11. Reflexiones después de mi aislamiento
En marzo de 2023, nuestro distrito celebró una elección extraordinaria para elegir a un líder de distrito. Pensé: “Aunque mi entrada en la vida no ha sido la mejor, siempre he estado a cargo del trabajo evangélico, he supervisado un ámbito de trabajo que no ha sido pequeño y el trabajo también ha dado algunos resultados. En esta elección de líder de distrito, los hermanos y hermanas deberían elegirme a mí, ¿verdad? Aunque ahora soy supervisora del trabajo evangélico, este es un deber de una sola tarea y solo me conocen unas cuantas personas, pero ser líder de distrito es otra cosa. Ellos supervisan el trabajo en general y hay más personas que los respetan y admiran. Si al final me eligen, seguro que los hermanos y hermanas pensarán que persigo la verdad y que no solo soy capaz de supervisar el trabajo evangélico, sino también de ser líder”. Al pensar en esto, me sentí muy feliz.
Durante esos días, hice mis deberes de forma muy activa y, siempre que alguien hacía una pregunta en el grupo de chat, respondía enseguida y a veces consultaba con los líderes sobre los problemas y les informaba en privado de los que encontraba, ya que quería que pensaran que tenía sentido de carga y responsabilidad para que votaran por mí en la elección. Para mi completa sorpresa, una noche vi un mensaje de los líderes superiores en el que anunciaban que habían elegido líder de distrito a la hermana Charlotte. Al ver ese nombre, me sentí muy molesta. Aunque Charlotte siempre había cumplido deberes de liderazgo, acababa de llegar a nuestro distrito a predicar el evangelio y no estaba muy familiarizada con la situación aquí. Entonces, ¿por qué la eligieron líder de distrito? Yo había estado supervisando su trabajo durante un tiempo, pero, ahora que, de repente, la habían elegido líder y sería ella la que diera seguimiento a mi trabajo, ¿cómo haría yo para volver a asomar la cara? ¿Podía ser que los hermanos y hermanas me veían muy inferior? Tenía muchas ganas de discutir con los líderes superiores y preguntar en qué exactamente era yo inferior a Charlotte. Al fin y al cabo, en cuanto al ámbito del trabajo que yo supervisaba, ella no era mejor que yo; en cuanto a experiencia de trabajo y principios que dominaba, tampoco me superaba; y en cuanto al sufrimiento que había soportado y el precio que había pagado, yo también había sufrido mucho. Durante la época en que supervisé el trabajo evangélico, lo que sea que la iglesia me pidiera que hiciera, lo hacía y, cuando encontraba problemas en el trabajo, nunca me quejaba ni refunfuñaba, por mucho que costaran o dolieran las cosas. Sin embargo, a pesar de todo mi esfuerzo, ¿por qué habían elegido a Charlotte y no a mí? ¿Podía ser que hubiera algún problema conmigo? ¿Acaso no era apta para ser líder de distrito o solo estaba capacitada para hacer un deber de una sola tarea? Cuanto más lo pensaba, más incómoda me sentía y dejé de centrarme en mis deberes.
Durante esa época, el trabajo evangélico de la iglesia tuvo algunas dificultades y problemas, y justo coincidió que esa era el área que Charlotte principalmente se encargaba de supervisar. Ella hablaba con los hermanos y hermanas sobre cómo resolver esos problemas. Aunque ese trabajo estaba fuera del ámbito bajo mi supervisión, yo había supervisado el trabajo evangélico durante más tiempo, así que entendía algunos de los problemas y debía colaborar con todos para encontrar soluciones. Pero, cuando pensaba que eso estaba fuera del ámbito de trabajo bajo mi supervisión, sentía que, si realmente resolvía los problemas, seguro que los líderes superiores pensarían que era mérito de Charlotte y dirían que tenía capacidad de trabajo. Cuando lo pensaba, no quería participar en los diálogos. A veces, incluso cuando me preguntaban, me excusaba con cortesía y decía: “Háblenlo entre ustedes; yo no sé mucho del tema”. Hasta me aprovechaba de las dificultades y los problemas de la hermana Charlotte y, de vez en cuando, desahogaba mi insatisfacción con las hermanas a mi alrededor y decía: “No va a lograr nada sin entender los principios. Con tantos problemas que hay en el trabajo ahora mismo, ¿cómo va a dar seguimiento al trabajo y a resolver los problemas si no entiende los principios?”. Ellas me oían, estaban de acuerdo y decían: “Sí, no está nada bien que no entienda los principios, ya que no puede resolver los problemas de esa manera”. Después de oír esto, me sentía feliz por dentro y pensaba: “Como ustedes no me tienen mucha estima, a ver si la que eligieron cumple este deber como corresponde. Quiero ver lo bien que puede hacer su trabajo. Cuando surjan problemas en el trabajo, demostraré con los hechos que eligieron a la persona equivocada y les haré ver las consecuencias de no haberme elegido a mí”. En realidad, durante esa época me sentía llena de oscuridad y dolor y, cuando veía los problemas que surgían en el trabajo, a veces también me sentía culpable y pensaba que debía colaborar con Charlotte para resolverlos cuanto antes. Quise enviarle un mensaje a Charlotte en varias ocasiones, pero, cuando pensaba en que no me habían elegido líder de distrito, no podía tragarme el orgullo y retiraba las manos del teclado. Tenía el corazón atormentado y en una lucha constante; era agónico. Me di cuenta de que mi estado era no era el correcto y que debía modificarlo y cambiarlo sin demora; sin embargo, no quería buscar que mis hermanos y hermanas compartieran conmigo y, mucho menos, desprenderme de mi orgullo para que lo hiciera Charlotte. Cuando los líderes implementaban ciertas tareas, yo no estaba dispuesta a hacerlas. Como no captaban los principios, los hermanos y hermanas vivían con dificultades y cumplían sus deberes sin rumbo. La eficacia del trabajo evangélico que yo supervisaba empezó a decaer. Los líderes superiores compartieron conmigo y me guiaron para que diera seguimiento al trabajo evangélico, pero yo estaba obsesionada con la reputación y el estatus, y no tenía la cabeza puesta en mis deberes. En cuanto a las tareas que los líderes me habían dado, no les daba seguimiento ni las implementaba a tiempo. Como consecuencia, la eficacia del trabajo evangélico no paró de decaer, hasta que llegó a estar casi paralizado.
