91. Ya no me hundo en la confusión debido a mi transgresión
En 2011, mi madre y yo aceptamos a Dios Todopoderoso. Como en ese momento aún iba a la escuela, solo asistía a las reuniones los domingos. En 2016, tras terminar la escuela secundaria, vine a la iglesia a cumplir mis deberes.
En agosto de 2018, tenía veintidós años. Como el PCCh siempre ha perseguido y arrestado a los cristianos, planeaba irme a un país libre y democrático para poder creer en Dios. Pero, inesperadamente, me arrestaron en el aeropuerto. Para obligarme a vender información sobre la iglesia, la policía me hizo estar de pie con los pies juntos desde las 6 a. m. hasta las 12 a. m. todos los días, durante seis o siete días seguidos. Me pasaba tanto tiempo de pie que me mareaba, tenía las piernas doloridas y entumecidas y se me aceleraba la respiración. La policía también me amenazó y dijo: “Si no hablas, te colgaremos y te haremos probar las ‘llamas gemelas del hielo y el fuego’. Primero, te quemaremos con una máquina a altas temperaturas y, luego, te forzaremos a tragar agua. Repetiremos el proceso una y otra vez, pero, para entonces, ya no podrás hablar, aunque quieras hacerlo”. Al pensar en los hermanos y hermanas que la policía había torturado, sentí que una oleada de temor me invadía el corazón. “¿Seré capaz de soportar la tortura?”. Oré en silencio a Dios en mi corazón y le pedí que me diera fortaleza y fe. Cuando la policía vio que no decía nada, me empujó la cabeza hacia abajo y me acercó una colilla encendida a las fosas nasales. El humo denso y el calor penetraron por mis fosas nasales y me hicieron ahogar, lo que me dificultaba la respiración. Sentí que me estaba asfixiando. También me quemaron la piel de las fosas nasales y sentí un dolor punzante. Luego, me levantaron el brazo, encendieron un mechero y me quemaron el brazo con la llama. Intenté apartar la mano por instinto, pero los policías me la sujetaron con fuerza y no me dejaron mover. Me quemaron los brazos durante montones de segundos, y sentía como si alguien me estuviera desgarrando la piel. El dolor era insoportable y, después de que me quemaran los brazos, me quedaron úlceras del tamaño de un huevo. Los policías hasta me miraban con sonrisas y expresiones malvadas, y yo me sentía lleno de furia, resentimiento y miedo. Esos diablos eran capaces de cualquier cosa, y yo no sabía cómo me torturarían después. Me sentía muy débil y quería salir de ese lugar infernal cuanto antes, pero sabía en el fondo que no podía ser un judas y traicionar a mis hermanos y hermanas solo para prolongar mi miserable existencia. Así que oré a Dios en mi corazón y juré que, aunque muriera, no traicionaría los intereses de la casa de Dios y jamás me convertiría en un judas. Unos días después, la policía trajo a mi familia para hacerme firmar las “Tres declaraciones” y dijo que me dejarían libre si lo hacía. Mi padre, desorientado por el gran dragón rojo, dijo que me desheredaría si no firmaba. Sabía que esto era una artimaña de Satanás y me negué a firmar. Entonces, la policía me amenazó y dijo: “Esta noche te daremos una última oportunidad, pero, si mañana sigues sin firmar, ¡te llevaremos a otro sitio y te trataremos como es debido!”. Me dio miedo oír esto. “Son capaces de todo y son aún más despiadados con los que creen en Dios Todopoderoso. Si sigo negándome a firmar, ¿quién sabe cómo me torturarán?”. La idea de padecer un sufrimiento peor que la muerte me aterraba. “¿Y si no puedo resistir la tortura y me convierto en un judas y traiciono a Dios? Entonces, ofendería el carácter de Dios y nunca volvería a tener la oportunidad de obtener la salvación. Si hago lo más sensato y firmo las ‘Tres declaraciones’, pero mi corazón no traiciona a Dios, ¿me dará Dios otra oportunidad?”. Al final, no pude vencer mi debilidad interna y firmé las “Tres declaraciones”.
