5. Ya no me preocupa ponerme nerviosa al hablar
Desde pequeña que he sido introvertida y reacia a tratar con la gente. Cuando había mucha gente a mi alrededor, me ponía nerviosa y no me atrevía a hablar por miedo a decir algo incorrecto y que me menospreciaran. Recuerdo que, cuando iba a la escuela secundaria, el profesor me pidió que respondiera una pregunta en clase. Sabía la respuesta, pero, en cuanto me levanté de la silla, sentí que todas las miradas se ponían en mí y, de repente, me quedé en blanco, empecé a balbucear y no supe qué decir. Pasé muchísima vergüenza y quise que me tragara la tierra. Cuando empecé a trabajar, quería tener un buen desempeño cuando venían los superiores a inspeccionar nuestro trabajo, pero, al verlos, me ponía tan nerviosa que ni siquiera podía utilizar la máquina y me aturullaba totalmente. Me odiaba a mí misma y pensaba: “¿Por qué soy tan inútil?”. Después de encontrar a Dios, cuando me reunía con los hermanos y hermanas, adquiría cierto entendimiento y conocimiento después de leer las palabras de Dios, pero me daba miedo hacer el ridículo si mi plática era mala, así que solo compartía unas pocas palabras y, luego, ya no sabía qué decir. Con el tiempo, empecé a tener más confianza con algunas hermanas, así que ya no me ponía tan nerviosa al hablar y podía cumplir algunos deberes lo mejor posible.
En 2017, me eligieron líder de una iglesia. Pensé: “Como líder, estaré en contacto con mucha gente. Tendré que ocuparme de varias tareas de la iglesia y deberé compartir la verdad para resolver los problemas. Pero siempre me pongo nerviosa cuando trato con gente, así que, si ni siquiera soy capaz de formar una frase, ¿no se reirán como locos de mí los hermanos y hermanas? No, no puedo ser líder”. Quería eludir ese deber. Las hermanas compartieron las palabras de Dios para ayudarme, así que acepté el deber a regañadientes. Una vez, fui a una reunión con mi socia y, en cuanto vi a los hermanos y hermanas, me puse tan nerviosa que no supe qué decir. Pero mi socia no estaba nerviosa en absoluto y las palabras de Dios que encontró para resolver los problemas estaban muy relacionadas con los estados de los hermanos y hermanas. Sentí mucha envidia, y sentí odio por mí misma al pensar: “¿Por qué no soy capaz de hablar ni de explicar bien las cosas? Ni siquiera pude hablar sobre lo poco que sí entendía. ¿Qué pensarán de mí los hermanos y hermanas?”. Me sentía muy inferior, por debajo de los demás, y no podía mantener la cabeza en alto. Cuando regresé a casa, me equipé con más de las palabras de Dios y quería resolver los problemas de los hermanos y hermanas como lo había hecho mi socia. Sin embargo, cuando llegaba el momento de ir a una reunión y veía a los hermanos y hermanas, el corazón me latía con fuerza y me ponía tan nerviosa que me quedaba en blanco y la boca no me funcionaba bien. Solo decía unas cuantas palabras inconexas y, al final, no compartía nada con claridad. En otra ocasión, vi que el estado de la hermana Wang Ke no era bueno, así que intenté compartir con ella las palabras de Dios. Sin embargo, como estaba nerviosa, no pude compartir con claridad. Tenía miedo de que ella me menospreciara, así que, después, no me atreví a volver y le pedí al líder del grupo que fuera a compartir con ella. De a poco, me empecé a sentir cada vez más incapaz y no quería ir a reuniones ni relacionarme con la gente. Por lo tanto, me quedaba en casa contestando cartas o haciendo tareas generales y, cuando había tareas que requerían enseñanza e implementación oportuna, no me ocupaba de ellas y esperaba a que mi socia lo hiciera en mi lugar, lo que terminó retrasando el trabajo de la iglesia. Vivía sumida en un estado de negatividad y me sentía muy triste y reprimida. Mi trabajo no daba ningún resultado y, al final, me destituyeron por no hacer trabajo real. Después de que me destituyeran, a menudo sentía odio por mí misma al pensar: “¿Por qué soy tan inútil? ¡Realmente no tengo remedio! Tanto predicar el evangelio como regar a los nuevos fieles requiere tratar con la gente y compartir la verdad. La gente como yo jamás puede cumplir bien con esos deberes. Es mejor que me dedique solo a deberes de asuntos generales, así no tendré que tratar con tanta gente y no sentiré tanta presión”. Más adelante, la iglesia me asignó que cumpliera unos deberes técnicos y no presté más atención a resolver este estado.
