97. Reflexiones después de que rechacé mi deber
En los últimos años, he estado cumpliendo el trabajo de depuración en la iglesia y he visto cómo destituían a algunos supervisores, uno tras otro, y echaban a otros. En particular, los dos supervisores anteriores tenían una gran aptitud y capacidad de trabajo, así como un amplio marco de responsabilidades. Habían sido supervisores durante dos o tres años, pero los destituyeron porque no hacían trabajo real ni aceptaban la verdad. Como consecuencia, pensé que ser supervisora era demasiado arriesgado. Ser supervisora implica tener muchas responsabilidades y enfrentarse a numerosos problemas. Además, si no haces un buen trabajo, puedes causar trastornos y perturbaciones en el trabajo de la iglesia y dejar una estela de transgresiones, así que existe la posibilidad de que te destituyan, revelen o descarten. Pensé que era mejor ser miembro del equipo, ya que hay menos riesgos y no tienes demasiadas preocupaciones, pero, aun así, tienes esperanza de obtener la salvación.
A principios de agosto de 2023, el supervisor tuvo que marcharse a cumplir su deber en otro sitio y, durante una reunión, me pidió de repente que asumiera su trabajo. Pensé: “Como miembro del equipo, hay una persona que se encarga de hacer las revisiones finales y de guiar el trabajo, así que no cometeré grandes acciones malvadas ni me revelarán y descartarán. Ser supervisora es diferente. Tienes que estar a cargo de todo el trabajo en general, te enfrentas a muchos problemas y asumes grandes responsabilidades. Si no gestiono bien las cosas y provoco trastornos en el trabajo de la iglesia, dejaré una estela de transgresiones. Si cometo muchas acciones malvadas, ¿no me revelarán, descartarán y perderé mi oportunidad de obtener la salvación? Es mejor ser miembro del equipo, así no tengo que cargar con grandes responsabilidades. Es seguro, estable y tengo esperanza de salvación”. Cuando lo pensé, rechacé el deber, con la excusa de que mi aptitud era mediocre, mi capacidad de trabajo limitada, y que no merecía que me cultivaran. Más tarde, el supervisor me escribió dos veces más y me pidió que lo pensara. Mi corazón estaba turbado y me encontraba atrapada en un dilema: “No aceptarlo es desobedecer, pero, si lo acepto, como el trabajo de depuración implica principios todo el tiempo, si no gestiono bien las cosas y vulnero los principios, dejaré una estela de transgresiones y acciones malvadas. Si son menores, me destituirán, pero si son graves, puede que me expulsen. No solo perjudicará mi reputación y estatus, sino que también podría poner en peligro mi oportunidad de tener un buen desenlace y destino”. Después de pensarlo mucho, al final me negué. El supervisor me dijo: “Cuando los hermanos y hermanas votaron, tú fuiste la que obtuvo más votos. Tienes que buscar la intención de Dios”. No supe qué decir. Sentía que el corazón se me desgarraba por dentro y oré a Dios una y otra vez: “Querido Dios, cuando esto me sobrevino, sabía en mi corazón que debía someterme, pero simplemente no soy capaz de hacerlo. Tengo miedo de no poder cumplir bien con el deber de supervisora, de perturbar y trastornar el trabajo de la iglesia y de que me revelen y descarten. No sé en qué verdades debo entrar para salir de este aprieto. ¡Te ruego que me guíes!”.
