58. Mi enfermedad fue una bendición de Dios

Por Xiaojin, China

En abril de 2017, fui al hospital a hacerme una revisión médica y descubrí que tenía hepatitis B. Mi nivel de transaminasas era de 220 U/L y tenía hepatitis B activa. La iglesia tuvo en cuenta mi afección y dispuso que regresara a casa para recibir tratamiento. Mientras hacía la maleta, vi a los dos hermanos con los que había estado colaborando que estaban charlando y riendo, mientras hablaban del trabajo. Sentí una sensación de desolación y pensé: “Ahora que la obra de Dios está por llegar a su fin, este es un momento crucial para que cumplamos nuestro deber y preparemos buenas obras. Pero, en cambio, yo me voy a casa a recuperarme. Si me quedo en casa uno o dos años y no puedo cumplir ningún deber, ¿cómo podré preparar buenas obras? Cuando acontezca una catástrofe, no cabe duda de que acaecerá sobre mí. Si muero, ¿no habría sido en vano mi fe en Dios?”. También pensé en cómo había dejado mi casa para cumplir mi deber menos de un año después de que empecé a creer en Dios. Independientemente del deber que me asignara la iglesia, nunca fui selectivo y siempre me esforcé por intentar hacerlo mejor. En especial, había estado cumpliendo el deber de edición durante los últimos seis meses. A menudo me levantaba temprano y me iba a acostar tarde. Nunca me rendía ante las dificultades y me esforzaba por aprender las habilidades profesionales del deber. Había obtenido algunos resultados en mis deberes. Había cumplido mi deber con mucho entusiasmo y de forma muy activa, así que ¿por qué Dios no me protegió? ¿Por qué permitió que contrajera esta enfermedad? Realmente no lo entendía. Al levantar la cabeza para mirar a los dos hermanos, sentí envidia de que tuvieran buena salud y pudieran seguir cumpliendo sus deberes allí. En cambio, yo estaba a punto de abandonar el lugar donde había estado cumpliendo mi deber para regresar a casa. Sentía que tenía un futuro muy lúgubre y estaba totalmente desanimado, me sentía paralizado y sin fuerza alguna. Cuando pensaba en que esta era la etapa final de la obra de Dios, la única oportunidad de salvación para la humanidad, y que yo había tenido la suerte de vivir en esta época, realmente no quería rendirme como si nada. Pensé que tenía que empezar el tratamiento con urgencia en cuanto llegara a casa y que regresaría a cumplir mis deberes apenas me curara de mi enfermedad. Así podría preparar más buenas obras y tener una esperanza más grande de ser salvo.

Después de regresar a casa, oí que la medicina china era muy eficaz y le pedí de inmediato a mi padre que me la consiguiera. Al mismo tiempo, no dejé de aprender técnicas relacionadas con el deber que había estado realizando al pensar que, una vez que me curara, podría regresar para volver a cumplir mi deber. El médico me recetó medicina para un mes. La tomé puntualmente, tal como me lo había indicado el médico, con la esperanza de que mejoraría pronto. Un mes después, fui con muchas expectativas al hospital a hacerme una revisión. Cuando recibí los resultados de la revisión médica, vi que mi nivel de transaminasas no había bajado en absoluto. Sencillamente, no me lo podía creer y pensé: “He tomado la medicina a tiempo durante todo este mes. ¿Por qué no he mejorado en absoluto de mi afección? ¿Por qué Dios no me ha bendecido?”. Pasado un tiempo, hacia agosto, una hermana me habló de una planta llamada apio silvestre, que algunas personas usaban para curar la hepatitis B. Me emocioné mucho al oír esto. Aunque la hermana me advirtió de forma reiterada de que esa planta era muy tóxica y podía poner en peligro mi vida si no la procesaba de forma adecuada, quise probarla de todas maneras. Pensé que, si podía curarme de mi enfermedad, valía la pena el riesgo. De forma inesperada, no tuvo ningún efecto y me sentí totalmente abatido. No lograba entender por qué estaba pasando esto. A partir de entonces, me hundí en la negatividad. No tenía nada que decir en mis oraciones, que me parecían insulsas, comía y bebía menos las palabras de Dios, no quería seguir aprendiendo las técnicas que había insistido en estudiar antes y siempre me faltaba motivación.