Después de firmarlas, la policía me dejó volver a casa. Tras regresar, me sentía inquieto. Aunque pensaba que firmar las “Tres declaraciones” había sido lo más sensato, las había firmado y, ante los ojos de Dios, eso era una traición. ¿Me salvaría Dios todavía? Más tarde, mi padre quiso llevarme a trabajar y también trajo a familiares y amigos cercanos para convencerme. Pensé: “No puedo irme. Si me voy, mis hermanos y hermanas no podrán encontrarme. Entonces, jamás tendré la oportunidad de volver a la casa de Dios”. Me sentía como un pájaro perdido, completamente solo y a la espera de una respuesta incierta. Medio mes después, mis hermanos y hermanas me encontraron y hablaron conmigo sobre cumplir mis deberes. Al ver que aún tenía la oportunidad de regresar a la casa de Dios y cumplir mis deberes, me conmoví tanto que casi me puse a llorar y asentí de inmediato con la cabeza. A partir de entonces, independientemente del deber que me asignara la iglesia, me esforzaba al máximo para cumplirlo bien. Pero, de vez en cuando, oía a los hermanos y hermanas hablar sobre el asunto de firmar las “Tres declaraciones”. Decían: “De ninguna manera podemos firmar las ‘Tres declaraciones’. Firmarlas es traicionar a Dios y nos pone la marca de la bestia”. Cada vez que oía estas palabras, el corazón me dolía, sobre todo, cuando leía estas palabras de Dios: “Ya no seré misericordioso con los que no me mostraron la más mínima lealtad durante los tiempos de tribulación, ya que Mi misericordia llega solo hasta allí. Además, no me siento complacido hacia aquellos quienes alguna vez me han traicionado, y mucho menos deseo relacionarme con los que venden los intereses de los amigos. Este es Mi carácter, independientemente de quién sea la persona. Debo deciros esto: cualquiera que quebrante Mi corazón no volverá a recibir clemencia, y cualquiera que me haya sido fiel permanecerá por siempre en Mi corazón” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Prepara suficientes buenas obras para tu destino). Vi que el carácter de Dios es justo, majestuoso y no tolera ofensa, y que Él ya no será misericordioso con quien lo traicione y hiera Su corazón. Pensé en que yo había firmado las “Tres declaraciones” y había traicionado a Dios. “¿Acaso Dios ya me ha descartado? ¿Significa eso que, aunque crea hasta el mismísimo final, nunca obtendré la salvación de Dios?”. En especial, en los videos de testimonios vivenciales de la casa de Dios, vi a hermanos y hermanas que, luego de que los capturaron, se mantuvieron firmes en su testimonio ante todo tipo de tortura y se negaron rotundamente a firmar las “Tres declaraciones”. Pero yo las firmé para evitar que me torturaran. No solo no conseguí dar testimonio de Dios, sino que dejé una marca de la vergüenza y permití que Satanás se burlara de mí. Sentí que Dios debía de estar verdaderamente decepcionado conmigo. Cuanto más lo pensaba, más negativo me volvía, y el corazón me dolía como si me lo atravesaran con un cuchillo. No podía sino pensar: “Ojalá no hubiera firmado las ‘Tres declaraciones’. Pero lo hecho, hecho está. No se puede desandar el camino”. Más tarde, la casa de Dios empezó a investigar a quienes habían firmado las “Tres declaraciones” y me empezó a preocupar que fuera el próximo al que echaran. Aunque al final no me echaron, seguía viviendo en la negatividad. Muchas veces, cuando veía a los hermanos y hermanas con los que colaboraba hablar entre ellos sobre escribir testimonios vivenciales o la entrada en la vida, sentía que yo era diferente de ellos, que todos ellos eran verdaderos hermanos y hermanas y que tenían la oportunidad de perseguir la verdad y obtener la salvación. Pero yo era distinto. Yo había traicionado a Dios, y de seguro Dios tenía que sentir repulsión por mí. Sentía que las personas como yo no éramos aptas para perseguir la verdad y que, aunque creyera hasta el final, todo sería en vano, que quizás solo sería mano de obra y que la salvación no tendría nada que ver conmigo. Vivía en un estado de negatividad y cada día cumplía con mis deberes solo de forma mecánica, con el corazón lleno de un dolor indescriptible. Por aquel entonces, solía escuchar un himno de las palabras de Dios titulado: “Si eres un servidor”. Dios nos pregunta: “Si eres verdaderamente un servidor, ¿me puedes servir lealmente, sin ningún elemento de superficialidad o negatividad? Si descubres que nunca te he apreciado, ¿seguirás siendo capaz de quedarte y servirme de por vida?” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Un problema muy serio: la traición (2)). Cada vez que escuchaba esta canción, me sentía profundamente conmovido. Soy un ser creado y creer en Dios y cumplir mis deberes es algo perfectamente natural y justificado y, aunque Dios no me quisiera, yo seguiría creyendo en Él hasta el final. Mientras tuviera un día más para cumplir mis deberes, ¡me esforzaría al máximo para cumplirlos bien!