En una ocasión, leí un pasaje de las palabras de Dios que me tocó profundamente el corazón. Dios Todopoderoso dice: “¿Cómo deberías actuar de acuerdo con la conciencia? Actúa desde la sinceridad y siendo digno de la bondad de Dios, de que Él te haya dado esta vida y de esta oportunidad otorgada por Él para obtener la salvación. ¿Es eso el efecto de tu conciencia? Una vez que cumplas este criterio mínimo habrás obtenido protección y no cometerás errores graves. Entonces, no será tan fácil hacer cosas para rebelarte contra Dios o renunciar a tu deber, ni tenderás a actuar de manera superficial. Tampoco será fácil que maquines para tu propio estatus, fama, provecho y futuro. Este es el papel de la conciencia. Tanto la conciencia como la razón deben ser componentes de la humanidad de una persona. Ambas son las más fundamentales e importantes. ¿Qué clase de persona es la que carece de conciencia y no tiene la razón de la humanidad normal? Hablando en términos generales, es una persona que carece de humanidad, una persona de una humanidad extremadamente pobre. Entrando en más detalle, ¿qué manifestaciones de falta de humanidad exhibe esta persona? Prueba a analizar qué características se hallan en tales personas y qué manifestaciones específicas presentan. (Son egoístas y vulgares). Las personas egoístas y vulgares son superficiales en sus acciones y se mantienen alejadas de las cosas que no les conciernen de manera personal. No consideran los intereses de la casa de Dios ni muestran consideración por las intenciones de Dios. No asumen ninguna carga de desempeñar sus deberes o de dar testimonio de Dios y no poseen ningún sentido de responsabilidad. […] ¿Tiene esta clase de persona conciencia y razón? (No). ¿Siente remordimiento una persona sin conciencia ni razón que se comporta de esta manera? Esa gente no tiene sensación alguna de remordimiento; la conciencia de esta clase de persona no le sirve para nada. Nunca ha sentido remordimiento de conciencia. Así pues, ¿puede percibir el reproche o la disciplina del Espíritu Santo? No” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Entregando el corazón a Dios, se puede obtener la verdad). Dios dice que aquellos que no tienen conciencia ni razón son especialmente egoístas y vulgares. Solo piensan en sus propios intereses, pero no en el trabajo de la iglesia, por el cual no sienten ninguna carga ni sentido de la responsabilidad. Al reflexionar, me di cuenta de que yo era exactamente ese tipo de persona. El supervisor tenía que cumplir su deber en otra zona debido a las exigencias del trabajo y, cuando mis hermanos y hermanas me eligieron, yo debería haber aceptado este deber. Sin embargo, tenía miedo de que la responsabilidad de cumplir este deber fuera demasiado grande y que, si no lo hacía bien, dejaría una estela de transgresiones y acciones malvadas y me destituirían y descartarían. No solo perjudicaría mi reputación y estatus, sino que me perdería mi desenlace y mi destino. Para salvaguardar mis propios intereses, lo rechacé, con la excusa de que mi aptitud era mediocre, mi capacidad de trabajo limitada, y que no me merecía que me cultivaran. El supervisor me escribió varias veces para compartir conmigo, pero yo no paraba de buscar pretextos para negarme. Solo pensaba en mis propios intereses y me negaba a aceptar este deber. ¡Realmente no tenía ni conciencia ni razón! Ya no quería vivir de una forma tan egoísta y vulgar, así que acepté este deber.
Unos meses después, me reasignaron a miembro del equipo debido a que tenía poca aptitud y no estaba a la altura del trabajo. Más tarde, los líderes escribieron para decir que había un equipo que necesitaba gente para organizar materiales de depuración, cuyos miembros no captaban del todo los principios. Me pidieron que fuera allí y asumiera como líder del equipo para ayudarlos. Pensé: “Si no organizo bien los materiales de depuración y describo a alguien de forma errónea, tendré que asumir la responsabilidad. Si me pierdo algún detalle, vulnero los principios y dejo una estela de transgresiones y acciones malvadas, ¿no estaría a punto de que me destituyeran y descartaran? Es más seguro ser un miembro del equipo”. Así que volví a rechazar el deber, con las mismas excusas de que tenía poca aptitud, mi capacidad de trabajo era limitada y no merecía que me cultivaran.