Hacia noviembre, un hermano me trajo una receta para un medicamento y me dijo que era específicamente para tratar la hepatitis B. Tenía muchas ganas de probarlo, pero, al recordar el fracaso del tratamiento anterior con el apio silvestre, pensé: “¿Será porque me estoy centrando solo en tomar medicamentos y casi no oro nunca? Durante este tratamiento, tengo que orar más a Dios. Tal vez, Dios me bendiga y me cure si ve mi corazón ‘sincero’”. Tomé la receta y fui sin demora a conseguir el medicamento. Por muy amarga que fuera la medicina, lo soportaba y la tomaba. Durante esa época, oré a Dios muchas veces y le dije que quería volver a cumplir mi deber y a perseguir la verdad con sinceridad. Esperaba conmover el corazón de Dios con esa actitud tan “sincera” para que me bendijera y pudiera recuperarme de mi enfermedad. Un mes después, cuando fui a buscar los resultados de la revisión médica, el doctor me dijo: “Te hemos hecho dos pruebas. Tu carga viral es muy alta. ¡Tu nivel de transaminasas hasta está por encima de los 1200!”. Pensé: “Para empezar, un nivel de transaminasas de más de 200 ya era muy grave. ¿Qué puede significar un nivel de más de mil?”. Me quedé paralizado y recordé haber oído a alguien decir que, si no se controlaba adecuadamente, la hepatitis B podía derivar en cirrosis o hasta en cáncer de hígado. ¿Me daría también cáncer de hígado? Cuando lo pensé, sentí un miedo y una impotencia terribles. Pensé en cómo había orado a Dios con frecuencia durante el mes anterior para que me curara, pero ahora no solo no había mejorado de mi afección, sino que había empeorado. Estaba claro que no era una simple coincidencia que me hubiera dado contra la pared, una y otra vez. Todo este tiempo, solo había querido curarme y pensaba que, como quería ponerme bien para cumplir mi deber, eso estaba justificado. Sin embargo, nunca me había preguntado si eso estaba de acuerdo con las intenciones de Dios. Empecé a pensar: “La intención de Dios puede estar en que mi afección haya empeorado de forma repentina. No puedo seguir siendo obstinado e impenitente. Tengo que orar, buscar la intención de Dios y aprender mi lección”. Así que clamé con sinceridad a Dios en mi corazón: “Dios mío, mi enfermedad ha empeorado con Tu permiso. Aunque todavía no entiendo por qué está ocurriendo esto, sé en mi corazón que lo que estoy buscando seguramente no está de acuerdo con Tu intención. Te ruego que me guíes para captar Tu intención y no rebelarme contra Ti”. Me senté aturdido en un escalón del hospital y clamaba sin cesar a Dios en mi corazón. De repente, recordé unas palabras de Dios que había leído antes: “Todo lo que Dios hace es necesario, y posee un sentido extraordinario, porque todo lo que lleva a cabo en el hombre concierne a Su gestión y la salvación de la humanidad. Naturalmente, la obra que Dios realizó en Job no es distinta, aunque Job fuera perfecto y recto a los ojos de Dios(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Dios permitió que Satanás privara a Job de todos sus bienes y de sus hijos, y permitió que cayera enfermo. Job lo perdió todo y su carne también padeció un dolor extremo. Desde la perspectiva de la gente mundana, lo que le pasó a Job no fue algo bueno, sino algo malo. Sin embargo, Job temía a Dios. No se quejó de Él y fue capaz de someterse. Después de experimentar esas pruebas, Job adquirió cierta comprensión de Dios y su fe y el temor que le tenía a Dios crecieron; Dios se le apareció en persona. ¡Qué gran bendición fue esa! Al meditar en esto, entendí que, por muy grave que sea la enfermedad o la desgracia que uno sufra, o por mucho sufrimiento que deba padecer, si uno puede perseguir la verdad y buscar la intención de Dios, al final, eso le permitirá obtener la verdad y lograr ciertas cosas. Las intenciones de Dios son buenas y Él no quiere fastidiar a nadie. Al entender la intención de Dios, una calidez surgió desde lo más profundo de mi corazón impotente y asustado, que se fue calentando y calmando de a poco. Tenía que imitar a Job, tener una actitud de sumisión y orar para buscar la intención de Dios. Creía que Dios me guiaría.

