17. Luego de que se hicieran añicos las esperanzas que tenía depositadas en mi hijo
Nací en una familia de intelectuales. Mis padres siempre me enseñaron que “Los libros son superiores a todo afán”, “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela” y “Destácate del resto y honra a tus antepasados”. Acepté estos pensamientos e ideas en mi corazón y siempre me esforcé por cumplirlos. Quería cambiar mi porvenir a través del conocimiento y creía que, si lograba entrar en la universidad, tendría un trabajo respetable. Podría trabajar en una oficina sin tener que hacer mucho esfuerzo físico y la gente me admiraría. Sin embargo, las cosas no salieron como yo deseaba y no conseguí entrar en la universidad. Más adelante, empecé a trabajar en una fábrica de productos de cemento. Después de casarme, mi suegra me despreciaba por ser una trabajadora común y corriente y solía ponerme las cosas difíciles. Decía que no era más que una mera trabajadora patética. Cuando mi suegra me decía esas cosas llenas de burla y desprecio, no me atrevía a decirle una palabra y me sentía muy triste. Decidí que estudiaría para entrar en la universidad mientras criaba a mi hijo para que, una vez que entrara en la universidad, pudiera convertirme en funcionaria y mi suegra ya no volviera mirarme por encima del hombro.
En 1986, finalmente me presenté al examen de ingreso a la universidad y obtuve una diplomatura, justo como había soñado. Después de graduarme, volví a la fábrica y empecé a trabajar allí como funcionaria. Más adelante, me ascendieron a directora de la planta filial de pienso para animales. Todos mis compañeros de clase y de trabajo me admiraban mucho, decían que era una mujer que tenía poder y todos mis familiares y amigos me elogiaban. Cuando iba por la calle, quienes me conocían me saludaban con afecto. La actitud de mi suegra también cambió y siempre tenía una sonrisa en el rostro cuando me hablaba. Hasta alardeaba de mis capacidades ante los vecinos. Por fin podía caminar con la cabeza bien alta. No podía sino suspirar: “¡Qué diferencia hay entre tener estatus y no tenerlo! Sin conocimiento ni estatus, solo se puede ser una persona de clase baja y menospreciada por los demás”. Mientras disfrutaba de los elogios de los demás, me di cuenta de que aún tenía una responsabilidad: tenía que educar a mi hijo de forma adecuada para que, como yo, adquiriera más conocimientos y entrara en la universidad. Entonces, en el futuro, me superaría, podría hacer carrera en el gobierno, obtendría más poder y estatus, se destacaría entre los demás y honraría a nuestros antepasados. Entonces, como su madre, yo también podría disfrutar indirectamente de su prestigio. Cuando mi hijo llegó a la edad para empezar la educación secundaria básica, usé mis contactos para que entrara en el mejor instituto. Solía decirle que debía estudiar mucho, lo animaba a que fuera ambicioso y le enseñaba que solo podría conseguir un buen trabajo y tener un futuro brillante si iba a la universidad. Mi hijo no me decepcionó y siempre estaba entre los seis mejores de su clase. Su maestro me dijo: “Tienes que educar bien a tu hijo. Es muy inteligente y tiene potencial para entrar en la Universidad Tsinghua o en la de Pekín”. Al oír al profesor decir esto, me sentí muy feliz y pensé: “Mi hijo es inteligente y no tendrá problemas para entrar en una universidad de élite. Para él, conseguir un buen trabajo en el futuro será pan comido”. Yo tenía una carrera exitosa y a mi hijo le iba muy bien en los estudios, lo que me llenaba de esperanzas de un futuro mejor. Sin embargo, lo que ocurrió después fue totalmente inesperado.