En enero de 2024, me volvieron a elegir diaconisa de riego. Cuando oí la noticia, me llené de pavor y pensé: “No se me da bien hablar, me pongo nerviosa cuando estoy con gente y ni siquiera puedo compartir con claridad lo poco que entiendo. ¿Qué pensarán los nuevos fieles de mí si no puedo resolver sus problemas? Si los hermanos y hermanas se enteran, se reirán de mí y dirán que no puedo hacer bien ningún deber. ¿No sería eso aún más humillante?”. Pero sabía que este deber que se me presentaba era Dios, que me elevaba, y no podía eludirlo. El líder también compartió conmigo y dijo que, cuando se presenta un deber, Dios observa nuestra actitud, ve si tenemos sumisión alguna y si podemos hacerlo con todo el corazón y todas nuestras fuerzas. Eso es lo más importante. Esto me ayudó a entender un poco la intención de Dios, así que acepté este deber. Sin embargo, una vez, el líder me pidió que regara a dos estudiantes universitarios. Enseguida me puse nerviosa y pensé: “Si ni siquiera puedo hablar con claridad, ¿qué haré si no comparto bien la verdad? ¿Qué pensarán de mí los nuevos fieles?”. Una vez más, quise eludir este deber, pero también me sentí culpable, así que oré a Dios: “Dios, soy poco elocuente y siempre tengo miedo de lo que los demás piensen de mí si no comparto bien. Me siento muy nerviosa. Te ruego que me guíes a afrontar de manera correcta mis carencias”.
Durante una de mis prácticas devocionales espirituales, leí las palabras de Dios: “Si quieres evitar hacer cosas necias o estúpidas, primero debes entender tus propias condiciones: cómo es tu calibre, cuáles son tus puntos fuertes, en qué eres bueno y en qué no, además de qué cosas puedes o no puedes hacer según tu edad, tu género, el conocimiento que posees y tus percepciones y tu experiencia de vida. Es decir, deberías tener claros cuáles son tus puntos fuertes y debilidades en el deber que desempeñas y el trabajo que haces, así como las deficiencias y méritos de tu propia personalidad. Una vez que tengas claras tus propias condiciones, méritos y defectos, entonces deberías fijarte en qué méritos y puntos fuertes se deberían mantener, qué defectos y fallos se pueden superar y cuáles no se pueden superar en absoluto; debes tener claras estas cosas. […] Las personas no son capaces de resolver algunos problemas. Por ejemplo, puede que seas propenso a ponerte nervioso al hablar con los demás; cuando afrontas situaciones, puede que cuentes con tus propias ideas y puntos de vista, pero no eres capaz de formularlos con claridad. Te sientes especialmente nervioso cuando hay muchas personas presentes; hablas con incoherencia y te tiemblan los labios. Algunos llegan incluso a tartamudear; otros son si cabe menos inteligibles si hay miembros del sexo opuesto presentes, simplemente no saben qué hacer ni qué decir. ¿Es fácil superar esto? (No). Al menos a corto plazo, no te resulta sencillo superar este defecto porque es parte de tus condiciones innatas. […] Tu miedo escénico, tu nerviosismo y tu temor; estas manifestaciones no reflejan tu carácter corrupto. Ya sean innatos o producto del entorno posterior en la vida, como mucho, son un defecto, un fallo de tu humanidad. Si no puedes cambiarlo a largo plazo, o siquiera en toda tu vida, no te recrees en ello, no permitas que te limite, ni tampoco deberías volverte negativo por ese motivo, pues no se trata de tu carácter corrupto; no tiene sentido intentar cambiarlo o luchar contra él. Si no puedes cambiarlo, entonces acéptalo, deja que exista y trátalo con corrección, ya que puedes coexistir con ese defecto, ese fallo; el hecho de que lo tengas no afecta a que sigas a Dios y hagas tus deberes. Mientras puedas aceptar la verdad y hacer tus deberes lo mejor que te sea posible, todavía te puedes salvar; no afecta a tu aceptación de la verdad ni a que logres la salvación. Por tanto, no deberías verte limitado a menudo por cierto defecto o fallo en tu humanidad ni deberías volverte negativo o desalentarte con frecuencia, o siquiera renunciar a tu deber y a la búsqueda de la verdad, perdiendo así la ocasión de salvarte. No merece para nada la pena; eso es lo que