El ambiente del hospital era demasiado ruidoso, así que me levanté y fui al bosque que estaba cerca. Mientras caminaba por el bosque, no pude sino volver a preocuparme por mi afección. Pensé: “Este mes, mi nivel de transaminasas se ha disparado por encima de mil. Si sigue subiendo así y me da un cáncer de hígado, ¿no se acabará todo para mí? Esta vez, ¿realmente me quitará Dios la vida?”. Al pensar en la muerte, mi corazón se resistió de modo subconsciente y pensé: “¿Por qué Dios quiere que muera? ¡Todavía soy joven! ¿Realmente va a terminar mi vida cuando no ha hecho más que empezar? Si no creyera en Dios, ¿me habría librado de pasar por esta prueba? ¿Me habría librado de padecer esta enfermedad? Aunque no me hubiera podido salvar, ¡al menos podría haber vivido unos años más!”. En ese momento, mi corazón dio un vuelco. Pensé: “¿Acaso no estoy quejándome de Dios?”. Oré a Dios de inmediato: “Dios mío, no quiero quejarme de Ti, pero mi corazón está constantemente limitado por la muerte. Te ruego que me guíes para tratar este asunto de manera correcta”. Después de orar, recordé un himno que solía cantar a menudo, titulado, “Un ser creado debería estar a merced de la instrumentación de Dios”:

1  No importa lo que Dios te pida, solo necesitas trabajar con todas tus fuerzas para lograrlo, y espero que seas capaz de cumplir tu lealtad a Dios ante Él en estos últimos días. Siempre que puedas ver la sonrisa de satisfacción de Dios mientras está sentado en Su trono, aun si esta es la hora señalada de tu muerte, debes ser capaz de reír y sonreír mientras cierras los ojos. Mientras vivas, debes llevar a cabo tu deber final por Dios.

2  En el pasado, Pedro fue crucificado cabeza abajo por Dios, pero tú debes satisfacer a Dios en estos últimos días y agotar toda tu energía por Él. ¿Qué puede hacer por Dios un ser creado? Por tanto, debes entregarte a Dios con anticipación para que Él te instrumente como lo desee. Mientras Él esté feliz y complacido, permítele hacer lo que quiera contigo. ¿Qué derecho tienen los hombres de quejarse?

La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Interpretaciones de los misterios de “las palabras de Dios al universo entero”, Capítulo 41

Tarareé el himno en voz baja y se me llenaron los ojos de lágrimas. Dios me concedió la gracia de traerme a Su casa. He leído muchas de Sus palabras y he entendido algunas verdades. Sé que Dios creó al ser humano, que Satanás corrompió a la humanidad, que Dios ha ido salvando a la humanidad paso a paso y que Él purifica y transforma a las personas en los últimos días. También experimenté el esclarecimiento y la guía del Espíritu Santo al cumplir mi deber. Había recibido muchísimo de Dios, pero no le estaba agradecido en absoluto. Ahora que mi enfermedad había empeorado, me quejaba de Dios y hasta había pensado en arrepentirme de mi fe en Él. ¿No era eso algo que le partía el corazón a Dios? ¿Acaso no era una traición? Todas las personas en el mundo se enfermarán, y hay muchísimas personas que no creen en Dios y padecen de enfermedades graves o de cáncer. Sin embargo, yo seguía quejándome y pensaba que, si no hubiera creído en Dios, puede que no hubiera contraído esta enfermedad. ¿No estaba diciendo meras tonterías? ¡Era totalmente irracional! Aunque había contraído esta enfermedad, oré a Dios y Él me esclareció, me guio con Sus palabras y me dio consuelo y apoyo. Con Dios como apoyo, me sentía mucho más feliz que los no creyentes. Además, soy un ser creado. Dios me creó y, aunque Él me quite la vida, no debería quejarme de Él y, mucho menos, debería arrepentirme de haber creído en Dios. Debo someterme. Entonces, hice una oración de sumisión a Dios y me sentí muy tranquilo. Ya no me preocupaba si iba a morir o no.