Un día, me encontré con un pasaje de las palabras de Dios que describía mi estado a la perfección. Dios Todopoderoso dice: “También existe otra causa para que la gente se hunda en el abatimiento, que es que a la gente le ocurren algunas cosas concretas antes de llegar a la mayoría de edad o después de convertirse en adultos, es decir, cometen algunas transgresiones o hacen algunas cosas idiotas, necias e ignorantes. Se hunden en el abatimiento debido a estas transgresiones, debido a estas cosas idiotas e ignorantes que han hecho. Este tipo de abatimiento es una condena a uno mismo, y también es una especie de calificación del tipo de persona que son. […] A veces, algunas personas pueden desprenderse de su abatimiento y dejarlo atrás. Toman su sinceridad y toda la energía que pueden reunir y las aplican al cumplimiento de su deber, sus obligaciones y sus responsabilidades, e incluso pueden dedicar todo su corazón y su mente a perseguir la verdad y contemplar las palabras de Dios, y a volcar sus esfuerzos en ellas. Sin embargo, en el momento en que se presenta alguna situación o circunstancia especial, el abatimiento se apodera de ellas una vez más y les hace sentirse incriminadas de nuevo en lo profundo de su corazón. Piensan para sus adentros: ‘Ya hiciste eso antes, y eras de esa clase de persona. ¿Puedes alcanzar la salvación? ¿Tiene sentido practicar la verdad? ¿Qué piensa Dios de lo que has hecho? ¿Te perdonará por haberlo hecho? ¿Pagar el precio ahora de esta manera puede compensar esa transgresión?’. A menudo se reprochan a sí mismas y se sienten incriminadas en lo más profundo de su ser, y siempre están dudando, siempre acribillándose a preguntas. Nunca pueden dejar atrás este abatimiento ni desprenderse de él, y tienen una perpetua sensación de malestar por esa cosa vergonzosa que hicieron. Así que, a pesar de haber creído en Dios durante tantos años, es como si nunca hubieran escuchado nada de lo que Dios ha dicho ni lo hubieran entendido. Es como si no supieran si alcanzar la salvación tiene algo que ver con ellas, si pueden ser absueltas y redimidas, o si están cualificadas para recibir el juicio y el castigo de Dios y Su salvación. No tienen ni idea de todas estas cosas. Como no reciben ninguna respuesta, y tampoco ningún veredicto exacto, se sienten constantemente abatidas en lo más profundo de su ser. En el fondo de su corazón, recuerdan una y otra vez lo que hicieron, lo repiten en su mente sin cesar, rememorando cómo empezó todo y cómo terminó, reviviéndolo todo de principio a fin. Con independencia de cómo lo recuerden, siempre se sienten pecadoras, y por eso se encuentran constantemente abatidas por este asunto a lo largo de los años. Incluso cuando cumplen con su deber, aunque se estén encargando de un determinado trabajo, les sigue pareciendo que no tienen esperanzas de salvarse. Por tanto, nunca afrontan de lleno la cuestión de perseguir la verdad y considerarla algo muy correcto e importante. Creen simplemente que el error que han cometido o lo que han hecho en el pasado está mal visto por la mayoría de la gente o que esta las condena y desprecia —o que incluso Dios las condena— y que, aunque persigan la verdad en el futuro, no se pueden salvar. No importa en qué paso se encuentre la obra de Dios o cuántas palabras haya dicho, nunca afrontan el asunto de perseguir la verdad de la manera correcta. ¿A qué se debe esto? A que la conclusión que sacan de haber experimentado este tipo de cosas es equivocada, así que son incapaces de dejar atrás su abatimiento” (La Palabra, Vol. VI. Sobre la búsqueda de la verdad. Cómo perseguir la verdad (2)). Dios describía exactamente cómo me sentía. Desde que firmé las “Tres declaraciones”, ese asunto se había convertido en una espina en mi corazón y solía hacerme sentir desconsolado y angustiado. Más de una vez me pregunté: “Ahora que firmé las ‘Tres declaraciones’ y me han puesto la marca de la bestia, ¿Salvará Dios aún a alguien como yo? Dios quiere a gente que pueda dar testimonio de Él, pero yo no solo no di testimonio de Dios, sino que, además, firmé las ‘Tres declaraciones’, traicioné a Dios y me convertí en una marca de la vergüenza. ¿Me habrá descartado ya Dios?”