Poco tiempo después, me destituyeron. Luego, los líderes me asignaron a supervisar el trabajo evangélico de un grupo. No solo no reflexioné sobre por qué me habían destituido, sino que me quejé de que los líderes lo hubieran hecho y seguí viviendo con sentimientos de resistencia y sin intención alguna de dar seguimiento al trabajo. El supervisor me expuso y me podó por no haber resuelto a tiempo los problemas del trabajo y porque el trabajo de dar seguimiento fuera tan lento, pero yo no era capaz de aceptarlo. Tras algo más de un mes, el trabajo bajo mi supervisión seguía sin mostrar ninguna mejoría. El supervisor vio que me negaba de forma sistemática a aceptar la verdad y a reflexionar sobre mí misma, así que me destituyó de mi cargo de líder de grupo. Luego, me relegaron a una iglesia común y corriente y mi estado cayó aún más en picado. No quería hablar con nadie y ni siquiera alzaba la voz en las reuniones. Los líderes intentaron ayudarme varias veces, pero no respondía a sus llamadas. Me sentía reacia a que el líder del grupo diera seguimiento a mi trabajo y no obtuve ningún resultado en mis deberes durante varios meses. Cuatro meses después, de repente, los líderes se pusieron en contacto conmigo, me diseccionaron y dijeron: “Los hermanos y hermanas han informado que has tenido una actitud negligente con tus deberes, que no has logrado resultados reales y que también has tenido problemas de humanidad. Desde que te destituyeron, has estado viviendo en un estado de negatividad y resistencia. No has demostrado ninguna actitud de aceptar la verdad ni has reflexionado sobre ti misma. Según los principios, hay que aislarte para que reflexiones”. Cuando me enteré de que me iban a aislar, me quedé en blanco. Jamás lo habría imaginado. Hacía muchos años que creía en Dios y había renunciado a mi familia y a mi carrera por mi deber, sin embargo, había acabado siendo aislada. Durante esos días, pensé a menudo en lo que dijeron los líderes cuando me diseccionaron: “No eres alguien que acepta la verdad. Tienes problemas de humanidad. No te sometes de verdad”. Estas palabras me daban vueltas por la cabeza sin cesar y no paraba de preguntarme: “¿Seré yo la que realmente está equivocada? ¿Será que mi camino en la fe ha llegado a su fin?”. Sentía un vacío en el corazón y quería llorar, pero no me salían las lágrimas. Sentía que no había un desenlace para mí y hasta pensaba en volver al mundo. Cuando realmente quise irme, se me llenó el corazón de culpa y recordé cómo, una vez, le había prometido a Dios que no lo abandonaría, sin importar la situación en la que me encontrara. Hacía muchos que años que creía en Dios, había comido y bebido muchísimas de Sus palabras y había disfrutado de Su gracia y bendiciones, así que realmente no tendría conciencia si me iba de esa manera. Pero, cuando pensaba en que la iglesia ya me había aislado, me volvía muy negativa y no sabía qué hacer. Durante esa época, no quería ver a nadie y me pasaba los días como un cadáver ambulante.