haría una persona necia e ignorante” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). “Todo el mundo tiene fallos y defectos. Deberías permitir que estos coexistan contigo; no trates de evitarlos o encubrirlos y no te sientas a menudo reprimido en tu fuero interno o incluso siempre inferior por su culpa. No eres inferior; si puedes hacer tu deber con todo tu corazón, toda tu fuerza y toda tu mente, lo mejor que te sea posible, y tienes un corazón sincero, entonces eres tan precioso como el oro ante Dios. Si no puedes pagar un precio y te falta lealtad a la hora de hacer tu deber, aunque tus condiciones innatas sean mejores que las de la persona promedio, no eres precioso ante Dios, no vales siquiera lo que un grano de arena” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, se me aclaró la mente. Me di cuenta de que mis nervios, mi ansiedad y mi miedo a hablar en público eran un defecto innato de mi humanidad. Dios dice que los defectos de la humanidad de cada uno no son actitudes corruptas. Si una persona no puede cambiar estas cosas, debe aceptarlas y convivir con ellas, en lugar de luchar contra ellas o empeñarse en cambiarlas. Aunque no logre superarlas, estas cosas no afectan su capacidad para creer en Dios ni para cumplir sus deberes. Siempre que persiga la verdad, podrá salvarse a pesar de todo. Antes no entendía la intención de Dios. Cuando veía que los demás hermanos y hermanas se expresaban con claridad y hablaban sin ponerse nerviosos, me hundía en un estado de negatividad e inferioridad, y emitía el veredicto sobre mí misma de que era una completa inútil. Cuando cumplía el deber de líder, fui con mi socia a celebrar una reunión con los hermanos y hermanas y me puse tan nerviosa al verlos que no me atreví a compartir. Pero mi socia no sentía nada de miedo escénico, hablaba con fluidez y compartía la verdad con claridad. Yo sentía mucha envidia. Cuando volví a casa, trabajé duro para equiparme con la verdad. Quería compartir como lo hacía mi socia para que los hermanos y hermanas no me menospreciaran. Sin embargo, cuando volví a reunirme con ellos, seguía estando tan nerviosa que no podía hablar con coherencia ni compartir nada. La hermana Wang Ke estaba en un mal estado y yo quería ayudarla, pero, como estaba nerviosa, no compartí con claridad la verdad y no se resolvió el estado de la hermana. Tampoco me atreví a compartir con ella más adelante. Después de fracasar varias veces, empecé a tener pavor a las reuniones. Siempre que se trataba de compartir la verdad con los hermanos y hermanas para resolver problemas, delegaba la responsabilidad en mi socia y me limitaba a hacer algún trabajo de asuntos generales. Al final, me destituyeron porque no hacía trabajo real. Esta vez, volví a temer que, cuando fuera a regar a los nuevos fieles y tratara con ellos, me pusiera tan nerviosa que no pudiera hablar. Además, temía que mi incapacidad para compartir bien hiciera que los demás me menospreciaran. Por lo tanto, quería eludir mi deber y convertirme en una desertora. No era capaz de tratar mi defecto de la forma correcta, no paraba de hundirme en un estado de negatividad y eludía mi deber una y otra vez. Me di cuenta de que, al no conseguir corregir mis opiniones falaces, eso me mantenía en un estado de negatividad y me impedía cumplir bien con mis deberes. ¡Era realmente necia e ignorante! Ahora entendía que todos tenemos defectos y taras, y que nadie es perfecto. Dios no se fija en las condiciones innatas de una persona; Él se fija en si uno es leal a su deber y si es capaz de hacer todo lo posible por cumplirlo bien. Una persona así tiene un corazón sincero hacia Dios y, a Sus ojos, es tan valiosa como el oro. Algunas personas tienen buenas condiciones innatas y son elocuentes, pero no persiguen la verdad ni son leales a sus deberes. A los ojos de Dios, una persona así es tan despreciable como la arena. Dios me había elevado para cumplir el deber de regar a los nuevos fieles en la iglesia. No podía seguir dejándome limitar por mis condiciones innatas ni seguir eludiendo o rehusando este deber. Tenía que volverme de inmediato hacia Dios.
