitalidad, Mis requisitos para ti serán conforme a esta capacidad; si afirmas no poder ofrecer hospitalidad, y sólo puedes realizar cierta función, ya sea difundir el evangelio, cuidar de la iglesia o atender a los demás asuntos generales, te perfeccionaré de acuerdo con la función que lleves a cabo(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). “Yo decido el destino de cada persona, no con base en su edad, antigüedad, cantidad de sufrimiento ni, mucho menos, según el grado de compasión que provoca, sino con base en si posee la verdad. No hay otra opción que esta. Debéis daros cuenta de que todos aquellos que no siguen la voluntad de Dios serán también castigados. Esto es algo que nadie puede cambiar. Por lo tanto, todos aquellos quienes son castigados, reciben castigo por la justicia de Dios y como retribución por sus numerosas acciones malvadas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). A partir de Sus palabras, comprendí que la obra de Dios no adopta un enfoque igual para todos, ni exige a nadie más allá de sus capacidades, sino que impone requerimientos acordes a los antecedentes y la situación real de cada persona. Si alguien es mayor, Él impone requerimientos acordes a su edad, y si una persona tiene escaso calibre, Sus requisitos se ajustarán a este. Mientras persigamos la verdad y desempeñemos bien nuestros deberes de acuerdo con los principios, todos tendremos la oportunidad de ser salvados. Al mismo tiempo, comprendí que Dios no determina el resultado de una persona en función de su edad o de su capacidad de sacrificio, y que lo importante es si busca la verdad y experimenta un cambio en su carácter. Aunque ya no tenía una salud de hierro como antes, Dios no me había abandonado, y la iglesia seguía disponiendo que hiciera deberes en la medida de mis capacidades, acordes a mi condición física. Quizá mi salud se deterioraría aún más y no sería capaz de llevar a cabo ningún deber significativo, pero podría buscar la verdad para resolver mis actitudes corruptas, y si los hermanos y hermanas tuvieran malos estados, también podría buscar palabras de Dios para compartir con ellos y brindarles apoyo. Asimismo, podría predicar el evangelio a la gente cercana. No es que falten deberes que pueda llevar a cabo. Además, aunque era mayor y tenía mala salud, mi mente seguía lúcida, aún conservaba el oído y era capaz de escuchar las palabras de Dios, mis ojos aún podían leerlas y aún podía hablar y compartir enseñanzas con mi boca. Mientras persiguiera la verdad, había esperanza de que Dios me salvara. En el pasado, no buscaba la verdad, me regodeaba constantemente en la angustia y la ansiedad de querer ganar bendiciones, y malgastaba el tiempo que podría haber dedicado a perseguir la verdad. ¡Qué completa inútil!

Más tarde, gracias al recordatorio de los hermanos y hermanas, finalmente comprendí que es un punto de vista falaz pensar: “Mientras cumpla con mi deber, recibiré bendiciones y seré salvada”. Dios dice: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y no debe depender de recompensas, condiciones o razones. Solo entonces el hombre está cumpliendo con su deber. Recibir bendiciones se refiere a cuando alguien es perfeccionado y disfruta de las bendiciones de Dios tras experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere a cuando el carácter de alguien no cambia tras haber experimentado el castigo y el juicio; no experimenta ser perfeccionado, sino que es castigado. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer. No debes llevar a cabo tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a actuar por temor a sufrir desgracias(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Las palabras de Dios me hicieron comprender que cumplir con mi deber no tiene nada que ver con recibir bendiciones. No es que pueda recibir bendiciones cumpliendo con mi deber, o haciendo una mayor cantidad, o soportando más sufrimiento. Este era mi punto de vista falaz. Yo soy un ser creado, Dios es el Creador, y mi deber es lo que debería hacer. Por lo tanto, debería escuchar las palabras de Dios y cumplir bien con mi deber. Solo haciendo mi deber podrá revelarse mi corrupción, y solo entonces tendré la oportunidad de conocerme a mí misma, desechar mi corrupción y ser salvada por Dios. No importa cuántos deberes desempeñe, si no persigo la verdad y mi carácter-vida no cambia ni un ápice, Dios me descartará. Pensé en Pedro, quien perseguía la verdad mientras cumplía con su deber y se centraba en el cambio de carácter. Cumplió con su deber únicamente para satisfacer a Dios. No tenía impurezas ni intenciones personales, no intentaba negociar con Dios, y no importaba cómo lo probara o lo refinara Dios, fue sumiso incluso hasta la muerte. Puesto que caminó por la senda de la búsqueda de la verdad, finalmente obtuvo la aprobación de Dios. Tenía que seguir el ejemplo de Pedro y perseguir el cambio de carácter. Como ahora podía acoger las reuniones, lo haría lo mejor que pudiera. Si un día enfermara gravemente y no pudiera asistir a las reuniones o llevar a cabo mis deberes, me sometería a la soberanía y los arreglos de Dios, y no me quejaría ni lo culparía. Al mirar atrás, vi que había sido capaz de aceptar la obra de Dios de los últimos días, entender muchas verdades y misterios, disfrutar de la abundante provisión de la palabra de Dios, y aceptar el juicio y el castigo de Dios para conocer mi carácter corrupto. Estas cosas me mostraron que era Dios quien me había conducido paso a paso hasta donde había llegado, ¡y que había recibido muchísimo amor y gracia de Dios! Con esta comprensión, ya no me sentía constreñida ni atada por mi estado negativo.

Por medio de esta experiencia, me he dado cuenta de que Dios es justo, y que no importa si una persona es anciana o joven, Dios le muestra igual gracia, y que mientras persigamos la verdad, podemos recibir la salvación de Dios. En el pasado, siempre sentía que, por mi edad y mis numerosas enfermedades, Dios no me aceptaría si no podía cumplir con mis deberes. Pero no eran más que nociones y figuraciones mías, que no se ajustaban a las intenciones de Dios. De ahora en adelante, no importa cómo me encuentre de salud, me centraré en perseguir la verdad, me someteré con obediencia a las orquestaciones y arreglos de Dios, y cumpliré con mis deberes en la medida de mis capacidades para corresponder al amor de Dios.

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