50. Al despertar del sueño de obtener bendiciones

Por Yifan, China

Cuando tenía 28 años, me diagnosticaron asma alérgico. Cada vez que me da un ataque, no puedo respirar y me siento tan asfixiada que la cabeza me empieza a dar vueltas. Por la noche, ni siquiera puedo acostarme y tengo que sentarme con la espalda apoyada contra algo y quedarme así toda la noche. En aquel entonces, me hospitalizaban con frecuencia para darme tratamiento, y la enfermedad me hacía sufrir tanto que me dejaba agotada tanto física como mentalmente. Recuerdo una vez que estaba muy enferma, no podía respirar y, tras pasar más de diez días hospitalizada, mi estado seguía sin mejorar. Aunque me dieron suero y oxígeno, no paraba de sentirme ahogada y estaba empapada en sudor. Como en ese hospital no podían tratarme, me trasladaron a un hospital más grande. Mi familia me llevó en camilla y, nada más llegamos a la entrada del hospital, perdí el conocimiento. En ese momento pensé que podría haber llegado mi fin, pero, tras diez días de tratamiento en urgencias, lograron controlar mi afección. Después de recibir el alta, me recuperé en casa. Vivía todos los días con mucha cautela y miedo de que el más mínimo error volviera a desencadenar mi enfermedad. Un día fui al médico, que me dijo: “Tu enfermedad es uno de los cuatro grandes desafíos de la medicina en el mundo. Ya es bastante que se puedan controlar los síntomas, pero no hay posibilidad de curarse. Lleva siempre medicación de emergencia contigo porque, si el tratamiento se retrasa, puede ser mortal”. Oír esto fue bastante desalentador. ¿Cómo podía haber acabado con una enfermedad así siendo tan joven? Cada vez que pensaba en la vez en que estuve gravemente enferma y al borde de la muerte, me daba un escalofrío de miedo. Luego, durante más de diez años, busqué tratamientos médicos por todas partes, pero nada solucionaba la raíz del problema y, con los años, mi cuerpo se debilitó muchísimo. El tormento de la enfermedad me hizo perder la esperanza en la vida. En 2009, mi madre me predicó el evangelio de Dios de los últimos días. Al leer las palabras de Dios, entendí que esta es la etapa final de Su obra para salvar a la humanidad. ¡Poder aceptar la obra de Dios de los últimos días durante mi vida era una gran bendición! Pensé: “Mientras busque de forma adecuada, a Dios no debería costarle nada curar mi enfermedad. ¡Quizás incluso llegue a ver la belleza del reino!”. Fue como encontrar un oasis en el desierto y recuperé la esperanza en la vida. A partir de entonces, empecé a cumplir mi deber en la iglesia. De a poco, sentí que mi enfermedad no era tan grave como antes. Aunque seguía teniendo ataques de asma a menudo, podía controlarlos con medicamentos. No paraba de agradecer a Dios en mi corazón y me sentía aún más motivada en mi deber. Una vez conocí a una hermana que hacía mucho tiempo que creía en Dios. Dijo que, antes de conocer a Dios, había tenido la misma enfermedad que yo. Después de encontrar a Dios, siguió cumpliendo su deber en la iglesia y, sin darse cuenta, se curó de la enfermedad. Pensé: “Dios la pudo curar, así que seguro que también puede curarme a mí. Es solo que el precio que yo he pagado todavía no alcanza y tampoco soy digna. Cuando me esfuerce más por Dios, no me defraudará”.