Un día, tuve un terrible y repentino dolor de muelas y ninguno de los medicamentos que solía tomar me hacía efecto. Por la noche, no podía hacer más que llorar sola bajo las sábanas y se me llenaba el corazón de una soledad y desolación indescriptibles. Quería orar a Dios, pero me sentía demasiado avergonzada para enfrentarlo. Sentía que no era alguien a quien Dios salvaría y que ya no era digna de orarle. Cuanto más cerraba mi corazón a Dios, peor era el dolor de muelas. Solo podía clamar en mi corazón: “Dios, Dios…”. En el momento en que abrí mi corazón a Dios, me arrodillé ante Él y oré: “Dios, me siento fatal. No quiero abandonar mi fe en Ti, pero, ahora mismo, no sé qué hacer”. Después de orar, recordé estos pasajes de las palabras de Dios: “Dado que estás seguro de que este camino es verdadero, debes seguirlo hasta el final; debes mantener tu lealtad a Dios” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Debes mantener tu lealtad a Dios). “No importa qué errores hayas cometido, no importa qué rumbos equivocados hayas tomado o cómo hayas transgredido, no dejes que se conviertan en cargas o en un exceso de equipaje que tengas que llevar contigo en tu búsqueda de conocer a Dios. Continúa marchando hacia adelante” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Al reflexionar sobre las palabras de Dios, me sentí profundamente conmovida. Sentí que Dios seguía guiándome y animándome a no rendirme y a seguir adelante, y sentí que se me fortalecía mucho el corazón. Al pensarlo, me sentí muy culpable. Estaba claro que había buscado la reputación y el estatus, no había transitado por la senda correcta y había trastornado y perturbado el trabajo de la iglesia. Cuando no pude obtener reputación ni estatus, me volví negativa y disidente, y descuidé el trabajo de la iglesia. Debido a mi comportamiento, fuera cual fuera la forma en que la iglesia me tratara, estaba justificada. Sin embargo, después de que me aislaran, seguía siendo intransigente, reacia y hasta quise traicionar a Dios al malinterpretar Su corazón. Vi que no había tenido ni un ápice de conciencia y razón. Hacía muchos años que creía en Dios, había comido y bebido muchísimas de Sus palabras y sabía que este era el camino verdadero, así que debía perseverar en mi fe y, aunque no tuviera un buen desenlace, debía seguir a Dios hasta el final. Acudí a Dios y oré: “Dios, he errado y he sido muy rebelde. Que haya llegado a este punto es culpa mía. Dios, estoy dispuesta a reflexionar seriamente sobre mí misma y a levantarme de mi caída. Te ruego que no me abandones y que me esclarezcas y me guíes para que pueda entender mis problemas”. Durante esos días, seguía clamando a Dios de esta manera.
Durante una de mis prácticas devocionales, leí las palabras de Dios: “Los anticristos consideran que su propio estatus y reputación son más importantes que cualquier otra cosa. Estas personas no solo son falsas, astutas y perversas, sino también extremadamente crueles. ¿Qué hacen cuando detectan que su estatus está en peligro o cuando han perdido su lugar en el corazón de la gente, su respaldo y afecto, cuando esa gente ya no les venera ni admira, cuando han caído en la ignominia? De repente, se vuelven hostiles. En cuanto pierden su estatus, se vuelven reacios a cumplir cualquier deber, todo lo que hacen es superficial, y no tienen ningún interés en hacer nada. Pero esta no es su peor expresión. ¿Cuál es entonces? En cuanto estas personas pierden su estatus, y nadie las admira ni se deja desorientar por ellas, salen el odio, los celos y la venganza. No solo no tienen un corazón temeroso de Dios, sino que también carecen siquiera de un ápice de sumisión. En sus corazones, asimismo, son propensos a odiar a la casa de Dios, a la iglesia, y a los líderes y obreros, anhelan que la obra de la iglesia tenga problemas o se paralice, quieren reírse de la iglesia y de los hermanos y hermanas. También odian a cualquiera que persiga la verdad y tema a Dios. Atacan y se burlan de cualquiera que sea leal en su deber y esté dispuesto a pagar un precio. Este es el carácter de los anticristos, ¿acaso no es cruel?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (II)). Cuando vi este pasaje de las palabras de Dios, me sentí profundamente angustiada. Sentí que cada comportamiento que Dios dejaba en evidencia parecía describirme a mí, sobre todo, cuando leí que Dios decía que los anticristos valoran su reputación y estatus más que nada y que no se someten a Dios ni le temen. Se devanan los sesos y usan cualquier medio para conseguir estatus y, una vez que pierden su reputación y estatus o el apoyo y la admiración de la gente, enseguida se vuelven hostiles, se tornan negativos, holgazanean en su trabajo y la envidia y el odio surge en su corazón. Desean que aparezcan problemas en el trabajo de la iglesia para poder burlarse de ella. Entonces, pensé en mi propio comportamiento. ¿Acaso no era exactamente igual? En el pasado, con tal de que me eligieran líder de distrito y pudiera ganarme la estima de los hermanos y hermanas, cuando veía que ellos enviaban mensajes con preguntas, me apresuraba a responder de inmediato para llamar la atención de los líderes. Pero, cuando me enteré de que habían elegido líder de distrito a Charlotte, no reflexioné sobre qué era lo que yo carecía. En cambio, como no me habían elegido y no podía conseguir estatus ni que más personas me admiraran, me volví reacia y empecé a razonar en mi corazón. Pensaba que tenía más experiencia y que llevaba más tiempo supervisando el trabajo evangélico que Charlotte, así que, al tomar estas cosas como capital, me sentí insatisfecha y descontenta y usé mis deberes para desahogar mis frustraciones. Cuando vi que el trabajo evangélico que supervisaba Charlotte tenía problemas, no solo no ayudé a resolverlos, sino que, además, me alegré de que sucedieran esas desgracias. Hasta deseaba que no se resolvieran los problemas para que los hermanos y hermanas vieran que Charlotte no era tan buena como yo y que ella se sintiera humillada ante ellos. No solo eso, sino que también desahogué mi insatisfacción con las hermanas a mi alrededor. Saqué partido de los pequeños errores en los deberes de Charlotte y, a sus espaldas, juzgué que no tenía capacidad de trabajo, con la esperanza de que los hermanos y hermanas se pusieran de mi parte y pensaran que la iglesia había elegido a la persona equivocada y había tapado mis talentos. Vi que, en mi búsqueda de reputación y estatus, había actuado sin ningún escrúpulo y que mi carácter era malévolo y cruel. Incluso después de que me destituyeron, no solo no reflexioné ni me conocí a mí misma, sino que no paré de resistirme y de negarme a someterme y no estuve dispuesta a dialogar cuando los líderes intentaron compartir conmigo. Realmente no tenía un corazón sumiso a Dios ni temeroso de Él y, mucho menos, una actitud de buscar o aceptar la verdad. En ese momento, entendí de repente que el hecho de que no me hubieran elegido líder era, en realidad, para protegerme. Como mi carácter era cruel y le daba demasiada importancia al estatus, cuando no lo obtenía, me volvía rencorosa, me burlaba de los demás y hasta los juzgaba y socavaba. Si realmente hubiera conseguido estatus, habría reprimido y excluido a todo aquel que no me escuchara y habría cometido males aún mayores. Al reflexionar sobre esto, entendí lo peligrosa que había sido mi situación. Sin embargo, no me había dado cuenta en absoluto y había sido intransigente e inflexible. Si no me hubieran aislado, habría seguido siendo obstinada e impenitente. Acudí a Dios y oré: “Dios, gracias por Tu guía. Ahora entiendo un poco sobre mí misma y veo que estoy al borde de un precipicio. Que no me hayan expulsado ya es Tu misericordia, y me estás dando una oportunidad para arrepentirme. Dios, estoy dispuesta a arrepentirme de verdad. Te ruego que me guíes para desentrañar la esencia y las consecuencias de perseguir el estatus”.