En una reunión, leí un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a entender un poco mi carácter corrupto. Dios dice: “Como las personas actuales no poseen la misma humanidad que Job, ¿qué hay de su esencia-naturaleza, y de su actitud hacia Dios? ¿Temen a Dios? ¿Se apartan del mal? Los que no temen a Dios ni se apartan del mal solo pueden definirse con tres palabras: ‘enemigos de Dios’. Pronunciáis a menudo estas tres palabras, pero nunca habéis conocido su verdadero significado. Tienen contenido en sí mismas: no están diciendo que Dios vea al hombre como enemigo, sino que es el hombre quien le ve a Él así. Primero, cuando las personas comienzan a creer en Él, ¿quién de ellas no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: ‘He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?…’. Toda persona hace constantemente esas cuentas en su corazón y le pone exigencias a Dios con sus motivaciones, sus ambiciones y una mentalidad transaccional. Es decir, el hombre incesantemente está verificando a Dios en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio final, tratando de arrancarle una declaración y ver si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. El hombre siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de tomar el brazo cuando le dan la mano. A la vez que intenta hacer tratos con Dios, también discute con Él, e incluso hay personas que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, negativas y holgazanas en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y las responsabilidades a cargo de Dios fueran protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la ‘creencia en Dios’ de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él. Desde la esencia-naturaleza del hombre a su búsqueda subjetiva, nada tiene relación con el temor de Dios. El objetivo del hombre de creer en Dios, no es posible que tenga nada que ver con la adoración a Dios. Es decir, el hombre nunca ha considerado ni entendido que la creencia en Él requiera que se le tema y adore. A la luz de tales condiciones, la esencia del hombre es obvia. ¿Cuál es? El corazón del hombre es malévolo, siniestro y falso, no ama la ecuanimidad, la justicia ni lo que es positivo; además, es despreciable y codicioso. El corazón del hombre no podría estar más cerrado a Dios; no se lo ha entregado en absoluto. Él nunca ha visto el verdadero corazón del hombre ni este lo ha adorado jamás. No importa cuán grande sea el precio que Dios pague, cuánta obra Él lleve a cabo o cuánto le provea al hombre, este sigue estando ciego a ello y totalmente indiferente. El ser humano no le ha dado nunca su corazón a Dios, solo quiere ocuparse de su corazón, tomar sus propias decisiones; el trasfondo de esto es que no quiere seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal ni someterse a Su soberanía ni Sus disposiciones, ni adorar a Dios como tal. Este es el estado del hombre en la actualidad(La Palabra, Vol. II. Sobre conocer a Dios. La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II). Dios expuso las intenciones y los métodos de las personas que creen en Él para intentar hacer tratos con Él. Dios condena a estas personas por tener una esencia despreciable, codiciosa, traicionera y falsa. El tono y la forma en que las palabras de Dios están expresadas rezuman odio y repulsión por este tipo de personas, y yo sentí el carácter justo y la esencia santa de Dios. Al comparar cómo trataban a Dios esas personas con cómo lo trataba yo, vi que lo hacía de la misma manera. Recordé cuando me enteré de que, en los últimos días, Dios ha venido a obrar para concluir esta era y que aquellos a quienes Dios salvara podrían sobrevivir y entrar en el reino para disfrutar de bendiciones eternas. Yo deseaba con ansias obtener esas bendiciones que Dios daría a la humanidad, así que decidí creer en Dios con tenacidad. Después de que empecé a creer en Dios, me entregué con fervor y, antes de un año, ya había empezado a cumplir mi deber a tiempo completo. No eludí cumplir el deber de edición, a pesar del gran número de dificultades, y hasta tomé la iniciativa de aprender habilidades profesionales y me esforcé mucho. Pensaba que, como cumplía mi deber de forma muy proactiva, seguro le agradaba a Dios y contaba con Su aprobación, y tendría muchas esperanzas de recibir bendiciones en el futuro. Cuando me diagnosticaron hepatitis B activa, me quejé de Dios en mi corazón y pensé que Él no debería haber permitido que me enfermara, ya que yo cumplía mi deber de forma muy proactiva. Pensé que, si me iba a casa a recuperarme, no