. Cada vez que lo pensaba, sentía como si me desgarraran el corazón con un cuchillo. Ya ni siquiera sabía qué decir en mis oraciones. Aunque la iglesia seguía dándome la oportunidad de cumplir mis deberes y yo estaba muy agradecido y quería hacerlos lo mejor que pudiera, esa inquietud no desaparecía. Cada vez que oía a los hermanos y hermanas hablar de quienes habían firmado las “Tres declaraciones”, sentía un dolor sordo en el corazón. Ver las experiencias de los hermanos y hermanas que se mantuvieron firmes en su testimonio luego de que los arrestaran me hacía doler aún más el corazón. Pensaba que Dios daba Su aprobación a esas personas, pero yo había firmado las “Tres declaraciones” y había traicionado a Dios, lo que me hacía indigno de Su salvación. Como no podía liberarme de la sombra de haber firmado las “Tres declaraciones”, solía vivir en un estado de negatividad y no lograba reunir la motivación para perseguir la verdad ni la entrada en la vida. Me sentía como un cascarón vacío que solo sabía hacer las cosas, día a día. Parecía que solo podía expiar mis transgresiones si hacía las cosas bien, y solo así mi corazón podía sentir algo de alivio. Al meditar sobre las palabras de Dios, me di cuenta de que Él no me había quitado la oportunidad de perseguir la verdad. Hasta me permitió formarme para cumplir el deber de un líder. Si Dios me hubiera descartado, ¿cómo podría seguir teniendo la oportunidad de cumplir mi deber? En ese caso, mucho menos podría disfrutar del riego y la provisión de las palabras de Dios. ¡Pero no paraba de malinterpretar a Dios y malgastar tanto tiempo viviendo en la negatividad! Si seguía siendo tan negativo, no sería Dios quien me descartara, sino que yo mismo me estaría descartando. Tenía que reflexionar con cuidado sobre mí mismo y buscar la verdad para salir de ese estado de negatividad.
Más tarde, vi un pasaje de las palabras de Dios que me ayudó a encontrar la raíz del problema. Dios Todopoderoso dice: “La gente cree en Dios para ser bendecida, recompensada y coronada. ¿Esto no se encuentra en el corazón de todo el mundo? Es un hecho que sí. Aunque la gente no suele hablar de ello e incluso encubre su motivación y su deseo de recibir bendiciones, este deseo y esta motivación que hay en el fondo del corazón de la gente han sido siempre inquebrantables. Sin importar cuántas teorías espirituales comprenda la gente, qué conocimiento vivencial tenga, qué deber pueda cumplir, cuánto sufrimiento soporte ni cuánto precio pague, nunca renuncia a la motivación por las bendiciones que oculta en el fondo del corazón, y siempre se esfuerza silenciosamente a su servicio. ¿No es esto lo que hay enterrado en lo más profundo del corazón de la gente? Sin esta motivación por recibir bendiciones, ¿cómo os sentiríais? ¿Con qué actitud cumpliríais con el deber y seguiríais a Dios? ¿Qué sería de la gente si se eliminara esta motivación por recibir bendiciones que se oculta en sus corazones? Es posible que muchos se volvieran negativos, mientras que algunos podrían desmotivarse en el deber. Perderían el interés por su fe en Dios, como si su alma se hubiera desvanecido. Parecería que les hubieran robado el corazón. Por eso digo que la motivación por las bendiciones es algo oculto en lo más profundo del corazón de las personas. Tal vez, al cumplir con el deber o vivir la vida de iglesia, se sienten capaces de abandonar a su familia y de esforzarse gustosamente por Dios, y ahora creen conocer su motivación por recibir bendiciones y la han dejado de lado, y ya no están gobernadas o limitadas por ella. Piensan entonces que ya no tienen la motivación de ser bendecidas, pero Dios cree lo contrario. La gente solo considera las cosas superficialmente. Sin pruebas, se siente bien consigo misma. Mientras no abandone la iglesia ni reniegue del nombre de Dios y persevere en esforzarse por Él, cree haberse transformado. Cree que ya no se deja llevar por el entusiasmo personal ni por los impulsos momentáneos en el cumplimiento del deber. En cambio, se cree capaz de perseguir la verdad, de buscarla y practicarla continuamente mientras cumple con tal deber, de modo que sus actitudes corruptas se purifican y la persona alcanza una transformación verdadera. Sin embargo, cuando suceden cosas directamente relacionadas con el destino y desenlace de las personas, ¿cómo se comportan? La verdad se revela en su totalidad” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Seis indicadores de crecimiento vital). Dios expuso mi verdadero estado. Mis intenciones de recibir bendiciones controlaban la negatividad que sentía. Después de encontrar a Dios, estaba motivado para esforzarme por Él. Nada más terminar la escuela secundaria, fui a la casa de Dios para cumplir mis deberes a tiempo completo, ya que pensaba que, si seguía persiguiendo así, seguro que entraría en el reino y disfrutaría de las bendiciones del reino de los cielos. Cuando me arrestaron y firmé las “Tres declaraciones” por miedo a la tortura, sentí que ya no tenía esperanzas de recibir bendiciones, y afloraron todas mis dudas y malentendidos sobre Dios. Me preguntaba: “Después de firmar las ‘Tres declaraciones’, ¿podrá Dios perdonarme aún? Si Dios no me salva, ¿tendré esperanzas aún de recibir bendiciones? Si no tengo esperanzas de recibir bendiciones, ¿de qué sirve seguir creyendo hasta el final?”