9. Las palabras de Dios me guiaron a despojarme de mis sentimientos represivos
Cumplo deberes de traducción en la iglesia y soy la principal responsable de traducir las palabras de Dios al inglés. A finales de julio de 2023, los líderes compartieron con nosotros muchos principios sobre la traducción. También nos pidieron que fuéramos meticulosos y que hiciéramos bien el trabajo de traducción. De este modo, más personas en todo el mundo podrían leer las palabras que Dios expresa, podrían aceptar la obra de Dios de los últimos días y regresar a la casa de Dios cuanto antes. Me sentí llena de determinación. Sentía que los principios que los líderes habían compartido corregían muchas de nuestras desviaciones anteriores y que nos habían dado una senda más clara para cumplir nuestros deberes. Quería esforzarme para mejorar y cumplir bien con este deber.
Una de las tareas más importantes para traducir las palabras de Dios con precisión es determinar la traducción de los términos espirituales. Esta tarea no nos resulta fácil. Primero, porque hay un gran número de términos espirituales y, segundo, porque para traducirlos con precisión, primero tenemos que establecer con claridad el significado en chino de esos términos y, luego, encontrar palabras en inglés que tengan significados similares. Para determinar la traducción de cada término espiritual, tenemos que dedicar mucho tiempo y esfuerzo a investigar materiales, consultar diversas fuentes y debatir. Muchos términos no pueden definirse tras una sola conversación y tenemos que seguir consultando y debatiendo. Si encontramos problemas que no podemos resolver, tenemos que pedir consejo a los líderes. Por lo tanto, esta tarea requiere mucho tiempo y energía, así como mucha paciencia. Al principio, aunque me resultaba difícil, cuando pensaba en cómo Dios me había elevado para tener la suerte de cumplir un deber tan importante, me sentía un poco más motivada. Pero, más adelante, vi que los términos espirituales cuya traducción había que estandarizar no paraban de aumentar, que era difícil determinar una traducción precisa para muchos de ellos y que, en cuanto resolvíamos una dificultad, enseguida aparecía otra. Recuerdo una ocasión cuando nos encontramos con dos términos espirituales difíciles de definir e, incluso después de consultar y debatir, no logramos encontrar las palabras adecuadas en inglés para expresarlos. Más tarde, finalmente conseguimos encontrar ciertas palabras relativamente apropiadas, pero luego vimos que todavía habíamos pasado por alto cosas y tuvimos que volver a investigar materiales, consultar a traductores profesionales, debatir y buscar de nuevo. La cabeza me daba vueltas de solo de pensar en todo esto y sentía que la presión se había duplicado de repente. Pensé: “Este trabajo es más intrincado que hacer bordados. Si tenemos que seguir investigando, consultando y debatiendo, ¡nos llevará muchísimo esfuerzo y energía! ¡Realmente no tengo paciencia para esto! Además, aunque consigamos definir estos dos términos, ¡aún quedan muchísimos por definir y ni siquiera sé qué dificultades tendré que enfrentar o cuál es el precio que deberé pagar para hacerlo! Este deber es muy agotador. ¿Cuándo tendré la oportunidad de descansar un poco?”. A veces, los hermanos y hermanas también nos apremiaban para que hiciéramos la traducción más deprisa, de lo contrario, otro trabajo se vería afectado. Esto me hacía sentir bajo aún mayor presión. Además, aparte de esta tarea, también tenía que revisar traducciones en las que encontraba dificultades. A veces, los hermanos y hermanas me hacían preguntas de traducción y había ocasiones en las que no se me ocurría nada ni sabía cómo resolver esos problemas. Estas dificultades por todas partes me hacían sentir asfixiada y no podía sino sentirme molesta y abatida. Estaba triste todos los días, como si tuviera una piedra que me aplastaba el pecho, y sentía que cumplir este deber era demasiado duro y difícil. Envidiaba a los hermanos y hermanas cuyos deberes parecían más fáciles y pensaba en lo bien que estaría si pudiera hacer ese tipo de deberes, ya que así tendría una vida diaria más cómoda. Por aquel entonces, aunque no dejé de trabajar, era pasiva en mis deberes y los hacía a regañadientes. Estaba siempre cansada, quería tomarme un descanso y relajarme después de cumplir mi deber por un rato, y la eficacia de mi trabajo era baja. A veces, cuando veía que tenía que ocuparme de muchas tareas, no pensaba en cómo planificar el tiempo de forma racional para ocuparme de ellas con eficacia. En cambio, simplemente hacía lo que iba surgiendo y, mientras lo hacía, no paraba de quejarme de que había demasiado trabajo. Una vez, ya no aguantaba más las emociones represivas. Sentía un nudo en el pecho y no podía pensar con claridad, así que apagué la computadora y salí fuera para estar sola un rato y calmarme.