podría cumplir mi deber ni recibir bendiciones en el futuro, así que me sentía profundamente desgraciado. Después de regresar a casa, probé todos los métodos posibles para curarme de mi enfermedad y tenía la esperanza de que Dios me bendijera para poder recuperarme lo antes posible. Cuando no me curé de mi enfermedad tras realizar dos tratamientos, me sentí muy angustiado y desesperanzado. Ya no quería orar ni comer ni beber las palabras de Dios, tampoco quería seguir aprendiendo técnicas de edición y vivía sumido en la negatividad. Después, hice oraciones poco sinceras a Dios y dije que mi progreso en la vida era lento porque no estaba cumpliendo mi deber. De forma implícita, le estaba pidiendo a Dios que me quitara mi enfermedad para poder volver a cumplir mi deber. En realidad, no quería ir a cumplir mi deber para complacer a Dios, sino por el bien de mi propio destino futuro. Tenía miedo de que no tendría un buen destino si no podía cumplir mi deber, pero, cuando oraba a Dios, decía que quería cumplir mi deber para perseguir la verdad y complacerlo. ¿Acaso no estaba intentando engañar a Dios de forma descarada? Vi que mi única intención al creer en Dios y cumplir mi deber era que Él me diera bendiciones y beneficios. Todo lo que hacía era tratar de negociar con Dios y exigirle cosas, y no era sincera en absoluto. Dios me creó y todo lo que tengo viene de Él. Ahora tenía la suerte de haber aceptado la salvación de Dios, pero no tenía ninguna gratitud hacia Él. Incluso intentaba hacer tratos con Dios, engañarlo y usarlo. No tenía conciencia ni razón alguna. ¡Era tan despreciable! ¡No tenía humanidad alguna! Si mi fe en Dios siempre estaba corrompida por mis intentos de hacer tratos con Él, jamás obtendría Su aprobación, por muchos deberes que cumpliera. Como mi carácter corrupto e interesado no había cambiado en absoluto, seguía siendo una persona egoísta, vil, perversa y falsa. ¿Cómo podía salvarme siendo así? Pensé en cómo Pablo pasó toda su vida esforzándose por el Señor e hizo incontables obras. Sin embargo, no persiguió en absoluto la verdad y su carácter corrupto no cambió en lo más mínimo. Incluso utilizó su obra y sus esfuerzos como capital para exigirle abiertamente a Dios una corona y dijo: “Me está reservada la corona de justicia” (2 Timoteo 4:8). Con esto, Pablo dio a entender que Dios sería injusto si no le otorgaba una corona. Pablo reclamó abiertamente a Dios, lo que ofendió Su carácter y llevó a que Dios lo maldijera y lo castigara. Cuando reflexioné sobre esto, tuve miedo y me di cuenta de que creer en Dios solo para obtener bendiciones acarrea consecuencias muy graves. Solo entonces entendí que la buena intención de Dios estaba detrás de haber contraído esta enfermedad. Hacía varios años que creía en Dios, pero nunca había perseguido la verdad; solo había buscado bendiciones y había intentado hacer tratos con Dios. Dios no quería que siguiera por la senda equivocada y acabara en la ruina, por lo que usó la enfermedad para frenarme en seco al revelar mis intenciones impuras de buscar bendiciones y me obligó a calmarme y a reflexionar a fondo para que rectificara a tiempo la perspectiva equivocada que tenía detrás de mi búsqueda. Si no hubiera contraído esta enfermedad, no habría podido conocerme a mí mismo en absoluto. Solo entonces entendí la intención meticulosa de Dios y, de forma repentina, desaparecieron todos mis malentendidos sobre Dios y las quejas que tenía contra Él. En su lugar, mi corazón se llenó de gratitud hacia Él. Me di cuenta de que, en el futuro, no podía volver a exigirle nada a Dios, independientemente de que me curara de mi enfermedad o no. En su lugar, debía creer en Él y someterme a Él de forma adecuada. Unos días después, mi padre me llevó al hospital para recibir tratamiento. Oré a Dios: “Dios mío, no sé lo que tendré que afrontar hoy cuando vaya al hospital, pero creo que Tus buenas intenciones se encuentran en todas las cosas. Sea cual sea mi estado, estoy dispuesto a someterme a Ti”. El médico se sorprendió al ver mis resultados y dijo que mi situación era bastante grave. Mi hígado había sufrido daños y tenía una carga viral de hepatitis B demasiado alta, así que necesitaba tratamiento urgente. Al oír esto, me preocupé un poco, pero enseguida me di cuenta de que estaba en manos de Dios que me curara o no. Lo único que debía hacer era aceptar que las cosas fueran por su curso natural y colaborar con el tratamiento. En cuanto a lo que fuera a suceder en el futuro, estaba dispuesto a encomendárselo a Dios. Cuando lo pensé, me sentí tranquilo.