Después de leer las palabras de Dios, pude tratar mis defectos de forma correcta, pero, siempre que se trataba de tratar con otras personas, seguía temiendo lo que pensarían de mí si no hablaba bien. Durante mis prácticas devocionales espirituales, leí un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a entender un poco el origen de mis problemas. Dios Todopoderoso dice: “El aprecio de los anticristos por su reputación y estatus va más allá del de la gente normal y forma parte de su esencia-carácter; no es un interés temporal ni un efecto transitorio de su entorno, sino algo que está dentro de su vida, de sus huesos y, por lo tanto, es su esencia. Es decir, en todo lo que hacen los anticristos, lo primero en lo que piensan es en su reputación y su estatus, nada más. Para los anticristos, la reputación y el estatus son su vida y su objetivo durante toda su existencia. En todo lo que hacen, su primera consideración es: ‘¿Qué pasará con mi estatus? ¿Y con mi reputación? ¿Me dará una buena reputación hacer esto? ¿Elevará mi estatus en la opinión de la gente?’. Eso es lo primero que piensan, lo cual es prueba fehaciente de que tienen el carácter y la esencia de los anticristos; por eso consideran las cosas de esta manera. Se puede decir que, para los anticristos, la reputación y el estatus no son un requisito añadido y, ni mucho menos cosas que son externas a ellos de las que podrían prescindir. Forman parte de la naturaleza de los anticristos, los llevan en los huesos, en la sangre, son innatos en ellos. Los anticristos no son indiferentes a la posesión de reputación y estatus; su actitud no es esa. Entonces, ¿cuál es? La reputación y el estatus están íntimamente relacionados con su vida diaria, con su estado diario, con aquello que buscan día tras día. Por eso, para los anticristos el estatus y la reputación son su vida. Sin importar cómo vivan, el entorno en que vivan, el trabajo que realicen, lo que busquen, los objetivos que tengan y su rumbo en la vida, todo gira en torno a tener una buena reputación y un estatus alto. Y este objetivo no cambia, nunca pueden dejar de lado tales cosas. Este es el verdadero rostro de los anticristos, su esencia” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 9 (III)). Vi que Dios expone cómo, independientemente de la situación, los anticristos se centran en el estatus que tienen en el corazón de las personas y ponen su reputación y estatus por encima de todo. Esta es la esencia-naturaleza de los anticristos. El carácter que yo estaba revelando era el mismo que el de un anticristo. En cualquier situación, anteponía mi orgullo y mi estatus, y me preocupaba muchísimo por cómo me veían y juzgaban los demás. Cuando iba a la escuela, no me atrevía a hablar en clase por miedo a que mis compañeros se rieran de mí si cometía un error. Cuando trabajaba, me ponía tan nerviosa frente a mis superiores que ni siquiera podía utilizar las máquinas. Después de que encontré a Dios, independientemente de con quién me reuniera, temía que me menospreciaran si no compartía bien. Cuando veía a mi socia compartir la verdad con claridad, sentía mucha envidia y, cuando yo no estaba a su nivel, me sentía inferior y negativa. Como mi orgullo me limitaba, hasta le pasaba el trabajo que debería haber hecho a mi socia, mientras que yo solo hacía trabajos de asuntos generales. No solo no cumplía con mis responsabilidades, sino que también retrasaba el trabajo de la iglesia y la entrada en la vida de los hermanos y hermanas. Además, cuando el líder me asignó antes a regar a dos recién llegados, en cuanto me enteré de que eran estudiantes universitarios, lo primero que pensé fue en que me menospreciarían si no compartía bien, así que quise eludir ese deber. Me influenciaban y controlaban los venenos satánicos, como “El orgullo es tan necesario para la gente como respirar” y “El hombre deja su reputación allá por donde va, de la misma manera que un ganso grazna allá por donde vuela”. A cada paso, intentaba proteger mi reputación y estatus y, cuando no lo conseguía, me hundía en el dolor, no lograba reunir las fuerzas para hacer nada y era incapaz de cumplir bien con mis deberes y responsabilidades. La oportunidad que Dios me daba de cumplir mis deberes era para que los hiciera con todo el corazón, pero yo no pensaba en cómo cumplirlos bien para complacer a Dios ni era considerada con Su intención. ¿De qué manera creía en Dios y cumplía con mis deberes? Anteponía mis intereses a mis deberes. ¿Dónde estaba en eso mi conciencia o mi razón? Si seguía aferrada a mi reputación y mi estatus, acabaría perdiendo la oportunidad de cumplir mis deberes y Dios me desdeñaría y descartaría. Agradecí a Dios por la guía y el esclarecimiento de Su palabra, que me permitieron ver la gravedad de este problema. Estaba dispuesta a arrepentirme y cambiar, a no dejar que mi orgullo me siguiera limitando, a ser capaz de aceptar las orquestaciones y los arreglos de Dios y a someterme a ellos.