Más adelante, asumí deberes relacionados con textos. Pensé: “Que pueda cumplir con deberes relacionados con textos es una muestra de la gracia y la elevación de Dios, así que tengo que dedicarme a ello con todo el corazón. Quizás Dios vea mi voluntad de pagar un precio y alivie mi sufrimiento. Dios es todopoderoso y quizás pueda curarme por completo de mi enfermedad”. Con esta mentalidad, trabajaba todos los días de sol a sol y mi deber también dio algunos resultados. En 2017, como algunos medicamentos perdían su eficacia tras usarlos durante mucho tiempo y como los buenos medicamentos eran demasiado caros para mí, solo podía confiar en medicamentos hormonales para controlar la enfermedad y seguir cumpliendo mi deber. Pensé: “Durante todos estos años, esta enfermedad no me ha limitado y he seguido cumpliendo mi deber. Quizás Dios vea mi entrega y algún día cure mi enfermedad. Entonces, podré cumplir mi deber como una persona normal. ¡Sería maravilloso!”. Justo cuando estaba soñando con esto, no solo no mejoré de mi enfermedad, sino que empeoré. Como había estado tomando medicamentos hormonales durante un tiempo, empezaron a aparecer efectos secundarios y se me empezó a hinchar el cuerpo. Cuando el supervisor vio cómo estaba, no tuvo más remedio que organizar que volviera a casa para recibir tratamiento. Me sentí extremadamente negativa y triste, y pensé: “Mi enfermedad se ha agravado mucho. Ni siquiera sé si viviré para ver lo que traerá el mañana ni, mucho menos, las hermosas escenas del reino de Dios en el futuro”. Al pensarlo, sin darme cuenta, me empezaron a correr las lágrimas por el rostro y empecé a quejarme en mi corazón: “¡Dios mío! Todos estos años, he luchado contra viento y marea para cumplir mi deber, he pasado por muchas dificultades y he pagado un precio. Mi deber también ha dado resultados, entonces, ¿por qué no me has protegido? Si muero de esta manera, ¿no habrán sido en vano todos mis esfuerzos? Dios, ¿estás usando esta enfermedad para revelarme y descartarme? Si hubiera sabido que esto pasaría, me habría centrado en tratar de curar mi enfermedad y cuidar de mi cuerpo. Entonces, no habría acabado así”. Cuanto más lo pensaba, más agraviada me sentía. A partir de entonces, dejé de comer y beber las palabras de Dios y tampoco oraba. Vivía cada día aturdida, como un cadáver ambulante. Me sentía muy alejada de Dios, como si Él me hubiera abandonado. Estaba bastante asustada, así que oré a Dios: “Dios, sé que mi estado no es el correcto, pero no sé qué lección debo aprender. Te ruego que me esclarezcas y me guíes para entender mi problema”.

Un día, leí las palabras de Dios: “Cuando las personas comienzan a creer en Él, ¿quién de ellas no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: ‘He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?…’. Toda persona hace constantemente esas cuentas en su corazón y le pone exigencias a Dios con sus motivaciones, sus ambiciones y una mentalidad transaccional. Es decir, el hombre incesantemente está verificando a Dios en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio final, tratando de arrancarle una declaración, viendo si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. El hombre siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de tomar el brazo cuando le dan la mano. A la vez que intenta hacer tratos con Dios, también discute con Él, e incluso hay personas que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, negativas y holgazanas en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la ‘creencia en Dios’ de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). “La relación del hombre con Dios es, simplemente, de puro interés personal. Es la relación entre el receptor y el dador de bendiciones. Para decirlo con claridad, es la relación entre un empleado y un empleador. El primero solo trabaja duro para recibir las recompensas otorgadas por el segundo. En una relación basada en los intereses no hay afecto, solo una transacción. No hay un amar y ser amado; solo caridad y misericordia. No hay comprensión; solo