Más adelante, solía sentir inquietud en el corazón y pensaba: “Me paso todo el día en casa y no puedo cumplir mi deber. ¿No acabaré como la basura? Dios no me dará Su aprobación si no consigo cumplir mi deber”. Oré a Dios y busqué cómo experimentar ese entorno. Un día, leí las palabras de Dios: “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y debería cumplirlo sin buscar recompensa y sin condiciones ni razones. Solo esto se puede llamar cumplir con el propio deber. Recibir bendiciones se refiere a las bendiciones que disfruta una persona cuando es hecha perfecta después de experimentar el juicio. Sufrir desgracias se refiere al castigo que recibe una persona cuando su carácter no cambia tras haber pasado por el castigo y el juicio; es decir, cuando no se le hace perfecta. Pero, independientemente de si reciben bendiciones o sufren desgracias, los seres creados deben cumplir su deber, haciendo lo que deben hacer y haciendo lo que son capaces de hacer; esto es lo mínimo que una persona, una persona que busca a Dios, debe hacer(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). “Si, en tu fe en Dios y tu búsqueda de la verdad, eres capaz de decir: ‘Ante cualquier enfermedad o acontecimiento desagradable que Dios permita que me suceda, haga Dios lo que haga, debo someterme y mantenerme en mi sitio como un ser creado. Ante todo, he de poner en práctica este aspecto de la verdad, la sumisión, debo aplicarlo y vivir la realidad de la sumisión a Dios. Además, no debo dejar de lado la comisión que Dios me ha dado ni el deber que he de llevar a cabo. Debo cumplir el deber hasta mi último aliento’, ¿acaso no es esto dar testimonio? Con esta determinación y este estado, ¿puedes quejarte igualmente de Dios? No. En ese momento, pensarás para tus adentros: ‘Dios me da este aliento, me ha provisto y protegido todos estos años, me ha quitado mucho dolor, me ha otorgado abundante gracia y muchas verdades. He comprendido verdades y misterios que la gente no ha comprendido durante varias generaciones. ¡He recibido tanto de Dios que debo corresponderle! Antes tenía muy poca estatura, no entendía nada y todo lo que hacía hería a Dios. Puede que más adelante no tenga otra oportunidad de corresponder a Dios. Me quede el tiempo de vida que me quede, debo ofrecer a Dios la poca fuerza que tengo y hacer lo que pueda por Él para que vea que todos estos años en que me ha provisto no han sido en vano, sino que han dado fruto. Quiero reconfortar a Dios y no herirlo ni decepcionarlo más’. ¿Qué te parece pensar así? No pienses en cómo salvarte o escapar, razonando: ‘¿Cuándo se curará esta enfermedad? Cuando se cure, haré todo lo posible por cumplir mi deber y ser leal. ¿Cómo puedo ser leal estando enfermo? ¿Cómo puedo cumplir el deber de un ser creado?’. Mientras te quede aliento, ¿no puedes cumplir el deber? Mientras te quede aliento, ¿eres capaz de no causar vergüenza a Dios? Mientras te quede aliento, mientras tengas la mente lúcida, ¿eres capaz de no quejarte de Dios? (Sí)” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino posible es la lectura frecuente de las palabras de Dios y la contemplación de la verdad). Después de leer las palabras de Dios, mi corazón se iluminó y entendí que cumplir nuestro deber no tiene nada que ver con recibir bendiciones o padecer infortunios. Cumplir nuestro deber es nuestra responsabilidad y nuestra misión como seres creados; es simplemente lo que debemos hacer. En mis nociones, creía que, mientras cumpliera más deberes, al final, Dios me bendeciría. Pensaba que era como cuando los no creyentes trabajan para su jefe: cuanto más trabajan, más les pagan. En realidad, Dios nunca ha dicho que mientras cumplamos nuestros deberes y hagamos más deberes, Él nos aprobará y nos bendecirá. Mi punto de vista se basaba exclusivamente en mis propias nociones e imaginaciones, y no estaba de acuerdo en absoluto con la verdad. Cumplir nuestro deber es una forma de que persigamos la verdad y alcancemos la salvación en nuestra fe en Dios. Si cumplimos el deber pero no perseguimos la verdad, tomamos la senda equivocada y nuestras actitudes