Más adelante, los líderes me escribieron para compartir conmigo y señalaron que mi negativa reiterada a aceptar el deber era negarme a aceptar la verdad. Entendí claramente que la plática de los líderes era un recordatorio y una advertencia de parte de Dios y me sentí triste y culpable: “Hace muchos años que creo en Dios; entonces, ¿por qué no he cambiado en absoluto? ¿Por qué soy tan intransigente?”. Me di cuenta de que este estado sería muy peligroso si no buscaba la verdad para resolverlo. Después, busqué palabras de Dios que estaban relacionadas con mi estado. Leí las palabras de Dios: “Algunas personas tienen miedo de asumir responsabilidades en el cumplimiento de su deber. Si la iglesia les da un trabajo que hacer, consideran primero si el trabajo requiere asumir responsabilidad y, si es así, no lo aceptan. Sus condiciones para cumplir con un deber son, primero, que debe ser un trabajo ligero; segundo, que no sea cansado ni les quite tiempo; y tercero que, hagan lo que hagan, no asuman ninguna responsabilidad. Ese es el único deber que aceptan. ¿Qué clase de persona es esta? ¿Acaso no es una persona esquiva y falsa? No quieren asumir siquiera la menor responsabilidad. Incluso tienen miedo de que las hojas de los árboles les caigan encima y les abran la cabeza. ¿Qué deber puede cumplir una persona así? ¿Qué utilidad puede tener en la casa de Dios? La obra de la casa de Dios tiene que ver con la tarea de batallar contra Satanás, además de difundir el evangelio del reino. ¿Qué deber no conlleva responsabilidades? ¿Diríais que ser líder requiere responsabilidad? ¿Acaso sus responsabilidades no son aun mayores y no deben asumirlas en mayor medida? Por mucho que prediques el evangelio, des testimonio, hagas vídeos y cosas así, sea cual sea el trabajo que hagas, siempre que esté relacionado con los principios-verdad, conlleva responsabilidades. Si tu cumplimiento del deber no tiene principios, afectará a la obra de la casa de Dios, y si tienes miedo de asumir responsabilidad, entonces no puedes cumplir con ningún deber. ¿Es cobarde alguien que teme asumir responsabilidades al cumplir con su deber o es que existe un problema con su carácter? Hay que saber diferenciarlo. El hecho es que no se trata de una cuestión de cobardía. Si esa persona fuera en busca de riquezas o estuviera haciendo algo en su propio interés, ¿cómo no habría de ser tan valiente? Asumiría cualquier riesgo. Pero cuando hacen cosas por la iglesia, por la casa de Dios, no asumen ninguno. Tales personas son egoístas y viles, las más traicioneras de todas. Quien no asume responsabilidades al cumplir con su deber no es en absoluto sincero con Dios, ya no hablemos de su lealtad. ¿Qué clase de persona se atreve a asumir responsabilidades? ¿Qué clase de persona tiene el valor de llevar una pesada carga? Alguien que asume el liderazgo y da un paso adelante con valentía en el momento más crucial de la obra de la casa de Dios, que no teme cargar con una gran responsabilidad y soportar grandes dificultades, cuando ve la obra más importante y crucial. Se trata de alguien leal a Dios, un buen soldado de Cristo. ¿Es que todos los que temen asumir responsabilidades en su deber lo hacen porque no entienden la verdad? No; es un problema de su humanidad. No tienen sentido de la rectitud ni de la responsabilidad. Son personas egoístas y viles, no son creyentes sinceros de Dios, y no aceptan la verdad en lo más mínimo. Por esta razón, no pueden ser salvados. […] Si te proteges cada vez que te acontece algo y buscas una vía de escape, una puerta trasera, ¿estás poniendo en práctica la verdad? Eso no es practicar la verdad, sino que es ser esquivo. Ahora cumples con el deber en la casa de Dios. ¿Cuál es el primer principio del cumplimiento de un deber? Cumplir primero con él de todo corazón, sin escatimar esfuerzos, y proteger los intereses de la casa de Dios. Este es un principio-verdad que has de poner en práctica. Protegerse a uno mismo buscándose una vía de escape, una puerta trasera, es el principio de práctica que siguen los no creyentes, y su filosofía más elevada. ¿Acaso no es ser un no creyente pensar primero en uno mismo en todas las