A partir de la segunda mitad de 1995, la planta filial que yo tenía a cargo pasó de ser rentable a tener pérdidas. Esto me preocupó muchísimo. Como si fuera poco, caí gravemente enferma de tuberculosis y estaba tan débil que ya no podía ir a trabajar. Como rescindí mi contrato antes de tiempo, la fábrica no me pagó. Por aquel entonces, mi marido llevaba años sin trabajar y nunca había conseguido encontrar un trabajo adecuado. Después de comprar un piso, casi se nos habían acabado los ahorros que nos quedaban. Mi hijo estaba a punto de empezar la escuela secundaria, lo que costaba mucho dinero. Sin una fuente de ingresos, ¿cómo íbamos a seguir apoyándolo con sus estudios? Más tarde, mi marido me pidió que montara con él un puesto callejero para vender excedentes de mercancías. En ese momento, me sentí muy afligida y pensé: “Yo era una directora de fábrica respetada, pero ahora he caído tan bajo que tengo que vender cosas en la calle para sobrevivir. Si mis compañeros de trabajo en la fábrica o mis conocidos me ven así, ¡quedaré irremediablemente mal!”. Sin embargo, luego, pensé: “Puede que ahora quede mal, pero mi hijo me dará prestigio cuando se gradúe en la universidad y tenga éxito. Para ahorrar dinero para su educación universitaria, vale la pena quedar un poco mal y padecer un poco de sufrimiento”.
En abril de 1998, tuve la suerte de aceptar la obra de Dios Todopoderoso de los últimos días. Ese mismo año, mi hijo empezó la escuela secundaria. Las palabras de Dios me permitieron entender que esta etapa de la obra de Dios es Su obra final para salvar a la humanidad y que, si las personas no creen en Dios ni aceptan Su salvación, por mucho conocimiento que adquieran, por bueno que sea su título o por alto que sea su estatus, en última instancia, perecerán. Pero tenía profundamente arraigados los pensamientos y las ideas de adquirir conocimiento para cambiar el porvenir propio, y aún tenía la esperanza de que mi hijo destacara entre los demás y honrara a nuestros antepasados. De forma inesperada, cuando mi hijo estaba en primer año de la escuela secundaria, ya no quiso estudiar y, en su lugar, quiso alistarse en el ejército. Me sorprendió, y pensé: “Ser soldado es un trabajo muy duro. ¿Qué posibilidades tendrá de progresar en el futuro? Uno solo puede encontrar un buen trabajo si entra en la universidad y obtiene un buen título. Solo así tiene la oportunidad de conseguir un alto cargo de funcionario bien remunerado y convertirse en una persona de alto prestigio”. No podía permitir de ninguna manera que mi hijo hiciera lo que quería. Por lo tanto, intenté persuadirlo con cuidado y le dije: “Hijo, eres muy inteligente. Todos los maestros dijeron que eras un buen candidato para la Universidad Tsinghua o la de Pekín. Solo quedan dos años para el examen de ingreso a la universidad. Si dejas la escuela ahora y te alistas en el ejército, te arrepentirás por el resto de tu vida. Cuando se da de baja a los soldados del servicio militar, siempre se los clasifica como trabajadores, independientemente del trabajo que se les asigne, y no tienen posibilidad de progresar. Solo vas a poder conseguir un buen trabajo si tienes un título universitario. Como mínimo, tendrás un trabajo de oficina, algo oficial, un puesto seguro. Mientras trabajes duro, tendrás muchas oportunidades de ascender. En esta sociedad, solo puedes hacerte un hueco si tienes una carrera exitosa y estatus. Hoy en día, la competencia en la sociedad es feroz y, sin conocimientos ni un título, serás una persona inferior. Te digo todo esto por tus propias expectativas de futuro”. Tras mucho insistir, volvió a ir a clases, aunque con renuencia. Una mañana, mi marido vio que nuestro hijo no tenía ganas de ir a la escuela y estaba remoloneando en casa, así que le pegó. Mi hijo se escapó de casa de inmediato y no lo encontramos hasta muy entrada la noche. Yo sabía que mi hijo no quería estudiar y quería alistarse en el ejército, pero no podía permitírselo. Hice todo lo posible por convencerlo y, al final, aunque con renuencia, aceptó ir a la escuela. Aunque todos los días andaba con el ceño fruncido y ni siquiera quería hablarnos, yo pensaba: “Tanto si ahora lo entiendes como si no, cuando seas famoso y tengas éxito en el futuro, entenderás nuestras meticulosas intenciones”. En efecto, más adelante, consiguió entrar en la universidad y me sentí muy feliz. Las esperanzas que había albergado todos esos años por fin se habían cumplido. Sin embargo, aunque estaba contenta, también me preocupaba lo que costaba enviarlo a la universidad. En ese momento, nuestra familia no tenía dinero extra para pagarle la universidad, así que vendí el piso que tanto me había costado comprar a lo largo de media vida para pagarle la matrícula y alquilé un piso sin decoración alguna para vivir. Cuando mi hijo estaba a punto de graduarse, pagué a alguien unos 10 000 yuanes para que le consiguiera un trabajo en un banco. Hice todos los preparativos para mi hijo y solo estaba esperando a que terminara la carrera y empezara a trabajar en el banco. Sin embargo, volvió a ocurrir algo inesperado.