Durante esa reflexión en silencio, pensé en cómo, durante todo ese tiempo, cada vez que me encontraba con un problema o una dificultad, me sentía molesta y reprimida, y envidiaba a los hermanos y hermanas cuyos deberes parecían más fáciles y tenían menos dificultades. Me di cuenta de que mi estado no era correcto y que tenía que cambiarlo sin demora. Durante los días siguientes, oré a menudo a Dios, le conté sobre mi estado y busqué las palabras de Dios para resolver mi estado. Un día, leí un pasaje de las palabras de Dios que realmente me inspiró. Dios Todopoderoso dice: “Todo el proceso de construcción del arca estuvo lleno de dificultades. De momento, dejemos de lado cómo Noé salió adelante del azote de los vientos, el sol abrasador y la lacerante lluvia, el tremendo calor y el intenso frío, y el cambio de las cuatro estaciones, año tras año. Hablemos primero de la colosal empresa que supuso la construcción del arca, de la preparación por parte de Noé de los diversos materiales y de las innumerables dificultades a las que se enfrentó en el transcurso de la construcción del arca. ¿Cuáles fueron esas dificultades? Al contrario de lo que la gente piensa, algunas tareas físicas no siempre salieron bien a la primera, y Noé tuvo que pasar por numerosos fracasos. Tras terminar algo, si tenía mal aspecto, lo desarmaba, y después de desarmarlo, tenía que preparar más materiales y rehacerlo por completo. No era como en la época moderna, que toda la gente hace todo con aparatos electrónicos y, una vez configurado, el trabajo se realiza según lo indicado en un programa definido previamente. Hoy en día, cuando se realiza un trabajo de este tipo, todo está mecanizado y se realiza con solo encender una máquina. Pero Noé vivía en una era de sociedad primitiva, donde todo el trabajo se realizaba de forma manual y debías hacer todas las tareas con las manos, utilizando los ojos y la mente, además de tu propia diligencia y energía. Por supuesto, más que nada, la gente necesitaba apoyarse en Dios. Necesitaban buscar a Dios en todas partes y en todo momento. En el proceso de toparse con todo tipo de dificultades, y a lo largo de los días y las noches que pasó construyendo el arca, Noé tuvo que enfrentarse no solo a las diversas situaciones que se produjeron mientras completaba esta colosal empresa, sino también a los diversos ambientes que le rodeaban, así como al ridículo, las calumnias y el abuso verbal de los demás. […] Ante toda clase de problemas, dificultades y desafíos, Noé no retrocedió. Cuando a menudo fracasaban algunas de sus tareas de ingeniería más difíciles y estas sufrían daños, a pesar de que sentía disgusto y preocupación en el corazón, cuando pensaba en las palabras de Dios, cuando recordaba cada palabra que Dios le había ordenado y cómo Él lo había elevado, solía sentirse extremadamente motivado: ‘No puedo rendirme, no puedo ignorar lo que Dios me ha ordenado y encomendado hacer. Esta es la comisión de Dios, y puesto que la acepté, dado que oí las palabras que Dios pronunció y Su voz, y como acepté esto de parte de Él, debo someterme completamente, que es lo que debería hacer un ser humano’. Así que, sin importar el tipo de dificultades a las que se enfrentara, la clase de burlas o calumnias con las que se encontrara, y por muy agotado que estuviera su cuerpo y muy cansado que se sintiera, no abandonó lo que le había encomendado Dios, y tuvo siempre en mente cada una de las palabras de lo que Él había dicho y ordenado. Por mucho que cambiara su entorno y por muy grandes que fueran las dificultades que afrontara, confiaba en que nada de