engaño, indignación reprimida e impotencia. No hay intimidad; solo un abismo que no se puede cruzar. Ahora que las cosas han llegado a este punto, ¿quién puede cambiar ese rumbo? ¿Y cuántas personas son capaces de entender realmente lo grave que se ha vuelto esta relación? Considero que, cuando las personas se sumergen en el gozo de ser bendecidas, nadie puede imaginar lo embarazosa y desagradable que es una relación así con Dios(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Apéndice III: El hombre sólo puede salvarse en medio de la gestión de Dios). Lo que Dios expuso fue mi estado real. Sentí el corazón atravesado y sentí angustia, vergüenza y humillación. Durante todos estos años creyendo en Dios, en apariencia, me levantaba temprano y me acostaba tarde para cumplir mi deber a pesar de que padecía mi enfermedad y, aunque parecía que era leal a Dios, tenía consideración con Su voluntad y deseaba complacerlo, mi verdadera intención era usar mis esfuerzos y mis logros como capital para que Dios curara mi enfermedad. Veía todas esas cosas como monedas de cambio para obtener la salvación y entrar en el reino de Dios. Todo lo que hacía era para obtener mis propias bendiciones y beneficios, y estaba intentando hacer tratos con Dios. No cumplía realmente con mi deber para complacer a Dios. Pensaba en mi enfermedad incurable y en cómo los años de dolor y sufrimiento me habían hecho perder las ganas de vivir. Sin embargo, sumida en el sufrimiento y la desesperación, el evangelio de Dios llegó a mí y deposité mi esperanza en Dios al ver Su autoridad y poder. Sobre todo, al ver que una hermana se recuperó después de encontrar a Dios, pensé que, mientras yo estuviera dispuesta a sufrir al cumplir mi deber, Dios no me decepcionaría. Creía que Él no solo curaría mi enfermedad, sino que también me llevaría a Su reino para disfrutar de la vida eterna. Así que, cualquier deber que la iglesia me asignaba, lo aceptaba, me sometía y tomaba medicamentos para controlar mi enfermedad y nunca retrasaba mi deber. Pero, cuando no solo no mejoré de mi enfermedad, sino que empeoré y hasta vi que la muerte me amenazaba, enseguida me volví en contra Dios y sentí que no estaba siendo justo conmigo. Vivía en un estado de negatividad, me quejaba de Dios y lo malinterpretaba. No leía Sus palabras ni oraba y hasta me arrepentí de los esfuerzos que había hecho antes. Al reflexionar sobre mí misma a la luz de la exposición de las palabras de Dios, me di cuenta de que mi relación con Dios era de puro interés, como la de una empleada con su empleador. Mis esfuerzos y sacrificios eran solo para obtener beneficios de Dios y lo estaba utilizando y engañando. Nunca había tratado realmente a Dios como Dios. Pensé en la grave enfermedad que tuve a los veintitantos años y supe que, sin la protección de Dios, ya habría muerto hace tiempo. De lo contrario, ¿cómo podría haber seguido con vida? Fue Dios quien me concedió una segunda vida y me permitió vivir hasta hoy. Pero, en lugar de estar agradecida, utilicé mis esfuerzos para exigirle a Dios bendiciones y gracia. Realmente carecía de humanidad y no era digna de la salvación de Dios. Pensé en Pablo. Aunque se esforzó y se sacrificó, no lo hizo por su deber, sino para recibir bendiciones y una corona. Al final, en su rebeldía, dijo: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe. En el futuro me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:7-8). Ofendió el carácter de Dios. Si no me arrepentía ni cambiaba y seguía exigiendo a Dios Sus bendiciones y Su gracia, en última instancia, Él me desdeñaría y descartaría, como a Pablo. Al darme cuenta de esto, me sentí aún más arrepentida y me odié a mí misma por llevar tantos años creyendo en Dios sin perseguir la verdad. Había tomado la senda equivocada de buscar bendiciones. Oré a Dios: “Dios, en todos estos años creyendo en Ti, no he te mostrado nada de amor ni he intentado retribuirte. Solo he intentado usarte. ¡No he tenido la más mínima humanidad! Dios, deseo rebelarme contra mí misma y dejar de intentar hacer tratos contigo”.