cosas y anteponer los propios intereses a todo lo demás sin consideración por nadie, sin ninguna vinculación con los intereses de la casa de Dios ni con los intereses de los demás, pensar primero en los propios intereses y luego en buscar una vía de escape? Eso es precisamente lo que es un no creyente. Este tipo de persona no está en condiciones de cumplir con un deber” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 8: Quieren que los demás se sometan solo a ellos, no a la verdad ni a Dios (I)). Mientras meditaba en las palabras de Dios, sentí que me atravesaban el corazón. Dios ha puesto al descubierto que las personas egoístas, vulgares y traicioneras tienen miedo de asumir responsabilidades. Cuando les sobrevienen las cosas, siempre anteponen sus propios intereses y piensan constantemente en dejarse una vía de escape, en lugar de proteger los intereses de la casa de Dios. No quieren asumir ninguna responsabilidad. Este tipo de persona no acepta la verdad ni tiene humanidad. A los ojos de Dios, son no creyentes y no se merecen cumplir deberes. Yo era exactamente ese tipo de persona. La casa de Dios llevaba varios años cultivándome para cumplir con el trabajo de depuración y yo había llegado a dominar algunos principios relacionados y entendía algunas sendas para abordar los problemas. Cuando mis hermanos y hermanas me eligieron supervisora, debería haber aceptado ese deber y colaborado de todo corazón. Sin embargo, me preocupaban las consecuencias de no hacerlo bien, por lo que busqué razones y excusas para rechazarlo. No tuve ninguna consideración con el trabajo de la iglesia. Cuando los líderes me nombraron líder de equipo, seguía preocupada por tener que rendir cuentas si no hacía bien el trabajo. Para proteger mis propios intereses, busqué distintas razones y excusas, como que tenía poca aptitud y una capacidad de trabajo limitada, con el objetivo de tergiversar y evadir. Era plenamente consciente de lo que exigía el trabajo de la iglesia y de que yo era una candidata adecuada, pero engañé y no quise ser líder de equipo ni asumir ninguna responsabilidad porque estaba teniendo consideración con mi desenlace y mi destino. Pensé en esos no creyentes para quienes lo primero es el beneficio y que siempre son calculadores y urden tramas para beneficiarse en todo lo que hacen. Lo que sea que los beneficie, lo hacen. Todos mis pensamientos e ideas también estaban dedicados a mi propio beneficio y, cuando me llamaban para un trabajo que implicaba asumir responsabilidades, engañaba y me echaba atrás. No tenía ninguna lealtad ni sumisión a Dios y no era diferente de una no creyente o una incrédula. ¡Realmente no era digna de cumplir deberes! Cuando lo entendí, me llené de arrepentimiento y remordimiento.
Más adelante, reflexioné sobre mí misma: ¿Por qué, si hace años que creía en Dios, siempre quería rechazar mi deber? ¿Cuál era la raíz del problema? Un día, leí las palabras de Dios: “Los anticristos jamás obedecen lo que dispone la casa de Dios y siempre vinculan estrechamente su deber, fama, provecho y estatus con su esperanza de recibir bendiciones y un destino futuro; como si una vez hubieran perdido su reputación y estatus no les quedara esperanza de recibir bendiciones y recompensas. Eso para ellos es como si les quitaran la vida. Piensan: ‘He de ser prudente, no debo ser descuidado. No se puede confiar en la casa de dios, en los hermanos y hermanas, en los líderes y obreros, ni siquiera en dios. No puedo confiar en ninguno de ellos. La persona en la que más puedes confiar y más digna de confianza eres tú mismo. Si no haces planes para ti, entonces, ¿quién va a cuidar de ti? ¿Quién va a considerar tu futuro? ¿Quién va a considerar si vas a recibir o no bendiciones? Por tanto, tengo que hacer planes y cálculos cuidadosos por mi propio bien. No puedo cometer errores o ser levemente descuidado, de lo contrario, ¿qué haré si alguien trata de aprovecharse de mí?’