. Me volví realmente negativo en mi interior. Sobre todo, más adelante, cuando los líderes investigaron que había firmado las “Tres declaraciones”, empecé a sospechar que podían echarme en cualquier momento y sentía que, aunque todavía podía disfrutar de la provisión de la palabra de Dios y cumplir mis deberes, no podía escapar del sino de que me descartaran. Pensaba que ya no tenía esperanzas de recibir bendiciones y sentía como si una roca pesada me estuviera aplastando el corazón. Sentía como si hubiera perdido mi alma, solía estar envuelto en negatividad y dolor y no lograba reunir energías para cumplir mis deberes ni para perseguir la verdad. Vi que mi deseo de recibir bendiciones era demasiado fuerte. Todos esos años de esfuerzos y sacrificios que había hecho no eran para complacer a Dios, sino para intentar negociar con Él. Cuando había algo que ganar, me motivaba mucho cumplir mis deberes, pero, cuando no podía obtener bendiciones, me volvía negativo en exceso. ¿Qué diferencia había entre mi búsqueda y la de los incrédulos? Pensándolo bien, soy solo un ser creado, ni siquiera digno del polvo, pero puedo acudir a la casa de Dios, cumplir mis deberes y disfrutar de todas las verdades que Dios expresa. He recibido muchísimo de parte de Dios, pero no le agradecí en absoluto todo lo que me había dado. Hasta llegué a tener el descaro de pedirle las bendiciones del reino de los cielos y, si no podía recibirlas, me volvía tan negativo que no podía levantarme. ¡Realmente no tenía humanidad! Al darme cuenta de esto, me sentí profundamente arrepentido, así que oré a Dios y estuve dispuesto a desprenderme de mis intenciones de recibir bendiciones y a arrepentirme.
Luego, leí dos pasajes más de las palabras de Dios y obtuve una comprensión más clara de Su intención. Dios Todopoderoso dice: “La mayoría de la gente ha transgredido y se ha mancillado de determinadas maneras. Por ejemplo, algunas personas se han resistido a Dios y han dicho cosas blasfemas; otras han rechazado la comisión de Dios y no han cumplido con su deber, y Dios las ha despreciado; algunas personas han traicionado a Dios cuando se han enfrentado a las tentaciones; algunas lo han traicionado firmando las ‘Tres declaraciones’ cuando estaban arrestadas; algunas han robado ofrendas; otros han despilfarrado las ofrendas; algunos han perturbado a menudo la vida de iglesia y han causado daño al pueblo escogido de Dios; algunos han formado camarillas y han maltratado a otros, dejando la iglesia hecha un desastre; algunos han difundido a menudo nociones y muerte, perjudicando a los hermanos y hermanas; y otros se han dedicado a la fornicación y la promiscuidad, y han sido una terrible influencia. Baste decir que todos tienen sus transgresiones y manchas. Sin embargo, algunas personas son capaces de aceptar la verdad y arrepentirse, mientras que otras no pueden y morirían antes de arrepentirse. Por tanto, se debe tratar a las personas de acuerdo con su esencia-naturaleza y con la consistencia de su comportamiento. Los que son capaces de arrepentirse son aquellos que creen realmente en Dios; pero en cuanto a los que no se arrepienten de veras, a aquellos que deben ser apartados y expulsados, eso precisamente es lo que va a sucederles. […] El manejo que hace Dios de cada persona se basa en las situaciones reales de las circunstancias y el trasfondo de esta en ese determinado momento, así como en las acciones y el comportamiento de esa persona y en su esencia-naturaleza. Dios nunca se equivoca con nadie. Esta es una faceta de la justicia de Dios. Por ejemplo, Eva fue seducida por la serpiente para que comiera el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, pero Jehová no le recriminó, al decirle: ‘Te dije que no lo comieras, ¿por qué lo hiciste igualmente? Deberías haber tenido discernimiento, deberías haber sabido que la serpiente solo te habló para seducirte’. Jehová no reprendió así a Eva. Como los seres humanos son creación de Dios, Él sabe cuáles son sus instintos y de lo que son capaces esos instintos, hasta qué punto las personas pueden controlarse a sí mismas y hasta dónde pueden llegar. Dios sabe todo esto con bastante claridad. El manejo que Dios hace de una persona no es tan sencillo como la gente se imagina. Cuando Su actitud hacia cierta persona es de aversión o repulsión, o cuando se trata de lo que esta persona dice en un contexto determinado, Él tiene un buen conocimiento de sus estados. Esto se debe a que Dios escruta el corazón y la esencia del hombre. La gente siempre piensa: ‘Dios solo tiene Su divinidad. Él es justo y no admite ofensas del hombre. Él no considera las dificultades del hombre ni se pone en el lugar de la gente. Si una persona se resiste a Dios, Él la castigará’. Las cosas no son así en absoluto. Si así es como alguien entiende Su justicia, Su obra y Su tratamiento de las personas, está gravemente equivocado. La determinación de Dios del desenlace de cada persona no se basa en las nociones y figuraciones del hombre, sino en el carácter justo de Dios. Él retribuirá a cada persona según lo