A partir de entonces, gracias a los medicamentos y al tratamiento con inhaladores, mantuve mi enfermedad relativamente bajo control. En abril de 2022, retomé mis deberes relacionados con textos. Valoraba esta oportunidad. Durante esa época, cumplí mi deber lo mejor que pude y con todo mi corazón, y obtuve resultados bastante buenos. Sabía que era por la gracia y la protección de Dios. En un abrir y cerrar de ojos, llegó septiembre de 2023 y mi asma empeoró de forma repentina. Los medicamentos y las inyecciones no surtían efecto y no tuve más remedio que ir al hospital provincial para recibir tratamiento. Tras muchas dificultades, finalmente lograron estabilizar mi afección. Sin embargo, poco después, volví a tener una crisis de asma. Solo podía inhalar, pero no exhalar, lo que me hacía sentir mareada y aturdida, y sentía que estaba en constante peligro de perder la vida. No tuve más remedio que volver a casa para recuperarme. La idea de regresar a casa me hizo sentirme profundamente desalentada y desesperanzada, y no pude sino romper a llorar. Pensé: “He trabajado muy duro en mi deber, he padecido mucho sufrimiento y he pagado un gran precio; entonces, ¿por qué no paro de recaer en mi enfermedad? ¡¿Por qué mi enfermedad empeora cada vez más?! ¿Por qué Dios no tiene en consideración mi voluntad de cumplir mi deber y me protege y me sana? ¿Es que Dios no ve mi corazón?”. Cuanto más lo pensaba, más agraviada me sentía y llegué a pensar que Dios no estaba siendo justo conmigo. Había perdido todas mis esperanzas de futuro. No solo parecía improbable que me curara de mi enfermedad, sino que sentía que mis esperanzas de obtener la salvación y entrar en el reino eran cada vez más remotas. En ese momento, una hermana me buscó un pasaje de las palabras de Dios basándose en mi estado: “Cuando Dios dispone que alguien contraiga una enfermedad, ya sea grave o leve, Su propósito al hacerlo no es que aprecies los pormenores de estar enfermo, el daño que la enfermedad te hace, las molestias y dificultades que la enfermedad te causa, y todo el catálogo de sentimientos que te hace sentir; Su propósito no es que aprecies la enfermedad por el hecho de estar enfermo. Más bien, Su propósito es que adquieras lecciones a partir de la enfermedad, que aprendas a captar las intenciones de Dios, que conozcas las actitudes corruptas que revelas y las posturas erróneas que adoptas hacia Él cuando estás enfermo, y que aprendas a someterte a la soberanía y a los arreglos de Dios, para que puedas lograr la verdadera sumisión a Él y seas capaz de mantenerte firme en tu testimonio; esto es absolutamente clave. Dios desea salvarte y purificarte mediante la enfermedad. ¿Qué desea purificar en ti? Desea purificar todos tus deseos y exigencias extravagantes hacia Dios, e incluso las diversas calculaciones, juicios y planes que elaboras para sobrevivir y vivir a cualquier precio. Dios no te pide que hagas planes, no te pide que juzgues, y no te permite que tengas deseos extravagantes hacia Él; solo te pide que te sometas a Él y que, en tu práctica y experiencia de someterte, conozcas tu propia actitud hacia la enfermedad, y hacia estas condiciones corporales que Él te da, así como tus propios deseos personales. Cuando llegas a conocer estas cosas, puedes apreciar lo beneficioso que te resulta que Dios haya dispuesto las circunstancias de la enfermedad para ti o que te haya dado estas condiciones corporales; y puedes apreciar lo útiles que son para cambiar tu carácter, para que alcances la salvación y para tu entrada en la vida. Por eso, cuando la enfermedad te llama, no debes preguntarte siempre cómo escapar, huir de ella o rechazarla. […] No puedes decir: ‘Si me curo de esta enfermedad, creeré que es el gran poder de Dios, pero si no, no estaré contento con Él. ¿Por qué me mandó Dios esta enfermedad? ¿Por qué no la cura? ¿Por qué cogí yo esta enfermedad y no otro? No la quiero. ¿Por qué tengo que morir tan pronto, a una edad tan temprana? ¿Cómo es que otras personas pueden seguir viviendo? ¿Por qué?’. No hay un porqué, se trata de la instrumentación de Dios. Él ha arreglado cosas y las ha planeado así. No hay razón, y no debes preguntar el porqué. Plantearse el porqué es un discurso rebelde, y no es una pregunta que deba hacerse un ser creado. Si preguntas por qué, solo se puede decir que eres demasiado rebelde, demasiado intransigente. Cuando algo no te satisface, o Dios no hace lo que quieres o no te deja salirte con la tuya, te disgustas, estás descontento, y siempre preguntas por qué. Entonces, Dios te interroga así: ‘Como ser creado, ¿por qué no has cumplido bien con tu deber? ¿Por qué no has cumplido lealmente con ese deber?’