Durante una de mis prácticas devocionales, leí las palabras de Dios: “El aprecio de los anticristos por su reputación y estatus va más allá del de la gente normal y forma parte de su esencia-carácter; no es un interés temporal ni un efecto transitorio de su entorno, sino algo que está dentro de su vida, de sus huesos y, por lo tanto, es su esencia. Es decir, en todo lo que hacen los anticristos, lo primero en lo que piensan es en su reputación y su estatus, nada más. Para los anticristos, la reputación y el estatus son su vida y su objetivo durante toda su existencia. […] Se puede decir que, para los anticristos, la reputación y el estatus no son un requisito añadido y, ni mucho menos cosas que son externas a ellos de las que podrían prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en los huesos, en la sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de reputación y estatus; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? La reputación y el estatus están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello que buscan día tras día. Por eso, para los anticristos el estatus y la reputación son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, lo que busquen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un estatus alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Este es el verdadero rostro de los anticristos, su esencia. Podrías dejarlos en un bosque primitivo en las profundidades de las montañas y seguirían sin dejar de lado su búsqueda de reputación y estatus. Puedes colocarlos en medio de cualquier grupo de gente e, igualmente, no pueden pensar más que en reputación y estatus. Si bien los anticristos también creen en Dios, consideran que la búsqueda de reputación y estatus es equivalente a la fe en Dios y colocan ambas cosas en pie de igualdad. Es decir, a medida que recorren la senda de la fe en Dios, también persiguen la reputación y el estatus. Se puede decir que, en el corazón de los anticristos, la búsqueda de la verdad en su fe en Dios es la búsqueda de reputación y estatus, y la búsqueda de reputación y estatus es también la búsqueda de la verdad; adquirir reputación y estatus supone adquirir la verdad y la vida. Si les parece que no tienen fama, provecho ni estatus, que nadie los respeta, los estima ni los sigue, se sienten muy decepcionados, creen que no tiene sentido creer en Dios, que no sirve de nada, y se dicen a sí mismos: ‘¿Es esa fe en dios un fracaso? ¿Acaso no estoy desprovisto de esperanza?’. A menudo sopesan estas cuestiones en su corazón. Sopesan cómo pueden hacerse un lugar en la casa de Dios, cómo pueden obtener una gran reputación en la iglesia, cómo pueden lograr que la gente los escuche cuando hablan y los apoye cuando actúan, cómo pueden hacer que la gente los siga sin importar donde estén, cómo pueden ser una voz influyente en la iglesia, así como fama, provecho y estatus; tales son las cosas en las que de verdad se concentran en su fuero interno, son las cosas que buscan” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Las palabras de Dios me permitieron ver que los anticristos no buscan la reputación y el estatus momentáneamente, sino que esto forma parte de su naturaleza y su esencia. Los anticristos toman la búsqueda de reputación y estatus como la meta de su vida. Creen que, al obtenerlos, lo tienen todo y que, si los pierden, la vida ya no tiene sentido. Me di cuenta de que yo había sido exactamente así. Desde pequeña, vivía según los venenos satánicos: “Aspira a destacar y sobresalir” y “Soporta las mayores adversidades para convertirte en el mejor”. En la escuela, me esforzaba por ser la mejor alumna de la clase y pensaba que eso me ganaría la admiración de mis profesores y compañeros. Después de casarme, al ver que muchos familiares y vecinos por parte de mi marido estaban mejor que nosotros, no estaba dispuesta a quedarme atrás. Poco después de casarnos, montamos un negocio con mi esposo, con el deseo de ser personas adineradas en el pueblo y destacarnos entre la multitud. Tras encontrar a Dios, mi objetivo siguió siendo la búsqueda de la reputación y el estatus, y pensé que, si me convertía en líder, tendría más responsabilidades y habría más personas que me admirarían y me respetarían. Creía que esa era la única forma de vivir una vida con sentido y valor. Me devanaba los sesos esforzándome por ganar estatus y admiración. Sin embargo, cuando no me eligieron líder y no pude ganarme la admiración ni el apoyo de mis hermanos y hermanas, me sentí insatisfecha y descontenta, y juzgué a la nueva líder a mi antojo. Incluso cuando vi problemas en el trabajo evangélico, los ignoré y hasta me burlé de los demás. Cuando me destituyeron de mi cargo de supervisora, seguí siendo negativa y disidente, y también me sentía reacia cuando otras personas daban seguimiento a mi trabajo. Incluso cuando me aislaron, no reflexioné sobre mí misma y hasta pensé en traicionar a Dios y abandonar Su casa. Vi que ya estaba transitando por la senda de un anticristo. En ese momento, sentí en mi interior que buscar la reputación y el estatus me había perjudicado muchísimo. Esa búsqueda me había hecho perder la humanidad y la razón más básicas. Había trastornado el trabajo de la iglesia y había perjudicado a las personas a mi alrededor. Mi búsqueda de reputación y estatus solo podía alejarme cada vez más de Dios y hacer que tuviera cada vez menos semejanza humana. Al pensarlo, sentí el deseo de deshacerme cuanto antes de esa búsqueda de reputación y estatus, y tuve la determinación de perseguir la verdad.