que haya hecho. Dios es justo, y tarde o temprano se encargará de que todas las personas queden convencidas, de principio a fin” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “En la Biblia, hay una historia sobre el regreso del hijo pródigo; ¿por qué el Señor Jesús utilizó esta parábola? Para que la gente entienda que la intención de Dios de salvar a la humanidad es sincera, y que Él da la oportunidad a la gente de arrepentirse y cambiar. A través de este proceso, Dios entiende al hombre, y conoce bien sus debilidades y su grado de corrupción. Sabe que las personas tropezarán y fracasarán. Al igual que un niño que aprende a caminar, por muy fuertes que sean físicamente, siempre habrá momentos en los que tropezarán y caerán, y ocasiones en las que se golpearán con las cosas y darán un traspié. Dios entiende a cada uno igual que una madre entiende a su hijo. Entiende las dificultades de cada persona, sus debilidades y sus necesidades. Incluso más, Dios entiende las dificultades, las debilidades y los fracasos a los que la gente se enfrentará en el proceso de entrar en la transformación del carácter. Estas son las cosas que Dios entiende mejor. Esto significa que Él escruta las profundidades del corazón de las personas. Por muy débil que seas, mientras no renuncies al nombre de Dios ni lo abandones a Él ni este camino, siempre tendrás la oportunidad de transformar el carácter. Si dispones de esta oportunidad, tendrás esperanza de sobrevivir y, por tanto, de que Dios te salve” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. La senda de práctica para la transformación del carácter). Al leer las palabras de Dios, entendí un poco más sobre Su carácter justo. Dios no juzga si puede salvar a una persona en función de su comportamiento transitorio ni la condena o descarta por una transgresión que haya cometido en un solo incidente. Dios conoce nuestra estatura y entiende de verdad nuestras debilidades. Dios evalúa a una persona principalmente en función de su comportamiento sistemático y de si puede aceptar la verdad. Si su conducta ha sido buena en general y, si después de cometer una transgresión, puede aceptar la verdad y arrepentirse de forma sincera, Dios será misericordioso y tolerante con esa persona. Como David, que se sintió profundamente arrepentido tras tomar a la esposa de Urías y, después, nunca más cometió adulterio. Incluso cuando ya era anciano, aunque le llevaron a una joven para darle calor, no la tocó. Aunque David cometió una transgresión, se arrepintió de forma sincera y Dios siguió dándole Su aprobación. Hay hermanos y hermanas a quienes expulsaron por recorrer la senda de un anticristo y perturbar gravemente el trabajo de la iglesia. Sin embargo, después, se arrepintieron de forma sincera, los readmitieron en la casa de Dios y hasta escribieron testimonios vivenciales en los que dieron testimonio de la obra de salvación de Dios. Aprendí de ellos que Dios tiene una actitud de salvar a quienes se arrepienten de verdad y pueden aceptar la verdad. Por el contrario, en cuanto a aquellos que siempre se han comportado mal, no aceptan la verdad o no se arrepienten de forma sincera, la actitud de Dios es de condenarlos y descartarlos. Por ejemplo, hay personas que firmaron las “Tres declaraciones” y que, después, no tuvieron ninguna comprensión sobre su traición a Dios ni se arrepintieron de ella y hasta vendieron a la iglesia y a sus hermanos y hermanas. Dios no da oportunidades adicionales a ese tipo de personas, ya que tienen aversión a la verdad y no tienen ninguna conciencia o razón. Pensé en que había tenido un momento de debilidad en el que firmé las “Tres declaraciones”, pero, después, me reproché a mí mismo, sentí remordimiento y quise arrepentirme y cambiar. La iglesia evaluó que mi conducta en general había sido buena y que, además, llevaba poco tiempo cumpliendo mis deberes, tenía poca experiencia y escasa estatura, y que, después de firmar las “Tres declaraciones”, me sentí verdaderamente arrepentido, así que me dio otra oportunidad. Esto fue misericordia de Dios. Pero yo no entendía el carácter de Dios y seguía malinterpretándolo, ya que pensaba que estaba siendo mera mano de obra y que me descartaría en cuanto terminara. Negaba por completo la justicia de Dios y también negaba Su intención de salvar a la humanidad en la mayor medida posible. Me di cuenta de que, en mi fe, no conocía a Dios en absoluto. ¡Estaba verdaderamente ciego! Me había imaginado a Dios como a los seres humanos corruptos. ¿No era eso blasfemar contra Dios? Si seguía así, jamás recibiría el perdón de Dios. Tenía que seguir el ejemplo de David, afrontar mis transgresiones con calma, arrepentirme de verdad e, independientemente de que Dios me salvara o descartara al final, tenía que someterme y aceptarlo, y no debía preocuparme por mis expectativas de futuro y las sendas que tomaría.