. ¿Y cómo responderás? Dirás: ‘No existe un porqué, yo soy así’. ¿Es aceptable esta respuesta? (No). Es aceptable que Dios te hable así, pero no lo es que tú le respondas a Él de esa manera. Estás adoptando la posición equivocada y te falta demasiada razón(La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (3)). Después de leer las palabras de Dios, entendí un poco Su intención. Dios no quería que viviera enferma y conociera todos los pormenores de mi enfermedad, ni hacerme buscar con ansias una escapatoria. Las enfermedades se pueden tratar, pero si pueden curarse o si pondrán en peligro la vida no depende de los seres humanos. Todo está bajo la soberanía y la predestinación de Dios. Lo que yo debía hacer era someterme a Su soberanía y Sus arreglos, reflexionar sobre qué actitudes corruptas y opiniones erróneas había revelado en mi enfermedad y buscar la verdad para resolver esas cosas. Este era el sentido de la razón que debía poseer. Pensé en cómo no me había sometido en absoluto a Dios durante mi enfermedad. Cuando mi afección empeoró y no podía cumplir mis deberes, o incluso cuando mi vida corría peligro, no busqué la verdad, sino que me quejé. Me quejé de que Dios no tenía consideración con mi sufrimiento ni mis esfuerzos y que tampoco me protegía, y creía que Dios era injusto. Aunque, gracias a experiencias anteriores, había entendido algo de mi perspectiva errónea de querer hacer tratos con Dios, no había experimentado una verdadera transformación. Dios conocía mis defectos y carencias. Cuando recaí en mi enfermedad, Dios expuso de nuevo mis despreciables intenciones al creer en Él. Solo entonces me di cuenta de lo profundamente arraigadas que estaban mis intenciones de obtener bendiciones. Las buenas intenciones de Dios estaban detrás de la recaída en mi enfermedad, que había ocurrido para purificar mi corrupción e impurezas. Pero yo no entendí la obra de Dios y me quejé de que Dios era injusto. Malinterpreté a Dios al pensar que quería descartarme a través de mi enfermedad y vi que, después de todos esos años de fe, todavía no conocía a Dios en absoluto. ¡Era verdaderamente mediocre, patética y ciega! Ahora entendí que, aunque en apariencia sufría mucho por esta enfermedad, detrás de todo estaba la meticulosa intención de Dios, lo cual era Su salvación para mí y tenía como propósito que reflexionara y me conociera a mí misma en mi enfermedad. Si esto no hubiera sucedido, habría seguido buscando con mi mentalidad errónea y me habría alejado cada vez más de las exigencias de Dios hasta transitar, en última instancia, por una senda sin retorno. Al darme cuenta de esto, sentí que mi corazón se iluminaba y dejé de quejarme de Dios y de malinterpretarlo.

Después, pensé en las palabras de Dios: “La justicia no es en modo alguno imparcial ni razonable; no se trata de igualitarismo, de concederte lo que merezcas en función de cuánto hayas trabajado, de pagarte por el trabajo que hayas hecho ni de darte lo que merezcas a tenor de tu esfuerzo, esto no es justicia, es simplemente ser imparcial y razonable. Muy pocas personas son capaces de conocer el carácter justo de Dios. Supongamos que Dios hubiera eliminado a Job después de que este diera testimonio de Él: ¿Sería esto justo? De hecho, lo sería. ¿Por qué se denomina justicia a esto? ¿Cómo ve la gente la justicia? Si algo concuerda con las nociones de la gente, a esta le resulta muy fácil decir que Dios es justo; sin embargo, si considera que no concuerda con sus nociones —si es algo que no comprende—, le resultará difícil decir que Dios es justo. Si Dios hubiera destruido a Job en aquel entonces, la gente no habría dicho que Él era justo. En realidad, no obstante, tanto si la gente ha sido corrompida como si no, y si lo ha sido profundamente, ¿tiene que justificarse Dios cuando la destruye? ¿Debe explicar a las personas en qué se basa para hacerlo? ¿Debe Dios decirle a la gente las reglas que Él ha ordenado? No hay necesidad de ello. A ojos de Dios, alguien que es corrupto y que es susceptible de oponerse a Dios no tiene ningún valor; cómo lo maneje Dios siempre estará bien, y todo está dispuesto por Él. Si fueras desagradable a ojos de Dios, si dijera que no le resultas útil tras tu testimonio y, por consiguiente, te destruyera, ¿sería esta también Su justicia? Lo sería. Tal vez no sepas reconocerlo ahora mismo a partir de la realidad, pero debes entenderlo en doctrina. ¿Qué opináis? ¿Es la destrucción de Satanás a manos de Dios una expresión de Su justicia? (Sí). ¿Y si Él permitiera que Satanás perdurara? No os atrevéis a decir nada, ¿verdad? La esencia de Dios es la justicia. Aunque no es fácil comprender lo que hace, todo cuanto hace es justo, solo que la gente no lo entiende. Cuando Dios entregó a Pedro a Satanás, ¿cómo respondió Pedro? ‘La humanidad es incapaz de comprender lo que haces, pero todo cuanto haces tiene Tu benevolencia; en todo ello hay justicia. ¿Cómo sería posible que no alabara Tu sabiduría y Tus obras?’