Leí más de las palabras de Dios: “La búsqueda de reputación y estatus no es la senda correcta: va justo en sentido contrario a la búsqueda de la verdad. En resumen, sea cual sea el rumbo o el objetivo de tu búsqueda, si no reflexionas sobre la búsqueda de estatus y reputación y te resulta muy difícil dejar esto de lado, eso afectará a tu entrada en la vida. Mientras haya un lugar para el estatus en tu corazón, será plenamente capaz de controlar e influir en la dirección de tu vida y en el objetivo de tu búsqueda, en cuyo caso te resultará muy difícil entrar en la realidad-verdad, por no hablar de conseguir cambiar tu carácter; si en última instancia puedes obtener la aprobación de Dios, claro está, no hace falta decirlo. Es más, si nunca eres capaz de renunciar a tu búsqueda de estatus, esto afectará a tu capacidad para desempeñar tu deber de una manera que sea acorde al estándar, lo que dificultará mucho que te conviertas en un ser creado que cumpla con el estándar. ¿Por qué lo digo? No hay nada que Dios deteste más que el que la gente persiga el estatus, pues la búsqueda de estatus representa un carácter satánico; es una senda equivocada, nace de la corrupción de Satanás, es algo que Dios condena y es, precisamente, lo que Él juzga y purifica. No hay nada que Dios deteste más que la gente persiga el estatus, pero tú sigues compitiendo obstinadamente por él, lo valoras y proteges indefectiblemente y siempre tratas de conseguirlo. ¿No hay en todo ello una parte de cualidad de antagonismo a Dios? Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él provee a la gente de la verdad, el camino y la vida, para que, al final, se conviertan en seres creados acordes al estándar, pequeños e insignificantes, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas. Por ello, se mire por donde se mire, la búsqueda del estatus es un callejón sin salida. Por muy razonable que sea tu excusa para buscar el estatus, esta senda sigue siendo equivocada y Dios no la aprueba. No importa cuánto te esfuerces o el precio que pagues, si deseas estatus, Dios no te lo dará; si Dios no te lo da, fracasarás en tu lucha por conseguirlo y, si sigues luchando, solo se producirá un resultado: que serás revelado y descartado y te encontrarás en un callejón sin salida. Entendéis esto, ¿verdad?” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Las palabras de Dios me permitieron ver que buscar la reputación y el estatus no es transitar por la senda correcta y que esto es lo que Dios más aborrece. Dios da deberes a las personas, pero no estatus, y Su intención es que ellas cumplan con el estándar de los seres creados y no que se conviertan en individuos con estatus y prestigio. Si las personas buscan la reputación y el estatus sin cesar, esto va en contra de lo que Dios exige y, en esencia, es oponerse a Él; su resultado final es que Dios las revele y descarte. Al reflexionar sobre mi antiguo servicio como supervisora del trabajo evangélico, vi que tenía muchas responsabilidades, pero no me centraba en hacer bien mi trabajo principal. En cambio, no estaba satisfecha, quería que me eligieran líder de distrito para alcanzar un estatus más alto y que me admiraran más personas. Pensé en el arcángel, en el principio. Dios lo puso a reinar sobre los ángeles, pero no se conformó, quiso ser igual que Dios y, y, al final, Dios lo arrojó por los aires. Mi comportamiento era como el del arcángel; siempre quería obtener un cargo más alto y que más personas me admiraran y adoraran. En esencia, estaba compitiendo con Dios por las personas y quería tener un lugar en sus corazones. Cuando no me eligieron líder de distrito y mis ambiciones y deseos no se cumplieron, me sentí descontenta, insatisfecha, no me sometí a la situación que Dios había dispuesto, descargué mi frustración en el trabajo y me opuse a Dios. Desahogué mi insatisfacción a costa del trabajo de la iglesia. ¡Eso fue resistirme a Dios! En ese momento, empecé a entender un poco lo que Dios decía sobre que buscar la reputación y el estatus es entrar en un callejón sin salida. Al pensar en ello, me sentí muy agradecida por la situación que Dios había dispuesto para mí. Si no me hubieran aislado, no habría despertado a tiempo ni habría conocido la naturaleza y las consecuencias de buscar reputación y estatus. Que la iglesia no me hubiera expulsado y solo me hubiera aislado ya era la misericordia que Dios me mostraba.