corruptas no cambian en lo más mínimo, entonces, por muchos deberes que cumplamos, Dios jamás nos dará Su aprobación. Por ejemplo, hacía ya varios años que yo creía en Dios y, durante todo ese tiempo, había estado cumpliendo deberes en la iglesia. Sin embargo, no me centraba en comer y beber de las palabras de Dios para resolver mi carácter corrupto en lo más mínimo. Mi intención al cumplir mi deber era siempre recibir bendiciones de Dios y mi carácter corrupto, egoísta y codicioso, no había cambiado en absoluto. Cuando la enfermedad me sobrevino y amenazó mi vida, no pude sino refunfuñar y quejarme de Dios. ¿Acaso no era eso rebelarme contra Dios y resistirme a Él? Si seguía sin perseguir la verdad, en última instancia, mi carácter no cambiaría, no mostraría tener ninguna sumisión verdadera a Dios ni ningún temor verdadero de Él y no daría ningún testimonio. En ese caso, por mucho que me esforzara o por muchos deberes que cumpliera, todo sería en vano y no podría ser salvo. Pensé en Job. En su época, Dios no hizo muchas obras ni encomendó al hombre grandes cosas. Job pasó la mayor parte de su vida pastoreando, pero tenía un lugar para Dios en su corazón; tenía un corazón temeroso de Dios. En su vida, buscó la intención de Dios en todo momento y nunca hizo nada que lo ofendiera. Incluso cuando le sobrevinieron las pruebas y perdió sus bienes y a sus hijos, e incluso cuando su cuerpo se cubrió de llagas de un dolor insoportable, jamás se quejó de Dios. Aun así, fue capaz de someterse a Dios y de alabar Su nombre. La vivencia real de Job se convirtió en un testimonio de la victoria de Dios sobre Satanás, y él recibió la aprobación de Dios. Yo siempre tenía miedo de no poder cumplir más deberes y que me descartaran. Esa era mi noción. Pensándolo bien, los deberes que podía cumplir estaban limitados por mi enfermedad. Dios conocía perfectamente mi situación. Por ejemplo, hay hermanos y hermanas que no pueden cumplir sus deberes porque están en la cárcel, pero Dios nunca ha dicho que no los aprueba. Dios no evalúa a las personas según el número de deberes que cumplen; en cambio, se fija en la senda que siguen y en si sus actitudes corruptas cambian. Ahora, el entorno que Dios había dispuesto para mí era que experimentara Su obra en casa, y yo debía aceptarlo, someterme y centrarme en comer y beber las palabras de Dios y en perseguir la verdad. Eso es lo que debía hacer. Leí este pasaje particular de las palabras de Dios: “No pienses en cómo salvarte o escapar, razonando: ‘¿Cuándo se curará esta enfermedad? Cuando se cure, haré todo lo posible por cumplir mi deber y ser leal. ¿Cómo puedo ser leal estando enfermo? ¿Cómo puedo cumplir el deber de un ser creado?’. Mientras te quede aliento, ¿no puedes cumplir el deber? Mientras te quede aliento, ¿eres capaz de no causar vergüenza a Dios? Mientras te quede aliento, mientras tengas la mente lúcida, ¿eres capaz de no quejarte de Dios?(La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. El único camino posible es la lectura frecuente de las palabras de Dios y la contemplación de la verdad). Las palabras de Dios me permitieron entender que, cuando Dios nos exige cumplir nuestro deber, se refiere a practicar la verdad y a dar testimonio de Él. No quiere hacer que la gente se esfuerce por Él. Incluso si jamás me recupero de mi enfermedad y nunca más puedo volver a salir a cumplir mi deber, si soy capaz de desprenderme de mi intención de obtener bendiciones, dejo de intentar hacer tratos con Dios y estoy dispuesto a someterme a Él, independientemente de que reciba bendiciones o padezca infortunios, eso también es un deber que debo cumplir ante Dios. Independientemente de cómo evolucione mi enfermedad en el futuro, de que pueda volver a salir a cumplir mi deber o no, así como del tipo de entorno que Dios disponga para mí, debo seguir creyendo en Dios con sinceridad y perseguir la verdad. Cuando lo entendí, sentí que realmente se me iluminaba el corazón y me dejó de preocupar que me recuperara o no de mi enfermedad. ¡Sentí una sensación de alivio y ligereza, como si me hubiera despojado de unos pesados grilletes!