Un día de septiembre, mi hijo me dijo que había abandonado la universidad en su último año. No había pagado la matrícula, así que no podía obtener el título. Cuando oí la noticia, no me lo podía creer. ¿Había oído mal? Sin embargo, al ver la expresión tranquila en el rostro de mi hijo, supe que era verdad y no pude parar de llorar. Lloraba mientras se lo recriminaba y lo regañaba. Estaba tan enfadada que sentía debilidad en todo el cuerpo. Pensé: “He trabajado tan duro durante todos estos años para crear las condiciones para que él fuera a la universidad. Solo quería que tuviera éxito y me trajera honor por ser su madre. No puedo creer que haya hecho esto. ¿Cómo voy a mirar a la gente a la cara a partir de ahora?”. En ese momento, realmente quería electrocutarme con un cable y acabar con todo. Durante esa época, no quería comer ni podía dormir. Tenía la mente llena de preocupaciones por el futuro de mi hijo. “¿Qué debería hacer en el futuro?”, pensaba. “He vendido el piso para costear sus estudios y ahora ni siquiera tenemos un lugar estable donde vivir. Media vida de arduo trabajo, arruinada”. Justo cuando estaba sumida en el dolor más intenso, me presenté ante Dios y oré para que me sacara de mi sufrimiento.
Mientras buscaba, escuché un himno de las palabras de Dios: El destino del hombre está en manos de Dios. “La suerte del hombre está controlada por las manos de Dios. Tú eres incapaz de controlarte a ti mismo: aunque el hombre siempre se apresura y se ocupa de sus propios asuntos, sigue siendo incapaz de controlarse. Si pudieras conocer tus propias perspectivas, si pudieras controlar tu propio sino, ¿se te seguiría llamando un ser creado? En resumen, independientemente de cómo obre Dios, toda Su obra es por el bien del hombre. Es como cuando Dios creó el cielo, la tierra y todas las cosas para servir al hombre: Dios creó la luna, el sol y las estrellas para el hombre, Él creó los animales y las plantas para el hombre, Él hizo la primavera, el verano, el otoño y el invierno para el hombre, entre otras cosas, todo esto se creó en beneficio de la existencia del hombre. Y así, independientemente de cómo Dios castigue y juzgue al hombre, todo es por el bien de la salvación de este. Aunque despoje al hombre de sus esperanzas carnales, es por el bien de su purificación, y su purificación es en beneficio de la existencia del hombre. El destino del hombre está en manos del Creador, por tanto, ¿cómo podría el hombre controlarse a sí mismo?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Restaurar la vida normal del hombre y llevarlo a un destino maravilloso). Escuché este himno una y otra vez y, mientras reflexionaba sobre las palabras de Dios, entendí que Él es soberano y ha predestinado el porvenir de cada persona. Por mucho que te esfuerces o luches, no puedes cambiar tu futuro ni tu porvenir, y mucho menos puedes cambiar el porvenir de los demás. Pensé en la primera mitad de mi vida. Quería cambiar mi porvenir adquiriendo más conocimientos, pero, más adelante, la fábrica empezó a tener pérdidas y yo me enfermé. No tenía fuerzas para seguir a cargo de la fábrica y no tuve más remedio que renunciar. Todo eso realmente no dependía de mí. Desde que mi hijo era pequeño, le enseñé con palabras y con el ejemplo, con la esperanza de que fuera a la universidad y se convirtiera en funcionario, como yo quería. Luché y sacrifiqué media vida de sangre, sudor y lágrimas para lograrlo, pero él no hizo lo que yo quería y, al final, nunca obtuvo un título universitario. Estos hechos me hicieron