eso sería eterno, que solo las palabras de Dios perdurarían para siempre, y que únicamente se cumpliría con toda certeza aquello que Dios había ordenado hacer. Noé poseía verdadera fe en Dios y la sumisión que debía tener, y siguió construyendo el arca que Dios le había pedido construir. Día tras día, año tras año, Noé envejeció, pero su fe no disminuyó ni se produjo ningún cambio en su actitud ni en su determinación de completar la comisión de Dios. Aunque hubo momentos en los que su cuerpo se sintió cansado y exhausto, cayó enfermo y su corazón se debilitó, su determinación y perseverancia a la hora de completar la comisión de Dios y someterse a Sus palabras no decrecieron. Durante los años en que Noé construyó el arca, practicó la escucha de las palabras que Dios había pronunciado y la sumisión a estas, y también practicó una verdad importante de un ser creado y una persona corriente que debe completar la comisión de Dios” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Digresión tres: Cómo obedecieron Noé y Abraham las palabras de Dios y se sometieron a Él (II)). Al meditar en las palabras de Dios, me sentí profundamente avergonzada. Pensé en la época en la que no existían los dispositivos electrónicos. Noé tuvo que construir un arca enorme solo con sus propias manos y enfrentó unas dificultades y presiones inmensas. Durante los 120 años que duró la construcción del arca, el esfuerzo y el tiempo que tuvo que dedicar, la gran cantidad de trabajo que hizo y el número de dificultades y fracasos que afrontó son cosas que a la gente le cuesta imaginar hoy en día. Además de eso, también tuvo que enfrentarse a la incomprensión de su familia y a las burlas e insultos de quienes lo rodeaban. Pero no se desanimó ni renunció por la gran presión que sufría, y su fe y sumisión verdaderas hicieron que se mantuviera firme para cumplir la comisión de Dios. Al compararme con él a la luz de todo esto, las dificultades y presiones que yo afrontaba no eran nada en comparación con las de Noé. Aunque el trabajo de traducción implicaba muchos detalles y desafíos, los líderes habían compartido principios y había otros hermanos y hermanas con los que podía colaborar. Además, cuando encontrábamos dificultades que no podíamos resolver, podíamos pedir ayuda a los líderes. De esta manera, las dificultades y los problemas se podían resolver y el trabajo podía avanzar con normalidad. Pero como yo no quería pagar un precio ni esforzarme en pensar detenidamente las cosas, sentía que cumplir este deber era demasiado difícil, que la presión era demasiado grande y hasta pensaba en cambiar a un deber más liviano. En realidad, este era un deseo de abandonar mi deber y traicionar a Dios. Mi fe era demasiado pequeña y no me sometía a Dios; no era digna de la más mínima confianza. También vi que, cuando Noé afrontó dificultades y presiones, oró a Dios y confió en Él. Sin embargo, cuando yo afrontaba dificultades y presiones, las reprimía en mi interior y no confiaba en Dios ni acudía a Él para resolverlas. Como consecuencia, sentía que la presión no hacía más que aumentar. Tenía que emular a Noé y aprender a confiar en Dios. Más adelante, cuando volví a enfrentar dificultades en mis deberes, al principio seguía sintiendo cierta presión, pero pensar en la historia de Noé me daba fuerzas para rebelarme contra mi carne. Al orar a Dios y confiar en Él, y al debatir y buscar junto con los hermanos y hermanas, logramos encontrar soluciones relativamente adecuadas para algunos problemas. Mi corazón se sentía más tranquilo y alegre, y ya no tenía el ceño fruncido todo el tiempo.