. Ahora debes ver que la razón por la que Dios no destruye a Satanás durante la época de Su salvación del hombre es que los seres humanos puedan ver con claridad cómo Satanás los ha corrompido y hasta qué punto lo ha hecho, y cómo Dios los purifica y los salva. En última instancia, cuando la gente haya comprendido la verdad y haya visto claramente el odioso semblante de Satanás, y haya contemplado el monstruoso pecado de la corrupción de Satanás sobre ellos, Dios destruirá a Satanás, mostrándoles Su justicia. El momento en que Dios destruye a Satanás rebosa del carácter y la sabiduría de Dios. Todo cuanto Él hace es justo. Aunque los humanos no sean capaces de percibir la justicia de Dios, no deben juzgarlo a su antojo. Si alguna cosa que haga les parece irracional o tienen nociones al respecto y por eso dicen que no es justo, están siendo completamente irracionales(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Las palabras de Dios me permitieron ver que no había entendido Su carácter justo. Había considerado la justicia de Dios como la imparcialidad y la sensatez que la humanidad corrupta percibe. Pensaba que, como creía en Dios, había pagado un precio y me había esforzado, Dios debía curar mi enfermedad y concederme Su gracia y Sus bendiciones. Cuando las cosas estaban de acuerdo con mis nociones, consideraba que Dios era justo, pero, cuando Dios no me bendecía y las cosas no estaban de acuerdo con mis nociones e imaginaciones, creía que Dios era injusto. Sopesaba el carácter justo de Dios exclusivamente en función de si yo obtenía bendiciones y beneficios, lo que es completamente contradictorio con la verdad. ¡Tenía opiniones realmente distorsionadas! En realidad, independientemente de a cuánto uno renuncie o cuánto se esfuerce después de encontrar a Dios, de lo mucho que sufra o lo grande que sea el precio que pague, todo esto es lo que debe hacer un ser creado. En cuanto a cómo nos trata Dios, si nos da Su gracia y Sus bendiciones o si cura las enfermedades de nuestro cuerpo, eso es la prerrogativa de Dios, y la humanidad corrupta no tiene derecho a exigir a Dios que haga esto o aquello. Lo que las personas deben hacer es aceptar y someterse, porque este es el sentido de la razón que deberían tener. Pero yo había exigido con sentenciosidad a Dios que me curara debido a mis esfuerzos. ¿No estaba haciendo exigencias inapropiadas a Dios? Tenía la idea de que, como me había sacrificado y esforzado, Dios tenía que asegurarse de que todo me saliera bien y mi enfermedad se curara y que, si esto no sucedía, Él estaba siendo injusto. ¿No eran esas meras nociones e ilusiones mías? Si Dios me cura, entonces, eso es Su justicia; si no me cura, eso también es Su justicia. Por mucho que se agrave la enfermedad, incluso si Dios permite que muera, eso es Su justicia. No podía juzgar el carácter justo de Dios desde la perspectiva de mis intereses personales, sino desde la perspectiva de Su esencia. Dios es el Creador, y la forma en que nos trata es algo que merecemos y que es justo. Pensé en cómo Dios le entregó a Pedro a Satanás. Pedro fue capaz de aceptarlo sin quejarse de Dios ni malinterpretarlo, y hasta dijo: “La humanidad es incapaz de comprender lo que haces, pero todo cuanto haces tiene Tu benevolencia; en todo ello hay justicia. ¿Cómo sería posible que no alabara Tu sabiduría y Tus obras?”. No soy más que un pequeño ser creado, y todo lo que Dios haga conmigo es apropiado. Tanto si me cura como si no, tanto si me da un buen desenlace o destino como si no, debo aceptarlo y someterme, ya que eso demuestra tener humanidad y razón. Al entenderlo, oré a Dios: “Dios, antes no entendía Tu carácter justo y lo sopesaba según mis propias nociones e imaginaciones. Ahora entiendo que todo lo que haces es justo. Aunque no me cure de mi enfermedad y muera, ¡Tú sigues siendo justo y no pararé de agradecerte y alabarte!”.