. Así, se protegen de los líderes y obreros de la casa de Dios temiendo que alguien discierna o detecte cómo son y los acabe destituyendo y su sueño de bendiciones se estropee. Creen que deben mantener su reputación y estatus para tener esperanza de recibir bendiciones. Un anticristo considera que ser bendecido es más grande que los propios cielos, más grande que la vida, más importante que perseguir la verdad, que el cambio de carácter o la salvación personal y más relevante que desempeñar bien su deber y convertirse en un ser creado acorde al estándar. Les parece que convertirse en un ser creado acorde al estándar, cumplir bien su deber y lograr la salvación son cosas nimias que ni merece la pena mencionar o comentar, mientras que obtener bendiciones es la única cosa en toda su vida que no se ha de descuidar. Todo lo que encuentran, sea grande o pequeño, lo relacionan con ser bendecidos, se muestran increíblemente precavidos y atentos y siempre se aseguran de tener un plan B” (La Palabra, Vol. IV. Desenmascarar a los anticristos. Punto 12: Quieren retirarse cuando no tienen estatus ni esperanza de recibir bendiciones). Dios puso al descubierto que los anticristos dan demasiada importancia a recibir bendiciones. Los anticristos no confían en nadie más que en sí mismos. Creen que solo pueden contar con ellos mismos, que son los únicos que realmente velarán por sus propios intereses y que deben tener cuidado y precaución en todo momento, ya que les aterra que someterse a lo que dispone la casa de Dios pueda impedirles obtener bendiciones y llegue a destruir sus sueños de recibirlas. Al reflexionar sobre mí misma, ¿no era mi comportamiento igual que el de un anticristo? Yo también daba gran importancia a obtener bendiciones. La iglesia dispuso que yo fuera supervisora y, luego, líder de equipo, pero no podía sino preocuparme por mi desenlace y mi destino. Pensaba que cumplir con los deberes de supervisora o líder de equipo implicaba grandes responsabilidades y que, si no hacía bien el trabajo, dejaría una estela de transgresiones. Si eran graves, hasta me podrían revelar y descartar, así que era más seguro ser un miembro común y corriente del equipo y que otra persona se encargara de las revisiones finales. Aunque no obtendría méritos destacados, tampoco dejaría una estela de transgresiones y no me revelarían y descartarían. Yo pensaba siempre en actuar de cualquier forma que me resultara beneficiosa y no tenía la más mínima consideración con los intereses de la iglesia. Mi vida estaba completamente regida por venenos satánicos, como: “Cada hombre para sí mismo, y sálvese quien pueda”, “No busques mérito, pero evita la culpa” y “La precaución es la madre de la seguridad”. Pensaba que era de lo más natural que la gente tuviera en consideración sus propios intereses; ¿acaso no sería una estupidez hacer lo contrario? La intención de Dios era permitirme cumplir este deber para poder recibir más formación y aprender a buscar la verdad para hacer las cosas según los principios. Sin embargo, yo sospechaba de Dios basándome en una opinión distorsionada. Pensaba que hacerme supervisora era una forma de revelarme y descartarme. Veía a Dios como si fuera una de esas personas famosas y poderosas en el mundo, que no son necesariamente imparciales ni justas con los demás y que descartan a las personas que cometen el más mínimo error al cumplir su deber. ¿Acaso no era esto blasfemar contra Dios? ¡Era tan falsa y perversa! Es algo perfectamente natural y justificado creer en Dios y cumplir el deber de un ser creado, que es una responsabilidad que estoy moralmente obligada a asumir. Sin embargo, los venenos satánicos me habían afectado y me había vuelto egoísta, perversa y falsa. Rechacé mi deber para salvaguardar mis intereses y no tuve la más mínima consideración con las intenciones de Dios. Vivir según estas filosofías satánicas solo me llevaría a resistirme cada vez más a Dios y, al final, Él me acabaría desdeñando y descartando. Cuando lo entendí, me llené de arrepentimiento y remordimiento. Entonces, oré a Dios: “Querido Dios, soy tan egoísta, vulgar, perversa y falsa. Desde que empecé a creer en Ti, solo he buscado obtener bendiciones y no he sido considerada con Tus intenciones ni he pensado en el trabajo de la iglesia. Querido Dios, estoy dispuesta a arrepentirme. No quiero seguir transitando por la senda equivocada”.