Un tiempo después, la hermana con la que colaboraba tuvo que ocuparse de otras tareas, así que yo era la única persona a cargo del trabajo de traducción. Además, había tres hermanas nuevas en el equipo que necesitaban que las guiaran para familiarizarse con el trabajo. Todo esto junto me hizo sentir una gran presión. Aunque estaba sentada delante de la computadora todo el día y no tenía que moverme, en mi mente era un frenesí constante. No solo tenía que terminar mis propias tareas, sino que también debía dar seguimiento al trabajo del resto del equipo y resolver los problemas a tiempo. A veces, hasta tenía que comunicarme con hermanos y hermanas de otros equipos sobre ciertos asuntos. Siempre había muchísimas cosas de las que encargarse y tenía la mente en constante tensión. Cada noche, cuando me iba a acostar, pensaba: “Cumplir este deber es muy agotador. ¿Cuándo podré descansar un poco? Me paso el día pensando en problemas, estoy bajo presión constante… ¿no afectará esto mi salud? ¿Cuándo podré cumplir mis deberes con facilidad y en piloto automático? Así no estaría tan cansada”. Una vez más, no podía sino pensar en cambiar a un deber más liviano. Más adelante, aunque estaba ocupada, lo hacía a regañadientes, pero solo por miedo a retrasar el trabajo. Mi corazón estaba lleno de emociones negativas y reprimidas. A menudo, me enfadaba y perdía la paciencia por nimiedades, y solía faltarme la paciencia cuando me comunicaba con otras personas sobre el trabajo. Una noche, tras pasar mucho tiempo explicando cierto trabajo a una hermana recién llegada, perdí la paciencia y mi tono de voz reveló mi irritación. Cuando terminé de hablar, sentí cierto remordimiento y me di cuenta de que hablarle así a la hermana podía hacer que se sintiera limitada. Me di cuenta de que mi estado no era el correcto y que estaba hundida en emociones represivas, así que, en los días siguientes, oré y reflexioné sobre cuál era mi problema.
Un día, vi un pasaje de las palabras de Dios citado en un vídeo de un testimonio vivencial: “Hay tres causas y razones principales por las que esta emoción negativa que es la represión surge en las personas. La primera es que muchas personas, ya sea en sus vidas cotidianas o en el proceso de llevar a cabo sus deberes, sienten que no pueden hacer lo que les apetece. […] ¿Qué significa ser incapaz de hacer lo que a uno le apetece? Significa no poder satisfacer todo deseo que se le pasa a uno por la cabeza. Estas personas tienen el requisito de poder hacer lo que quieran, cuando quieran y cómo quieran, tanto en su trabajo como en sus vidas. Sin embargo, debido a varias razones, como las leyes, los ambientes en los que viven o las reglas, sistemas, estipulaciones y medidas disciplinarias de un grupo y demás, las personas son incapaces de obrar según sus propios deseos y figuraciones. En consecuencia, se sienten reprimidas en su interior. Dicho sin rodeos, esta represión ocurre porque una persona se siente agraviada, algunas incluso ofendidas. Hablando con total sinceridad, no poder hacer lo que a uno le apetece significa no poder satisfacer la propia voluntad, significa que uno no puede ser obstinado ni complaciente a su antojo debido a diversas razones y a las restricciones de diversas condiciones y entornos objetivos. Por ejemplo, algunas personas son siempre superficiales y hallan la manera de holgazanear en el cumplimiento de sus deberes. A veces, la labor de la iglesia requiere premura, pero ellas solo quieren hacer lo que les apetece. Si no se sienten muy bien físicamente, o llevan un par de días de mal humor y con el ánimo decaído, no estarán dispuestas a soportar adversidades ni a pagar un precio por hacer el trabajo de la iglesia. Son particularmente holgazanas y codician las comodidades. Cuando carecen de motivación, sus cuerpos se vuelven perezosos, y no están dispuestas a moverse, pero temen que los líderes las poden y que sus hermanos y hermanas las llamen vagas, así que la única opción que les queda es realizar el trabajo a regañadientes junto con todos los demás. Sin embargo, se sentirán muy poco dispuestas, además de infelices y reacias a hacerlo. Se sentirán agraviadas, ofendidas, sofocadas y agotadas. Quieren obrar según su propia voluntad, pero no se atreven a separarse o a ir en contra de las exigencias o estipulaciones de la casa de Dios. En consecuencia, con el tiempo empieza a surgir en ellas una emoción: la represión. Una vez que esta emoción represiva se arraiga en ellas, empezarán poco a poco a mostrarse desganadas y débiles. Al igual que una máquina, ya no entenderán lo que hacen con claridad, pero seguirán haciendo a diario