Un día, durante mis prácticas devocionales, leí un pasaje de las palabras de Dios y entendí cómo debía afrontar el hecho de que no me hubieran elegido líder de distrito. Dios Todopoderoso dice: “Si te crees apto para ser líder, poseedor de talento, aptitud y humanidad para el liderazgo, pero la casa de Dios no te ha ascendido y los hermanos y hermanas no te han elegido, ¿cómo debes abordar el asunto? Aquí hay una senda de práctica que puedes seguir. Debes conocerte a fondo. Comprueba si todo se reduce a que tienes un problema de humanidad o a que la revelación de algún aspecto de tu carácter corrupto repele a la gente; o si se trata de que no posees la realidad-verdad y eres poco convincente para los demás, o de que el cumplimiento de tu deber no cumple con el estándar. Debes reflexionar sobre todas estas cosas y descubrir en qué te quedas corto exactamente. […] Debes perseguir la entrada en la vida, corregir primero tus deseos extravagantes, ser un seguidor de buena gana y llegar a someterte a Dios realmente, sin quejas por lo que Él orqueste o disponga. Cuando tengas esta estatura, tu oportunidad llegará. Es bueno que desees asumir una carga pesada, que tengas esta carga. Indica que tienes un corazón proactivo que busca progresar y que quieres ser considerado con las intenciones de Dios y seguir Su voluntad. Esto no es una ambición, sino una verdadera carga, la responsabilidad de aquellos que persiguen la verdad y el objeto de su búsqueda. No tienes motivos egoístas ni te mueve tu propio beneficio, sino dar testimonio de Dios y satisfacerlo; esto es lo que más bendice Dios y Él dispondrá lo más adecuado para ti. […] La intención de Dios es ganar más gente capaz de dar testimonio de Él, perfeccionar a todos los que lo aman y hacer un grupo de personas completas que compartan un mismo corazón y mente con Él lo antes posible. Por tanto, en la casa de Dios, todos los que persiguen la verdad tienen grandes perspectivas, y las perspectivas de los que aman a Dios sinceramente son ilimitadas. Todos deben comprender Su intención. En efecto, es positivo tener esta carga, y es algo que deben poseer los que tengan conciencia y razón, pero no todos serán necesariamente capaces de asumir una carga pesada. ¿Cuál es el origen de esta discrepancia? Sean cuales sean tus fortalezas o capacidades, y por muy alto que sea tu cociente intelectual, lo crucial es tu búsqueda y la senda que recorras” (La Palabra, Vol. V. Las responsabilidades de los líderes y obreros. Las responsabilidades de los líderes y obreros (6)). Al meditar en las palabras de Dios, entendí que la elección de líderes en la iglesia se basa en principios. Un líder debe ser capaz de hablar sobre la verdad para resolver los problemas y su humanidad también debe cumplir con el estándar. Además, debe tener ciertas capacidades de trabajo y perseguir la verdad. Si esta persona no persigue la verdad y transita por la senda equivocada, aunque se convierta en líder, no llegará muy lejos. Pero yo juzgaba si alguien podía ser líder solo basándome en el ámbito de los deberes que tenía a cargo, en cuánto sufrimiento soportaba y en el tiempo que había estado formándose. Mis criterios no coincidían en absoluto con las palabras de Dios. Haciendo memoria, aunque había pasado mucho tiempo formándome para predicar el evangelio, entendía algunos principios de prédica y los resultados de mi trabajo mejoraban cada mes, no me centraba en mi entrada en la vida y me conformaba con meramente estar ocupada cada día. Rara vez reflexionaba o hacía introspección sobre las cosas que experimentaba, y casi nunca meditaba sobre los principios-verdad. No era alguien que amara ni persiguiera la verdad en absoluto. La responsabilidad principal de un líder es guiar a los hermanos y hermanas a entender la verdad, entrar en las palabras de Dios y experimentar Su obra. Yo no me centraba en reflexionar y conocerme a mí misma, sino solo en el trabajo externo, así que no estaba cualificada para ser líder. Si realmente me hubieran elegido líder, pero no podía hacer trabajo real, ¿no hubiese sido una falsa líder? Además, para ser líder, uno debe supervisar todos los aspectos del trabajo y tener ciertas capacidades de trabajo. En ese momento, yo solo supervisaba el trabajo evangélico y, a veces, cuando había demasiadas tareas, no podía encargarme de todas. Simplemente no tenía la aptitud ni la capacidad de trabajo necesarias para ser líder. Charlotte siempre había sido líder antes y compartía la verdad con mayor claridad que yo. Además, aunque le faltaba experiencia en supervisar el trabajo evangélico, tenía buenas intenciones y estaba dispuesta a practicar y aprender, así que elegirla líder era una opción más adecuada y yo debía apoyar su trabajo. Tras reflexionar sobre este asunto, me sentí más en paz con el hecho de que no me hubieran elegido líder.