Después, leí las palabras de Dios: “Algunas personas no creen que la casa de Dios pueda tratar con justicia a la gente. No creen que Dios reine en Su casa y que la verdad reine en ella. Creen que, no importa cuál sea el deber que desempeñe una persona, si surge un inconveniente, la casa de Dios se encargará de esa persona inmediatamente, privándola de su derecho a cumplir con ese deber, enviándola lejos, o incluso echándola de la iglesia. ¿Realmente es así como funcionan las cosas? Desde luego que no. La casa de Dios trata a cada persona según los principios-verdad. Dios es justo en Su tratamiento hacia cada persona. Él no se fija solo en cómo se comporta una persona en un solo caso; mira la esencia-naturaleza de una persona, sus intenciones, su actitud, y se fija en concreto en si una persona puede reflexionar sobre sí misma cuando comete un error, si tiene remordimientos, y si puede penetrar en la esencia del problema basándose en Sus palabras, llegar a comprender la verdad, odiarse a sí misma y arrepentirse de veras. Si alguien carece de esa actitud correcta y está completamente contaminado por intenciones personales, si está repleto de artimañas y revelaciones de actitudes corruptas y si, cuando surgen problemas, recurre al engaño, la sofistería y la autojustificación, y se niega tercamente a reconocer sus acciones, entonces esa persona no puede ser salvada. Las personas así no aceptan la verdad en absoluto y han sido completamente puestas en evidencia. Quienes no están en lo cierto y no pueden aceptar la verdad en lo más mínimo son, en esencia, incrédulos y solo pueden ser descartados. […] Dime, si una persona ha cometido un error pero es capaz de comprender de verdad y está dispuesta a arrepentirse, ¿no le daría una oportunidad la casa de Dios? A medida que el plan de gestión de seis mil años de Dios se acerca a su fin, hay muchos deberes que deben cumplirse. Pero si careces de conciencia o de razón y no atiendes al que es tu trabajo, si has obtenido la oportunidad de cumplir con un deber, pero no sabes atesorarla, no persigues la verdad en lo más mínimo, con lo que permites que se te escape tu mejor momento para ello, entonces serás expuesto” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). Después de leer las palabras de Dios, entendí que en la casa de Dios reinan la verdad y la justicia. La casa de Dios destituye y descarta a las personas conforme a los principios, y no se tratará a nadie de forma arbitraria por su comportamiento en un momento determinado o un asunto concreto. Todo se basa en la conducta sistemática de las personas, en su actitud para aceptar la verdad y en si se han arrepentido de verdad. Si una persona comete muchas acciones malvadas que trastornan y perturban el trabajo de la casa de Dios y no se arrepiente ni cambia, por mucho que los demás la ayuden, será destituida y descartada. Sin embargo, si una persona revela un carácter corrupto al cumplir su deber o causa trastornos y perturbaciones al trabajo de la iglesia, pero puede reflexionar a tiempo, entender, arrepentirse y cambiar, la casa de Dios le dará otras oportunidades para cumplir deberes. Pensé en cómo, desde que empecé a hacer el trabajo de depuración, en una ocasión, me aferré a los preceptos porque no entendía los principios, lo que me hizo cometer transgresiones. Sin embargo, la casa de Dios no me destituyó ni me descartó por esas transgresiones, sino que compartió conmigo y me ayudó. Después, como estaba dispuesta a arrepentirme, me permitieron seguir cumpliendo deberes. En cuanto a los que destituyeron y descartaron, no se debió a que cumplieran deberes de líderes de equipo o de supervisores, sino a que transitaban por la senda equivocada. Habían cometido transgresiones, pero no aceptaban que los podaran y no se arrepentían. Solo entonces se los destituyó y descartó. Pensé en una hermana del equipo que no era supervisora. Sin embargo, mientras cumplía su deber, competía por la fama y la ganancia con las hermanas con las que colaboraba y las saboteaba a sus espaldas. Esto trastornó y perturbó el trabajo de la iglesia. Sin embargo, ella no se arrepintió tras la plática, por lo que, al final, la destituyeron. Además, la razón por la que habían destituido a las dos supervisoras anteriores no fue que tuvieran grandes responsabilidades que las revelaran, sino que no perseguían la verdad y no hacían trabajo real de forma sistemática. Cuando las podaban, o cuando sus hermanos y hermanas compartían con ellas para ayudarlas, no se arrepentían ni cambiaban de forma sincera. Solo entonces las destituyeron. Sus destituciones no tuvieron absolutamente nada que ver con los deberes que cumplían ni con cuán grandes fueran sus responsabilidades. Me di cuenta de que mi opinión de que ser líder de equipo era peligroso debido a la gran responsabilidad que conllevaba y que ser miembro del equipo era relativamente seguro y estable era una opinión falaz y absurda, que no era conforme al principio-verdad. La casa de Dios me dio una oportunidad para cumplir deberes y la intención de Dios era que buscara la verdad en las personas, acontecimientos y cosas que me sobrevinieran, y que captara y entendiera más principios-verdad. Debería haber valorado esta oportunidad excepcional y haber aceptado mi deber.