lo que se les diga, de la manera en la que se les diga. Aunque a primera vista continuarán llevando a cabo sus tareas sin detenerse, sin pausa, sin apartarse del entorno de cumplir con sus deberes, en sus corazones se sentirán reprimidas, y pensarán que sus vidas son agotadoras y están llenas de agravios” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (5)). Después de leer las palabras de Dios, entendí que las personas pueden desarrollar emociones negativas y represivas porque son perezosas, siempre buscan hacer lo que les place y desean la comodidad física y evitar sufrir. Cuando sus deberes ya no les permiten hacer lo que les place o vivir de forma libre e indulgente, sus corazones se tornan muy reacios y, con el tiempo, surgen las emociones represivas. Al comparar esto conmigo misma, me di cuenta de que yo también buscaba la comodidad física y esperaba poder pasar los días con tranquilidad y cumplir mis deberes en piloto automático, sin enfrentar ninguna dificultad ni tener a nadie que me apremiara. Al principio, cuando estandarizaba la traducción de los términos espirituales, estaba entusiasmada con hacer esta tarea y, cuando había dificultades, podía superarlas. Pero, a medida que aumentaron las dificultades, sentí que tenía que soportar mucho sufrimiento y pagar un alto precio para hacerlo bien, así que mi corazón se volvió reacio y sentí que este deber era demasiado agotador. Aunque sabía que no podía retrasar el trabajo y me esforzaba para hacerlo en apariencia, por dentro, me sentía totalmente extenuada y solo deseaba que llegara el día en que pudiera tomarme un descanso y relajarme un poco. Más adelante, cuando los hermanos y hermanas me instaban a que fuera más deprisa y cuando mi compañera estaba ausente, mi carga de trabajo aumentó, tuve que dedicar aún más tiempo y energía, y volví a sentir resistencia en mi corazón. Como tenía miedo de retrasar el trabajo, simplemente cumplía mi deber a regañadientes, trabajaba refunfuñando por dentro y me sentía enormemente agraviada. Vivía cada día hundida en sentimientos represivos, desanimada e irritable, y la vida era realmente agotadora. Me di cuenta de que, en mis deberes, solo me preocupaba si mi cuerpo estaba cómodo. Era muy perezosa, carecía de conciencia y de razón, y estaba defraudando terriblemente a Dios.
Más adelante, leí otros dos pasajes de las palabras de Dios: “Si las personas buscan sin cesar la comodidad física y la felicidad y no desean sufrir, entonces bastará con un poco de sufrimiento físico y cansancio adicional, o con sufrir un poco más que otros, para sentirse reprimidas. Esta es una de las causas de la represión. Si las personas no consideran que un pequeño sufrimiento físico sea un gran problema, y no buscan la comodidad física, sino que persiguen la verdad y buscan cumplir bien con sus deberes para satisfacer a Dios, entonces a menudo no sentirán sufrimiento físico. Incluso si a veces se sienten un poco ocupadas, cansadas o agotadas, continuarán con su trabajo después de dormir un poco y despertar revigorizadas. Se concentrarán en sus deberes y en su trabajo; no considerarán que un poco de fatiga física sea un problema importante. Sin embargo, cuando surge un problema en el pensamiento de las personas y buscan sin parar la comodidad física, cada vez que sus cuerpos físicos se vean ligeramente agraviados o no puedan hallar satisfacción, surgirán en ellas ciertas emociones negativas” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (5)). “Para llegar a la comprensión de las naturalezas, además de desenterrar las cosas que le gustan a la gente en ellas, también hay que desenterrar varios de los aspectos más importantes que pertenecen a dichas naturalezas. Por ejemplo, los puntos de vista de las personas sobre las cosas; sus métodos y sus metas en la vida; sus valores vitales y sus perspectivas sobre la vida, así como sus opiniones e ideas sobre todas las cosas relacionadas con la verdad. Estas cosas están, todas, en lo profundo del alma de la gente y guardan una relación directa con la transformación del carácter. ¿Cuál es, entonces, la perspectiva vital de la especie humana corrupta? Se puede decir que es la siguiente: ‘Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda’. Toda la gente vive para sí misma; por decirlo con franqueza, vive para la carne. Solamente vive para llevarse comida a la boca. ¿En qué se diferencia esta existencia de la de los animales? No tiene ningún valor vivir así, y menos aún sentido. Tu perspectiva vital se basa en aquello de lo que dependes para vivir en el mundo, aquello para lo que vives y cómo vives, y todo esto tiene que ver con