Después, leí más de las palabras de Dios: “Como miembro de la humanidad creada, una persona debe mantener su propia posición y comportarse de forma correcta. Debes guardar con diligencia aquello que el Creador te ha confiado. No hagas nada fuera de lugar ni cosas más allá de tu capacidad o que le resulten aborrecibles a Dios. No trates de ser una gran persona, un superhombre o un individuo grandioso, ni busques convertirte en Dios. No es así como las personas deberían desear ser. Buscar ser grandioso o un superhombre es absurdo. Procurar convertirse en Dios es incluso más vergonzoso; es repugnante y despreciable. Lo que es precioso, y a lo que los seres creados deberían aferrarse más que a cualquier otra cosa, es a convertirse en un verdadero ser creado; este es el único objetivo que todas las personas deberían perseguir” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). “Cuando Dios requiere que las personas cumplan bien con su deber, no les está pidiendo completar cierto número de tareas o realizar alguna gran empresa, ni desempeñar ningún gran proyecto. Lo que Dios quiere es que la gente sea capaz de hacer todo lo que esté a su alcance de manera práctica y que viva según Sus palabras. Dios no necesita que seas grande o noble ni que hagas ningún milagro, ni tampoco quiere ver ninguna sorpresa agradable en ti. Dios no necesita estas cosas. Lo único que Dios necesita es que practiques con constancia según Sus palabras. Cuando escuches las palabras de Dios, haz lo que has entendido, lleva a cabo lo que has comprendido, recuerda bien lo que has oído y entonces, cuando llegue el momento de practicar, hazlo según las palabras de Dios. Deja que se conviertan en tu vida, tus realidades y en lo que vives. Así Dios estará satisfecho. […] Debéis tener todos claro a qué clase de personas salva la obra de Dios, y cuál es el significado de Su salvación. Dios le pide a la gente que se presente ante Él, que escuche Sus palabras, acepte la verdad, descarte su carácter corrupto y practique lo que Dios dice y ordena. Esto significa vivir según Sus palabras, en vez de según sus propias nociones, imaginaciones y filosofías satánicas o buscar la ‘felicidad’ humana. Quienquiera que no escucha las palabras de Dios ni acepta la verdad, pero sigue viviendo, sin arrepentirse, según las filosofías de Satanás y con un carácter satánico, entonces es de la clase de persona que no puede ser salvada por Dios. Sigues a Dios, pero por supuesto, esto se debe también a que Dios te ha escogido. Sin embargo, ¿cuál es el significado de que Dios te haya escogido? Implica que te conviertes en alguien que confía en Él, que sigue verdaderamente a Dios, que puede dejarlo todo por Dios, y que es capaz de seguir Su camino; alguien que se ha despojado de su carácter satánico y ya no sigue a Satanás ni vive bajo su poder. Si sigues a Dios y cumples con un deber en la casa de Dios, y sin embargo infringes la verdad en todos los aspectos y no practicas ni experimentas de acuerdo con Sus palabras, e incluso tal vez te opones a Él, ¿podría aceptarte Dios? Desde luego que no. ¿Qué quiero decir con esto? Cumplir con tu deber no es realmente difícil, ni tampoco lo es hacerlo lealmente y acorde al estándar. No tienes que sacrificar tu vida ni hacer nada especial ni difícil, simplemente tienes que seguir las palabras e instrucciones de Dios con honestidad y firmeza, sin añadir tus propias ideas o emprender tu propio proyecto: solo has de caminar por la senda de perseguir la verdad. Si la gente puede hacer esto, básicamente tendrán una semejanza humana. Cuando tiene verdadera sumisión a Dios, y se ha convertido en una persona honesta, poseerá la semejanza de un auténtico ser humano” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El correcto cumplimiento del deber requiere de una cooperación armoniosa). Dios nos pide que nos comportemos con honestidad y firmeza, que nos mantengamos en la posición de un ser creado y que nos atengamos a nuestros deberes. Estos son los objetivos que debemos buscar y esta es la semejanza que debe tener una persona verdadera. Si uno nunca persigue la verdad ni la acepta, entonces, por muy grande que sea su estatus o por mucho que crezca su prestigio, a los ojos de Dios, es bajo, despreciable y no puede recibir Su aprobación. Yo era un vivo ejemplo de esto. Antes, el rango de trabajo que tenía a cargo era bastante amplio, pero solo buscaba la reputación y el estatus para ganarme la admiración de las personas y no perseguía la verdad. Cuando no me eligieron líder de distrito y no pude ganarme la admiración ni el apoyo de más personas, no pude someterme, usé el trabajo para desahogar mis frustraciones y, sin darme cuenta, terminé transitando por la senda de resistirme a Dios y me destituyeron. También pensé en cómo algunos anticristos tenían mucho estatus y algunos de ellos eran líderes, pero perseguían la reputación y el estatus, en vez de la verdad. Cumplían sus deberes sin buscar los principios. Rechazaban de lleno que los podaran y, al final, debido a sus numerosas acciones malvadas, la iglesia los expulsó y descartó. Estos hechos me permitieron ver con mayor claridad la justicia de Dios. Que uno tenga estatus o la admiración de las personas no es importante, ya que estas cosas no lo determinan todo. La reputación y el estatus no pueden ayudar a una persona a entender la verdad ni a ser salva, pues Dios sopesa y decide el desenlace de una persona en función de si logra alcanzar la verdad en última instancia, pero no en función de lo alto que sea su estatus. Si creyera en Dios solo para buscar la admiración de los demás y no persiguiera la verdad ni me centrara en buscarla para satisfacer las intenciones de Dios en las cosas que encuentro, entonces, aunque creyera hasta el final, sería descartada de todas maneras. Una persona solo tiene valor a los ojos de Dios al cumplir bien su deber y someterse a Sus orquestaciones. En la casa de Dios, la iglesia determina de forma razonable qué deberes corresponden a cada uno y los asigna en consecuencia en función de sus puntos fuertes y de su aptitud. Debo someterme a la soberanía de Dios, mantenerme en mi lugar correcto y dar lo mejor de mí en mi deber actual. Aunque sea la más pequeña de todos y esté en un rincón, debo atenerme a mi deber y complacer a Dios. Al entenderlo, me sentí más en paz y liberada, y pude afrontar esta situación como corresponde. Así que acudí a Dios y oré: “Dios, estoy dispuesta a someterme a la situación que has dispuesto. Independientemente de que no haya nadie que me admire y de cuál sea mi estatus ante los demás, aunque mi deber no llame la atención y me pongas en un rincón, aún debo cumplir mi deber y hacer todo lo que pueda”. Solía orar a Dios así, en silencio y en mi corazón. De a poco, mis antiguas emociones de negatividad, pasividad y resistencia fueron disminuyendo, mi estado también mejoró y los resultados de mis deberes mejoraron de a poco.