dar cuenta de que no dependía de mí que mi hijo tuviera o no un futuro y un porvenir buenos. Por mucho que luche o sacrifique, todo es en vano. Debido a que yo soy solo un pequeño ser creado, Dios es quien es soberano sobre mi porvenir y el de mi hijo, y es Él quien los predestina. Ni siquiera puedo controlar mi propio porvenir; sin embargo, quería controlar el futuro y el porvenir de mi hijo. ¡Qué ignorante y arrogante era! La razón por la que estaba sufriendo tanto era que no entendía en absoluto la soberanía de Dios y no podía someterme a ella. Cuando lo entendí, estuve dispuesta a someterme a la soberanía y los arreglos de Dios y a dejar de quejarme de mi hijo. Si tiene una vida común y corriente, eso se debe a la soberanía y la ordenación de Dios, y debo encomendárselo a Dios y dejar que todo siga su curso.
A partir de entonces, no paraba de preguntarme: ¿Por qué sufrí tanto cuando mi hijo no obtuvo un título universitario? ¿Por qué le daba tanta importancia al conocimiento y a los títulos? ¿Cuál era la raíz de esto? Leí las palabras de Dios: “Algunos piensan que el conocimiento es algo valioso en este mundo y que, cuanto más conocimiento tengan, mayor será su estatus y mejores serán, más distinguidos y cultos, de modo que no pueden vivir sin el conocimiento. Algunos piensan que, si estudias mucho y enriqueces tu conocimiento, lo tendrás todo: estatus, dinero, un buen trabajo y un futuro próspero; creen que sin conocimiento es imposible vivir en este mundo. Si alguien no tiene conocimiento, todos lo menosprecian. Lo discriminarán y nadie querrá tener nada que ver con él; los que no tienen conocimiento solo pueden vivir en los escalones más bajos de la sociedad. Así pues, adoran el conocimiento, y lo consideran algo sumamente elevado e importante, incluso más que la verdad. […] se mire como se mire, este es un aspecto de los pensamientos y los puntos de vista humanos. Hay un dicho antiguo que reza: ‘Lee diez mil libros y recorre diez mil kilómetros’. Pero ¿qué significa esto? Que cuanto más leas, más culto y próspero serás. Todos los grupos de personas te tendrán en gran consideración y tendrás estatus. Todo el mundo alberga este tipo de pensamientos en el corazón. Si alguien no es capaz de conseguir un diploma universitario debido a circunstancias familiares desafortunadas, se arrepentirá toda la vida y tendrá la determinación de que sus hijos y nietos estudien más, obtengan un grado universitario o, incluso, vayan a estudiar al extranjero. Esta es la sed de conocimiento de todos, y así es cómo piensan, opinan y llevan sus asuntos. Así pues, muchos padres no escatimarán esfuerzos ni dinero para educar a sus hijos, y llegarán incluso al extremo de despilfarrar la fortuna familiar, y todo para que sus hijos vayan a estudiar. ¿Y qué cabe decir de la exageración de algunos padres a la hora de disciplinar a sus hijos? Les permiten solo tres horas de sueño por noche, les exigen estudiar y leer continuamente o les hacen imitar a la gente de antaño y les atan el pelo al techo para prohibirles dormir del todo. Este tipo de historias, estas tragedias, siempre han ocurrido desde tiempos ancestrales hasta la actualidad, y son las consecuencias de la sed y la adoración del conocimiento por parte de la humanidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La senda de práctica para la transformación del carácter). Las palabras de Dios me tocaron el corazón. Lo que Dios expuso era precisamente la perspectiva que yo tenía. Me habían atado las ideas y los pensamientos satánicos, como “Los libros son superiores a todo afán”, “Lee diez mil libros y recorre diez mil kilómetros” y “El conocimiento puede cambiar tu destino”, y adoraba especialmente el conocimiento. Creía que el conocimiento conducía a un futuro brillante, que te convertía en alguien superior y admirado por los demás, y que solo entonces la vida tendría valor. Creía que sin conocimientos ni un título, tendrías que trabajar duro y tener una vida inferior, los demás te menospreciarían y te quedarías en lo más bajo de la sociedad toda la vida, sin poder salir adelante. Creía que, si tenías conocimientos, podías tenerlo todo, así que no paré de intentar adquirir conocimientos, ni siquiera después de casarme y tener un hijo. Cuando me gradué de la universidad y volví a la fábrica, me convertí en funcionaria de inmediato y, luego, me fueron dando ascensos uno a uno, y me encomendaron cargos importantes. Al poco tiempo, los tres en la familia nos mudamos a un amplio piso. Todas las personas con las que me cruzaba me miraban con envidia y me saludaban por iniciativa propia, y los empleados de la fábrica me respetaban muchísimo. Obtuve la fama y el provecho que quería, y creía que todo eso había venido gracias al conocimiento que había adquirido al estudiar mucho y al título que había conseguido. Por lo tanto, me convencí aún más de que el conocimiento podía cambiar el porvenir de una persona y deseaba que mi hijo consiguiera un buen título y se convirtiera en alguien exitoso y famoso en el futuro, para que la gente lo admirara y yo pudiera disfrutar indirectamente de su prestigio. Cuando mi hijo me dijo que quería alistarse en el ejército, no le pregunté lo que pensaba realmente. En cambio, me limité a pensar que, si se alistaba en el ejército, no tendría un buen futuro y nadie lo admiraría, así que lo obligué a ir a la universidad. Para asegurarme de que mi hijo pudiera asistir a la universidad, vendí el piso por el que había trabajado media vida para comprar. Cuando me enteré de que mi hijo no había pagado la matrícula del último año y que no conseguiría su título universitario, mis esperanzas se hicieron añicos y caí en la desesperación total. Solo pensaba en acabar con todo. La fama y el provecho me habían cegado de verdad. De hecho, el porvenir de cada persona está en manos de Dios y no se puede cambiar simplemente adquiriendo conocimiento. Pensé en mi vecino, el jefe de sección Wang, que tiene pocos estudios, pero ahora es jefe de sección del Departamento de Recursos Humanos. Por otro lado, una compañera de clase de un curso menos entró en la Universidad de Pekín, pero, después de graduarse, no logró encontrar un buen trabajo durante muchos años. Hoy en día, hay licenciados universitarios por todas partes que no tienen trabajo, y muchos que incluso tienen estudios de posgrado no pueden encontrar un empleo formal. Está claro que la idea de que “El conocimiento puede cambiar tu destino” es errónea y no se sostiene en absoluto. Es contraria a la verdad. Aunque yo creía en Dios, no entendía la verdad ni tenía capacidad de discernimiento; no sabía que la fama y el provecho eran formas que Satanás usa para seducir y devorar a las personas. Gracias a lo que exponen las palabras de Dios, por fin recuperé la razón y oré a Dios en silencio, en mi corazón: “Dios mío, gracias por Tus palabras que me han esclarecido y me han permitido discernir los pensamientos y las ideas de Satanás. Ya no quiero seguir atada a esos pensamientos e ideas. Te ruego que me guíes para seguir la senda de perseguir la verdad”.