la esencia de la naturaleza humana. Al diseccionar la naturaleza de las personas, verás que todas se oponen a Dios. Todas ellas son diablos y no hay ninguna genuinamente buena. Solo si diseccionas la naturaleza de la gente puedes conocer de verdad la corrupción y la esencia del hombre y entender de qué forma parte realmente la gente, de qué carece en realidad, con qué debería equiparse y cómo debería vivir con semejanza humana. No es fácil diseccionar verdaderamente la naturaleza de una persona ni puede hacerse sin experimentar las palabras de Dios o tener experiencias reales” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Lo que se debe saber sobre cómo transformar el propio carácter). Después de leer las palabras de Dios, entendí que las emociones represivas no surgen porque cumplir los deberes sea demasiado agotador, sino porque hay algo erróneo con lo que piensan y opinan las personas. Si una persona busca cumplir bien con su deber para complacer a Dios, entonces, cuando se encuentre con dificultades en su deber, solo pensará en cómo confiar en Dios para resolverlas y no se hundirá en emociones negativas ni se sentirá reacia y reprimida. Luego, cuando las dificultades se resuelvan, sentirá paz y alegría en el corazón, y no se sentirá agraviada por haber sufrido o haberse agotado. La razón por la que yo me volvía negativa, recia y hasta me sentía reprimida cuando sufría un poco o me cansaba era porque había estado buscando un deber fácil y sin dificultades, y me volvía reacia cuando tenía que trabajar duro o sufrir un poquito más. Esto demostraba que mis pensamientos y perspectivas eran erróneos. Al reflexionar detenidamente, descubrí que siempre había seguido las filosofías de Satanás, como “Date los gustos en vida” y “La vida es breve; disfruta mientras puedas”. Creía que las personas debían darse los gustos en vida y evitar sufrir demasiado. Cuando iba a la escuela, vi que algunos compañeros estudiaban hasta altas horas de la noche y hacían ejercicios con frenesí para entrar a una buena universidad, pero yo pensaba que eso era demasiado duro y agotador, y que no debía ser tan dura conmigo misma. Después, cuando entré en la universidad, aunque me especialicé en traducción de inglés, nunca tuve intención de trabajar en este campo porque consideraba que era un trabajo demasiado detallista y mentalmente agotador. Solo quería encontrar un trabajo fácil, ganar algo de dinero y vivir cómodamente. Tras venir a la casa de Dios para cumplir mi deber, seguía viviendo según estas filosofías satánicas. Solo quería cumplir mis deberes de forma relajada, no quería enfrentar dificultades ni tener a nadie que me presionara para que avanzara y solo quería pasarme los días trabajando en piloto automático. Por lo tanto, cuando encontraba algunas dificultades en el trabajo y sufría un poco más físicamente, me quejaba de las dificultades y del sufrimiento y sobrellevaba el trabajo a regañadientes. Hasta descargaba mi insatisfacción en los demás y también deseaba cambiarme a un deber más liviano. Pensándolo bien, al principio, realmente quería cumplir este deber de forma adecuada, pero ese deseo y esa determinación se esfumaron como un espejismo y se convirtieron en palabras vacías solo porque mi cuerpo había sufrido un poco. Cuando mi cuerpo tenía que pasar por alguna dificultad momentánea, me volvía negativa y reacia, arrastraba los pies en mi deber y afectaba cómo avanzaba el trabajo. No solo no sentía ninguna culpa ni me reprochaba nada, sino que hasta me sentía agraviada por el sufrimiento que había padecido mi cuerpo. ¡Realmente era tozuda y egoísta! Había estado viviendo según estos venenos satánicos, me había vuelto extremadamente perezosa, codiciaba la comodidad, era incapaz de soportar ninguna dificultad y no poseía nada de humanidad normal. Si seguía así, no solo no conseguiría cumplir mi deber, sino que hasta podría abandonarlo y retrasarlo en cualquier momento, hasta el punto de que trastornaría y perturbaría el trabajo y, en última instancia, Dios me desdeñaría. Durante esa época, también me fui enterando de a poco de que habían destituido a algunos hermanos y hermanas por ser irresponsables en sus deberes y retrasar gravemente el trabajo de la casa de Dios. Me asusté bastante y no quise transitar su senda del fracaso. Pensándolo bien, como ser creado, cumplir mi deber es lo más importante en mi vida y tengo que darlo todo para hacerlo bien. Por muy alto que sea el precio, por mucho esfuerzo que requiera y por mucha comodidad y disfrute físico que deba abandonar, todo vale la pena. Tenía que cambiar mi estado cuanto antes y cumplir bien con mi deber.