Después, leí más de las palabras de Dios: “Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de Dios en Su dominio de todas las cosas, y no dependía de si obtenía bendiciones o si el desastre lo golpeaba. Job creía que, independientemente de que Dios bendiga a las personas o acarree el desastre sobre ellas, Su poder y Su autoridad no cambiarán; y así, cualesquiera que sean las circunstancias de la persona, debería alabar el nombre de Dios. Que Dios bendiga al hombre se debe a Su soberanía, y también cuando el desastre cae sobre él. El poder y la autoridad de Dios dominan y organizan todo lo del hombre; los vaivenes del destino del ser humano son la manifestación de estos, y sin importar la perspectiva desde la que se lo mire, se debería alabar el nombre de Dios. Esto es lo que Job experimentó y llegó a conocer durante los años de su vida. Todos sus pensamientos y sus actos llegaron a los oídos de Dios, y a Su presencia, y Él los consideró importantes. Dios atesoraba este conocimiento de Job, y le valoraba a él por tener un corazón así, que siempre aguardaba el mandato de Dios, en todas partes, y cualesquiera que fueran el momento o el lugar aceptaba lo que le sobreviniera. Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar y someterse a todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y era precisamente lo que Él quería(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se iluminó y encontré una senda de práctica. Job creyó en Dios sin intentar hacer tratos con Él y, tanto si recibía bendiciones como si sufría calamidades, fue capaz de alabar a Dios. Esto se debió a que reconoció la autoridad de Dios en todas las cosas y a través de sus propias experiencias, y sabía que era el gran poder de Dios el que disponía todas las cosas y reinaba soberano sobre ellas. Independientemente de que, en última instancia, una persona reciba bendiciones o padezca sufrimientos, debe someterse incondicionalmente a la soberanía y los arreglos del Creador. Job tenía humanidad y razón; no le pidió nada a Dios. En cambio, se exigió a sí mismo que siempre esperaría y se sometería a todo lo que viniera de Dios, y lo aceptaría. Job era honesto, bondadoso y tenía verdadera fe en Dios; al final, dio testimonio durante las pruebas y obtuvo la aprobación de Dios. Yo también quería imitar a Job y, tanto si mejoraba de mi enfermedad como si no, e independientemente de cuál fuera mi desenlace, me sometería a los arreglos y las orquestaciones de Dios y dejaría de tomar decisiones por mi cuenta. Oré a Dios: “Dios, en el pasado, no entendía la verdad. Siempre me preocupaba que se curara mi enfermedad o que tuviera un buen desenlace o destino, y vivía con enorme sufrimiento. Hoy estoy dispuesta a encomendarme en Tus manos y, tanto si recibo bendiciones como si padezco sufrimientos, me someteré a Tu soberanía y a Tus arreglos”. Después de que mi perspectiva cambiara un poco, pude sentir una gran sensación de paz y liberación. Más adelante, probé algunos remedios caseros y, de forma inesperada, llegué a mantener mi afección bajo control y pude cumplir mis deberes con normalidad. A través de esta experiencia, entendí que, si no hubiera sido revelada mediante la enfermedad, no habría podido reconocer mis despreciables intenciones de buscar bendiciones. Aunque padecí cierto dolor físico, obtuve cierta comprensión de las opiniones falaces que había detrás de mi búsqueda y experimenté ciertos cambios. ¡Esto fue el amor y la salvación de Dios para mí! ¡Gracias a Dios!

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