Leí más de las palabras de Dios: “Algunos dirán que aprender conocimiento no es más que leer libros o aprender unas cuantas cosas que todavía no saben, como para no quedarse atrasados en el tiempo o que el mundo no los deje atrás. El conocimiento solo se aprende para poder poner comida en la mesa, para su propio futuro o para proveer las necesidades básicas. ¿Hay alguien que podría soportar una década de duro estudio solo para las necesidades básicas, para resolver tan solo la cuestión de la comida? No, no hay nadie así. ¿Para qué sufre una persona estas dificultades por todos estos años? Es por la fama y la ganancia. La fama y la ganancia les esperan en la distancia, llamándoles, y creen que solo por su propia diligencia, sus dificultades y su lucha podrán seguir ese camino que les llevará a lograr fama y ganancia. Una persona así debe sufrir estas dificultades por su propia senda futura, para su disfrute futuro y para obtener una vida mejor” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). “¿Qué usa Satanás para mantener al hombre firmemente bajo su control? (La fama y el provecho). De modo que Satanás usa la fama y el provecho para controlar los pensamientos del hombre, hace que no piensen en nada más que estas dos cosas. Por la fama y el provecho luchan, sufren dificultades, soportan humillación, soportan pesadas cargas y sacrifican todo lo que tienen, y hacen cualquier juicio o decisión en aras de la fama y el provecho. De esta forma, Satanás coloca cadenas invisibles en las personas y, al llevar estas cadenas, no tienen la fuerza ni el valor para liberarse. Sin saberlo, llevan estas cadenas y siguen avanzando con gran dificultad. En aras de esta fama y provecho que la humanidad se aparta de Dios y lo traiciona, y se vuelve más y más perversa. De esta forma, se destruye una generación tras otra en medio de la fama y el provecho de Satanás. Consideremos ahora las acciones de Satanás, ¿no son sus siniestros motivos completamente detestables? Tal vez hoy no podáis calar todavía sus motivos siniestros, porque pensáis que la vida no tendría significado sin fama y provecho y creéis que, si las personas dejan atrás la fama y el provecho, ya no serán capaces de ver el camino que tienen por delante ni sus metas y su futuro se volverá oscuro, tenue y sombrío. Sin embargo, poco a poco, todos reconoceréis un día que la fama y el provecho son grilletes enormes que Satanás coloca en el hombre. Cuando llegue ese día, te resistirás por completo al control de Satanás y a los grilletes que te trae Satanás. Cuando llegue el momento en que desees liberarte de todas estas cosas que Satanás ha inculcado en ti, entonces romperás definitivamente con Satanás y odiarás de veras todo lo que él te ha traído. Solo entonces sentirás verdadero amor y anhelo por Dios” (La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. Dios mismo, el único VI). Lo que Dios expone en estos pasajes es muy práctico. La razón por la que las personas persiguen el conocimiento es para obtener fama y provecho. La gente trabaja duro y soporta adversidades por la fama y el provecho, e incluso está dispuesta a pagar cualquier precio para obtenerlos. Vi que Satanás usa el conocimiento para seducir a las personas y usa la fama y el provecho para controlarlas, de modo que las corrompe sin que se den cuenta. Yo era exactamente así. Recordé cómo mi padre me había enseñado desde pequeña que, cuanto más erudita fuera, más superior sería como persona y podría usar mi intelecto en vez de trabajar duro. Sin conocimiento, solo podría ser una persona inferior y hacer trabajos manuales duros. Los profesores también nos enseñaban a tener grandes aspiraciones, a intentar destacar sobre los demás y a honrar a nuestros antepasados. Sin darme cuenta, acepté estos pensamientos e ideas. Para obtener la fama, el provecho y el estatus que deseaba, estaba dispuesta a soportar cualquier adversidad y a pagar cualquier precio. No solo perseguí estas cosas yo misma, sino que también obligué a mi hijo a hacerlo. Cuando mi hijo no obtuvo su título, mis sueños se hicieron trizas de repente y sentí una agonía tan intensa que quería morir para poder escaparme de esta. La raíz de todo esto fue que me controlaban las ideas que Satanás me había inculcado de perseguir la fama y el provecho. Esto no solo me trajo un enorme sufrimiento a mí, sino que también perjudicó a mi hijo, tanto física como mentalmente. Satanás me puso unas cadenas invisibles de fama y provecho, y me hizo buscarlos sin cesar, luchar, trabajar duro y agotarme física y mentalmente por ellos. No tenía la capacidad de librarme de esto. Doy gracias a Dios por disponer este entorno para salvarme y obligarme a acudir a Él para buscar la verdad, adquirir cierto discernimiento sobre los métodos de Satanás para perjudicar a las personas y darme cuenta de que perseguir la fama y el provecho no es la senda correcta en la vida: solo puede llevarme a traicionar a Dios y a alejarme de Él. Ya no podía dejarme desorientar por la fama y el provecho ni seguir atada a ellos. Tenía que mantenerme en mi lugar como ser creado y someterme a la soberanía y los arreglos de Dios.