Más adelante, leí estas palabras de Dios: “Como adulto, debes asumir estas cosas, sin quejarte ni resistirte y, sobre todo, sin eludirlas ni rechazarlas. La actitud de un adulto en la vida no puede ser ir a la deriva, permanecer ocioso, hacer las cosas a su antojo, ser obstinado o caprichoso o hacer únicamente lo que le apetece. Todo adulto debe asumir las responsabilidades como tal, con independencia de las presiones a las que se enfrente, como las adversidades, enfermedades e incluso las diversas dificultades: son cosas que todo el mundo debe experimentar y soportar. Forman parte de la vida de una persona normal. Si no puedes aguantar la presión, tolerar el sufrimiento o soportar los golpes, significa que no tienes perseverancia ni determinación y eres demasiado frágil e inútil. Todo el mundo —ya sea en la sociedad o en la casa de Dios— debe soportar este sufrimiento en su vida. Esta es la responsabilidad que todo adulto debería asumir, la carga que debería soportar, y nadie puede eludirla. Tampoco deberías intentar evitarla” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (5)). “Todos aquellos que creen realmente en Dios son individuos que se ocupan del trabajo que les corresponde, son los que están dispuestos a desempeñar su deber, son capaces de asumir una labor y la hacen bien, de acuerdo con su calibre y los preceptos de la casa de Dios. Por supuesto, cuando comienzas a hacer trabajo, puede que no tengas una idea clara de qué hacer o puede que no seas capaz de captar los principios, y puede resultar un poco agotador. Sin embargo, si tienes la determinación de hacer tu parte, estás dispuesto a buscar los principios-verdad y puedes lograr una cooperación armoniosa con otros, entonces tu cumplimiento del deber dará resultados de manera natural y, al mismo tiempo, pondrás la verdad en práctica y desecharás tus actitudes corruptas con facilidad, así como serás acorde al estándar en el cumplimiento del deber. Por tanto, tienes que pagar un poco de precio. Cuando tengas el impulso de ser obstinado, debes orar a Dios, rogarle que te discipline, y debes rebelarte contra la carne y restringirte, hacer que tus deseos egoístas mengüen paulatinamente. Debes buscar la ayuda de Dios en asuntos cruciales, en momentos y en tareas cruciales. Si tienes determinación, entonces debes pedirle a Dios que te reprenda y te discipline, y que te esclarezca para que seas capaz de entender la verdad, de esa manera obtendrás mejores resultados. Si tu determinación es auténtica, si acudes ante Dios para orar y le apelas, Él te esclarecerá; cambiará tu estado y tus pensamientos. Si el Espíritu Santo realiza un poco de obra, te conmueve y te esclarece un poco, tu corazón cambiará y se transformará tu estado. Cuando ocurra esta transformación en tu estado, tus emociones represivas se aliviarán un poco y ya no serás como antes. Sentirás que vivir así no resulta agotador. Disfrutarás al cumplir tu deber en la casa de Dios. Sentirás que, solo al ser capaz de soportar dificultades, pagar un precio, seguir las reglas y hacer las cosas según los principios en el cumplimiento de tu deber es la clase de vida que una persona normal debería llevar. Sentirás que cuando vives según la verdad y haces bien tu deber, tu corazón está firme y en paz, así como que solo vivir de esta manera tiene sentido” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (5)). Las palabras de Dios hablan de “la pesada carga que debería llevar un adulto”. Al reflexionar sobre esta frase una y otra vez, mi corazón se iluminó un poco. Toda persona en este mundo lleva cargas en la vida, como la presión laboral, la carga pesada de una familia, etc. Un adulto con una humanidad normal debe asumir sus propias cargas y no debe quejarse ni evadirlas. Ahora, estoy cumpliendo mi deber en la casa de Dios. Debo afrontar y aceptar de manera correcta las distintas dificultades que encuentro en mi deber y debo esforzarme al máximo por cumplirlo bien. Por muy duro o doloroso que sea, no debo abandonar mi deber ni hundirme en emociones represivas, sino que debo afrontar el desafío y hacer bien lo que debe hacerse. Así es como debe ser un adulto y esta es una manifestación de una humanidad normal. Ahora, estoy cumpliendo deberes de traducción. Para cumplir bien con este deber, tengo que ser meticulosa y resolver los problemas uno a uno. Ahora, la obra de Dios se está acelerando y el evangelio se está difundiendo por todo el mundo. Dios desea con urgencia que Sus palabras puedan difundirse por todos los países. Solo al traducir sin demora los libros de las palabras de Dios podemos permitir que los hermanos y hermanas de todos los países coman y beban cuanto antes las palabras de Dios y que más de las ovejas de Dios oigan Su voz y acudan a Él. Pensé en que el hecho de que yo pudiera cumplir un deber tan importante era la exaltación de Dios, así que debía dejar de lado mi opinión de buscar la comodidad física y debía cumplir mis deberes con todas mis fuerzas. Cuando encuentre dificultades o me sienta bajo presión, tengo que orar más a Dios y pedirle que me esclarezca y me guíe para poder recibir Su ayuda y guía. De este modo, puedo despojarme de a poco de mi estado de sentirme reprimida y cumplir bien con mi deber.