Más adelante, leí más de las palabras de Dios: “Perseguir la verdad es lo más importante, da igual desde qué perspectiva lo contemples. Puedes evitar los defectos y las deficiencias de la humanidad, pero nunca puedes evadir la senda de perseguir la verdad. Al margen de lo perfecta o noble que pueda ser tu humanidad o de que puedas tener menos fallos y defectos y poseas más fortalezas que otros, eso no significa que entiendas la verdad ni puede reemplazar a tu búsqueda de esta. Al contrario, si persigues la verdad, entiendes mucho de ella y tu comprensión de ella es adecuadamente práctica y profunda, esto compensará los muchos defectos y problemas en tu humanidad. Por ejemplo, digamos que eres cohibido e introvertido, que tartamudeas y no eres muy instruido —es decir, tienes un montón de defectos y carencias—, pero tienes experiencia práctica y, aunque tartamudeas al hablar, eres capaz de compartir la verdad con claridad y esta enseñanza edifica a todo el mundo cuando la escucha, resuelve problemas, permite a la gente emerger de la negatividad y disipa sus quejas y malinterpretaciones sobre Dios. Ya ves, aunque balbucees tus palabras, pueden resolver problemas; ¡qué importantes son tales palabras! Cuando los legos las oyen, dicen que eres una persona sin cultura, que no sigues las reglas gramaticales cuando hablas y que a veces las palabras que usas tampoco son realmente adecuadas. Puede ser que uses regionalismos o un lenguaje cotidiano y que tus palabras carezcan de la clase y el estilo de las de aquellos con una educación superior que se expresan con mucha elocuencia. Sin embargo, tu charla contiene la realidad-verdad, puede resolver las dificultades de las personas y, después de oírla, desaparecen todas las nubes oscuras a su alrededor y se resuelven todos sus problemas. Como ves, ¿acaso no es importante entender la verdad? (Lo es). […] Por muchos fallos y defectos que haya en tu humanidad, si las palabras que dices contienen la realidad-verdad, entonces tu charla puede resolver problemas; si las palabras que dices son doctrinas y carecen del menor ápice de conocimiento práctico, entonces, por mucho que hables, no serás capaz de resolver los problemas reales de la gente. Da igual cómo te contemple la gente, mientras que las cosas que digas no se conformen a la verdad y no puedas abordar los estados de las personas ni resolver sus dificultades, estas no querrán escucharlas. Por tanto, ¿qué es más importante, la verdad o las propias condiciones de las personas? (La verdad es más importante). Perseguir y entender la verdad son las cosas más importantes” (La Palabra, Vol. VII. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Las palabras de Dios me permitieron entender que tener defectos no es un problema y que lo más importante es perseguir la verdad, ya que hacerlo puede ayudar a las personas a resolver todos los problemas y dificultades. Mientras persiga la verdad, cumpla mis deberes de acuerdo con los principios y sea capaz de compartir la verdad para resolver los problemas, puedo compensar los defectos de mi humanidad. Aunque haya personas que tengan un talento natural para hablar y nunca se pongan nerviosas al tratar con los demás, eso no significa que entiendan la verdad ni que puedan cumplir bien con sus deberes. Pensé en una supervisora del trabajo evangélico. Era elocuente y jamás se ponía nerviosa en ninguna situación. Aunque tenía dones y aptitud, no perseguía la verdad y solo hablaba palabras y doctrinas que no resolvían los problemas de los hermanos y hermanas. Además, hizo cosas que trastornaron y perturbaron el trabajo de la iglesia, no tuvo la más mínima contrición y, al final, la echaron de la iglesia. Vi que, por muy elocuente que sea una persona, si no persigue la verdad y carece de realidades-verdad, al final, será descartada. Aunque a mí no se me daba bien hablar, cuando tenía buenas intenciones, oraba con sinceridad y confiaba en Dios, yo también podía recibir Su guía y compartir para resolver algunos problemas de los hermanos y hermanas. No podía dejar que mi falta de elocuencia me