Después me pregunté: “¿Cuál fue la raíz de mi fracaso al firmar las ‘Tres declaraciones’ después de mi arresto?”. Leí las palabras de Dios: “Esperas que tu fe en Dios no acarree ningún reto o tribulación ni la más mínima dificultad. Siempre buscas aquellas cosas que no tienen valor y no le otorgas ningún valor a la vida, poniendo en cambio tus propios pensamientos extravagantes antes que la verdad. ¡Eres tan despreciable! Vives como un cerdo, ¿qué diferencia hay entre tú y los cerdos y los perros? ¿No son bestias todos los que no persiguen la verdad y, en cambio, aman la carne? ¿No son cadáveres vivientes todos esos muertos sin espíritu? ¿Cuántas palabras se han hablado entre vosotros? ¿Se ha hecho solo un poco de obra entre vosotros? ¿Cuánto he provisto entre vosotros? ¿Y por qué no lo has obtenido? ¿De qué tienes que quejarte? ¿No será que no has obtenido nada porque estás demasiado enamorado de la carne? ¿Y no es porque tus pensamientos son muy extravagantes? ¿No es porque eres muy estúpido? Si no puedes obtener estas bendiciones, ¿puedes culpar a Dios por no salvarte? […] Te otorgo la vida humana real, pero no la buscas. ¿Acaso no eres igual a un cerdo o a un perro? Los cerdos no buscan la vida del hombre, no buscan ser limpiados y no entienden lo que es la vida. Cada día, después de hartarse de comer, simplemente se duermen. Te he dado el camino verdadero, pero no lo has obtenido: tienes las manos vacías. ¿Estás dispuesto a seguir en esta vida, la vida de un cerdo? ¿Qué significado tiene que tales personas estén vivas? Tu vida es despreciable y vil, vives en medio de la inmundicia y el libertinaje y no persigues ninguna meta; ¿no es tu vida la más innoble de todas? ¿Tienes las agallas de presentarte ante Dios? Si sigues teniendo esa clase de experiencia, ¿vas a conseguir algo? El camino verdadero se te ha dado, pero que al final puedas o no ganarlo depende de tu propia búsqueda personal” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. Las experiencias de Pedro: su conocimiento del castigo y del juicio). “En este momento, todos en el mundo están pasando por pruebas, incluso Dios está sufriendo, así que ¿sería apropiado que vosotros no sufrierais? […] Algunas personas afrontan el dolor de la familia, otros el del matrimonio, y algunos sufren persecución, sin tener siquiera un lugar para vivir. No importa dónde vayan, es la casa de otra persona, y sienten dolor en sus corazones. ¿Acaso no es el dolor que experimentáis ahora mismo el dolor que ha sufrido Dios? Estáis sufriendo con Dios, y Dios acompaña a los humanos en el sufrimiento. Hoy en día, todos tenéis un papel en la tribulación, el reino y la perseverancia de Cristo, y al final todos obtendréis la gloria. Este sufrimiento es significativo. ¿Acaso no es así? No puede faltarte esa voluntad. Debes entender el significado de sufrir en estos días y de por qué sufres tanto. Debes buscar la verdad y lograr un entendimiento de la intención de Dios, y así tendrás la voluntad de sufrir” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Cómo conocer la naturaleza del hombre). Las palabras de Dios me permitieron entender que la raíz de que firmara las “Tres declaraciones” fue que valoraba demasiado mi carne. Seguía la ley de supervivencia satánica de “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, y ponía los intereses de mi carne por encima de todo lo demás. En mi fe en Dios, deseaba no tener que pasar por ninguna dificultad o dolor, que mi carne no sufriera y, aún más, no tener que experimentar ninguna prueba o tribulación. Así que, cuando el gran dragón rojo amenazó con torturarme, no pensé en cómo mantenerme firme en mi testimonio, sino en mi miedo a la tortura y el sufrimiento. Temía que no sería capaz de soportar la tortura y me convertiría en un judas, y pensé que sería mejor firmar las “Tres declaraciones”. Parecía que mis pensamientos eran bastante favorables, pero, en realidad, solo