Más adelante, le conté a mi hermana sobre mi estado y ella me buscó un pasaje de las palabras de Dios: “En primer lugar, ¿son estas exigencias y planteamientos que tienen los padres respecto a sus hijos correctos o incorrectos? (Son incorrectos). Al final, ¿a qué se pueden achacar fundamentalmente estos planteamientos que los padres utilizan con sus hijos? ¿Las expectativas que tienen hacia ellos? (Sí). En la conciencia subjetiva de los padres, se prevén, planifican y determinan distintos asuntos relativos al futuro de los hijos que finalmente generan dichas expectativas. […] Los padres depositan esperanzas en sus hijos sobre una base totalmente fundamentada en la forma de ver las cosas de los adultos, y también en las opiniones, perspectivas y preferencias de estos sobre las cuestiones del mundo. ¿No es eso subjetivo? (Sí). Para expresarlo con delicadeza, podría decirse que es subjetivo, pero ¿qué es en realidad? ¿Qué otra interpretación tiene esa subjetividad? ¿Acaso no es egoísmo? ¿No es coacción? (Sí). Te gusta este o aquel trabajo y tal o cual carrera, disfrutas de estar consolidado, vives una vida glamurosa, te desempeñas como funcionario o cuentas con una posición acomodada en la sociedad, así que obligas a tus hijos a hacer también lo mismo, a ser la misma clase de persona y a caminar por el mismo tipo de senda, pero ¿disfrutarán ellos viviendo en ese entorno y ejerciendo ese trabajo en el futuro? ¿Son buenos para eso? ¿Cuál es su porvenir? ¿Cuáles son los planes y las decisiones de Dios con respecto a ellos? ¿Sabes algo de esto? Hay quien dice: ‘Todo eso me parece irrelevante, lo que importa es lo que me guste a mí como padre. Mis preferencias dictarán las esperanzas que deposite en mis hijos’. ¿No es una perspectiva muy egoísta? (Sí). ¡Es muy egoísta! Dicho de manera amable, es muy subjetivo; ellos llevan la voz cantante, pero ¿cómo es en realidad? ¡Muy egoísta! Estos padres no tienen en consideración el calibre o los talentos de sus hijos, no les importan los arreglos que Dios dispone para el porvenir y la vida de cada persona. No toman en cuenta nada de eso, se limitan a imponer sus propias preferencias, intenciones y planes a sus hijos mediante pensamientos ilusorios” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Después de leer este pasaje de las palabras de Dios, de repente, entré en razón. Antes, pensaba que todo lo que hacía era por el bien del futuro y el porvenir de mi hijo, y no lo entendía en términos de mi naturaleza egoísta. A través de lo que las palabras de Dios exponían, finalmente entendí que la intención detrás de mis actos siempre había sido satisfacer mi deseo de fama, provecho y estatus. Como me gustaba el poder y el estatus, el prestigio de ser funcionaria y que los demás me valoraran, le impuse a mi hijo mis propias preferencias y deseos. Esperaba que él estudiara mucho y se destacara en el futuro al obtener un alto cargo y un buen salario, y que así yo podría disfrutar indirectamente de su prestigio. Todo lo que había hecho era por mis propias ambiciones y deseos, y no había tenido en cuenta las preferencias y los deseos de mi hijo en absoluto. Cuando él dijo que no quería ir a la universidad y que quería alistarse en el ejército, hice todo lo posible por convencerlo de lo contrario y lo obligué a ir a la universidad, en contra de sus deseos. Mi objetivo con esto era que él empezara una carrera como funcionario y obtuviera poder y estatus para que yo también ganara prestigio. A primera vista, todo lo que hice fue por el futuro y el porvenir de mi hijo. Lo di todo para educar a mi hijo. Sin embargo, en esencia, todo era para satisfacer mi propio deseo de estatus, porque quería disfrutar del respeto y la admiración de más personas a través