Luego, me organicé un plan para cada día de la semana. Hacía mis prácticas devocionales espirituales, comía y bebía las palabras de Dios, cantaba himnos y aprendía técnicas de edición, lo que me hizo llevar una vida muy plena. Más tarde también empecé a practicar la redacción de sermones para predicar el evangelio. Sin darme cuenta, me olvidé de mi enfermedad y, a veces, hasta me olvidaba de tomarme la medicina cuando me despertaba por la mañana. Un mes pasó con rapidez y llegó el momento de hacerme otra revisión. Ya no estaba nervioso ni tenía esperanzas de que curarme de mi enfermedad; sabía que había lecciones que debía aprender, independientemente de que me curara o no. Oré a Dios en silencio y pasé por la revisión con calma. Cuando fui a recoger los resultados de la revisión médica, vi que mi nivel de transaminasas había bajado a 34 U/L. Temía haberlo leído mal, así que lo volví a leer con cuidado. ¡Realmente era 34 U/L! Mi función hepática había vuelto a la normalidad y mis niveles del virus de la hepatitis B también habían bajado hasta estar dentro del rango normal. No me lo pude creer hasta que salí del hospital. Parecía un sueño. Ese mes había sido el mes en que había tomado la medicación con menos regularidad. A veces, se me había olvidado tomarla durante dos días seguidos, pero me había curado de mi enfermedad sin darme cuenta. Sentí en mi corazón que eso era obra de Dios. Recordé estas palabras de Dios: “El corazón y el espíritu de las personas están en manos de Dios; todo lo que hay en su vida es contemplado por los ojos de Dios. Independientemente de si crees en todo esto o no, todas las cosas y cualquiera de ellas, ya estén vivas o muertas, se moverán, se transformarán, se renovarán y desaparecerán de acuerdo con los pensamientos de Dios. Así es como Dios tiene la soberanía sobre todas las cosas(La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Dios es la fuente de la vida del hombre). Las palabras de Dios me permitieron entender que Él tiene soberanía sobre todas las cosas, tanto las vivas como las muertas, y que todas cambian conforme a los pensamientos de Dios. No se ven afectadas por ningún otro factor. Esta es la autoridad de Dios. Tomemos mi enfermedad como ejemplo. Cuando vivía sumido en un estado incorrecto, por mucho que tratara mi enfermedad, no hacía más que empeorar y nunca mejoraba. Sin embargo, cuando obtuve cierta comprensión sobre mí mismo y mi estado cambió un poco, me recuperé de inmediato, a pesar de que tomaba la medicación de manera irregular. ¡Sentí que Dios es tan todopoderoso y que Sus obras son tan milagrosas! Alabé a Dios desde lo más profundo de mi corazón. Esta enfermedad había durado casi un año y había sufrido mucho durante esa época. Sin embargo, gracias a esta experiencia, obtuve cierta comprensión sobre la autoridad de Dios y mi fe en Él aumentó, ¡así que sentí que contraer esta enfermedad había merecido la pena!

A través de esta enfermedad, entendí mis propias intenciones impuras de buscar bendiciones y también vi con claridad mi lado más desagradable: era egoísta y vil. Vi que todo lo que Dios hizo fue para purificarme, para guiarme por la senda correcta de la fe en Él y para hacer que viviera con humanidad y razón. Si no hubiera pasado por el proceso de templado por medio de esta prueba, no habría entendido las impurezas de mi fe en Dios; y mucho menos habría entendido lo que significa cumplir realmente con mi deber como ser creado. Fue a través de esta enfermedad que Dios me salvó y produjo, justo a tiempo, un punto de inflexión en mi fe en Él. Finalmente experimenté que el hecho de que esta enfermedad me sobreviniera fue, en realidad, una bendición de parte de Dios. ¡Le doy gracias a Dios desde lo más profundo de mi corazón!

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