siguiera limitando. Las palabras de Dios me mostraron una senda de práctica. Debía centrarme en buscar las intenciones de Dios en las personas, acontecimientos y cosas que afrontara cada día, prepararme para practicar según las exigencias de Dios y centrarme en entrar en la realidad-verdad. Al cumplir mis deberes, debía prepararme para compartir de acuerdo con mis experiencias reales y centrarme en compartir de forma tal que resolviera los problemas de los nuevos fieles. Si había algo que no entendía, debía buscar la ayuda de los hermanos y hermanas que sí lo hicieran y esforzarme por cumplir bien con mis deberes. Después de entender todo esto, cuando fui a reunirme con los dos recién llegados, me equipé de antemano con la verdad, me preparé bien y, aunque aún estaba un poco nerviosa, oré a Dios y confié en Él. Además, fui capaz de compartir un poco de luz, algunas sendas de práctica y también pude resolver algunos de los problemas de los recién llegados. Si había asuntos que no resolvía durante la reunión, oraba y buscaba cuando llegaba a casa o hablaba con la supervisora y, la próxima vez que me reunía con los recién llegados, volvía a compartir con ellos. También pude conseguir algunos resultados en mis deberes al practicar de este modo.
No mucho después, había una recién llegada a la que la estaba limitando su familia y no podía asistir a las reuniones con regularidad. El líder me pidió que fuera a visitarla y dijo que los regadores anteriores ya habían compartido con la hermana y la habían ayudado, pero que su familia todavía la limitaba. Volví a preocuparme y pensé: “¿Y si no comparto con claridad, no resuelvo su problema y sigue estando limitada por su familia? ¡Qué vergüenza me daría!”. Me di cuenta de que, una vez más, estaba pensando en mi orgullo y mi estatus. Resolver el estado de esa hermana era mi deber y debía esforzarme al máximo por compartir todo lo que entendiera. Leí las palabras de Dios: “Si solo haces las cosas para que otros las vean, siempre quieres ganarte los elogios y la admiración de los demás y no aceptas el escrutinio de Dios, ¿sigue estando Dios en tu corazón? Estas personas no tienen un corazón temeroso de Dios. No hagas siempre las cosas para tu propio beneficio y no consideres constantemente tus propios intereses; no consideres los intereses humanos ni tengas en cuenta tu orgullo, reputación y estatus. Primero debes considerar los intereses de la casa de Dios y hacer de ellos tu prioridad. Debes ser considerado con las intenciones de Dios y empezar por contemplar si ha habido impurezas en el cumplimiento de tu deber, si has sido leal, has cumplido con tus responsabilidades y lo has dado todo, y si has estado pensando de todo corazón en tu deber y en la obra de la iglesia. Debes meditar sobre estas cosas. Si piensas en ellas con frecuencia y logras comprenderlas, te será más fácil cumplir bien con el deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La libertad y la liberación solo se obtienen desechando el carácter corrupto). Debía tener un corazón temeroso de Dios. No debía pensar en mi orgullo ni centrarme en lo que los demás pensaran de mí, sino cumplir con mi responsabilidad, investigar de forma sincera las dificultades y los problemas de la recién llegada, preparar con antelación las palabras de Dios, los artículos y los videos vivenciales pertinentes, y reflexionar sobre las experiencias personales que podía compartir con la recién llegada para ayudarla, de modo que pudiera afianzarse sin demora en el camino verdadero. Esas eran las cosas que debía hacer. Después de entenderlo, cuando volví a reunirme con la recién llegada, aunque aún me sentía nerviosa, oré a Dios, confié en Él y, si no compartía con claridad en la primera reunión, buscaría más de las palabras de Dios para compartir con ella en la siguiente. Al final, ella pudo asistir a las reuniones con regularidad, ya no estuvo limitada por su familia y hasta empezó a escribir artículos de testimonio vivencial. Estaba muy agradecida a Dios. Fue plenamente gracias a Su guía que pude obtener estos resultados en mi deber.