de mi hijo, y disfrutar de una vida material más abundante. Finalmente pude ver con claridad que todo lo que había hecho no era por el bien de mi hijo en absoluto. Todo había sido para satisfacer mis propias ambiciones y deseos. ¡Mi naturaleza era demasiado egoísta, vil y repugnante! En realidad, mi hijo no quería hacer carrera en el gobierno. Una vez me dijo: “Mamá, déjalo. Simplemente no estoy hecho para ser funcionario. Si quieres hacerte un hueco en el funcionariado en esta sociedad, tienes que saber beber, comer, halagar y engañar. También debes tener una familia con buenos contactos y conexiones, además de ser cruel y desagradable. Yo no tengo nada de eso. Está bien ser una persona común y corriente”. Al recordar lo que dijo mi hijo, era algo muy realista, pero, en ese momento, no me importaba lo que pensaba, me dejé llevar por mis propias ilusiones y lo obligué a ir a la universidad y a seguir la senda de la fama y el provecho. Pensé en el hijo de mi hermana mayor, que es subdirector del Departamento de Industria y Comercio. Una vez me dijo: “Cuando entras en el funcionariado, ya no tienes control sobre ti mismo. La gente maquina y conspira entre sí y no puedes contarle a nadie lo que piensas ni tener amistades cercanas. No sabes si puedes decir algo que vaya a ofender a alguien. Puede que no quieras hacerles daño a los demás, pero, aun así, te apuñalarán por la espalda. Tienes que vivir pendiente de la expresión en el rostro de los demás. ¡La vida en el funcionariado es agotadora!”. También entendí algo: ser funcionario no es algo bueno. El funcionariado es como un gran tanque de colorante y, si mi hijo hubiera entrado ahí como yo quería, al cabo de más o menos una década, se habría manchado y habría adquirido todo tipo de malos hábitos sin quererlo. Se habría vuelto escurridizo, falso e hipócrita; habría mentido, engañado, habría perseguido la fama y el provecho, habría competido con los demás y puede que hasta hubiera hecho cosas malvadas. Entonces, ya no habría podido llevar una vida normal y tranquila. Eso le habría causado un daño enorme y un dolor interminable, tanto física como mentalmente. Mi hijo no quería ser funcionario y solo quería ser una persona común y corriente. ¿No es eso algo bueno? Ahora tiene un empleo formal y su salario mensual puede cubrir básicamente los gastos de su familia. No se opone a mi fe en Dios y está muy dispuesto a echar una mano cuando la iglesia necesita su ayuda en algo. Cuando veo a mi hijo sonreír y vivir sin preocupaciones cada día, debo alegrarme por él.
Después de esta experiencia, cada vez me doy más cuenta de que Dios predetermina el tipo de trabajo que hace cada persona y cómo se gana la vida, y es soberano sobre ello. Como Dios dice: “Dios ordenó que alguien fuera un trabajador corriente, y que en esta vida solo podría ganar un sueldo básico para alimentarse y vestirse, pero sus padres insisten en que se convierta en una celebridad, en alguien rico, en un funcionario superior. Hacen planes y arreglos para su futuro desde que es pequeño, pagan todo tipo de supuestos precios, tratan de controlar su vida y su futuro. ¿No es eso una necedad? (Sí)” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (18)). Este pasaje de las palabras de Dios me hizo darme cuenta de que no solo fui una necia: ¡fui una completa idiota! Todo el sufrimiento que había soportado fue culpa mía. Cuando me desprendí de mis expectativas para mi hijo, dejé de luchar contra el porvenir, de recorrer la senda de perseguir la fama y el provecho y de resistirme a Dios. Además, como ser creado, fui capaz de aceptar, enfrentar y experimentar la soberanía de Dios con una actitud positiva y sumisa, y vi que los arreglos de Dios son maravillosos. ¡Gracias a Dios!