Después, leí más de las palabras de Dios: “Entonces, ¿cómo debería comportarse una persona honesta? Debe someterse a los arreglos de Dios, ser leal al deber que le corresponde cumplir, y esforzarse por satisfacer las intenciones de Dios. Esto se manifiesta de diferentes maneras. Una es aceptar tu deber con un corazón honesto, no considerar tus intereses carnales, no ser desganado en él, y no conspirar por tu propio bien. Estas son manifestaciones de honestidad. Otra es dedicar todo el corazón y todas tus fuerzas a cumplir bien con tu deber, haciendo las cosas en forma adecuada y poniendo el corazón y tu amor en el deber a fin de satisfacer a Dios. Estas son las manifestaciones que debería tener una persona honesta cuando cumple con su deber” (La Palabra, Vol. III. Discursos de Cristo de los últimos días. Tercera parte). “No existe correlación entre el deber del hombre y que él reciba bendiciones o sufra desgracias. El deber es lo que el hombre debe cumplir; es la vocación que le dio el cielo y debería cumplirlo sin buscar recompensa y sin condiciones ni razones. Solo esto se puede llamar cumplir con el propio deber. […] No debes cumplir tu deber solo para recibir bendiciones, y no debes negarte a cumplirlo por temor a sufrir desgracias” (La Palabra, Vol. I. La aparición y obra de Dios. La diferencia entre el ministerio de Dios encarnado y el deber del hombre). Dios dice que las personas honestas pueden someterse a Sus orquestaciones y arreglos, y que pueden poner todo su corazón y esfuerzo en cumplir bien su deber. No urden tramas para beneficiarse ni consideran las ganancias y pérdidas de sus propios intereses. Además, el deber es una responsabilidad que estamos moralmente obligados a asumir y no tiene absolutamente nada que ver con las bendiciones que recibamos o las desgracias que suframos. No deberíamos rechazar un deber por miedo a sufrir una desgracia ni aceptarlo para obtener bendiciones. Es algo perfectamente natural y justificado que las personas cumplan bien sus deberes. Después de entenderlo, supe cómo debía tratar mi deber. Aunque mi aptitud y mi capacidad de trabajo son mediocres, puedo buscar más sobre las cosas que no entiendo al cumplir mi deber y, dentro de lo que me permitan mi aptitud y mis capacidades, debo hacer todo lo posible para cumplir bien el deber que me corresponde. Esa es la actitud que debería tener. Aunque aún no he logrado entrar ni cambiar mucho, esta revelación me permitió adquirir cierta comprensión de las perspectivas erróneas que había detrás de mi búsqueda en mi fe en Dios. Además, he aprendido a cumplir bien con mi deber para tener consideración con las intenciones de Dios y estoy dispuesta a someterme a Sus orquestaciones y arreglos. Estoy muy agradecida a Dios por todo lo que he conseguido cambiar y entender.