Al poco tiempo, los líderes me pidieron que fuera líder de grupo y supervisara las reuniones de un pequeño grupo. Me sentí muy agradecida y di gracias a Dios por darme otra oportunidad para formarme. De casualidad, eligieron líder de la iglesia a una hermana a la que yo había supervisado una vez, y me sentí algo decepcionada al pensar que yo solo era líder de grupo y no tenía el glamur que tiene ser líder de iglesia, y me preocupaba cómo me verían los demás. Me di cuenta de que mi deseo de reputación y estatus volvía a asomar la cabeza, así que oré en silencio a Dios en mi corazón. Pensé en las palabras de Dios: “Como miembro de la humanidad creada, una persona debe mantener su propia posición y comportarse de forma correcta. Debes guardar con diligencia aquello que el Creador te ha confiado. No hagas nada fuera de lugar” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único I). “Dios no dispone que la gente tenga estatus; Él provee a la gente de la verdad, el camino y la vida, para que, al final, se conviertan en seres creados acordes al estándar, pequeños e insignificantes, no en personas con estatus y prestigio veneradas por miles de personas” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Al meditar en las palabras de Dios, mi corazón se iluminó y entendí que, al haberme sobrevenido este asunto, Dios estaba escrutando mi corazón. En el pasado, siempre quería que me admiraran y valoraba la reputación y el estatus más que la vida misma. Cuando no me eligieron líder de distrito, fui capaz de descuidar mi deber y burlarme de mis hermanos y hermanas, lo que retrasó el trabajo de la iglesia. Esto fue una mancha eterna para mí y un dolor permanente en mi corazón. Tenía claro que, comparado con el estatus, las responsabilidades son más importantes. Esta vez, no podía volver a buscar el estatus como antes, y estaba decidida a cumplir bien con mi deber. Aunque me pusieran en el rincón más discreto, seguiría cumpliendo bien con mi deber, sería un ser creado ingenuo y diligente, y compensaría las deudas que había contraído en el pasado. No podía seguir siendo el hazmerreír de Satanás y, mucho menos, defraudar a Dios. A partir de entonces, colaboré activamente con los líderes en mi deber. Preguntaba qué problemas del grupo podía resolver con mi ayuda y, a veces, cuando los líderes me pedían comprobar el estado de los hermanos y hermanas, lo hacía de forma proactiva. Practicar así me hacía sentir muy tranquila. Más tarde, me enteré de que estaban promoviendo a algunos hermanos y hermanas a mi alrededor y que, entre ellos, había algunos a los que yo había supervisado antes. Aunque me sentí algo inquieta, oré a Dios y afronté la situación de manera correcta. Al ver que algunos hermanos y hermanas tenían dificultades, intenté compartir con ellos y ayudarlos lo mejor que pude, y los resultados de nuestros deberes mejoraron cada vez más. Después de un tiempo, el líder de la iglesia me dijo que me habían readmitido en la iglesia. Al oír la noticia, sentí algo indescriptible en el corazón. Estaba muy conmovida, pero, sobre todo, me sentía culpable. Dios no me había puesto en esa situación para ponerme las cosas difíciles ni para burlarse de mí, sino para ayudarme a reconocer mis problemas y corregirlos a tiempo. Sin embargo, al principio, no me conocía a mí misma y casi abandono a Dios. Al pensar en ello, me daban ganas de darme una bofetada. Acudí a Dios y le ofrecí mi gratitud y mis alabanzas sinceras.
Al haber vivido todo esto, realmente entendí que, independientemente de las situaciones que Dios disponga para las personas, siempre lo hace con la esperanza de que se arrepientan de verdad y transiten por la senda correcta. Incluso si a alguien lo destituyen o lo aíslan, Dios nunca lo abandona, sino que lo guía y lo cuida constantemente. Usa distintos medios para despertar el corazón de las personas y hacerlas darse la vuelta. Gracias a esta experiencia, entendí un poco el carácter justo de Dios. Cuando no paraba de rebelarme contra Dios y resistirme a Él, desató Su ira sobre mí. Me podó y disciplinó con severidad a través de personas, acontecimientos y cosas a mi alrededor, y me apartó. En el momento en que estuve dispuesta a arrepentirme ante Él, Dios usó Sus palabras para seguir esclareciéndome y guiándome. Cuando realmente volví a Dios y practiqué conforme a Sus palabras, la iglesia me volvió a aceptar. El carácter de Dios es vívido y real, y Su corazón es sincero y bondadoso al salvar a las personas. ¡Gracias a Dios!