pensaba en protegerme a mí mismo y no quería que mi carne sufriera ni siquiera un poco. Sabía perfectamente que firmar las “Tres declaraciones” era traicionar a Dios, pero, aun así, prolongué mi miserable existencia y cedí y me doblegué ante el diablo. Mis actos no eran diferentes de los de un judas. Cuando la obra de Dios concluya, si aún valoro tanto mi carne y no he logrado dar un testimonio verdadero, no solo no podría obtener la salvación de Dios, sino que me estaría rebelando una y otra vez contra Dios y traicionándolo para satisfacer mi carne y, al final, ¡no cabe duda de que sufriría la perdición y perecería junto con Satanás! Las palabras de Dios también me permitieron entender que uno debe padecer muchos sufrimientos para obtener la salvación en la fe. Solo a través de situaciones dolorosas podemos tener verdadera fe en Dios. Al igual que Pedro siguió al Señor Jesús: experimentó cientos de pruebas y refinamientos a lo largo de su vida, buscó amar a Dios en esos refinamientos y, al final, consiguió amar a Dios al máximo y se sometió hasta la muerte, fue crucificado cabeza abajo por Dios y se convirtió en la primera persona en la historia a la que Dios perfeccionó. También está Job, que enfrentó pruebas. Perdió sus enormes riquezas y a sus hijos en un instante, su cuerpo se cubrió de llagas y, aun así, fue capaz de someterse a la soberanía y los arreglos de Dios y de mantenerse firme en su testimonio de Él, lo que aterrorizó a Satanás, y se convirtió en un hombre verdaderamente libre. Comparado con ellos, yo no soy nada. Me asusté y cedí ante Satanás, incluso sin haber enfrentado torturas graves. Era como una flor de invernadero que no pudo soportar ni un poco de viento o lluvia. ¡Era realmente frágil! Debía perseguir la verdad y dejar de complacer la carne. Juré que, si algún día me volvían a arrestar, aunque la vida fuera peor que la muerte, me mantendría firme en mi testimonio.
A finales de julio de 2024, justo después de llegar a la iglesia de Dongyang, empezaron a hacer arrestos masivos en una iglesia vecina y los líderes nos instaron a ayudar de inmediato a trasladar los libros de las palabras de Dios. En cuanto trasladamos unos pocos escondites de libros, se empezó a sospechar que seguían al conductor. Además, el hermano con el que colaboraba también estaba expuesto a posibles riesgos por haberse relacionado con el conductor. Al enfrentar esta situación, sentí mucho miedo. Pensé en que, antes, la policía me había estado siguiendo durante mucho tiempo y casi me había arrestado. Asimismo, pensé en que un judas también me había traicionado y en que yo era un objetivo de arresto clave para la policía. En ese momento, apenas había logrado ocultarme, pero la seguridad de mi compañero corría riesgo. Sentí que, si realmente nos tenían en la mira, no lograría escapar y que, si la policía me atrapaba, seguro no me dejaría en libertad. Pero, cuando pensé en la transgresión que había cometido la última vez, cuando me arrestaron y firmé las “Tres declaraciones”, sentí una emoción muy fuerte en mi corazón: “¡Si realmente me capturan, juro que nunca negaré a Dios y que daré testimonio de Él de forma categórica!”. Al pensar así, mi corazón ya no se sintió limitado por esa situación. Además, estaba en manos de Dios que me capturaran o no, y debía someterme a Sus orquestaciones y arreglos. Había que solucionar el tema de los libros de forma adecuada, se debían implementar con urgencia varias tareas y yo debía proteger los intereses de la casa de Dios. Así que, mientras me comunicaba con mi compañero para hablar del traslado de los libros y consultar e investigar el asunto, escribí una carta a la iglesia para dar seguimiento a cómo avanzaba el traslado de los libros. Al practicar de este modo, sentí mucha más tranquilidad en el corazón. La transformación y los logros que conseguí son inseparables de la guía de las palabras de Dios. ¡Doy gracias sinceras a Dios!