Un tiempo después, los líderes nos asignaron una tarea que consistía en revisar la traducción de dos libros conforme a los principios. Esta tarea se basaba bastante en los principios y la carga de trabajo también era bastante grande. Al principio, encontramos muchos problemas y no sabíamos cómo resolverlos. Al ver estos problemas, me sentí agobiada y pensé: “Estos problemas son bastante complejos, así que debería calmarme para entender el contexto específico de cada uno de ellos y también usar los principios para juzgar cómo manejarlos de forma adecuada. Todo esto llevará mucho tiempo y energía”. Al pensar en el sufrimiento que se avecinaba, no pude sino sentirme reacia. Después, al pensar que este era mi deber y que tenía que hacerlo bien, entendí que debía rebelarme contra mi carne y cumplir con mis responsabilidades. Así que compartí estos problemas seriamente con los hermanos y hermanas y los analizamos juntos. Durante este proceso, también oré a Dios para que nos esclareciera y guiara para poder clarificar los principios, revisar bien los dos libros y enmendar cada problema correctamente. Después de orar, realmente me rebelé contra mi carne. Primero, leía y meditaba con cuidado sobre los principios y, luego, debatía con paciencia cada problema con los hermanos y hermanas. Cuando había desacuerdos, buscábamos los principios y debatíamos hasta llegar a un consenso. Algunos problemas eran bastante difíciles y solo los resolvíamos después de tener varias conversaciones. Aunque a veces los diálogos se alargaban hasta tarde y me sentía físicamente cansada, sentía paz y alegría en el corazón, ya que, al orar a Dios y colaborar de verdad, no solo me quedaron claros los principios que antes no entendía, sino que también me abstuve de hacer caso a mi carne y me esforcé al máximo por hacer esta tarea. Así, mi corazón se llenó de satisfacción.
Durante los días siguientes, todavía había cierta presión en el trabajo y también encontrábamos problemas y dificultades que eran difíciles de resolver. A veces, cuando pensaba en el sufrimiento que mi carne debía sufrir para resolver esos problemas, todavía me sentía algo reacia, pero, cuando recordaba esa experiencia reciente, sentía que ya no podía ser tozuda ni disfrutar de la comodidad y oraba a Dios y le pedía que me guiara para cambiar mi estado. Al mismo tiempo, también colaboraba de verdad y hacía todo lo que podía. De a poco, una por una, resolvimos las dificultades que encontramos. Tras esta experiencia, entendí que algunas dificultades no eran tan difíciles de resolver y que siempre me había sentido agobiada y reprimida porque un carácter corrupto había estado rigiendo mi vida. En realidad, cuando cambié de mentalidad y confié en Dios para experimentar las cosas, esas dificultades dejaron de serlo. Ahora, cuando me enfrento a problemas difíciles de resolver, puedo rebelarme conscientemente contra mi carne y ya no vivo atrapada todo el día en emociones represivas como antes. Todo esto se debe a la guía de las palabras de Dios. ¡Gracias a Dios!